Capítulo 19

El señor y la señora White veían pasar los días compadeciéndose de los esfuerzos que hacía Lord Terrence por dar con el paradero de Candy. Al menos tres detectives habían desfilado ya por Grandchester, además el duque preguntaba a todos, sirvientes y aldeanos si alguien podía darle alguna pista del destino de la joven. La señora White estuvo a punto de apiadarse de él una noche que tuvo que acudir a su dormitorio alertada por los terribles ruidos que se oían: el duque se hallaba borracho, destrozando los cuadros y el mobiliario y repitiendo sin cesar el nombre de su hija, aún así supo contenerse ya que no había tenido ocasión de hablar con Candy desde que esta se había ido y no quería traicionar la confianza que ella había depositado en ellos. Asimismo sabía que en cuanto salieran para visitarla, Lord Terrence los seguiría y según la opinión del señor White sería prudente esperar más tiempo antes de propiciar que ambos se encontraran, hecho este que sabían inevitable.

Para Lord Terrence el tiempo que había trascurrido desde la partida de Candy había sido el peor de su vida, peor incluso que tras la primera partida de la joven tres años atrás porque entonces la furia le ayudó a seguir adelante, pero ahora, sabiendo que todo lo que había creído de la joven era mentira la culpabilidad y los remordimientos no lo dejaban vivir. Él la había arrojado a la calle….a ella y a su hija. Al pensar en esa niña sintió un dolor insoportable en el pecho, su hija, había estado enferma y él no había movido un dedo por ayudarla, ni siquiera podía enfadarse con Candy por no habérselo dicho después de la forma en que él la había tratado….¡Dios! cualquier castigo que se le ocurría le parecía poco para pagar sus culpas, excepto el de perderlas, eso era algo que no podía aceptar por más que se lo mereciera. Como siempre durante todos esos largos días se hallaba pensando dónde podría estar la joven; suponía que estaba bien, pues vigilaba muy de cerca al mayordomo y el ama de llaves y sabía que si algo malo les sucediese a Candy o a la niña correrían enseguida a socorrerlas. Volvió a pensar en la pequeña: ni siquiera sabía su nombre. Como impulsado por un resorte tiró de la fina cadena que servía de llamador; al instante apareció White.

—¿Qué desea milord?

—Siéntese y dígame cómo es mi hija.

Por un instante el señor White dudó sobre si satisfacer la curiosidad del duque o no pero sabía que a Lord Terrence se le podían reprochar muchas cosas pero no precisamente la de no ser buen padre. Pensó que no le hacía daño a nadie si respondía al duque.

—Laura es una niña encantadora, vivaz y alegre, tiene su pelo y sus ojos, aunque los rasgos de su cara son más parecidos a los de su madre…..cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener una hija como ella.

—Y…¿cuál es su enfermedad?

—Bueno, es un tipo de enfermedad respiratoria que le causa crisis muy alarmantes, pero con el tratamiento del doctor Lindsend ha respondido muy bien…mi hija está muy contenta.

Lord Terrence se quedó pensativo…había algo, un detalle que se le había escapado por su obviedad: ¡la residencia de los Westmoreland! Allí seguramente tendrían datos sobre la pequeña paciente ¡cómo no se había dado cuenta antes! Ansioso por ir cuanto antes se levantó bruscamente, haciendo que el señor White se levantara a su vez azorado:

—¿Ocurre algo milord?

—Nada, dígale a Archie que vaya preparando a Teodora mientras yo me cambio de ropa.

Sentado en la misma sala en la que, casi tres meses antes había estado Candy, Terry esperaba a que el doctor Lindsend pudiera atenderlo. Había utilizado su nombre y título para asegurarse ser recibido cuanto antes; al llegar había quedado gratamente sorprendido por el ambiente que reinaba en el lugar, le alegraba saber que su hija había estado en uno de los mejores balnearios de toda Inglaterra, comprendía perfectamente para qué había querido Candy las trescientas libras y no pudo evitar admirarla por haber soportado tantas humillaciones sólo para lograr que su hija, la hija de ambos, tuviera lo mejor. Este pensamiento le hizo ruborizarse: otro pecado más que añadir a la lista; sabía que no era digno de una mujer tan honesta y leal como ella pero el renunciar a conseguirla estaba fuera de toda consideración: la amaba demasiado como para imaginarla lejos de su vida, era egoísta, lo sabía, pero con Candy sería como el perro callejero que ha encontrado un hueso: no la soltaría jamás. Tras cinco minutos el doctor Lindsend apareció disculpándose torpemente por la espera.

—No se preocupe doctor Lindsend.

—Dígame milord, en qué puedo servirle.

—Verá, hay una persona a la que me urge encontrar y he recordado que …su hija —había estado a punto de decir "mi" pero se había corregido a tiempo— estuvo aquí ingresada hace poco tiempo.

—Y ¿de quién se trata milord?

—De la pequeña Laura Tyler. Busco a su madre, la señora Tyler.

El doctor Lindsend lo miró fijamente, su semblante se había vuelto grave.

—Sí, las recuerdo perfectamente a ambas…disculpe mi osadía pero….la señora Tyler parece una mujer encantadora y no me gustaría causarle ningún perjuicio.

