Capítulo 14
Terry se propuso no regresar inmediatamente a Grandchester, podía permanecer unos días en Londres, asistir a su club y tratar de reanudar su inexistente vida sexual en el exclusivo burdel de Madame Greyland. Al día siguiente ya estaba de regreso. Se convenció a si mismo de que lo que motivaba su vuelta era, simplemente, hacer uso de las trescientas libras que le había dado a Candy ya que si él no estaba ella se vería liberada de la mayoría de sus tareas, pero una molesta certeza daba vueltas en su mente y es que sabía que en realidad disfrutaba teniendo a la joven tan cerca, en su poder. A veces se preguntaba a si mismo con algo parecido al remordimiento porqué la despreciaba continuamente aprovechando cada oportunidad que se presentaba para degradarla y molestarla, él jamás había sido cruel, duro e inflexible sí, pero nunca cruel ni déspota; tal vez era la única forma en que soportaba estar en presencia de la joven conservando su orgullo y entereza. Las palabras de Susana habían estado molestándole durante todo el viaje: ciertamente él nunca le había explicado a Candy porqué la había echado de Grandchester pero ella era lo suficientemente inteligente como para atar cabos y seguro que había adivinado que él conocía su doble juego con Archie. Al pensar en el mozo de cuadras frunció el ceño, ¿se habrían vuelto a ver? aunque ahora Archie estaba casado con la doncella de su madre y creía recordar que estaban esperando un hijo, sonrió para sus adentros: ese romance no se reanudaría, sobre todo porque él la iba a mantener lo suficientemente ocupada para que no tuviera más pensamientos que el de descansar siempre que pudiera.
Candy se preguntaba si el duque volvería ese día, sabía que había ido a Londres porque se lo había comunicado su padre; al haberse llevado consigo a Crowley y a Thomas ella había supuesto que estaría varios días fuera. Esto produjo en ella cierto alivio y no sólo porque sus obligaciones se reducían drásticamente si no porque así sus maltrechos sentimientos tendrían un respiro, sin la constante presencia del duque ella podría reflexionar y recordarle a su cuerpo traidor porqué no debía volver a sentirse atraído hacia Lord Terrence.
Esa noche mientras charlaba tranquilamente con su madre en la cocina llegó su padre anunciando que Lord Terrence acababa de llegar y que en una hora Candy debía servirle la cena; ésta suspiró interiormente: se había acabado el breve momento de paz conseguido. Cuando llegó al salón vio que Terry se hallaba sentado ante la enorme mesa con el pelo revuelto y el ceño fruncido: si las furias mitológicas hubiesen sido hombres sin duda tendrían su cara. Durante la cena ella le sirvió en silencio, como siempre, y extrañamente él no aprovechó para molestarla como hacía a menudo aunque al levantarse le dijo quedamente:
—Llévame una copa de oporto a mi habitación.
Ella se limitó a asentir con la cabeza y esperó a que el duque saliera para preparar la copa en la bandeja y subirla tal y como le había pedido. Cuando llegó se sorprendió al ver que Lord Terrence se había quitado la camisa, el chaleco y los botines y sobre los ajustados pantalones Verdes se había puesto un corto batín de color berenjena. El hombre se hallaba sentado frente al escritorio y miraba un papel que tenía todo el aspecto de ser una carta privada. Candy se acercó a la mesa para dejar la bandeja dispuesta a marcharse enseguida pero al agacharse junto a él para dejar la copa de oporto sus brazos se rozaron y ella sintió una descarga eléctrica que le hizo levantarse bruscamente dando un bote; él también lo sintió pero le impidió irse tomándola del brazo y poniéndose en pie hasta que la obligó a levantar la vista para mirarlo.
—¿Qué extraño hechizo has lanzado sobre mí?
Ella asustada por su cercanía y por el acelerado latir de su propio corazón trató de desasirse:
—No sé de qué me habla…suélteme.
Él la miró durante un interminable instante y la soltó bruscamente a la vez que decía:
—No me extraña que mi padre te tuviera en tan alta estima….¿le prometiste un lugar en tu cama quizá?
—¡¡¡Cómo te atreves!!!! —ella lo miraba horrorizada— Eres un monstruo.
—Sí, todo tiene sentido: como mi padre murió no pudiste sacarle nada más así que lo intentaste conmigo…
Sin poder evitarlo la mano de Candy salió disparada y se estrelló con fuerza contra la mejilla del duque.
—¡Eres un puerco!
Terry agarró fuertemente la muñeca de la joven a la vez que la acercaba a su cuerpo; tenía la mandíbula apretada y una vena latía en su sien.
—¡No creo que una zorra como tú pueda permitirse el lujo de insultarme! — y agachando la cabeza se apoderó de sus labios y la besó fieramente.
