Sé que no debería dejar que un simple porteador me perturbe.
Sin embargo, es de Terris, donde se originaron las profecías. Si alguien pudiera identificar un fraude, ¿no sería él?
Sin embargo, continúo mi viaje, acudiendo a los lugares donde los augurios escritos proclaman que me encontraré con mi destino… a pie, sintiendo los ojos de Sheidheda en mi espalda.
Celosos. Burlones. Llenos de odio.
Capítulo 13
Lexa estaba sentada con las piernas cruzadas en uno de los cómodos sillones de Lord Renoux, contenta de haberse librado del vaporoso vestido y haberse puesto de nuevo una camisa y pantalones.
Sin embargo, la tranquila incomodidad de Gaia le daba ganas de moverse. Ella estaba de pie al otro lado de la habitación y Lexa tenía la clara impresión de que se había metido en un lío. Gaia la había interrogado a fondo, investigando cada detalle de su conversación con Lady Clarke. Las preguntas de Gaia habían sido respetuosas, naturalmente, pero también molestas.
En opinión de Lexa, la terrisana parecía indebidamente preocupada por su conversación con la joven noble. En realidad no habían hablado de nada importante, y la propia Clarke era decididamente poco espectacular para tratarse de una dame de una Gran Casa.
Pero sí que había algo extraño en ella…, algo que Lexa no le había confesado a Gaia. Ella… se había sentido cómoda con Clarke. Al recordar la experiencia, se daba cuenta de que durante aquellos pocos instantes no había sido en realidad Lady Valette. Ni había sido Lexa, pues esa parte suya, la tímida ladrona, era casi tan falsa como Valette.
No, simplemente había sido… quienquiera que fuese. Había sido una experiencia extraña. De vez en cuando sentía lo mismo cuando estaba con Raven y los demás, pero no tanto. ¿Cómo había podido Clarke evocar su auténtico yo de manera tan rápida y concienzuda?
¡Tal vez usó alomancia conmigo!, pensó alarmada. Clarke era una alta noble; tal vez fuese también una aplacadora. Tal vez había habido más en la conversación de lo que ella creía.
Lexa se acomodó en su asiento, el ceño fruncido. Tenía el cobre encendido y eso significaba que ella no había podido usar contra ella alomancia emocional. De algún modo, simplemente, la había hecho bajar la guardia. Lexa recordó la experiencia, pensando en lo extrañamente cómoda que se había sentido. Estaba claro que no había tenido suficiente cuidado.
Seré más cauta la próxima vez. Suponía que volverían a verse. Era de esperar.
Un criado entró y le susurró algo a Gaia. Un rápido prendimiento de estaño le permitió a Lexa oír la conversación: Raven había regresado por fin.
–Por favor, manda llamar a Lord Renoux –dijo Gaia. El criado vestido de blanco asintió, y se marchó con paso vivo–. Los demás podéis marcharos –añadió tranquilamente, y los otros sirvientes se retiraron. La silenciosa vigilia de Gaia los había obligado a quedarse, esperando en la tensa habitación, sin hablar ni moverse.
Raven y Lord Renoux llegaron juntos, charlando tranquilamente. Como siempre, Renoux llevaba un rico traje cortado al poco común estilo occidental. El anciano, con el bigote gris recortado y acicalado, caminaba con aplomo. Incluso después de pasar una noche entera entre los nobles, Lexa se sorprendió de nuevo por su porte aristocrático.
Raven todavía llevaba su capa de bruma.
–¿Gaia? – dijo al entrar–. ¿Alguna noticia?
–Eso me temo, maese Raven. Parece que la señora Lexa llamó la atención de Lady Clarke Griffin en el baile esta noche.
–¿Clarke? – preguntó Raven, cruzándose de brazos–. ¿No es la heredera?
–Así es –dijo Renoux–. La conocí hace unos cuatro años, cuando su padre visitó el oeste. Me pareció un poco indigna para tratarse de alguien de su rango.
¿Cuatro años?, pensó Lexa. Es imposible que lleve tanto tiempo haciéndose pasar por Lord Renoux. ¡Raven escapó de los Pozos hace tan sólo dos años! Miró alimpostor, pero, como siempre, fue incapaz de detectar ningún fallo en su porte.
–¿Se mostró muy atenta la muchacha? – preguntó Raven.
–La invitó a bailar –respondió Gaia–. Pero Lexa tuvo el buen sentido de rechazarla. Al parecer, su encuentro fue casual… pero me temo que le llamara la atención.
