A veces me pregunto qué habría sucedido si me hubiera quedado allí, en aquella perezosa aldea de mi nacimiento. Habría sido herrero, como mi padre. Tal vez habría tenido familia, hijos propios.
Tal vez otra persona habría tenido que llevar esta terrible carga. Alguien que pudiera soportarla mejor que yo. Alguien que mereciera ser un héroe.
Capítulo 17
Antes de llegar a la Mansión Renoux, Lexa nunca había visto un jardín cultivado. Al realizar algunos robos o en misiones de exploración había visto de vez en cuando plantas ornamentales, pero nunca les había prestado demasiada atención: como muchos intereses de los nobles, le parecían frívolas. No había advertido lo hermosas que podían ser las plantas cuando se las atendía con cuidado. El balcón de la Mansión Renoux era una estructura pequeña y ovalada que asomaba a los campos. Los jardines no eran muy grandes: requerían demasiada agua y atenciones para ser otra cosa que una fina franja a lo largo de la parte trasera del edificio. Con todo, eran maravillosos. En vez de los tonos blancos y marrones corrientes, las plantas cultivadas poseían colores más intensos y vibrantes: rojo, naranja y amarillo concentrados en las hojas. Los jardineros las habían plantado para que formaran pautas hermosas e intrincadas. Más cerca del balcón, árboles exóticos con pintorescas hojas amarillas daban sombra y protegían de las lluvias de ceniza. Era un invierno muy benigno y la mayoría de los árboles todavía conservaba el follaje. El aire era fresco y el rumor de las ramas al viento, relajante. Casi tan relajante que hacía que Lexa se olvidara de lo molesta que estaba.
–¿Quieres más té, niña? – preguntó Lord Renoux. No esperó su respuesta; simplemente hizo una seña a un sirviente, quien se apresuró y volvió a llenarle la taza.
Lexa estaba sentada en un mullido cojín, en una silla de mimbre diseñada para ser cómoda. Durante las cuatro últimas semanas había visto satisfechos todos sus deseos y caprichos. Los criados lo limpiaban todo, la atendían, la alimentaban e incluso la ayudaban a bañarse. Renoux se encargaba de que le dieran todo cuanto pedía, y desde luego no esperaban que hiciera nada trabajoso, peligroso ni remotamente inconveniente. En otras palabras, su vida era enloquecedoramente aburrida. Antes su estancia en la Mansión Renoux había consistido en lecciones con Gaia y entrenamiento con Raven. Dormía de día y sólo tenía un contacto mínimo con el personal de la mansión. Sin embargo, la alomancia (o al menos los saltos nocturnos) le estaba prohibida ahora. Su herida no estaba completamente cicatrizada y si se movía mucho se le abriría. Gaia le impartía lecciones de vez en cuando pero invertía casi todo su tiempo en la traducción del libro. Se pasaba largas horas en la biblioteca enfrascado en sus páginas con extraño entusiasmo.
Ha encontrado un nuevo pozo de sabiduría, pensó Lexa. Para un guardador, eso sea probablemente tan embriagador como una especia callejera.
Bebió su té con contenida petulancia, mirando a los criados. Parecían aves carroñeras que esperaban cualquier oportunidad para hacer que se sintiera lo más cómoda (y frustrada) posible. Renoux tampoco era de mucha ayuda. Su idea de «almorzar» con Lexa era sentarse y atender sus propios asuntos (anotar números en libros de cuentas o dictar cartas) mientras comía. Para él parecía importante que ella asistiera, pero rara vez le prestaba atención aparte de preguntarle cómo le había ido el día. Sin embargo, se obligaba a representar el papel de primorosa noble. Lord Renoux había contratado a algunos sirvientes nuevos que no estaban enterados del complot; no personal de la casa, sino jardineros y obreros. A Raven y Renoux les preocupaba que las otras casas recelaran si no podían colocar al menos a unos cuantos sirvientes–espías en las posesiones de Renoux. Raven no lo veía como un peligro para el trabajo, pero eso significaba que Lexa tenía que mantener su falsa personalidad siempre que era posible.
No puedo creer que la gente viva así, pensó mientras algunos criados empezaban a retirar la comida. ¿Cómo pueden las mujeres nobles ocupar sus días con tanto vacío? ¡No me extraña que todo el mundo esté ansioso por acudir a esos bailes!
