Al parecer, la siguiente etapa de mi viaje nos llevará a las tierras altas de Terris. Se dice que es un lugar frío e implacable, una tierra donde las montañas mismas están hechas de hielo. Nuestros sirvientes no sirven para ese viaje. Es probable que tengamos que contratar a algunos porteadores de Terris para que lleven nuestras pertenencias.
Capítulo 4
–¡Ya habéis oído lo que ha dicho! ¡Está planeando un trabajo! – Los ojos de Ulef brillaban de entusiasmo–. Me pregunto a cuál de las Grandes Casas va a robar.
–Será a una de las más poderosas –dijo Disten, uno de los principales rastreadores de Titus. Era manco pero tenía los ojos y los oídos más agudos de la banda–. Raven nunca se dedica a trabajos de poca monta.
Lexa estaba sentada en silencio, con su jarra de cerveza (la misma que le había dado Raven) todavía casi llena sobre la mesa, repleta de gente. Raven había dejado a los ladrones volver a su escondite poco antes de que terminara su encuentro. Lexa, sin embargo, hubiese preferido quedarse sola. La vida con Lincoln la había acostumbrado a la soledad: si dejabas que alguien se acercara demasiado, le dabas más oportunidades para traicionarte. Incluso después de la desaparición de Lincoln, Lexa se había mantenido apartada. No quiso marcharse; sin embargo, tampoco sintió la necesidad de intimar con los otros miembros de la banda. Ellos, a su vez, se mostraron perfectamente dispuestos a dejarla en paz. El lugar de Lexa era precario y asociarse con ella los hubiera salpicado. Sólo Ulef había hecho algún intento por ganarse su amistad.
Si dejas que alguien se te acerque, sólo te lastimará más cuando te traicione, pareció susurrarle Lincoln al oído.
¿Había sido Ulef de verdad su amigo? Desde luego, la había vendido con bastante rapidez. Además, los miembros de la banda habían aceptado la paliza de Lexa y su súbito rescate como cosa hecha, sin mencionar su traición ni su negativa a ayudarla. Sólo habían hecho lo que cabía esperar.
–La Superviviente no se ha dedicado a ningún trabajo últimamente –dijo Harmon, un ladrón viejo y de barba descuidada–. Apenas se le ha visto en Luthadel un puñado de veces durante los últimos años. De hecho, no ha dado ningún golpe desde…
–¿Éste es el primero? – preguntó Ulef ansiosamente–. ¿El primero desde que escapó de los Pozos? ¡Entonces tendrá que ser algo espectacular!
–¿Te ha dicho algo al respecto, Lexa? –preguntó Disten–. ¿Lexa? – Agitó un grueso brazo para llamar su atención.
–¿Qué? – preguntó ella, alzando la cabeza. Se había limpiado un poco desde que Titus le había dado la paliza, finalmente acabó por aceptar un pañuelo de Monty para quitarse la sangre de la cara. Sin embargo, no podía hacer gran cosa con los cardenales. Aún le dolían. Era de esperar que no tuviera nada roto.
–Raven –repitió Disten–. ¿Ha dicho algo sobre el trabajo que está planeando?
Lexa negó con la cabeza. Miró el pañuelo manchado de sangre. Raven y Monty se habían marchado hacía poco, prometiendo regresar cuando hubiera tenido tiempo de pensar en las cosas que le habían contado. Sin embargo, sus palabras encerraban… una oferta. Fuera cual fuese el trabajo que planeaban, ella estaba invitada a participar.
–¿Por qué te ha escogido para ser su intra, Lexa? –preguntó Ulef–. ¿Ha dicho algo al respecto?
Eso era lo que todos suponían: que Raven la había elegido para que fuera su contacto con la banda de Titus…, de Milev. Había dos bandos en los bajos fondos de Luthadel. Estaban las bandas normales, como la de Titus. Y luego estaban… las especiales. Grupos formados por gente extremadamente habilidosa, extremadamente temeraria, o por alománticos de talento extremo. Los dos sectores de los bajos fondos nunca se mezclaban: los ladrones normales dejaban tranquilos a sus superiores. Sin embargo, ocasionalmente una de aquellas bandas contrataba a un ladrón corriente para que hiciera parte de su trabajo mundano, y elegían a un intra (un intermediario) para que trabajara con ambos grupos. De ahí la deducción de Ulef sobre Lexa. Los miembros de la banda de Milev advirtieron su silencio y pasaron a otro tema: los brumosos. Hablaban de la alomancia en voz baja y dubitativa, y ella los escuchó, incómoda. ¿Cómo podía estar relacionada con algo que los asombraba tanto? Su Suerte…, su alomancia era algo pequeño, algo que usaba para sobrevivir, pero a la vez sin importancia.
Pero, ese poder… pensó, mirando su reserva de Suerte.
–Me pregunto qué habrá estado haciendo Raven estos últimos años –comentó Ulef. Parecía un poco incómodo con ella al principio de la conversación, pero se le había pasado rápidamente. La había traicionado, pero así eran los bajos fondos. No había amigos.
No parece ser igual entre Raven y Monty. Parece que confían el uno en la otra. ¿Una tapadera? ¿O eran simplemente uno de esos raros equipos que no sepreocupan de que el otro los traicione?Lo más inquietante de Raven y Monty había sido su franqueza con ella.Parecían dispuestos a confiar en Lexa, incluso a aceptarla, incluso después derelativamente poco tiempo. No podía ser cierto: nadie sobrevivía en los bajos fondossiguiendo esa táctica. A pesar de todo, su actitud amistosa era desconcertante.
–Dos años… –dijo Hrud, un ladrón callado y de cara chata–. Debe de haberse pasado todo el tiempo planeando este golpe.
–Debe de ser todo un golpe… –dijo Ulef.
–Habladme de ella –pidió Lexa en voz baja.
–¿De Raven? – preguntó Disten.
Lexa asintió.
–¿No hablaban de Raven allá en el sur?
Lexa negó con la cabeza.
–Era la mejor jefa de bandas de toda Luthadel –explicó Ulef–. Una leyenda, incluso entre los brumosos. Robó a algunas de las Grandes Casas más ricas de la ciudad.
–¿Y?
–Alguien la traicionó –dijo Harmon en voz baja.
Naturalmente, pensó Lexa.
