Capítulo 13

Annie se encontraba en la pequeña casita que compartía con Archie, acababa de notar una patadita en su barriga y había dejado durante un momento de preparar el guiso que estaba haciendo para sentarse y sentir mejor los movimientos de su hijo. A pesar de las molestias que el embarazo le causaba y del miedo que le producía saber que el parto era cada vez más inminente se sentía muy feliz: Archie era encantador, siempre estaba pendiente de ella y le ayudaba en todo lo que podía; ya llevaban dos años casados pero aún notaba un agradable cosquilleo en el estómago cuando lo veía venir tras cumplir sus obligaciones en los establos. En ese momento el objeto de sus pensamientos entró por la puerta y con una gran sonrisa se acercó y le dio un suave beso en los labios.

—¿Cómo te encuentras hoy?

—Si no fuera por este dolor de espalda, te diría que muy bien —Annie observó que ese día Archie parecía el gato que se ha tragado al ratón— ¿Por qué sonríes así? Algo te traes entre manos.

—¡Qué bien me conoces! —a la vez que decía esto Archie se acercó a la habitación que compartían, donde sabía que encontraría una jarra con agua fresca para lavarse y quitarse un poco el olor a yegua—. No te imaginas quién ha vuelto.

Annie sintió una especie de frío en sus entrañas, sólo se le ocurría una persona que pudiera provocar tal alegría en su esposo, aún así negó con la cabeza.

—¡Candy! —la voz de Archie sonaba excitada— no podía creérmelo cuando la vi entrar en el establo. Aunque….hay algo raro pues ahora ya no será la institutriz del señorito Charles, si no que está realizando labores de sirvienta.

A pesar de su conmoción Annie trató de imprimir a su voz un tono de educado y amistoso interés:

— ¿Y ella no te ha explicado porqué ha regresado?

— Sólo me ha dicho que necesitaba el trabajo y que el duque amablemente se lo ha ofrecido, aunque ya te digo —la frente de Archie se frunció— yo veo algo raro en todo esto.

Y Annie también aunque no le dijo nada a Archie. Aún recordaba la consternación del que ahora era su marido cuando la joven se fue de Grandchester sin despedirse de nadie. Hubo muchos comentarios y rumores entre la servidumbre, pero Annie dudaba de que Archie los escuchara, tan afectado y preocupado estaba por la extraña marcha de la joven. Esos fueron días muy duros para ella pues todas las dudas que sentía al respecto de los sentimientos de Archie se le despejaron de un plumazo: era evidente que los afectos del joven se dirigían hacia Candy pues de otro modo no le habría afectado tanto su repentina marcha. Sin embargo a los pocos meses Archie le había pedido que se casara con él y a pesar de la molesta sensación de que ella había sido la segunda opción aceptó encantada. En los dos años que habían trascurrido desde ese día Annie había llegado a estar segura del amor de Archie pero ahora todo lo que había creído volvía a tambalearse. Recordó la atractiva figura de Candy y sus profundos ojos Verdes; ella estaba gorda y deforme, para colmo casi nunca hacían el amor porque a ella ya no le apetecía y Archie sentía temor de dañarles a ella o al niño: desde luego ahora no era rival para nadie; el día que pocos minutos antes le había parecido tan luminoso de repente se volvió gris. Archie continuaba hablando sobre Candy sin reparar en la evidente consternación de su mujer.

—Se ha alegrado mucho por nosotros cuando se ha enterado de que esperamos un hijo —volviendo de la habitación y secándose cara y cuello con una toalla continuó diciendo—. Le he dicho que venga un día a tomar té.

—¿Y qué te ha contestado ella?

—Que está muy ocupada pero que intentará buscar un hueco porque le apetece mucho saludarte.

Candy se encontraba como casi todas las tardes limpiando la biblioteca a petición del duque; desde luego debía ser la estancia más limpia de toda la casa junto con su habitación. Para la joven era una tortura tener que estar continuamente tan cerca de él, cuando comía o cenaba pedía que ella le sirviera, debía llevarle el desayuno todas las mañanas y quedarse a ordenar y limpiar la habitación mientras el duque claramente remoloneaba y la miraba intensamente, sin ninguna duda para ponerla nerviosa y la verdad es que lo conseguía. De vez en cuando lanzaba comentarios despectivos que ella procuraba ignorar, aunque un nudo de rabia se instalaba en la boca de su estómago y sólo el recuerdo de las trescientas libras que le había dado para el tratamiento de Laura hacía que se tragara unas palabras que le sabían a hiel. El domingo anterior había acompañado a Laura y a la señora Buttercup a la residencia del doctor Lindsend; había sido fantástico volver a ver a su hija y además ésta se había tomado muy bien el hecho de quedarse un tiempo en la residencia ya que se había sentido muy impresionada por la enorme mansión y los cuidados jardines que la rodeaban. La señora Buttercup se quedaría con ella puesto que en el caso de los niños menores de cuatro años permitían la presencia de un acompañante; este hecho tranquilizaba mucho a Candy pues ahora podía estar segura de que su hija no se encontraría sola en ese lugar. Se despidieron ambas muy emocionadas y Candy prometió a su hija ir a verla todos lo domingos; aunque el viaje era largo y pesado lo haría con gusto, no sólo por ver a su hija, si no por alejarse de la perturbadora presencia de Lord Terrence.

