Me sorprende cuántas naciones se han unido en pos de nuestro propósito. Sigue habiendo disidentes, naturalmente, y algunos reinos, por desgracia, se han enzarzado en guerras que no he podido detener.
Sin embargo, contemplar esta unidad general es glorioso, casi abrumador. Ojalá a las naciones de la humanidad no les hubiera hecho falta una amenaza tan terrible para ver el valor de la paz y la cooperación.
Capítulo 10
Lexa caminaba por una calle de las Grietas, uno de los muchos suburbios skaa de Luthadel, con la capucha puesta. Por algún motivo, prefería el calor asfixiante de una capucha a la opresiva luz roja del sol.
Caminaba encorvada, la mirada gacha, pegada al borde de la calle. Los skaa con los que se cruzaba tenían el mismo aire de derrota. Nadie alzaba la cabeza; nadie caminaba con la espalda recta o una sonrisa optimista. En los suburbios, esas cosas podían hacerte parecer sospechoso.
Casi había olvidado lo opresiva que podía ser Luthadel. Las semanas que había pasado en Fellise la habían acostumbrado a sus árboles y su piedra limpia. Aquí no había nada blanco: ningún álamo, nada de granito encalado. Todo era negro. Los edificios estaban manchados por incontables y repetitivas lluvias de ceniza; el aire lleno del humo de las infames fábricas de Luthadel y un millar de cocinas de nobles; el empedrado, los portales y las esquinas cubiertos de hollín: los suburbios rara vez se limpiaban.
Es como… como si las cosas fueran más brillantes de noche que durante el día, pensó Lexa, arrebujándose en su capa skaa y doblando una esquina. Pasó junto a mendigos agazapados con las manos tendidas esperando una limosna; sus súplicas caían en vano en los oídos de unas personas que también pasaban hambre. Pasó junto a obreros que caminaban con la cabeza gacha y los hombros hundidos, los gorros o las capuchas caladas para mantener la ceniza apartada de sus ojos. De vez en cuando, pasaba ante escuadrones de guardias de la ciudad, armados de pies a cabeza (peto, casco y capa negra) e intentando parecer lo más intimidatorios que podían.
Este último grupo se movía en los suburbios actuando como la mano del Lord Legislador en una zona que la mayoría de los obligadores encontraba demasiado repugnante para visitar. Los hombres de la Guarnición daban patadas a los mendigos para asegurarse de que eran realmente inválidos, detenían a los obreros que pasaban para acosarlos porque estaban en la calle en vez de trabajando y solían molestar a todo el que podían. Lexa se encogió cuando pasó un grupo y se bajó aún más la capucha. Era lo bastante mayor para tener que estar engendrando hijos o trabajando en una fábrica, pero por su altura parecía más joven.
O bien la treta funcionó o aquel escuadrón no estaba interesado en buscar gente descarriada, pues la dejaron pasar sin apenas mirarla. Lexa dobló una esquina, recorrió un callejón manchado de ceniza y se acercó a la cola para comer que había al fondo.
Como la mayoría de las cocinas, ésta era sucia y estaba pobremente mantenida. En una economía en la que los obreros rara vez obtenían una paga directa, las cocinas tenían que ser mantenidas por la nobleza. Algunos lores locales (probablemente los dueños de las fábricas y fraguas de la zona) pagaban al dueño de la cocina para que proporcionara comida a los skaa. Los obreros recibían vales por su tiempo y se les permitía un corto descanso a mediodía para ir a comer. Los comedores evitaban a los pequeños negocios los costes de proporcionar comidas en el lugar de trabajo.
Naturalmente, como al dueño del comedor se le pagaba, podía embolsarse lo que ahorrara en ingredientes. Según la experiencia de Lexa, la comida de las cocinas era tan sabrosa como el agua manchada de ceniza.
Por fortuna, no había ido a comer. Se unió a la cola en la puerta y esperó en silencio mientras los obreros mostraban sus vales de metal. Cuando le llegó el turno, sacó un disquito de madera y se lo pasó al skaa de la puerta. El hombre aceptó el óbolo con un rápido movimiento, asintiendo casi imperceptiblemente hacia la derecha.
Lexa se encaminó en la dirección indicada, atravesó un sucio comedor cuyo suelo estaba cubierto de la ceniza que habían arrastrado al entrar. Cuando se acercó a la pared del fondo, vio una ajada puerta de madera en un rincón. Una mujer sentada ante la puerta la miró a los ojos, asintió brevemente y abrió la puerta. Lexa pasó veloz a la habitación contigua.
–¡Lexa, querida! – dijo Harper, sentada ante una mesa situada cerca del centro de la habitación–. ¡Bienvenida! ¿Qué tal por Fellise?
Lexa se encogió de hombros y se sentó a la mesa.
–Ah –dijo Harper–. Casi había olvidado lo fascinante de tu conversación. ¿Vino?
Lexa negó con la cabeza.
–Bueno, pues a mí sí que me apetece.