Raven se echó a reír.
–La enseñaste demasiado bien, Gaia. En el futuro, Lexa, tal vez deberías intentar ser un poco menos encantadora.
–¿Por qué? – preguntó Lexa, tratando de ocultar su malestar–. Creía que queríamos agradar.
–No a alguien tan importante como Clarke Griffin, niña –dijo Lord Renoux–. Te enviamos a la corte para que pudieras establecer alianzas… no armar escándalos.
Raven asintió.
–Griffin es joven, elegible y heredera de una casa poderosa. Que tengas una relación con ella podría crearnos serios problemas. Las mujeres de la corte sentirían celos de ti y los hombres, los mayores desaprobarían la diferencia de rango. Te apartarías de grandes sectores de la corte. Para conseguir la información que necesitamos, la aristocracia tiene que considerarte insegura, poco importante y, sobre todo, nada amenazadora.
–Además, niña –dijo Lord Renoux–. Es improbable que Clarke Griffin tenga ningún verdadero interés por ti. Se sabe que es una excéntrica: probablemente sólo intenta aumentar su reputación en la corte haciendo lo inesperado.
Lexa sintió que su cara enrojecía. Puede que tenga razón, se dijo severamente. Con todo, no pudo dejar de sentirse molesta con los tres; sobre todo con Raven por su actitud desinteresada y desenfadada.
–Sí –dijo Raven–, probablemente lo mejor sea que evites a Griffin por completo. Intenta ofenderla o algo. Dirígele un par de esas miradas tuyas.
Lexa miró a Raven.
–¡Ésa, esa misma mirada! – dijo Raven con una carcajada.
Lexa apretó los dientes, luego se obligó a relajarse.
–He visto a mi padre en el baile esta noche –dijo, esperando distraer a Raven y los otros de Lady Griffin.
–¿De veras? – preguntó Raven con interés.
Lexa asintió.
–Lo reconozco porque mi hermano me lo señaló una vez.
–¿Qué es? – preguntó Renoux.
–El padre de Lexa es obligador –contestó Raven–. Y, al parecer, importante, si tiene suficiente poder para asistir a un baile como éste. ¿Sabes cómo se llama?
Lexa negó con la cabeza.
–¿Descripción?
–Hummm… Calvo, tatuajes en los ojos…
Raven se echó a reír.
–Señálamelo alguna vez, ¿de acuerdo?
Lexa asintió y Raven se volvió hacia Gaia.
–¿Me traes los nombres de los nobles que la invitaron a bailar?
Gaia asintió.
–Ella me ha dado la lista, maese Raven. También tengo información interesante que he descubierto en la comida con los mayordomos.
–Bien –dijo Raven, mirando el reloj del rincón–. Pero tendrás que esperar a mañana por la mañana. He de irme.
–¿Irte? – preguntó Lexa, irguiéndose–. ¡Pero si acabas de llegar!
–Eso es lo curioso que tiene llegar a alguna parte, Lexa –contestó ella con un guiño–.
Una vez que llegas, lo único que te queda por hacer es volver a marcharte. Duerme un poco, se te ve cansada.
Raven se despidió del grupo y salió de la habitación silbando suavemente para sí.
Demasiado despreocupada, pensó Lexa. Y demasiados secretos. Normalmente nos dice a qué familia planea atacar.
–Creo que me iré a dormir –dijo, bostezando.
Gaia la miró con recelo, pero la dejó marchar mientras Renoux empezaba a hablarle. Lexa subió hasta su habitación, se puso la capa de bruma y abrió las puertas del balcón.
La bruma entró en la habitación. Ella avivó hierro y fue recompensada con la visión de una débil línea de metal azul que apuntaba a lo lejos.
Veamos adónde vas, maese Raven.
Lexa quemó acero, empujándose a la fría y húmeda noche de otoño. El estaño agudizaba sus ojos y hacía que el aire húmedo le cosquilleara en la garganta cuando respiraba. Empujó con más fuerza tras ella y luego tiró ligeramente de las puertas de abajo. La maniobra la hizo girar en arco por encima de la verja de acero, que luego empujó para lanzarse aún más al aire.
Siguió la pista azul que apuntaba hacia Raven, a distancia, para no ser vista. No llevaba ningún metal consigo, ni siquiera monedas, y mantuvo su cobre encendido para ocultar su uso de la alomancia. Teóricamente, sólo el sonido podía alertar a Raven de su presencia, por eso se movió lo más silenciosamente posible.
