Capítulo 6: El saber no ocupa lugar
1816. ¡Venía de 1816!
Sabía que no era cierto, que, simplemente, ella se habría documentado antes de que todo este lío empezase, pero, ahí estaba todo: la trágica muerte de los reyes Agnar e Iduna, el breve reinado de su hija Elsa, el año sin verano debido, en teoría, a la erupción de un volcán en la otra punta del mundo, la desaparición de la princesa Anna tras recitar sus votos matrimoniales con un tal Hans (información que Anna jura y perjura que es falsa), la acusación de traición hacia la reina por parte del susodicho y la desaparición de Elsa antes de llegar a ser ejecutada. Cuarenta años de reinado de Hans desde entonces. Hijos, nietos… generaciones y generaciones de Westergards hasta el presente.
—Está viva… ¡No consiguió matarla!
—Ya… sin ánimo de hundirte ni nada de eso… No creo que esté viva. O el frío la conserva realmente bien o hará probablemente más de cien años que dejó este mundo.
—¿Eso significa que ya me crees?
—En absoluto.
—¡Vamos! ¡Te lo está diciendo tu maquinita mágica, no yo!
—¿Quién me dice que no has leído todo esto en tu propia maquinita mágica y que te has montado tu pirula en base a ello?
Anna gruñó frustrada.
—¡Eres un cabezota!
—Eso no te lo voy a negar.
—Vale, y ahora , ¿qué? Si no me vas a creer de ninguna de las maneras, ¿qué estoy haciendo aquí? Nadie va a vivir más de doscientos años para decirte "Eh, muchacho, la chica dice la verdad". ¡Espera!
El brillo en su mirada me hizo estremecer. Fuese la que fuese la locura que acababa de pasar por su mente, sabía que me iba a convencer.
—¿Tienes sueño?
—¿Crees que voy a pegar ojo con una posible psicópata dentro de casa?
—Genial, entonces tengo un plan.
Y me arrastró bosque a través, oootra vez. ¿Es que no estaba cansada? Horas y horas y más horas de bosque. Y llegó el día, y siguió caminando. Las tripas me rugían y estábamos cada vez más lejos de la civilización.
—Me estás llevando a tu guarida para comerme, ¿verdad?
—Ya te gustaría.
No era el momento, sin duda, pero se me subieron los colores hasta las orejas.
Caminamos durante medio día más hasta llegar a una zona de vegetación especialmente densa llena de fumarolas, musgo y montones y montones de rocas redondas esparcidas por doquier.
—Veenga ya.
—Hay alguien para quien doscientos años no son nada.
—No esperarás que crea que estas piedras son trolls, ¿verdad?
—Humanos… cuanto más aprenden, más ignorantes se vuelven.
Aquella voz no provenía de Anna, salía de una de aquellas piedras.
"Una grabación, Kristoff; sólo es una grabación."
Pero no lo era. La piedra que reposaba justo a mis pies se desplegó sobre sí misma y se convirtió en una rechoncha y risueña señora troll. Me caí de culo.
—¡Bulda!
—¡Oh, por todas las rocas del universo! ¡Anna! ¡Estás viva!
"Todavía podría ser un montaje. Kristoff, tú haces robots. Esto es un muñeco… ¿verdad?"
Entonces, como llamadas por el grito de esa tal Bulda, todas las demás piedras, rodaron hasta llegar a nosotros y se desplegaron de la misma manera.
—¡Es Anna!
—¡Ha vuelto!
Los trolls vociferaban su alegría mientras brincaban y abrazaban a la muchacha. Aún podía ser un escenario preparado, sabía que no era imposible, pero me rendí. Ya no quería luchar más contra mi instinto. Al carajo la lógica. Aquello eran trolls reales y aquella era Anna, la princesa de Arendelle que llevaba congelada doscientos cinco años y acababa de volver a la vida por arte de magia. Aquella era Anna, la mujer a la que, sin una explicación lógica, yo amaba.