–El mismísimo Lord Legislador capturó a Raven –dijo Ulef–. La envió junto con su esposa a los Pozos de Hathsin. Pero ella escapó. ¡Escapó de los Pozos, Lexa! Es la única que lo ha conseguido.
–¿Y la esposa? – preguntó Lexa.
Ulef miró a Harmon, quien sacudió la cabeza.
–No lo consiguió.
Así que ella también ha perdido a alguien. ¿Cómo puede reír tanto, tan sinceramente?
–De ahí esas cicatrices –dijo Disten–. Ya sabes, las que tiene en los brazos. Se las hizo en los Pozos, con las rocas de una pared cortada a pico que tuvo que escalar para escapar.
Harmon hizo una mueca.
–No se las hizo así. Mató a un inquisidor mientras escapaba… Así se hizo las cicatrices.
–He oído que fue luchando contra uno de los monstruos que guardan los Pozos –dijo Ulef–. Se metió en su boca y lo estranguló desde dentro. Los dientes le arañaron los brazos.
Disten frunció el ceño.
–¿Cómo se estrangula a alguien desde dentro?
Ulef se encogió de hombros.
–Eso es lo que he oído.
–La mujer no es normal –murmuró Hrud–. Le sucedió algo en los Pozos, algo malo. No era alomántico antes, ¿sabes? Entró en los Pozos siendo un skaa corriente y ahora… Bueno, es un brumoso con toda seguridad…, si es que sigue siendo humana. Ha estado mucho tiempo ahí fuera en la bruma. Algunos dicen que la verdadera Raven está muerta, que la criatura que lleva su rostro es… otra cosa.
Harmon negó con la cabeza.
–Eso son tonterías de los skaa de las plantaciones. Todos hemos estado ahí fuera, en las brumas.
–No en las brumas de fuera de la ciudad –insistió Hrud–. Allí hay espectros de la bruma. Atrapan a un hombre y le roban la cara, tan seguro como que el Lord Legislador existe.
Harmon puso los ojos en blanco.
–Hrud tiene razón en una cosa –dijo Disten–. Esa mujer no es humana. Puede que no sea un espectro de la bruma, pero tampoco es un skaa. He oído decir que hace cosas, cosas que sólo ellos pueden hacer. Los que salen por la noche. Ya habéis visto lo que le ha hecho a Titus.
–Nacido de la bruma –murmuró Harmon.
Nacido de la bruma. Lexa había oído el término antes de que Raven se lo mencionara, naturalmente. ¿Quién no? Sin embargo, los rumores sobre los nacidos de la bruma hacían que las historias sobre inquisidores y brumosos parecieran racionales. Se decía que los nacidos de la bruma eran heraldos de la misma bruma a los que el Lord Legislador había conferido grandes poderes. Sólo los altos nobles podían ser nacidos de la bruma: se decía que eran una secta secreta de asesinos que le servían y que sólo salían de noche. Lincoln siempre le había dicho que eran un mito y Lexa había dado por supuesto que tenía razón.
Y Raven dice que yo, igual que ellla, soy uno de ellos. ¿Cómo podía ser? Hija de una prostituta, no era nadie. No era nada.
Nunca confíes en una persona que te da buenas noticias, había dicho siempre Lincoln. Es la forma más antigua, pero más fácil, de timar a alguien.
Sin embargo, ella tenía su Suerte. Su alomancia. Todavía podía sentir las reservas que el frasquito de Raven le habían proporcionado y había puesto a prueba sus poderes con los miembros de la banda. Como ya no estaba limitada a sólo un poco de Suerte al día, descubrió que podía producir efectos mucho más sorprendentes. Lexa estaba empezando a comprender que su antiguo objetivo en la vida (simplemente, sobrevivir) carecía de valor. Había muchas cosas que podía hacer. Había sido esclava de Lincoln; había sido esclava de Titus. Sería también esclava de este Raven, si eso la conducía finalmente a la libertad. En la mesa, Milev miró su reloj de bolsillo y luego se levantó.
–Muy bien, todo el mundo fuera.
La sala empezó a despejarse para la reunión de Raven. Lexa se quedó dónde estaba: Raven había dejado claro a los demás que estaba invitada. Permaneció sentada un rato, sintiendo la habitación más cómoda conforme se iba vaciando. Los amigos de Raven empezaron a llegar poco después.
El primer hombre que bajó las escaleras tenía aspecto de soldado. Llevaba una camisa sin mangas que dejaba al descubierto un par de brazos bien esculpidos. Era impresionantemente musculoso, pero no deforme, con el pelo cortado a cepillo. La compañera del soldado era una mujer vestida con elegancia de noble (chaleco púrpura, botones dorados, casaca negra), tocado con un sombrero negro de ala corta y que llevaba bastón de duelo. Era mayor que el soldado y un poco gruesa. Se quitó el sombrero al entrar en la habitación, revelando un pelo rubio bien peinado. Los dos charlaban amistosamente mientras entraban, pero se detuvieron cuando vieron la habitación vacía.
–Ah, ésta debe de ser nuestra intra –dijo la mujer trajeada–. ¿Ha llegado ya Raven, querida?
Hablaba con familiaridad, como si fueran amigas desde hacía mucho tiempo. De repente, a su pesar, Lexa descubrió que le caía simpática aquella mujer bien vestida y acicalada.
–No –respondió. Aunque el mono y la camisa de trabajo siempre le habían parecido bien, de pronto deseó poseer algo más bonito. El porte de aquella mujer requería una atmósfera más formal.
–Deberíamos haber previsto que Rav llegaría tarde a su propia cita –dijo el soldado, sentándose en una de las mesas del centro de la habitación.
–Desde luego –respondió la mujer trajeada–. Supongo que su tardanza nos permite tomar un refresco. Me vendría bien algo de beber…
–Déjenme que les traiga algo –dijo Lexa rápidamente, poniéndose en pie de un salto.
–Muy amable por tu parte –dijo la mujer trajeada, escogiendo una silla junto al soldado. Se sentó con las piernas cruzadas, el bastón a un lado, la punta contra el suelo, y una mano en la empuñadura.
Lexa se acercó a la barra y empezó a buscar bebidas.
–Harper… –dijo el soldado en tono de advertencia cuando Lexa escogió una botella del vino más caro de Titus y empezó a servir una copa.
–¿Bellamy…? – preguntó la mujer trajeada, alzando una ceja.