En ese momento se hallaba limpiando los cristales del enorme ventanal que había tras el escritorio del duque, éste estaba revisando unos papeles y Candy no podía evitar echar furtivas miradas a su cabeza inclinada recordando cómo era la sensación de su pelo negro entre los dedos, del tacto de su cuello en sus labios….¡Dios santo! ¿Cómo podía seguir teniendo esos pensamientos sobre él después de todo lo que había pasado entre ellos? Sin duda había algo que no funcionaba bien en ella, pero era inútil negárselo, se lo negaría a todo el mundo, sobre todo a él, pero era absurdo ocultárselo a si misma : lo deseaba, a pesar de todo seguía estremeciéndose cada vez que lo veía y le hubiese encantado decir que era el asco lo que motivaba su reacción pero eso habría sido una gran mentira. El rencor que sentía hacia él era muy real, no olvidaba la forma en que la había utilizado y las consecuencias que eso había traído a su vida por no hablar de la abominable y sutil manera que tenía de humillarla y molestarla, pero seguía sintiéndose atraída hacia él: jamás ninguna otra persona había anulado de esa forma su voluntad.

Por su parte Terry trataba de olvidar la presencia de la joven pero le resultaba totalmente imposible. Mientras ella había estado quitando el polvo a las estanterías de libros él la había observado igual que un halcón vigila a su presa, sintiendo un enorme calor en su entrepierna, observando como el sencillo vestido negro de criada que llevaba puesto se ajustaba a sus pechos y sus caderas….jamás había encontrado a nadie que enardeciera de esa forma su sangre y se despreciaba a sí mismo por ser tan débil, siempre había hecho lo que tenía que hacer independientemente de si era de su agrado o no, pero con Candy tenía que luchar constantemente contra sus propios deseos y cada día que pasaba le estaba costando más y más trabajo a su voluntad imponerse. Menos mal que en ese momento la joven se hallaba a su espalda limpiando los cristales, esto le daba un respiro aunque el ligero crujido de sus faldas y su respiración hacía que le resultara imposible concentrarse en el documento que tenía entre sus manos. En ese momento oyó un chasquido y un grito ahogado, se volvió justo a tiempo para ver cómo Candy caía desde la escalera en la que se hallaba subida; Terry se levantó tan bruscamente que tiró el pesado sillón en el que había estado sentado y con el corazón desbocado se acercó corriendo hacia donde la joven yacía inmóvil; Candy estaba pálida y con los ojos cerrados y él sintió que el terror se apoderaba de su pecho. Con sumo cuidado levantó su cabeza.

—¡Candy! ¡Por Dios di algo! —mientras decía esto palpaba su cabeza, descubriendo un enorme chichón en la parte alta de la misma. El pánico atenazaba su pensamiento, aún así siguió hablándole, tranquilizándose un poco al notar la respiración de la joven. Justo en ese momento ella abrió los ojos, su mirada se fijó en él aturdida, sin saber muy bien qué le había pasado.

—¡¡Shhh!! Tranquila, no pasa nada —Candy sintió que soñaba al oír el afectuoso tono con el que el duque se dirigía a ella— te has dado un golpe en la cabeza…¿cómo te encuentras?

—Bien….—su voz sonaba titubeante— no sé cómo he podido caerme.— ¡Oh! ¡Pero claro que lo sabía! En vez de prestar atención a las ventanas había estado observándolo furtivamente contemplando como la luz jugaba con su pelo negro.

—Bueno, no te preocupes, voy a avisar a tu madre —con sumo cuidado volvió a apoyar la cabeza de Candy sobre la alfombra y salió de la biblioteca.

Al momento sus padres entraron bastante alarmados y aunque ella los tranquilizó asegurándoles que ya se encontraba bien ellos insistieron en avisar al doctor, la ayudaron a levantarse y la acompañaron hasta su habitación. Al duque ya no lo volvió a ver ese día y no pudo evitar notar una punzada de decepción, sintiéndose una tonta por ello.

El doctor llegó un par de horas más tarde, la examinó y dictaminó que lo único que necesitaba era descansar y al día siguiente ya estaría como nueva. Cuando el doctor se marchó Candy empezó a rezar fervientemente: le pedía a Dios que le diese la entereza que sabía que no tenía para evitar los confusos sentimientos que el duque le inspiraba. Si era duro lidiar contra el traicionero deseo que su cuerpo sentía cuando se encontraba cerca de Lord Terrence, tras la caída estaba siendo aún más complicado entender sus emociones pues había vuelto a vislumbrar algo del antiguo Lord Terrence.

