Capítulo 2: Mi gozo en un pozo

—Pero, ¿qué…?

La noche era oscura y fresca; las nubes cubrían casi todo el cielo salvo pequeños claros por los que asomaba algún rayo de Luna; la brisa hacía sonar suavemente las hojas de los árboles y un esperpento hecho de piedra, gigantescas setas, ramas y algún tipo de liquen parecía mirarme con estrábicos ojos.

A simple vista se podría decir que se trataba de una especie de figura con forma de señor rechoncho y bajito o… ¿troll? Sin duda, un personaje con un llamativo exceso de vello nasal.

A sus pies, un hoyo, claramente cavado a mano, hacía parecer que el troll era algún tipo de cebo para caer en una trampa. Quizás para alguna novatada. Pero, en tal caso, lo lógico habría sido camuflar de algún modo el agujero.

Sin embargo, nada de eso fue lo que más llamo mi atención. Al lado del hoyo e iluminada por un escurridizo rayo de luz, una increíblemente detallada escultura de hielo con forma de muchacha me dejó completamente obnubilado. Aquella figura era, sin duda, lo más hermoso que había visto en toda mi vida.

Se trataba de una chica joven y delgada, con un par de trenzas y un vestido de época. Pese a lo complicado que pareciese, había sido esculpida en esa ridícula postura que se te queda cuando algo se te está cayendo de las manos y haces lo imposible por recuperarlo aun sabiendo que no lo vas a lograr, como indicando que justo acababa de perder algo en el fondo de aquel hoyo.

Era innegable que quien hubiese montado aquella peculiar escena lo había hecho a conciencia. Pero, o se trataba de algún tipo de plástico o cristal que imitase el hielo a la perfección, o era un trabajo realmente reciente: no tenía sentido si no que la escultura se mantuviese intacta en pleno verano. ¿De qué trataba todo aquello? ¿Quién se complicaría tanto la vida para construir esa escena en aquel rincón perdido del bosque? Y, ¿para qué? ¿Quién esperaban que lo encontrase? ¿Sería para algún tipo de concurso de la tele? ¿Estaría ante el decorado para una película?

Miré a mi alrededor buscando signos de actividad humana: huellas, ramas rotas, cámaras… Pero no logré ver ni escuchar absolutamente nada. Ni siquiera los animales nocturnos parecían atreverse a adentrarse por aquel extraño lugar.

Llevado por la curiosidad, me acerqué despacio y mirando bien por dónde pisaba. No era lo más prudente que había hecho en mi vida, pero aquella escultura me llamaba y sentía la imperiosa necesidad de saber qué era y qué hacía allí. Procuré no pensar demasiado en las terribles cosas que podrían pasarme si aquello era obra de algún sádico y me amparé en el consuelo de no tener a nadie que realmente fuese a echarme de menos.

Me paré a escasamente medio metro de la escultura y acerqué despacio mi mano hasta rozar una de sus trenzas. ¡Oh, Dios santo! ¡Era hielo de verdad! Observé su expresión, su mirada de pánico y la tensión en sus hombros y, por alguna razón, sentí una tremenda lástima, casi dolor.

—Kristoff, es sólo una escultura. ¿Qué estás haciendo?

Sabía que no debía, pero lo hice. Con un nudo en la boca del estómago, encendí la linterna de mi móvil y me asomé por el borde del hoyo como si realmente fuese a encontrar ahí algo que ella ansiase. La respuesta no se hizo esperar. No me lo podía creer. En el fondo del hoyo, una caja metálica terriblemente oxidada parecía esperar a que alguien la rescatase de ahí.

—La caja de Pandora, Kristoff. No la cojas.

Obviamente ignorándome a mí mismo, alargué el brazo y cogí la caja. Si se hubiese tratado de una película, los mil males habrían salido de allí, o un montón de huesos o, quizás, algún tipo de tesoro. Pero, como se trataba de la vida real, al abrir el cierre de la caja, todo lo que pude encontrar dentro fueron un montón de papeles probablemente envejecidos adrede y completamente escritos con una caligrafía exquisita en forma de carta o diario.

Le eché un ojo por encima al escrito y me sorprendí ante el cuidado de los detalles que habían tenido: la carta estaba escrita en algún tipo antiguo de Noruego claramente previo a la consolidación del bokmål. Por suerte, pese a no ser exactamente igual a mi idioma, era fácil de entender.

—Está bien, jugaré a vuestro juego.

Me senté a los pies de aquella misteriosa escultura y, en voz alta, como arrastrado por la escalofriante magia del momento, comencé a leer.

Mi nombre es Anna y soy la princesa de Arendelle.