No sé por qué me traicionó Gabriel. Incluso así, este hecho acosa mis pensamientos. Fue él quien me descubrió; él fue el filósofo de Terris que me llamó primero Héroe de las Eras. Parece irónicamente surrealista que ahora, después de su larga pugna por convencer a sus colegas, sea el único hombre santo de importancia que predica contra mi reino.
Capítulo 15
–¿Dejaste que te acompañara? – preguntó Monty, irrumpiendo en la sala–. ¿Te llevaste a Lexa a Kredik Shaw? ¿Estás loca de remate?
–Sí –replicó Raven–. Has tenido razón todo el tiempo. Estoy loca. Soy una lunática. ¡Tal vez debería haber muerto en los Pozos y no haber vuelto jamás para molestaros a ninguno!
Monty se detuvo, sorprendido por la fuerza de las palabras de Raven, quien dio un puñetazo en la mesa lleno de frustración, quebrando la madera por la fuerza del golpe. Seguía quemando peltre, el metal que le ayudaba a resistir sus diversas heridas. Su capa de bruma yacía hecha jirones y tenía en el cuerpo media docena de cortes de poca gravedad. Todo el costado derecho le ardía de dolor. Tendría una magulladura enorme allí, y tendría suerte si no se había roto ninguna costilla. Raven avivó el peltre. El fuego en su interior le sentó bien: le proporcionaba un foco para la ira y el asco que sentía por sí misma. Uno de los aprendices trabajaba con rapidez, tratando de vendarle la herida más grande. Gustus estaba sentado junto a Bellamy en un rincón de la cocina; Harper estaba fuera, en uno de los suburbios.
–Por el Lord Legislador, Raven –dijo Monty en voz baja.
Incluso Monty, pensó Raven. Incluso mis más viejos amigos juran en nombre del Lord Legislador. ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo podemos enfrentarnos a esto?
–Había inquisidores esperándonos, Monty.
Monty palideció.
–¿Y la dejaste allí?
–Ella escapó antes de que yo lo hiciera. Traté de distraer a los inquisidores todo lo que pude, pero…
–¿Pero?
–Uno de ellos la siguió. No pude impedirlo… Tal vez los otros dos inquisidores simplemente intentaban mantenerme ocupada para que su compañero pudiera encontrarla.
–Tres inquisidores –dijo Monty, aceptando una copa de brandy que le ofrecía uno de los aprendices. La apuró.
–Debimos de hacer mucho ruido al entrar –dijo Raven–. Eso, o ya estaban allí por algún motivo. ¡Y seguimos sin saber qué hay en esa sala!
Todos guardaron silencio en la cocina. La lluvia en el exterior volvió a arreciar, asaltando el edificio con furia vengativa.
–Bueno… –dijo Bellamy–. ¿Qué ha sido de Lexa?
Raven miró a Monty, y vio pesimismo en sus ojos. Raven había escapado a duras penas y tenía años de entrenamiento. Si Lexa estaba todavía en Kredik Shaw…
Raven sintió un agudo dolor en el pecho. La dejaste morir también. Primero Octavia, luego Lexa. ¿A cuántos más llevarás a la muerte antes de que esto acabe?
–Puede que esté oculta en algún lugar de la ciudad –dijo Raven–. Temerosa de venir al taller porque los inquisidores la están buscando. O… tal vez por algún motivo haya vuelto a Fellise.
Tal vez esté en alguna parte ahí fuera, muriendo sola bajo la lluvia.
–Bellamy –dijo Raven–, tú y yo vamos a volver al palacio. Monty, con Roan, visitad a otras bandas de ladrones. Tal vez uno de sus vigías haya visto algo. Gustus, envía a un aprendiz a la Mansión Renoux para ver si ha vuelto allí.
El solemne grupo empezó a moverse, pero Raven no necesitó decir lo obvio. Bellamy y ella no podrían acercarse a Kredik Shaw sin toparse con patrullas de guardia. Aunque Lexa estuviera ocultándose en algún lugar de la ciudad, los inquisidores probablemente la encontrarían primero.