—No tema nada de mi parte doctor, le doy mi palabra de que no tengo la más mínima intención de causarles daño a ninguna de las dos.

El doctor Lindsend no tenía modo de saber que lo que le decía Lord Terrence era cierto, pero uno no se negaba a los deseos de un duque alegremente así que no tuvo más remedio que creer en su palabra.

—Bien, siendo así mi secretaria, la señora McGilly le dará todos los datos que usted necesite.

Candy se hallaba paseando por los alrededores de la escuela con William; desde que este le había pedido matrimonio había insistido en que lo tuteara y dejasen de lado las formalidades. Cada vez consideraba más seriamente su propuesta, él era un buen hombre y les proporcionaría a ella y a su hija una vida sencilla pero sin estrecheces, además se sentía cansada de soñar y esperar algo que sabía que nunca podría ocurrir. En ese momento William le estaba diciendo que tal vez a Laura le gustaría tener un pollito.

—….podríais venir un día a la granja, por supuesto en compañía de la señora Buttercup, así Laura podrá elegir el que más le guste.

—Eres muy amable William, seguro que le encantará la idea —se miraron y sonrieron.

A pesar de que jamás podría llegar a amarlo como amaba a Lord Terrence sabía que no le costaría ningún trabajo respetarlo y sentir un profundo cariño hacia él y eso era más de lo que muchos matrimonios llegaban a compartir en la vida.

En ese momento oyeron los cascos de un yegua que se acercaba.

—¡Qué extraño! —murmuró William — ¿quién podrá ser?

Candy hizo pantalla con la mano sobre los ojos a la vez que miraba hacia el yegua que se acercaba; conforme iba aproximándose una expresión de perplejidad se fue dibujando en su cara…no era posible, esa yegua era igual que Teodora y el jinete tenía los mismos hombros anchos y el mismo pelo negro que Terry….sí, no había duda, era él, pero ¿cómo la había encontrado?

Al llegar junto a ellos Terry frenó a Teodora y descabalgó; el corazón le latía a mil por hora y sentía una enorme alegría por haberla encontrado al fin, por poder decirle todo aquello que llevaba semanas dando vueltas en su cabeza. Sólo tenía ojos para ella: sus grandes ojos, la curva decidida de su barbilla, el pelo, tan brillante….por un instante no pudo decir nada, se limitó a mirarla tan fijamente que William, incómodo y sorprendido carraspeó diciendo:

—Disculpe señor….

Por fin Terry notó la presencia del hombre, este tenía la mano de Candy apoyada sobre su antebrazo y frunció el ceño sin poder evitarlo.

—Lord Terrence, Duque de Grandchester.

William se sintió impresionado, era la primera vez que veía un duque tan de cerca y desde luego este no parecía ser un dechado de virtudes y modales, su cara seria, el gesto adusto y los profundos ojos azules que lo miraban tan fijamente hicieron que se pusiera un tanto nervioso, aún así se presentó a su vez con voz firme:

—Lord Terrence, es un honor conocerlo. Mi nombre es William Ardley y esta es la señora…

—Sé perfectamente quién es y me gustaría hablar con ella a solas.

William se sentía reacio a dejar a Candy a solas con el duque pero ella asintió ligeramente y le dio unas palmaditas sobre el brazo, tranquilizándolo:

—No te preocupes William, hablaré con el duque y enseguida iré a la casa.

—De acuerdo.

Terry observó toda la escena con el ceño fruncido, no le gustaba la evidente familiaridad que había entre ellos pero sabía que no tenía ningún derecho a reprochárselo: Candy no le debía nada, en todo caso él era el que tendría que dar muchas explicaciones.

—¿Cómo me has encontrado?

—Fui a la residencia del doctor Lindsend y allí me dijeron lo que necesitaba saber…

—Y ¿puede saberse porqué te has tomado tantas molestias?

—Candy…sé que te acusé injustamente, que la relación entre Archie y tú es la relación de dos hermanos, sé que Laura es mi hija…

—¡¡No!! —Candy que se había quedado anonadada al escuchar el tono de súplica en la voz del duque sintió el pánico atenazarle el pecho cuando este nombró a su hija— Laura es hija mía, no me la quitarás.

—Tranquila —Terry hizo ademán de acercarse pero ella se alejó y él, cerrando los puños, prosiguió hablando— no tengo ninguna intención de quitarte nada, he venido a pedirte, a suplicarte que me perdones….no podía soportar la idea de que me estuvieras engañando y enloquecí, no supe mirar más allá de lo que parecía evidente….

—Bueno, si es eso lo que quieres, estás perdonado y ahora perdóname tú a mí, pero debo volver a la casa.

Terry la agarró suavemente del brazo para impedir que se fuera.

—Por favor Candy, escúchame, sé que no tengo derecho a pedirte nada….

—No, no lo tienes.

—Aún así te suplico que me escuches y luego….luego si quieres no te molestaré nunca más.

