Podríamos decir que las circunstancias me obligaron a dejar atrás mi hogar. Sin duda, si me hubiera quedado, estaría muerta.

Durante aquellos días (huyendo sin saber por qué, llevando una carga que no comprendía), supuse que me perdería en Khlennium y buscaría una vida para no llamar la atención

Empiezo a comprender poco a poco que el anonimato, como tantas otras cosas, es algo que he perdido para siempre.

Capítulo 18

Decidió llevar el vestido rojo. Era desde luego la opción más atrevida, pero le pareció bien. Después de todo, ocultaba su verdadero yo tras una apariencia aristocrática; cuanto más visible fuera esa apariencia, más fácil le resultaría esconderse. Un lacayo abrió la puerta del carruaje. Lexa tomó aire, el pecho un poco confinado por el corsé especial que llevaba para ocultar sus vendajes, aceptó la mano del hombre y bajó. Se alisó el vestido, hizo un gesto a Gaia y se unió a los otros aristócratas que subían la escalinata de la fortaleza Elariel. Era un poco más pequeña que la de la Casa Griffin. Sin embargo, la fortaleza Elariel al parecer tenía un salón de baile aparte, mientras que la Casa Griffin celebraba sus eventos en el enorme salón principal.

Lexa miró a las otras nobles y sintió que un poco de su confianza se desvanecía. Su vestido era precioso, pero las otras mujeres tenían algo más que simple ropa. Sus cabellos largos y ondulados y sus aires de suficiencia hacían juego con sus figuras enjoyadas. Llenaban la parte superior de sus vestidos con curvas voluptuosas y se movían con elegancia en el esplendor de gasas de los pliegues inferiores. Lexa ocasionalmente llegaba a ver los pies de las mujeres, que no llevaban zapatillas sencillas como las suyas sino zapatos de tacón alto.

–¿Por qué no tengo zapatos como ésos? – preguntó en voz baja mientras subía las escaleras alfombradas.

–Hay que practicar para usar tacones, señora –respondió Gaia–. Como apenas has tenido tiempo de aprender a bailar, pensamos que sería mejor que usaras zapatos planos de momento.

Lexa frunció el ceño, pero aceptó la explicación. Sin embargo, el hecho de que Gaia hubiera mencionado el baile aumentó su incomodidad. Recordó los fluidos movimientos de los bailarines de su última fiesta. Ella no podía imitarlos: apenas sabía los pasos básicos.

Eso no importará, pensó. No me verán a mí: verán a Lady Valette. Se supone que es novata e insegura y todo el mundo cree que ha estado enferma últimamente. Tendrá sentido que sea mala bailarina.

Con ese pensamiento en mente, llegó a lo alto de las escaleras sintiéndose un poco más segura.

–Debo decir, señora, que pareces mucho menos nerviosa esta vez –dijo Gaia–.

De hecho, pareces entusiasmada. Ésa es la actitud correcta que debe mostrar Valette.

–Gracias –sonrió ella. Gaia tenía razón: estaba entusiasmada. Entusiasmada por ser de nuevo parte del trabajo, incluso de encontrarse en medio de la nobleza, con todo su esplendor y su gracia.

Llegaron al edificio que albergaba el salón de baile, una de las varias alas bajas que surgían de la fortaleza principal, y un sirviente tomó su chal. Lexa se detuvo un momento en la puerta, esperando mientras Gaia elegía su mesa y su comida.

El salón Elariel era muy distinto del majestuoso salón Griffin. Sólo tenía una planta y, aunque contaba con un montón de vidrieras, todas estaban en el techo. Claraboyas en forma de rosetón brillaban en lo alto, iluminadas por pequeñas candilejas en el tejado. Cada mesa estaba adornada con velas y, a pesar de la luz cenital, había cierta penumbra de intimidad en toda la sala. Parecía… privada, a pesar de la numerosa gente que asistía a la fiesta. Aquella sala había sido obviamente arreglada para que así fuera. Una pista de baile ocupaba el centro, mejor iluminada que el resto. Había dos filas de mesas alrededor de la pista: la primera estaba sólo a un palmo de altura sobre la pista, la otra más apartada y al doble de altura.

Un criado la acompañó hasta su mesa, al fondo de la sala. Lexa se sentó, Gaia ocupó su puesto de costumbre junto a ella y esperaron a que llegara la comida.

–¿Cómo se supone que voy a conseguir exactamente la información que quiere Raven? – preguntó ella en voz baja, escrutando la oscura sala.

Los intensos colores cristalinos de arriba proyectaban pautas sobre las mesas y la gente, creando una atmósfera impresionante, aunque costaba distinguir las caras. ¿Estaría Clarke en alguna parte?

–Esta noche, algunos hombres deberían invitarte a bailar –dijo Gaia–. Acepta sus invitaciones… así tendrás un pretexto para buscarlos más tarde y mezclarte con sus grupos. No tendrás que participar en las conversaciones: sólo tienes que escuchar. En bailes futuros, quizás algunos jóvenes empiecen a pedirte que los acompañes. Entonces podrás sentarte a su mesa y escuchar todas sus conversaciones.

–¿Quieres decir, acompañar a un hombre toda la noche?

Gaia asintió.

–No es extraño. Bailarías sólo con él toda la noche también.

Lexa frunció el ceño. Sin embargo, dejó correr el asunto y se volvió para inspeccionar de nuevo la sala. Probablemente ni siquiera estará aquí; dijo que evitaba los bailes cuando le era posible. Y aunque estuviera, andará por ahí, por su cuenta. Ni siquiera le…

Sonó un golpe sordo cuando alguien dejó caer un puñado de libros sobre la mesa. Lexa dio un respingo, sobresaltada, y se volvió a tiempo de ver a Clarke Griffin acercar una silla y sentarse de manera relajada. Se acomodó en el asiento, se volvió hacia un candelabro situado junto a la mesa y abrió un libro para empezar a leer. Gaia frunció el ceño. Lexa ocultó una sonrisa, mirando a Clarke. Seguía pareciendo que no se había molestado en peinarse y de nuevo llevaba los botones sin abrochar. Su atuendo no era pobretón, pero tampoco tan rico como los otros que había en la fiesta. Parecía haber sido cortado para que le quedara suelto y cómodo, desafiando la moda tradicional bien ajustada. Clarke hojeó su libro. Lexa esperó pacientemente a que reparara en ella, pero ella continuó leyendo. Por fin, Lexa alzó una ceja

–No recuerdo haberle dado permiso para sentarse a mi mesa, Lady Griffin –dijo.