Harper vestía uno de sus extravagantes trajes y tenía un bastón de duelo cruzado sobre el regazo. La habitación, iluminada por una única linterna, estaba mucho más limpia que el comedor. De los otros cuatro hombres presentes, Lexa sólo reconoció a uno, un aprendiz del taller de Gustus. Los dos que había junto a la puerta eran guardias, sin duda. El último hombre parecía un obrero skaa corriente, casaca ennegrecida y rostro ceniciento incluidos. Su aire de confianza, sin embargo, demostraba que era miembro de los bajos fondos. Probablemente, uno de los rebeldes de Jasper.
Harper alzó su copa y la golpeó con la uña. La rebelde la miró con mala cara.
–Ahora mismo te estás preguntando si estoy usando la alomancia contigo –dijo Harper–. Tal vez sí, tal vez no. ¿Importa? Estoy aquí por invitación de tu jefa y te ordenó que te encargaras de que me sintiera cómoda. Y, te lo aseguro, una copa de vino en la mano es absolutamente necesaria para mi comodidad.
El skaa esperó un momento y luego tomó la copa y se marchó, murmurando entre dientes sobre costes estúpidos y recursos malgastados.
Harper alzó una ceja y se volvió hacia Lexa. Parecía bastante contenta consigo misma.
–¿Así que lo has empujado? – preguntó ella.
Harper negó con la cabeza.
–Un desperdicio de latón. ¿Te contó Raven por qué te pidió que vinieras aquí hoy?
–Me dijo que tuviera cuidado contigo –respondió Lexa, un poco molesta por haber sido entregada a Harper–. Dijo que no tenía tiempo de entrenarme en todos los metales.
–Bien, empecemos entonces –dijo Harper–. Primero, debes comprender que aplacar es algo más que simple alomancia. Se trata del delicado y noble arte de la manipulación.
–Noble, en efecto –dijo Lexa.
–Ah, hablas como uno de ellos.
–¿Ellos?
–Todos los demás –dijo Harper–. ¿Viste cómo me ha tratado el caballero skaa? La gente no nos aprecia, querida. La idea de que alguien pueda jugar con sus emociones, de que pueda «místicamente» obligarlos a hacer ciertas cosas los hace sentirse incómodos. De lo que no se dan cuenta, y tú debes hacerlo, es que manipular a los demás es algo que todo el mundo hace. De hecho, la manipulación está en el meollo de nuestra interacción social.
Se echó hacia atrás, alzó su bastón de duelo e hizo un leve gesto con él mientras hablaba.
–Piénsalo. ¿Qué hace un hombre cuando busca el afecto de una joven? Bueno, intenta manipularla para que lo mire con buenos ojos. ¿Qué pasa cuando dos viejos amigos se sientan a tomar una copa? Se cuentan historias, tratando de impresionarse mutuamente. La vida del ser humano es todo postura e influencia. Esto no es malo: de hecho, dependemos de ello. Estas interacciones nos enseñan a responder a los demás. – Hizo una pausa y señaló a Lexa con el bastón–. La diferencia entre los aplacadores y la gente corriente es que nosotros somos conscientes de lo que hacemos. También tenemos una ligera… ventaja. ¿Pero implica de verdad mucho más «poder» que tener una personalidad carismática o unos buenos dientes? Creo que no.
»Además, como mencionaba, un buen aplacador debe tener más dotes que su habilidad para usar la alomancia. La alomancia no te permite leer la mente ni las emociones… En cierto modo, estás tan ciego como los demás. Lanzas ráfagas emocionales dirigidas a una sola persona o a una zona y tus sujetos alterarán sus emociones… es de esperar que produciendo el efecto que deseabas. Sin embargo, los grandes aplacadores son aquellos que pueden usar con éxito sus ojos e instintos para saber cómo se siente una persona antes de ser manipulada.
–¿Qué importa lo que sientan? – dijo Lexa, tratando de disimular su malestar–. Vas a aplacarlos de todas formas, ¿no? Así, cuando acabas, sienten lo que tú quieres que sientan.
Harper suspiró, agitando la cabeza.
–¿Qué dirías si supieras que te he aplacado en tres ocasiones durante nuestra conversación?
Lexa se envaró.
–¿Cuándo? – exigió.
–¿Importa? – preguntó Harper–. Ésta es la lección que debes aprender, querida. Si no puedes leer lo que siente alguien, nunca tendrás sutileza con la alomancia emocional. Empuja a alguien demasiado e incluso el más ciego de los skaa se dará cuenta de que está siendo manipulado de algún modo. Toca con demasiada suavidad y no producirás un efecto remarcable… otras emociones más fuertes seguirán dominando a tu sujeto. – Harper sacudió la cabeza–. Todo se basa en comprender a la gente. Tienes que leer cómo se siente alguien, cambiar ese sentimiento dándole un empujoncito en la dirección adecuada y luego canalizar ese nuevo estado emocional para tu ventaja. ¡Ése, querida mía, es el desafío! Es difícil, pero para aquellos que lo hacen bien…
La puerta se abrió y el hosco skaa regresó con una botella entera de vino. La depositó con una copa en la mesa, delante de Harper, y luego se situó en el otro extremo de la habitación, junto a la mirilla que daba al comedor.
–Hay enormes recompensas –dijo Harper con una tranquila sonrisa. Le hizo un guiño y sirvió un poco de vino.
