Capítulo 11: A rey muerto, rey puesto

—¿Quieres ir a ver el castillo?
—Repite eso.

Los días habían ido pasando y Anna y yo seguíamos en mitad de una para nada fructífera búsqueda de trabajo. Yo no tenía estudios superiores reconocidos y ella no tenía… papeles, lo que dificultaba sobremanera cualquier asunto legal. Al final, tras unas semanas rechazo tras rechazo, decidimos tomarnos unas pequeñas vacaciones y olvidarnos del asunto durante unos días. Yo continué perfeccionando a Sven mientras Anna seguía empapándose de información sobre el presente. De vez en cuando, me acompañaba en mis paseos por el bosque en busca de plumas, pero, el final del verano ya se iba dejando sentir y, poco a poco, iba apeteciendo cada vez menos subir al fresco de la montaña.

—Están haciendo visitas guiadas al castillo durante un par de días. ¿Te apetece ir? ¿O prefieres no verlo?
—¿Estás de broma? ¡Vamos!
—Pensaba que serías un poco más reacia a ver lo que había sido de tu casa, la verdad.
—Quiero ver bien qué hizo con ella el malnacido de Hans. Así tendré otro recuerdo más por el que partirle la cara.
—¿Ésa es tu motivación?
—¿Qué haces que no estás ya vestido?

Negué con la cabeza en una mezcla de diversión y resignación y fui a vestirme. Anna hizo lo propio y, en menos de una hora, estábamos haciendo cola a la puerta del castillo.

—Nunca había hecho cola para entrar a casa… —susurró Anna en mi oído cerrándome las tripas de golpe.
—Por favor, no vayas por todo el castillo gritando a los cuatro vientos lo que hacías en cada sala.
—¿Crees que soy tonta? Te lo diré bajito.

Anna me guiñó el ojo y yo tuve que tragar saliva. Me erguí todo lo que pude poniendo distancia entre su cara y la mía y respiré hondo. Entonces, escuché su risilla burlona y sentí cómo me cogía la mano.

Caminamos durante una media horas más por aquel puente hasta que, finalmente, nos tocó entrar.

Anna respiró hondo, y sentí su minúscula mano temblando refugiada en la mía.

—No te preocupes. No te voy a soltar.

Una sonrisa por su parte dio lugar a un decidido paso al frente, y luego a otro, y luego a otro más, hasta que fuimos capaces de seguir el ritmo normal del grupo guiado.

Efectivamente, Anna me contó muchos más detalles sobre el castillo que el propio guía, pero, más que ilusionada o nostálgica, parecía indignada como cuando ves una peli sobre un libro que has leído y no es fiel a la historia original. Sin duda, la versión oficial distaba bastante de la suya. Sin embargo, en el momento en el que vio el cuadro de la coronación del antiguo rey Hans, el fuego estalló en su interior. Aquello la habría descongelado mejor que cualquier acto de amor verdadero. Apretó fuerte mi mano y, cuando la miré, me pidió silencio posando su dedo en sus prietos labios. Entonces, al girar la esquina el grupo, echó a correr por otro pasillo arrastrándome con ella hasta una sala que probablemente quedaba fuera del plan de la visita.

—¿Qué estás haciendo? —le susurré visualizándonos en prisión.
—No te preocupes, sé moverme por aquí. No he hecho otra cosa en dieciocho años.

Sin esperar a mi respuesta, tiró de un candelabro de la pared y se abrió una pasadizo ante nosotros.

—¿Estas cosas existen de verdad?
—¡Entra!

La seguí a aquel estrecho pasadizo y lo cerró de nuevo desde dentro con otro trasto igual hasta dejarnos sumidos en la más absoluta oscuridad.

—Hm… aquí habría venido bien alguna bombilla de ésas que usáis en el futuro… —escuché que decía desde algún punto incierto de aque túnel.
—Espera…

Encendí la linterna del móvil y la encontré con los brazos extendidos buscándome cual zombi.

—Por aquí, Frankenstein…
—¿Qué?
—Da igual. ¿Qué hacemos aquí?

—Los ha quitado.
—¿El qué?
—Los cuadros de mi familia. Todo lo que hay aquí es del reinado de Hans en adelante. No han dejado ni rastro de mis padres ni de mi hermana en todo el castillo.
—Oh…

—Mi habitación… Han hablado de ella como 'La habitación para invitados', y, ¿la de mi hermana? ¡La habitación de los hijos de Hans! ¡Tuvo el descaro de invadir el lugar en el que mi hermana pasó encerrada casi toda su vida!

—Anna, sé que es doloroso, pero… han pasado muchos años. Es normal que utilicen las habitaciones para otras cosas…

—¡Lo sé! Es sólo que… en tu mundo… no existimos.
—Eso no es cierto. Salís en la Twinkkipedia.
—Pero… tú nunca habrías reparado en la fallecida hija de unos reyes de hace doscientos años por que saliese en la Twinkkipedia.
—No, pero sí lo hice en la mujer que escribió la Biblia en verso con la esperanza de que se hiciese justicia.

Anna se abrazó a mi cuerpo y me consentí el devolverle el abrazo con todo el arropo que supe dar.

—Permíteme quedarme así cinco minutitos y nos vamos, ¿vale?
—Incluso seis.

Y así, durante los siguientes veintisiete minutos, permanecimos en silencio y a oscuras respirando de la esencia del otro.