–No me hagas caso –dijo Clarke, sin alzar la cabeza–. Tienes una mesa grande. Hay espacio de sobra para las dos.

–Para nosotras dos, tal vez. Pero no estoy tan segura de que quepan todos estos libros. ¿Dónde van a poner mi comida los criados?

–Hay un poco de espacio a tu izquierda –respondió Clarke como si tal cosa.

La expresión de preocupación de Gaia aumentó. Dio un paso adelante, recogió los libros y los colocó en el suelo junto a la silla de Clarke.

La joven continuó leyendo. Sin embargo, alzó una mano.

–¿Ves? Por eso nunca recurro a sirvientes terrisanos. Son insufriblemente eficaces.

–Gaia no es insufrible –dijo Lexa con frialdad–. Es una buena amiga y probablemente es mejor mujer de lo que tú serás jamás, Lady Griffin.

Clarke alzó finalmente la cabeza.

–Lo siento –dijo con sinceridad–. Pido disculpas.

Lexa asintió. Sin embargo, Clarke abrió su libro y se puso a leer de nuevo. ¿Por qué se sienta conmigo si sólo va a leer?

–¿Qué hacías en estas fiestas antes de tenerme a mí para molestarme? – preguntó, molesta.

–Pero ¿cómo puedo estar molestándote? De verdad, Valette. Estoy aquí sentado, leyendo para mí.

–En mi mesa. Estoy segura de que podrías conseguir una propia: eres la heredera Griffin. No es que fueras muy claro al respecto durante nuestro último encuentro.

–Cierto –dijo Clarke–. Sin embargo, recuerdo haberte dicho que los Griffin son muy molestos. Sólo intento adecuarme a la descripción.

–¡Tú eres quien hizo esa descripción!

–Acertada, ¿verdad? – dijo Clarke, sonriendo mientras leía.

Lexa suspiró, frustrada.

Clarke miró por encima del libro.

–Llevas un vestido alucinante. Es casi tan bonito como tú.

Lexa no supo qué decir y se quedó levemente boquiabierta. Clarke sonrió con malicia, luego volvió a su libro, con chispitas en los ojos, como para indicar que había hecho el comentario simplemente porque sabía la reacción que iba a causarle.

Gaia permaneció de pie junto a la mesa sin molestarse en disimular su desaprobación. Sin embargo, no dijo nada. Clarke era demasiado importante para que una simple criada pudiera reprenderla.

Lexa acabó por encontrar la lengua.

–¿Cómo es, Lady Griffin, que una mujer en edad casadera como tú viene a estos bailes sola?

–Oh, no lo hago. Mi familia suele tener una chica u otra haciendo cola para acompañarme. Hoy le toca a Lady Stase Blanches: es esa del vestido verde que está sentada en la fila más baja, allí enfrente.

Lexa la buscó con la mirada. Lady Blanches era una rubia preciosa. No paraba de mirar hacia la mesa, ocultando su malestar.

Lexa se ruborizó y apartó la mirada.

–Hummm, ¿no deberías estar allí con ella?

–Probablemente –dijo Clarke–. Pero, mira, te voy a decir un secreto. La verdad es que no soy muy caballerosa. Además, yo no la he invitado: hasta que subí al carruaje no me informaron de quién era mi acompañante.

–Ya veo.

–Mi conducta, de todas formas, es deplorable. Por desgracia, tengo tendencia a esos arrebatos de comportamiento deplorable. Mira, por ejemplo, mi afición a leer en la mesa. Discúlpame un momento: voy a buscar algo de beber.

Se levantó, se guardó el libro en el bolso y se acercó a una de las mesas donde servían bebidas. Lexa la vio marchar, a la vez molesta y divertida.

–Esto no es bueno, señora –dijo Gaia en voz baja.

–No está tan mal.

–Te está utilizando, señora. Lady Griffin es famosa por su actitud rebelde y estrafalaria. Mucha gente la repudia… precisamente porque hace cosas como ésta.

–¿Como ésta?

–Se sienta contigo porque sabe que molestará a su familia –dijo Gaia–. Oh, niña, no deseo causarte dolor, pero debes comprender las costumbres de la corte. A esta joven no le interesas sentimentalmente. Es una lady joven y arrogante molesta por las restricciones de su padre… así que se rebela, y actúa de manera ruda y ofensiva. Sabe que su padre cederá si sigue actuando de esa manera el tiempo suficiente.

Lexa sintió que el estómago le daba un vuelco. Gaia probablemente tiene razón, por supuesto. ¿Por qué si no iba a buscarme Clarke? Soy exactamente lo que necesita: alguien de cuna lo bastante baja para molestar a su padre, pero lo suficientemente inexperta para no ver la verdad.

Llegó la cena, pero Lexa ya no tenía mucho apetito. Empezó a picotear la comida cuando regresó Clarke y depositó sobre la mesa una gran copa con una bebida. Se la fue tomando mientras leía.

Veamos cómo reacciona si no interrumpo su lectura, pensó Lexa, molesta, recordando sus lecciones y comiendo con la elegancia propia de una dama. No era una cena copiosa (consistía principalmente en ricos vegetales con mantequilla) y cuanto antes terminara, antes podría ponerse a bailar. Al menos no tendría que estar sentada con Clarke Griffin.

La joven lady se detuvo varias veces mientras ella comía, mirando por encima de su libro. Obviamente, esperaba que dijese algo, pero ella no lo hizo. Sin embargo, mientras comía, su furia se fue apaciguando. Miró a Clarke, estudiando su aspecto levemente desaliñado, observando la ansiedad con la que leía su libro. ¿Podía realmente esa mujer dedicarse al retorcido tipo de manipulación que daba a entender Gaia? ¿De verdad la estaba utilizando?