El soldado indicó a Lexa con un gesto de cabeza.
–Oh, muy bien –dijo la mujer con un suspiro.
Lexa se detuvo, el vino a medio servir, y frunció levemente el ceño. ¿Qué estoy haciendo?
–Te juro, Bellamy, que a veces eres terriblemente estirado –dijo la mujer trajeada.
–Sólo porque puedas empujar a alguien no significa que debas hacerlo, Harper.
Lexa se quedó allí de pie, desconcertada. Ella… ha usado la Suerte conmigo. Cuando Raven había intentado manipularla, había sentido su contacto y podido resistirse. Esta vez, sin embargo, ni siquiera se había dado cuenta de lo que hacía. Miró a la mujer, entornando los ojos.
–Nacido de la bruma.
La mujer del traje, Harper, se echó a reír.
–Difícilmente. Raven es la única skaa nacida de la bruma que conocerás jamás, querida…, y reza por no encontrarte nunca con uno noble. No, sólo soy una humilde brumosa corriente.
–¿Humilde? –preguntó Bellamy.
Harper se encogió de hombros.
Lexa miró la copa medio llena de vino.
–Has tirado de mis emociones. Con… alomancia, quiero decir.
–Las he empujado, más bien –dijo Harper–. Tirar hace a la persona menos confiada y más decidida. Empujar las emociones, aplacarlas, vuelve a la persona más confiada.
–Sea como sea, me has manipulado. Me has obligado a traerte una bebida.
–Oh, yo no diría que te haya obligado –dijo Harper–. Sólo he alterado ligeramente tus emociones, poniéndote en un estado mental de más disposición a hacer lo que yo quería.
Bellamy se frotó la barbilla.
–No sé, Harper. Es una cuestión interesante. Al influir en sus emociones, ¿le quitas su capacidad de elección? Si, por ejemplo, ella tuviera que matar o robar bajo tu control, ¿el crimen sería suyo o tuyo?
Harper puso los ojos en blanco.
–En realidad no hay ninguna pregunta que contestar. No deberías pensar en esas cosas, Bellamy… Te lastimarás el cerebro. Le he dado ánimos, sólo que simplemente por medios irregulares.
–Pero…
–No voy a discutir contigo, Bellamy.
El hombretón suspiró, un poco contrariado.
–¿Vas a traerme la bebida…? –preguntó Harper, esperanzada, mirando a Lexa–. Ya estás de pie e ibas a volver de todas formas…
Lexa examinó sus emociones. ¿Se sentía anormalmente impulsada a hacer lo que le pedía? ¿La estaba manipulando de nuevo? Finalmente, se apartó de la barra dejando la bebida donde estaba.
Harper suspiró. Sin embargo, no se levantó para recoger el vino.
Lexa se acercó con cautela a la mesa. Estaba acostumbrada a las sombras y las esquinas, lo bastante cerca para escuchar, pero lo bastante lejos para escapar. Sin embargo, no podía esconderse de ellos: no mientras la habitación estuviera tan vacía. Así que eligió una silla en la mesa de al lado y se sentó. Necesitaba información: mientras fuera ignorante, iba a estar en seria desventaja en este nuevo mundo de bandas de brumosos.
Harper se echó a reír.
–Nerviosilla, ¿eh?
Lexa ignoró el comentario.
–Tú –dijo, señalando a Bellamy–. ¿Tú también eres un brumoso?
Bellamy asintió.
–Soy un violento.
Lexa frunció el ceño, confundida.
–Quemo peltre –dijo Bellamy.
De nuevo, Lexa lo miró, intrigada.
–Puede hacerse más fuerte, querida –dijo Harper–. Golpea cosas, sobre todo a otras personas que intentan inmiscuirse en lo que el resto de nosotros esté haciendo.
–Hay más que eso –dijo Bellamy–. Me encargo de la seguridad general de los trabajos, proporcionando a mi jefe hombres fuertes y guerreros en caso necesario.
–E intentará aburrirte con filosofía de andar por casa cuando no esté ocupado en eso –añadió Harper.
Bellamy suspiró.
–Harper, de verdad, a veces no sé por qué te… –Guardó silencio cuando la puerta volvió a abrirse y entró otro hombre.
El recién llegado llevaba un tabardo marrón oscuro, pantalones marrones y una sencilla camisa blanca. Sin embargo, su rostro era más llamativo que su ropa. Lo tenía retorcido y distorsionado, como un pedazo de madera, y sus ojos brillaban con el grado de recriminación propio de los viejos. Lexa no supo calcular su edad: era lo bastante joven para no caminar encorvado y sin embargo lo bastante mayor para que incluso Harper, de edad mediana, pareciera juvenil a su lado. El recién llegado miró a Lexa y los demás, rezongó con desdén, y luego se acercó a una mesa del otro lado de la habitación y se sentó. Una clara cojera marcaba sus pasos.
Harper suspiró.
–Voy a echar de menos a Wells.
–Todos lo haremos –añadió Bellamy en voz baja–. Pero Gustus es muy bueno. Ya he trabajado con él.
Harper estudió al recién llegado.
–Me pregunto si lograré que él me traiga mi bebida.
Bellamy se echó a reír.
–Pagaría por verte intentarlo.
–Estoy seguro de que sí.
Lexa miró al recién llegado, que parecía perfectamente capaz de ignorarlos a ella y a los otros dos.
–¿Qué es?
–¿Gustus? –preguntó Harper–. Es un ahumador, querida. Es el que impedirá que los demás seamos descubiertos por un inquisidor.
Lexa se mordió el labio, digiriendo la nueva información mientras estudiaba a Gustus. El hombre la miró con mala cara y ella desvió la mirada. Al darse la vuelta, se dio cuenta de que Bellamy la estaba mirando.
–Me gustas, chica –dijo–. Los otros intros que he conocido o bien estaban demasiado intimidados para hablar con nosotros o sentían resquemor porque nos metíamos en su territorio.
–En efecto –dijo Harper–. No eres como la mayoría de esos migajas. Naturalmente, te apreciaría mucho más si me trajeras ese vaso de vino…
Lexa la ignoró y miró a Bellamy.
–¿Migajas?
–Así es como algunos de los miembros más pagados de sí mismos de nuestra sociedad llaman a los ladrones de poca monta –dijo Bellamy–. Os llaman migajas, puesto que soléis implicaros en… proyectos menos inspirados.