Lexa no estaba segura de qué pensar. La opinión de Harper parecía cruel. Sin embargo, Lincoln la había entrenado bien. Si no tenía poder sobre eso, otros lo tendrían sobre ella. Empezó a quemar cobre, como le había enseñado Raven, para protegerse de nuevas manipulaciones por parte de Harper.
La puerta volvió a abrirse y una figura familiar, ataviada con un chaleco, entró.
–Hola, Lexa –dijo Bellamy con un gesto amistoso. Se acercó a la mesa, mirando el vino–. Harper, sabes que la rebelión no tiene dinero para este tipo de cosas.
–Raven las pagará –respondió Harper con un ademán de indiferencia–. Simplemente, no puedo trabajar con la garganta seca. ¿Cómo está la zona?
–Segura –dijo Bellamy–. Pero he apostado ojos de estaño en las esquinas por si acaso. Tu salida de emergencia está detrás de esa puerta de la esquina.
Harper asintió. Bellamy se volvió a mirar al aprendiz de Gustus.
–¿Estás ahumando por ahí atrás, Cobble?
El muchacho asintió.
–Buen chico –dijo Bellamy–. Eso es todo, entonces. Ahora sólo tenemos que esperar el discurso de Rav.
Harper comprobó su reloj de bolsillo.
–Todavía faltan unos minutos. ¿Pido que alguien te traiga una copa?
–Paso –dijo Bellamy.
Harper se encogió de hombros y bebió vino.
Hubo un momento de silencio. Finalmente, Bellamy habló.
–Entonces…
–No –interrumpió Harper.
–Pero…
–Sea lo que sea, no queremos oírlo.
Bellamy miró a la aplacadora con mala cara.
–No puedes empujarme para que obedezca, Harper.
Harper puso los ojos en blanco y tomó un sorbo de vino.
–¿Qué? – preguntó Lexa–. ¿Qué ibas a decir?
–No lo animes, querida –dijo Harper.
Lexa frunció el ceño. Miró a Bellamy, que sonrió.
Harper suspiró.
–Dejadme fuera. No estoy de humor para uno de los absurdos debates de Bellamy.
–Ignórala –dijo Bellamy ansiosamente, acercando su silla un poco más a Lexa–. Verás, me he estado preguntando… ¿Al derrocar al Imperio Final estamos haciendo algo bueno o algo malo?
Lexa se lo quedó mirando.
–¿Importa?
Bellamy pareció sorprendido, pero Harper se echó a reír.
–Bien contestado –dijo la aplacadora.
Bellamy miró a Harper, luego se volvió hacia Lexa.
–Pues claro que importa.
–Bueno, supongo que estamos haciendo algo bueno –contestó Lexa–. El Imperio Final lleva siglos oprimiendo a los skaa.
–Cierto. Pero hay un problema. El Lord Legislador es Dios, ¿no?
Lexa se encogió de hombros.
–¿Importa?
Bellamy se la quedó mirando.
Ella puso los ojos en blanco.
–Muy bien. El Ministerio dice que es Dios.
–La verdad es que el Lord Legislador es sólo un pedazo de Dios –advirtió Harper–. Es la Lasca del Infinito… No es omnisciente ni omnipotente, sino una sección independiente de una conciencia que lo es.
Bellamy suspiró.
–Creía que no querías implicarte.
–Sólo me aseguraba de que todo el mundo comprende los hechos –respondió Harper.
–Pues bien –dijo Bellamy–, Dios es el creador de todas las cosas, ¿no? Es la fuerza que dicta las leyes del universo y, por tanto, es la fuente última de la ética. Es moralidad absoluta.
Lexa parpadeó.
–¿Ves el dilema? – preguntó Bellamy.
–Veo a un idiota –murmuró Harper.
–Estoy confusa. ¿Cuál es el problema?
–Nosotros decimos estar haciendo el bien –contestó Bellamy–. Pero el Lord Legislador, como Dios, define lo que es el bien. Así que, al oponernos a él, somos el mal. Pero, como él está haciendo algo malo, ¿cuenta en este caso el mal como bien?
Lexa frunció el ceño.
–¿Bien? – preguntó Bellamy.
–Creo que me das dolor de cabeza.
–Te lo había advertido –le recordó Harper.
Bellamy suspiró.
–¿Pero no crees que merece la pena pensarlo?
–No estoy segura.
–Yo sí –dijo Harper.
Bellamy sacudió la cabeza.
–Aquí a nadie le gusta tener conversaciones decentes e inteligentes.
El rebelde skaa del rincón se volvió de repente.
–¡Ha llegado Raven!
Bellamy alzó una ceja, luego se puso en pie.
–Debería ir a asegurar el perímetro. Piensa en lo que te he dicho, Lexa.
–Muy bien… –dijo Lexa mientras Bellamy se marchaba.
–Por aquí, Lexa –dijo Harper, incorporándose–. Hay mirillas en la pared para nosotros. Sé amable y acércame la silla, ¿quieres?
Harper no miró atrás para ver si ella hacía lo que le pedía. Lexa se detuvo, insegura.
Con el cobre encendido, ella no podía aplacarla, pero… Al final, suspiró y llevó ambas sillas hasta un extremo de la habitación. Harper corrió una larga portezuela en la pared, revelando una vista del salón.