Cualquiera te traicionará, susurró Lincoln. Todos te traicionarán.

Clarke parecía tan… auténtica. Parecía una persona real, no una fachada ni una máscara. Y desde luego parecía deseosa de que ella hablara con ella. Lexa consideró una victoria personal que ella finalmente soltara el libro y la mirara.

–¿Por qué estás aquí, Valette? – preguntó.

–¿Aquí en la fiesta?

–No, aquí en Luthadel.

–Porque es el centro de todo.

Clarke frunció el ceño.

–Supongo que lo es, en efecto. Pero el imperio es un lugar demasiado grande para tener un centro tan pequeño. Creo que en realidad no comprendemos lo enorme que es. ¿Cuánto tardaste en llegar aquí?

Lexa sintió un momento de pánico, pero las lecciones de Gaia acudieron veloces a su mente.

–Casi unos dos meses por el canal, con algunas paradas.

–Mucho tiempo –dijo Clarke–. Dicen que se tarda medio año en viajar desde un extremo del imperio al otro, y sin embargo la mayoría lo ignoramos todo, excepto que este pedacito es el centro.

–Yo… –Lexa guardó silencio. Con Lincoln había recorrido todo el Dominio Central.

Sin embargo, era el más pequeño de los dominios y nunca había visitado los lugares más exóticos del imperio. La zona central era buena para los ladrones; curiosamente, el sitio más cercano al Lord Legislador era también el más corrupto, además de ser el que congregaba las mayores fortunas.

–¿Y qué te parece entonces la ciudad?

Lexa vaciló.

–Está… sucia –dijo con sinceridad. Un criado llegó para retirar el plato vacío–. Está sucia y llena de gente. Tratan terriblemente a los skaa, pero supongo que es así en todas partes.

Clarke ladeó la cabeza, dirigiéndole una extraña mirada.

No tendría que haber mencionado a los skaa. No es típico de los nobles.

Ella se inclinó hacia delante.

–¿Crees que aquí tratan a los skaa peor que a los de tu plantación? Siempre creí que estaban mejor en la ciudad.

–Hummm… No estoy segura. No iba muy a menudo a los campos.

–¿Así que no te relacionabas mucho con ellos?

Lexa se encogió de hombros.

–¿Por qué importa? Sólo son skaa.

–Eso es lo que decimos siempre. Pero no lo sé. Tal vez soy demasiado curiosa, pero me interesan. ¿Los has oído hablar alguna vez entre sí? ¿Hablan como personas corrientes?

–¿Qué? – preguntó Lexa–. Pues claro que sí. ¿Cómo si no iban a hablar?

–Bueno, ya sabes lo que enseña el Ministerio.

Ella no lo sabía. Sin embargo, si tenía que ver con los skaa, probablemente no era favorable.

–Tengo por norma no creer nunca del todo nada de lo que dice el Ministerio.

Clarke ladeó de nuevo la cabeza.

–No eres… lo que esperaba, Lady Valette.

–La gente rara vez lo es.

–Háblame de los skaa de las plantaciones. ¿Cómo son?

Lexa se encogió de hombros.

–Como los skaa de cualquier otra parte.

–¿Son inteligentes?

–Algunos lo son.

–Pero no como tú y yo, ¿no?

Lexa se detuvo. ¿Cómo respondería una noble?

–No, por supuesto que no. Son sólo skaa. ¿Por qué te interesan tanto?

Clarke parecía… decepcionada.

–Por ningún motivo –dijo, volviendo a acomodarse en su silla y abriendo su libro–. Creo que algunos de aquellos hombres de allí quieren invitarte a bailar.

Lexa se volvió y vio que, en efecto, había un grupo de jóvenes de pie, a cierta distancia de la mesa. Apartaron la mirada en cuanto se giró. Al cabo de un instante uno de los hombres señaló hacia otra mesa; luego se acercó e invitó a bailar a una joven dama.

–Varias personas se han fijado en ti, mi señora –dijo Gaia–. Sin embargo, nunca se acercan. La presencia de Lady Griffin los intimida, creo.

Clarke bufó.

–Deberían saber que soy cualquier cosa menos intimidatoria.

Lexa frunció el ceño, pero Clarke continuó leyendo. ¡Bien!, pensó, volviéndose de nuevo hacia los jóvenes. Miró a uno de ellos a los ojos y le dedicó una leve sonrisa. Unos instantes después, el joven se acercó. Le habló con mucha formalidad, estirado.

–Lady Renoux, soy Lord Melend Liese. ¿Querría bailar conmigo?

Lexa miró a Clarke, pero ésta no levantó la cabeza de su libro.

–Me encantaría, Lord Liese –respondió, tomando la mano del joven y levantándose.

Él la condujo a la pista de baile y, mientras se dirigían hacia allí, el nerviosismo de Lexa regresó. De repente, una semana de práctica no le pareció suficiente. La música cesó, permitiendo que las parejas entraran en la pista o la abandonaran, y Lord Liese la guió hacia delante. Lexa combatió su paranoia, recordándose que todo el mundo veía el vestido y el rango, no a ella. Miró a los ojos de Lord Liese y, para su sorpresa, vio aprensión.

Comenzó la música y con ella el baile. El rostro de Lord Liese adquirió una expresión de consternación. Ella notó su palma sudando en sus manos. ¡Vaya, pero si está casi tan nervioso como yo! Quizás incluso más.

Liese era más joven que Clarke, más de la edad de Lexa. Probablemente no tenía mucha experiencia en bailes; desde luego, no parecía que hubiera bailado mucho. Se concentraba tanto en los pasos que los movimientos eran rígidos.

Tiene sentido, advirtió Lexa, relajándose y dejando que su cuerpo se moviera según le había enseñado Gaia. Los experimentados no me invitarían a bailar, no siendo tan novata: no me prestan atención.

–Lord Liese –dijo Lexa–. ¿Qué sabe de Clarke Griffin?

Liese alzó la cabeza.