–¿Es agradable tu estancia, querida? – preguntó Renoux, asomando la cabeza tras otro libro de cuentas.
–Sí, tío –respondió Lexa con los labios apretados–. Bastante.
–Deberías ir de compras pronto –dijo Renoux, mirándola–. ¿Te gustaría visitar la calle Kenton? Para comprar unos pendientes nuevos que sustituyan esa perla corriente que llevas.
Lexa se llevó la mano al lóbulo donde todavía llevaba el pendiente de su madre.
–No –dijo–. Conservaré éste.
Renoux frunció el ceño, pero no dijo nada más, pues un criado se acercó y llamó su atención.
–Mi señor, acaba de llegar un carruaje de Luthadel.
Lexa se irguió. Era la forma que tenía el criado de decir que había llegado un miembro del grupo.
–Ah, muy bien –dijo Renoux–. Trae a los ocupantes hasta aquí, Tawnson.
–Sí, mi señor.
Unos cuantos minutos más tarde, Raven, Harper, Jasper y Monty llegaron al balcón. Renoux despidió discretamente a los criados, quienes cerraron las puertas de cristal y los dejaron a solas. Varios hombres ocuparon sus puestos en el interior, vigilando para asegurarse de que nadie inadecuado tuviera oportunidad de escuchar nada.
–¿Interrumpimos vuestra comida? – preguntó Monty.
–¡No! – respondió Lexa rápidamente, cortando la respuesta de Lord Renoux–. Sentaos, por favor.
Raven se acercó al borde del balcón y se asomó para contemplar los jardines y los terrenos.
–Bonita vista tienes desde aquí.
–Raven, ¿es eso aconsejable? – preguntó Renoux–. Algunos de los jardineros son hombres por quienes no puedo hablar.
Raven se echó a reír.
–Si pueden reconocerme desde esta distancia, se merecen más de lo que les pagan las Grandes Casas.
Sin embargo, se apartó del balcón, se acercó a la mesa y le dio la vuelta a una silla para sentarse a horcajadas. Durante las últimas semanas había regresado a su antiguo yo. Sin embargo, todavía había cambios. Celebraba reuniones más a menudo y discutía más sus planes con el grupo. También parecía diferente, más… reflexiva.
Gaia tenía razón, pensó Lexa. Nuestro ataque al palacio puede que fuera casi mortal para mí, pero ha cambiado a Raven a mejor.
–Pensamos celebrar nuestra reunión aquí esta semana –dijo Monty–, ya que vosotros dos apenas participáis.
–Muy atento por tu parte, maese Monty –respondió Lord Renoux–. Pero tu preocupación es innecesaria. Estamos bien…
–No –interrumpió Lexa–. No estamos bien. Algunos necesitamos información. ¿Qué pasa con el grupo? ¿Cómo va el reclutamiento?
Renoux la miró con desaprobación. Sin embargo, Lexa lo ignoró. No es un lord de verdad, se dijo. Es sólo otro miembro de la banda. ¡Mi opinión cuenta tanto como la suya! Ahora que los criados se han ido, puedo hablar como quiera.
Raven se echó a reír.
–Bueno, el cautiverio la ha vuelto un poco más habladora, al menos.
–No tengo nada que hacer –dijo Lexa–. Me estoy volviendo loca.
Harper colocó su copa de vino sobre la mesa.
–Algunos considerarían tu situación envidiable, Lexa.
–Entonces deben de estar locos ya.
–Oh, son casi todos nobles –dijo Raven–. Así que, sí, están bastante locos.
–El trabajo –recordó Lexa–. ¿Qué está pasando?
–El reclutamiento sigue yendo demasiado lento –contestó Monty–. Pero estamos mejorando.
–Tal vez tengamos que sacrificar parte de nuestra seguridad por conseguir mayor número de hombres –dijo Jasper.
Eso también es un cambio, pensó ella, impresionada por la mesura de Jasper.
Había empezado a vestir no trajes de caballero como Monty o Harper, pero sí ropa más bonita: una casaca y pantalones de buen corte, con una camisa abotonada, todo limpio de hollín.
–Eso no puede evitarse, Jasper –dijo Raven–. Por fortuna, Bellamy va bien con las tropas. Recibí un mensaje suyo hace unos cuantos días. Está impresionado con sus progresos.
Harper hizo una mueca.
