Gabriel y yo nos conocimos por casualidad…, aunque supongo que él diría que fue la «providencia».
He conocido a muchos otros filósofos desde aquel día. Son, cada uno de ellos, hombres de gran sabiduría y sorprendente sagacidad. Hombres de una importancia casi palpable.
No es así Gabriel. En cierto modo, era tan improbable que fuese profeta como yo héroe. Nunca tuvo un aire de sabiduría ceremoniosa; tampoco era un erudito religioso. La primera vez que nos vimos, estaba investigando uno de sus ridículos intereses en la gran biblioteca de Khlenni; creo que trataba de determinar si los árboles pueden pensar o no.
Que fuera quien finalmente descubrió a la gran Héroe de la profecía de Terris es un asunto que me habría dado risa si los hechos hubieran sucedido de manera algo distinta.
Capítulo 19
Raven percibió a otro alomántico latiendo entre las brumas. Las vibraciones lo sacudieron como olas rítmicas que besaran una orilla tranquila. Eran débiles, pero inconfundibles. Se agazapó sobre el muro bajo de un jardín escuchando las vibraciones. La bruma blanca continuaba su normal y plácido revoloteo, indiferente, pero la que estaba más cerca de su cuerpo se enroscaba en la corriente alomántica normal alrededor de sus miembros. Raven escrutó la noche, avivando estaño y buscando al otro alomántico. Le pareció ver a una figura agazapada sobre un muro distante, pero no podía estar segura. Sin embargo, reconocía las vibraciones alománticas. Cada metal, cuando ardía, emitía una señal clara, reconocible para aquellos experimentados con el bronce.
El hombre lejano quemó estaño, como hicieron los otros cuatro que Raven había sentido ocultos alrededor de la fortaleza Tekiel. Los cinco ojos de estaño formaban un círculo vigilando la noche en busca de intrusos.
Raven sonrió. Las Grandes Casas se estaban poniendo nerviosas. Mantener a cinco ojos de estaño de guardia no sería tan complicado para una casa como Tekiel, pero a los alománticos de los nobles no les haría ninguna gracia verse obligados a actuar como simples guardias. Y si había cinco ojos de estaño a la vez, era muy probable que varios violentos, lanzamonedas y atraedores estuvieran también de servicio. Luthadel se hallaba en silencioso estado de alerta. De hecho, las Grandes Casas estaban tan inquietas que Raven tenía problemas para encontrar huecos en sus defensas. Era una sola mujer y aunque fuese una nacida de la bruma tenía sus límites. Su éxito hasta el momento había que atribuirlo al factor sorpresa. Sin embargo, con cinco ojos de estaño de guardia, Raven no podría acercarse mucho a la fortaleza sin correr un serio riesgo de ser sorprendida. Por fortuna, Raven no necesitaba poner a prueba las defensas de Tekiel esa noche. Se arrastró por la muralla hasta los terrenos exteriores. Se detuvo junto al pozo del jardín y (quemando bronce para asegurarse de que no había alománticos cerca) se acercó a unos arbustos para recoger un gran saco. Era tan pesado que tuvo que quemar peltre para echárselo al hombro. Se detuvo un momento en la noche, tratando de escuchar sonidos en la bruma, y luego cargó con el saco hasta la fortaleza. Se detuvo junto a un gran porche encalado próximo a un pequeño estanque. Allí, descargó el saco y dejó caer al suelo su contenido, un cadáver reciente. El cuerpo, de un tal Lord Charrs Entrone, rodó hasta detenerse boca abajo, con las heridas de dagas gemelas brillando en su espalda. Raven había emboscado al hombre medio borracho en la calle de un barrio skaa y había librado al mundo de otro noble.
Lord Entrone, en particular, no sería añorado: era famoso por su retorcido sentido del placer. Las peleas de skaa, por ejemplo, eran una de sus diversiones favoritas. Dedicado a ellas había ido a pasar la noche. Entrone, y no por coincidencia, era un importante aliado político de la Casa Tekiel.
