II
Caminaba de un lado a otro nervioso. Insistentemente su vista se clavaba ansiosa en la puerta de la habitación.
Pesé a las suplicas de su esposa y de él mismo, no le permitieron pasar, bajo el argumento de que mucho ayuda el que no estorba.
Sólo quedaba esperar.
De adentro no se oía ningún sonido en particular, de vez en cuando se escapaba el sonido seco del chapoteo del agua.
Se recargó en una de las columnas que sostenían el gran caserón, donde dieciséis años atrás, él también había venido al mundo.
Elevó su cabeza al cielo y contempló el continuo ir y venir de las nubes. Lanzó un suspiró al aire, de un momento a otro se convertiría en padre.
No le temía a la responsabilidad, desde que se enteró de su llegada, tuvo muy presente todo lo que conllevaba. Incluso, tanto él como Anna previeron que harían en caso de que falleciera durante aquella batalla colosal, de la que por fortuna había salido bien librado. Y sabía perfectamente que mucha de su fuerza y determinación en aquellos momentos fue porque quería conocer a su hijo.
A lo que realmente le tenía miedo era a no ser un buen padre, a no saber guiar al pequeño que llegaría y que lo necesitaría. No quería repetir los errores de su propio padre, deseaba enormemente estar para su hijo en todo momento. Cuidarlo, protegerlo.
Dirigió su mirada al enorme jardín y sonrió al imaginarse que dentro de algún tiempo corretearía con su hijo ahí mismo. Le enseñaría tantas cosas… como nadar, andar en bicicleta, lo entrenaría él mismo para convertirlo en un gran chamán. Le daba emoción pensar en todas las anécdotas que le contaría y de todas las aventuras que juntos vivirían. Incluso tal vez, ambos podrían huir juntos de Anna y de sus entrenamientos infernales.
Un potente chillido lo sacó de sus pensamientos, su corazón comenzó a latir con fuerza y se dirigió raudamente hacia la puerta. Su cuerpo temblaba debido a la expectación. Solo alcanzaba a escuchar el ir y venir de los pasos junto con los murmullos de voces femeninas pero la puerta no se abría.
La puerta tardó un tiempo más en abrirse, un tiempo que le pareció eterno.
Cuando por fin lo hizo, el rostro sonriente de su madre apareció, colocó su mano sobre su hombro y le dio unas suaves palmadas. Detrás de ella una sonriente Tamao le indicó con la mirada que pasara.
- Felicidades joven Yoh, es precioso- alcanzó a escuchar que le decía antes de adentrarse en la habitación.
Recostada sobre el futón, con la cabellera rubia revuelta y más pálida de lo usual se encontraba su esposa, exhausta debido al esfuerzo producido.
Su abuela sostenía un pequeño bulto blanco que soltaba pequeños gemidos. Se acercó titubeante y la anciana descubrió parte de la manta, dejando al descubierto a un bebé de rebelde cabellera rubia y mejillas sonrojadas que lanzó un bostezo antes de quedarse plácidamente dormido.
Un inusitado orgullo le nació en el pecho, que más daba no haber ganado la Shaman Fight, ese era su hijo, ese pequeño y perfecto ser era suyo. Suyo y de su Anna. No había nada más valioso que eso.
Con sumo cuidado, la anciana Kino lo depositó en sus brazos. Yoh entonces tembló de emoción y una traviesa lágrima le rodo por la mejilla, jamás se había sentido tan feliz. A pasos lentos y calculados se dirigió hacia el futón donde la mujer de su vida continuaba recuperando el aliento. Se sentó junto a ella y le mostró su maravillosa creación. La rubia se incorporó lentamente y por instinto extendió sus manos para tomar a su hijo en brazos, lo contempló embelesada, había valido la pena tanto dolor.
Al sentir el contacto del pecho de su madre, el bebé abrió sus ojos, revelándoles una mirada ambarina.
- ¡Es hermoso! - exclamó la joven madre.
- Tiene que serlo, se parece a ti – le dijo con ternura en tanto intentaba acomodarle el cabello a su mujer.
A pesar de solo distinguir las siluetas, el pequeño reconocía aquellas voces y esbozo una pequeña sonrisa, que terminó por derretir de amor a Yoh y Anna.
Kino odio internamente romper con aquel momento lleno de ternura, pero había tradiciones que se debían cumplir sí o sí.
- Espero que tengan ya pensado el nombre para el niño- dijo con voz grave y ambos padres levantaron la vista para mirarla- Recuerden que dentro de siete días debemos realizar el oshichiya.
Yoh miró a Anna por un instante para luego asentir con la cabeza. El joven chamán se incorporó y del bolsillo trasero de su pantalón sacó una doblada hoja de papel y se la extendió a Kino. Anna abrió sus ojos desmesuradamente, conocía perfectamente el contenido de esa hoja.
- Lee- le ordenó Kino a su nieto.
El joven padre sonrió con orgullo y pronunció lo ahí escrito. Kino sonrió muy a su pesar, eran unos chicos bastante astutos y el nombre entraba dentro de lo establecido por su familia.
- Ese será entonces- pronunció con solemnidad antes de salir y dejar a ambos jóvenes con su bebé.
Un animado Yoh volvió a doblar la hoja y la guardo una vez más en el bolsillo de su pantalón antes de regresar a lado de su esposa e hijo.
Anna depositó un beso en la mejilla de su esposo, estaba todavía muy cansada como para reñirle por no haberle comentado que de verdad usarían el nombre garabateado sobre el papel, no obstante, reconocía que aquel gesto era bastante dulce de su parte.
Yoh se colocó detrás de ella para rodear con suavidad a su familia con sus brazos, Anna recargo su espalda en su pecho y se acomodó. El bebé al sentir el calor en conjunto de sus padres, volvió a lanzar otro bostezo, sus pequeñas manitas sujetaron con fuerza los dedos anulares de ambos padres, antes de volver a caer dormido.
Fue entonces que supieron que Hana Asakura los tenía atrapados para siempre.
FIN
Aww, el segundo cuento, este estaba previsto para el día del padre que aquí en México se celebró hace como dos semanas, pero pues por una u otra cosa ya no lo pude publicar, como verán también aparece un pedazo de papel, así que por eso se ganó su lugar en este fic. A veces la vida es así se conecta con cosas tan simples. Espero lo hayan disfrutado. ¡Cuídense mucho! ¡Feliz vida!
