SEGUNDA PARTE
REBELDES BAJO UN CIELO DE CENIZA
En el fondo, me preocupa que mi arrogancia nos destruya a todos.
Capítulo 9
Lexa empujó contra la moneda y se lanzó a la bruma. Salió volando de la tierra y la piedra, surcando las oscuras corrientes del cielo, la capa aleteando al viento.
Esto es libertad, pensó, mientras inhalaba profundamente el aire fresco y húmedo. Cerró los ojos, sintiendo el viento al pasar. Esto es lo que siempre eché de menos, aunque no lo sabía.
Abrió los ojos cuando empezó a descender. Esperó hasta el último momento y entonces arrojó una moneda. Golpeó el empedrado y ella la empujó levemente, refrenando su caída. Quemó peltre con un destello y golpeó el suelo a la carrera, precipitándose por las tranquilas calles de Fellise. El aire de finales de otoño era fresco, pero los inviernos eran generalmente suaves en el Dominio Central. A veces no caía ni un copo de nieve en años.
Lanzó una moneda hacia atrás y la usó para empujarse levemente hacia arriba y a la derecha. Aterrizó en un muro bajo de piedra, sin detener apenas el ritmo mientras corría a lo largo de la parte superior. Quemar peltre reforzaba algo más que los músculos: ampliaba todas las habilidades físicas del cuerpo. Mantener el peltre a bajo nivel le proporcionaba una sensación de equilibrio que cualquier ladrón nocturno hubiese envidiado.
La muralla giraba y Lexa se detuvo en la esquina. Se agazapó, los pies descalzos y los sensibles dedos aferrados a la fría piedra. Con el cobre encendido para ocultar su alomancia, avivó estaño para reforzar sus sentidos.
Quietud. Los álamos formaban hileras sin sustancia en la bruma, como skaa macilentos en sus filas de trabajo. Las mansiones se alzaban en la distancia, cada una de ellas amurallada, atendida y bien guardada. Había muchos menos puntos de luz en la ciudad que en Luthadel. Muchas de las casas eran sólo residencias de temporada, pues sus dueños estaban fuera visitando cualquier otro rincón del Imperio Final. De repente aparecieron líneas azules ante ella, un extremo de cada una apuntándole al pecho, el otro perdido en la bruma. Lexa saltó inmediatamente a un lado, esquivando un par de monedas que pasaron de largo en el aire nocturno y dejando su rastro en la bruma. Avivó peltre, aterrizó en la calle junto a la muralla. Sus oídos amplificados por el estaño detectaron un sonido de roce; entonces una forma oscura salió despedida hacia el cielo, mientras unas cuantas líneas azules apuntaban a su bolsa de las monedas.
Lexa dejó caer una moneda y se lanzó al aire tras su oponente. Volaron un momento, surcando el aire por encima de los terrenos de algún noble que nada sospechaba. El oponente de Lexa cambió de rumbo en el aire, hacia la mansión. Lexa lo siguió soltándose de la moneda que tenía debajo y quemando en cambio hierro y tirando de uno de los picaportes de una ventana del edificio.
Su oponente llegó primero y ella oyó un golpe mientras corría hacia un lado del palacio. Se perdió un segundo más tarde.
Una luz aumentó su brillo y una confusa cabeza asomó por una ventana cuando Lexa giraba en el aire y aterrizaba con los pies contra la fachada. Inmediatamente se impulsó en la superficie vertical, desviándose un poco y empujando contra el mismo picaporte. El cristal crujió y ella salió disparada en la noche antes de que la gravedad pudiera reclamarla.
Lexa voló a través de la bruma, forzando los ojos para seguir a su oponente. Élla le lanzó un par de monedas, pero Lexa las apartó, empujándolas con desdén. Una débil línea azul cayó al suelo, una moneda arrojada; su oponente se movió de nuevo a un lado.
Lexa dejó caer su propia moneda y empujó. Sin embargo, la moneda salió despedida hacia atrás desde el mismo suelo: el resultado de un empujón de su oponente. El súbito movimiento cambió la trayectoria del salto de Lexa, arrojándola a un lado. Maldijo, lanzó otra moneda, la usó para empujarse de vuelta a su rumbo.
Pero ya había perdido su presa.