Raven dejó el cadáver tendido en un charco de su propia sangre. Los jardineros lo encontrarían y, cuando los criados se enteraran de la muerte, la obstinación de los nobles no podría mantenerla en secreto. El asesinato provocaría un clamor y la culpa sería achacada a la Casa Izenry, rival de la Casa Tekiel. Sin embargo, la muerte inesperada y sospechosa de Entrone haría recelar a la Casa Tekiel. Si empezaban a hacer indagaciones, descubrirían que quien había apostado contra Entrone la noche de la pelea de skaa había sido Crews Geffenry, un hombre cuya casa había solicitado a los Tekiel una alianza más fuerte. Crews era un nacido de la bruma reputado y un experto con los cuchillos.
Y así comenzaría la intriga. ¿El asesinato era responsabilidad de la Casa Izenry o tal vez un intento de la Casa Geffenry para alarmar aún más a Tekiel y animarlo a buscar alianzas con la baja nobleza? ¿O había una tercera casa que quería reforzar la rivalidad entre Tekiel e Izenry?
Raven saltó del muro del jardín rascándose la barba falsa que llevaba. En realidad no importaba a quién decidiera echar la culpa la Casa Tekiel; el verdadero propósito de Raven era hacerlos dudar y preocuparse, recelar y malinterpretar sus actos. El caos era su mejor aliado para alentar una guerra entre casas. Cuando esa guerra estallara por fin, cada noble muerto sería una persona menos a quien los skaa tendrían que enfrentarse en su rebelión.
En cuanto Raven se encontró a cierta distancia de la fortaleza Tekiel, lanzó una moneda y se subió a los tejados. De vez en cuando, se preguntaba qué pensaba la gente de las casas por las que pasaba al oír pasos en sus tejados. ¿Sabían que los nacidos de la bruma convertían sus viviendas en una conveniente carretera, un lugar por donde moverse sin ser molestados por guardias o ladrones? ¿O atribuían los golpes a los siempre aterradores espectros?
Probablemente no se dan ni cuenta. Las personas cuerdas ya duermen cuando salen las brumas. Aterrizó en un tejado a dos aguas, recuperó su reloj de bolsillo delhueco donde lo había dejado, comprobó la hora y luego lo guardó de nuevo, juntocon el peligroso metal del que estaba hecho. Muchos nobles llevaban metal demanera ostentosa, una bravata estúpida. Habían heredado la costumbre directamentedel Lord Legislador. A Raven, sin embargo, no le gustaba llevar encima ningúnmetal (reloj, anillo o brazalete) innecesario.Se lanzó de nuevo al aire, dirigiéndose hacia los Laberintos de Hollín, un barrioskaa situado al norte de la ciudad. Luthadel era enorme y se extendía en todasdirecciones; cada pocas décadas se añadían nuevos barrios y la muralla de la ciudadse ampliaba con el sudor y el esfuerzo de la mano de obra skaa. Con la llegada de lamoderna era de los canales, la piedra se había vuelto relativamente barata y fácil detrasladar.
Me pregunto por qué se preocupa por la muralla, pensó Raven, moviéndose por los tejados en paralelo a la enorme estructura. ¿Quién va a atacar? El Lord Legislador lo controla todo. Ni siquiera las islas occidentales resisten ya.
Hacía siglos que no había una verdadera guerra en el Imperio Final. La «rebelión» ocasional consistía en unos cuantos miles de hombres ocultos en montañas o cuevas que realizaban ataques esporádicos. Ni siquiera la rebelión de Jasper se basaba mucho en la fuerza: contaban con que el caos de una guerra entre casas, mezclado con la confusión estratégica de la Guarnición de Luthadel les diera una oportunidad. En una campaña extensa, Raven perdería. El Lord Legislador y el Ministerio de Acero podían reunir literalmente a millones de soldados si era necesario. Naturalmente, tenía otro plan. Raven no hablaba de él y apenas se atrevía a considerarlo. Probablemente no tuviera ocasión de llevarlo a cabo. Pero si se daba…
Saltó al suelo en los Laberintos de Hollín, luego se arrebujó en su capa y caminó por la calle con paso confiado. Su contacto estaba sentado a la puerta de un taller cerrado, fumando tranquilamente una pipa. Raven alzó una ceja: el tabaco era un lujo caro. Murphy era un manirroto o tenía tanto éxito como había dado a entender Monty.
