Capítulo 14: El que no corre, vuela.

La luz y los colores volvieron de repente a mí y me encontré en medio del claro del bosque donde Anna se congeló, al lado del Flemmingrad del primer día y ante la expectante mirada de Anna que parecía esperar por mí.

—¡Kristoff! ¿Eres tú de verdad?
—Eso creo, sí —dije riendo—. Y tú eres…

—¡Oh, Dios mío! ¡¿No me recuerdas?!

Su rostro mostró un grado de terror que me hizo reparar en que seguramente aquella no era la situación para andar bromeando.

—Por supuesto que te recuerdo, fierecilla. ¿Cómo podría olvidarte?

El reprimir la carcajada que quería nacer en mí no me libró del puñetazo de Anna en el brazo.

—¡Idiota! —gritó luchando contra sus propias lágrimas.
—Lo siento, lo siento. No ha sido buena idea, lo admito.
—No, no lo ha sido —dijo haciendo un pucherito.

La abracé a modo de disculpa y disfruté durante unos segundos del alivio de, estuviésemos donde estuviésemos, tenerla conmigo.

—Entonces… ¿esto es el pasado? —pregunté mirando de nuevo alrededor y percibiendo algo diferente en el ambiente. El aire soplaba más frío, los árboles parecían más escuálidos y algo más bajos… hasta el cielo parecía diferente. No sabría decir exactamente qué era lo que cambiaba, pero nada era igual.
—La caja sigue en el agujero —dijo Anna asomándose al hoyo que hizo a los pies del troll—. Pero no hay estatua de hielo…

—Eso es porque tú la has sustituido, ¿no?
—Entonces, ¿he vuelto?
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
—¡Tienes razón! ¡Manos a la obra!
—De acuerdo. ¿Cuál es el plan?
—¿Plan?
—¿No tienes un plan?
—¿Tú me has visto elaborar alguno?
—Aghhh… —gruñí.
—¡¿Qué?! ¡El futuro era muy interesante! ¡Tenía que aprovechar para disfrutarlo antes de volver!
—Vale, y ahora, ¿qué?
—Pues, obviamente, nos vamos a buscar a Elsa. Su magia nos vendrá muy bien para enfrentar a Hans.
—¿Nos vamos a buscar a la mujer que te congeló y que no controla sus poderes?
—A la misma.
—Y, ¿cuando nos congelé?
—Pues nos vamos descongelando. No nos van a faltar actos de amor, ¿no es así?
—Y, ¿si nos congela a los dos a la vez?
—¿Qué probabilidades hay de que eso ocurra? Es más fácil que nos espachurre su gigante de nieve.
—Genial… Eso pinta mucho mejor.
—Vamos, es por aquí.

Caminamos durante un largo trecho por aquellas montañas adentrándonos poco a poco en la tremenda nevada con la que la probablemente actual reina había cubierto casi todo el territorio perteneciente a Arendelle. Sacamos ropa de abrigo de la mochila y nos enfundamos en aquellos ropajes que no nos iban a hacer pasar precisamente desapercibidos a principios del pero que nos mantendrían a salvo del frío.

Tras unas horas de costosa caminata, llegamos a un inmenso muro de hielo que le hacía de muralla a un imponente y precioso palacio de hielo.

—¿Qué es esto? —preguntó Anna algo desencajada—. Cuando estuve aquí, no había muro.
—Quizás se esté protegiendo de Hans…

—O quizás no quiera que yo vuelva a ella.
—¿Crees que sabe que te hirió?
—No lo creo.
—Bueno, ¿visita sorpresa?
—¡¿Cómo?!

Saqué un equipo de escalada de mi mochila y le ofrecí una sonrisa.

—¿Te has traído todo eso?
—Me dijiste que había una montaña helada…

—Vale… Pues vamos con la visita sorpresa.

Con cuidado, paciencia, resbalones y algún golpe que otro, llegamos a la cima.

—Wow… El palacio es espectacular… —musité maravillado por aquella obra de arte.
—Sí, y el golem también. No te olvides de él —dijo Anna parando a tomar el aire.

—Sí, malvavisco es impresionante, ¿verdad? Pero ni quiera él puede pasar a través de este muro. Esto es un poco solitario, ¿sabéis? —dijo una peculiar voz a los pies de la muralla por la zona interior.

Echamos un ojo con una mezcla de curiosidad y estupor y, cuando vimos al propietario de la voz, sólo quedó el estupor. Un muñeco de nieve del tamaño de un niño de cinco o seis años miraba hacia nosotros con los ojos muy abiertos, los brazos extendidos y una gigantesca sonrisa.

Mi primer pensamiento fue que el muñeco nos delataría y nuestra aventura acabaría casi antes de empezar, pero la expresión de Anna pasó rápidamente del horror a la ternura y, como siempre, me sorprendió con su reacción.

