Capítulo 18: A grandes males, grandes remedios.
Para mi sorpresa, explicarle nuestra historia a Elsa resultó bastante más fácil de lo que cabría esperar. No sólo nos creyó sin dudarlo (cosas de gente mágica), además me aceptó en el castillo como un residente más y me aprobó (sin que se lo llegase a pedir) como pretendiente de su hermana.
Las explicaciones al resto del personal fueron bastante más vagas y poco detalladas; no podíamos dejar que todo el mundo supiese que veníamos del futuro si no queríamos alterar demasiado la historia, sin embargo, tanto el pueblo como todos los trabajadores del castillo me aceptaron gratamente.
Elsa fue declarada reina de nuevo de forma oficial y la calma y la cordura volvieron al reino por fin. Resultó que, una vez controlados sus poderes, era una reina atenta y compasiva que se esforzaba mucho por hacer bien su trabajo.
Respecto a Hans, fue deportado a las Islas del Sur y condenado a hacer trabajos sociales hasta que su padre le considerase redimido. Poca pena me parece.
Y nosotros, bueno… pasábamos juntos todo el tiempo que podíamos de día y nos añorábamos por las noches. Anna se dedicó a ayudar a su hermana en lo posible y yo me dediqué a ayudar a la gente del reino en sus quehaceres diarios. No quería ser mantenido sin merecerlo de algún modo. Sin embargo, la herida de mi brazo, se estaba asegurando de complicarme esa tarea. Pese a haber sido tratada, cada día dolía más y me notaba la zona más hinchada. Hacer fuerza con ese brazo, por entonces, era misión imposible.
Con el paso de los días, el mal descanso que me daba el dolor, empezó a pasarme factura y comencé a sentirme débil y febril y, Anna, que siempre me ha leído como un libro abierto, se dio cuenta según me vio aparecer.
—¿Qué te pasa?
—¿Por qué lo preguntas?
—Tienes un aspecto horrible.
—Vaya, y eso lo dices tú que me ves con buenos ojos —bromeé.
—Kristoff… —dijo en tono de advertencia.
—No te preocupes, no es nada que no pueda arreglar una buena siesta.
Pero, pese a haber llegado desde el futuro, predecir lo que iba a pasar no era lo mío, así que, unas horas después estaba en la cama, hirviendo de fiebre, mientras el médico del castillo me miraba de arriba a abajo.
—¿Qué le ocurre, doctor? —preguntó Anna angustiada.
—Nada bueno, me temo.
Un nudo acampó en mi garganta al oír esas palabras, pero confié en que fuese algún tipo de virus pasajero o algo así y continué escuchando.
—Este tipo de heridas feas… cuando se infectan son… peligrosas.
—¿Heridas? —preguntó Anna— ¿Se refiere a la del brazo?
—Así es. Parece que se le ha infectado y la infección se está extendiendo. Haré lo que pueda, pero no tengo nada claro que pueda salvarle.
—¡No! —exclamó Anna llevándose las manos a la boca.
"Una infección, genial. Era lo único que faltaba en esta aventura."
El médico salió de mi habitación en busca de quién sabe qué y Anna vino a mi lado y comenzó a acariciar mi mejilla mientras lloraba en silencio como el que se despide de un moribundo.
—Ey, tranquila. Seguro que un poco de penicilina lo puede arreglar.
—Peni-¿qué?
—Penicilina. Ya sabes, el antibiótico ése que… oh —Y entonces me di cuenta: estaba acabado—, que aún no se ha inventado…
"Yo no podía meter antibióticos en el botiquín, no."
—¿Tenéis... tenéis solución para esto en el futuro?
—Sí si no se nos va mucho de las manos.
—En tal caso, tienes que volver.
—¿Qué?
—Iremos, te curarás y ya decidiremos si volvemos o nos quedamos.
—Acabas de recuperar a tu hermana. ¿Cómo vas a quedarte en el futuro?
—Entonces volveremos. Pero, por favor, no dejes que te pierda.
—Y, ¿cómo pretendes hacerlo? "Hola señor troll mágico, no es diciembre y ya nos ha regalado como tres milagros, pero necesitamos un par más."
—Si hace falta le pulo las uñas de los pies al troll, pero tiene que salvarte.