Muy bien…, pensó, golpeando el suave terreno tras la muralla. Se puso unas cuantas monedas en la mano y luego arrojó la bolsa casi llena al aire, dándole un fuerte empujón en la dirección por donde había visto desaparecer a su oponente. La bolsa desapareció en la bruma, dejando una débil línea alomántica azul.
Un puñado de monedas salió disparado de los matorrales que tenía delante, corriendo hacia su bolsa. Lexa sonrió. Su oponente había supuesto que la bolsa voladora era ella. Estaba demasiado lejos para ver las monedas que tenía en la mano, igual que antes había estado demasiado lejos para que ella viera las monedas que ella llevaba.
Una oscura figura salió de los matorrales, saltando sobre la muralla de piedra. Lexa esperó tranquilamente mientras la figura corría a lo largo de la muralla y pasaba al otro lado.
Lexa se lanzó al aire y luego arrojó su puñado de monedas mientras la figura pasaba por debajo. El oponente empujó inmediatamente, dispersando las monedas… pero eran sólo una distracción. Lexa aterrizó ante ella, desenfundando los cuchillos de cristal. Atacó y descargó un golpe, pero el contrario dio un salto hacia atrás.
Algo va mal. Lexa esquivó y se hizo a un lado mientras un puñado de chispeantes monedas (las suyas, las que su oponente había dispersado) caían desde el cielo en la mano del rival, que se volvió y las lanzó contra ella.
Lexa soltó las dagas con un gritito ahogado, parapetándose con las manos y empujando las monedas. Inmediatamente, fue impelida hacia atrás cuando su oponente igualó su empujón.
Una de las monedas saltó al aire y quedó flotando directamente entre ambos. El resto de las monedas desaparecieron en la bruma, dispersadas por fuerzas contrarias.
Lexa avivó su acero mientras volaba y oyó a su oponente gruñir mientras era empujado también hacia atrás hasta que golpeó la pared. Lexa chocó contra un árbol, pero avivó peltre e ignoró el dolor. Usó la madera para sostenerse y continuó empujando.
La moneda titiló en el aire, atrapada entre la fuerza amplificada de dos alománticos. La presión aumentó. Lexa apretó los dientes, sintiendo el pequeño álamo doblarse tras ella.
El empuje de su oponente era implacable.
¡No… dejaré… que me venza!, pensó Lexa, avivando acero y peltre a la vez, gruñendo ligeramente mientras arrojaba toda su fuerza a la moneda.
Hubo un momento de silencio. Entonces Lexa saltó hacia atrás y el árbol chasqueó con fuerza en el aire nocturno.
Lexa golpeó el suelo, rodeada de trozos de madera. Ni siquiera el estaño y el peltre fueron suficientes para mantener su mente despejada mientras rodaba por el empedrado y acababa por detenerse, mareada. Una figura oscura se acercó, los lazos de la capa de bruma revoloteando a su alrededor. Lexa se puso en pie de un salto y echó mano a los cuchillos, olvidando que los había dejado caer.
Raven se quitó la capucha y le ofreció los cuchillos. Uno estaba roto.
–Sé que es algo instintivo, Lexa, pero no tienes que extender las manos cuando empujas… ni tienes que soltar lo que llevas en las manos.
Lexa hizo una mueca en la oscuridad, se frotó el hombro y asintió mientras recogía las dagas.
–Buen trabajo con la bolsa –dijo Raven–. Has estado a punto de engañarme.
–Para lo que ha servido –gruñó Lexa.
–Sólo llevas unos cuantos meses haciendo esto. Considerándolo, tu progreso es fantástico. Sin embargo, te aconsejaría que evitaras competiciones de empuje con gente que pesa más que tú. – Hizo una pausa, mirando la figura bajita y delgada de Lexa–. Lo cual probablemente significa que evites enfrentarte casi con todo el mundo.
Lexa suspiró y se desperezó. Tendría más magulladuras. Al menos no serán visibles. Ahora que los moratones que le había causado Titus habían desaparecidopor fin, Gaia le había advertido que tuviera cuidado. El maquillaje no los cubriríacompletamente y tendría que parecer una joven noble «decente» si iba a infiltrarse enla corte.
–Toma –dijo Raven, entregándole algo–. Un recuerdo.
Lexa alzó el objeto: la moneda que habían empujado entre los dos. La presión la había doblado y aplastado.
–Te veré en la mansión –dijo Raven.
