TERCERA PARTE
HIJOS DE UN SOL SANGRANTE
Muchos creen que mi viaje comenzó en Khlennium, esa gran ciudad de maravillas. Olvidan que yo no era rey cuando comenzó mi misión. Nada de eso.
Creo que los hombres harían bien recordando que esta tarea no la iniciaron emperadores, sacerdotes, profetas ni generales. No comenzó en Khlennium ni en Kordel, ni vino de las grandes naciones del este o del feroz imperio del oeste.
Comenzó en un pueblo pequeño y sin importancia cuyo nombre no significará nada para vosotros. Comenzó con una joven, hija de un herrero, que no destacaba en nada… excepto, quizás, en su habilidad para meterse en líos.
Comenzó conmigo.
Capítulo 16
Cuando Lexa despertó, el dolor le dijo que Lincoln había vuelto a golpearla. ¿Qué había hecho? ¿Se había mostrado amistosa con uno de los otros miembros de la banda? ¿Había hecho algún comentario tonto, despertando la ira del jefe? Tenía que permanecer callada, siempre callada, apartada de los demás, sin llamar nunca la atención. De lo contrario, él le pegaba. Tenía que aprender, decía. Tenía que aprender. Pero su dolor parecía demasiado fuerte. Había pasado mucho tiempo desde que podía recordar que algo le doliera tanto. Tosió levemente, abrió los ojos. Yacía en una cama demasiado cómoda y un muchacho larguirucho estaba sentado junto a ella.
Roan, pensó. Así se llama. Estoy en el taller de Gustus.
Roan se puso en pie de un salto.
–¡Estás despierta!
Ella trató de hablar, pero sólo volvió a toser y el muchacho le dio a toda prisa un poco de agua. Lexa bebió agradecida, haciendo una mueca por el dolor que sentía interiormente. De hecho, parecía como si le hubieran golpeado a conciencia todo el cuerpo.
–Roan –balbució por fin.
–En ná deso ahora –dijo él–. Raven me lo ha cambiao. Ahora me llamo Fantasma.
–¿Fantasma? – preguntó Lexa–. Te viene bien. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
–Dos semanas –respondió el muchacho–. Espera aquí.
Se marchó corriendo y ella lo oyó llamar a alguien en la distancia.
¿Dos semanas? Bebió agua tratando de ordenar sus confusos recuerdos. El sol rojizo de la tarde asomaba por la ventana, iluminando la habitación. Puso a un lado el vaso, comprobó su costado y descubrió un gran vendaje blanco.
Ahí es donde me hirió el inquisidor, pensó. Debería estar muerta.
Tenía el costado magullado y lívido por el golpe en el tejado al caer y en su cuerpo una docena más de moratones, arañazos y cortes. En conjunto, tenía un aspecto terrible.
–¡Lexa! – exclamó Monty, entrando en la habitación–. ¡Estás despierta!
–Apenas –dijo Lexa con un gruñido, tumbándose contra la almohada.
Monty se echó a reír y se acercó para sentarse en el taburete de Roan.
–¿Qué recuerdas?
–Casi todo, creo. Nos colamos en el palacio, pero había inquisidores. Nos persiguieron y Raven luchó… –Se detuvo, mirando a Monty–. ¿Raven? ¿Está…?
–Rav está bien. Escapó del incidente en mejor estado que tú. Conoce bastante bien el palacio, por los planos que hicimos hace tres años y…
Lexa frunció el ceño al ver que Monty se callaba.
–¿Qué?
–Dijo que los inquisidores no parecían muy empeñados en matarla. Uno se encargó de ella y enviaron a otros dos a perseguirte.
¿Por qué?, pensó Lexa. ¿Quieren simplemente concentrar primero su energía en el enemigo más débil? ¿O hay otro motivo? Reflexionó, repasando los acontecimientosde aquella noche.
–Gaia –dijo por fin–. Me salvó. El inquisidor estaba a punto de matarme, pero… Monty, ¿qué es Gaia?
–¿Gaia? Probablemente sea ella quien tenga que responder a esa pregunta.
–¿Está aquí?
–Tuvo que regresar a Fellise. Harper y Rav siguen reclutando gente y Bellamy se marchó la semana pasada a inspeccionar nuestro ejército. No volverá al menos hasta dentro de un mes.
Lexa asintió, mareada.
–Bébete el resto del agua –sugirió Monty–. Tiene algo para el dolor.
Lexa apuró el resto del vaso, luego se dio la vuelta y dejó que el sueño volviera a apoderarse de ella.