Sorprendentemente, Raven no iba a la ciudad. Después de franquear las puertas de la mansión, giró hacia el norte. Lexa la siguió, y aterrizó y corrió en silencio por el áspero suelo.
¿Adónde va?, pensó confundida. ¿Va a rodear Fellise? ¿Se dirige a una de las mansiones de las afueras?
Raven continuó hacia el norte un rato, luego sus líneas de metal de repente empezaron a hacerse más tenues. Lexa se detuvo junto a un grupo de árboles retorcidos. Las líneas se difuminaban a ritmo veloz: Raven había acelerado de pronto. Maldijo para sí y echó a correr.
La línea de Raven, por delante, se desvanecía en la noche. Lexa suspiró, frenando el paso. Avivó su hierro, pero apenas era suficiente para ver un atisbo de Raven desapareciendo de nuevo en la distancia. Nunca lo alcanzaría.
El hierro avivado, sin embargo, le mostró algo más. Frunció el ceño y continuó adelante hasta que llegó a una fuente fija de metal: dos pequeñas barras de bronce asomaban del suelo, separadas entre sí un par de palmos. Tomó una y contempló las brumas.
Está saltando, pensó. Pero ¿por qué? Saltar era más rápido que correr, pero no parecía tener mucho sentido hacerlo en medio de la nada.
A menos…
Avanzó unos pasos y encontró otras dos barras de bronce clavadas en el suelo.
Lexa miró hacia atrás. Era difícil decirlo en plena noche, pero parecía que las cuatro barras formaban una línea que señalaba directamente a Luthadel.
De modo que así es como lo hace, pensó. Raven tenía una habilidad asombrosa para moverse de Luthadel a Fellise a gran velocidad. Ella había supuesto que lo hacía a caballo, pero parecía que había un medio mejor. Ella (o quizás alguien antes que ella) había trazado un camino alomántico entre las dos ciudades.
Tomó la primera barra (la necesitaría para suavizar su aterrizaje si se equivocaba) y se plantó delante del segundo par de barras y se lanzó al aire.
Empujó con fuerza, avivando su acero, impulsándose lo más alto que pudo.
Mientras volaba, avivó el hierro para buscar otras fuentes de metal. Pronto aparecieron: dos directamente al norte y dos más en la distancia a cada lado.
Las de los lados son para corregir el rumbo, advirtió. Tendría que seguir moviéndose directamente hacia el norte si quería permanecer en el camino de bronce.
Se escoró levemente a la izquierda, moviéndose de manera que pasó directamente entre dos barras adyacentes del camino principal, y luego se lanzó de nuevo adelante trazando un arco de un salto.
Pronto le pilló el truco, saltando de punto en punto, sin acercarse nunca al suelo.
En sólo unos minutos llevaba tan buen ritmo que apenas tuvo que hacer ninguna corrección con los lados.
Su progreso por el yermo paisaje fue increíblemente veloz. Las brumas pasaban volando y su capa se agitaba y sacudía tras ella. Con todo, se obligó a acelerar. Había pasado demasiado tiempo estudiando las barras de bronce. Tenía que alcanzar a Raven; de otro modo llegaría a Luthadel pero no sabría adónde ir a partir de allí.
Empezó a lanzarse de un punto a otro a una velocidad casi temeraria, buscando a la desesperada algún signo de movimiento alomántico. Después de unos diez minutos de saltos, una línea azul apareció por fin ante ella, apuntando hacia arriba en vez de hacia las barras del suelo. Suspiró aliviada.
Entonces apareció una segunda línea, y una tercera.
Lexa frunció el ceño y se dejó caer al suelo con un golpe sordo. Avivó estaño y una forma enorme apareció en la noche ante ella, su parte superior chispeando con bolas de luz.
La muralla de la ciudad, pensó divertida. ¿Tan pronto? ¡He hecho el viaje el doble de rápido que un hombre a caballo!
Sin embargo, eso significaba que había perdido a Raven. Fastidiada, usó la barra que llevaba para impulsarse por encima de la muralla. Cuando aterrizó en la húmeda piedra, tiró de la barra para recogerla. Entonces se acercó al otro lado de la muralla, saltó y aterrizó en la barandilla de piedra mientras escrutaba la ciudad.
¿Y ahora qué?, pensó molesta. ¿De vuelta a Fellise? ¿Me paso por el taller de Gustus y veo si ha ido allí?
