Capítulo 15: Es bueno tener amigos hasta en el infierno.

—¡ES LA PRINCESA ANNA!

La llegada al castillo de Arendelle nos tomó, con alguna que otra parada, una par de días completos.

El paso por la ciudad fue una experiencia sobrecogedora. Todo era diferente y… arcaico. Era obvio que eso sería lo que me encontraría, pero, sin duda, no es lo mismo saberlo que verlo. Sin embargo, tal cual dijo Anna un tiempo atrás… ¿o alante? Es igual. El aspecto del castillo desde fuera era exactamente el mismo.

Los guardias de la entrada la reconocieron al instante y celebraron su regreso dándose palmadas en la espalda entre ellos. Uno de ellos abrió el gran portón de la entrada lo justo para salir por él a su encuentro.

—¡Madame! ¡La creíamos fenecida!
—Bueno, lo he estado más o menos.
—¿Disculpe?
—No importa. Ponme al día, por favor. ¿Cómo están las cosas en Arendelle?

El soldado puso cara de circunstancias.

—Madame… Su esposo Hans es el rey de Arendelle ahora. Su hermana fue acusada de traición tras su matrimonio y… fallecimiento, pero huyó y no se ha vuelto a saber de ella, por lo que, el trono pasó a pertenecerle legítimamente a sir Westergard.
—Ya… justo lo que imaginaba.
—¡Oh, santo cielo! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? —dijo el soldado repentinamente con aparente vergüenza—. Bienvenida a su hogar, Su Majestad.
—Su ¿qué? —preguntamos los dos a la vez.
—Reina Anna, es usted la legítima heredera al trono. Son sus votos matrimoniales los que convirtieron al príncipe Hans en nuestro rey.
—Pero yo…

—¿Crees que te conviene decirle la verdad? —le susurré al oído llamando sin querer la atención del soldado hacia mí por primera vez.
—Disculpe, no tengo el placer de conocerle —dijo entonces plantándose firme ante mí.
—Es Kristoff Bjorgman. Mi… pretendiente.

"Oh, wow… Eso es lo que soy, ¿no es cierto?"

—¿Disculpe, Majestad? Debo de haber oído mal.

Le tendí mi mano al soldado con un intermedio entre una sonrisa y una mueca.

—Has oído perfectamente. Kristoff es mi pretendiente y Hans debe dejar el trono.
—Reina Anna… me pone en un apuro. No es que nada de esto sea decisión mía, pero… no va a lograr retirarle la corona a un legítimo rey porque haya encontrado a otro hombre.

—No se trata de eso. Hans no es el legítimo rey de Arendelle. Nuestros votos nunca se pronunciaron, fue todo un invento suyo para hacerse con el trono.
—Su Majestad, ésa es una acusación muy seria.

—Y no es la peor de las que tengo para él.
—Pero, ¿de qué habla?
—Hans intentó asesinarnos a mi hermana y a mí. Desde el principio nunca tuvo interés en mí: todo fue una treta para llegar a ser rey.

La mirada del soldado se abrió ampliamente y su mandíbula se descolgó. Después mantuvo unos segundos de silencio, como reflexionando muy seriamente sobre la situación.

—Le hemos jurado lealtad al rey Hans… Si ahora os ayudase, estaría traicionando a mi rey…

—Ilegítimo.
—Pero ya declarado.
—Y, ¿vas a sacrificar a tu legítima reina?
—Yo… Madame. No me malinterprete… siempre estaré de su lado. Pero mi familia me necesita para salir adelante; no puedo exponerme a ser acusado de traición a la corona.
—Lo entiendo —dijo Anna con una comprensiva sonrisa—. No me ayudes, sólo no me pongas palos en las ruedas y séle leal a tu corazón cuando llegue el momento de la verdad.
—Así lo haré, Madame. Ruego pueda perdonarme.
—No hay nada que perdonar. Ahora, si me disculpas, tengo un reino que conquistar.

Anna tomó mi mano y caminó de vuelta a Arendelle hasta que el guardia nos hubo perdido de vista.

—¿Qué piensas hacer ahora? —pregunté intrigado ante su determinación.
—Vamos a colarnos en el castillo y a quedarnos allí hasta que se celebre la siguiente reunión con los consejeros, y, allí, me plantaré ante ellos y destaparé sus mentiras. Si los consejeros se ponen de mi lado, podemos declarar nulo su reinado.
—Y, ¿si no?
—Eh…

—Ya.

Un escalofrío me recorrió la espalda sólo de pensar en lo que podría ser de Anna.

—Y, ¿cómo piensas colarte?
—Esta noche nos colaremos por la puerta lateral; la que da al fiordo. Y, una vez dentro, soy una experta en no ser vista. He crecido escondiéndome del personal del castillo para robar chocolate.
—¿Por qué no me sorprende?
—Porque sabes con quién te la juegas.
—Con el monstruo de las galletas.
—El ¿qué?
—No importa.

Tomé su rostro entre mis manos quizás con algo de desesperación.

—Anna, confío en ti. Dime que no hemos venido hasta aquí para dejarte morir a manos de tu propio pueblo.
—Ahora tengo mucho que perder. No se lo voy a poner tan fácil.
—Genial, no querría tener que morir sin comerme otra pizza contigo.
—Aquí no hay pizzas.
—Pero sé hacerlas caseras —dije cruzando los brazos de forma arrogante.
—¡¿De verdad?!
—Completamente.
—¡Cásate conmigo!

—Algún día. Ahora soy tu pretendiente, ¿no?

Anna se lanzó a mis brazos con ración extra de energía y después nos dimos un paseo a orillas del fiordo esperando la llegada del anochecer.