Lexa asintió y Raven desapareció en la noche. Tiene razón, pensó. Soy más pequeña, peso menos y tengo un alcance más breve que la gente con quien pueda enfrentarme. Si ataco a alguien de frente, perderé.
La alternativa siempre había sido su método de cualquier manera: debatirse en silencio, permanecer invisible. Había aprendido a usar la alomancia del mismo modo.
Raven seguía diciéndole que estaba desarrollando de manera sorprendentemente rápida sus habilidades alománticas. Parecía convencida de que era por sus lecciones, pero Lexa creía que se debía a otra cosa. Las brumas… los paseos nocturnos… todo eso le parecía adecuado. No le preocupaba dominar la alomancia a tiempo para ayudar a Raven contra otros nacidos de la bruma.
Era su otra función en el plan lo que la preocupaba.
Suspirando, Lexa saltó sobre la muralla para buscar su bolsa de monedas. En la mansión (no la casa de Renoux, sino la vivienda de algún otro noble), había luces encendidas y gente moviéndose. Nadie se aventuró a salir a la noche. Los skaa temían a los espectros; los nobles seguramente imaginaban que los nacidos de la bruma habían causado el alboroto. Ninguna de las dos posibilidades invitaba a una persona en su sano juicio a un enfrentamiento.
Lexa localizó su bolsa siguiendo las líneas de acero en las ramas superiores de un árbol. Tiró suavemente hasta hacerla caer en su mano y luego se marchó a la calle.
Raven probablemente habría dejado la bolsa allí: las dos docenas de óbolos que contenía no merecían su tiempo. Sin embargo, durante casi toda su vida Lexa había mendigado y pasado hambre. No podía permitirse derrochar. Incluso lanzar monedas para saltar la hacía sentirse incómoda.
Así que usó sus monedas lo menos que pudo mientras regresaba a la Mansión Renoux, prefiriendo empujar y tirar de edificios y trozos abandonados de metal. El paso, medio carrera medio salto, de los nacidos de la bruma ya le resultaba natural y no tenía que pensar mucho en sus movimientos.
¿Cómo le iría, cuando intentara hacerse pasar por noble? No podía ocultar sus temores, no de sí misma. Titus había sido bueno imitando a los nobles porque tenía mucha confianza en sí mismo, y ése era un atributo del que Lexa carecía. Su éxito con la alomancia sólo demostraba que su lugar estaba en las esquinas y las sombras, no frecuentando salas de baile con vestidos elegantes.
Raven, sin embargo, se negaba a dejarla renunciar. Lexa aterrizó ante la Mansión Renoux jadeando levemente por el esfuerzo. Miró las luces con una leve sensación de aprensión.
Tienes que aprender a hacerlo, Lexa, le decía Raven continuamente. Eres una alomántica de talento, pero necesitarás más que empujones al acero para tener éxito con los nobles. Hasta que puedas moverte en su sociedad con la facilidad con que lo haces en las brumas, estarás en desventaja.
Dejando escapar un silencioso suspiro, Lexa se incorporó, se quitó la capa y la dejó caer para recogerla más tarde. Luego subió los escalones y entró en el edificio.
Cuando preguntó por Gaia, los criados de la mansión le indicaron las cocinas, así que se encaminó hacia la sección apartada y oculta del edificio formada por las viviendas de los sirvientes.
Incluso esa parte del edificio estaba inmaculadamente limpia. Lexa estaba empezando a comprender por qué Renoux era un impostor tan convincente: no permitía imperfecciones. Si mantenía su actuación la mitad de bien que mantenía el orden en su mansión, entonces Lexa dudaba que nadie descubriera jamás el engaño.
Pero debe de tener algún defecto, pensó. En la reunión de hace dos meses, Raven dijo que Renoux no podría soportar el escrutinio de un inquisidor. ¿Es posible que puedan percibir algo de sus emociones, algo que lo traicione?
Era un asunto secundario, pero Lexa no lo había olvidado. A pesar de las palabras sobre la sinceridad y la confianza, Raven todavía tenía sus secretos. Todo el mundo los tenía.
Gaia estaba, en efecto, en las cocinas. Hablaba con una criada de mediana edad.
Era alta para tratarse de una skaa, aunque de pie junto a Gaia parecía diminuta. Lexa la reconoció como un miembro del personal de la casa; se llamaba Cosahn. Lexa había hecho el esfuerzo de memorizar los nombres de todo el personal, aunque sólo fuera para no perderles la pista.