Permaneció sentada, insegura, un instante. Luego se lanzó desde la muralla y empezó a abrirse camino por los tejados. Deambuló al azar, empujando picaportes de ventanas y trozos de metal, usando la barra de bronce y luego recuperándola cuando eran necesarios saltos largos. No fue hasta que llegó que se dio cuenta de que inconscientemente se había dirigido a un destino específico.
La fortaleza Griffin se alzaba ante ella en la noche. Las candilejas estaban apagadas y sólo unas cuantas antorchas fantasmales ardían cerca de los puestos de guardia.
Lexa aterrizó en el reborde de un tejado, tratando de decidir qué la había traído de vuelta a la imponente fortaleza. El frío viento le agitaba la capa y el pelo, y le pareció que podía sentir gotas de lluvia en la mejilla. Permaneció allí un buen rato, sintiendo los pies cada vez más fríos.
Entonces advirtió movimiento a su derecha. Se agazapó de inmediato, avivando su estaño.
Raven estaba en un tejado a menos de tres casas de distancia, iluminado apenas por la luz ambiental. No parecía haber reparado en ella. Estaba contemplando la fortaleza, el rostro demasiado lejano para poder leer su expresión.
Lexa la miró con recelo. Había despreciado su encuentro con Clarke, pero tal vez le preocupaba más de lo que admitía. Una súbita punzada de miedo la hizo tensarse.
¿Podría haber ido a matar a Clarke? El asesinato de una alta noble heredera desde luego crearía tensiones entre la nobleza.
Lexa esperó, llena de aprensión. Sin embargo, al cabo de un rato, Raven se incorporó y se marchó, impulsándose al aire.
Lexa dejó caer la barra de bronce, pues la delataría, y corrió tras ella. Su hierro mostraba líneas azules moviéndose en la distancia y saltó a toda prisa por la calle y se empujó contra la reja de una alcantarilla, decidida a no volver a perderla.
Raven se dirigía hacia el centro de la ciudad. Lexa frunció el ceño, tratando de adivinar su destino. La fortaleza Erikeller estaba en esa dirección y era una suministradora importante de armamento. Quizá Raven planeaba hacer algo para interrumpir su suministro, haciendo que la Casa Renoux fuera más vital para la nobleza local.
Lexa aterrizó en un tejado y se detuvo, viendo a Raven perderse en la noche.
Vuelve a moverse con rapidez. Yo…
Una mano se posó en su hombro.
Lexa soltó un grito, saltó atrás y avivó peltre.
Raven la miró con una mueca.
–Se supone que debes estar en la cama, jovencita.
Lexa miró a un lado, hacia la línea de metal.
–Pero…
–Mi bolsa con las monedas –dijo Raven, sonriendo–. Un buen ladrón puede robar trucos astutos tan fácilmente como roba otros tesoros. He empezado a ser más cuidadoso desde que me seguiste la semana pasada… Al principio, creía que eras un nacido de la bruma Griffin.
–¿Tienen alguno?
–Estoy seguro de que sí. La mayoría de las Grandes Casas los tienen…, pero tu amiga Clarke no es uno de ellos. No es ni siquiera una brumosa.
–¿Cómo lo sabes? Podría estar ocultándolo.
Raven negó con la cabeza.
–Casi murió en un ataque hace un par de años. Si hubo un momento para demostrar sus poderes, fue entonces.
Lexa asintió, todavía con la cabeza gacha, sin mirar a Raven a los ojos.
Ella suspiró, se sentó en el tejado con una pierna colgando.
–Siéntate.
Lexa se sentó a su lado. En el cielo, las frías brumas continuaban girando y había empezado a lloviznar levemente, aunque no era muy distinto de la humedad normal de la noche.
–No puedes seguirme así, Lexa. ¿Recuerdas nuestra conversación sobre la confianza?
–Si confiaras en mí, me dirías adónde vas.
–No necesariamente –dijo Raven–. Tal vez no quiero que tú y los demás os preocupéis por mí.
–Todo lo que haces es peligroso. ¿Por qué ibas a preocuparnos más si nos cuentas los detalles?
–Algunas tareas son más peligrosas que otras.
Lexa se calló, miró a un lado, hacia donde iba Raven. El centro de la ciudad.
Hacia Kredik Shaw, la Colina de las Mil Torres. El palacio del Lord Legislador.