Varios sucios skaa estaban sentados a las mesas. Vestían casacas marrones o capas harapientas. Eran un grupo sombrío, con la piel manchada de ceniza y aspecto vencido. Sin embargo, su presencia en la reunión significaba que estaban dispuestos a escuchar. Jasper, con su habitual ropa de obrero y el pelo rizado más corto, ocupaba una mesa en la parte delantera.
Lexa había esperado una especie de entrada triunfal de Raven. En cambio, simplemente salió en silencio de la cocina. Se detuvo junto a la mesa de Jasper, sonrió mientras conversaba brevemente con el hombre un momento y luego se plantó ante los obreros sentados.
Lexa nunca lo había visto con ropa tan mundana. Llevaba una casaca skaa marrón y pantalones pardos, como muchos de los presentes. Sin embargo, el atuendo de Raven estaba limpio. El tejido no estaba manchado de hollín y, aunque era tan burdo como el que los skaa usaban normalmente, no tenía parches ni remiendos. La diferencia era bastante notable, decidió Lexa: si se hubiera presentado con un traje, habría sido pasarse.
Raven se puso los brazos a la espalda y poco a poco los obreros se fueron callando.
Lexa frunció el ceño mientras miraba y se preguntó por la habilidad que tenía Raven para imponer el silencio en una habitación de hombres ansiosos plantándose simplemente ante ellos. ¿Estaba tal vez usando la alomancia? Sin embargo, incluso con su cobre encendido ella sentía una… presencia por su parte.
Cuando la habitación estuvo silenciosa, Raven empezó a hablar.
–Probablemente a estas alturas todos habéis oído hablar de mí –dijo–. Y no estaríais aquí si al menos no sintierais cierta simpatía por mi causa.
Al lado de Lexa, Harper bebió de su copa.
–Aplacar y encender no son como las otras formas de alomancia –dijo en voz baja–. Con la mayoría de los metales, empujar o tirar tiene efectos opuestos. Sin embargo, con las emociones, a menudo puedes producir los mismos resultados tanto si aplacas como si enciendes.
«Esto no se cumple con los estados emocionales extremos: la completa falta de emoción o la pasión absoluta. No obstante, en la mayoría de los casos, no importa qué poder uses. Las personas no son como bloques sólidos de metal: en todo momento tendrán una docena de emociones diferentes revolviéndose en su interior. Un aplacador experimentado puede apaciguarlo todo menos la emoción que quiere que sea dominante.
Harper se volvió.
–Rudd, que entre la criada de azul, por favor.
Uno de los guardias asintió, abrió la puerta una rendija y le susurró algo al hombre que había al otro lado. Un momento después, Lexa vio que una criada vestida con un ajado vestido azul empezaba a servir bebidas a los congregados.
–Mis aplacadores están mezclados con la gente –dijo Harper, con voz distraída–. Las criadas son un aviso que indica a mis hombres qué emociones hay que retirar. Trabajarán como lo hago yo…
Se calló y se concentró mientras miraba a la multitud.
–Fatiga… –susurró–. No es una emoción necesaria ahora mismo. Hambre… distrae. Recelo… decididamente no es útil. Sí, y a medida que los aplacadores actúan los encendedores inflaman las emociones que queremos que la multitud sienta. Curiosidad… eso es lo que necesitan ahora. Sí, escuchad a Raven. Habéis oído leyendas e historias. Ved a la mujer en persona e impresionaos.
–Sé por qué habéis venido hoy –dijo tranquilamente Raven. Hablaba con el descaro que Lexa asociaba con ella, el tono calmado pero directo–. Doce horas al día en una fábrica, una mina o una fragua. Palizas, falta de paga, poca comida. ¿Y para qué? ¿Para que podáis volver a vuestras casuchas al final del día y encontrar otra tragedia? Un amigo muerto a manos de un capataz descuidado. Una hija convertida en el juguete de algún noble. Un hermano muerto por un lord que tenía un mal día.
–Sí –susurró Harper–. Bien. Rojo, Rudd. Envía a la chica de rojo claro.
Otra criada entró en el salón.
–Pasión y furia –dijo Harper, casi en un murmullo–. Pero sólo un poquito. Sólo un empujón… un recordatorio.
Curiosa, Lexa apagó su cobre un momento y quemó bronce tratando de sentir el uso que Harper hacía de la alomancia. No brotaba nada de ella.
Por supuesto, pensó. Me olvidaba del aprendiz de Gustus: me impide sentir ningún pulso alomántico. Volvió a encender su cobre.
Raven continuó hablando.
–Amigos míos, no estáis solos en vuestra tragedia. Hay millones como vosotros. Y os necesitan. No he venido a suplicar: ya hemos tenido suficiente de eso en nuestras vidas. Simplemente os pido que penséis. ¿En qué deberíais invertir vuestras energías? ¿Forjando armas para el Lord Legislador? ¿O en algo más valioso?
No menciona a nuestros soldados, pensó Lexa. Ni siquiera lo que van a hacer aquellos que se unan a ella. No quiere que los obreros sepan los detalles. Probablemente es buena idea: los que reclute podrán ser enviados al ejército y el resto no podrá revelar ninguna información específica.