Gaia se volvió cuando ella entraba.
–Ah, dama Lexa. Regresas a tiempo. – Indicó a su acompañante–. Ella es Cosahn.
Cosahn estudió a Lexa con aire profesional. Lexa ansió regresar a las brumas, donde la gente no podía mirarla así.
–Creo que ya es lo bastante largo –dijo Gaia.
–Probablemente –respondió Cosahn–. Pero no puedo hacer milagros, maese Vaht.
Gaia asintió. «Vaht» era, al parecer, el tratamiento que se daba a los mayordomos terrisanos. Sin ser del todo skaa, pero tampoco claramente nobles, los terrisanos ocupaban un lugar muy extraño en la sociedad imperial.
Lexa los estudió a los dos con recelo.
–Tu pelo, señora –dijo Gaia tranquilo–. Cosahn va a cortártelo.
–Oh –dijo Lexa, tocándoselo. Lo tenía un poco largo para su gusto, aunque dudaba que Gaia fuera a hacérselo cortar como un muchacho.
Cosahn indicó una silla y Lexa se sentó, reticente. La enervaba sentarse dócilmente mientras alguien trabajaba con tijeras tan cerca de su cabeza, pero no había más remedio.
Después de pasar las manos por el pelo de Lexa, recortando suavemente, Cosahn empezó a cortar.
–Qué pelo tan bonito –dijo, casi para sí–, denso, con un precioso tono negro. Es una lástima que lo lleve tan descuidado, maese Vaht. Muchas mujeres de la corte morirían por un pelo como éste… Tiene suficiente cuerpo para ahuecarse, pero es lo bastante liso para trabajar con facilidad con él.
Gaia sonrió.
–Tendremos que encargarnos de que reciba mejores cuidados en el futuro –dijo.
Cosahn continuó su trabajo, asintiendo para sí. Al cabo de un rato, Gaia se acercó y se sentó delante de Lexa.
–Supongo que Raven no ha regresado todavía, ¿no? – preguntó Lexa.
Gaia negó con la cabeza y Lexa suspiró. Raven no creía que tuviera suficiente práctica para acompañarla en sus incursiones nocturnas, muchas de las cuales realizaba directamente después de sus sesiones de entrenamiento con ella. Durante los dos últimos meses, Raven había visitado las propiedades de una docena de casas nobles diferentes, tanto en Luthadel como en Fellise. Cambiaba de disfraz y de motivo aparente, tratando de crear confusión entre las Grandes Casas.
–¿Qué? – preguntó Lexa, mirando a Gaia, que la observaba con expresión curiosa.
La terrisana asintió respetuosa.
–Me estaba preguntando si estarías dispuesta a escuchar otra propuesta.
Lexa suspiró, encogiéndose de hombros.
–Bien.
No puede decirse que tenga otra cosa que hacer aquí.
–Creo que tengo la religión perfecta para ti –dijo Gaia, y su rostro normalmente estoico reveló un atisbo de ansiedad–. Se llama trelagismo, por el dios Trell. Lo adoraban los nelazanos, un pueblo que vivía muy lejos, al norte. En su tierra, el ciclo del día y la noche era muy extraño. Durante algunos meses del año estaba oscuro casi todo el día. En verano, sin embargo, sólo oscurecía unas cuantas horas.
»Los nelazanos creían que había belleza en la oscuridad y que la luz del día era más profana. Consideraban las estrellas los Mil Ojos de Trell que los miraban. El sol era el único ojo celoso del hermano de Trell, Nalt. Como Nalt sólo tenía un ojo, lo hacía brillar con tanta fuerza para superar a su hermano. Los nelazanos, sin embargo, no se dejaban impresionar y preferían adorar al silencioso Trell, que los vigilaba incluso cuando Nalt oscurecía el cielo.
Gaia guardó silencio. Lexa no estaba segura de cómo responder, así que no dijo nada.
–Realmente es una buena religión, dama Lexa –dijo Gaia–. Muy amable y a la vez muy poderosa. Los nelazanos no eran un pueblo avanzado, pero sí bastante decidido. Trazaron mapas de todo el cielo nocturno, contando y situando cada estrella importante. Sus costumbres te vienen bien… sobre todo su preferencia por la noche. Puedo contarte más cosas, si lo deseas.
