Capítulo 8: Preguntando se llega a Roma.
Imposible. No es lo mismo conservarse congelado durante doscientos años que viajar en el tiempo. La tecnología no había llegado hasta ahí y, probablemente, nunca lo haría. Era impensable que un troll sí pudiese hacerlo.
—Lo que me pides es harto complicado, Anna. Yo no puedo llevarte de vuelta al pasado —como era de esperar, contestó Gran Pabbie—. Pero quizás haya alguien que sí pueda.
—¡¿Qué?! ¡¿Me tomas el pelo?! —exclamé sin pensar ganándome unas cuantas sonrisas por parte de los trolls.
—Si pudo cumplir un deseo de semejante magnitud, quizás pueda enviarte al pasado.
—¡Flemmingrad! —dijo Anna excitada.
—Exactamente —Asintió el troll—. Pero ésta es, sin duda, una tarea más complicada. Sólo la fuerza que alcanza su poder en la celebración anual puede llegar a lograr tal hazaña.
—¿La de diciembre? —pregunté curioso.
—Así es.
—¡¿Diciembre?! —gritó Anna—. ¡Pero es Julio! ¿Cómo voy a esperar a diciembre?
—Apuesto a que hay un jovencito dispuesto a ayudarte a disfrutar tu estancia en el futuro hasta entonces —dejó caer Bulda guiñándonos un ojo.
Los dos nos pusimos como un tomate y, después de lanzarme una mirada de reojo, Anna respondió trabándose con sus propias palabras.
—Uy no, no no no no no no no no. No podría. No quiero molestar. Es mucho tiento, ¡tiempo! Es mucho tiempo.
—Bulda, no te metas con las criaturitas —dijo Pabbie—. Seguro que ellos encuentran una solución.
Anna y yo compartimos de nuevo una tímida mirada y una sonrisa incómoda.
—Y, ¿qué debo hacer cuando llegue la fecha? —preguntó yendo de nuevo al grano.
—Sólo venir a celebrar con nosotros con todo lo que pretendas llevar contigo. Comida, herramientas, compañía… —No iban a parar, ¿verdad?— Pero, sobretodo, aprovecha este tiempo para elaborar un buen plan. Ya sabes a lo que te enfrentas si logras llegar de vuelta a tu tiempo.
—Está bien. Lo tendré en cuenta. Muchas gracias por vuestra ayuda, ahora y entonces.
—Siempre eres bienvenida, Anna.
—En ese caso, nos vemos en Diciembre.
—Te esperamos.
Anna se giró y alzó la mirada hasta dar con la mía. Vi en ella la incertidumbre y la decisión. ¿Qué estaba a punto de pasar? Sin previo aviso, tomó mi mano y echó a andar en dirección a Arendelle.
—¿Anna? ¿Qué estás haciendo?
—Tengo hambre. ¿Me llevas a comer?
—Estamos a casi un día de camino de casa. ¿No debiste pensarlo antes de lanzarte al bosque?
—Hay muchas cosas que debí pensar antes y no lo hice. Ahora, tú que sabes cómo funciona ahora el mundo, busca una solución antes de que desfallezca. Usa tu maquinita mágica o algo.
—Mi maquinita mágica no da comida. Y yo también estoy hambriento, ¿sabes?
—Tú llevas unas horas sin comer, yo unos siglos.
—Está bien, tu ganas. Voy a ver si encuentro algo útil.
Miré en mi maquinita mágica ¡móvil!, miré en mi móvil y vi que a unos kilómetros de allí había un comercio de montaña llamado "Puesto comercial de Owen el trotamundos". Quizás allí hubiese algo para comer.
—Vale, creo que he encontrado algo. Aunque aún tendremos que andar un rato más.
—¡Ha! No se me da mal el S. XXI, ¿eh?
—No… nada mal. Vamos, anda.
Caminamos durante aproximadamente dos horas hasta llegar a aquel austero comercio donde un gigantesco pelirrojo con acento extranjero nos vendió unas zanahorias, un par de barras de pan y una botella de agua; lo suficiente para llegar a casa. Y, así, royendo zanahorias frescas continuamos el camino montaña abajo.
