Capítulo 4: Dios los cría y ellos se juntan.
La voz más hermosa que había escuchado nunca sonó tras de mí.
—¡No me lo puedo creer! ¡Ha funcionado!
Me giré sobresaltado y no pude creer lo que veían mis ojos. La escultura había desaparecido y, en su lugar, una sonrosada pelirroja de ojos azules se miraba las manos con una mezcla de incredulidad y emoción. Mi chaqueta reposaba sobre sus hombros y el rostro era exactamente el mismo que el de la figura de hielo, pero mucho más detallado, suave y salpicado de pecas.
—¡Adoro a ese pequeñín! ¡Me ha salvado el culo! ¡Espera! ¿Eso significa que es diciembre?
—Julio, en realidad —contesté sabiendo que en ese instante habría alguien riéndose de mí. No sabía dónde ni cómo se habían escondido, pero el cambiazo había sido digno de alabanza.
La muchacha levantó la mirada, la clavó en mí y me inspeccionó en la distancia con aparente desconcierto.
—Y, tú eres… —Kristoff —dije tendiéndole la mano a aquella mujer de ensueño que acababa de tomarme el pelo a su antojo.
La chica pareció dudar un instante, pero pronto movió el brazo para estrechar mi mano; sin embargo, al hacerlo, mi chaqueta se descolocó ligeramente y ella puso su atención sobre ella. La cogió con cuidado y la miró de arriba a abajo. Le llegaba casi por las rodillas. Entonces me volvió a mirar.
—¿Esto es tuyo?
—Eh… sí. Eso parece.
—Tú… ¿me has salvado?
—No, no lo creo. Yo no he hecho nada.
—Pero, ¿y esto…? —dijo enseñándome la chaqueta.
—Parecías fría. Bueno, ya sabes, la escultura de hielo que había aquí hace un instante.
—Sí, ya… ésa era yo.
—Ya, claro.
—¿Perdona?
—Oye, mira. No tengo ni idea de para qué habéis montado este numerito, pero ya se ha acabado, ¿vale? Lo he encontrado, me he leído la carta, ya no hay hielo... fin del espectáculo. Yo me voy a casa.
—No tengo la menor idea de a qué te refieres.
—Apuesto a que sacas buena nota en la academia de arte dramático.
—La ¿qué?
—Que tengas un bonito día, o noche, lo que sea.
Me giré de nuevo esperando dejar todo aquello atrás lo más rápido posible y procurando acallar a la absurda rabia que sentía en mi interior al saber lo evidente, que esa Anna que había conquistado mi corazón, nunca existió.
—¡Espera, espera, espera! ¡Kristoff!
—Ahora, ¿qué?
—¿Dices que has leído la nota?
—¿A esa parrafada le llamas nota?
—Bueno, la cartita…
—Lo he leído. ¿Qué pasa?
—¿Sabes lo que ha sido de Elsa? ¿Ha vuelto a Arendelle?
—¿Qué?
—Has dicho que aún es Julio, no puede haber pasado demasiado. Quizás aún esté a tiempo de destapar a Hans y evitar su reinado. ¿Qué día es hoy?
—Diecisiete.
—¡Genial! ¡Sólo ha pasado un día! ¡Guau! Espera, he estado muerta un día entero... Qué espeluznante, ¿no?
Sin duda era buena actriz, pero, pese a saber que me estaba intentando engañar, por alguna razón, me estaba cayendo tan bien como la de la carta.
—Bueno, ¿Anna?
—¿Ahá?
—Está bien, Anna, me voy a casa. Y tú deberías irte a la tuya; no son horas de andar por el bosque.
—Ya, me gustaría, pero mi caballo no está aquí y hay un hombre que me quiere muerta en el castillo, ¿sabes? Igual tenía que pensar un plan antes de ir para allá. Si pudiese lograr que Elsa me acompañase… seguro que con ella no se atreve.
—Oye, mira, no te voy a negar que está siendo una noche muy entretenida, y rara, pero me está empezando a irritar este rollo. ¿Hasta cuándo piensas seguir con esta pantomima?
—Oh, disculpa que mi desgracia te resulte irritante.
—Y dale.
—No te preocupes, no necesito tu ayuda. No la he tenido hasta ahora y puedo seguir sin ella. Gracias por la chaqueta.
Me lanzó la chaqueta a la cara y se dio media vuelta adentrándose en el bosque. Era mi oportunidad de librarme de todo aquello, sólo tenía que girarme y andar; sólo eso.
—Arendelle está en dirección contraria.