Lexa negó con la cabeza.
–No importa, Gaia.
–¿No te parece bien, entonces? – dijo Gaia, frunciendo levemente el ceño–. Ah, bueno. Tendré que pensarlo un poco más. Gracias, señora… creo que eres muy paciente conmigo.
–¿Pensarlo un poco más? – preguntó Lexa–. Es la quinta religión a la que tratas de convertirme, Gaia. ¿Cuántas más puede haber?
–Quinientas sesenta y dos –dijo Gaia–. O, al menos, ése es el número de sistemas de creencias que conozco. Hay, probable y desafortunadamente, otras que han desaparecido de este mundo sin dejar huellas para que mi pueblo las recopile.
Lexa hizo una pausa.
–¿Y tienes memorizadas todas esas religiones?
–Tantas como es posible. Sus oraciones, sus creencias, su mitología. Muchas son muy similares: derivaciones o sectas unas de otras.
–Incluso así, ¿cómo puedes recordar todo eso?
–Tengo… métodos.
–¿Pero qué sentido tiene?
Gaia frunció el ceño.
–La respuesta debería ser obvia, creo. Las personas son valiosas, dama Lexa, y también, por tanto, lo son sus creencias. Desde la Ascensión de hace mil años, han desaparecido muchas de esas fes. El Ministerio de Acero prohíbe adorar todo lo que no sea el Lord Legislador y los inquisidores han destruido muy diligentemente cientos de religiones. Si alguien no las recuerda, entonces simplemente desaparecerán.
–¿Quieres decir que estás intentando hacerme creer en religiones que llevan mil años muertas? – preguntó Lexa, incrédula.
Gaia asintió.
¿Es que todos los que se relacionan con Raven están locos?
–El Imperio Final no puede durar eternamente –dijo Gaia en voz baja–. No sé si maese Raven será quien le ponga fin, pero ese fin vendrá. Y cuando lo haga, cuando el Ministerio de Acero ya no domine, los hombres querrán regresar a las creencias de sus padres. Ese día recurrirán a los guardadores y ese día devolveremos a la humanidad sus verdades olvidadas.
–¿Guardadores? – preguntó Lexa mientras Cosahn procedía a recortar sus rizos–.
¿Hay más como tú?
–No muchos. Pero algunos. Suficientes para pasar las verdades a la siguiente generación.
Lexa permaneció en silencio, pensativa, resistiendo la necesidad de agitarse bajo la labor de Cosahn. La mujer, desde luego, se estaba tomando su tiempo: cuando Lincoln le cortaba el pelo a Lexa le bastaban unos cuantos trasquilones.
–¿Repasamos tus lecciones mientras esperamos, dama Lexa? – preguntó Gaia.
Lexa miró a la terrisana y ella le sonrió. Sabía que la tenía cautiva: no podía moverse, ni siquiera sentarse a la ventana para contemplar las brumas. Todo lo que podía hacer era seguir allí sentada y escuchar.
–Bien.
–¿Puedes nombrar las diez Grandes Casas de Luthadel por orden según su poder?
–Griffin, Hasting, Elariel, Tekiel, Lekal, Erikeller, Erikell, Haught, Urbain y Buvidas.
–Bien. ¿Y tú eres?
–Soy Lady Valette Renoux, prima cuarta de Lord Teven Renoux, dueño de esta mansión. Mis padres, Lord Hadren y Lady Fellete Renoux, viven en Chakath, una ciudad del Dominio Occidental. Su principal exportación, la lana. Mi familia se dedica al comercio de tintes, sobre todo rojo cárdeno, de los caracoles que son comunes allí, y amarillo margarita, hecho con corteza de árbol. Como parte de un acuerdo comercial con su primo lejano, mis padres me enviaron a Luthadel para que pueda pasar algún tiempo en la corte.
Gaia asintió.
–¿Y qué te parece esta oportunidad?
–Estoy sorprendida y un poco abrumada. La gente me prestará atención porque desea conseguir favores de Lord Renoux. Como no estoy familiarizada con las costumbres de la corte, me halagará su atención. Me integraré en la comunidad cortesana, pero me mantendré tranquila y apartada de las intrigas.
