Capítulo 16: Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma.
A la noche, lo que parecía la mayor locura en la que jamás nos habíamos embarcado, resultó ser un divertido paseo por el castillo durante el que me enseñó los cuadros de su familia, nos hicimos con algunas provisiones extra y antorchas prendidas por cuenta de la casa y montamos un pequeño campamento en el pasadizo secreto en el que nos escondimos el día de la visita guiada.
—No te preocupes. Es imposible que Hans sepa de este lugar.
—Y, ¿cómo te vas a enterar de cuándo hay reunión si nos quedamos aquí?
—Kai —se escuchó al otro lado una voz masculina que le puso a Anna la piel de gallina—, convoca reunión de consejeros para mañana a las cuatro. Hay ciertos cambios que quiero hacer efectivos cuanto antes.
—Vale, no he dicho nada —susurré ante la evidencia.
—Como desee —contestó una voz mucho más madura y algo apesadumbrada.
Observé cómo Anna apretaba los puños y temblaba de arriba a abajo. La abracé despacio y la apoyé contra mi pecho.
—Era él, ¿no es cierto?
Anna asintió con la cabeza.
—Ya tenemos fecha, ¿no es así?
Asintió de nuevo.
—¿Qué sientes por él? —pregunté siendo yo el que comenzó a temblar entonces.
—Rabia… —contestó al fin— Me recuerda lo ridícula e ingenua que fui. Me recuerda una de las últimas cosas que me dijo.
—¿Qué te dijo?
—"Oh, Anna, si hubiera alguien por ahí que te amara de verdad…"
La apreté más fuerte contra mí y luché por no salir de allí y crujir a aquel desgraciado.
—Me di cuenta entonces. No había nadie en este mundo que me amase tanto como para salvarme. Nadie me amaba de verdad.
—Tu hermana te quiere.
—No tanto como para confiarme su secreto.
—Sabes que fue por protegerte.
—O por no arriesgarse a sufrir mi rechazo. No confiaba en mí.
—Anna… no sé si alguien te amaba lo suficiente aquí, pero… había alguien en otro tiempo que habría dado su vida por ti. No lo olvides nunca. Yo te amo.
Anna alzó la mirada despacio y me regaló la más hermosa de las sonrisas.
—Te amo, Kristoff. Gracias por no haber desaparecido.
—Te lo dije: siempre a tu lado.
Le dediqué una sonrisa que ella devoró con ansia colgándose de mi cuerpo y claramente decidida a ir más allá.
—No seré yo quien se niegue, pero no creo que éste sea el sitio más higiénico para eso.
—No lo es —contestó justo antes de tomar aire y zambullirse de nuevo en mí.
Mi apreciación no pareció importarle en lo más mínimo y, unos segundos después, estaba deshaciéndose de toda mi ropa mientras su mirada llena de deseo se alimentaba del anhelo que emanaba la mía. Sabiéndome portador del cargamento de preservativos que me supuso miradas de incredulidad por parte de la farmacéutica tan sólo unos días atrás, me dejé llevar por su lujuria y me deshice yo también de la ropa que todavía la cubría.
Anna me empujó contra la pared y me trepó salvajemente. Sentía su dulce aroma, su suave y ardiente piel en contacto con la mía y sus piernas aferrándose a mi cintura como si le fuese la vida en ello. Deslicé mis manos por su espalda desnuda hasta llegar a sus caderas y…
—¡Au!¡Auauauauau! —gritó de repente colgándose de mi cuello.
—¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
—No es nada, sólo me ha dado un tironcillo en la pierna. Ya se me pasa, tú sigue.
Reí mientras perdía mi rostro entre su cabello y comencé a besar su cuello muy despacio.
—¿Necesitas que te dé algo de tiempo? —dije entre beso y beso.
—¡Oh! ¡Sí! ¡Eso es! ¡Eres el mejor! —exclamó entonces con toda la entrega posible dejándome totalmente perdido.
—No te voy a decir que no me guste oírlo, Anna, pero… aún no he hecho nada.
—Kristoff, cielo. Eres muy bueno, pero no tanto. Me refiero a otra cosa. Acabas de darme una idea.
Por desgracia, la idea que le había dado no tenía nada que ver con lo que estábamos haciendo y, a unos veinte minutos de las cuatro de la tarde del día siguiente, Anna estaba embardurnando mi ropa, mi cara, mis manos y mi pelo con hollín.
—¿Sabes que estás muy sexy?
—¿Cubierto de mugre?
—Algún día tenemos que probar así…
—Tus gustos no dejan de sorprenderme.
—Di lo que quieras, pero seguro que si tu pudieses cubrirme de hollín de arriba a abajo a mí, pensarías los mismo.
Anna miró hacia abajo y alzó la mirada con una sonrisa pícara.
—Parce que te ha gustado mi idea.
—¿Qué?
—Pero procura relajarte un poco, no puedes presentarte con eso así ante el rey.
—Oh… ya, no te preocupes por eso. Voy a estar lo suficientemente tenso como para que se me meta para dentro entera.
Ambos reímos aún arropados por la intimidad de nuestro peculiar refugio hasta que Anna se puso firme y declaro que ya era la hora.
En cuestión de dos minutos, me encontraba intentando seguir las instrucciones de Anna para moverme por el castillo y dar con Hans antes de que llegase a la sala del consejo. Por suerte, antes de llegar a perderme, un pelirrojo arrogante apareció ante mí y arqueó una ceja. Sin duda era él. Las patillas, los ojos verdes, la banda… Aclaré mi garganta y me mantuve lo más digno y a la par poco llamativo que pude.
—Rey Hans. Lamento comunicarle que la reunión con el consejo será pospuesta unos minutos. Ha habido un pequeño problema con la chimenea de la sala. Pero no se preocupe, ya estamos en ello; estará arreglado en seguida.
Hans suspiró con desgana.
—Como sea, no te acerques a mí. No quiero que me ensucies. Por si no te has dado cuenta, este traje vale más que tu vida.
"No puedes darle un puñetazo a un rey, Kristoff… Contente."
—Yo mismo le avisaré cuando esté todo listo.
—Estaré en mi recámara. Por cierto, ¿qué son esas ropas?
—Es…
Era obvio que se daría cuenta, pero no tenía de dónde sacar ropa del servicio de esta época y, según Anna, mucho menos de mi talla.
—Es el nuevo uniforme que aprobó el otro día mientras degustaba aquel nuevo vino. ¿Lo recuerda?
—Eh… Por supuesto que lo recuerdo. Puedes retirarte.
"No me puedo creer que haya colado… El alcohol siempre es mal compañero."
—Con su permiso.
Hice una torpe reverencia y salí de allí con temple por fuera y flan por dentro hasta quedar al otro lado de la puerta de la sala del consejo esperando la señal de Anna.
Lo que iban a ser unos minutos, como de costumbre con ella, superó la media hora. Entonces, cuando el sudor ya empezaba a arrastrar el hollín de mi frente, un sutil y musical toquecito en la puerta me hizo saber que era el momento.
Llegué como buenamente pude a la recámara de Hans y, tras darle aviso, le acompañé en silencio hasta la puerta de la sala del consejo.
Al abrir, un aluvión de furiosas miradas se clavó en él mientras, en la silla presidencial, Anna le esperaba con una altiva sonrisa.
—Bienvenido, rey Hans.