Candy sentía que su voluntad flaqueaba frente a la presencia del duque, la mano que la agarraba, la curva de su boca….., su corazón temblaba de anhelo y su razón la llamaba idiota una y otra vez pero accedió levemente con la cabeza y Terry la soltó y pasándose nerviosamente una mano por el pelo comenzó a hablar:

—Hace tres años, cuando te fuiste…

—Cuando me echaste.

—Cuando te eché, sentí que mi vida se había acabado, si no hubiese tenido a Charles no sé cómo habría salido de la desesperación en la que me hundí: te odiaba pero a la vez eras lo que más anhelaba del mundo y me odiaba a mí mismo por seguir deseándote a pesar de lo que creía que me habías hecho.

Candy no se atrevía a mirarlo pues lo que Terry le estaba contando era exactamente lo que ella había sentido.

—Cuando volviste la esperanza, que creía haber perdido, renació en mí con la fuerza imparable de un torrente. Quería vengarme de ti pero sobre todo disfrutaba viéndote, teniéndote al alcance de mi mano, porque nunca, jamás, te he olvidado; llegó un momento en el que tenía que recordarme a mí mismo porqué tenía que despreciarte pues la alegría de tenerte a mi lado era muy superior a cualquier otra consideración…

Silenciosas lágrimas rodaban por las mejillas de Candy, ella ni siquiera era consciente de que estaba llorando. le creía a Terry pero tenía miedo de volver a confiar en él temía ver su corazón otra vez expuesto al dolor y a la traición.

—Lo siento…yo —no pudo continuar hablando y los sollozos que pugnaban por salir de su garganta estallaron. Terry se acercó y la abrazó —. Yo he sufrido mucho, no comprendía por qué te portabas así y ahora estoy tratando de rehacer mi vida, una vida en la que prefiero que no estés tú…

—Candy….por Dios, ¿no puedes perdonarme?

—No se trata de eso, Terry, mi vida ahora es más tranquila sé que esperar de ella.

—¿Tiene algo que ver en esta nueva vida el señor Ardley?

—Oh, el señor Ardley ha sido un ángel con nosotras y….—Candy enmudeció, no podía decirle que no era capaz de amar a nadie que no fuera él y sabía que eso sería así siempre.

Terry se quedó en silencio sabiendo que no tenía derecho a reclamarla, que le debía al menos darle lo que le pedía pero no podía resignarse a perderla, a ver como se iba con otro hombre...; ella aprovechó su vacilación para dirigirse lentamente hacia la casa pues sabía que cada instante que pasaba cerca de él sus defensas se debilitaban. No había dado más de dos pasos cuando Terry la agarró y dándole la vuelta la besó apasionadamente; ella intentó resistir pero era una batalla que sabía perdida de antemano y con un suspiro se rindió a los labios de Terry. El familiar éxtasis fue apoderándose de todos sus miembros dejándola débil, suavemente el duque fue separando sus labios de los de ella aunque la mantuvo fuertemente apretada contra él, con la barbilla apoyada sobre la cabeza de la joven.

—No te vayas con él, quédate a mi lado —al notar la voz quebrada de Terry Candy levantó la mirada y se sintió profundamente conmovida al ver la humedad en los ojos azules del duque— si no lo haces por mí hazlo por nuestra hija, por Charles, por estar con tus padres, busca una razón, la que sea, a mí me servirá, ¿no te das cuenta? Perderte acabará conmigo….¡te amo tanto!

—¡Oh, Terry! ¡¡Tengo tanto miedo!!

—¡Shhh, cariño! Voy a dedicar mi vida a hacerte feliz, es lo único que deseo —viendo que profundos sollozos sacudían los hombros de la joven volvió a besarla con toda la pasión que sentía por ella.

Al rato Candy se separó con los labios hinchados por la pasión y los ojos brillantes:

—No tengo más opción que creer tus palabras porque no puedo imaginar una vida sin ti….

Sonriendo Terry la alzó en sus brazos dando vueltas con ella hasta que Candy, entre risas, le pidió que la bajara. El duque así lo hizo y de repente, la expresión de sus ojos cambió y con cierto titubeo sacó una pequeña caja que tenía en el bolsillo tendiéndosela a Candy en silencio. La joven la abrió con dedos torpes y no pudo evitar una exclamación de placer y sorpresa cuando vio un precioso anillo de oro con una gran esmeralda.

—¡Oh Terry! ¡Es tan bonito!

—Lo compré hace tres años iba a pedirte que fueras mi esposa….lo guardé sin saber porqué, pero ahora sé que siempre he tenido la esperanza de volver a recuperarte —arrodillándose sobre el césped y abrazándose a sus piernas con reverencia le preguntó: — ¿Me honrarás casándote conmigo?

Candy entre risas y sollozos de profunda alegría se dejó caer al suelo junto a él y besándole suavemente en los labios dijo:

—No hay nada que desee más en este mundo.

Sonriendo ampliamente el duque dijo:

—Ahora creo que hay una personita a la que debes presentarme…

—¡Oh, Laura! …Ella no sabe quién es su padre.

—Bien, pues ha llegado el momento de decírselo.

Cogidos de la mano se dirigieron hacia la casa sintiendo ambos que, por fin, todo a su alrededor era como debía ser.