–Cuidado… Bellamy tiende a ser un poco optimista con este tipo de cosas. Si el ejército estuviera compuesto por mudos cojos, alabaría su equilibrio y su capacidad auditiva.
–Me gustaría ver el ejército –dijo Jasper ansiosamente.
–Pronto –prometió Raven.
–Deberíamos poder infiltrar a Allie en el Ministerio este mismo mes –dijo Monty, haciendo un gesto de saludo a Gaia cuando la terrisana pasó entre los centinelas y salió al balcón–. Es de esperar que Allie pueda arrojar algo de luz sobre cómo tratar con los inquisidores de acero.
Lexa se estremeció.
–Son un problema –reconoció Harper–. Considerando lo que un par de ellos os hicieron a vosotros dos, no envidio tener que tomar el palacio con ellos dentro. Son tan peligrosos como un nacido de la bruma.
–Más –dijo Lexa en voz baja.
–¿Puede el ejército luchar de verdad contra ellos? – preguntó Jasper, incómodo–.
Quiero decir, se supone que son inmortales, ¿no?
–Allie encontrará la respuesta –prometió Raven.
Jasper hizo una pausa y luego asintió, aceptando la palabra de Raven.
Sí, cambiado, desde luego, pensó Lexa. Parecía que ni siquiera Jasper podía resistirse al carisma de Raven durante un periodo prolongado de tiempo.
–Mientras tanto, espero enterarme de qué ha descubierto Gaia sobre el Lord Legislador –dijo Raven.
Gaia se sentó, colocando su libro sobre la mesa.
–Os diré lo que puedo, aunque éste no es el libro que creí que era al principio. Pensé que la señora Lexa había recuperado el texto de alguna religión antigua… pero es de naturaleza más mundana.
–¿Mundana? – preguntó Monty–. ¿Cómo?
–Es un diario, maese Monty –dijo Gaia–. Un archivo que parece haber sido escrito por el Lord Legislador en persona… o más bien, por el hombre que se convirtió en el Lord Legislador. Incluso las enseñanzas del Ministerio son que, antes de la Ascensión, era un hombre mortal.
»Este libro nos cuenta su vida antes de su batalla final en el Pozo de la Ascensión hace mil años. Sobre todo, es un registro de sus viajes: una narración de la gente a la que conoció, de los lugares que visitó y de las penurias a las que se enfrentó durante su búsqueda.
–Interesante –dijo Harper–, pero ¿en qué nos ayuda?
–No estoy seguro, maese. Sin embargo, creo que comprender la historia verdadera antes de la Ascensión será útil. Como mínimo, nos dará información sobre la mente del Lord Legislador.
Raven se encogió de hombros.
–El Ministerio lo considera importante… Lexa dijo que lo encontró en una especie de altar en el complejo central del palacio.
–Lo cual, por supuesto, no plantea ninguna duda sobre su autenticidad –advirtió Harper.
–No creo que sea una falsificación, maese –dijo Gaia–. Es muy detallado, sobre todo acerca de asuntos importantes… como porteadores y suministros. Además, el Lord Legislador que describe es un hombre lleno de conflictos. Si el Ministerio fuera a crear un libro de oración, presentaría a su dios con más… divinidad, creo.
–Querré leerlo cuando hayas terminado, Gaia –dijo Monty.
–Y yo –dijo Harper.
–Algunos aprendices de Gustus trabajan ocasionalmente como escribanos –comentó Raven–. Haremos que hagan una copia para cada uno de vosotros.
–Muy útiles, ese grupito –comentó Monty.
Raven asintió.
–¿Dónde nos deja eso?
El grupo guardó silencio, luego Monty hizo un gesto hacia Lexa.
–Con la nobleza.
Raven frunció levemente el ceño.
–Puedo volver a trabajar –dijo Lexa rápidamente–. Ya casi estoy curada.
Raven le dirigió una mirada a Gaia, quien alzó una ceja. Comprobaba su herida periódicamente. Al parecer, no le gustaba lo que veía.
–Rav –dijo Lexa–, me estoy volviendo loca. Crecí siendo ladrona, peleando por comida y sitio… no puedo quedarme sentada y dejar que esos criados me mimen. Además, tengo que demostrar que todavía puedo ser útil para esta banda.
–Bien –dijo Raven–. Eres uno de los motivos por los que hemos venido hoy. Este fin de semana hay un baile que…
–Iré.