—¿Olaf?
—¿Le conoces?
—Más o menos.
—Sí, yo soy Olaf, y me gustan los abrazos calentitos.
—¡Olaf! ¡Cuánto tiempo!
—¿Nos conocemos?
—¡No!

El muñeco parecía casi tan desconcertado como yo.

—Me llamo Anna, y soy la hermana de Elsa. Te ha creado ella, ¿verdad?
—Sí, antes de esconderse en su palacio. Soy el hermano mayor de Malvavisco.
—¿Sigue Elsa dentro?
—¡Claro! Hace poco vinieron unos amigos a buscarla y se la llevaron con ellos, pero pronto volvió a venir. Entonces, creó el muro y se metió en su palacio. No ha vuelto a salir desde entonces. Creo que está triste.
—Elsa… —Como de costumbre, Anna recuperó la energía nada más perderla—. Olaf, queremos ayudarla. Si bajamos, ¿puedes intentar que Malvavisco no nos eche?
—¡Claro! ¡Me encanta ayudar!

Al bajar, Anna le regaló al muñeco una zanahoria de la mochila para que se la pusiese de nariz y él le correspondió con uno de sus abrazos calentitos. Entonces, comenzamos a acercarnos sigilosamente a la entrada mientras Olaf rodeaba el palacio en busca del tal Malvavisco para asegurarse de que no fuese a por nosotros, pero, cuando estábamos a punto de cruzar la escalinata que llevaba a la entrada del palacio, escuchamos su voz diciendo "¡Hermanito! ¡Vamos a jugar en este lado del palacio para que no veas a los nuevos visitantes!"

—Olaf… —dije en un suspiro dejando caer los brazos con desazón.

El rugido del golem resonó por toda la montaña y, los escandalosos grititos de Olaf, nos confirmaron que iba hacia nosotros.

—Corre a dentro, Anna. Yo le distraeré.
—¿Qué? ¡Ni hablar!

Estuve a punto de insistir en mi plan, pero un par de gélidas manazas nos levantaron en el aire y nos encontramos cara a cara con el ensordecedor gruñido del iracundo golem.

—Sácales de aquí —se escuchó una voz nueva para mí desde las alturas del palacio.
—¡Elsa! ¡No! ¡No lo entiendes!

Alcé la mirada y vi a la que parecía ser la hermana de Anna, la reina de Arendelle. La mujer más elegante, fría y etérea que jamás había visto. Su postura era firme y dura, pero su mirada no reflejaba más que miedo. Debería haberme sentido amenazado, pero fue la lástima la que inundó mi alma con su presencia.

—¡Elsa! ¡Hans me mintió! —continuó gritando Anna desesperada mientras el golem nos sacaba por encima del muro—. ¡Se hará con el reino!

Como era de esperar, Anna recibió un frío silencio por respuesta y ambos fuimos dejados caer bastante bruscamente por fuera de la muralla de hielo.

—¡Hasta otra, amiguitos! —oí decir animadamente a Olaf mientras desenterraba mi cabeza de la nieve.
—¡Anna! ¿Estás bien?

Ayudé a Anna a desenterrarse también y vi cómo dirigía su mirada muro arriba.

—No tiene caso intentarlo, ¿no es así? Estamos solos en esto.
—Ella está preocupada por ti. Creo que tiene más miedo del daño que te pueda hacer ella que del daño que Hans pueda causarle al reino.
—Está bien. Entonces, recuperaré el trono por mi cuenta y, cuando todo esté tranquilo, volveré las veces que haga falta hasta lograr que vuelva a casa. Sé que logrará controlar su poder. Yo creo en ella.

Sin una palabra más, Anna inició la bajada hacia Arendelle con paso decidido y yo la seguí. Sin embargo, no lograba verlo tan claro. Nos enfrentábamos a un asesino y, probablemente, al ejército a su mando. Era posible que ese hombre ya fuese rey para cuando llegásemos a Arendelle, y eso quería decir que el cuerpo militar le debía obediencia.

—¡En seguida te alcanzo! —le dije echando a correr de nuevo hacia el palacio de hielo ante su atónita mirada.
—¡Kristoff! ¿A dónde vas?
—¡Será un minuto!

Un momento después, a los pies de la muralla, pude escuchar una vez más la voz de Olaf.

—¡Oh, mira! ¡Un pajarillo! ¡Cómo vue- ou… No creo que se encuentre muy bien…

—Descansa en paz, Sven. Has sido un buen compañero.

Respiré hondo viendo hecho añicos el resultado del esfuerzo de mis últimos cuatro años de vida y volví corriendo a encontrarme con Anna que me esperaba claramente impaciente.

—¿Qué estabas haciendo?
—Había algo que necesitaba hacer.
—Si tenías ganas de evacuar, sólo tenías que decirlo.
—Lo tendré en cuenta.

Y, tomándonos de la mano, reanudamos el paso montaña abajo decididos a cumplir con nuestra misión suicida.