–Hummm, yo…

–No se concentre tanto en el baile. Mi instructor dice que fluirá de modo más natural si no se intenta con tanto empeño.

Él se ruborizó.

¡Por el Lord Legislador!, pensó Lexa. ¿Tan novato es este chico?

–Hummm, Lady Griffin… –dijo Liese–. No sé. Es una persona muy importante. Mucho más importante que yo.

–No deje que su linaje le intimide. Por lo que he visto, es bastante inofensiva.

–No sé, mi señora. Griffin es una casa muy influyente.

–Sí, bueno, pero Clarke no hace honor a esa reputación. Parece aficionado a ignorar a quienes la acompañan… ¿Hace eso con todo el mundo?

Liese se encogió de hombros, bailando de manera más natural ahora que estaban charlando.

–No lo sé. Usted… parece conocerla bastante mejor que yo, mi señora.

–Yo… –Lexa se calló. Sentía como si lo conociera bien, mucho mejor que a ninguna mujer después de dos breves encuentros. Sin embargo, no podía explicárselo muy bien a Liese.

Pero tal vez… ¿No dijo Renoux que había visto a Clarke una vez?

–Oh, Clarke es amigo de la familia –dijo Lexa mientras giraban bajo una cristalina claraboya.

–¿Ah, sí?

–Sí. Mi tío fue muy amable al pedirle a Clarke que me vigilara en estas fiestas, y hasta ahora ha sido un encanto. Pero desearía que le prestara menos atención a esos libros suyos y más a presentarme.

Liese estiró el cuello y pareció un poco menos inseguro.

–Oh. Vaya, eso tiene sentido.

–Pues claro. Clarke ha sido como una hermana mayor para mí durante mi estancia aquí en Luthadel.

Liese sonrió.

–Le pregunto por ella porque no habla mucho de sí misma –dijo Lexa.

–Los Griffin han estado todos muy callados últimamente –dijo Liese–. Desde el ataque a su fortaleza hace unos cuantos meses.

Lexa asintió.

–¿Qué se sabe de eso?

Liese negó con la cabeza.

–Nadie me cuenta nada. – Bajó la mirada para contemplar sus pies–. Baila usted muy bien, Lady Renoux. Debe de haber asistido a muchos bailes en su ciudad natal.

–Me halaga, mi señor.

–No, de veras. Es usted tan… grácil.

Lexa sonrió, sintiendo un leve arrebato de confianza.

–Sí –dijo Liese, casi para sí–. No es en absoluto como dijo Lady Ontari… –Calló, sacudiéndose levemente, como si acabara de darse cuenta de lo que estaba diciendo.

–¿Qué? – dijo Lexa.

–Nada –respondió Liese, ruborizándose aún más–. Lo siento. No es nada.

Lady Ontari, pensó Lexa. Recuerda ese nombre.

Sondeó un poco más a Liese mientras seguían bailando, pero quedó claro que él era demasiado inexperto para saber gran cosa. Eso sí, consideraba que la tensión estaba creciendo entre las casas; aunque los bailes continuaban, había cada vez más ausencias, pues había quien no asistía a las fiestas celebradas por sus rivales políticos. Cuando terminó el baile, Lexa dio por buenos sus esfuerzos. Probablemente no había descubierto nada que resultara de mucho valor para Raven, pero Liese era sólo el principio. Ya llegaría a gente más importante.

Lo cual significa que voy a tener que asistir a muchos bailes más, pensó mientras Liese la conducía de vuelta a su mesa. No es que los bailes en sí mismos fueran desagradables, sobre todo ahora que confiaba más en su capacidad para bailar. Sin embargo, más bailes significaban menos oportunidades para estar ahí fuera, entre las brumas.

Gaia no me permite ir, de todas formas, pensó con un suspiro, y sonrió amablemente mientras Liese hacía una reverencia y se retiraba.

Clarke había esparcido sus libros sobre la mesa y su parte estaba iluminada por varios candelabros más… aparentemente de otras mesas.

Bueno, al menos tenemos el robo en común, pensó.

Clarke estaba encorvada sobre la mesa, haciendo anotaciones en un librito de bolsillo. No levantó la cabeza mientras ella se sentaba. A Gaia no se la veía por ninguna parte.

–He enviado a la terrisana a cenar –dijo Clarke, distraída, mientras escribía–. No hay necesidad de que pase hambre mientras tú revoloteas por ahí.

Lexa alzó una ceja, mirando los libros que dominaban la mesa. Clarke apartó un tomo, dejándolo abierto por una página concreta y acercó otro.

–¿Y bien, qué tal el bailoteo?

–La verdad es que ha sido divertido.

–Creía que no eras muy buena bailarina.

–No lo era –dijo Lexa–. He practicado. Puede que esta información te parezca sorprendente, pero sentarse al fondo de una sala a leer libros no ayuda exactamente a ser mejor bailarina.

–¿Eso es una proposición? – preguntó Clarke, apartando su libro y seleccionando otro–. No es propio de una dama invitar a bailar a una mujer, ya sabes.

–Oh, no quisiera distraerte de tu lectura –dijo Lexa, volviendo un libro hacia ella.

Hizo una mueca: el texto estaba escrito a mano, con letra pequeña e intrincada–.

Además, bailar contigo estropearía todo el trabajo que acabo de hacer.

Clarke se detuvo. Por fin alzó la cabeza.

–¿Trabajo?

–Sí. Gaia tenía razón: intimidas a Lord Liese y yo también, por asociación. Podría ser desastroso para la vida social de una dama joven que todos los hombres la creyeran fuera de su alcance simplemente porque una lady molesta decide estudiar en su mesa.

–Así que… –dijo Clarke.

–Así que le he dicho que simplemente me estabas enseñando las costumbres de la corte. Como si fueras una… hermana mayor.

–¿Hermana mayor? – preguntó Clarke, frunciendo el ceño.

–Mucho mayor –sonrió Lexa–. Quiero decir, al menos me doblas la edad.

–Te doblo la… Valette, tengo veintiún años. A menos que seas una niña de diez años muy madura, no te «doblo la edad».

–Las matemáticas nunca se me han dado muy bien –dijo ella como si tal cosa.

