Capítulo 18
Los días que siguieron fueron los peores en la vida de Annie, peores incluso que cuando creía que Archie amaba a Candy: los remordimientos y la culpabilidad no la dejaban ni siquiera dormir. No se había atrevido a contarle a Archie cuál había sido su papel en las desventuras de la joven y aunque sabía que acabaría contándoselo había algo que debía hacer primero, sólo estaba haciendo acopio de valor para acometer la que sabía era su obligación, pero no era fácil tomar esa decisión pues la joven temía que el duque, con razón, la echara de Grandchester y ahora que su hijo estaba a punto de nacer necesitaban más que nunca un hogar.
La actitud del duque no la ayudaba, ni mucho menos, a decidirse: su semblante siempre estaba taciturno parecía que nada le importaba; Lord Alistair le visitaba muy a menudo y ambos en esas ocasiones bebían más de la cuenta: daba la impresión de que también el vizconde estaba atravesando su infierno particular. Los días transcurrían y el ambiente de la casa era cada vez más opresivo: el duque no hablaba con nadie, el señor y la señora White a pesar de que cumplían con sus tareas de manera impecable lo hacían de forma distante, Archie y ella también se habían dejado absorber por el desánimo aunque cada uno por una razón diferente, hasta el pequeño Charles empezó a hacer gala de una rebeldía muy poco común en él.
Por su parte Candy había vuelto a su vida normal, por fin tenía a su hija Laura con ella, muy mejorada, aunque el doctor Lindsend le había dado varias recomendaciones a tener en cuenta, sobre todo, que evitara jugar en el jardín en la época de eclosión de las plantas y que se asegurara de que su habitación estuviese siempre libre de polvo. A pesar de la alegría que sentía por ver a su hija sana y volver a estar con ella Candy buscaba a menudo encontrarse a solas pues el dolor que sentía por la pérdida de Terry se le hacía insoportable. La señora Buttercup notó la tristeza de la joven y por más que lo intentó no logró sonsacarle nada, a veces la sorprendía llorando, entonces la abrazaba amorosamente hasta que Candy, avergonzada, se secaba las lágrimas y retomaba sus tareas. Solamente el cuidado de su hija hacía que se esforzara por salir del terrible pozo de desesperación en el que sentía que se estaba hundiendo.
Al poco de su vuelta de Grandchester empezó a visitarla con cierta frecuencia el señor William Ardley. El señor Ardley era un acomodado granjero unos quince años mayor que Candy, alto y elegante, con un fino cabello de color rubio ceniza y un semblante por lo general agradable y sonriente. Siempre había mostrado una gran amabilidad con ellas, a menudo les traía hortalizas y frutos de su granja y se había ofrecido un par de veces a llevarlas en su carreta a Tilbury cuando necesitaban adquirir alguna mercancía. Ahora su interés por Candy era más que evidente y solía visitarla casi todas las tardes y acompañarlas los domingos a la iglesia.
La señora Buttercup la animaba para que alentara los avances del hombre, era uno de los mejores partidos del lugar, un hombre respetable y formal, de buen carácter y a todas luces encandilado por ella; pero a pesar de que Candy siempre era amable con él y disfrutaba de su compañía no podía imaginarse compartiendo su vida y su cama con alguien que no fuera Lord Terrence. No obstante con cada día que pasaba iba pensando más en la posibilidad de aceptar las evidentes atenciones amorosas del señor Ardley: su amor por Terrence era imposible y William sería un buen padre para Laura. Tenía que pensar en su hija y él estaba en condiciones de proporcionarle unas comodidades que ella no podía ofrecerle. Poco a poco fue cambiando sutilmente su manera de relacionarse con el señor Ardley: aceptaba siempre sus propuestas de pasear juntos e incluso empezó a aceptar pequeños regalos que el hombre le hacía a ella o a Laura: cintas para el pelo, muñecas talladas en madera, hasta una hermosa tetera de porcelana. Debía admitir que la compañía del señor Ardley era muy agradable, se trataba de un hombre atento que siempre procuraba que se sintiera cómoda en su compañía y generalmente lo lograba. Candy sabía que su unión con él estaría exenta de sobresaltos, sería un matrimonio tranquilo y falto de pasión, pero al menos se acabaría su soledad. Debía olvidarse definitivamente de Lord Terrence.
Una tarde mientras paseaban por el bosquecillo de abedules que rodeaba el pueblo el señor Ardley le pidió que se detuvieran y quitándose el sombrero a la vez que carraspeaba, comenzó a hablar:
—Verá señora Tyler, espero que no considere un atrevimiento lo que me dispongo a decirle, aunque creo que usted ya sabrá lo que me anima a decirle estas palabras.
Candy sintió que su corazón se aceleraba….¡oh, Dios! no se sentía aún preparada para tomar una decisión definitiva y estaba muy claro lo que el hombre le iba a pedir. Sin emitir ni una sola palabra le sonrió trémulamente, animándolo así a continuar hablando.
—Hace mucho tiempo ya que debería haber tomado una esposa pero nunca había sentido el peso de la soledad hasta que la conocí a usted. Me sentía completamente feliz con mi granja y no echaba de menos nada más —en este punto enrojeció violentamente y Candy supo que ese iba a ser el momento en el que le pediría que fuese su esposa—. Pero ahora, desde que la conozco ya nada me satisface como antes y sólo pienso en lo agradable que sería que usted….que accediera a convertirse en mi esposa.
A pesar de esperárselo Candy no pudo evitar dar un respingo; el señor Ardley, notándolo, la cogió de las manos y prosiguió hablando atropelladamente:
— Sé, por la señora Buttercup, que estaba usted muy enamorada del señor Tyler y que sufrió mucho con su muerte. No aspiro a que me ame igual aunque espero que el tiempo y el afecto mutuo nos lleve a compartir un cariño parecido al que ustedes se profesaban. Le prometo que siempre las trataré bien a usted y a la pequeña Laura.
