Capítulo 9: Barriga llena, corazón contento.
Cuando llegamos casi de madrugada a casa, preparé una habitación para Anna y nos fuimos derechitos a dormir. Si había algo que necesitábamos más que una buena comilona, eran nuestras ocho sagradas horas de sueño.
Para cuando amanecimos, ya estaba entrando la noche.
—Buenos días —dijo desperezándose descaradamente y con el pelo hecho un nido de chorlito.
—Buenas noches diría yo. ¿Tienes hambre?
—¿Tiene un piano dos pedales?
—Eh… ¿sí? No lo sé, ¿no son tres?
—¿Tres? ¿Qué locura es ésa?
Me encogí de hombros. Tampoco era que hubiese visto nunca un piano en persona.
—Es igual. Tengo hambre.
—De acuerdo, pues aséate y vámonos. Tengo una conversación pendiente con un barman.
—¿Tienen buena comida?
—No tienen gran cosa, pero lo que hay es aceptable. Comida casera, ya sabes.
—Toda la comida es casera… —dijo con una mezcla entre un bufido y una risa.
—Ya me lo dirás cuando vayamos a comprar mañana…
Anna echó un rato en el baño el cual intuyo fue casi todo dedicado a amaestrar a su pelo. Después, salimos de casa y subimos de nuevo al ascensor.
—Voy a necesitar que dejes de poner esa cara de turista cada vez que ves una bombilla.
—Oh, disculpa. Es que me sigue pareciendo fascinante.
—Está bien. A partir del momento en que salgamos del portal, eres una actriz que está preparándose un papel para una obra de época.
—¡Qué divertido! Y, ¿cómo se llama la obra? ¿Y mi personaje?
—Como tú quieras. Probablemente cualquier cosa que digas suene a otro siglo.
—¡Genial!
Su entusiasmo era realmente divertido. Sin duda, me gustaba su energía.
Cuando llegamos al bar nos sentamos en la mesa más arrinconada y escondida que encontré ante la incrédula mirada de todo el mundo.
—Parece que has estado aprovechando el tiempo desde que dejaste el trabajo, rubito.
—Haldis, ponnos unas hamburguesas y algo de beber, por favor.
—¿Qué quieres tomar, pelirroja?
—Agua estará bien, gracias.
—Tú no eres de por aquí, ¿verdad?
—Eh… más o menos. Soy de un poco más hacia… allá —dijo Anna señalando en dirección al castillo mientras yo me frotaba la frente entre divertido y frustrado.
—Vale… —contestó el barman mirando en la dirección en la que el finísimo dedo de Anna continuaba señalando—. Pues bienvenida seas.
—¡Gracias!
Haldis le dedicó una sonrisa casi paternal, me miró algo burlón y negó con la cabeza.
—Agua para la señorita de por allá, una cerveza para mi rubito preferido y dos hamburguesas. ¿Algo más?
—Es todo. Pero, ¡Haldis!
—Dime.
—¿Tienes algo para mí?
—Lo siento muchacho. Nada nuevo. No me he enterado de ningún trabajo disponible. Quizás debiste seguirle el rollo a Unne. Ahora tendrías curro.
—No, gracias. He conseguido algo mejor que un trabajo desde entonces.
—No me cabe la menor duda.
Haldis le guiñó un ojo a Anna y se fue a por nuestra comanda.
—¿Qué es lo que has conseguido?
—Ehm… ¿fe? —dije buscando cualquier alternativa a la respuesta más evidente.
—No me extraña: estos días estamos viendo cosas increíbles, ¿eh?
—Eso es…
No dejaba de resultar curioso cómo en su boca la expresión 'estos días' abarcaba unos días sueltos como para mí pero, los suyos, repartidos entre los últimos doscientos años.
Comimos hasta preguntarnos cómo salir de allí sin rodar de camino y después nos fuimos a bajar la comida dando un paseo por la ciudad. Cuando llegamos a la altura del puente hacia el castillo, Anna se paró lentamente y miró cada detalle del mismo.
—Está igual que entonces…
—¿Lo está?
—No sé si añoro este lugar o si lo odio…
—Creo que puedo entenderlo.
Anna me miró con mirada crítica.
—No es justo.
—Lo sé.
—¡No! No es justo que tú sepas tanto de mí. Yo no sé casi nada de ti.
—Eres libre de preguntar, pero tampoco es que haya mucho que contar. Ya sabes, ni poderes, ni castillos, ni intentos de asesinato… nada muy llamativo.
—Vale, a ver… —dijo caminando hacia el muelle—, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
—Robots…
—¿Qué es eso?
—Sven, por ejemplo. Son… máquinas que hacen… cosas. Ya te lo enseñaré mejor.
—Está bien, otra. ¿Cómo es tu familia?
—No tengo la menor idea. Soy huérfano desde muy pequeño y crecí en un orfanato.
—Oh… desafortunada pregunta entonces.
Reí ante su reacción.
—No hay problema.
—¿En qué trabajabas?
—En una tienda de muebles.
—¿Talla de calzado?
—¿Qué importa?
—¿Tienes muchos amigos?
—Uno, si Sven cuenta. Aunque tampoco es que me lleve mal con nadie.
—Vaaaya, ya tienes uno más que yo. Y, ¿por qué no tienes amigos?
—¿Falta de tiempo? No lo sé. Nunca me he sentido muy interesado en ello. Me gusta más invertir mi poco tiempo libre en aprender de lo que me gusta.
Anna me miró con evidente lástima.
—¿Te sientes solo?
—Mmm… No como algo negativo. Quizás me sentía más vacío que sólo. No había nada ni nadie realmente importante en mi vida. No se me da bien confiar en la gente; me siento más a gusto solo.
—Y aún así, ¿te gusta estar conmigo? —dejó caer con una tímida y brillante mirada.
—Creí que ibas a dejar el tema —contesté al sentir cómo mis mejillas hacían evidente cuál era la respuesta: ella era especial.
—Estrictamente hablando, nunca acepté.
—Siguiente pregunta.
—¿Comida favorita?
—Pizza.
—¿Qué es eso?
Suspiré entre risas y paré de andar.
—Te propongo otro plan: nos vamos a casa y estudiamos un poco de historia de los últimos siglos y algo de cultura general para que mañana podamos salir a hacer la compra y a tantear trabajos sin liarla demasiado, ¿te parece?
—¿Estudiar? Pero ya es de noche… —protestó.
—¡Te acabas de levantar!
—Bueno, pero quiero probar la pizza ésa.
—Tiempo al tiempo.
—¿De verdad? ¿Más?
Rompí a reír y su risa acompañó a la mía. Entonces, desbordante de energía, se aferró a mi brazo y, juntos, recorrimos de nuevo aquella ciudad que nunca me había parecido tan hermosa, camino a casa.