Murphy apartó la pipa y se puso en pie…, aunque eso no lo convirtió en mucho más alto. Delgado y calvo, hizo una profunda reverencia.
–Saludos, mi señor.
Raven se paró ante el hombre, los brazos ocultos bajo la capa de bruma. No le interesaba que un informador callejero se diera cuenta de que la «noble» desconocida con el que se reunía tenía en los brazos las cicatrices de Hathsin.
–Vienes bien recomendado –dijo Raven, imitando el acento despectivo de una noble.
–Soy uno de los mejores, mi señor.
Todo el que es capaz de sobrevivir tanto como tú debe de ser bueno, pensó Raven. A los lores no les gustaba la idea de que otros hombres conocieran sus secretos. Los informadores no solían vivir mucho.
–Necesito saber algo, informador –dijo Raven–. Pero primero debes jurar que nunca le hablarás a nadie de este encuentro.
–Por supuesto, mi señor –dijo Murphy. Probablemente rompería la promesa antes de que acabara la noche: otro motivo por el que los informadores no solían vivir mucho–. Está, sin embargo, el asunto del pago…
–Tendrás tu dinero, skaa –replicó Raven.
–Por supuesto, mi señora –dijo Murphy, agachando rápidamente la cabeza–. Pediste información sobre la Casa Renoux, creo…
–Sí. ¿Qué se sabe? ¿Con qué casas está aliada? Debo saber esas cosas.
–En realidad no hay mucho que saber, mi señor. Lord Renoux es nuevo en la zona, y es un hombre cuidadoso. No tiene ni aliados ni enemigos por el momento… Está comprando gran número de armas y armaduras, pero probablemente lo hace para una amplia gama de casas y mercaderes, para congraciarse con todos. Una sabia táctica. Tendrá, tal vez, un exceso de mercancía, pero también un exceso de amigos, ¿no?
Raven bufó.
–No veo por qué debería pagarte por eso.
–Tendrá demasiada mercancía, mi señor –dijo Murphy rápidamente–. Podrías sacar un buen beneficio de saber que Renoux consigna con pérdidas.
–No soy ningún mercader, skaa –dijo Raven–. ¡No me importan los beneficios ni las consignaciones!
Dejemos que se lo trague. Ahora piensa que pertenezco a una Gran Casa… Naturalmente, si no lo ha sospechado ya por la capa, entonces no se merece la reputación que tiene.
–Por supuesto, mi señor –dijo Murphy rápidamente–. Hay más, claro…
Ah, ahora lo veremos. ¿Se sabe en la calle que la Casa Renoux está relacionada con los rumores de rebelión? Si alguien había descubierto ese secreto, entonces elgrupo de Raven corría un serio peligro.
Murphy tosió con suavidad, tendiendo la mano.
–¡Hombre insufrible! – gruñó Raven lanzando una bolsa de monedas a los pies de Murphy.
–Sí, mi señor –dijo Murphy, cayendo de rodillas y rebuscando con la mano–. Pido disculpas, mi señor. Mi vista es débil. Apenas puedo ver mis propios dedos delante de la cara.
Astuto, pensó Raven mientras Murphy encontraba la bolsa y la guardaba. El comentario sobre su agudeza visual era, naturalmente, mentira: nadie llegaba muy lejos en los bajos fondos con semejante impedimento. Sin embargo, un noble que creyera que su informador era medio ciego temería menos ser identificado. No es que a Raven le preocupara: llevaba uno de los mejores disfraces de Monty. Además de la barba, llevaba una nariz falsa pero realista, plataformas en los zapatos y maquillaje para aclararse la tez.
–¿Has dicho que había más? Te lo juro, skaa, si no merece la pena…
–La merece –dijo Murphy rápidamente–. Lord Renoux está considerando una unión entre su sobrina, Lady Valette, y Lady Clarke Griffin.
Raven se quedó parado. No me esperaba esto…
–Eso es una tontería. Griffin está muy por encima de Renoux.
–Se vio a los dos jóvenes hablando, y largamente, en el baile de los Griffin hace un mes.