–Sabéis por qué estoy aquí –dijo Raven–. Conocéis a mi amigo Jasper y lo que representa. Todos los skaa de la ciudad están enterados de la rebelión. Quizás hayáis pensado uniros a ella. La mayoría de vosotros no lo hará… la mayoría de vosotros volverá a vuestras fábricas manchadas de hollín, a vuestras ardientes fraguas, a vuestros moribundos hogares. Lo haréis porque esta vida terrible os resulta familiar. Pero algunos de vosotros… algunos de vosotros vendrán conmigo. Y esos hombres serán recordados en los años venideros. Recordados por haber hecho algo grandioso.
Muchos de los obreros se miraron, aunque algunos siguieron con los ojos clavados en sus cuencos de sopa medio vacíos. Finalmente, alguien situado casi al fondo de la sala tomó la palabra.
–Eres una necia –dijo el hombre–. El Lord Legislador te matará. No te rebelas contra Dios en su propia ciudad.
La habitación permaneció en silencio. Tensa. Lexa se irguió mientras Harper susurraba para sí.
En la sala, Raven no contestó inmediatamente. Finalmente estiró los brazos y se remangó la casaca, mostrando las cicatrices.
–El Lord Legislador no es nuestro Dios –dijo tranquilamente–. Y no puede matarme. Lo intentó, pero fracasó. Pues soy lo que él nunca podrá matar.
Dicho esto, Raven se dio la vuelta y salió de la habitación por donde había venido.
–Hummm –dijo Harper–, bueno, ha sido un poco dramático. Rudd, trae a la roja y envía a la marrón.
Una criada vestida de marrón se mezcló con los congregados.
–Diversión –dijo Harper–. Y, sí, orgullo. Aplacar la furia, por ahora…
La multitud permaneció tranquila un momento, el salón extrañamente inmóvil.
Finalmente, Jasper se levantó para hablar y animar un poco más, además de para explicar lo que deberían hacer los hombres si deseaban oír más. Mientras hablaba, los skaa volvieron a su comida.
–Verde, Rudd –dijo Harper–. Hummm, sí. Hagamos que penséis todos y os daremos un empujoncito de lealtad. No queremos que nadie corra a avisar a los obligadores, ¿no? Rav ha cubierto bien sus huellas, pero cuanto menos oigan las autoridades, mejor, ¿eh? Oh, ¿y qué hay de ti, Jasper? Estás un poco demasiado nervioso. Aplaquemos eso, para borrar tus preocupaciones. Dejemos sólo esa pasión tuya… Es de esperar que sea suficiente para contrarrestar el estúpido tono de tu voz.
Lexa continuó mirando. Ahora que Raven se había ido, le resultaba más fácil concentrarse en las reacciones de la multitud y en el trabajo de Harper. Mientras Jasper hablaba, los obreros parecieron reaccionar con precisión a las instrucciones que murmuraba Harper. También en Jasper se notaron los efectos del aplacador: se sintió más cómodo, habló con más aplomo.
Curiosa, Lexa dejó caer de nuevo su cobre. Se concentró para ver si podía sentir el toque de Harper en sus emociones: estaría incluida en sus proyecciones alománticas generales. Ella no tenía tiempo para elegir individuos, excepto tal vez a Jasper. Era muy, muy difícil sentirlo. Sin embargo, mientras Harper murmuraba para sí, ella empezó a notar exactamente las emociones que ella describía. No pudo dejar de sentirse impresionada. Las pocas veces que Raven había usado la alomancia en sus emociones, su contacto había sido como un repentino puñetazo en la cara. Tenía fuerza, pero muy poca sutileza.
El contacto de Harper era increíblemente delicado. Aplacaba ciertas emociones, reduciéndolas, mientras dejaba otras intactas. A Lexa le pareció notar a sus hombres encendiendo también sus emociones, pero esos contactos no eran tan sutiles como el de Harper. Dejó apagado su cobre, buscando toques emocionales mientras Jasper continuaba su discurso y explicaba que los hombres que se unieran a ellos tendrían que dejar familia y amigos por un tiempo, hasta un año, pero serían bien alimentados durante ese periodo.
Lexa sintió que su respeto por Harper continuaba aumentando. De repente ya no estaba tan molesta con Raven por librarse de ella. Harper sólo podía hacer una cosa, pero obviamente tenía mucha práctica. Raven, como nacida de la bruma, había tenido que aprender todas las habilidades alománticas; era lógico que no estuviera tan concentrada en ningún poder concreto.
Tengo que asegurarme de que me envíe a aprender de los otros, pensó Lexa. Serán maestros de sus propios poderes.
Lexa volvió su atención hacia el comedor mientras Jasper concluía su exhortación.
–Habéis oído a Raven, la Superviviente de Hathsin –dijo–. Los rumores sobre ella son ciertos: ¡ha renunciado a su oficio de ladrona y dedicado su atención a trabajar para la rebelión skaa! Nos estamos preparando para algo grande. Algo que puede, en efecto, poner fin a nuestra lucha con el imperio. Uníos a nosotros. Uníos a vuestros hermanos. ¡Uníos a la Superviviente!
El comedor permaneció en silencio.
–Rojo brillante –dijo Harper–. Quiero que esos hombres se marchen sintiéndose apasionados por lo que han oído.