En un principio Candy intentó resistirse, se sentía profundamente indignada por las viles acusaciones del duque, pero cuando la boca masculina se volvió más tierna y empezó a lamer sus labios con la punta de la lengua una terrible descarga de deseo se apoderó de la joven que no pudo hacer otra cosa que responder al apasionado beso. Permanecieron unidos así durante una eternidad hasta que Terry comenzó a lamer el cuello de Candy y ella respondía besando cualquier parte de él que quedaba a su alcance. Algo muy dentro de ella le decía que eso no estaba bien, que él era un ser despreciable que sólo pretendía utilizarla pero el deseo era demasiado poderoso para resistirlo, además, en muy poco tiempo se iría, volvería a su solitaria vida de viuda y sabía que jamás reaccionaría así con ningún otro hombre porque pese a todo y en contra de lo que le dictaba el sentido común, amaba a Lord Terrence y esa certeza se abrió paso a través de la bruma en la que la había sumido el profundo placer que le provocaban sus caricias.
Él comenzó a desabrochar su sencillo vestido mientras sus manos acariciaban sus pechos y caderas; cuando Candy quedó totalmente desnuda se apartó para contemplarla y se dejó caer lentamente de rodillas abrazado a las caderas de la joven a la vez que hundía la cabeza entre los rizos femeninos, provocando en Candy suaves gemidos de intenso placer.
—¡Dios! ¡No puedo aguantar más! ¡Te deseo demasiado! —diciendo esto el duque la levantó en sus brazos y la llevó hasta la inmensa cama, despojándose de su ropa y tendiéndose sobre ella, a la vez que volvía a besarla.
Candy deseaba con toda su alma que él la penetrara, su cuerpo se lo pedía a gritos, pero ese ansia por ser poseída la avergonzaba de tal forma que permaneció callada, soltando gemidos que ni siquiera sabía que escapaban de sus labios; por eso cuando Terry comenzó a acariciar sus pechos a la vez que su boca se deslizaba cada vez más abajo no pudo aguantarlo más y le suplicó que la tomara. Terry reaccionó instantáneamente ya que él mismo se notaba a punto de estallar y abriendo suavemente las rodillas de la joven la penetró en una única embestida que los dejó a ambos paralizados por un intenso rayo de placer. A la vez que se movían siguiendo el compás de una melodía que sólo ellos escuchaban Terry sintió una paz que hacía mucho que no sentía, exactamente tres años, y supo que jamás volvería a experimentar esas sensaciones con nadie. Justo en ese momento la joven soltó un ahogado grito y él sintió que se derramaría también, como así sucedió, teniendo un orgasmo tan intenso que durante unos minutos no pudo ver ni escuchar nada. Relajados y satisfechos casi sin darse cuenta se quedaron ambos dormidos con los cuerpos desnudos entrelazados como si estar así fuese lo más natural del mundo para ellos.
Apenas entraba una grisácea claridad por la ventana cuando un leve sonido despertó a Terry, entreabrió los ojos y vio a Candy que terminaba de vestirse. No le dio tiempo a decirle nada porque la joven enseguida salió cerrando suavemente la puerta del dormitorio. Terry volvió a recordar los momentos que ambos habían compartido la noche anterior sintiendo que la excitación volvía a apoderarse de su cuerpo… ¿es que no tenía defensas contra el deseo que en él despertaba la joven? Sabía claramente cual era la respuesta y era algo que debía admitir: jamás había deseado a alguien como deseaba a Candy y tras haber vuelto a hundirse en los placeres de su cuerpo no se sentía con fuerzas para renunciar a ella, claro que ya no sería tan tonto como para honrarla haciéndola su esposa pero muy bien podría convertirse en su amante: solo le costaría ponerle una casita en Londres donde todo sería mucho más discreto y hacerse cargo de sus gastos, eso sí, a cambio de su generosidad le exigiría fidelidad absoluta, no estaba dispuesto a compartir a la joven con nadie. Ese sería el arreglo ideal, y tal vez, tras un par de años, llegaría a cansarse de ella y podría, por fin, sacarla de su mente y de su vida.
En ese momento oyó el sonido de un yegua que piafaba en el patio, extrañado se pregunto quién sería pues aún no había amanecido del todo, así que, desnudo como estaba se levantó de la cama y se asomó por la ventana. A pesar de que la visibilidad no era muy buena pudo distinguir perfectamente la figura de Candy que había cambiado su vestido de criada por uno gris algo más formal; por un momento sintió que el pánico lo invadía ¿dónde iba la joven?...hasta que recordó que era domingo, su día libre. Por primera vez él se preguntó qué hacía ella cuando llegaba el domingo y haciendo memoria se dio cuenta que los dos domingos anteriores no había visto por Grandchester rastro de la joven ¿dónde iría? Sintiendo un desagradable presentimiento se prometió a sí mismo averiguar qué se traía Candy entre manos.