Raven se rió, despectivo.
–Eso lo sabe todo el mundo. No significó nada.
–¿No? – preguntó Murphy–. ¿Sabe todo el mundo que Lady Clarke Griffin habló muy bien de la muchacha a sus amigos, un grupo de nobles filósofos que frecuentan la Pluma Rota?
–Los jóvenes hablan de mujeres –dijo Raven–. No significa nada. Devuélveme esas monedas.
–¡Espera! – dijo Murphy, aprensivo por primera vez–. Hay más. Lord Renoux y Lady Griffin han tenido tratos secretos.
-¿Qué?
–Es cierto –continuó Murphy–. Es una noticia fresca… Yo mismo la he oído hace apenas una hora. Hay una relación entre Renoux y Griffin. Y, por algún motivo, Lord Renoux ha podido conseguir que asignaran a Clarke Griffin para que vigilara a Lady Valette en los bailes –bajó la voz–. Incluso se susurra que Lord Renoux ejerce algún tipo de… presión sobre la Casa Griffin.
¿Qué sucedió anoche en el baile?, pensó Raven. Sin embargo, en voz alta, dijo:
–Todo eso parece muy poca cosa, skaa. ¿No tienes nada más que tontas especulaciones?
–No sobre la Casa Renoux, mi señor –dijo Murphy–. ¡Lo intenté, pero tu interés por esa casa carece de sentido! Deberías buscar una casa más centrada en la política. Como, por ejemplo, la Casa Elariel…
Raven frunció el ceño. Al mencionar a Elariel, Murphy estaba dando a entender que tenía información importante que valdría el pago de Raven. Parecía que los secretos de la Casa Renoux estaban a salvo. Era el momento de pasar a hablar de otras casas, para que Murphy no recelara del interés de Raven en Renoux.
–Muy bien –dijo Raven–. Pero si esto no merece mi tiempo…
–Lo merece, mi señor. Lady Ontari Elariel es una aplacadora.
–¿Pruebas?
–La sentí tocar mis emociones, mi señor –dijo Murphy–. Durante un incendio en la fortaleza Elariel hace una semana, ella estuvo allí calmando las emociones de los criados.
Raven había provocado ese incendio. Por desgracia, no se había extendido más allá de las casetas de los guardias.
–¿Qué más?
–La Casa Elariel le ha dado recientemente permiso para usar sus poderes en actos de la corte –dijo Murphy–. Temen una guerra entre casas y desean que establezca todas las alianzas posibles. Siempre lleva un sobrecito de recortes de latón en el guante derecho. Que un buscador se acerque a ella en un baile y ya verás. ¡Mi señor, no miento! Mi vida como informador depende únicamente de mi reputación. Ontari Elariel es una aplacadora.
Raven calló, como si reflexionara. La información le resultaba inútil, pero su verdadero propósito (averiguar cosas sobre la Casa Renoux) ya había sido satisfecho. Murphy se había ganado sus monedas, se diera cuenta o no.
Raven sonrió. Ahora a sembrar un poco más de caos.
–¿Qué hay de la relación encubierta de Ontari con Salmen Tekiel? – preguntó, escogiendo al azar el nombre de un joven noble–. ¿Crees que usó sus poderes para ganar su favor?
–Oh, sin duda, mi señor –respondió Murphy rápidamente. Raven pudo ver el brillo de excitación en sus ojos: creía que Raven le había dado un jugoso bocado de chismorreo político gratis.
–Tal vez fue ella quien garantizó a Elariel el trato con la Casa Hasting la semana pasada –murmuró Raven. No había habido semejante trato.
–Lo más probable, mi señor.
–Muy bien, skaa. Te has ganado tus monedas. Tal vez te llame en otra ocasión.
–Gracias, mi señor –dijo Murphy, haciendo una profunda reverencia.
Raven dejó caer una moneda y se lanzó al aire. Mientras aterrizaba en un tejado vio a Murphy abalanzarse para recogerla del suelo. No tuvo ningún problema para localizarla, a pesar de su «vista débil». Raven sonrió, luego continuó su camino.
Murphy no había mencionado la tardanza de Raven, pero el protagonista de su siguiente cita no sería tan comprensivo.
