Capítulo 7: El que calla, otorga.
—Te lo has tomado con calma, querida —dijo el que parecía el más anciano de todos tomando cariñosamente la mano de Anna.
—¿Por qué he vuelto, Gran Pabbie?
—La verdad, no tengo la menor idea.
—¡Ha sido gracias a mí! ¿A qué sí? —exclamó uno de los más pequeños.
—No lo sé, pero te agradezco mucho lo que te esforzaste por ayudarme.
—¿Lo encontraste? ¿Encontraste a mi Flemmingrad?
—Lo hice.
—Y, ¿le cantaste?
—Ahá…
—Y, ¿le lamiste la frente?
—No me lo recuerdes.
—Y, ¿qué deseaste?
—Poder vivir —contestó Anna con un toqué algo sombrío en su voz.
—Interesante… —dijo el anciano justo antes de clavar su mirada en mí—. ¿Has sido tú, muchacho?
—Yo, ¿qué? —dije levantándome despacio procesando todavía que una piedra me estaba hablando.
—El que ha descongelado su corazón.
—Oh, no. Yo sólo estaba allí por casualidad. Encontré su carta y la leí. Eso es todo.
—Ya… —contestó incrédulo el troll.
—Y me pusiste tu chaqueta.
—Bueno, sí… y eso —contesté algo avergonzado.
—¿Quién lo iba a decir?
—¿El qué? —preguntó Anna esperando por fin resolver sus dudas.
—Probablemente tu deseo se cumplió y el hielo no acabó con tu vida.
—No sé que decirte, no he estado muy activa durante los últimos doscientos años.
—¿Tienes algún recuerdo del más allá?
—No, no recuerdo absolutamente nada de todo este tiempo.
—Lo que imaginaba, entonces.
Anna y yo nos miramos expectantes y pude ver cómo una pequeña sonrisa de victoria asomaba por la comisura de sus labios. Sabía que ya había caído.
—Anna, tu corazón helado debería haberte matado, pero no lo hizo. En su lugar, gracias a tu deseo, tu alma se congeló con tu cuerpo a la espera de un acto de amor verdadero que te descongelase.
—Pero yo no he hecho ningún acto de amor. Estaba congelada.
—No, tú no.
Gran Pabbie dirigió su sonriente mirada hacia mí y mis ojos se abrieron como platos mientras escuchaba el susurro de Anna.
—La chaqueta…
La miré más asustado de reconocer mis propios sentimientos que de su reacción y me encontré con sus cristalinos ojos buscando en los míos; leyendo mi alma.
—Yo… —dije intentando coordinar alguna palabra que me sacase de ese apuro.
—El chico te ama, princesa. Me parece que está bastante claro —intervino Bulda descaradamente.
Mis colores entraron en ebullición y sólo pude taparme la cara con las manos.
—Tierra, trágame…
Anna se acercó despacio a mí y destapó cuidadosa y dulcemente mi rostro dejando a su dulce sonrisa invadir mi campo visual.
—Gracias. Te debo la vida.
Se puso de puntillas y me obsequió con un delicado beso en la mejilla que me hizo sentir el hombre más feliz del mundo y el más patético a la vez. Acababa de entrar de lleno en la Friendzone. Entonces, se giró de nuevo hacia Gran Pabbie y se agachó ante él.
—Gran Pabbie. Tengo que volver. Tengo que ayudar a Elsa.