–Tus dotes de memorización son admirables, señora –dijo Gaia–. Esta humilde ayudante se asombra de cuánto éxito podrías tener si te dedicaras a aprender en vez de evitar tus lecciones.
Lexa se la quedó mirando.
–¿Todos los «humildes ayudantes» dan tanta conversación a sus amos como tú?
–Sólo los que tienen éxito.
Lexa la miró, luego suspiró.
–Lo siento, Gaia. No pretendo evitar tus lecciones. Es que… las brumas… a veces me distraigo.
–Bueno, afortunada y sinceramente, eres rápida aprendiendo. Sin embargo, la gente de la corte ha tenido toda la vida para estudiar etiqueta. Incluso como noble rural, hay ciertas cosas que debes saber.
–Lo sé. No quiero destacar.
–Oh, no puedes evitar eso, señora. ¿Una recién llegada, de una parte lejana del imperio? Sí, se fijarán en ti. Lo que no queremos es hacerles sospechar. Debes ser estudiada y luego ignorada. Si te haces demasiado la tonta, eso levantará sospechas.
Magnífico.
Gaia hizo una pausa y ladeó ligeramente la cabeza. Unos cuantos segundos más tarde, Lexa oyó pasos en el pasillo. Raven entró en la sala con una sonrisa de satisfacción. Se quitó la capa de bruma y se detuvo al ver a Lexa.
–¿Qué? – preguntó ella, hundiéndose un poco más en el asiento.
–El corte de pelo está muy bien –dijo Raven–. Buen trabajo, Cosahn.
–No ha sido nada, maese Raven. – Lexa captó el rubor en su voz–. Sólo trabajo con lo que tengo.
–Un espejo –dijo Lexa, tendiendo la mano.
Cosahn le entregó uno. Lexa lo alzó y lo que vio la dejó sin habla. Parecía… una chica.
Cosahn había hecho un trabajo notable alisándole el pelo para que no se le encrespara. Lexa había descubierto que, si se dejaba el pelo demasiado largo, tenía tendencia a erizársele. El pelo de Lexa no era demasiado largo (apenas le llegaba hasta las orejas), pero por lo menos se mantenía liso.
No quieras que piensen en ti como en una chica, le advirtió la voz de Lincoln. Sin embargo, por una vez, quiso ignorar aquella voz.
–¡Podríamos convertirte en toda una damisela, Lexa! – dijo Raven con una risotada, y se ganó una mirada de reproche por su parte.
–Primero tendremos que convencerla de que no frunza tanto el ceño, maese Raven –comentó Gaia.
–Eso va a ser difícil. Está acostumbrada a poner mala cara. De todas formas, muy bien, Cosahn.
–Todavía me quedan unos cuantos retoques que hacer, maese Raven –dijo la mujer.
–Continúa pues. Pero voy a llevarme a Gaia un momento.
Raven le hizo un guiño a Lexa y Gaia y ella salieron de la habitación… dejando una vez más a la muchacha en situación de no poder escucharlos.
Raven se asomó a la cocina y vio a Lexa sentada en su silla, malhumorada. El corte de pelo era realmente bueno. Sin embargo, sus cumplidos tenían un motivo ulterior: sospechaba que Lexa había escuchado decir demasiadas veces que no valía nada. Tal vez con un poco más de confianza en sí misma no intentaría esconderse tanto.
Dejó que la puerta se cerrara y luego se volvió hacia Gaia. La terrisana esperaba, como siempre, con descansada paciencia.
–¿Cómo va el entrenamiento? – preguntó Raven.
–Muy bien, maese Raven –respondió Gaia–. Ella ya sabía algunas cosas por la formación recibida de su hermano. Aparte de eso, es una chica enormemente inteligente, receptiva y de memoria rápida. No esperaba tanta habilidad en alguien que creció en sus circunstancias.
–Muchos niños de la calle son listos –dijo Raven–. Los que no lo son, mueren.
Gaia asintió solemnemente.
–Es extremadamente reservada y creo que no aprecia mis lecciones en todo su valor. Es muy obediente, pero es rápida a la hora de explotar errores o malentendidos. Si no le digo exactamente dónde y cuándo reunirnos, suelo tener que buscarla por toda la mansión.
Raven asintió.
–Creo que es su forma de tener un poco de control sobre su vida. De todas maneras, lo que quería saber es si está preparada o no.