Se dirigió al este, hacia la plaza Ahlstrom. Se quitó la capa mientras avanzaba, luego se despojó del chaleco revelando la ajada camisa que ocultaba. Saltó a un callejón, donde dejó la capa y el chaleco, y luego recogió de la esquina dos puñados de ceniza. Frotó los copos oscuros y crujientes sobre sus brazos, enmascarando sus cicatrices, y luego los roció por su cara y su falsa barba.
El hombre que salió del callejón segundos más tarde era muy distinto del noble que se había reunido con Murphy. La barba, antes limpia, era ahora una maraña a la que le faltaban unos cuantos mechones, lo que le daba un aspecto enfermizo. Raven avanzó a trompicones, fingiendo ser cojo de una pierna, y llamó a una figura en sombras que esperaba cerca de la silenciosa fuente de la plaza.
–¿Mi señor? – preguntó Raven con voz rasposa–. Mi señor, ¿eres tú?
Lord Jake Griffin, jefe de la Casa Griffin, era un hombre imponente, incluso entre los nobles. Raven distinguió a un par de guardias a su lado; el lord no parecía impresionado en lo más mínimo por las brumas: era bien sabido que era un ojo de estaño. Griffin avanzó con firmeza, golpeando el suelo con el bastón de duelo.
–¡Llegas tarde, skaa! – exclamó.
–Mi señor, yo… yo… ¡estaba esperando en el callejón, mi señor, como acordamos!
–¡No acordamos nada de eso!
–Lo siento, mi señor –repitió Raven, haciendo una reverencia y tropezando a causa de su pierna «coja»–, Lo siento, lo siento. Estaba en el callejón. No pretendía haceros esperar.
–¿No podías vernos, hombre?
–Lo siento, mi señor. Mi vista… no es muy buena, ya sabes. Apenas puedo ver mis propias manos delante de mi cara. – Gracias por el apunte, Murphy.
Griffin bufó, tendió su bastón a un guardia y abofeteó a Raven con fuerza.
Raven cayó tambaleándose al suelo, sujetándose la mejilla.
–Lo siento, mi señor –murmuró de nuevo.
–La próxima vez que me hagas esperar, será el bastón –dijo Griffin, cortante.
Bueno, ya sé adónde iré la próxima vez que necesite un cadáver que dejar en el jardín de alguien, pensó Raven, poniéndose en pie, tambaleante.
–Ahora, vayamos al grano. ¿Cuál es esa noticia importante que prometiste darme?
–Tiene que ver con la Casa Erikell, mi señor –dijo Raven–. Sé que Su Alteza ha tenido tratos con ellos en el pasado.
–¿Y?
–Bueno, mi señor, te están estafando descaradamente. ¡Han estado vendiendo sus espadas y bastones a la Casa Tekiel por la mitad del precio que tú has estado pagando!
–¿Tienes pruebas?
–Sólo hay que mirar al nuevo armamento de Tekiel, mi señor. Mi palabra es sincera. ¡No tengo nada más que mi reputación! Si no tengo eso, no tengo mi vida.
Y no mentía. O, al menos, no del todo. Sería inútil que Raven difundiera información que Griffin no pudiera corroborar o descartar con facilidad. Parte de lo que decía era cierto: Tekiel le estaba dando una ligera ventaja a Erikell. Raven la estaba exagerando, naturalmente. Si jugaba bien sus cartas, propiciaría la ruptura entre Erikell y Griffin, y al mismo tiempo lograría que Griffin se sintiera celoso de Tekiel. Y, si Griffin acudía a Renoux en busca de armas en vez de a Erikell… Bueno, eso sería un beneficio colateral.
Jake Griffin hizo una mueca. Su casa era poderosa, increíblemente poderosa, y no dependía de ninguna industria o empresa específica para mantener sus riquezas. Era muy difícil conseguir una posición semejante en el Imperio Final, considerando los impuestos del Lord Legislador y el coste del atium. Por eso Griffin era también una poderosa herramienta para Raven. Si podía ofrecerle a aquel hombre la mezcla adecuada de verdad y ficción…
–Eso me sirve de poco –dijo Griffin de pronto–. Veamos cuánto sabes realmente, informador. Háblame de la Superviviente de Hathsin.