Raven estaba allí cuando despertó, sentada en el taburete junto a la cama, las manos unidas y los codos en las rodillas, observándola a la débil luz de una linterna. Sonrió cuando ella abrió los ojos.
–Bienvenida.
Ella echó inmediatamente mano al vaso de agua que había en la mesita de noche.
–¿Cómo va el trabajo?
Ella se encogió de hombros.
–El ejército crece y Renoux ha empezado a comprar armas y suministros. Tu sugerencia en lo referente al Ministerio resultó ser buena: encontramos al contacto de Dante y casi hemos negociado un trato que nos permitirá colocar a alguien como acólito.
–¿Allie? – preguntó Lexa–. ¿Lo hará ella?
Raven asintió.
–Siempre ha sentido cierta… fascinación por el Ministerio. Si hay un skaa que pueda imitar a un obligador, es ella.
Lexa asintió y tomó un sorbo de agua. Había algo diferente en Raven. Era sutil, una leve alteración en sus aires y actitud. Las cosas habían cambiado durante su enfermedad.
–Lexa –dijo Raven, vacilante–. Te debo una disculpa. Casi te matan por mi culpa.
Lexa hizo una mueca.
–No es culpa tuya. Te obligué a llevarme.
–No debería haberlo permitido. Mi primera decisión, la de hacerte volver, fue adecuada. Por favor, acepta mis disculpas.
Lexa asintió.
–¿Qué necesitas que haga ahora? El trabajo tiene que continuar, ¿no?
Raven sonrió.
–Por supuesto. En cuanto estés lista, me gustaría que volvieras a Fellise. Hemos difundido la historia de que Lady Valette está enferma, pero empieza a haber rumores. Cuanto antes puedan verte en persona, mejor.
–Puedo ir mañana.
Raven se echó a reír.
–Lo dudo, pero podrás hacerlo pronto. Por ahora, sólo descansa. – Se incorporó, dispuesta a marcharse.
–¿Raven? – preguntó Lexa, deteniéndolo. Ella se volvió a mirarla. Lexa se esforzó para formular lo que quería decir–. El palacio… los inquisidores… No somos invencibles, ¿no?
Se ruborizó. Parecía una estupidez cuando lo decía de esa forma.
Raven, sin embargo, sonrió. Parecía comprender lo que ella quería decir.
–No, Lexa –contestó en voz baja–. Distamos mucho de serlo.
Lexa contemplaba el paisaje que desfilaba ante la ventanilla de su carruaje. El vehículo, enviado desde la Mansión Renoux, supuestamente había llevado a Lady Valette a dar un paseo por Luthadel. En realidad no recogió a Lexa hasta que se detuvo brevemente junto a la calle de Gustus. Ahora, sin embargo, tenía abiertas las ventanillas, mostrándose de nuevo al mundo… suponiendo que a alguien le importara.
El carruaje regresó a Fellise. Raven tenía razón: tuvo que descansar tres días más en el taller de Gustus antes de sentirse lo bastante fuerte para hacer el viaje. En parte había esperado simplemente porque temía tener que debatirse bajo los vestidos de noble con los brazos magullados y el costado herido. Con todo, se sentía bien estando de nuevo en pie. Había algo… extraño en tener que estar recuperándose en cama. Tanto tiempo no se le daba a una ladrona corriente: los ladrones volvían pronto al trabajo o eran abandonados para que murieran. Los que no podían traer dinero para comer tampoco podían ocupar espacio en la guarida.
Pero ésa no es la única forma en que vive la gente, pensó Lexa. Todavía se sentía incómoda con ese conocimiento. A Raven y los demás no les había importado que ella agotara sus recursos, no habían explotado su debilidad, sino que la habían cuidado, velándola por turnos. El más notable de todos había sido Roan. Lexa ni siquiera creía conocerlo muy bien y sin embargo Raven le había contado que el muchacho se había pasado horas cuidándola durante su coma. ¿Qué se podía esperar de un mundo donde el jefe de la banda se preocupaba por los suyos? En los bajos fondos, cada persona era responsable de lo que le pasaba: el segmento más débil de la banda tenía que ser abandonado a su suerte para que los demás pudieran sobrevivir. Si una persona era capturada por el Ministerio, la abandonabas a su destino y esperabas que no te traicionara demasiado. No te preocupabas de si eras culpable de haberla puesto en peligro.
Están locos, respondió la voz de Lincoln. Todo este plan acabará en desastre… y tu muerte será culpa tuya por no dejarlos cuando pudiste.
Lincoln la abandonó cuando pudo. Tal vez sabía que los inquisidores la perseguirían por los poderes que poseía sin saberlo. Siempre comprendió cuándo tenía que marcharse: no era ningún accidente, pensó, que no hubiera acabado masacrado con el resto de la banda de Titus.