–Las emociones se consumirán, ¿no? – preguntó Lexa mientras una criada vestida de rojo se acercaba al grupo.
–Sí –contestó Harper, acomodándose en su asiento y cerrando el panel–. Pero quedan los recuerdos. Si la gente asocia una emoción fuerte con un hecho, lo recuerda mejor.
Unos momentos después, Bellamy entró por la puerta trasera.
–Ha salido bien. Los hombres se marchan fortalecidos y varios de ellos se quedan rezagados. Tendremos un buen puñado de voluntarios que enviar a las cuevas.
Harper sacudió la cabeza.
–No es suficiente. Monty necesita unos cuantos días para organizar cada una de estas reuniones y sólo conseguimos unos veinte hombres de cada una. A este ritmo, nunca conseguiremos diez mil a tiempo.
–¿Crees que necesitamos más reuniones? – preguntó Bellamy–. Va a ser difícil…
Debemos tener mucho cuidado con estas cosas y por eso sólo se invita a aquellos en los que se puede confiar razonablemente.
Harper permaneció sentada un momento. Finalmente, apuró el resto de su vino.
–No sé… Pero tendremos que pensar en algo. Por ahora, volvamos al taller. Creo que Raven quiere celebrar una reunión para evaluar este encuentro de hoy.
Raven miraba hacia el oeste. El sol de la tarde, de un rojo letal, brillaba implacable desde un cielo de humo. Raven podía ver la silueta recortada de una oscura cima. Tyrian, el más cercano de los Montes de Ceniza.
Se encontraba en lo alto del terrado del taller de Gustus, escuchando a los obreros regresar a casa. Un terrado obligaba a limpiar la ceniza de vez en cuando, por eso la mayoría de los edificios skaa tenía tejado a dos aguas. Pero, en opinión de Raven, por la vista merecía la pena el esfuerzo.
En la calle, los obreros skaa caminaban en filas cansadas, levantando a su paso una pequeña nube de ceniza. Raven se volvió hacia el norte… hacia los Pozos de Hathsin.
¿Adónde va?, pensó. El atium llega a la ciudad, pero luego desaparece. No está en el Ministerio, los hemos vigilado, y ninguna mano skaa toca el metal. Suponemos que va al Tesoro. Esperamos que así sea, al menos.
Mientras quemaba atium, un nacido de la bruma era virtualmente imparable, y en parte por eso era tan valioso. Pero su plan se centraba en algo más que en riquezas.
Sabía cuánto atium se sacaba de los pozos y Monty había investigado las cantidades que el Lord Legislador vendía, a precios exorbitantes, a la nobleza.
Apenas un diez por ciento de lo que se extraía acababa en manos de los nobles.
El noventa por ciento del atium producido en el mundo había sido acumulado, año tras año, durante mil años. Con tanto metal, el equipo de Raven podría intimidar incluso a las más poderosas de las casas nobles. El plan de Jasper para dominar el palacio podía parecer descabellado a muchos… de hecho, estaba condenado al fracaso. Sin embargo, Raven tenía otros planes…
Contempló la barrita blancuzca que tenía en las manos. El Undécimo metal.
Conocía los rumores sobre él: los había propiciado. Ya sólo tenía que hacerlos valer.
Suspiró y se volvió hacia el este, hacia Kredik Shaw, el palacio del Lord Legislador. «La Colina de las Mil Torres», un nombre adecuado, ya que el palacio imperial parecía una masa de enormes lanzas negras clavadas en el suelo. Algunas de las torres se retorcían, otras eran rectas. Algunas torres eran gruesas, otras finas como agujas. Variaban en altura, pero todas eran elevadas acabadas en punta. Kredik Shaw. Ahí era donde todo había terminado tres años antes. Y necesitaba regresar.
La trampilla se abrió y una figura salió al tejado. Raven se volvió alzando una ceja mientras Gaia se sacudía la túnica y luego se le acercaba con su característico paso respetuoso. Incluso una terrisana rebelde mantenía las formas.
–Maese Raven –dijo, inclinando la cabeza.
Raven asintió y Gaia se colocó a su lado para contemplar el palacio imperial.
–Ah –dijo para sí, como si comprendiera los pensamientos de Raven.
Raven sonrió. Gaia había sido un valioso hallazgo, desde luego. Los guardadores eran un grupo necesariamente secreto, pues el Lord Legislador los había cazado prácticamente desde el mismísimo Día de la Ascensión. Algunas leyendas decían que el sometimiento absoluto del pueblo de Terris al Legislador (incluidos los programas de reproducción y adoctrinamiento) era simplemente un efecto de su odio hacia los guardadores.
–Me pregunto qué pensaría si supiera que hay un guardador en Luthadel –dijo Raven–, a tan corta distancia del palacio.
–Esperemos que no lo descubra nunca, maese Raven.
–Aprecio tu disposición para venir a la ciudad, Gaia. Sé que es un riesgo.
–Es un buen trabajo –dijo Gaia–. Y este plan es peligroso para todos los implicados. De hecho, para mí vivir ya es peligroso. No es conveniente para la salud pertenecer a una secta que el propio Lord Legislador teme.