Raven se quedó de una pieza.
–¿Disculpa, mi señor?
–¿Quieres cobrar? – preguntó Griffin–. Bien, háblame de la Superviviente. Según los rumores ha vuelto a Luthadel.
–Sólo son rumores, mi señor –dijo Raven rápidamente–. Nunca he visto a esa Superviviente, pero dudo que esté en Luthadel… si es que vive siquiera.
–He oído decir que está planeando una rebelión skaa.
–Siempre hay necios susurrando que va a haber una rebelión skaa, mi señor –dijo Raven–. Y siempre hay quienes intentan usar el nombre de la Superviviente, pero no creo que ninguna mujer pueda haber sobrevivido a los Pozos. Podría indagar al respecto, si lo deseas, pero me temo que te decepcionará lo que encuentre. La Superviviente está muerta: el Lord Legislador no permite ese tipo de errores.
–Cierto –reflexionó Griffin–. Pero los skaa parecen convencidos con los rumores referidos a un Undécimo metal. ¿Has oído algo de eso, informador?
–Ah, sí –dijo Raven, disimulando la sorpresa–. Una leyenda, mi señor.
–Una leyenda de la que yo nunca había oído nada –dijo Griffin–. Y presto mucha atención a esas cosas. No hay tal «leyenda». Alguien muy listo está manipulando alos skaa.
–Ah… interesante conclusión, mi señor.
–En efecto –dijo Griffin–. Y, suponiendo que la Superviviente muriera en los Pozos, y si alguien se hubiera apoderado de su cadáver… sus huesos… siempre hay maneras de imitar el aspecto de una mujer. ¿Sabes de lo que hablo?
–Sí, mi señor.
–Investiga eso –dijo Griffin–. No me importan tus chismorreos: tráeme algo sobre esa mujer, o lo que sea, que dirige a los skaa. Entonces recibirás algunas monedas mías.
Griffin se volvió en la oscuridad, hizo un gesto a sus hombres y dejó atrás a una pensativa Raven.
Raven llegó a la Mansión Renoux poco después; el camino de clavos entre Fellise y Luthadel permitía viajar rápidamente entre ambas ciudades. Ella no había colocado esos clavos, ni sabía quién lo había hecho. A menudo se preguntaba qué haría si, mientras viajaba por el camino de clavos se encontraba con otro nacido de la bruma que viajara en dirección contraria.
Probablemente nos ignoraríamos el uno al otro, pensó Raven mientras aterrizaba en el patio de la Mansión Renoux. En eso somos bastante buenos.
Vislumbró a través de la bruma la mansión iluminada por linternas mientras su capa recuperada se agitaba suavemente con el viento. El carruaje vacío indicaba que Lexa y Gaia habían regresado de la Casa Elariel. Raven las encontró dentro, esperándola en un salón y hablando tranquilamente con Lord Renoux.
–Veo que tienes otro aspecto –comentó Lexa mientras Raven entraba en la habitación. Todavía llevaba su hermoso vestido rojo, aunque estaba sentada en una postura muy poco adecuada para una dama, con las piernas dobladas en el asiento.
Raven sonrió para sí. Hace unas cuantas semanas se habría quitado ese vestido nada más regresar. Acabaremos por convertirla en una dama. Tomó asiento y semesó la falsa barba manchada de hollín.
–¿Te refieres a esto? He oído decir que la barba va a volver a ponerse de moda. Intento mantenerme al día.
Lexa hizo una mueca.
–Al día en la moda de los mendigos, tal vez.
–¿Cómo te ha ido la noche, Raven? – preguntó Lord Renoux.
Raven se encogió de hombros.
–Como la mayoría de las noches. Por fortuna, parece que la Casa Renoux sigue libre de sospechas… aunque yo me he convertido en una preocupación para algunos nobles.
–¿Tú? – preguntó Renoux.
Raven asintió mientras un criado le traía un paño húmedo y caliente para limpiarse la cara y los brazos… aunque Raven no estaba segura de si los criados se preocupaban de su comodidad o de que la ceniza manchara los muebles. Se limpió los brazos, revelando las blancas cicatrices, y luego empezó a quitarse la barba.