Candy sintió una gran ternura hacia el hombre que con tanto esfuerzo le abría su corazón sin reservas ¡si nunca hubiese conocido al duque de Grandchester se sentiría más que feliz de recibir una proposición como aquella! aún así un resto de esperanza le hizo no aceptar del todo la propuesta del señor Ardley:
—Señor Ardley debo decirle que me siento profundamente halagada por su proposición. Efectivamente mis sentimientos hacia…el difunto señor Tyler eran muy profundos pero soy consciente de que ya nunca lo podré recuperar. Aún así antes de aceptar su propuesta me gustaría que nos conociésemos un poco más…si a usted no le importase que siguiéramos viéndonos un tiempo como hasta ahora antes de tomar ninguna decisión….
Besándole la mano, el señor Ardley contestó:
—Por supuesto querida, esperaré todo lo que sea necesario.
Había pasado más de un mes desde que Candy se había ido cuando Annie decidió ir a hablar con el duque: el momento del parto se acercaba y retrasar lo inevitable era absurdo, sólo serviría para prolongar su sufrimiento. Esa tarde le dijo al señor White que deseaba hablar con Lord Terry; éste, con su legendaria imperturbabilidad no demostró ninguna sorpresa por la extraña petición de la joven, se limitó a trasmitírsela al duque que accedió distraídamente a recibir a la joven.
Cuando ésta entró en la biblioteca hizo ademán de hacer una reverencia pero Lord Terry se lo impidió con un leve movimiento de la mano. Viendo el rubor y la evidente incomodidad de la joven le preguntó amablemente:
—Bien, ¿qué es lo que quería decirme señora…?
—Conrwell, Annie Conrwell, milord —Annie tragó saliva y se dispuso a contarle cuál había sido su papel en el malentendido que había acabado con Candy expulsada de Grandchester.
A medida que la esposa de Archie iba hablando, Terry sentía que el color abandonaba su rostro hasta el punto de empezar a encontrarse físicamente enfermo….si todo lo que la joven le decía era verdad había cometido un error terrible, imperdonable…entre brumas oyó las últimas palabras de Annie:
— …por lo visto todos en la casa saben de la relación de hermanos que han mantenido siempre Archie y Candy, no era nada extraño que se vieran y hablaran de sus cosas.
— Pero…, pero yo los vi cuando él le mostró un anillo —Terry se había levantado y andaba aturdido por la biblioteca.
— Ese anillo era para mí, recuerde que al poco tiempo de irse Candy, Archie y yo nos casamos….
— ¡Oh, Dios mío! ¿Qué he hecho? — agarrándose los cabellos agachó la cabeza.
Annie, observando el evidente tormento por el que estaba pasando el duque no pudo evitar romper a llorar.
—¡¡Lo siento!! ¡¡Lo siento mucho!!
—¡¡¡Vete!!! —la voz del duque sonaba ahogada: — ¡Fuera de aquí!
Annie, llorando, salió rápidamente de la biblioteca, oscilando su estado de ánimo entre el alivio por haber cumplido con el consideraba su deber y la culpabilidad al ser testigo de todo el daño que sin saber había causado; ahora debería hablar con Archie, explicárselo todo y rogarle que la perdonase.
Mientras Terry, al ver que Annie salía se dejó caer lentamente al suelo incapaz de soportar el peso de su equivocación: había alejado de su lado a la única mujer a la que había amado y a la que podría amar jamás ¿por qué no había confiado en ella? ¿Cómo había podido estar tan ciego? Nunca supo cuanto tiempo permaneció así, horas seguro, pues el día dio paso a la noche; lo sacó de su estupor un breve golpe en la puerta y la entrada del mayordomo que abriendo los ojos como platos al verlo arrodillado en el suelo le anunció que Archie Conrwell quería verlo.
—Dile que pase —a la vez que decía estas palabras se incorporaba lentamente del suelo— y quédate tú, lo que Archie va a decirme te interesa a ti también.
Cuando Archie entró vio al duque pálido, con una extraña mirada en sus ojos. Annie se lo había contado todo y pensó que debía ir a hablar con el duque para aclararle cualquier duda que pudiera quedarle.
—Lord Terrence —exclamó respetuosamente a la vez que inclinaba la cabeza—. Annie me ha contado todo lo que ha pasado, cómo ella habló con la señora duquesa y le dijo que la relación entre Candy y yo era….de índole amorosa….
En este punto el señor White no pudo evitar exclamar:
—¡Dios del cielo! ¿Qué le hizo pensar semejante barbaridad? Archie es como mi propio hijo, lo más parecido a un hermano que tiene Candy…
Terry les cortó bruscamente:
—Todo eso ahora lo sé, lo único que quiero es que me digan dónde puedo encontrar a Candy.
El señor White carraspeó y con enorme dignidad añadió:
—Me temo que eso no va a ser posible milord, Candy jamás me lo perdonaría.
Terry lo miró atónito y por un momento pensó recurrir a las más horribles amenazas que se le venían a la mente pero sabía que eso empeoraría aún más el concepto que Candy debía tener de él, además, lo único que deseaba era pedirle perdón, suplicárselo, arrastrarse si era necesario y ella jamás lo perdonaría si perjudicaba, de alguna manera, a sus padres o a Archie. Tendría que encontrarla de otra manera: pondría a trabajar a los más reputados detectives de Londres tras la pista de la joven, la buscaría él mismo si hacía falta, pero debía intentar recuperarla pues sin ella su vida era una sucesión de días grises y monótonos sin la más mínima alegría.