Raven se detuvo y su súbito movimiento hizo que los otros lo imitaran. Había oído algo. Sonaron pasos apresurados mientras Roan bajaba corriendo las escaleras y entraba en la habitación, completamente empapado por la lluvia.
–¡Viene alguien!
–¿Lexa? – preguntó Bellamy, esperanzado.
Roan negó con la cabeza.
–Hombre grande. Fuerte.
Ya está, entonces. He causado la muerte de la banda… He traído a los inquisidores hasta aquí.
Bellamy se puso en pie y empuñó una vara de madera. Monty sacó un par de dagas y los seis aprendices de Gustus se dirigieron al fondo de la habitación con el espanto en los ojos.
Raven avivó sus metales.
La puerta trasera de la cocina se abrió. Una forma alta y oscura, con una túnica mojada, se alzaba bajo la lluvia. Y llevaba en sus brazos una figura envuelta en tela.
–¡Gaia!
–Está malherida –dijo Gaia, entrando rápidamente en la habitación, su bella ropa chorreando–. Maese Bellamy, necesito peltre. Su suministro está agotado, creo.
Bellamy se abalanzó mientras Gaia depositaba a Lexa sobre la mesa de la cocina. Tenía la piel pegajosa y pálida y estaba completamente empapada.
Es tan pequeña, pensó Raven. Apenas poco más que una niña. ¿Cómo se me ha ocurrido llevarla conmigo?
Tenía una enorme herida ensangrentada en el costado. Gaia apartó algo (un gran libro que llevaba) y aceptó de Bellamy un frasco. Lo abrió y vertió el líquido en la garganta de la muchacha inconsciente. La habitación permaneció en silencio mientras el sonido de la lluvia seguía llegando por la puerta todavía abierta. El rostro de Lexa cobró un poco de color y su respiración pareció estabilizarse. Para los sentidos alománticos potenciados por el bronce de Raven, empezó a emitir un suave pulso no muy distinto a un segundo latido.
–Ah, bien –dijo Gaia, deshaciendo el vendaje improvisado de Lexa–. Temí que su cuerpo estuviera demasiado poco familiarizado con la alomancia para quemar metales inconscientemente. Hay esperanza, creo. Maese Cladent, necesito una olla de agua hirviendo, vendas y la bolsa médica de mis habitaciones. ¡Rápido!
Gustus asintió e indicó a sus aprendices que trajeran lo que se había pedido. Raven dio un respingo mientras observaba el trabajo de Gaia. La herida era grave, peor que ninguna a las que ella misma había sobrevivido. El corte le llegaba hasta el intestino: el tipo de herida que mataba lenta pero inevitablemente. Lexa, sin embargo, no era una persona corriente: el peltre mantenía vivo a un alomántico mucho después de que su cuerpo hubiera cedido. Además, Gaia no era una curandera cualquiera. Los ritos religiosos no eran lo único que los guardadores almacenaban en su sorprendente memoria; sus mentes de metal contenían enormes tesoros de información sobre cultura, filosofía y ciencia.
Gustus echó a sus aprendices de la habitación cuando empezó la operación. El procedimiento requirió una alarmante cantidad de tiempo, con Bellamy aplicando presión a la herida mientras Gaia cosía lentamente el interior de Lexa. Por fin, cerró la herida exterior, aplicó un vendaje limpio y luego le pidió Bellamy que llevara con cuidado a la muchacha a su cama.
Raven se levantó, viendo cómo Bellamy sacaba de la cocina el cuerpo débil y flácido de Lexa. Luego se volvió hacia Gaia. Monty, la otra única persona presente, estaba sentado en un rincón.
Gaia negó gravemente con la cabeza.
–No sé, maese Raven. Podría sobrevivir. Tendremos que suministrarle peltre… Eso ayudará a su cuerpo a crear nueva sangre. Incluso así, he visto a muchos hombres fuertes morir por heridas más pequeñas que ésta.
Raven asintió.