Y sin embargo, ignoró las palabras de Lincoln, dejando que el carruaje la condujera hacia Fellise. No es que se sintiera completamente segura en su puesto en la banda de Raven. De hecho, eso mismo la hacía sentirse más aprensiva. ¿Y si dejaban de necesitarla? ¿Y si se volvía inútil para ellos? Tenía que demostrar que podía hacer lo que necesitaban que hiciera. Había bailes a los que asistir, una sociedad en la que infiltrarse. Tenía mucho trabajo que hacer; no podía permitirse pasarse más tiempo durmiendo. Además, necesitaba regresar a sus sesiones de prácticas de alomancia. Sólo habían hecho falta unos cuantos meses para que desarrollara una dependencia de sus poderes y anhelaba la libertad de saltar a través de las brumas, de tirar y empujar para abrirse paso a través de los cielos. Kredik Shaw le había enseñado que no era invencible… Pero la supervivencia de Raven con apenas un arañazo demostraba que era posible ser mucho mejor que ella. Lexa necesitaba practicar, crecer en fuerza hasta que también pudiera escapar de los inquisidores como lo había hecho Raven.
El carruaje tomó una curva y se dirigió hacia Fellise. El familiar paisaje bucólico hizo que Lexa sonriera. Se apoyó contra la ventanilla abierta, sintiendo la brisa. Con suerte, la gente de la calle comentaría que habían visto a Lady Valette recorriendo la ciudad. Llegó a la Mansión Renoux poco después. Un palafrenero abrió la puerta y Lexa se sorprendió al ver que el mismísimo Lord Renoux esperaba ante el carruaje para ayudarla a bajar.
–¿Mi señor? – dijo Lexa, ofreciéndole la mano–. Sin duda tienes cosas más importantes que atender.
–Tonterías –respondió él–. Un lord debe tener tiempo para entretenerse con su sobrina favorita. ¿Qué tal el viaje?
¿Es que nunca se sale del personaje? No preguntó por la gente de Luthadel, ni dio muestra alguna de estar al corriente de sus heridas.
–Muy distraído, tío –dijo ella mientras subían las escalinatas hasta la mansión.
Lexa agradeció que el peltre que ardía levemente en su estómago les diera fuerzas a sus piernas aún débiles. Raven le había advertido que no lo usara demasiado, no fuera a acabar dependiendo de su poder, pero no veía otra alternativa hasta que hubiera sanado.
–Magnífico –dijo Renoux–. Tal vez, cuando te encuentres mejor, deberíamos almorzar juntos en el balcón del jardín. Ha hecho calorcillo últimamente, a pesar de que se acerca el invierno.
–Eso sería muy agradable –contestó Lexa.
Antes, el porte del noble impostor la impresionaba. Sin embargo, cuando ella adoptaba la personalidad de Lady Valette experimentaba la misma calma que antes. Lexa la ladrona no era nada para un hombre como Renoux, pero Valette la noble era otra cuestión.
–Muy bien –dijo Renoux, deteniéndose en la entrada–. Sin embargo, dejémoslo para otro día. Por ahora, seguro que prefieres descansar de tu viaje.
–Lo cierto, mi señor, es que me gustaría visitar a Gaia. Hay unos asuntos que me gustaría discutir con ella.
–Ah –dijo Renoux–. La encontrarás en la biblioteca, trabajando en uno de mis proyectos.
–Gracias.
Renoux asintió y se marchó, dando golpecitos con su bastón de duelo contra el blanco suelo de mármol. Lexa frunció el ceño, tratando de decidir si estaba completamente cuerdo. ¿Podía alguien de verdad adoptar de manera tan absoluta otra personalidad?
Tú lo haces, se recordó. Cuando te conviertes en Lady Valette muestras un aspecto de ti misma completamente diferente.
Se dio la vuelta, avivando peltre para que la ayudara a subir las escaleras del ala norte. Cuando llegó arriba, lo apagó. Como decía Raven, era peligroso mantener los metales avivados demasiado tiempo; un alomántico podía volverse rápidamente dependiente.
Inspiró varias veces. Subir las escaleras había sido difícil, incluso con la ayuda del peltre. Luego recorrió el pasillo hasta la biblioteca. Gaia estaba sentada a un gran escritorio, junto a un pequeño brasero de carbón, escribiendo en un cuaderno. Llevaba su ropa habitual de mayordomo y un par de finas gafas en el puente de la nariz. Lexa se detuvo en la puerta y contempló a la mujer que le había salvado la vida.