–¿Temor por su parte? – preguntó Raven volviéndose para mirar a Gaia. A pesar de su altura por encima de la media, la terrisana seguía sacándole una cabeza–. No estoy segura de que tema a nada, Gaia.
–Teme a los guardadores. De forma definida e inexplicable. Tal vez sea a causa de nuestros poderes. No somos alománticos, sino… otra cosa. Algo desconocido para él.
Raven asintió, volviéndose hacia la ciudad. Tenía tantos planes, tanto trabajo que hacer… y en el meollo de todo estaban los skaa. Los pobres, humildes, derrotados skaa.
–Háblame de otra secta, Gaia –dijo Raven–, que tenga poder.
–¿Poder? – preguntó Gaia–. Eso es un término relativo cuando se aplica a la religión, creo. Tal vez te guste oír hablar del jaísmo. Sus seguidores eran bastante fieles y devotos.
–Háblame de ellos.
–El jaísmo fue fundado por un solo hombre. Su verdadero nombre se ha perdido, aunque sus seguidores simplemente lo llaman el Ja. Fue asesinado por un rey local por predicar la discordia (algo en lo que al parecer era muy bueno), pero con eso sólo aumentó el número de sus seguidores.
»Los jaístas creían que la felicidad era directamente proporcional a su devoción, y eran conocidos por sus frecuentes y fervientes profesiones de fe. Al parecer, hablar con un jaísta podía ser frustrante, ya que tendían a terminar casi todas sus frases con "alabado sea el Ja".
–Eso está bien, Gaia –dijo Raven–. Pero el poder es algo más que palabras.
–Oh, desde luego –reconoció Gaia–. Los jaístas eran fuertes en su fe. Las leyendas dicen que el Ministerio tuvo que eliminarlos por completo, ya que ninguno aceptó al Lord Legislador como Dios. No duraron mucho después de la Ascensión, pero sólo porque eran tan descarados que fue fácil perseguirlos y matarlos.
Raven asintió y luego sonrió, mirando a Gaia.
–No me has preguntado si quería convertirme.
–Mis disculpas, maese Raven, pero esa religión no te conviene, creo. Su grado de exhibicionismo podría resultarte atractivo, pero la doctrina te parecería simplista.
–Estás llegando a conocerme demasiado bien –dijo Raven, contemplando la ciudad–. Al final, después de que reinos y ejércitos cayeran, las religiones siguieron luchando, ¿no?
–En efecto. Algunas de las religiones más resistentes duraron hasta bien avanzado el siglo quinto.
–¿Qué las hacía tan fuertes? – preguntó Raven–. ¿Cómo lo hicieron, Gaia? ¿Qué daba a esas doctrinas tanto poder sobre la gente?
–No una sola cosa, creo. Algunas debían su fuerza a la fe sincera, otras a la esperanza que prometían. Otras eran coercitivas.
–Pero todas tenían pasión.
–Sí, maese Raven –asintió Gaia–. Es cierto.
–Es lo que hemos perdido –dijo Raven, contemplando la ciudad de cientos de miles de habitantes de los cuales apenas un puñado se atrevía a luchar–. No tienen fe en el Lord Legislador, simplemente lo temen. No tienen nada más en lo que creer.
–¿En qué crees tú, si puedo preguntarlo, maese Raven?
Raven alzó una ceja.
–Todavía no estoy segura del todo –admitió–. Pero derrocar al Imperio Final parece un buen principio. ¿Hay alguna religión en tu lista que incluya la matanza de nobles como deber sagrado?
Gaia frunció el ceño, desaprobando sus palabras.
–No lo creo, maese Raven.
–Tal vez debería buscar una –dijo Raven con una sonrisita–. Bien, ¿han regresado ya Harper y Lexa?
–Acababan de llegar cuando yo subía.
–Bueno –dijo Raven, asintiendo–. Diles que bajo dentro de un momento.
Lexa estaba sentada en su sillón tapizado, en la sala de reuniones, con las piernas dobladas, tratando de estudiar a Allie por el rabillo del ojo.
Se parecía mucho a Raven. Era sólo… severa. No estaba furiosa ni era cascarrabias como Gustus. Pero no era feliz. Estaba sentada en su sillón, con una expresión indescifrable.
Todos los otros habían llegado ya, menos Raven, y charlaban tranquilamente entre ellos. Lexa vio que Roan la estaba mirando y lo saludó. El jovencito se acercó y se sentó junto a su sillón.
–Allie –susurró Lexa entre el murmullo general de la sala–. ¿Eso es un mote?
–Es más bien en el deseo de sus opás.
Lexa hizo una pausa, tratando de descifrar el dialecto oriental del chico.
–¿No es un mote, entonces?
Roan negó con la cabeza.
–Pero en tenía uno y tó.
–¿Cuál era?
–Ojos de Hierro. Los demás en dejaron de usarlo. Demasiao paresío a un hierro en los ojos de verdá, ¿no? Inquisidor.
Lexa miró de nuevo a Allie. Su expresión era dura, sus ojos firmes, casi como si estuvieran hechos de hierro. Entendía por qué la gente había dejado de usar su mote: la simple alusión a un inquisidor de acero la hacía temblar.
–Gracias.