—Así que… —dijo Anna con tono casual y con la boca llena—, ¿estás enamorado de mí?
La tos que me provocó aquella repentina pregunta casi se me lleva para el otro barrio. Una vez logré mantener mis pulmones a salvo, le dirigí una mirada acusadora y ella se encogió de hombros como si la cosa fuese con otra persona.
—¿Qué importa eso?
—Pero, no lo entiendo. Me acabas de conocer y creías que estaba loca. No parece el contexto más apropiado para que nazca el amor, ¿no?
—¿Podemos dejar de hablar de esto?
—¿Por qué te molesta? No es que sea algo malo. Sólo quiero entender.
—¿Si te contesto dejarás el tema?
—Es posible.
—La carta.
—¿Qué?
—Me enamoré leyendo tu carta.
—Oh… ¿en serio? Por eso funcionó lo de la chaqueta… Y, ¿se te pasó cuando pensaste que era una loca?
—Me gustaría poder decir que sí.
Anna se quedó en silencio y me miró levemente sonrosada. Mucho para mi corazón. Giré la cara hacia el camino y cambié el rollo.
—Pero en ningún momento he dicho que ahora ya no me parezcas una loca.
—¡Eh!
—Estás pensando en viajar al pasado a enfrentarte con la mujer que te mató porque no controla su poder y con el psicópata que intentó matarte. Yo diría que no andas muy bien.
—Ya, no parece lo más prudente, pero… ¿qué puedo hacer? No puedo abandonarla…
—Y eso te honra.
Anna me sonrió de nuevo y aceleré el paso mientras me rascaba la nuca algo incómodo.
—Por otro lado… —añadí— estrictamente hablando, todo eso ya ha pasado. Si cambias el pasado, ¿cambiará esa línea del tiempo también o sólo aquella a la que viajes?
—No te sigo.
—Ya… da igual. Supongo que en el S. XIX no le dabais muchas vueltas a lo de viajar en el tiempo, ¿no? Estabais más ocupados luchando contra la peste y eso.
—Oh no, qué va. Ya no hay peste en mi época. Lo que nos preocupa es el tifus, el cólera…
—Ah… disculpa mi falta de cultura histórica…
Rio suavemente y mordió de nuevo su zanahoria.
—Y, ¿qué vas a hacer ahora?
—¿Ahora?
—Ya sabes, hasta Diciembre.
—¿Crees que me acogerán en el castillo?
—No me parece buena idea. Si no quieres acabar encerrada, te recomiendo que no vayas por ahí diciendo que eres una princesa de hace doscientos años.
—Bien visto. Quizás pueda pagar algún tipo de alojamiento, traigo conmigo unos pocos Speciedaler.
—Ya… ¿qué tal si dejas las monedas de tu siglo para tu siglo y buscas un trabajo con el que ganar monedas que te vayan a aceptar?
—¿Ya no se usa el Speciedaller? ¡Si lo acaban de instaurar!
—Lo siento. Ahora usamos Coronas.
—Y… ¿me costará mucho encontrar trabajo?
—Tengo pendiente encontrar uno para mí. Si quieres, podemos buscar juntos.
—Eso sería genial, gracias. Pero creo que voy a necesitar estudiar un poco sobre esta época antes de ponerme a hablar con la gente si no quiero que noten nada raro.
—Y quizás buscar ropa nueva también.
—¿Esta es muy rara?
—No para un teatro o un festival de época.
—Comprendo…
Anna frunció el ceño y arrugó el morro, probablemente, analizando mentalmente sus escasas opciones.
—Escucha. Si no te parece mal, te puedes quedar conmigo hasta que tengas cómo salir adelante.
—¡¿De verdad?! —gritó entusiasmada justo antes de ponerse seria otra vez—. Nah, no puedo. Tú no tienes trabajo. Sería una carga.
—No te preocupes. Tengo mis ahorrillos, podemos sobrevivir con ellos una temporada.
—¿Harías eso por mí?
—¿Lo dudabas? Soy el pardillo que se ha enamorado de una desconocida…
—Sí, lo eres.
Anna rio con ganas y, por primera vez en mi vida, sentí que tenía una razón para estar en este mundo.