La supuesta Anna giró bruscamente sobre sí misma y caminó erguida y orgullosa pasando por mi lado en dirección a Arendelle. Reí ante su actitud y, siguiendo sus pasos, inicié yo también mi camino a casa.
Caminé en silencio tras ella escuchando divertido su repertorio aleatorio e incansable de comentarios.
—Hace menos frío que ayer. ¿Estos árboles eran tan altos? Parece que ya ha acabado la aurora... ¡Arendelle está lejísimos! ¡¿Cómo he conseguido llegar hasta aquí mientras me congelaba?! ¿Queda mucho?
—¿Tienes tres años?
—Dieciocho. Y, ¿tú?
—Veintiuno.
—Hmmm… ¿A qué te dedicas?
—Acabo de perder mi trabajo.
—Oh… Lo siento.
—No tienes por qué.
—No te preocupes —dijo parando en seco dejando que la alcanzase y mirándome con una entusiasta sonrisa—, cuando todo esto se arregle, Elsa y yo nos aseguraremos de que encuentres un buen trabajo.
—Oh, ¡por el amor de Dios!
Era exasperante. Aceleré el paso y me adelanté lo suficiente como para poner algo de distancia, pero no tanto como para que me perdiese de vista. Como ya había dicho, el bosque no era un buen lugar para frecuentar a esas horas.
Caminamos de ese modo un buen rato más hasta que las luces de la ciudad comenzaron a asomar a lo lejos.
—¡Santo Dios! ¡Arendelle está en llamas!
—¡¿Qué?!
Busqué horrorizado el fuego en la ciudad y no encontré más que una típica y sosegada noche de verano. Esperé otro poco de teatro por su parte, pero el terror en su mirada era absolutamente genuino.
—Oye, en serio, ¿qué pasa?
Anna no contestó. Echó a correr con todas sus fuerzas hacia la ciudad como si le fuese la vida en ello. La seguí sin entender nada y paré justo tras ella a la entrada de la ciudad.
—¿Qué es esto? —dijo con un tembloroso hilo de voz.
—¿Arendelle?
—Este lugar… Esas luces… Esas ¿casas? Esto no es Arendelle.
—Estoy bastante seguro de que sí.
—O sea, sí, se parece. las montañas son iguales, y el fiordo, y hasta el castillo, pero… todo es diferente…
—¿Dónde has visto el fuego?
—No… no parece fuego. No sé qué es. Todo brillaba demasiado y pensé que…
—¿Las farolas? Creo que estaban aquí ayer —bromeé con una risilla.
Como la personificación de la fragilidad, Anna se agarró a mi dedo y comenzó a andar por las callejuelas mirando todos y cada uno de los detalles: las tiendas cerradas, las tapas de las alcantarillas, las farolas (miró mucho las farolas), las fachadas… Todo parecía sorprenderla de una manera más negativa que positiva.
—Kristoff…
—Dime.
—No hay hielo.
—Es Julio, ¿recuerdas?
—Sí, pero… Elsa lo congeló todo. ¿Dónde está el hielo?
—¿En la película que te has montado?
—¿Película? ¿Qué es eso?
Por alguna razón, su expresión empezó a asustarme. ¿Y si no estaba vacilándome? ¿Y si estaba loca y creía de verdad todo lo que decía?
—Creo que voy a llamar al hospital.
Saqué el móvil del bolsillo y ella soltó bruscamente mi dedo.
—¡¿Qué es eso?! ¿Tú también haces magia?
—¿El móvil?
—¿Móvil?
—Sí, ya sabes, ese teléfono que ya es como un mini ordenador.
—¿Teléfono? ¿Ordenador?
—Anna…
Ya no sabía qué contestar. Aquello estaba resultando agotador. Froté mi frente exasperado y entonces lo escuché: su sollozo, suave y apagado, como el de una niña escondida; me rompió en mil pedazos.
—Kristoff…
—¿Qué? —dije suavemente cogiendo su mano entre las mías.
—Es Julio, ¿verdad?
—Así es…
—¿De qué… año?
Miré sus ojos, busqué en ellos la prueba de que todo aquello no era real, pero… cuanto más buscaba, más real me parecía. Nada tenía sentido y, sin embargo, todo parecía cuadrar.
—Dos mil veintiuno.
Con un intenso jadeo, Anna se tapó la boca con su mano libre y comenzó a llorar más intensa y amargamente que antes. No debía dejarme llevar. Aquello era teatro, el mejor que había visto nunca, pero teatro al fin y al cabo. Pero no pude dejarla, prefería ser el mayor pardillo del planeta a dejarla ahí llorando desamparada. La estreché entre mis brazos y dejé que llorase en mi pecho hasta no tener lágrimas para derramar.