Roan sonrió. Era un muchacho servicial. Extraño, intenso y algo nervioso… pero servicial. Se retiró a su banco cuando Raven llegó por fin.
–Muy bien, gente –dijo–. ¿Qué tenemos?
–¿Además de la mala noticia? – preguntó Harper.
–Oigámosla.
–Han pasado doce semanas y hemos reunido menos de dos mil hombres –anunció Bellamy–. Incluso sumados a los que ya tiene la rebelión, andamos escasos.
–¿Monty? – inquirió Raven–. ¿Podemos celebrar más encuentros?
–Probablemente –dijo Monty, desde su asiento detrás de una mesa repleta de libros.
–¿Estás segura de que quieres correr ese riesgo, Raven? – preguntó Jasper. Su actitud había mejorado en las últimas semanas… sobre todo desde que los reclutas de Raven habían empezado a aumentar. Como Lincoln decía siempre, los resultados hacen amigos rápidos.
»Ya corremos peligro –continuó Jasper–. Corren rumores por los bajos fondos. Si seguimos causando revuelo, el Ministerio se dará cuenta de que se cuece algo importante.
–Probablemente tiene razón, Rav –dijo Monty–. Además, hay un número limitado de skaa dispuestos a escuchar. Luthadel es grande, sí, pero nuestro movimiento aquí es limitado.
–Muy bien. Entonces empezaremos a trabajar en otras ciudades de la zona. Harper, ¿puedes dividir tu equipo en dos grupos efectivos?
–Supongo –dijo Harper, vacilante.
–Podemos hacer que un equipo trabaje en Luthadel y el otro en las ciudades cercanas. Probablemente podré asistir a todas las reuniones, suponiendo que las organicemos de modo que no se celebren al mismo tiempo.
–Tantas reuniones nos expondrán aún más –dijo Yoden.
–Y eso, por cierto, nos causa otro problema –dijo Bellamy–. ¿No se suponía que íbamos a trabajar para infiltrarnos en las filas del Ministerio?
–¿Bien? – preguntó Raven, volviéndose hacia Allie.
Allie negó con la cabeza.
–El Ministerio es hermético… necesito más tiempo.
–No va a poder ser –gruñó Gustus–. La rebelión lo ha intentado ya.
Jasper asintió.
–Hemos intentado colocar espías en los Ministerios Internos una docena de veces. Es imposible.
Todos guardaron silencio.
–Tengo una idea –dijo Lexa en voz baja.
Raven alzó una ceja.
–Titus estaba preparando un golpe antes de que me reclutarais –dijo ella–. La verdad es que fue el golpe que hizo que los obligadores nos localizaran. El núcleo de ese plan lo organizó otro ladrón, un jefe de bandas llamado Dante. Preparaba un falso convoy por el canal para llevar fondos del Ministerio a Luthadel.
–¿Y? – preguntó Harper.
–En esos mismos barcos llegaban nuevos acólitos del Ministerio a Luthadel para acabar su adoctrinamiento. Dante tiene un contacto en la ruta, un obligador menor que acepta sobornos. Tal vez podamos conseguir que añada un «acólito» al grupo de su capítulo local.
Raven asintió, pensativa.
–Merece la pena echarle un vistazo.
Monty escribió algo en una hoja de papel con su pluma.
–Me pondré en contacto con Dante y veré si su información es viable todavía.
–¿Cómo van nuestros recursos? – preguntó Raven.
Monty se encogió de hombros.
–Bellamy encontró dos instructores que habían sido soldados. Las armas, sin embargo… Bueno, Renoux y yo estamos entablando contactos y llegando a acuerdos, pero no podemos movernos muy rápidamente. Por fortuna, cuando lleguen las armas lo harán todas de golpe.
Raven asintió.
–¿Eso es todo?
Harper se aclaró la garganta.
–Yo… he oído un montón de rumores en las calles, Raven. La gente está hablando de ese Undécimo metal tuyo.
–Bien.
–¿No te preocupa que el Lord Legislador se entere? Si está sobre aviso, será mucho más difícil… combatirlo.
No ha dicho «matarlo», pensó Lexa. No creen que Raven pueda lograrlo.
Raven se limitó a sonreír.
–No te preocupes por el Lord Legislador… tengo las cosas bajo control. De hecho, pretendo hacerle una visita personal en los próximos días.
–¿Una visita? – preguntó Jasper, incómodo–. ¿Vas a visitar al Lord Legislador? ¿Estás lo…? – Jasper guardó silencio y miró al resto de los presentes–. Cierto. Lo olvidaba.
–Ya se está enterando –comentó Monty.
Sonaron pasos en el pasillo y uno de los guardias de Bellamy entró un momento más tarde. Se acercó al asiento de Bellamy y susurró un breve mensaje.
Bellamy frunció el ceño.
–¿Qué? – preguntó Raven.
–Un incidente.
–¿Incidente? – preguntó Monty–. ¿Qué clase de incidente?
–¿Sabéis la guarida donde nos reunimos hace unas cuantas semanas? ¿Donde Rav presentó por primera vez su plan?
El cubil de Titus, pensó Lexa, aprensiva.
–Bueno –dijo Bellamy–, al parecer, el Ministerio la ha encontrado.