Clarke suspiró y puso los ojos en blanco. Cerca, Lord Liese charlaba tranquilamente con su grupo de amigos, señalando hacia ellos. Con suerte, uno la invitaría a bailar pronto.

–¿Conoces a una tal Lady Ontari? – preguntó Lexa como quien no quiere la cosa mientras esperaba.

Sorprendentemente, Clarke alzó la cabeza.

–¿Ontari Elariel?

–Supongo. ¿Quién es?

Clarke volvió a su libro.

–Nadie importante.

Lexa alzó una ceja.

–Clarke, sólo llevo unos meses haciendo esto, pero incluso yo sé que no hay que fiarse de un comentario así.

–Bueno… Puede que esté comprometida con ella.

–¿Tienes una prometida? – preguntó Lexa, exasperada.

–No estoy segura del todo. Hace como un año que no hacemos nada al respecto. Es probable que todo el mundo se haya olvidado del asunto a estas alturas.

Magnífico, pensó Lexa.

Un momento después, uno de los amigos de Liese se acercó. Contenta por librarse de la frustrante heredera Griffin, Lexa se levantó, aceptando la mano del joven lord. Mientras se dirigía a la pista, miró a Clarke y la pilló mirándola por encima del libro. Inmediatamente volvió a su lectura con aire declaradamente indiferente.

Lexa se sentó a la mesa, considerablemente agotada. Resistió la tentación de quitarse los zapatos y frotarse los pies; sospechaba que no sería muy propio de una dama. Encendió con cuidado su cobre, luego quemó peltre, reforzando su cuerpo y reduciendo un poco su fatiga. Dejó que el peltre, y luego el cobre, se agotaran. Raven le había asegurado que con el cobre encendido no podría ser identificada como alomántica. Lexa no estaba tan segura. Con el peltre ardiendo, sus reacciones eran demasiado rápidas, su cuerpo demasiado fuerte. Le parecía que una persona observadora podría advertir esas anomalías, fuera alomántica o no. Con el peltre agotado, su fatiga regresó. Había estado intentando últimamente no depender tanto del peltre. La herida sólo le dolía mucho si se giraba sin cuidado, y quería recuperar fuerzas por su cuenta, si podía. En cierto modo, el cansancio de esa noche era bueno: el resultado de bailar mucho tiempo. Ahora que los jóvenes consideraban a Clarke una especie de guardiana y no un interés romántico, no dudaban en invitar a Lexa a bailar. Y, temerosa de hacer una declaración política inadecuada al negarse, Lexa había accedido a todas las peticiones. Unos cuantos meses antes se hubiese reído de la idea de sentirse agotada por bailar. Sin embargo, los pies destrozados, el costado dolorido y las piernas pesadas se sumaban al esfuerzo de memorizar nombres y casas (por no mencionar el de mantener la conversación inane de sus compañeros de baile), que la había dejado mentalmente exhausta.

Menos mal que Gaia me hace llevar zapatos planos en vez de con tacón, pensó con un suspiro, mientras bebía zumo helado. La terrisana no había vuelto todavía de su cena. Y Clarke tampoco estaba en la mesa, aunque sus libros aún la cubrían. Lexa miró los tomos. Tal vez si la veían leyendo, los jóvenes la dejaran en paz un rato. Acercó y revisó los libros en busca de un candidato probable. El que más le interesaba (el cuadernito encuadernado en cuero de Clarke) no estaba. Se llevó un grueso tomo azul a su lado de la mesa. Lo había escogido porque tenía la letra grande: ¿tan caro era el papel que los escribas necesitaban introducir el mayor número posible de renglones por página? Lexa suspiró y repasó el volumen.

No puedo creer que la gente lea libros tan grandes, pensó. A pesar del tamaño de la letra, cada página estaba llena de palabras. Harían falta días y días para leerlo entero. Lincoln le había enseñado a leer para que pudiera descifrar contratos, escribir notas y tal vez hacerse pasar por noble. Sin embargo, su formación no se había extendido a textos tan largos.

Prácticas históricas en la norma política imperial, decía la primera página. Los capítulos se titulaban cosas como «El programa de gobierno del siglo quinto» y «El ascenso de las plantaciones de skaa». Hojeó el libro hasta el final, suponiendo que probablemente sería lo más importante. El último capítulo se titulaba «Estructura política actual».

Empezó a leer:

Hasta ahora el sistema de plantaciones ha producido un gobierno mucho más estable que los métodos previos. La estructura de Dominios con cada lord provincial al mando de sus skaa y responsable de ellos ha engendrado un entorno competitivo donde la disciplina se mantiene de manera férrea. El Lord Legislador al parecer encuentra preocupante este sistema a causa de la libertad que permite a la aristocracia. Sin embargo, la relativa falta de rebeliones organizadas es indudablemente interesante; durante los doscientos años que el sistema lleva en funcionamiento, no ha habido ningún levantamiento importante en los Cinco Dominios Interiores. Naturalmente, este sistema político es sólo una extensión del gran gobierno teocrático. La independencia de la aristocracia ha sido templada por un renovado vigor en la aplicación de la ley por parte de los obligadores. No hay lord, por pequeño que sea, que se considere por encima de la ley. Cualquiera puede recibir la visita de un inquisidor.

Lexa frunció el ceño. Aunque el texto era árido, le sorprendió que el Lord Legislador permitiera semejantes discusiones analíticas sobre su imperio. Se acomodó en su asiento con el libro en las manos, pero ya no siguió leyendo. Estaba demasiado agotada por las horas que había pasado intentando sonsacar información a sus compañeros de baile. Por desgracia, la política no prestaba atención a su cansancio. Aunque hizo todo lo posible por parecer absorta en el libro de Clarke, una figura se acercó a su mesa. Lexa suspiró, preparándose para otro baile. No obstante, enseguida advirtió que el recién llegado no era un noble, sino un mayordomo terrisano. Como Gaia, llevaba ropas de capas superpuestas en V y le gustaban mucho las joyas.

–¿Lady Valette Renoux? – preguntó el hombre, con voz levemente cargada de acento.