–Sin ningún ánimo de ofender, por supuesto –añadió Harper.
–Oh, yo nunca me ofendería por un… –Lexa hizo una pausa al sentir un irregular deseo de complacer a la mujer bien vestida. Miró fijamente a Harper–. ¡Deja de hacer eso!
–¿Ves? – dijo Harper, mirando a Bellamy–. Sigue conservando la capacidad de elegir.
–No tienes remedio.
Creen que soy una intra, pensó Lexa. Así que Raven no les ha dicho lo que soy. ¿Por qué? ¿Por falta de tiempo o el secreto era demasiado valioso para compartirlo?¿Hasta qué punto se podía confiar en esas personas? Y, si la consideraban una simple«migaja», ¿por qué eran tan amables con ella?
–¿A quién más esperamos? –preguntó Harper, mirando hacia la puerta–. Además de a Rav y Monty, quiero decir.
–A Jasper –respondió Bellamy.
Harper torció el gesto.
–Ah, sí.
–Estoy de acuerdo –dijo Bellamy–. Pero estaría dispuesto a apostar que él piensa lo mismo de nosotros.
–Ni siquiera sé por qué lo han invitado.
Bellamy se encogió de hombros.
–Obviamente, tendrá algo que ver con el plan de Rav.
–Ah, el famoso «Plan» –dijo Harper, divertida–. ¿Qué trabajo puede ser…?
Bellamy sacudió la cabeza.
–Rav y su maldita teatralidad.
–Desde luego.
La puerta se abrió un instante después y entró el hombre del que estaban hablando, Jasper. Resultó ser un tipo bastante corriente y a Lexa le costó comprender por qué los otros dos estaban tan descontentos con su asistencia. Bajo, con el pelo rizado y corto, Jasper iba vestido con sencillas prendas grises de skaa y un abrigo marrón, remendado y cubierto de hollín. Lo miró todo con desaprobación pero no se mostró tan hostil como Gustus, que permanecía todavía sentado al otro lado de la habitación, mirando con mala cara a todos los que se volvían hacia él.
No es una banda muy grande, pensó Lexa. Con Raven y Monty, son seis.
Naturalmente, Bellamy había dicho que lideraba un grupo de «violentos». ¿Tal vez los hombres presentes en la reunión eran simplemente representantes? ¿Los jefes de bandas más pequeñas, más especializadas? Algunas bandas actuaban así.
Harper comprobó su reloj de bolsillo tres veces más antes de que Raven llegara por fin. La jefa nacida de la bruma cruzó la puerta con alegre entusiasmo, seguida por Monty. Bellamy se puso en pie de inmediato, sonriendo de oreja a oreja, y le estrechó la mano. Harper se levantó también y, aunque su saludo fue menos efusivo, Lexa tuvo que admitir que nunca había visto a unos hombres tan contentos de saludar a ningún jefe de banda.
–Ah –dijo Raven, mirando hacia el fondo de la sala–. Gustus y Jasper están aquí también. Bien, ya estamos todos. Me alegro: odio que me hagan esperar.
Harper alzó una ceja mientras Bellamy y ella volvían a sentarse. Monty ocupó una silla de la misma mesa.
–¿Vamos a recibir alguna disculpa por tu tardanza?
–Monty y yo hemos visitado a mi hermana –explicó Raven, dirigiéndose hacia la parte delantera de la guarida. Se volvió y se apoyó contra la barra, escrutando la sala. Cuando sus ojos se posaron en Lexa, hizo un guiño.
–¿Tu hermana? –dijo Bellamy–. ¿Va a venir Allie a la reunión?
Raven y Monty intercambiaron una mirada.
–Esta noche no –respondió Raven–. Pero se unirá al grupo más adelante.
Lexa estudió a los demás. Parecían escépticos. ¿Tensión entre Raven y su hermana, tal vez?
Harper alzó su bastón de duelo, apuntando a Raven.
–Muy bien, Raven, has mantenido este «trabajo» en secreto durante ocho meses. Sabemos que es algo grande, sabemos que estás entusiasmado y todos estamos adecuadamente molestos contigo por tu secretismo. Así que ¿por qué no vas y nos cuentas de qué se trata?
Raven sonrió. Luego se irguió y señaló con la mano al sucio y simple Jasper.
–Caballeros, os presento a vuestro nuevo patrón.
Esto, al parecer, fue una declaración sorprendente.
–¿Él? –preguntó Bellamy.
–Él –asintió Raven.
–¿Qué? –preguntó Jasper, hablando por primera vez–. ¿Tenéis problemas para trabajar con alguien que tenga moral?
–No es eso, querido mío –dijo Harper, cruzando el bastón sobre su regazo–. Es que, bueno, tenía la extraña impresión de que no te gustaban mucho los de nuestro tipo.
–No me gustan –respondió Jasper llanamente–. Sois egoístas, indisciplinados y habéis dado la espalda al resto de los skaa. Vestís bien, pero por dentro sois tan sucios como la ceniza.
Bellamy bufó.
–Veo que este trabajo va a ser magnífico para nuestra moral.
Lexa observó en silencio, mordiéndose los labios. Jasper era obviamente un obrero skaa, probablemente trabajador de una fragua o una fábrica textil. ¿Qué relación tenía con los bajos fondos? Y… ¿cómo podía permitirse los servicios de una banda de ladrones, sobre todo de una al parecer tan especializada como el equipo de Raven? Tal vez Raven advirtió su confusión, pues la descubrió mirándola mientras los demás seguían hablando.
–Sigo un poco confundido –dijo Bellamy–. Jasper, todos somos conscientes de lo que piensas de los ladrones. Así que… ¿por qué contratarnos?
Jasper se rebulló.
–Porque todo el mundo sabe lo efectivos que sois –dijo por fin.
Harper se echó a reír.
–Desaprobar nuestra moral no te impide hacer uso de nuestras habilidades, ya veo. Bien, ¿cuál es el trabajo? ¿Qué quiere de nosotros la rebelión skaa?
¿Rebelión skaa?, pensó Lexa, mientras un fragmento de la conversación encajaba en su sitio. Había dos sectores en los bajos fondos. El más grande estaba compuesto por ladrones, bandas, putas y mendigos que trataban de sobrevivir apartados de la cultura skaa principal. Y luego estaban los rebeldes. La gente que trabajaba contra el Imperio Final.