¿Por qué lleva gafas? La he visto leer sin ellas. Parecía completamente absorta en su trabajo, estudiando periódicamente un gran tomo que había sobre la mesa y volviéndose luego para tomar notas en su cuaderno.
–Eres alomántico –dijo Lexa en voz baja.
Gaia se detuvo, luego soltó su pluma y se volvió.
–¿Qué te hace decir eso, señora Lexa?
–Llegaste a Luthadel demasiado rápido.
–Lord Renoux mantiene varios rápidos caballos mensajeros en sus establos. Podría haber cogido uno.
–Me encontraste en el palacio.
–Raven me contó sus planes y supuse con acierto que lo habías seguida. Localizarte fue un golpe de suerte, aunque casi tardé demasiado tiempo en conseguirlo.
Lexa frunció el ceño.
–Mataste al inquisidor.
–¿Matarlo? – preguntó Gaia–. No, señora. Hace falta mucho más poder del que yo poseo para matar a una de esas monstruosidades. Simplemente… lo distraje.
Lexa se quedó un momento más en la puerta, tratando de dilucidar por qué Gaia se mostraba tan ambigua.
–Bien, ¿eres alomántico o no?
Ella sonrió y luego sacó un taburete de debajo de la mesa.
–Por favor, siéntate.
Lexa hizo lo que le pedía, cruzó la sala y se sentó en el taburete, de espaldas a una enorme estantería.
–¿Qué pensarías si te dijera que no soy alomántico? – preguntó Gaia.
–Pensaría que estás mintiendo.
–¿Te he mentido alguna vez?
–Los mejores mentirosos son aquellos que dicen la verdad la mayor parte de las veces.
Gaia sonrió, mirándola a través de sus gafas.
–Es verdad. Sin embargo, ¿qué pruebas tienes de que yo sea alomántico?
–Hiciste cosas que no podrían hacerse sin recurrir a la alomancia.
–¿Sí? ¿Nacida de la bruma desde hace dos meses y ya sabes todo lo que puede hacerse?
Lexa guardó silencio. Hasta hacía muy poco, no sabía gran cosa sobre la alomancia. Tal vez había más cosas de las que había supuesto.
Siempre hay otro secreto. Las palabras de Raven.
–Bien –dijo con cierta parsimonia–, ¿qué es exactamente un «guardador»?
Gaia sonrió.
–Ésa es una pregunta bastante más inteligente, señora. Los guardadores son… almacenes. Recordamos las cosas para que puedan ser utilizadas en el futuro.
–Como las religiones.
Gaia asintió.
–Las verdades religiosas son mi especialidad concreta.
–¿Pero también recuerdas otras cosas?
Gaia asintió de nuevo.
–¿Como cuáles?
–Bueno –dijo Gaia, cerrando el tomo que estaba estudiando–. Idiomas, por ejemplo.
Lexa reconoció de inmediato la portada cubierta de glifos.
–¡El libro que encontré en el palacio! ¿Cómo lo has conseguido?
–Me lo encontré cuando te estaba buscando –dijo el terrisano–. Está escrito en un idioma muy antiguo, un idioma que no se habla desde hace casi un milenio.
–¿Pero tú lo hablas?
Gaia asintió.
–Lo suficiente para traducirlo, creo.
–¿Y… cuántos idiomas conoces?
–Ciento setenta y dos –dijo Gaia–. La mayoría, como el khlenni, ya no se habla. El movimiento unificador del Lord Legislador en el siglo quinto se aseguró de eso. El idioma que ahora habla la gente es en realidad un lejano dialecto de Terris, el lenguaje de mi tierra natal.
Ciento setenta y dos, pensó Lexa sorprendida.
–Eso… parece imposible. Ningún hombre puede recordar tantos.
–Un hombre, no –dijo Gaia–. Un guardador, sí. Lo que yo hago es similar a la alomancia, pero no es lo mismo. Tú extraes poder de los metales. Yo… los uso para crear memorias.
–¿Cómo?
Gaia negó con la cabeza.
–Quizás en otro momento, señora. Los de mi clase… preferimos mantener nuestros secretos. El Lord Legislador nos da caza con notable y confusa pasión. Somos mucho menos amenazadores que los nacidos de la bruma… y sin embargo, él ignora a los alománticos y prefiere destruirnos. Odiando al pueblo de Terris por nuestra causa.
–¿Odiar? – preguntó Lexa–. Se os trata mejor que a los skaa. Se os ofrecen puestos respetables.
–Eso es cierto, señora. Pero, en cierto modo, los skaa son más libres. La mayoría de los terrisanos son educados desde que nacen para ser criados. Quedamos muy pocos y los criadores del Lord Legislador controlan nuestra reproducción. Ningún mayordomo terrisano puede tener familia, ni engendrar hijos.
