Capítulo 19: A donde el corazón se inclina, el pie camina.
—¡Anna!
Abrí los ojos y una luz terriblemente cegadora inundó mi visión por completo. No tardé en darme cuenta de que me encontraba en una habitación de hospital.
—No es la primera vez que me llaman por el nombre de otra mujer, pero sí es la primera vez que me pasa estando vestida.
Conocía aquella voz. Y no era la de Anna.
—Silje… ¿Has visto a Anna? ¿Sabes dónde está?
—No creo conocer a ninguna Anna. ¿Cómo te sientes?
Ignoré completamente su pregunta. Tampoco me interesaba mucho mi salud: sólo quería saber de Anna.
—¿No la has visto? ¿Quién me trajo aquí?
—Un helicóptero. Un guía de trekking te encontró tirado en medio del bosque y llamó a emergencias.
—¿En el bosque?
No supe bien por qué, pero algo se encogió dentro de mí.
—Sí. Con una infección de cuidado.
—Una infección… Y… ¿estaba solo?
—Eso dijeron, sí. ¿Qué te preocupa? ¿Quién es esa tal Anna?
—Anna es…
Un montón de imágenes y sensaciones borrosas se arremolinaron en mi cabeza al buscar la respuesta a aquella pregunta. Obviamente, Anna era… ¿Quién era Anna?
—No… no lo sé.
Agarré mi cabeza con ambas manos luchando por recuperar el recuerdo de lo que sabía que era lo más importante de mi vida. Necesitaba saber dónde estaba; necesitaba saber cómo estaba; y necesitaba saber quién era.
—Oye, no te mortifiques. Seguro que ha sido un sueño. Los médicos me dijeron que habías estado delirando.
—¿Delirando? Anna no es un delirio…
Miré a sus ojos desesperado y en busca de comprensión y me encontré con una mueca de lástima.
—Dijeron que ya te habías librado de lo peor de la infección y que te darían el alta en cuanto despertases. ¿Quieres venirte a mi casa hasta que te sientas un poco más fuerte?
—No, gracias. No será necesario.
—¿Sabes? Algún día no te quedará más remedio que dejar que se te acerque la gente.
—Tengo que encontrar a Anna.
—Voy a hablar con el médico y me voy a casa. Haz el favor de no volver a aparecer medio muerto por ahí, ¿quieres? No dediques tu vida a buscar a un espejismo.
No contesté y ella tampoco parecía esperar que lo hiciese.
—Te veo el lunes en el trabajo.
—¿En el trabajo? Me despidieron, ¿lo recuerdas?
—¿Tantas ganas tienes de vacaciones? ¡No hagas pellas!
Salió por la puerta antes de que lograse entender qué estaba pasando y, sacudiendo la cabeza, procuré centrarme en lo importante: Anna. Probé a levantarme, pero la vía me tenía retenido. Esperé cada vez más nervioso a que llegase el médico y fingí tranquilidad y cordura como todo un profesional de la interpretación. Entonces, en el momento en que me vi libre de la vía y vestido, y me firmó el alta, salí disparado por la puerta en búsqueda desesperada de alguien de quien no lograba recordar ni la voz, ni la cara, ni la conexión que tenía conmigo. No sabía quién era, pero sabía que la necesitaba.
Corrí como un loco ciudad arriba y ciudad abajo en busca de lo desconocido y no logré encontrar ni una sola pista de qué era lo que estaba buscando. Entré a cada local y todo lo que logré fue sentir un escalofrío al pasar por delante de la pizzería. Recorrí los muelles y supe que ella había estado allí, pero era incapaz de llegar a su recuerdo. Llegó la noche y se encendieron las farolas y me atraparon; había algo importante en ellas, pero tampoco lograba averiguar qué. Entonces, como mirándome con aire de superioridad, se alzó ante mí el castillo. Me quedé clavado en el sitio. Jamás en la vida había entrado a aquel lugar, pero sabía perfectamente cómo era por dentro. Era un lugar inaccesible y lo sentía como una segunda casa. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué me estaba pasando? ¡Joder! ¡¿Quién era Ana?!
