Capítulo 12: Quien no arriesga, no gana.
Aquella noche, Anna se acostó temprano y yo me metí en mi habitación a leer un rato antes de dormir. Llevaba toda la tarde actuando de manera extraña, más torpe de lo normal, más gritona de lo normal y más despistada de lo normal. Supuse que le preocupaba que el tiempo continuaba pasando y ninguno de los dos encontraba trabajo. Atravesábamos ya los ventosos días de Octubre y si las cosas seguían así, para cuando ella se fuese en menos de dos meses, mi situación económica iba a ser bastante precaria. Pero, para ser sincero, eso era lo que menos me preocupaba. Si ella no iba a estar a mi lado, tener comodidades era algo absolutamente secundario.
Rayaba la una de la madrugada cuando un par de toques en la puerta de mi habitación me sacaron de mi lectura.
—¿Kristoff? Veo luz dentro, ¿estás despierto?
—Lo estoy. ¿Qué necesitas?
—¿Puedo entrar?
—Dame un instante.
Acostumbraba a dormir en calzones, por lo que me puse unos pantalones lo más rápido que pude y abrí la puerta.
—¿Estás bien?
—Sí… Sólo necesitaba hablar.
Anna parecía afligida por alguna razón, así que apoyé mis manos en sus hombros y la guié hasta la cama donde se sentó dejándose caer de golpe.
—¿Has tenido una pesadilla?
—No. Para eso tendría que dormir.
—Y, ¿qué es lo que te quita el sueño?
—¿Sabes esa peli que vi esta mañana?
—¿La de "Una cuestión de tiempo"?
—Ésa.
—¿Qué pasa con ella?
—Si vuelvo al pasado y cambio las cosas… ¿crees que podrías desaparecer?
—Supongo que es una posibilidad, sí.
—Lo que me temía…
—Pero, no te preocupes, no sería algo personal contra mí. Es decir, el futuro sería un lugar diferente. Quién sabe cuánto. Pero eso no es algo necesariamente malo. No es que el de ahora sea una maravilla, ¿sabes? Pon las noticias un rato y entenderás a qué me refiero. Si lo cambias… puede que se convierta en un lugar mejor.
—O peor…
—Es difícil hacerlo peor.
—Un lugar sin ti.
—Es posible.
—Y, ¿lo dices tan tranquilo? ¿Es que no tienes razones para querer vivir?
—Meh… Mi razón para querer vivir la voy a perder igualmente.
Anna agachó la mirada y apretó los puños. No pretendía hacerla sentir mal, pero tampoco tenía caso mentir.
—Pero yo no quiero que desaparezcas —susurró entre dientes sin alzar la mirada.
—Ey, de verdad, no te preocupes por mí. Si realmente desapareciese, no creo que me diese cuenta. No lo sufriría.
—¡No! ¡Tienes que existir! ¡Eres mi primer y único amigo! —Ouch…— ¡Eres dulce, valiente, amable, considerado, inteligente, divertido y terriblemente atractivo!
Tocado.
—Y creo… que me he enamorado de ti.
Y hundido.
Mis ojos se desorbitaron y mis músculos se paralizaron. Eso era más de lo que esperaba escuchar en esta vida. Ella… Ey, ¡espera!
—¿Crees? —pregunté reparando en el matiz.
—Lo hago —dijo firmemente alzando la cabeza para sostenerme la mirada y completamente colorada.
—¿Creerlo?
—¡Amarte!
—Tú… ¿me amas? —balbuceé incrédulo.
—¡¿Cuántas veces me vas a hacer repetírtelo?!
—A ser posible, toda la vida.
Anna rio dulcemente y se levantó de la cama; tomó dulcemente mi mano entre las suyas y se mordió el labio.
—Y, ahora, ¿qué? —preguntó entonces en un susurro.
—¿Crees que puedo besarte? —dije poniéndole por fin palabras a la demanda que todo mi ser llevaba haciéndome desde el momento en que la conocí.
Una suave y tierna sonrisa se pintó en sus labios y una de sus manos subió hasta mi mejilla dejando calar en ella toda su calidez.
—Hazlo, por favor.
Sin soltar en ningún momento su mano, utilicé mi mano libre para retirar un mechón de cabello de su cara. Una inevitable sonrisa se grabó en mi rostro y me pregunté si sería capaz de borrarla algún día. Sus ojos, risueños y cálidos, inundaron mis pensamientos; rocé sus labios con mi dedo, degustando el momento que nunca imaginé que llegaría a vivir y, finalmente, acerqué despacio mi rostro al suyo hasta que nuestros labios se fundieron y nuestro cuerpos conectaron el tiempo y el espacio en el más poderoso de los sentimientos.
—Ven conmigo —dijo en el mismo instante en que nuestros labios perdieron el roce del otro.
—¿A dónde?
—Al pasado. ¡Ven conmigo! No puedo abandonar a mi hermana, pero me niego a perderte a ti. Quizás… quizás si viajas al pasado y cambias conmigo el futuro no puedas desaparecer porque al hacerlo, contigo desaparecería el cambio que ocasionas en el pasado y volverías a aparecer o algo así, ¿no?
—Estoy casi seguro de que te sigo…
—Dios… no hay opción buena, ¿no es así?
—Anna…
—Igual debería quedarme aquí y dejar las cosas como están. Tampoco tengo la certeza de poder arreglar el pasado y te libraría a ti de peligro.
—Y no volverías a vivir en paz contigo misma. No me parece una opción.
—Pero tú seguirías aquí. Te quiero conmigo.
Aquello era tan difícil de creer y tenía tantas ganas de hacerlo a la vez… Aquella mujer alocada, valiente, escandalosa, sincera, inteligente, divertida, aventurera, pura, entregada, generosa… aquella maravilla de mujer, me quería a mí. No sabía qué había visto en mí ni si realmente la merecía, pero, si estaba en mis manos hacerla feliz, lo daría todo por ello.
—Escúchame, Anna. No sabemos cuál es la opción buena si es que la hay, así que, simplemente, sigamos a nuestro corazón, ¿vale? Hasta ahora no nos ha ido del todo mal así.
—Me he tirado congelada doscientos años.
—Y gracias a eso estamos juntos y vamos a salvar a tu hermana.
—Y, ¿te quedarás conmigo?
—Yo siempre voy a estar a tu lado. Da igual lo que cambien los tiempos o las vueltas que dé la vida: siempre volveré a ti. Puedo sentirlo.
—Entonces… —dijo poniendo ojitos de cachorrito—. ¿Vienes?
Reí zambulléndola fuertemente entre mis brazos.
—Voy.
Anna se abrazó aún con más fuerza a mi cuerpo y frotó su cabeza por mi pecho secando algunas lágrimas al roce con la tela.
—De acuerdo, Bjorgman: ¿preparado para el pasado?
—No lo creo.
Ambos reímos juntos y disfrutamos del momento hasta que el sueño hizo acto de presencia y Anna volvió a su habitación.
Esa noche, antes de dormir, me di cuenta de la temible aventura que tenía por delante. No iba a ser fácil salir indemne de aquello. Y, por otro lado, le agradecí al cielo lo afortunado que había sido por encontrar a Anna y ser amado por ella. Esta vez, la vida importaba; esta vez iría a por todas.