Raven alzó un dedo.
–Escúchame, Lexa. Has sufrido mucho últimamente y esta infiltración podría ser peligrosa.
–Raven, toda mi vida ha sido peligrosa. Voy.
Raven no parecía convencida.
–Tiene que hacerlo ella, Rav –dijo Monty–. Para empezar, los nobles empezarán a recelar si no comienza a asistir de nuevo a las fiestas. Además, necesitamos saber qué ve. Tener criados actuando como espías entre el personal no es lo mismo que tenerlo espiando a los amos. Lo sabes.
–Muy bien –dijo Raven por fin–. Pero tienes que prometer que no usarás alomancia física hasta que Gaia lo autorice.
Lexa seguía sin poder creer lo ansiosa que estaba por acudir al baile. Esa noche, en su habitación, examinó los diferentes vestidos que Monty había encontrado para ella. Como se había visto obligada a vestir como una noble un mes seguido, empezaba a sentir que los vestidos eran un poquito más cómodos que antes.
No es que no sean frívolos, por supuesto, pensó, inspeccionando los cuatro vestidos. Todos esos encajes, las capas de tejido… Una camisa sencilla y unos pantalones son mucho más prácticos.
Sin embargo, había algo especial en los vestidos, en su belleza, como en los jardines de fuera. Cuando los miraba como elementos estáticos, como una planta solitaria, los vestidos eran sólo levemente impresionantes. Pero cuando pensaba en asistir al baile, los vestidos adquirían un nuevo significado. Eran hermosos y la harían hermosa. Eran el rostro que mostraría a la corte, y quería elegir el adecuado.
Me pregunto si Clarke Griffin estará allí… ¿No había dicho Gaia que la mayoría de las jóvenes aristócratas asistía a todos los bailes?
Pasó la mano por un vestido negro con bordados de plata. Hacía juego con su pelo, pero ¿no era demasiado oscuro? La mayoría de las mujeres llevaba vestidos de colores, mientras que los tonos más apagados se reservaban para los trajes masculinos. Contempló un vestido amarillo, pero le parecía demasiado… chillón. Y el blanco tenía demasiados adornos. Quedaba el rojo. El escote era más bajo (no es que tuviera mucho que enseñar), pero era precioso. De gasa, con mangas abombadas de redecilla transparente en algunos sitios, le gustaba. Pero parecía tan… descarado. Acarició el suave tejido con los dedos, imaginándose con el vestido puesto.
¿Cómo he llegado a esto?, pensó. ¡Con esta cosa será imposible ocultarme! Estas creaciones de organdí no son para mí.
Y sin embargo… parte de ella anhelaba volver al baile. La vida diaria de una mujer noble la frustraba, pero los recuerdos de aquella noche eran agradables. Las bellas parejas bailando, la perfecta atmósfera y la música, las maravillosas vidrieras…
Ya ni siquiera me doy cuenta de cuándo llevo perfume, advirtió con sorpresa.
Prefería bañarse en agua perfumada cada día y los criados incluso perfumaban sus ropas. Todo era sutil, naturalmente, pero suficiente para descubrirla mientras se escabullía de algún sitio. Le había crecido el pelo, que la peluquera de Renoux había recortado con mucho cuidado para que le cayera alrededor de las orejas, rizándolo levemente. Ya no se veía tan delgaducha en el espejo, a pesar de su larga enfermedad: las comidas regulares le habían hecho ganar peso.
Me estoy convirtiendo en… Lexa hizo una pausa. No sabía en qué se estaba convirtiendo. Desde luego, no en una noble. Las nobles no podían salir a acechar de noche. Sin embargo, ya no era tampoco Lexa la ladronzuela. Era una…
Nacida de la bruma.
Lexa volvió a colocar cuidadosamente el vestido rojo sobre la cama y cruzó la habitación para asomarse a la ventana. El sol estaba a punto de ponerse; pronto saldrían las brumas. Aunque, como de costumbre, Gaia colocaría guardias para asegurarse de que no saliera a correr ninguna aventura alomántica sin permiso. Ella no se había quejado de las precauciones. Gaia tenía razón: sin vigilancia, probablemente habría roto su promesa haría tiempo. Vio un atisbo de movimiento a su derecha y apenas pudo distinguir a una figura asomada al balcón del jardín. Raven. Lexa se detuvo un instante, luego salió de su habitación.