–Parece que los skaa se han enterado de lo del Undécimo metal –continuó–. Algunos nobles han oído los rumores crecientes y los más inteligentes empiezan a preocuparse.
–¿Cómo nos afecta esto? – preguntó Renoux.
Raven se encogió de hombros.
–Difundiremos rumores contrarios para hacer que los nobles se concentren más en sí mismos y menos en mí. Aunque lo más divertido es que Lord Griffin me animó a buscar información sobre mí misma. Una mujer podría confundirse con este tipo de juego escénico… No sé tú, Renoux.
–Soy quien soy –dijo simplemente el kandra.
Raven volvió a encogerse de hombros y se volvió hacia Lexa y Gaia.
–¿Cómo os ha ido la noche?
–Frustrante –dijo Lexa con acritud.
–La señora Lexa está un poco molesta –dijo Gaia–. Cuando volvíamos de Luthadel, me contó los secretos que había recopilado mientras bailaba.
Raven se echó a reír.
–¿Poca cosa de interés?
–¡Gaia ya lo sabía todo! – exclamó Lexa–. ¡Me he pasado horas dando vueltas y parloteando con esos hombres, y todo para nada!
–Para nada no, Lexa –dijo Raven, quitándose los restos de la barba falsa–. Has hecho algunos contactos, te han visto y has puesto en práctica tus chismorreos. En cuanto a la información… Bueno, nadie va a decirte nada importante todavía. Dales un poco de tiempo.
–¿Cuánto?
–Ahora que te encuentras mejor, podrás asistir a los bailes con mayor regularidad. Dentro de unos cuantos meses deberías haber establecido suficientes contactos para empezar a buscar la información que necesitamos.
Lexa asintió, suspirando. Sin embargo, no parecía tan reacia como antes a la idea de asistir regularmente a bailes.
Gaia se aclaró la garganta.
–Maese Raven, creo que tengo que mencionar algo. En nuestra mesa estuvo sentada Lady Clarke Griffin casi toda la noche, aunque la señora Lexa encontró un modo de hacer que sus atenciones fueran menos amenazadoras para la corte.
–Sí, eso tengo entendido –respondió Raven–. ¿Qué le dijiste a esa gente, Lexa? ¿Que Renoux y Griffin son amigos?
Lexa palideció ligeramente.
–¿Cómo lo sabes?
–Soy misteriosamente poderosa –dijo Raven con un gesto de indiferencia–. De cualquier manera, todo el mundo piensa que la Casa Renoux y la Casa Griffin han hecho acuerdos comerciales secretos. Probablemente suponen que Griffin ha estado acumulando armas.
Lexa frunció el ceño.
–No pretendía llegar tan lejos…
Raven asintió, mientras se quitaba el pegamento de la barbilla.
–Así es la corte, Lexa. Las cosas pueden escaparse rápidamente de las manos. Sin embargo, no es un gran problema… aunque vas a tener que ser muy cuidadoso cuando trates con la Casa Griffin, Lord Renoux. Habrá que ver qué tipo de reacción provocan los comentarios de Lexa.
Lord Renoux asintió.
–De acuerdo.
Raven bostezó.
–Ahora, si no hay nada más, hacer de noble y de mendigo en una misma noche me ha dejado agotada…
–Hay una cosa más, maese Raven –dijo Gaia–. Al final de la velada, la señora Lexa vio a Lady Clarke salir del baile con jóvenes lores de las Casas Collins y Hasting.
Raven se detuvo y frunció el ceño.
–Una extraña combinación.
–Eso pensé yo –dijo Gaia.
–Probablemente está intentando molestar a su padre –murmuró Raven–. Confraternizar con el enemigo en público…
–Tal vez. Pero los tres parecían buenos amigos.
Raven asintió. Se puso en pie.
–Investiga eso, Gaia. Cabe la posibilidad de que Lord Griffin y su hija estén jugando con todos nosotros.
–Sí, maese Raven.