–¡Vas a ir a enfrentarte al Lord Legislador! – dijo Lexa en voz baja–. La semana pasada dijiste que ibas a hacerle una visita.
–«Visita» es, tal vez, una palabra demasiado fuerte. Voy a ir al palacio, pero espero sinceramente no toparme con el Lord Legislador en persona. No estoy preparada para él todavía. Y, de todas formas, tú vas a irte derechita al taller de Gustus.
Lexa asintió.
Raven frunció el ceño.
–Vas a intentar seguirme de nuevo, ¿verdad?
Lexa hizo una pausa y luego volvió a asentir.
–¿Por qué?
–Porque quiero ayudar. Hasta ahora, mi parte en todo esto ha sido asistir a una fiesta. Pero soy una nacida de la bruma: tú misma me entrenaste. No voy a quedarme sentada y dejar que todo el mundo haga el trabajo peligroso mientras yo ocupo un asiento, ceno y veo bailar a la gente.
–Lo que haces en esos bailes es importante.
Lexa asintió, bajando los ojos. La dejaría marchar, para seguirlo luego. Era lo que había dicho antes: estaba empezando a sentir camaradería hacia su grupo, y no se parecía a nada que hubiera conocido. Quería participar en lo que estaban haciendo.
Quería ayudar.
Sin embargo, por otra parte Lexa se decía que Raven no lo estaba contando todo.
Puede que confiara en ella, puede que no. Sin duda tenía secretos. El Undécimo metal, y por tanto el Lord Legislador, estaban implicados en esos secretos.
Raven la miró a los ojos y debió de ver en ellos la intención de seguirla. Suspiró.
–¡Hablo en serio, Lexa! No puedes venir conmigo.
–¿Por qué no? – preguntó ella, abandonando los fingimientos–. Si lo que haces es tan peligroso, ¿no sería más seguro que otro nacido de la bruma te cubriera las espaldas?
–Sigues sin conocer todos los metales.
–Sólo porque tú no me has enseñado.
–Necesitas más práctica.
–La mejor práctica es hacer las cosas –dijo Lexa–. Mi hermano me enseñó a robar llevándome a los robos.
Raven negó con la cabeza.
–Es demasiado peligroso.
–Raven –dijo ella muy seria–. Estamos planeando derrocar al Imperio Final. No espero vivir hasta finales de año de todas formas.
»Sigues diciéndoles a los otros la ventaja que es tener a dos nacidos de la bruma en el equipo. Bueno, no va a ser mucha ventaja a menos que me dejes ser una nacida de la bruma. ¿Cuánto tiempo vas a esperar? ¿Hasta que esté «preparada»? No creo que eso vaya a suceder nunca.
Raven la miró durante un instante, luego sonrió.
–La primera vez que nos vimos, apenas pude conseguir que dijeras unas palabras. Ahora me estás dando sermones.
Lexa se ruborizó. Finalmente, Raven suspiró y rebuscó bajo su capa para sacar algo.
–No puedo creer que esté considerando esto –murmuró, tendiéndole el pedazo de metal.
Lexa estudió la diminuta bola plateada. Era tan brillante y lisa que parecía una gota de líquido, aunque resultaba sólida al tacto.
–Atium –dijo Raven–. El décimo y más poderoso de los metales alománticos conocidos. Esa perla vale más que la bolsa entera de cuartos que te di.
–¿Este pedacito? – preguntó ella, sorprendida. Raven asintió.
–El atium sólo procede de un sitio: los Pozos de Hathsin, donde el Lord Legislador controla la producción y distribución. Las Grandes Casas consiguen comprar una cantidad mensual de atium, y ésa es una de las principales formas que tiene el Lord Legislador de controlarlos. Venga, trágatelo.
Lexa miró la bolita de metal, insegura de querer malgastar algo tan valioso.
–No se puede vender –dijo Raven–. Las bandas de ladrones lo intentan, pero sus miembros son localizados y ejecutados. El Lord Legislador protege a toda costa su suministro de atium.
Lexa asintió y luego tragó el metal. Inmediatamente sintió un nuevo brote de poder en su interior esperando ser quemado.
–Muy bien –dijo Raven, poniéndose en pie–. Quémalo en cuanto yo eche a andar.
Lexa asintió. Cuando ella empezó a caminar, rebuscó en su nueva fuente de poder y quemó atium.