–Creo que llegué demasiado tarde –dijo Gaia–. Cuando descubrí que se había marchado de la Mansión Renoux, vine a Luthadel lo más rápido que pude. Usé toda una mente de metal para hacer el viaje. Siguió siendo demasiado lento…
–No, amiga mía. Lo has hecho bien esta noche. Mucho mejor que yo.
Gaia suspiró y luego acarició con la mano el gran libro que había apartado antes de iniciar la operación. El tomo estaba manchado de lluvia y sangre. Raven lo miró, frunciendo el ceño.
–¿Qué es eso?
–No lo sé –respondió Gaia–. Lo encontré en el palacio, mientras buscaba a la muchacha. Está escrito en khlenni.
Khlenni, el lenguaje de Khlennium, la antigua tierra del Lord Legislador, antes de la Ascensión. Raven se acercó.
–¿Puedes traducirlo?
–Tal vez –dijo Gaia, y de repente pareció muy cansada–. Pero… no por ahora, creo. Después de esta noche, necesitaré descansar.
Raven asintió y llamó a uno de los aprendices para que preparara una habitación para Gaia. La terrisana hizo un gesto de agradecimiento y empezó a subir cansinamente las escaleras.
–Ha salvado algo más que la vida de Lexa esta noche –dijo Monty, acercándose a Raven–. Lo que has hecho es una estupidez, incluso para ti.
–Tenía que saberlo, Monty. Tenía que volver. ¿Y si el atium está allí?
–Dijiste que no lo está.
–Lo dije y estoy casi segura. Pero ¿y si me equivoco?
–Eso no es excusa –dijo Monty, enfadado–. Ahora Lexa se está muriendo y el Lord Legislador sabe que existimos. ¿No fue suficiente que causaras la muerte de Octavia intentando entrar en esa sala?
Raven hizo una pausa, pero estaba demasiado agotada para sentir ninguna ira. Suspiró y se sentó.
–Hay más, Monty.
Monty frunció el ceño.
–He evitado hablar del Lord Legislador a los demás, pero… estoy preocupada. El plan es bueno, pero tengo esta terrible sensación ominosa de que nunca tendremos éxito mientras él viva. Podremos robar su dinero, podremos quitarle sus ejércitos, podremos expulsarlo de la ciudad… pero sigue preocupándome no poder detenerlo.
Monty frunció el ceño.
–¿Entonces hablas en serio de ese Undécimo metal?
Raven asintió.
–Llevo dos años buscando un modo de matarlo. Los hombres lo han intentado todo. No le afectan las heridas normales y la decapitación sólo le molesta. Un grupo de soldados incendió la posada donde se alojaba durante una de las primeras guerras. El Lord Legislador salió de allí siendo apenas un esqueleto y luego sanó en cuestión de segundos.
»Sólo las historias del Undécimo metal ofrecían alguna esperanza ¡Pero no puedo hacerlo funcionar! Por esto he tenido que volver al palacio. El Lord Legislador lo esconde en algún lugar de esa sala… Lo presiento. No puedo dejar de pensar que si supiéramos qué es, lograríamos detenerlo.
–No tenías que llevarte a Lexa contigo.
–Me siguió –dijo Raven–. Me preocupaba que intentara entrar por su cuenta, así que se lo permití. La chica es testaruda, Monty… Lo oculta bien, pero es enormemente obstinada cuando quiere serlo.
Monty suspiró, y luego asintió lentamente.
–Y seguimos sin saber qué hay en esa sala.
Raven miró el libro que Gaia había dejado sobre la mesa. La lluvia lo había manchado, pero el tomo obviamente había sido diseñado para durar. Estaba bien cerrado para impedir que la lluvia se colara dentro y la tapa era de cuero bien curtido.
–No, no lo sabemos –dijo Raven por fin. Pero tenemos esto, sea lo que sea.
–¿Ha merecido la pena, Rav? – preguntó Monty–. Esa hazaña de locos, ¿ha merecido realmente que estuvieran a punto de mataros, a ti y a la chica?
–No lo sé –contestó Raven con sinceridad. Se volvió hacia Monty y miró a su amigo a los ojos–. Pregúntamelo cuando sepamos si Lexa va a vivir o no.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