Raven se volvió. Ella se detuvo porque no quería interrumpirla, pero ella le dirigió una de sus sonrisas características. Lexa se reunió con ella en la balaustrada de madera tallada. Raven se volvió a mirar hacia el oeste: no a los terrenos de la mansión, sino más allá. Hacia las tierras yermas iluminadas por el sol poniente de las afueras de la ciudad.
–¿No te parece que están mal, Lexa?
–¿Mal?
Raven asintió.
–Las plantas secas, el sol abrasador, el cielo negro de humo.
Lexa se encogió de hombros.
–¿Cómo pueden esas cosas estar bien o mal? Son como son.
–Supongo. Pero creo que ver las cosas así es parte de lo que lo hace estar mal. El mundo no debería ser así.
Lexa frunció el ceño.
–¿Cómo lo sabes?
Raven se metió la mano en el bolsillo del chaleco y sacó un papel. Lo desplegó con suavidad y se lo entregó a Lexa.
Ella lo aceptó, sujetándolo con cuidado. Era tan viejo y gastado que parecía a punto de romperse por los pliegues. No contenía ninguna palabra, sólo una imagen antigua y desgastada de una forma extraña… algo parecido a una planta, aunque se trataba de una planta que Lexa no había visto nunca. No tenía un tallo grueso y sus hojas eran demasiado delicadas. En la parte superior tenía una extraña colección de hojas que eran de un color diferente al resto.
–Se llama flor –dijo Raven–. Solían crecer en las plantas antes de la Ascensión. Aparecen descripciones de ellas en los antiguos poemas e historias… cosas que sólo los guardadores y los sabios rebeldes conocen ya. Al parecer, estas plantas eran hermosas y tenían un olor agradable.
–¿Plantas que huelen? – preguntó Lexa–. ¿Como la fruta?
–Algo parecido, creo. Según algunos de los informes estas flores se convertían en frutos, en los días anteriores a la Ascensión.
Lexa guardó silencio, el ceño fruncido, tratando de imaginar una cosa semejante.
–Ese dibujo pertenecía a mi esposa, Octavia –dijo Raven en voz baja–. Monty lo encontró entre sus cosas después de que nos capturaran. Lo conservó, esperando que regresáramos. Me lo dio después de que escapara.
Lexa volvió a mirar el dibujo.
–A Octavia le fascinaban los tiempos anteriores a la Ascensión –dijo Raven, todavía contemplando los jardines. En la distancia, el sol acariciaba el horizonte y se volvía de un rojo aún más intenso–. Coleccionaba cosas como este papel: dibujos y descripciones de los viejos tiempos. Creo que esa fascinación (junto con el hecho de que era una ojo de estaño) la condujo a los bajos fondos, y a mí. Ella fue quien me presentó a Gaia, aunque en esa época no la incluí en mi banda. No le interesaba robar.
Lexa dobló el papel.
–¿Y sigues guardando este dibujo? ¿Después… después de lo que ella te hizo?
Raven guardó silencio un momento. Luego la miró.
–Has estado escuchando otra vez detrás de las puertas, ¿eh? Oh, no te preocupes. Supongo que es de todos sabido.
En la distancia, el sol se convirtió en una llamarada y su luz rojiza encendió nubes y humo por igual.
–Sí, conservo esa flor –dijo Raven–. En realidad no estoy segura de por qué. Pero… ¿dejas de amar a alguien porque te traiciona? No lo creo. Eso es lo que hace que la traición duela tanto: el dolor, la frustración, la furia… y yo seguía amándola. Y la amo todavía.
–¿Cómo? – preguntó Lexa–. ¿Cómo puedes? ¿Y cómo puedes fiarte ya de nadie? ¿No aprendiste de lo que te hizo?
Raven se encogió de hombros.
–Creo… creo que si me dieran la opción entre amar a Octavia, traición incluida, y no haberla conocido nunca, elegiría amarla. Me arriesgué y perdí, pero el riesgo mereció la pena. Lo mismo pasa con mis amigos. El recelo es sano en nuestra profesión… pero sólo hasta cierto punto. Prefiero confiar en mis hombres que preocuparme sobre lo que pasará si me traicionan.
–Eso parece una tontería.
–¿Es una tontería la felicidad? – preguntó Raven, volviéndose hacia ella–. ¿Dónde has sido más feliz, Lexa? ¿En mi banda o con Titus?