–Sí –respondió Lexa, vacilante.

–Mi señora, Lady Ontari Elariel requiere su presencia en su mesa.

¿Requiere?, pensó Lexa. No le gustó el tono y tenía pocos deseos de conocer a la ex prometida de Clarke. Por desgracia, la Casa Elariel era una de las Grandes Casas más poderosas: probablemente no se trataba de una persona a quien se pudiera ignorar por gusto.

El terrisano esperó.

–Muy bien –dijo Lexa, levantándose con toda la gracia de la que fue capaz.

El terrisano la condujo hacia una mesa cercana. La mesa estaba bien atendida, con cinco mujeres sentadas a su alrededor, y Lexa localizó a Ontari de inmediato. Lady Elariel era obviamente la mujer estatuaria de largo pelo oscuro. No participaba en la conversación, pero parecía dominarla de todas formas. Sus brazos chispeaban con brazaletes de color lavanda a juego con su vestido. Volvió sus ojos despectivos hacia Lexa mientras se acercaba. Aquellos ojos oscuros, sin embargo, eran penetrantes. Lexa se sintió desnuda ante ellos, despojada de su hermoso vestido, reducida a una sucia chica callejera una vez más.

–Discúlpennos, señoras –dijo Ontari.

Las mujeres hicieron de inmediato lo que se les ordenaba y se levantaron de la mesa a toda prisa.

Ontari tomó un tenedor y empezó a diseccionar y devorar meticulosamente una pequeña tarta. Lexa se quedó allí de pie, insegura, mientras el mayordomo terrisano ocupaba su puesto tras la silla de Ontari.

–Puedes sentarte –dijo Ontari.

Me siento de nuevo una skaa, pensó Lexa, sentándose. ¿También las nobles se tratan unas a otras de esta manera?

–Te encuentras en una posición envidiable, niña.

–¿Cómo es eso?

–Dirígete a mí como Lady Ontari –dijo Ontari, sin cambiar su tono–. O, tal vez, «Alteza».

Ontari esperó con expectación, dando bocaditos a la tarta. Finalmente, Lexa dijo:

–¿Cómo es eso, Alteza?

–Porque la joven Lady Griffin ha decidido utilizarte en sus juegos. Eso significa que tienes la oportunidad de ser también utilizada por mí.

Lexa frunció el ceño. Acuérdate de seguir interpretando tu papel. Eres Valette, que se deja intimidar fácilmente.

–¿No sería mejor no ser utilizada por nadie, Alteza? – dijo Lexa con cuidado.

–Tonterías –replicó Ontari–. Incluso una simple inculta como tú debe ver la importancia de ser útil a tus superiores. – Ontari dijo incluso el insulto sin vehemencia: simplemente parecía dar por hecho que Lexa estaría de acuerdo.

Lexa estaba desconcertada. Ningún otro miembro de la nobleza la había tratado de aquella manera. Naturalmente, el único miembro de una Gran Casa que había conocido hasta ahora era Clarke.

–Confío por tu expresión sumisa que aceptas tu lugar –dijo Ontari–. Compórtate bien, niña, y tal vez te deje unirte a mi séquito. Podrías aprender mucho de las damas de Luthadel.

–¿Como qué? – preguntó Lexa, tratando de apartar la brusquedad de su voz.

–Mírate en el espejo alguna vez, niña. Tienes un pelo que parece como si hubieras pasado por una enfermedad terrible y estás tan delgada que el vestido te cuelga como un saco. Ser una noble en Luthadel requiere… perfección. No eso –dijo agitando la mano despectivamente.

Lexa se ruborizó. Había un extraño poder en la actitud despreciativa de esa mujer. Con un sobresalto, Lexa advirtió que Ontari le recordaba a algunos jefes de banda que había conocido, como Titus: hombres que golpeaban a una persona sin esperar ninguna resistencia. Todo el mundo sabía que resistirse a esos hombres sólo empeoraría los golpes.

–¿Qué quiere de mí? – preguntó.

Ontari alzó una ceja apartando el tenedor y dejando la tarta a medio comer. El terrisano recogió el plato y se marchó con él.

–Eres un poquito obtusa, ¿no?

Lexa guardó silencio.

–¿Qué quiere Su Alteza de mí?

–Te lo diré alguna vez… suponiendo que Lady Griffin decida seguir jugando contigo.

Lexa captó un levísimo destello de odio en sus ojos cuando pronunció el nombre de Clarke.

–Por ahora –continuó Ontari–, cuéntame la conversación que has tenido con ella esta noche.

Lexa abrió la boca para responder. Pero… algo estaba mal. Sólo captó una leve fluctuación. Ni siquiera la hubiese advertido sin la formación de Harper.

¿Una aplacadora? Interesante.

Ontari estaba intentando volverla complaciente. ¿Para que hablara, tal vez? Lexa empezó a contarle su conversación con Clarke, sin revelar nada interesante. Sin embargo, seguía pareciéndole extraña la manera en que Ontari jugaba con sus emociones. Con el rabillo del ojo Lexa vio que el terrisano de Ontari regresaba de las cocinas. Sin embargo no volvió a la mesa sino que se encaminó en la dirección opuesta.

Hacia la mesa de Lexa. Se detuvo junto a ella y empezó a curiosear entre los libros de Clarke. Sea lo que sea lo que quiere, no puedo dejar que lo encuentre. Lexa se levantó de repente provocando por fin una reacción en Ontari, que alzó sorprendida la cabeza.

–¡Acabo de recordar que le he dicho a mi terrisana que se encontrara conmigo en mi mesa! ¡Se preocupará si no estoy sentada allí!

–Oh, por el amor del Lord Legislador –murmuró Ontari entre dientes–. Niña, no hay ninguna necesidad…

–Lo siento, Alteza. Tengo que irme.

