Capítulo 10: Ande yo caliente y ríase la gente
Aquella noche, Anna recibió un curso intensivo sobre electricidad y aparatos eléctricos, telefonía, informática, fotografía, plásticos y reciclaje, gastronomía, política, medios de transporte, deportes, música, cine y literatura, economía, sistemas de alcantarillado y tratamiento del agua… Seguro que me olvido algo y seguro que se me quedaron cosas por explicar. Fue una locura. No sé cuál de los dos acabó más cansado.
Nos acostamos de madrugada de nuevo y casi me muerde cuando, a las diez de la mañana, llamé a su puerta para despertarla para ir a comprar.
—¡Ni hablar! —gruñó desde dentro.
—Anna, necesitas ropa.
—No la necesitaré si no vuelvo a salir nunca de la cama.
—Venga —dije intentando ocultar mi risa—, no podemos acostumbrarnos a este ritmo, hay que empezar a vivir de día.
—Dame sólo dos horitas más…
—El desayuno está en la mesa. Si en media hora no has salido de la habitación, me comeré tu parte.
—¡Serás capaz!
—De algún modo tengo que compensar la falta de sueño.
—¡Vale, vale! ¡Ya me levanto! ¡Ni se te ocurra tocarlo o te las verás con la princesa de Arendelle!
Anna abrió abruptamente la puerta de su habitación y me encontré cara a cara con una fiera hambrienta y destartalada dispuesta a proteger su desayuno a toda costa. Una carcajada escapó de mi garganta provocando una pequeña sonrisa en su rosado rostro.
—Buenos días, fierecilla.
—Buenos días…
Desayunamos rápida y vorazmente, nos apañamos y salimos a la calle.
—¡Mira, Kristoff! ¡Semáforos!
—Eh… sí.
—¡Y los cables de la luz!
—Es cierto.
—¡Y una grúa!
—Qué buena idea dedicar toda la noche a estudiar: ahora no llamamos nada la atención —dije entre risas.
—¡Qué más da! ¡Déjame disfrutarlo!
—Todo tuyo.
Era realmente gratificante ver la emoción en sus ojos cada vez que reconocía cualquier mínimo detalle de todo lo que acababa de aprender.
—¿Quieres probar aquí? Parece que tienen bastante variedad.
—Claro, vamos. Y, después, ¿me dejarás probar la pizza?
—¿Piensas en algo que no sea comida?
—Sólo intento conocerte mejor.
—Ya…
Entramos a aquella tienda abarrotada de ropa hasta un punto algo estresante para mi gusto y, tras el delator "Waaaaao" de Anna, una atenta dependienta se acercó a nosotros.
—¿Puedo ayudarles en algo?
Oh, no. Esa voz. Me giré y, efectivamente, comprobé que la que parecía una amable dependienta era en realidad Unne, la descaradísima Unne.
—¡Vaya! ¿Qué tenemos por aquí?
—Así que aquí trabajas… —dije con algo de desgana.
Anna me miró intrigada, Unne miró a Anna, Anna sonrió a Unne y Unne apuñaló a Anna con la mirada.
—¿Eres su hermanita? —preguntó entonces Unne con el veneno contenido en la punta de la lengua.
—¿De Kristoff? ¡No! Eso sería muy raro, no sé si me entiendes.
"No, Anna, obviamente no te entiende."
—Claro que te entiendo, querida. Pero no te fíes mucho de él: es un solitario; no tardará en darte la patada.
El rostro amigable de Anna cambió repentinamente por uno de profundo desagrado.
—Agradezco tu preocupación, pero confío plenamente en él. Con falsos sentimientos no se descongela un corazón helado.
—¿Qu…?
—¡Mira, Anna! ¡¿Qué te parece aquello de allí?!
La arrastré hasta lo primero que vi lejos de Unne, la tomé por los hombros y busqué su mirada.
—¡¿Qué estabas haciendo?!
—¡Estaba hablando mal de ti! ¿Cómo se atreve?
—Oye, te lo agradezco, pero hay cosas que no podemos decir, ¿recuerdas?
—Pero…
—Además, ¿qué importa lo que ella piense de mí?
—¡Me molesta!
—Pues no dejes que te moleste: no es importante. Mejor dedica tus esfuerzos a encontrar algo que ponerte para que podamos ir pronto a por esa pizza.
—¿Es una exnovia?
—Dios me libre…
—Está bien, dame un minuto, que en seguida acabo.
Cuarenta y siete minutos después, por fin terminó de mirar ropa y se metió al probador. Yo esperé fuera apoyado en la pared luchando contra la tentación de buscar su reflejo en el cachito de espejo que se veía por encima de la puerta.
—Así que, ¿te van las muñequitas? —dijo Unne acechando de nuevo.
—Eso no es asunto tuyo.
—Yo creo que te iría mejor con una mujer como yo. Ya sabes, con más mundo. Hay cosas que las niñas buenas no saben hacer.
—Esa muñequita que dices tú, tiene más mundo del que tú nunca podrás tener —dije cruzando mis brazos perfectamente seguro de mis palabras.
—Sí, claro… Bueno, juega un poco con ella si quieres. Cuando te aburras, ya sabes dónde encontrarme.
—No cuentes con ello, eso no va a pasar.
—¿Tan serio es lo vuestro?
—Tenga o no tenga algo con ella, Anna no es un juego para mí.
Unne me miró entre desafiante e iracunda y volvió al mostrador.
—Kristoff… —gritó Anna desde dentro.
—¿Necesitas algo?
—¿Cómo se abre esto?
Una mano asomó por encima de la puerta sosteniendo una camiseta cerrada.
—Velcro.
—¿Qué?
—Sólo tira…
—¡No quiero romperla!
Asomé mis manos por encima de la puerta del probador y despegué el velcro del cuello de la camiseta.
—Magia —dije al entregársela de vuelta.
—Así que todavía quedaban cosas por aprender…
Tomó la prenda y, en unos minutos, salió de allí con una amplia y rosada sonrisa de satisfacción y vestida con ropa de este siglo.
—¡La ropa de esta época es genial! ¡Llevo bragas!
—¡Anna!
Miré en todas direcciones esperando que nadie hubiese oído eso, pero no fue así, un par de chavalillos se reían a escondidas uno metros más allá. Lo bueno de ser grande, es que una sola mirada sirve para muchas cosas, y no hizo falta más para que diesen media vuelta y saliesen de la tienda.
—Lo que llevas puesto… habrá que pagarlo también.
—Obviamente. No pensaba robarlo.
—Eso me temía…
La cara de Unne cuando la vio aparecer de vuelta vestida con la ropa de la tienda y con otro montón de ropa en los brazos, no tenía precio.
—Voy a tener que cortar las etiquetas para pasar el código.
—Oh, discúlpame por darte trabajo de más. Ya sabes, es lo que tiene ser una muñequita sin experiencia.
Unne y yo nos quedamos helados. Lo había oído todo. Intenté agachar la cabeza para ocultar mis colores, pero me encontré con su brillante sonrisa y dejé de sentir esa necesidad. Por el contrario, disfruté de ver a Unne trabajando en absoluto silencio mucho más callada y cabizbaja que yo.
Al acabar en caja, Anna se asió de mi brazo y salimos de aquel lugar de pesadilla. Me miró con el ansia pintada por toda la cara y supe qué era lo único que podía estar provocando semejante reacción en ella.
—¿Pizza? —pregunté con una sonrisa sabiendo la respuesta.
—¡Pizza!