Lincoln siempre los había considerado idiotas, un sentimiento que compartía la mayoría de la gente que Lexa había conocido, ya fueran skaa corrientes o miembros de los bajos fondos.
Todos los ojos se volvieron lentamente hacia Raven, quien se apoyó de nuevo en la barra.
–La rebelión skaa, cortesía de su líder Jasper, nos ha contratado para algo muy específico.
–¿Qué?–preguntó Bellamy–. ¿Robo? ¿Asesinato?
–Un poco de ambas cosas –dijo Raven–, y, al mismo tiempo, ninguna.
Caballeros, esto no va a ser un trabajo corriente. Va a ser distinto de todo lo que ninguna banda haya intentado jamás. Vamos a ayudar a Jasper a derrocar al Imperio Final.
Silencio.
–¿Cómo dices?–preguntó Bellamy.
–Me has oído bien, Bellamy. Ése es el trabajo que he estado planeando: la destrucción del Imperio Final. O, al menos, de su centro de gobierno. Jasper nos ha contratado para que le proporcionemos un ejército y luego le demos una oportunidad para hacerse con el control de esta ciudad.
Bellamy se echó hacia atrás en su asiento y luego compartió una mirada con Harper. Ambos se volvieron hacia Monty, quien asintió solemne. La habitación permaneció en silencio un momento más; luego el silencio se rompió cuando Jasper empezó a reír sin ganas para sí.
–Nunca tendría que haber accedido a esto –dijo Jasper, sacudiendo la cabeza–. Ahora que lo dices, me doy cuenta de lo ridículo que parece.
–Confía en mí, Jasper –dijo Raven–. Estos hombres tienen por costumbre llevar a cabo planes que parecen ridículos a primera vista.
–Puede que eso sea cierto, Rav –dijo Harper–. Pero, en este caso, estoy de acuerdo con nuestro reticente amigo. Derrocar al Imperio Final… ¡Eso es algo en lo que los rebeldes skaa llevan trabajando mil años! ¿Qué te hace pensar que tendremos éxito donde esos hombres han fracasado?
Raven sonrió.
–Tendremos éxito porque tenemos visión, Harper. Eso es algo de lo que siempre ha carecido la rebelión.
–¿Disculpa? – dijo Jasper, indignado.
–Es cierto, por desgracia –contestó Raven–. La rebelión condena a gente como nosotros por nuestra avaricia, pero pese a su elevada moral (que desde luego yo respeto) nunca consiguen que se haga nada. Jasper, tus hombres se ocultan en los bosques y las montañas planeando cómo algún día se alzarán y dirigirán una guerra gloriosa contra el Imperio Final. Pero no tenéis ni idea de cómo desarrollar y ejecutar un plan adecuado.
La expresión de Jasper se ensombreció.
–Tú sí que no tienes ni idea de lo que estás diciendo.
–¿No? –dijo Raven animadamente–. Dime, ¿qué ha conseguido vuestra rebelión en sus mil años de lucha? ¿Dónde están vuestros éxitos y vuestras victorias? ¿ La Masacre de Tougier, hace tres siglos, en la que siete mil rebeldes skaa murieron? ¿El ataque ocasional a un barco en el canal o el secuestro de un funcionario menor?
Jasper se ruborizó.
–¡Es lo mejor que podemos conseguir con la gente que tenemos! No responsabilices a mis hombres de sus fracasos…, échale la culpa al resto de los skaa. Ni siquiera podemos conseguir que nos ayuden. Llevan mil años siendo explotados, no les queda ningún espíritu. ¡Es difícil conseguir que nos escuche uno entre un millar, y todavía más que se rebele!
–Paz, Jasper –dijo Raven, alzando una mano–. No intento insultar tu valor. Estamos en el mismo bando, ¿recuerdas? Acudiste a mí concretamente porque tenías problemas para reclutar a gente para tu ejército.
–Cada vez lamento más la decisión, ladrona.
–Bueno, ya nos has pagado –dijo Raven–. Así que es un poco tarde para que te eches atrás. Pero conseguiremos ese ejército, Jasper. Los hombres de esta sala son los alománticos más capaces, más astutos y más hábiles de la ciudad. Ya lo verás.
La habitación volvió a quedar en silencio. Lexa permaneció sentada en su mesa, asistiendo a la conversación con el ceño fruncido. ¿Cuál es tu juego, Raven? Sus palabras sobre derrocar al Imperio Final eran obviamente una fachada. Le parecía más probable que pretendiera engañar a la rebelión skaa. Pero… si ya le habían pagado, ¿por qué continuar con la charada?
Raven se volvió hacia Harper y Bellamy.
–Muy bien, caballeros. ¿Qué os parece?
Harper habló.
–Por el Lord Legislador, no soy de las que renuncian a un reto fácilmente. Pero, Raven, pongo en duda tu razonamiento. ¿Estás segura de que podremos conseguirlo?
–Estoy segura –contestó Raven–. Los anteriores intentos de derrocar al Lord Legislador han fracasado por falta de organización y planificación adecuadas. Nosotros somos ladrones, caballeros…, y extraordinariamente buenos. Podemos robar lo imposible y engañar al impasible. Sabemos cómo emprender una tarea colosal y reducirla a porciones manejables, y luego ocuparnos de cada una de esas porciones. Sabemos cómo conseguir lo que queremos. Estas cosas nos hacen perfectos para esta tarea concreta.
Harper frunció el ceño.
–Y… ¿cuánto nos van a pagar por conseguir lo imposible?
–Treinta mil cuartos –dijo Jasper–. La mitad ahora, la otra mitad cuando entreguéis el ejército.
–¿Treinta mil? –dijo Bellamy–. ¿Por una operación de tanta envergadura? Eso apenas cubrirá nuestros gastos. Necesitaremos un espía entre los nobles para recoger los posibles rumores, necesitaremos un par de escondites seguros, por no mencionar un lugar lo bastante grande para ocultar y entrenar a todo un ejército…
–No tiene sentido regatear ahora, ladrón –replicó Jasper–. Treinta mil puede que no parezca mucho a los de tu clase, pero es el resultado de décadas de ahorro por nuestra parte. No podemos pagar más porque no tenemos más.
–Es un buen trabajo, caballeros –comentó Monty, uniéndose a la conversación por primera vez.
