Capítulo 16
Candy se hallaba sentada con sus padres tomando té como tantas tardes desde que sus obligaciones se habían reducido a satisfacer el deseo del duque, pero esta vez era distinto pues por la seriedad del semblante de sus padres sabía que había algo que querían contarle y suponía que no le iba a gustar. Efectivamente, fue su madre la que comenzó la conversación:
— Hija mía hemos notado que las cosas entre Lord Terrence y tú han….mejorado un poco ¿no?
— ¿Por qué lo dices mamá?
Esta vez fue su padre quien carraspeó y tomó la palabra:
—Bueno, antes estabas todo el día limpiando, apenas te veíamos para comer y ahora se ve que tus obligaciones se han relajado, al duque no se le ve tan serio y a veces sé que pasáis tiempo a solas en la biblioteca.
Candy tomó un sorbo de su té a la vez que pensaba en lo que debería contestar; evidentemente la verdad estaba fuera de toda consideración pero decidió sincerarse al menos en lo que a ella respectaba, de todas formas dudaba mucho haber logrado engañar alguna vez a sus padres respecto a los sentimientos que Lord Terrence le inspiraban.
—Bueno, es cierto que con el paso de los días la hostilidad se ha suavizado entre nosotros…y… a veces a Lord Terrence le gusta que charlemos y me pregunta sobre cómo es mi vida actual…
—¿Le has hablado de Laura?
—¡¡¡Por supuesto que no!!!! —Candy apoyó con fuerza la taza sobre el platillo, provocando un soniquete agudo que sobresaltó a su madre— y no debe saberlo jamás.
—Tranquilízate hija, ni tu padre ni yo diremos nada, pero ¿qué es exactamente lo que temes?
—Bueno…., él ya se comportó de manera irracional una vez —"más de una", pensó para sus adentros— y temo que pueda utilizar a Laura para hacerme daño e intentar quitármela……¡no lo soportaría!
El señor y la señora White se cruzaron una mirada silenciosa pero muy significativa.
—Creía que las cosas entre Lord Terrence y tú se habían normalizado —añadió su padre mirándola mordazmente.
—Nada es normal entre el duque y yo —Candy enfrentó la mirada de sus padres y en sus ojos se reflejaba todo el dolor que sentía por su amor imposible—. Inexplicablemente sigo experimentando sentimientos muy profundos hacia él pero tal y como ya ocurrió antes no son correspondidos….
—¡Oh, pobre hijita mía! —exclamó su madre a la vez que cubría su mano con una palmada cariñosa.
Candy compuso una sonrisa sacando fuerzas de donde no las tenía:
—No os preocupéis por mí, mi corazón se encuentra bien acorazado y además sólo me quedan unas semanas más que estar aquí, luego volveré a mi vida normal —y no pudo evitar preguntarse porqué este pensamiento que antes le resultaba tan tranquilizador ahora provocaba un nudo en su pecho.
Esa misma tarde Candy se acercó a los establos, no había vuelto desde los primeros días en que fue a visitar a su querido amigo, tampoco había tenido ocasión de acercarse a la casa que el joven compartía con Annie para saludar a la joven. Necesitaba desahogarse, además se sentía culpable por no haberse sincerado con Archie: él era lo más parecido a un hermano que tenía, y ese era el momento ideal ya que el duque llevaba toda la tarde encerrado en la biblioteca esperando a su amigo, Lord Alistair, para tratar "asuntos de extrema importancia", según sus propias palabras al pedir que nadie le interrumpiera esa tarde.
Encontró al joven limpiando el caballo bayo que solía tirar del carro de los suministros; al verla, Archie le pidió que esperara un momento mientras se refrescaba utilizando un cubo de agua limpia que tenía reservado a tal fin. Mientras se secaba la cara y las manos se acercó a ella:
—¿A qué debo el honor de tu visita?
—Pues tenía ganas de verte…
—¡Oh, vamos Candy! Te conozco demasiado bien y sé que te traes algo entre manos…¿tiene que ver con Annie? —añadió con la alarma pintada en su rostro.