Esa noche mientras cenaba Terry echaba de menos la presencia silenciosa de Candy. Sin que nadie lo supiera había preguntado al doctor antes de que se marchase cómo se encontraba la joven y había sentido un enorme alivio al saber que sólo se había tratado de un susto. Pero la intensidad de su terror al ver a la joven tendida en el suelo había provocado en él enorme confusión y los sentimientos encontrados que experimentaba no le agradaban en absoluto, al igual que le molestaba notar de una forma tan clara la ausencia de la joven. Debía recordarse una y otra vez la perfidia de Candy, la forma ruin en que había jugado con él, el estado desastroso en el que había quedado cuando lo había descubierto todo…, y cuando pensaba en todo esto su furia volvía a renacer y por esto mismo no comprendía cómo aún podía continuar deseándola, cómo podía importarle si estaba o no estaba, pero la verdad es que le importaba y esta contradicción le estaba amargando la vida. Decidió ir al día siguiente a Londres para hablar con Susana: su amistad nunca se había roto, de hecho ella había supuesto un gran apoyo para él tres años antes y tal vez podía dar una explicación a los sentimientos que lo estaban torturando.

Al día siguiente Lady Susana Marlow recibió la visita de Terry; ella se extrañó mucho cuando su ama de llaves le anunció la presencia del duque porque a pesar de que otras veces la había visitado siempre había sido coincidiendo con estancias en Londres para tratar sus múltiples negocios y ahora suponía que había ido con el único propósito de verla. Al entrar en la sala lo vio de pie con los guantes en las manos y mirando por la ventana; al sentir su presencia Terry se volvió.

—¡Susana! ¡Qué placer verte! —mientras besaba su mano le guiñó un ojo y añadió: —Cada día estás más guapa.

—¿Y es por eso por lo que te prodigas tan poco por mi casa? —a la vez que decía esto tomó asiento haciendo una señal a la doncella para que sirviese el té.

—Sigues tan directa cómo siempre.

—Sí y por eso sé que hay algo que te ronda en la cabeza.

Terry esperó a que la doncella terminara de servir el té y Susana le hiciera un gesto para que abandonara la estancia. Entonces comenzó a hablar.

—Candy ha vuelto a Grandchester.

De todas las cosas que Susana hubiera podido suponer esto era lo único que no se le había pasado por la cabeza.

—¿Que ha vuelto? ¿Por qué?

Terry rió sardónicamente antes de contestar:

—Para pedirme dinero.

Se hizo un silencio entre ambos mientras Susana trataba de digerir la respuesta.

—No parecía la clase de mujer capaz de hacer chantaje….

—Tampoco parecía el tipo de mujer capaz de engañar tan completamente a quien decía amar….,pero no, no me está chantajeando.

—Entonces ¿en concepto de qué te ha pedido el dinero?

—Según ella es una cuestión de vida o muerte…

—Y supongo que si está en tu casa es porque has accedido a dárselo.

Terry se levantó del asiento y comenzó a deambular por la sala mesándose nerviosamente el cabello. Parándose se volvió hacia donde Susana lo contemplaba estupefacta.

—¡Sí, maldita sea! ¡¡Sí!! Se lo he dado a condición de que sea mi sirvienta y esté a mi disposición las veinticuatro horas del día.

—¿Eso incluye tu cama?

El duque volvió a sentarse y miró a Susana con una expresión que reflejaba a las claras la confusión que sentía.

—Sí….no, bueno, en un principio pensé que sí, que la obligaría a acostarse conmigo, la humillaría y le haría pagar caro su engaño…

—Pero tus tiernos sentimientos te impiden actuar así —una ligera ironía asomó a la voz de Susana al interrumpirlo.

—Por supuesto que no —Terry la miró como si acabara de afirmar que las vacas tenían tres patas—. Nada de tiernos sentimientos: es el deseo que siento hacia ella lo que me frena para tomarla —sabiendo que Susana no lo entendería a no ser que se explicara mejor volvió a levantarse y a andar por la sala a la vez que continuaba hablando: —No debería desearla de esta forma después de la conducta que tuvo, no comprendo que aún me afecte tanto y por otra parte temo que si vuelvo a hacerle el amor ella note cuánto la deseo e intente volver a ejercer el poder que tenía sobre mí…¡¡no pienso volver a convertirme en un pelele!!

—Querido yo lo veo absolutamente claro: sigues profundamente enamorado de ella.

Terry que se hallaba contemplando la calle a través de la ventana se volvió como si una víbora le hubiese picado.

—Eso es absurdo.

—No cariño, de hecho estoy convencida de que es exactamente lo que te sucede. Además, ¿quién sabe? Tal vez ella también esté enamorada de ti, ¿por qué si no habría recurrido en un momento de necesidad a quién la echó sin contemplaciones?

—Porque se ha hecho la idea, desgraciadamente acertada, de que soy idiota.

—Nunca le diste la oportunidad de explicarse…

—¡¡¡No era necesario!!!¡¡¡¡Lo vi todo con mis propios ojos!!!!!

—A veces los sentidos nos engañan y tal vez has cometido una enorme injusticia con esa joven.

Exasperado Terry replicó:

—Lo que he cometido es una estupidez viniendo a hablar contigo…, tienes el cerebro lleno de fantasías románticas.

Susana soltó una ligera carcajada y Terry la contempló como si se hubiera vuelto loca.

— Querido no me tomes a mí como blanco de tus iras; mejor trata de enfrentarte a lo que sea que esa joven está provocando en ti.