–No estoy segura, maese Raven –respondió Gaia–. El conocimiento puro no equivale a habilidad. No estoy segura de que tenga la… capacidad para imitar a una noble, aunque sea a una joven e inexperta. Hemos practicado cenas, repasado la etiqueta para conversar y memorizado chismorreos. Parece hábil en todo, en una situación controlada. Le ha ido bien en las meriendas que Renoux ha celebrado para algunos invitados nobles. Sin embargo, no podremos saber con seguridad si es capaz de hacerlo hasta que la dejemos sola en una fiesta de aristócratas.
–Ojalá pudiéramos practicar un poco más –dijo Raven, sacudiendo la cabeza–. Pero cada semana que pasamos preparándola aumentan las posibilidades de que el Ministerio descubra nuestro creciente ejército en las cuevas.
–Es una prueba de equilibrio, entonces –dijo Gaia–. Debemos esperar lo suficiente para reunir a los hombres que necesitamos y movernos pronto para evitar ser descubiertos.
Raven asintió.
–No podemos detenernos por un miembro del grupo… Tendremos que encontrar a otra persona que nos haga de topo si a Lexa le sale mal. Pobre chica… ojalá la hubiera entrenado mejor en la alomancia. Apenas hemos cubierto los primeros cuatro metales. ¡Pero no tengo suficiente tiempo!
–Si puedo hacer una sugerencia…
–Por supuesto, Gaia.
–Envía a la chica con alguno de los brumosos del grupo. He oído decir que Harper es una aplacadora eficaz y sin duda los demás son igualmente dotados. Que ellos le enseñen a Lexa cómo usar sus habilidades.
Raven hizo una pausa y reflexionó.
–Es buena idea, Gaia.
–¿Pero?
Raven miró hacia la puerta. Al otro lado, Lexa seguía sometida a su corte de pelo.
–No estoy segura. Hoy, cuando nos estábamos entrenando, nos enzarzamos en una pelea empujando acero. La chica debe de pesar menos de la mitad que yo, pero me ofreció de todas formas un enfrentamiento decente.
–Personas distintas tienen fuerzas distintas en la alomancia –dijo Gaia.
–Sí, pero la diferencia no suele ser tan grande –respondió Raven–. Además, yo tardé meses en aprender a manipular mis tirones y empujones. No es tan fácil como parece: incluso comprender algo tan sencillo como empujarte a ti mismo hasta lo alto de un tejado requiere asimilar el peso, el equilibrio y la trayectoria.
»Pero Lexa… parece saber todas esas cosas por instinto. Cierto, sólo puede usar los primeros cuatro metales con habilidad, pero el progreso que ha hecho es sorprendente.
–Es una chica especial.
Raven asintió.
–Se merece más tiempo para aprender sus poderes. Me siento un poco culpable por haberla metido en nuestros planes. Probablemente acabará en una ceremonia de ejecución del Ministerio con el resto de nosotros.
–Pero esa culpabilidad no te impedirá usarla como espía de la aristocracia.
Raven negó con la cabeza.
–No. No lo hará. Necesitamos toda la ventaja que podamos conseguir. Pero… vigílala, Gaia. De ahora en adelante, actuarás como mayordomo y guardiana de Lexa en todos los actos a los que asista… No resultará extraño que la acompañe una sirviente terrisana.
–En absoluto –reconoció Gaia–. De hecho, sería extraño enviar a una chica de su edad a la corte sin escolta.
–Protégela, Gaia. Puede que sea una alomántica poderosa, pero carece de experiencia. Me sentiré mucho menos culpable enviándola a esos cubiles aristocráticos si sé que tú estás con ella.
–La protegeré con mi vida, maese Raven. Te lo prometo.
Raven sonrió y colocó agradecido una mano en el hombro de Gaia.
–Pobre del hombre que se interponga en tu camino.
Gaia inclinó humildemente la cabeza. Parecía inofensiva, pero Raven conocía la fuerza que Gaia escondía. Pocos hombres, alománticos o no, tendrían fácil enfrentarse a una guardadora cuya furia hubieran despertado. Por eso probablemente el Ministerio había perseguido a aquella secta prácticamente hasta la extinción.
–Muy bien –dijo Raven–. Vuelve a tus enseñanzas. Lord Griffin va a celebrar un baile a finales de semana y, preparada o no, Lexa va a estar allí.