Candy sintió una punzada de remordimiento ya que apenas había pensado en el estado de la joven esposa de Archie tan absorbida estaba por sus propios problemas.
—No, no, no te preocupes, no es de ella de quien te quiero hablar — Candy titubeó un poco preguntándose cómo comenzar—. Se trata de un asunto que debí contarte hace mucho tiempo pero no me atreví y ahora, que se acerca el momento de irme quiero que no haya secretos entre nosotros…
Archie presintiendo la seriedad que se escondía tras las explicaciones de la joven se sentó junto a ella, sobre un enorme fardo de paja y la animó a continuar apretando fuertemente su mano. Entonces Candy empezó a contarle todo: cómo había sido su relación con el duque hacía tres años, la forma cruel en que él la había echado de Grandchester y de su vida, el nacimiento de Laura —que provocó que Archie soltará una ahogada exclamación de sorpresa —, su enfermedad y el tratamiento que le había obligado a pedirle dinero al duque. Dudó un poco sobre si contarle cuál era el trato al que habían llegado pero al final decidió que ya que estaba sincerándose bien podría hacerlo del todo así que le dijo que volvían a ser amantes y no le ocultó el profundo amor que sentía por él.
Archie durante unos minutos no pudo reaccionar pero luego se levantó indignado:
—¡Maldito sea!
Candy se levantó a su vez, se acercó al joven y lo abrazó a la vez que decía:
—¡No te preocupes por mí, Archie! Ya hace tiempo que he admitido que lo nuestro no es posible y además pronto volveré con mi pequeña Laura que me proporciona todas las alegrías y satisfacciones que necesito.
En ese momento escucharon los cascos de un yegua que se acercaba y paraba a las puertas de la caballeriza. Archie salió para atender al animal y Candy salió tras él, dispuesta a dirigirse hacia la casa; su mirada se cruzó con la de Lord Alistair que acababa de desmontar y la miraba con el ceño fruncido. Haciendo una leve inclinación de cabeza se dirigió hacia la casa preguntándose a qué se debería el evidente enfado del noble y deseando que los asuntos que tuviera que tratar con Lord Terrence no ensombrecieran también el ánimo de éste.
Por su parte Lord Alistair no perdió tiempo en el establo y salió hacia la casa deseando contarle a Terry lo que había descubierto y lo que se había encontrado nada más llegar a Grandchester: esa furcia seguía viendo al mozo de cuadra, era evidente por la expresión de ambos que había interrumpido algo que no querían que se supiera: ella se alejó rápidamente con un suave sonrojo tiñendo sus mejillas, él permanecía desusadamente serio y ceñudo. Sabía que sus noticias iban a afectar mucho a su amigo pero cuanto antes supiera qué clase de mujer era la joven mejor para él pues aunque Terry no lo quería admitir él sabía que su amigo se hallaba profundamente enamorado de ella. En cuanto entró en la casa le informaron de que Lord Terrence se hallaba esperándole en la biblioteca y sin perder ni un instante se dirigió hacia allí.
Encontró a Terry de pie asomado al ventanal que había tras su escritorio; en cuanto sintió los pasos de Alistair se volvió y se acercó al bar a preparar un par de copas. Alistair aprovechó para quitarse los guantes y tomar asiento esperando a que Terry se acercara ofreciéndole la bebida. Cuando ambos estuvieron instalados Alistair se disculpó por no haber acudido el día anterior pero, tal como le dijo, un asunto de máxima urgencia lo había retenido en Londres.
—Bueno, qué ¿has averiguado dónde va Candy?
Alistair terminó de beber un sorbo del excelente licor que su amigo le había preparado y mirando fijamente a Terry a los ojos respondió muy serio:
—Sí, sé dónde va y créeme, no te va a gustar ni un pelo.