Fue un poco demasiado evidente, pero no se le ocurrió otra salida. Lexa hizo una reverencia y se retiró de la mesa de Ontari, dejándola atrás. El terrisano era bueno: cuando Lexa estaba sólo a unos pocos pasos de la mesa de Ontari ya había reparado en ella y continuaba su camino, con movimientos impasibles y seguros. Lexa regresó a su mesa, preguntándose si se había puesto en evidencia al dejar tan bruscamente a Ontari. Sin embargo, estaba demasiado cansada para que le importase. Cuando advirtió que un grupo de jóvenes la miraba, se sentó a toda prisa y abrió uno de los libros de Clarke. Por fortuna, la añagaza funcionó mejor esta vez. Los jóvenes acabaron por darse media vuelta y dejarla en paz, y Lexa pudo relajarse un poco con el libro abierto delante. Se hacía tarde y el salón de baile empezaba a vaciarse lentamente.

Los libros, pensó con el ceño fruncido, levantando su copa de zumo para tomar un sorbo. ¿Para qué los quiere el terrisano?

Escrutó la mesa, tratando de decidir si había tocado algo, pero Clarke había dejado los libros en tal estado de desorden que era difícil decirlo. Sin embargo, un librito que asomaba bajo otro tomo llamó su atención. La mayoría de los textos estaban abiertos por una página específica, y ella había visto a Clarke repasándolos. Aquel libro, sin embargo, estaba cerrado… y no recordaba que ella lo hubiera abierto. Estaba allí desde antes (lo reconoció porque era mucho más fino que los otros), de modo que el terrisano no lo había dejado. Curiosa, sacó el libro de debajo del otro. Tenía una negra cubierta de cuero y en el lomo ponía Pautas climatológicas del Dominio Norte. Lexa frunció el ceño, volviendo el libro en sus manos. No había página de créditos ni aparecía ningún autor.

Comenzaba directamente con el texto.

Cuando nos referimos al Imperio Final en su totalidad, hay un hecho inconfundible. Para tratarse de una nación gobernada por una divinidad autoproclamada, el imperio ha experimentado un aterrador número de colosales errores de liderazgo. La mayoría han sido ocultados con éxito y sólo pueden encontrarse en las mentes de metal de los feruquimistas o en las páginas de los textos prohibidos. Sin embargo, sólo hace falta mirar al pasado cercano para advertir errores como la Masacre de Devane, la revisión de la Doctrina de la Profundidad y la recolocación de los pueblos de Renate. El Lord Legislador no envejece. Eso, al menos, es innegable. Este texto, sin embargo, se propone demostrar que no es en modo alguno infalible. Durante los días anteriores a la Ascensión, la humanidad sufrió el caos y la incertidumbre causados por un interminable ciclo de reyes, emperadores y otros monarcas. Se podría pensar que ahora, con un único gobernante inmortal, la sociedad tendría por fin una oportunidad para encontrar estabilidad e iluminación. La notable falta de esos atributos en el Imperio Final es el fracaso más oneroso del Lord Legislador.

Lexa se quedó mirando la página. Algunas de las palabras la superaban, pero comprendió lo que quería decir el autor. Estaba diciendo…

Cerró el libro y lo dejó rápidamente en su sitio. ¿Qué sucedería si los obligadores descubrían que Clarke poseía un texto semejante? Miró hacia los lados. Los obligadores estaban, naturalmente, confraternizando con la multitud, como en cualquier otro baile. Se los distinguía por sus túnicas grises y sus rostros tatuados. Muchos estaban sentados a las mesas de las mujeres nobles. ¿Amigos o espías del Lord Legislador? Nadie parecía demasiado cómodo cuando había un obligador cerca. ¿Qué está haciendo Clarke con un libro como ése? ¿Una noble poderosa como ellla? ¿Por qué lee textos que acusan al Lord Legislador?

Una mano se posó sobre su hombro y Lexa se volvió instintivamente, el peltre y el cobre ardiendo en su estómago.

–Caramba –dijo Clarke, dando un paso atrás y alzando la mano–. ¿No te ha dicho nadie lo quisquillosa que eres, Valette?

Lexa se relajó, se acomodó en su silla y apagó sus metales. Clarke se dirigió a su sitio y se sentó.

–¿Disfrutando de Heberen?

Lexa frunció el ceño y Clarke señaló con la cabeza el libro grande y grueso que todavía tenía plantado delante.

–No. Es aburrido. Sólo fingía leer para que me dejaran en paz un rato.

Clarke se echó a reír.

–Ahora verás como tu astucia viene a jugarte una mala pasada.

Lexa alzó una ceja mientras Clarke empezaba a recoger sus libros y los apilaba sobre la mesa. No pareció advertir que ella había movido el libro «climatológico», pero lo deslizó con cuidado en medio del montón.

Lexa apartó la mirada del libro. Probablemente no debería hablarle de Ontari…, no hasta que hable con Gaia.

–Creo que mi astucia me ha servido bien –dijo en cambio–. Después de todo, he venido al baile a bailar.

–A mí bailar me parece aburridísimo.

–No puedes permanecer apartada eternamente de la corte, Lady Griffin: eres la heredera de una casa muy importante.

Ella suspiró, se desperezó y se arrellanó en su asiento.

–Supongo que tienes razón –dijo, con sorprendente franqueza–. Pero cuanto más lo aplazo, más se molesta mi padre. Eso, en sí, es un objetivo digno.

–No es el único al que haces daño. ¿Qué hay de esas muchachas que nunca son invitadas a bailar porque tú estás demasiado ocupado repasando tus libros?

–Que yo recuerde –dijo Clarke, colocando el último libro encima del montón–, alguien estaba fingiendo leer para evitar tener que bailar. No creo que las damas tengan ningún problema para encontrar acompañantes más amistosos que yo.

Lexa alzó una ceja.

–No he tenido problemas porque soy nueva y mi rango es bajo. Sospecho que las damas que están más a tu altura tienen problemas para encontrar acompañante, amistoso o no. Tal como yo lo entiendo, los nobles se sienten incómodos bailando con mujeres que están por encima de su rango.

Clarke guardó silencio, buscando obviamente una contestación.

Lexa se inclinó hacia delante.

–¿Qué pasa, Clarke Griffin? ¿Por qué te empeñas con tanto ahínco en eludir tu deber?