–Sí, bueno, todo es magnífico –dijo Harper–. Me considero una tipa bastante amable. Pero… esto me parece demasiado altruista. Por no decir estúpido.
–Bueno… –intervino Raven–, podría haber un poco más para nosotros…
Lexa alzó la cabeza y Harper sonrió.
–El tesoro del Lord Legislador –dijo Raven–. El plan, hoy por hoy, es proporcionar a Jasper un ejército y la oportunidad de apoderarse de la ciudad. Una vez que tome el palacio, se hará con el tesoro y usará sus fondos para asegurarse el poder. Y, junto a ese tesoro…
–Está el atium del Lord Legislador –dijo Harper.
Raven asintió.
–Nuestro acuerdo con Jasper nos garantiza la mitad de las reservas de atium que encontremos en el palacio, no importa lo vastas que sean.
Atium. Lexa había oído hablar del metal, pero nunca había llegado a verlo. Era increíblemente raro y, supuestamente, sólo podían usarlo los nobles.
Bellamy sonreía.
–Muy bien, ese premio es casi lo bastante grande para intentarlo –dijo lentamente.
–Se supone que la cantidad de atium acumulada es enorme –dijo Raven–. El Lord Legislador vende el metal sólo poco a poco, cobrando sumas escandalosas a la nobleza. Tiene que mantener una reserva enorme para asegurarse de que controla el mercado, y de que tiene suficiente riqueza para casos de emergencia.
–Cierto… –dijo Harper–. Pero ¿estás segura de que quieres intentar algo así tan pronto después de… de lo que pasó la última vez que intentamos entrar en el palacio?
–Esta vez vamos a hacer las cosas de un modo distinto –dijo Raven–. Caballeros, seré sincera. No va a ser un trabajo fácil, pero puede funcionar. El plan es sencillo. Vamos a encontrar un modo de neutralizar la Guarnición de Luthadel, dejando la zona sin fuerza policial. Luego, sumiremos la ciudad en el caos.
–Tenemos un par de opciones para hacerlo –dijo Monty–. Pero de eso podremos hablar más tarde.
Raven asintió.
–Entonces, en medio de ese caos, Jasper entrará con su ejército en Luthadel y tomará el palacio y hará prisionero al Lord Legislador. Mientras Jasper se asegura la ciudad, nosotros robaremos el atium. Le daremos la mitad y desapareceremos con la otra mitad. Después de todo, su trabajo es conservar aquello de lo que se haya apoderado.
–Parece un poco peligroso para ti, Jasper –advirtió Bellamy, mirando al líder rebelde.
Jasper se encogió de hombros.
–Tal vez. Pero si por algún milagro conseguimos controlar el palacio, entonces al menos habremos hecho algo que ninguna rebelión skaa ha conseguido antes. Para mis hombres, no se trata de un asunto de riqueza…, ni siquiera de supervivencia. Se trata de hacer algo grandioso, algo maravilloso para dar esperanza a los skaa. Pero no espero que vosotros comprendáis este tipo de cosas.
Raven dirigió una mirada tranquilizadora a Jasper y el hombre hizo una mueca y se calló. ¿Ha usado alomancia?, se preguntó Lexa. Había visto relaciones entre patrones y bandas antes, y le parecía que Jasper estaba más en el bolsillo de Raven que lo contrario.
Raven se volvió hacia Bellamy y Harper.
–Este asunto es más que una simple demostración de arrojo. Si conseguimos robar el atium, será un fuerte golpe contra los cimientos financieros del Lord Legislador. Depende del dinero que le proporciona el atium… Sin él, podría quedarse sin medios para pagar a sus ejércitos.
»Aunque escape a nuestra trampa estará arruinado financieramente. No podrá enviar soldados para que arrebaten la ciudad a Jasper. Si esto sale bien, la ciudad quedará sumida en el caos y la nobleza estará demasiado debilitada para reaccionar contra las fuerzas rebeldes. El Lord Legislador se sentirá confuso e incapaz de agrupar un ejército importante.
–¿Y los koloss? – preguntó Bellamy en voz baja.
Raven hizo una pausa.
–Si lanza a esas criaturas contra su propia capital, la destrucción que causará será aún más peligrosa que la inestabilidad financiera. En medio del caos, los nobles de las provincias se rebelarán y se erigirán en reyes, y el Lord Legislador no tendrá soldados para volver a meterlos en cintura. Los rebeldes de Jasper podrán mantener Luthadel, y nosotros, amigos míos, seremos muy, muy ricos. Todos tendremos lo que queremos.
–Te olvidas del Ministerio de Acero –exclamó Gustus, casi olvidado en un rincón de la habitación–. Esos inquisidores no permitirán que hundamos en el caos su pequeña teocracia.
Raven hizo una pausa y se volvió hacia el hombre retorcido.
–Tendremos que encontrar un modo de ocuparnos del Ministerio… Tengo unos cuantos planes al respecto. Sea como sea, ese tipo de problemas son los que tenemos que solventar… en equipo. Tenemos que librarnos de la Guarnición de Luthadel: es imposible conseguir nada con la policía patrullando las calles. Tendremos que encontrar un modo adecuado de sumir la ciudad en el caos y un modo de mantener a los obligadores apartados de nuestros pasos.
»Pero si jugamos bien, podremos obligar al Lord Legislador a enviar a la guardia de palacio, tal vez incluso a los inquisidores, a la ciudad para restaurar el orden. Eso dejará el palacio sin protección, lo que dará a Jasper una oportunidad perfecta para actuar. Después ya no importará lo que suceda con el Ministerio o la Guarnición: el Lord Legislador no tendrá dinero para mantener el control de su imperio.
–No sé, Rav –dijo Harper, sacudiendo la cabeza. Parecía estar sopesando sinceramente el plan–. El Lord Legislador tiene ese atium en alguna parte. ¿Y si va y extrae más?
Bellamy asintió.
–Nadie sabe dónde está la mina de atium.
–Yo no diría que nadie –repuso Raven con una sonrisa.
Harper y Bellamy intercambiaron una mirada.
–¿Tú lo sabes? – preguntó Bellamy.
–Por supuesto –contestó Raven–. Me he pasado un año de mi vida trabajando allí.
–¿Los Pozos? –preguntó Bellamy, sorprendido.
Raven asintió.