Terry sintió que un frío temor apretaba sus entrañas, no quería escuchar nada malo de Candy, quería seguir adelante con sus planes: hacerla su amante, pasar largas temporadas con ella en una acogedora casita en Londres, y sí, maldita sea, compartir todo lo que compartían antes y que tanto echaba de menos; había fantaseado con oír palabras de arrepentimiento sincero de boca de la joven que le permitieran perdonarla y empezar donde lo dejaron pero las palabras de Alistair auguraban que probablemente nada de esto iba a ser posible.
—Habla.
—Ha estado en las afueras de Londres, en la residencia de los Westmoreland.
—¿Los duques de Westmoreland?
—Sí, claro, ¿qué otros Westmoreland podrían ser?
—¿Y qué hacía allí? —un terrible presentimiento se iba apoderando de él.
—La residencia ya no pertenece a los duques, la donaron para crear una especie de balneario.
Una arruga de preocupación ensombreció la frente del duque:
—¿Está enferma? ¿Qué le pasa?
Alistair sintió como la furia subía por su pecho al constatar la preocupación de su amigo.
—No, no es ella quien está enferma…..es su hija.
Por un instante Terry lo miró sin entender lo que Alistair le estaba diciendo.
—¿Una hija?
Sin poder mantenerse quieto se levantó y comenzó a dar vueltas por la habitación; Alistair lo observaba en silencio dejándole tiempo para que sacara sus propias conclusiones. Tras unos largos minutos Terry se volvió hacia él con la cara demudada por el espanto:
—¿Una hija mía?
Alistair lo miró incrédulo:
—¿¡Tuya!? ¿Crees que no se habría puesto en contacto contigo para pedirte dinero si tuviese una hija tuya? —tomó aliento y siguió hablando: —además, adivina con quién estaba cuando he llegado…..—al ver la mirada horrorizada de Terry corroboró sus sospechas— sí, con tu mozo de cuadras y ambos han puesto una expresión de lo más culpable cuando me han visto.
Terry volvió a sentarse y apoyó la cabeza en las palmas de la mano; estuvo así durante tanto tiempo que Alistair se levantó y se acercó preocupado. Justo cuando iba a tocarle el hombro levantó la cabeza y con la mirada perdida le preguntó:
—¿Has visto a la niña? ¿Sabes cuántos años tiene?
—No, no la he visto. Ella estuvo dentro de la residencia durante un par de horas más o menos y en cuanto la vi salir aproveché para entrar y preguntar si la señorita White había acudido ese domingo allí. Me dijeron que no conocían a ninguna señorita White y al describírsela y decirle que suele ir todos los domingos la secretaria que me atendió dijo que esa es la señora Tyler…..
Terry lo miró incrédulo.
—¿Se ha casado?
—¡Oh por Dios Terry! ¡Claro que no! Seguramente se ha cambiado el nombre para que no la reconozcan….
—¿Cuántos años tiene la niña?
—Aún no ha cumplido tres.
Cabía la posibilidad de que pudiese ser suya pero tenía que reconocer que si este fuese el caso ella habría aprovechado esta circunstancia para tratar de chantajearlo o habría utilizado este argumento a la hora de pedirle las trescientas libras. ¿Por qué no había tratado de endosarle la paternidad de esa niña? Seguramente era el vivo retrato del joven Archie; se preguntó si la esposa del joven sabría algo de esto, lo dudaba. Y ¿qué le había dicho Alistair? ¿Qué estaba con él esa tarde?...¡Maldita fuese! Se había jurado a sí mismo que no volvería a permitir que Candy le hiciese daño y ahí estaba, sintiendo que el corazón que creía que ya no tenía le dolía como si se lo hubiesen apuñalado. No fue consciente de estar apretando el fino cristal de su copa hasta que sintió como este se clavaba en su carne. Enseguida Alistair se levantó al ver como la sangre resbalaba entre los dedos de Terry, pero no le dio tiempo a quitarle los restos de la copa, pues Terry la estrelló contra la pared a la vez que un terrible rugido salía de su garganta.