—Podemos intentarlo, pero… Anna, tienes que tener presente que es posible que no lo consigamos.
Dolía horrores pronunciar aquellas palabras; dolía pensar en separarme de ella y dolía aún más pensar en el daño que eso le haría, pero no quería que se hiciese ilusiones y matarlas todas conmigo.
—Lo siento, pero, esta vez, fallar no es una opción. Así que no te quedará más remedio que viajar en el tiempo como un buen chico, curarte y volver aquí con un buen cargamento secreto de medicamentos del futuro. Si logramos ir juntos, perfecto, y, si no, irás y volverás solo.
Reí y negué con la cabeza. Sabía que nada que nadie hiciese ni dijese sería capaz de frenarla. Su determinación y la fuerza con la que se enfrentaba siempre a los problemas eran dos de las tantísimas cosas que admiraba de ella.
—Pero vuelve, ¿vale?
Asentí vagamente y Anna me ayudó a levantarme y me secó el sudor. Por lo visto no tenía intención de esperar a la posible solución de su médico antes de aventurarnos en otro viaje en el tiempo.
Preparó un caballo y ambos subimos como buenamente pudimos para llegar lo más rápido posible al claro del troll. Sin embargo, de camino, un pedrusco redondo la mar de familiar se interpuso en nuestro paso.
—¡Gran Pabbie! —exclamó Anna agitada y claramente apresurada— ¡¿Qué ocurre?!
—Un oscuro sentimiento me ha llamado hasta aquí. ¿Hay algo que pueda hacer por vosotros?
—¡Claro! ¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes?! ¿Tú puedes curar a Kristoff, Pabbie?
El troll me miró como intentando adivinar quién era y se encogió de hombros. Entonces, sin hacerme bajar si quiera, extendió sus brazos hacia mí y cerró los ojos.
—Hm… Lo veo muy difícil. No puedo manipular en el presente lo que pertenece a otro tiempo.
—¿Qué?
—Este muchacho no ha nacido en nuestro tiempo, y mi magia sólo podría curarle si coexistiese con su línea vital. Lo siento, pero no puedo hacer nada por vosotros.
—Pero… —dijo Anna apretando los puños mientras yo reposaba mi cabeza sobre su hombro por puro agotamiento— Flemmingrad sí podrá ayudarnos, ¿verdad? Podrá llevarle al futuro.
—Oh, querida. Es posible, pero eso rompería el vínculo que os une.
—¿Qué? —dijimos los dos a la vez.
—Pertenecéis a dos mundos diferentes. En el momento en que vuestros cuerpos pierdan la nueva conexión que han creado, el lazo se debilitará hasta desaparecer haciendo que no seáis para el otro más que un bonito sueño. Volver a uniros en la línea temporal después de desaparecer vuestro vínculo… sería sencillamente imposible. No habría llamada para conectar.
—Eso no será un problema —dijo Anna con seguridad—. Yo iré con él donde sea necesario. Así podremos seguir juntos, ¿no es así?
—Así es, pero…
—Bien. Entonces, no tenemos tiempo que perder.
Anna pasó de largo a Gran Pabbie y continuó galopando hasta llegar a la altura del muñeco troll. Una vez allí, me ayudó a bajar del caballo y me sentó apoyado en él.
—No te preocupes, todo va a salir bien —dijo retirándome con cuidado el flequillo de los ojos—. Me dijiste que siempre estarías conmigo, ¿no? Pase lo que pase, vuelve a mí; no me dejes.
—Lo prometo.
Saqué un atisbo de fuerza para levantar mi brazo sano una vez más y acaricié de nuevo aquel rostro que tanto amaba. Recogí con mi pulgar una lágrima que se deslizaba por su mejilla y besé sus labios rezando por que aquella no fuese la última vez.
Entonces, mis ojos comenzaron a cerrarse irremediablemente y pude sentir cómo Anna tomaba mi mano y comenzaba a cantar aquella peculiar canción que aún no me había logrado aprender. Justo después, se hizo un extraño silencio y, en el instante antes de perder el conocimiento, pude escuchar el hilo de voz con el que conjuró su deseo.
—Por favor, que sea como tenga que ser, pero haz que Kristoff no muera.
Mal planteamiento.
Y todo se puso negro.
