Capítulo 15

Si Candy había albergado alguna duda sobre cuáles serían las intenciones de Lord Terrence respecto a lo que había sucedido entre ambos pronto se le resolvieron. Apenas habían pasado un par de días desde la noche en que se habían vuelto a acostar cuando él la mandó llamar a su habitación y, sin más preámbulos, le ordenó que se quitase la ropa. Ella no pudo evitar que un intenso sonrojo se apoderase de todo su cuerpo y como no podía hablar, tan intensa era su turbación, negó firmemente con la cabeza. El duque la observaba recostado en su cama y cubierto con la sábana de lino.

—Cuando me pediste el dinero aceptaste estar a mi disposición.

—Pero nunca pensé…

—¡Vamos! ¡No seas mentirosa! —el duque la interrumpió bruscamente: —Sabías que es lo que se me pasaba por la cabeza cuando te propuse el trato y aún así lo aceptaste.

Candy bajó la cabeza avergonzada a la vez que apretaba fuertemente los puños. Debía haber supuesto que esto le iba a pasar: no podía resistirse a él y a los deseos que le provocaba y, en consecuencia, él sabía que estaba totalmente a su merced…¡cómo pensar que un hombre tan horrible iba a dejar pasar semejante oportunidad!

—Si no estás dispuesta a compartir mi cama daré por finalizado el trato y tendrás que devolverme el dinero.

Ella levantó bruscamente la cabeza y a la vez que comenzaba a desabrochar los botones de su vestido murmuró entre dientes:

—Siempre te despreciaré por esto.

—Querida, sabes que lo disfrutas tanto como yo.

Incapaz de replicar ante semejante verdad Candy siguió desvistiéndose en silencio mientras gruesas lágrimas de humillación rodaban por sus mejillas; ella no podía dejar de reaccionar como lo hacía cuando él la tocaba o la besaba y el resultado es que él la trataba como lo que parecía: una ramera.

Por su parte Terry la contemplaba extrañado preguntándose qué necesidad tan acuciante la hacía necesitar ese dinero y exponerse a una situación que a todas luces la incomodaba; al pensar esto sintió algo parecido al arrepentimiento pero mientras la piel de la joven iba quedando cada vez más expuesta él fue dejando a un lado sus objeciones, al fin y al cabo ella era la experta en utilizar a las personas como muy amargamente había tenido él ocasión de comprobar.

Cuando estuvo totalmente desnuda Candy alzó la mirada y enfrentó al duque con la barbilla levantada intentando que él no llegase a notar cuánto le dolía la situación en la que se encontraba, pero la mirada burlona del duque había desaparecido sustituida por una intensa mirada de deseo y adoración.

—¡Eres perfecta! —a la vez que decía esto tendió su mano invitándola a acostarse a su lado.

Lord Terrence estaba desnudo bajo las sábanas y en cuanto ella se tumbó junto a él la besó profundamente en la boca a la vez que se acomodaba entre sus piernas; enseguida ella sintió que su cuerpo se humedecía y él, acariciándola en su punto más sensible, lo notó también, sintiéndose inexplicablemente satisfecho de la pronta respuesta de la joven. Su necesidad de ella era tan grande que no pudo esperar más, así que lentamente la penetró gozando de la sensación de sentirse dentro de ella. Enseguida Candy se vio devorada por la vorágine de deseo y pasión que el duque despertaba en ella, sin poder evitarlo sintió cómo su cuerpo respondía al del hombre, saliendo al encuentro de sus cada vez más rápidas embestidas, suplicándole con las manos y los labios que se apresurara, que pusiera fin al dulce tormento que la consumía, cuando creía que ya no iba a poder soportarlo más llegó la liberación final que la hizo soltar un agudo gemido de éxtasis. Al instante el duque se derramó en ella sorprendido por la intensidad de su goce; por un instante solo pudo abrazarla contra su pecho, a la vez que luchaba con las ganas de besarla por todos lados y agradecerle humildemente el inmenso placer que le proporcionaba. Haciendo gala de una enorme fuerza de voluntad se separó de la joven, se dio la vuelta y le dijo:

—Ahora vístete y vete: no te necesitaré más por hoy.

Los días pasaban y las obligaciones de Candy se habían reducido prácticamente a una: compartir la cama del duque siempre que éste lo deseara. Esta situación que al principio le resultó tan vejatoria pronto se convirtió en el momento más anhelado por la joven pues en contra de la razón y el sentido común tenía que admitir que amaba a ese hombre por más que supiera que no era digno de su amor. La historia estaba llena de dramas románticos y tenía que aceptar que a ella le había tocado vivir uno: enamorarse perdidamente de un hombre que sólo se interesaba por su cuerpo. A pesar del dolor, el recelo y el miedo que Terry le había hecho sentir, cuando se encontraba entre sus brazos notaba que la amargura que emponzoñaba su alma se diluía en la dicha de volver a sentirse viva. Sabía que en breve todo se terminaría y a pesar del dolor que sentía por la imposibilidad de su amor deseaba volver a recuperar su vida y su propia serenidad. Lord Terry no le hacía ningún bien a su paz mental, sólo su cuerpo renacía y se sentía pleno con la cercanía del duque. A pesar de sus pensamientos tan pesimistas y de la fría manera en que el duque la había tratado días atrás en su habitación, tenía que reconocer que el deseo que él sentía por ella era tan apasionado como el suyo si no más; el lenguaje de sus manos y sus labios al hacerle el amor no mentía: la adoraban, idolatraban cada parte de su cuerpo y en los momentos de máxima pasión él se lamentaba en voz alta de su imposibilidad de resistirse a ella, la acusaba de ser una droga, una hechicera que se había apoderado de su voluntad.