Lexa hizo una mueca.
–Eso parece muy difícil de conseguir.
Gaia hizo una pausa, colocando una mano sobre la portada del libro.
–En absoluto –respondió, el ceño fruncido–. Todos los mayordomos terrisanos son eunucos, niña. Creía que lo sabías.
Lexa se quedó helada. Luego se ruborizó hasta las cejas.
–Yo… yo… lo siento.
–No es necesario que te disculpes, de verdad. Me castraron poco después de nacer, como es común hacer con todos aquellos que serán mayordomos. A menudo, pienso que cambiaría con gusto mi vida por la de un skaa corriente. Los de mi pueblo son menos que esclavos…, son autómatas fabricados, creados por programas reproductores, entrenados desde la cuna para cumplir los deseos del Lord Legislador.
Lexa continuó ruborizándose, maldiciendo su falta de tacto. ¿Por qué no se lo había contado nadie? Gaia, sin embargo, no parecía ofendida: nunca parecía enfadarse por nada.
Probablemente sea una función de su… estado, pensó Lexa. Eso es lo que deben de querer los criadores. Mayordomos dóciles de temperamento manso.
–Pero –dijo, frunciendo el ceño– tú eres un rebelde, Gaia. Estás combatiendo al Lord Legislador.
–Soy algo parecido a una desviación –contestó Gaia–. Y mi pueblo no está tan completamente sometido como el Lord Legislador cree. Ocultamos a los guardadores ante sus mismos ojos y algunos de nosotros incluso tenemos el valor de romper nuestro entrenamiento.
Hizo una pausa, luego sacudió la cabeza.
–Sin embargo, no es fácil. Somos un pueblo débil, señora. Estamos ansiosos por hacer lo que se nos dice, nos sometemos rápidamente. Incluso yo, a quien tú llamas rebelde, busqué inmediatamente un puesto como mayordomo servil. No somos tan valientes como nos gustaría.
–Fuiste lo suficientemente valiente para salvarme –dijo Lexa.
Gaia sonrió.
–Ah, pero también en eso hubo un elemento de obediencia. Le prometí a maese Raven que me encargaría de tu seguridad.
Ah, pensó ella. Se había preguntado si Gaia tenía un motivo para sus acciones. Después de todo, ¿quién arriesgaría su vida simplemente para salvarla? Permaneció sentada un momento, pensativa, y Gaia volvió a su libro. Finalmente, volvió a hablar, atrayendo la atención de la terrisana.
–¿Gaia?
–¿Sí, señora?
–¿Quién traicionó a Raven hace tres años?
Gaia se detuvo, luego soltó su pluma.
–Los hechos no están claros, señora. Casi toda la banda supone que fue Octavia.
–¿Octavia? ¿La esposa de Raven?
Gaia asintió.
–Al parecer, era la única persona que pudo haberlo hecho. Además, el mismo Lord Legislador la implicó.
–¿Pero no la enviaron también a los Pozos?
–Murió allí –dijo Gaia–. Maese Raven no suele hablar de los Pozos, pero siento que las cicatrices que lleva de ese horrible lugar deben de ser mucho más profundas que las que se ven en sus brazos. No creo que llegara a saber nunca si ella fue la traidora o no.
–Mi hermano decía que cualquiera puede traicionarte, si tiene ocasión y un buen motivo.
Gaia frunció el ceño.
–Aunque eso fuera cierto, yo no querría vivir creyéndolo.
Parece mejor que lo que le pasó a Raven: ser entregada al Lord Legislador por alguien a quien creías amar.
–Raven está distinta últimamente –dijo Lexa–. Parece más reservada. ¿Es porque se siente culpable por lo que me ha pasado?
–Sospecho que es en parte por eso –dijo Gaia–. Sin embargo, también se está dando cuenta de que hay una gran diferencia entre liderar una pequeña banda de ladrones y organizar una gran rebelión. No puede correr los riesgos que corría antes. El proceso le está cambiando a mejor, creo.
Lexa no estaba tan segura. No obstante, guardó silencio, advirtiendo con frustración lo cansada que estaba. Incluso estar sentada en un taburete le parecía agotador.
–Ve a dormir, señora –dijo Gaia, tomando su pluma y marcando con un dedo el punto de lectura–. Has sobrevivido a algo que probablemente debería haberte matado. Dale a tu cuerpo las gracias que se merece: déjalo descansar.
Lexa asintió, cansada, luego se puso en pie y lo dejó escribiendo silenciosamente a la luz de la tarde.