–Por eso el Lord Legislador se asegura de que nadie sobreviva a los trabajos allí: no puede permitir que se filtre su secreto. No es sólo una colonia penitenciaria, no es sólo un agujero infernal donde envían a los skaa a morir. Es una mina.
–Naturalmente… –dijo Harper.
Raven se enderezó, se apartó de la barra y se acercó a la mesa de Bellamy y Harper.
–Tenemos una oportunidad, caballeros. Una oportunidad de hacer algo grande…, algo que ninguna otra banda de ladrones ha conseguido jamás. ¡Le robaremos al mismísimo Lord Legislador!
»Pero hay más. Los Pozos estuvieron a punto de acabar conmigo y veo las cosas… de un modo diferente desde que escapé. Veo a los skaa trabajando sin esperanza. Veo a las bandas de ladrones tratando de sobrevivir con las sobras de los aristócratas, a menudo haciéndose matar junto con otros skaa en el proceso. Veo la rebelión skaa esforzándose por resistir al Lord Legislador y sin lograr ningún progreso.
»La rebelión fracasa porque está demasiado dispersa y extendida. En el momento en que una de sus muchas piezas gana impulso, el Ministerio de Acero la aplasta. Ésa no es forma de derrotar al Imperio Final, caballeros. Pero un equipo pequeño, especializado y altamente dotado, tiene esperanza. Podemos trabajar sin gran riesgo a exponernos. Sabemos cómo evitar los tentáculos del Ministerio de Acero. Sabemos cómo piensan los altos nobles y cómo explotar a sus miembros. ¡Podemos hacerlo!
Hizo una pausa junto a la mesa.
–No sé, Rav –dijo Bellamy–. No es que esté en desacuerdo con tus motivos. Es que… Bueno, parece un poco alocado.
Raven sonrió.
–Ya lo sé. Pero vas a hacerlo de todas formas, ¿verdad?
Bellamy hizo una pausa y luego asintió.
–Sabes que me uniré a tu grupo no importa cuál sea el trabajo. Parece una locura, pero lo mismo parecen la mayoría de tus planes. Pero… dime, ¿hablas en serio de derrocar al Lord Legislador?
Raven asintió. Por algún motivo, Lexa casi se sintió tentada a creerlo.
Bellamy asintió firmemente.
–Muy bien, pues. Cuenta conmigo.
–¿Harper? – preguntó Raven.
La mujer bien vestida sacudió la cabeza.
–No estoy segura, Rav. Esto es un poco extremo, incluso para ti.
–Te necesitamos, Harper –dijo Rav–. Nadie puede aplacar a una multitud como tú. Si vamos a formar un ejército, necesitaremos a tus alománticos… y vuestros poderes.
–Bueno, eso es cierto. Pero, con todo…
Raven sonrió y puso algo en la mesa: la copa de vino que Lexa había servido para Harper. Ella ni siquiera había advertido que Raven la hubiese recogido de la barra.
–Piensa en el desafío, Harper –dijo Raven.
Harper miró la copa y luego a Raven. Finalmente, se echó a reír y tomó el vino.
–Bien. Cuenta conmigo.
–Es imposible –rezongó una voz desde el fondo de la habitación. Gustus estaba sentado con los brazos cruzados y miraba a Raven con mala cara–. ¿Qué planeas hacer en realidad, Raven?
–Estoy siendo sincera –repuso Raven–. Planeo apoderarme del atium del Lord Legislador y derrocar su imperio.
–No puedes –dijo el hombre–. Es una estupidez. Los inquisidores nos colgarán con ganchos de la garganta.
–Tal vez –respondió Raven–. Pero piensa en la recompensa si tenemos éxito. Riqueza, poder y una tierra donde los skaa puedan vivir como hombres, no como esclavos.
Gustus bufó ruidosamente. Entonces se puso en pie, derribando la silla al suelo.
–Ninguna recompensa sería suficiente. El Lord Legislador intentó matarte una vez… Veo que no quedarás satisfecha hasta que lo consiga.
Dicho esto, el hombre se dio la vuelta y salió cojeando de la habitación dando un portazo.
La guarida quedó en silencio.
–Bueno, supongo que necesitaremos a otro ahumador –dijo Monty.
–¿Vais a dejarlo marchar? –preguntó Jasper–. ¡Lo sabe todo!
Harper se echó a reír.
–¿No se supone que tú eres la moral de este grupo?
–La moral no tiene nada que ver –dijo Jasper–. ¡Permitir que nadie se vaya así es una locura! Podríamos tener encima a los obligadores en cuestión de minutos.
Lexa asintió, pero Raven negó con la cabeza.
–Yo no actúo así, Jasper. Invité a Gustus a una reunión en la que he esbozado un plan peligroso…, un plan que algunos pueden considerar estúpido. No voy a mandarlo asesinar porque ha decidido que es demasiado peligroso. Si haces así las cosas, muy pronto nadie viene a escuchar tus planes.
–Además –dijo Monty–, no invitaríamos a nadie a una de estas reuniones si no confiáramos en que no nos va a traicionar.
Imposible, pensó Lexa, frunciendo el ceño. Tenía que tratarse de un farol para mantener alta la moral de su banda: nadie era tan confiado. Después de todo, ¿no habían dicho los otros que el fracaso de Raven unos años antes (que lo había enviado a los Pozos de Hathsin) se había producido a causa de una traición? Probablemente había hecho que unos asesinos siguieran a Gustus en aquel mismo momento, para asegurarse de que no acudiera a las autoridades.
–Muy bien, Jasper –dijo Raven, volviendo al tema–. Han aceptado. El plan sigue en marcha. ¿Sigues de acuerdo?
–¿Devolverás el dinero de la rebelión si digo que no? –preguntó Jasper.
La única respuesta a eso fue una risita de Bellamy. La expresión de Jasper se ensombreció, pero sólo negó con la cabeza.
–Si tuviera otra opción…
–Oh, deja de quejarte –dijo Raven–. Eres oficialmente parte de una banda de ladrones, así que bien podrías acercarte y sentarte con nosotros.
Jasper se detuvo un instante, luego suspiró y se acercó a sentarse a la mesa de Harper, Bellamy y Monty. Raven seguía de pie junto a ellos. Lexa estaba sentada en la mesa de al lado.
Raven se volvió a mirarla.
–¿Y tú, Lexa?