Agotado y asustado, volví a casa esperando encontrar allí algo de paz, pero el resultado fue todo lo contrario. Todo estaba en orden, exactamente como siempre lo había estado, pero, algo dentro de mí me decía que aquel orden era falso; que en ese momento lo lógico hubiese sido encontrarlo todo desastrado y cubierto de un olor completamente diferente. Por otro lado, ¿qué había sido de Sven? ¿También me lo estaba inventando?
Sentí una fuerte punzada en la cabeza y un flash de Sven volando por encima de un inmenso muro de hielo cruzó mi mente.
—Así que de verdad ha sido todo un sueño…
Me senté en el sofá y escondí la cabeza entre mis rodillas. Ése era el olor. Mi ropa olía a ella… ¡era real!
—No… Probablemente éste es el olor de la persona que me rescató. Seguramente se cruzó con mis sueños y por eso lo relaciono. Mierda… Anna no existe, ¿no es así?
Suponiendo que el tiempo haría por mí la parte que los antibióticos no habían hecho, me refugié en mi cama y lloré durante horas sin saber por qué o a quién.
Los días pasaron y, más que perder aquella incómoda sensación, me fui acostumbrando a vivir con ella. Para regocijo de Silje, volví al trabajo que creía haber perdido y fui devolviendo la normalidad a mi vida. Asumí que no iba a encontrar a Sven y dejé de perseguir el vago recuerdo de un sueño.
Sin embargo, el acostumbrarme a ello no hizo que mejorase mi humor; más bien, cada día me sentía más vacío e irascible. Mi vida ya no tenía sentido. Si tan sólo hubiese alguien que me importase de verdad…
"Anna."
Volvía a mí. Una y otra vez. Cada vez que buscaba algo importante dentro de mí por lo que mereciese la pena estar vivo, su nombre venía a mí.
Aquella noche salí al bar. Nunca había sido un gran bebedor, pero quizás una buena melopea pudriría la parte de mi cerebro que me generaba aquella inquietante sensación.
—Ponme lo más fuerte que tengas, Haldis.
—¿Un mal día?
—No en especial…
—Dichosos los ojos, Kristoff —escuché la sensual e igualmente irritante voz de Unne tras de mí—. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?
—Eso quisiera yo saber.
—Uhhh, eso suena a calabazas. ¿Pensando en ahogar tus penas en alcohol?
—Es posible.
—Y, ¿qué te parece si te ahorro una cirrosis y te ayudo a olvidar de una forma mucho más satisfactoria? —dijo acercando su cara a la mía hasta casi rozar mi nariz con la suya.
Me levanté de golpe. Aquello no era lo que quería; Unne no era a quien yo necesitaba. Eché a correr y salí a la calle para acabar chocando y derribando con ello a la pobre Silje.
—¡Kristoff! ¡¿Qué estás haciendo?!
—Lo siento… no iba mirando por dónde iba. ¿Estás bien?
La ayudé a levantarse y, por suerte, parecía encontrarse bien.
—En serio, ¿qué te pasa?
—¿De qué hablas?
—Desde lo del bosque, no has vuelto a ser el mismo. ¿Qué te ocurre? ¿Qué necesitas?
—A ella… la necesito a ella.
—¿A la tal Anna?
Asentí.
—¿Lograste recordarla?
Negué con la cabeza.
—¿Sigues dándole vueltas a aquel sueño?
—Si realmente es un sueño… ¿por qué no me deja vivir? ¿Por qué no puedo sacarla de mi cabeza? ¿Por qué siento que me dejo algo tan importante?
Rompí a llorar de nuevo y Silje se acercó a mí y me abrazó tiernamente.
—Estoy enamorada de ti, lo sabes, ¿no es cierto?
No dije nada, pero tampoco podía negarlo.
—No te voy a pedir que me aceptes, nunca saldría con un hombre para el que no fuese la primera, pero te voy a pedir que no te dejes vencer por esto.
—¿Qué puedo hacer, Silje?
—Encuéntrala.
—¿Qué?
—Nunca te he visto interesado en nadie hasta ahora, pero no tengo intención de ser superada por una mujer imaginaria, así que coge ese hercúleo trasero y busca hasta debajo de las piedras, pero encuéntrala y demuéstrame que hago bien dejándote ir.
