Capítulo 17: El que siembra vientos, recoge tempestades.

Pude apreciar a simple vista la creciente tensión en los hombros de Hans. Trató de dar un paso hacia atrás pero se topó conmigo que, por suerte para la situación, era considerablemente más alto y robusto que él.

Sintiéndose acorralado, se puso firme y entró en la sala deteniendo sus pasos justo en frente de Anna.

—¿Cómo puedes estar viva?
—Ya ves, resulta que sí que había alguien que me amaba…

—Me alegro de que hayas vuelto —dijo con el tono más artificial que jamás había oído—. Sé bienvenida a mi reino.
—A mi reino, querrás decir.
—No recuerdo que hayas sido coronada, princesa.
—Y sin embargo, el consejo coincide conmigo en que la corona me pertenece.

—¡Traición! —gritó airado y con un grado de desesperación—. ¡Guardia!
—Queda subrogado en la corona, sir Westergard —comunicó en portavoz del consejo—. Le aconsejamos que no oponga resistencia.
—Además, quedas acusado de atentado contra la corona y tu juicio será celebrado en el reino de Arendelle —añadió Anna con un tono frío y amenazador.
—¡Nunca! —exclamó el recién despachado rey perdiendo totalmente los papeles—. ¡Si crees que vas a salirte con la tuya, estás muy equivocada!

Se acercó algo torpemente a la chimenea, cogió el atizador y alzó el brazo dispuesto a descargarlo con toda su rabia contra Anna.

Como si yo fuese a permitirlo.

Sin pensar mucho en lo que hacía, paré el golpe con mi brazo que acto seguido comenzó a sangrar en una mezcla de escozor y pinchazos que no le recomiendo a nadie.

—¡Kristoff! —gritó Anna tirando de mí.
—E… estoy bien —medio mentí tratando de mantener la compostura ante un posible segundo ataque.
—Así que, estabas en el ajo —dijo entonces mirándome a mí—. ¿Acaso eres tú el que la ama? Está bien, deshollinador, puedo empezar por ti.

Los consejeros, lejos de intentar pararle con sus propias manos, salieron en busca de la guardia para que fuesen ellos los que detuviesen a Hans, pero, antes de que llegasen, él cargó de nuevo contra nosotros como un energúmeno. Cerré los ojos sin saber muy bien cómo parar en golpe y bloqueando con mi cuerpo a Anna que intentaba pasar al frente. Sin embargo, el golpe no llegó.

Cuando abrí los ojos extrañado, el atizador permanecía en el aire envuelto en una punzante capa de hielo y orientado hacia el desnudo cuello de Hans.

—Intenta tocar a mi hermana y será lo último que hagas —amenazó una voz a la par ronca y femenina desde la puerta de la sala.
—¿Elsa? —dijo Anna casi llorando mientras se asomaba por debajo de mi brazo.
—¿Estáis bien? —preguntó la legítima reina entrando en la cámara.
—Hemos tenido días mejores —dije con un intento de risa que se vio frustrado por el intenso dolor en el brazo.
—Guardias, arrestad al príncipe Hans y llevadle a los calabozos. Y, por el amor de Dios, llamad al médico.

El guardia que el día anterior guardaba la entrada al castillo, reverenció a Elsa y a Anna y cumplió con sus órdenes ante la agradecida sonrisa de ambas.

—Así que, ¿fuiste tú el que estampó aquel extraño búho en mi balcón? —preguntó Elsa dirigiéndose a mí mientras Anna nos miraba con curiosidad.
—¿Eso importa?
—Quiero saber a quién agradecerle que haya aprendido a controlar mi poder y que haya reunido el valor para volver.
—Agradéceselo a Anna. La clave estaba en su carta.
—¿Mi carta?

Elsa le mostró a Anna la carta que ella misma había escrito y dejado en el hoyo junto con una pequeña nota.

—¿Qué es esto? —preguntó Anna desconcertada.
—Léelo y lo entenderás —dijo Elsa poniéndome en un pequeño apuro.
—"Anna ha vuelto a la vida y va a enfrentarse con el hombre que pretendía asesinaros a las dos. Ella está dispuesta a arriesgar su propia vida por salvarte a ti y a tu reino. ¿Vas a seguir escondiéndote?" —leyó en voz alta Anna justo antes de clavar su mirada en mí—. ¿Esto era lo que estabas haciendo cuando nos fuimos del palacio?
—Eh… ¿qué va a pasar si digo que sí?
—Y, ¿por qué no me lo dijiste?

Empecé a sudar aún más fuerte.

—Yo… ¿Y si… no venía? No quería que te sintieses menos apreciada de lo que ya lo hacías… Si venía, sería una agradable sorpresa, y si no… pues no habría daño extra.

Anna arrugó la nota con aparente rabia y después la enfuchicó en su bolsillo. Entonces, se acercó despacio a mí y me dio un dulce beso en los labios que dejó con los ojos como platos a su hermana, a los consejeros y, en general, a todo el personal presente.

—Gracias.
—No hay de qué.
—¿Cua… Cuánto hace que os conocéis? —preguntó Elsa frotándose las sienes.
—Ésa es una excelente pregunta.

Anna y yo nos miramos y rompimos a reír. Mientras, los gritos de 'Dios salve a la reina Elsa' comenzaron a resonar por los pasillos del castillo.

—Bienvenida a casa —le dijo Anna a su hermana extendiendo sus brazos tímidamente hacia ella.
—Lo mismo digo.

Elsa abrazó con fuerza a Anna y ambas rompieron a llorar en lo que parecía una mezcla de alegría, culpa y alivio.

Sin duda, el futuro iba a cambiar.