–¿Deber? – preguntó Clarke, inclinándose hacia ella–. Valette, esto no es deber. Este baile… es inconsecuencia y distracción. Una pérdida de tiempo.

–¿Y las mujeres? ¿También lo son?

–¿Las mujeres? Las mujeres son… como tormentas. Son hermosas de contemplar y a veces agradables de escuchar…, pero la mayor parte de las veces son sólo una molestia.

Lexa notó que se quedaba boquiabierta. Entonces advirtió el brillo en los ojos de ella, la sonrisita en las comisuras de sus labios, y tuvo que sonreír también.

–¡Sólo dices esas cosas para provocarme!

La sonrisa se hizo más amplia.

–Eso me hace encantadora. – Se levantó, mirándola con aprecio–. Ah, Valette. No permitas que te engañen para que acabes tomándote demasiado en serio. No merece la pena. Pero debo despedirme. Trata de no dejar pasar meses entre los bailes a los que asistas en el futuro.

Lexa sonrió.

–Me lo pensaré.

–Por favor, que así sea –dijo Clarke, agachándose y recogiendo el montón de libros. Se tambaleó un momento, luego recuperó el equilibrio y se asomó por un lado–. Quién sabe, tal vez un día de éstos consigas que me ponga a bailar.

Lexa sonrió, hizo un gesto con la cabeza cuando la noble se dio media vuelta y se marchó rodeando la segunda planta de la pista de baile. Se encontró con otros dos jóvenes y Lexa vio con curiosidad cómo uno de ellos le daba una palmada amistosa en el hombro y luego se hacía con la mitad de los libros. Los tres se marcharon juntos, charlando.

Lexa no reconoció a los recién llegados. Se quedó allí sentada, pensativa, hasta que Gaia apareció por fin en un lateral y Lexa la llamó con un gesto impaciente. Gaia se acercó sin prisas.

–¿Quiénes son esos hombres que están con Lady Griffin? – preguntó, señalando a Clarke.

Gaia entornó los ojos tras sus gafas.

–Vaya… Uno de ellos es Lord Finn Collins. El otro es un Hasting, aunque no conozco su nombre.

–Pareces sorprendida.

–Las Casas Collins y Hasting son rivales políticas de la Casa Griffin, señora. Los nobles suelen visitarse en fiestas más pequeñas tras los bailes, para hacer alianzas… –La terrisana hizo una pausa y se volvió hacia ella–. Creo que maese Raven querrá enterarse de esto. Es hora de marcharnos.

–Estoy de acuerdo. Y mis pies también. Vámonos.

Gaia asintió y las dos se dirigieron hacia la puerta.

–¿Por qué has tardado tanto? – preguntó Lexa mientras esperaban a que un criado le trajera su chal.

–He regresado varias veces, señora –dijo Gaia–. Pero siempre estabas bailando. Me ha parecido mejor hablar con los criados que estar de pie detrás de tu mesa.

Lexa asintió, aceptó su chal y ambos bajaron las escaleras alfombradas, Gaia detrás. El paso de Lexa era rápido: quería volver y contarle a Raven los nombres que había memorizado antes de olvidar la lista entera. Se detuvo en el rellano, esperando a que un criado trajera su carruaje. Mientras lo hacía, notó algo extraño. Una pequeña perturbación tenía lugar a poca distancia entre las brumas. Dio un paso adelante, pero Gaia colocó una mano sobre su hombro, reteniéndola. Una dama no se internaría en las brumas. Recurrió al cobre y el estaño, pero esperó: la perturbación se acercaba. Un guardia salió de la bruma tirando de una forma pequeña que se debatía: un niño skaa con la ropa sucia y la cara manchada de hollín. El soldado hizo ante Lexa una amplia reverencia, pidiéndole disculpas mientras se acercaba a uno de los capitanes de la guardia. Lexa quemó estaño para oír lo que decían.

–Un pinche de las cocinas –dijo el soldado–. Trató de pedir limosna a uno de los nobles que iba en un carruaje cuando se ha detenido a esperar que abrieran las verjas.

El capitán simplemente asintió. El soldado se llevó a su cautivo entre las brumas camino del lejano patio. El niño se debatía y el soldado gruñó, molesto, agarrándolo con fuerza. Lexa lo vio marchar mientras Gaia mantenía la mano sobre su hombro, como intentando retenerla. Naturalmente, no podía ayudar al niño. No debería haber…

En la bruma, más allá de la vista de la gente corriente, el soldado sacó una daga y le cortó la garganta al pequeño. Lexa dio un respingo, anonadada, mientras los sonidos de la resistencia del niño se apagaban. El guardia dejó caer el cuerpo, luego lo agarró por una pierna y empezó a arrastrarlo.

Lexa se quedó allí de pie, conmocionada, mientras llegaba su carruaje.

–Señora –la instó Gaia, pero ella no reaccionó.

Lo han matado, pensó. Aquí mismo, a unos pocos pasos de donde los nobles esperan sus carruajes. Como si… la muerte no fuera nada extraordinario. Sólo otro skaa sacrificado. Como un animal.

O menos que un animal. Nadie mataría un cerdo en el patio de una fortaleza. La postura del guardia mientras llevaba a cabo el asesinato indicaba que simplemente estaba demasiado molesto por la resistencia del niño para esperar a estar en un sitio más adecuado. Si otros nobles habían advertido lo sucedido no prestaron atención y continuaron charlando mientras esperaban. De hecho, parecían charlar un poco más ahora que los gritos habían cesado.

–Señora –repitió Gaia, empujándola hacia delante.

Ella permitió que la llevara hasta el carruaje, su mente todavía distraída. El contraste le parecía imposible. La agradable nobleza, bailando, dentro de una habitación que resplandecía con luces y vestidos. Muerte en el patio. ¿No les importaba? ¿No sabían?

Esto es el Imperio Final, Lexa, se dijo mientras el carruaje se ponía en marcha. No olvides la ceniza porque veas un poco de seda. Si esa gente de ahí dentro supiera que eres una skaa, te habrían matado con la misma facilidad que a ese pobre niño.

Fue un pensamiento amargo que la mantuvo absorta durante todo el viaje de regreso a Fellise.