Lexa no dijo nada.
–No sé con seguridad si Octavia me traicionó –dijo Raven, mirando de nuevo la puesta de sol–. Ella siempre dijo que no lo había hecho.
–Y la enviaron a los Pozos, ¿no? – dijo Lexa–. Eso no tiene sentido, si se alió con el Lord Legislador.
Raven negó con la cabeza, todavía contemplando la distancia.
–Apareció por los Pozos unas semanas después de que me enviaran a mí: nos separaron después de nuestra captura. No sé qué sucedió durante ese intervalo, o por qué acabaron por enviarla a los Pozos. El hecho de que ella fuera enviada a morir da a entender que tal vez no me traicionó, pero… –Se volvió hacia Lexa–. No lo oíste cuando nos capturó, Lexa. El Lord Legislador… le dio las gracias. Le dio las gracias por traicionarme. Sus palabras, pronunciadas con una extraña sensación de sinceridad, se mezclaron con la forma en que el plan fue trazado… bueno, resultó difícil creer a Octavia. Pero eso no cambió mi amor… no en lo más profundo. Casi me morí cuando ella murió un año más tarde, tras una paliza de los capataces de los Pozos. Esa noche, después de que se llevaran el cadáver, rompí.
–¿Te volviste loca? – preguntó Lexa.
–No. Romper es un término alomántico. Nuestros poderes están latentes al principio… sólo brotan después de un hecho traumático. Algo intenso… algo casi letal. Los filósofos dicen que un hombre no puede dominar los metales hasta que ha visto la muerte y la ha rechazado.
–Entonces… ¿cuándo me pasó a mí?
Raven se encogió de hombros.
–Es difícil decirlo. Creciendo como lo hiciste, probablemente hubo oportunidades de sobra para que rompieras. – Asintió como para sí–. En mi caso fue esa noche. Solo en los Pozos, los brazos sangrando por el trabajo del día. Octavia estaba muerta y yo temí ser responsable… porque mi falta de fe acabó con sus fuerzas y su voluntad. Ella murió sabiendo que yo cuestionaba su lealtad. Tal vez, si la hubiera amado de verdad, no la habría puesto en duda. No lo sé.
–Pero tú no moriste.
Raven sacudió la cabeza.
–Decidí que vería cumplido su sueño. Crearía un mundo donde hubiese flores de nuevo, un mundo con plantas verdes, un mundo donde no cayera hollín del cielo… –Guardó silencio, luego suspiró–. Lo sé. Estoy loca.
–Lo cierto es que tiene sentido –dijo Lexa en voz baja–. Por fin.
Raven sonrió. El sol se hundió por detrás del horizonte y, aunque su luz era todavía un fulgor por el oeste, las brumas empezaron a aparecer. Se extendían como tentáculos transparentes en el cielo, enroscándose adelante y atrás, ampliándose, bailando, mezclándose.
–Octavia quería hijos –dijo Raven de repente–. Cuando nos casamos, hace una década y media. Yo… no estaba de acuerdo. Quería convertirme en la ladrona skaa más famosa de todos los tiempos, y no podía dedicarme a cosas que me pusieran freno.
»Probablemente sea buena cosa que no tuviéramos hijos. El Lord Legislador podría haberlos encontrado y los hubiese matado. O tal vez no… Monty y los demás sobrevivieron. Ahora, a veces, desearía tener algo de ella conmigo. Un hijo. Una hija, tal vez, con el mismo pelo oscuro de Octavia y su testarudez.
Hizo una pausa y miró a Lexa.
–No quiero ser responsable de que te pase algo, Lexa. No otra vez.
Lexa frunció el ceño.
–No voy a seguir más tiempo encerrada en esta mansión.
–No, supongo que no. Si intentamos retenerte más, probablemente aparezcas una noche por la guarida de Gustus después de haber hecho algo muy peligroso. Nos parecemos demasiado, tú y yo. Pero… ten cuidado.
Lexa asintió.
–Lo tendré.
Se quedaron allí unos cuantos minutos más, viendo concentrarse la bruma. Finalmente, Raven se irguió y se desperezó.
–Bueno, por si sirve de algo, me alegro de que decidieras unirte a nosotros, Lexa.
Ella se encogió de hombros.
–Si te digo la verdad, me gustaría ver una de esas flores personalmente.