Las cosas entre ellos se habían suavizado bastante, a veces Lord Terrence la llamaba a la biblioteca, le pedía que le sirviera una copa y que se sentara junto a él y le hacía preguntas sobre su vida a las que ella respondía sin decirle nada de interés: no quería que él llegase a descubrir la existencia de Laura. Muchas veces había fantaseado con la idea de hablarle al duque de la niña sobre todo en esos momentos que ambos compartían en la biblioteca pero sólo se trataba de fantasías, pues el recuerdo de la crueldad del duque al echarla de Grandchester mantenían su boca sellada ante el temor de que, por dañarla, le arrebatara a su hija.

En la casa todos comentaban la nueva situación que se había establecido entre ellos pues si bien nadie conocía los detalles de su relación actual todos habían podido notar como la actitud hostil y fría del duque hacia la joven se había ido distendiendo poco a poco. Por su parte, el señor y la señora White veían la nueva cercanía de su hija y Lord Terrence con gran preocupación ya que no podían olvidar el sufrimiento de Candy y a pesar de que la joven jamás había querido volver a saber nada del duque ambos sabían que nunca lo había olvidado y que su empeño en odiarlo no era más que miedo a reconocer sus verdaderos sentimientos. Con gran pesar decidieron hablar con su hija para hacerle ver que nada bueno saldría de su relación, fuese la que fuese, con Terry.

A medida que se iba acercando el domingo Terry pensaba más y más en las misteriosas salidas de Candy. Sabía que se iba muy temprano y que no llegaba hasta que era noche cerrada y a pesar de sus intentos por lograr que la joven le confiara su secreto no había conseguido sacarle ni una palabra. Era precisamente por la inquietud que le provocaban las escapadas de la joven por lo que aún no le había propuesto ser su amante, antes quería controlar y conocer todos los aspectos de su vida, quería tenerla a su merced, ser su dueño absoluto, algo menos era inaceptable para él tan grande era la obsesión que sentía por Candy. Mientras paseaba con Teodora por los bosques que circundaban Grandchester fue fraguando un plan: haría llamar a Alistair y le pediría que siguiera a la joven; era tan sencillo que tenía que funcionar. Nada más pensarlo y preso de la impaciencia volvió a la mansión: quería enviar el mensaje cuanto antes. Al llegar al establo Archie se acercó presto a atender al animal; Terry remoloneó un poco en las caballerizas mientras observaba al joven, dudando sobre si preguntarle si él conocía los detalles de la vida de Candy que él ignoraba o no; finalmente desistió de hacerlo pero aún así le preguntó por Annie y su embarazo.

—Oh milord, se encuentra bien pero muy incómoda pues la criatura le aprieta bastante…

—Supongo que estarás contento.

—Por supuesto milord.

—Eso está bien —y sin añadir nada más salió.

Archie se quedó de pie observando como el duque se alejaba y preguntándose que bicho le habría picado cuando desde hacía bastante tiempo apenas le dirigía la palabra; en fin todo el mundo sabía que los nobles estaban hechos de una pasta distinta a la gente normal, no podía aspirar a comprender sus extrañas formas de pensar y comportarse.

Al día siguiente era sábado, Terry esperaba impaciente la llegada de Alistair, había dado órdenes de que lo condujesen a la biblioteca y allí lo esperaba dando paseos de un lado a otro pensando como plantearle la cuestión minimizando la posibilidad de que se burlase de él. Cuando llegó a la conclusión de que nada impediría que su amigo se riese hasta la saciedad de su evidente obsesión dejó de preocuparse por el tema; justo en ese momento White anunció la llegada de Lord Alistair.

Una vez que se hubieron saludado y Terry le hubo ofrecido una copa y un puro se dispuso a contarle lo que se traía entre manos; comenzó desde el momento en que Candy se había presentado en su casa pidiéndole dinero, el acuerdo al que habían llegado y las misteriosas salidas que la joven realizaba cada domingo para acabar pidiéndole que al día siguiente siguiera a Candy con todo el sigilo posible para descubrir donde iba. Contrariamente a lo que pensaba, Alistair no se rió ni se burló de él, incluso parecía algo preocupado mientras lo escuchaba y es que su amigo no había olvidado lo mal que lo había pasado cuando descubrió el engaño de la joven y temía por la intensidad con la que Terry le contaba los acontecimientos de las últimas semanas que él ya estaba completamente atrapado por la mujer.

—¿Te has acostado con ella?

—Sí.

Alistair se levantó de su asiento desesperado a la vez que gesticulaba con los brazos:

—¡Por Dios, Terry! ¿En qué estás pensando? ¿Es que esa mujer no te ha hecho sufrir ya bastante?

—Vamos Alistair, cálmate —Terry se había sorprendido al ver la reacción de su amigo— esta vez todo es distinto.

—¿Distinto? ¿En qué es distinto? Me llamas urgentemente para que la siga porque la curiosidad por saber lo que hace cuando no la ves te está matando, la metes en tu cama….¿no te das cuenta de que esa mujer domina tu vida?

Terry se levantó también y se dirigió a su amigo levantando la voz:

—¡¡No, no y mil veces no!! Antes pensaba que era digna de ser mi esposa, ahora sólo pretendo que sea mi amante….

—Lo que quieres de ella te lo podría dar cualquier mujer.

—Sólo la quiero a ella.

Tras escuchar esta contundente declaración Alistair miró a su amigo significativamente y este hizo un gesto de fastidio.

—¿Vas a ayudarme o no?

—Lo haré Terry, lo haré, pero tienes que saber que cometes un grave error.