Raven pareció difuminarse brevemente ante sus ojos; luego una imagen transparente, casi espectral, surgió en las brumas ante ella. La imagen se parecía a Raven y caminaba unos cuantos pasos por delante. Una segunda imagen, aún más leve, se extendía desde el duplicado hasta el propio Raven.
Era como… una sombra inversa. El duplicado hacía todo lo que hacía Raven… excepto que la imagen se movía antes. Se volvió y Raven siguió el mismo curso.
La boca de la imagen empezó a moverse. Un segundo después, Raven habló.
–El atium te permite ver un poquito del futuro. O, al menos, te permite ver lo que la gente va a hacer dentro de un momento. Además, amplía tu mente, permitiéndote captar la nueva información y reaccionar más rápida y acertadamente.
La sombra se detuvo, luego Raven se acercó a ella y se detuvo también. De repente, la sombra la abofeteó y Lexa reaccionó instintivamente alzando la mano justo cuando la mano real de Raven empezaba a moverse. Capturó su brazo a mitad del gesto.
–Cuando quemas atium, nada puede sorprenderte –dijo ella–. Puedes blandir una daga, sabiendo con toda confianza que tus enemigos irán directos a ella. Puedes esquivar ataques con facilidad porque podrás ver dónde caerá cada golpe. El atium te vuelve casi invencible. Amplía tu mente, volviéndote capaz de hacer uso de toda la nueva información.
De repente, docenas de imágenes salieron disparadas del cuerpo de Raven. Cada una de ellas saltó en una dirección distinta, algunas al tejado, otras al aire. Lexa le soltó el brazo, se incorporó y retrocedió confundida.
–Acabo de quemar atium también –dijo Raven–. Puedo ver lo que vas a hacer, y eso cambia lo que voy a hacer yo… lo que a su vez cambia lo que vas a hacer tú. Las imágenes reflejan cada una de las posibles acciones que podemos emprender.
–Es confuso –dijo Lexa, contemplando el loco amasijo de imágenes, las antiguas desapareciendo de manera constante, las nuevas apareciendo de continuo.
Raven asintió.
–La única manera de derrotar a alguien que está quemando atium es quemarlo tú también. De esa forma, ninguno tiene ventaja.
Las imágenes se desvanecieron.
–¿Qué has hecho? – preguntó Lexa con un sobresalto.
–Nada –contestó Raven–. Tu atium probablemente se ha consumido.
Lexa advirtió con sorpresa que tenía razón: el atium se había acabado.
–¡Qué rápido se quema!
Raven asintió y volvió a sentarse.
–Es probablemente la fortuna más rápida que has quemado jamás, ¿eh?
Lexa asintió, aturdida.
–Parece un despilfarro.
Raven se encogió de hombros.
–El atium sólo es valioso para la alomancia. Así que, si no lo quemáramos, no valdría la fortuna que vale. Naturalmente, si lo quemamos, hacemos que sea aún más raro. Es una relación interesante… pregúntale a Bellamy. Le encanta hablar sobre la economía del atium.
»De todas formas, cualquier nacido de la bruma al que te enfrentes probablemente tendrá atium. Sin embargo, se sentirá reacio a usarlo. Además, no lo habrá tragado todavía: el atium es frágil y los jugos gástricos lo estropean en cuestión de horas. Así que hay que caminar por la frontera entre la conservación y la efectividad. Si te parece que tu oponente está usando atium, entonces será mejor que también uses el tuyo. Sin embargo, asegúrate de que no te engañe para que agotes tu reserva antes de que lo haga él.
Lexa asintió.
–¿Significa esto que vas a llevarme contigo esta noche?
–Probablemente lo lamentaré –dijo Raven, suspirando–. Mas no veo el modo de que te quedes atrás… Amarrándote, tal vez. Pero, te lo advierto, Lexa. Esto podría ser peligroso. Muy peligroso. No pretendo encontrarme con el Lord Legislador, pero sí colarme en su fortaleza. Creo que sé dónde podríamos encontrar una pista para derrotarlo.
Lexa sonrió y dio un paso al frente. Raven echó mano a su faltriquera y sacó un frasquito, que le entregó. Era como un frasco alomántico normal, pero en su interior había una sola gota de metal. La perla de atium era varias veces más grande que la que le había dado para practicar.
–No la uses a menos que sea necesario –advirtió Raven–. ¿Necesitas algún otro metal?
Lexa asintió.
–He agotado casi todo mi acero para llegar hasta aquí.
Raven le tendió otro frasquito.
–Primero, recuperemos mi monedero.