Ella vaciló. ¿Por qué me lo pregunta? Ya sabe que me tiene en su poder. El trabajo no importa, mientras aprenda lo que sabe.
Raven esperó.
–Cuenta conmigo –dijo Lexa, suponiendo que eso era lo que ella quería oír.
Suponía bien, pues Raven sonrió y le indicó la última silla de la mesa.
Lexa suspiró, pero hizo lo que le pedían. Se puso en pie y se acercó a la mesa para ocupar el último asiento.
–¿Quién es la chica? –preguntó Jasper.
–Intra –dijo Harper.
Raven alzó una ceja.
–En realidad, Lexa es una nueva recluta. Mi hermana la pilló aplacando sus emociones hace unos meses.
–Una aplacadora, ¿eh? – preguntó Bellamy–. Supongo que siempre nos vendrá bien utilizar otra.
–Lo cierto es que también parece capaz de encender las emociones de la gente –advirtió Raven.
Harper se la quedó mirando.
–¿De veras? – preguntó Bellamy.
Raven asintió.
–Monty y yo la hemos probado hace unas cuantas horas.
Harper se echó a reír.
–Y yo que estaba diciéndole que probablemente nunca conocería a otra nacida de la bruma aparte de ti.
–Una segunda nacida de la bruma en el equipo –apreció Bellamy–. Bueno, eso aumenta de algún modo nuestras posibilidades.
–¿Qué estáis diciendo? –farfulló Jasper–. Los skaa no pueden ser nacidos de la bruma. ¡Ni siquiera estoy seguro de que los nativos de la bruma existan! Desde luego, yo nunca he conocido a ninguno.
Harper alzó una ceja y luego colocó una mano sobre el hombro de Jasper.
–Deberías intentar no hablar tanto, amigo mío –sugirió–. De esa forma parecerás mucho menos estúpido.
Jasper se zafó de la mano de Harper y Bellamy se echó a reír. Lexa, sin embargo, permaneció callada, considerando las implicaciones de lo que había dicho Raven. La parte referida al robo de las reservas de atium era tentadora, ¿pero tomar la ciudad para hacerlo? ¿Tan intrépidos eran estos hombres?
Raven acercó una silla a la mesa y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo.
–Muy bien –dijo–. Tenemos una banda. Planearemos los detalles en la próxima reunión, pero quiero que todos penséis en el trabajo. Tengo algunos planes, pero quiero mentes frescas que consideren nuestra tarea. Tendremos que discutir formas de sacar a la Guarnición de la ciudad, y formas de crear tanto caos en este sitio que las Grandes Casas no puedan movilizar sus fuerzas para detener al ejército de Jasper cuando ataque.
Los miembros del grupo, excepto Jasper, asintieron.
–Antes de terminar por hoy, sin embargo –continuó Raven–, hay una parte más del plan que quiero comentaros.
–¿Más? –preguntó Harper, riendo–. ¿Robar la fortuna del Lord Legislador y derrocar su imperio no es suficiente?
–No –respondió Raven–. Si puedo, también voy a matarlo.
Silencio.
–Raven –dijo Bellamy lentamente–, el Lord Legislador es la Lasca del Infinito. Es un pedazo del mismo Dios. No se le puede matar. Incluso capturarlo probablemente sea imposible.
Raven no respondió. En sus ojos, sin embargo, había determinación.
Eso es, pensó Lexa. Tiene que estar loca.
–El Lord Legislador y yo tenemos una deuda pendiente –dijo Raven lentamente–. Me quitó a Octavia y casi me robó la cordura también. Admito que mis motivos para llevar a cabo este plan son en parte vengarme de él. Vamos a quitarle su gobierno, su hogar y su fortuna.
»Sin embargo, para que eso funcione, tendremos que deshacernos de él. Tal vez encarcelarlo en sus propias mazmorras… Como mínimo, expulsarlo de la ciudad. No obstante, se me ocurre algo mejor. En esos pozos a los que me envió, mis poderes alománticos despertaron. Ahora pretendo usarlos para matarlo.
Raven rebuscó en su bolsillo y sacó algo. Lo colocó sobre la mesa.
–En el norte tienen una leyenda –dijo–. Según ella el Lord Legislador no es inmortal…, no del todo. Dicen que se le puede matar con el metal adecuado. El Undécimo metal. Este metal.
Todos los ojos se volvieron hacia el objeto que había sobre la mesa. Era una fina barra metálica, quizá del diámetro del meñique de Lexa, recta, de color blanco plateado.
–¿El Undécimo metal? –preguntó Harper, insegura–. No he oído semejante leyenda.
–El Lord Legislador la ha eliminado –dijo Raven–. Pero todavía puede encontrarse, si sabes dónde buscar. La teoría alomántica habla de diez metales: los ocho básicos y los dos altos. Sin embargo hay otro, desconocido para la mayoría. Mucho más poderoso que los otros diez.
Harper frunció el ceño, escéptica.
Jasper, sin embargo, parecía intrigado.
–¿Y este metal puede de algún modo matar al Lord Legislador?
Raven asintió.
–Es su punto flaco. El Ministerio de Acero quiere que creáis que es inmortal, pero incluso él puede morir… si un alomántico quema esto.
Bellamy sostuvo en la mano la fina barra metálica.
–¿De dónde lo has sacado?
–Del norte –respondió Raven–. De una tierra cercana a la Península Lejana, una tierra donde la gente aún recuerda cómo se llamaba su antiguo reino en los días anteriores a la Ascensión.
–¿Cómo funciona? –preguntó Harper.
–No estoy segura –respondió sinceramente Raven–. Pero pretendo averiguarlo.
Bellamy miró el metal de color de porcelana y lo giró entre sus dedos.
¿Matar al Lord Legislador?, pensó Lexa. El Lord Legislador era una fuerza, como los vientos o las brumas. Esas cosas no se mataban. No vivían, en realidad. Simplemente eran.
–De cualquier forma –dijo Raven, recuperando el metal de las manos de Bellamy–, no tenéis que preocuparos por esto. Matar al Lord Legislador es tarea mía. Si resulta imposible, nos contentaremos con engañarlo para que salga de la ciudad y luego robarle en sus narices. Sólo me ha parecido que debíais saber lo que planeo.
Me he unido a una loca, pensó Lexa con resignación. Pero eso no importaba, en realidad… No mientras le enseñara alomancia.