—¡Debajo de las piedras!
—¿Qué?
—¡No lo sé, pero me voy al bosque!
—¡¿Qué?!
—¡Gracias!
Le di un rápido beso en la frente a la mejor compañera que podía tener y me fui corriendo montaña arriba. No sabía por qué, pero necesitaba ir al bosque. Quizás porque era mi lugar de paz o quizás porque ya me había vuelto loco de remate, pero algo me decía que aquella era la única salida. Cerré los ojos e intenté concentrarme en Anna, en lo que me hacía sentir aquel nombre.
Me dejé guiar por mi instinto y por mi corazón; sin pensar, sin intentar recordar, sólo sintiendo. Parecía que el bosque me hablase. El viento me guiaba y la Luna iluminaba mi camino. Me acercaba a ella. Sabía que me acercaba a ella.
No tengo la menor idea del tiempo que pasé así. Mis pies y mis piernas estaban doloridos, me faltaba el aliento y el frío me calaba hasta lo más hondo, pero no podía parar.
De pronto, completamente perdido en medio de la maleza, un rayo de Luna iluminó un claro que llamó mi atención y todos mis sentidos me dijeron que aquel era el lugar. Me acerqué despacio, temblando… Si ella estaba allí… probablemente no sería viva. Atravesé los últimos matorrales y lo que vi fue, por alguna razón tan descabellada como lógica, un horrendo muñeco hecho de piedras y hongos de algún tipo con forma de troll que parecía esperarme con lo brazos abiertos.
—Hasta debajo de las piedras —susurré para mí mismo.
Me arrodillé ante él y descubrí un anillo de hadas en el suelo, a sus pies. Escarbé como un perro nervioso buscando un hueso y di con una pequeña cajita de metal. Aquello no podía ser casualidad.
La caja no parecía tener cierre, por lo que, simplemente, tiré de la tapa sabiendo que ahí estaba la respuesta y me encontré con una pequeña y amarilleada nota en las manos.
"Cumple tu promesa y vuelve a mí, Kristoff, mi sueño."
Era Anna. Sabía que era Anna. ¿Yo era su sueño? ¿Acaso no era ella el mío? ¿Se encontraba tan perdida como yo?
Pensé en ir pueblo por pueblo, casa por casa, preguntando por la mujer que había escrito esa nota, pero el troll seguía mirándome como si me olvidase de algo importante.
—¿Qué puedo hacer para encontrarla, señor… troll… hongoso?
Y, como sacada de un absurdo anuncio televisivo, una canción que estaba seguro de no haber logrado cantar jamás, resonó en mi cabeza y sentí una imperiosa necesidad de cantarla a pleno pulmón. Total, ¿qué podía pasar? No había nadie por allí y, en caso de haberlo, tampoco creía que quedase nadie en Arendelle que aún pensase que yo estaba cuerdo.
Canté a gritos aquel sinsentido hasta casi quedarme afónico y, nada más entonar la última nota, la voz más hermosa de la historia resonó en mi cabeza: "¡Sabe a liquen!"
Sí, iba a chupar aquella cosa. No sabía por qué, y sabía que era bastante probable que acabase otra vez en el hospital por algún tipo de intoxicación, pero necesitaba hacerlo. Le di un gran lametazo en la frente y, como era de esperar, no pasó nada.
Desesperado y desesperanzado, me abracé al troll, me perdí en lágrimas de nuevo y sí, le rogué a una piedra.
—Ya nada tiene sentido. No sé si alguna vez lo ha tenido. Sólo sé que la necesito y no logro llegar a ella. Por favor, te lo ruego, como sea, no me importa, pero llévame con ella; hazme volver a ella.
Y, de repente, todo se volvió negro.
Y, entonces, todo se llenó de luz y de borrones, y lo gritos y los llantos lo inundaron todo.
Y, entonces…
—¿Hielo?
Y…
—Oh… ¡qué cuquis…! Os voy a adoptar.
Y…
—¿Cuál es la palabra mágica?
Y…
—Y aquí el amigo… ¡Cu-cu! ¡Rebajas de verano!
Y, entonces, por fin, mi vida comenzó.