Raven salió de la habitación, se desperezó y entregó su capa de bruma a un criado. Mientras subía la escalera esta oyó rápidos pasos. Se volvió para descubrir que Lexa la seguía, el deslumbrante vestido rojo recogido para no tropezar en los escalones.
–Raven –dijo en voz baja–. Hay algo más. Algo que me gustaría contarte.
Raven alzó una ceja. ¿Algo que no quiere que ni siquiera Gaia oiga?
–A mi habitación –dijo, y ella la siguió hasta la cámara–. ¿De qué se trata? –preguntó mientras cerraba la puerta tras ella.
–Lady Clarke –dijo Lexa, bajando la cabeza, como cohibida–. Gaia no la aprecia, así que no quería mencionar esto delante de los demás. Pero he encontrado algo extraño esta noche.
–¿Qué? – preguntó Raven con curiosidad, apoyado en su escritorio.
–Clarke llevaba un puñado de libros.
Nombre de pila, pensó Raven con desaprobación. Se está enamorando de la muchacha.
–Es sabido que lee mucho –continuó Lexa–, pero alguno de esos libros… bueno, cuando se fue, les eché un vistazo.
Buena chica. Las calles te dieron al menos un puñado de buenos instintos.
–Uno de ellos llamó mi atención. Por el título iba de algo sobre el clima, pero las palabras del interior hablaban del Imperio Final y sus defectos.
Raven alzó una ceja.
–¿Qué decía exactamente?
Lexa se encogió de hombros.
–Algo así como que puesto que el Lord Legislador es inmortal su imperio debería ser más avanzado y pacífico.
Raven sonrió.
–El libro del Falso Amanecer, cualquier guardador podría citártelo entero. No creo que quede ningún ejemplar físico. Su autor, Deluse Couvre, escribió algunos otros libros aún más condenatorios. Aunque no blasfemó contra la alomancia, los obligadores hicieron una excepción en su caso y lo colgaron de un gancho de todas formas.
–Bueno –dijo Lexa–. Clarke tiene un ejemplar. Creo que una de las nobles intentaba encontrar el libro. Vi a uno de sus servidores rebuscar entre ellos.
–¿Qué noble?
–Ontari Elariel.
Raven asintió.
–Su ex prometida. Probablemente está buscando algo para chantajear a la muchacha.
–Creo que es alomántica, Raven.
Raven asintió, distraída, mientras reflexionaba sobre la información.
–Es una aplacadora. Probablemente tuvo una buena idea con esos libros, si la heredera Griffin está leyendo un título como Falso Amanecer, por no mencionar que es lo suficientemente idiota como para llevarlo encima…
–¿Tan peligroso es?
Raven se encogió de hombros.
–Moderadamente. Es un libro antiguo y no alienta a la rebelión, así que podría pasar.
Raven frunció el ceño.
–El libro parecía bastante crítico con el Lord Legislador. ¿Permite que la nobleza lea esas cosas?
–En realidad no les «permite» nada. Más bien, a veces ignora lo que hacen. Los libros prohibidos son un asunto peliagudo, Lexa: cuanto más alboroto cree el Ministerio con un texto, más atención llamará y más gente se sentirá tentada de leerlo. Falso amanecer es un libro intenso y, al no prohibirlo, el Ministerio lo condenó al anonimato.
Lexa asintió lentamente.
–Además, el Lord Legislador es mucho más permisivo con la nobleza que con los skaa. Los considera hijos de sus amigos y aliados muertos; los hombres que supuestamente lo ayudaron a derrotar la Profundidad. Ocasionalmente les permite salirse con la suya en asuntos como leer textos comprometidos o asesinar a familiares.
–Entonces… ¿el libro no es motivo de preocupación? – preguntó Lexa.
Raven se encogió de hombros.
–Tampoco diría eso. Si la joven Clarke tiene Falso Amanecer, puede que también tenga otros libros prohibidos. Si los obligadores tuvieran prueba de ello, entregarían a la joven Clarke a los inquisidores… sea noble o no. La cuestión es: ¿cómo nos aseguramos de que eso suceda? Si la heredera Griffin fuera ejecutado, la confusión política de Luthadel aumentaría.
Lexa palideció visiblemente.
Ah, pensó Raven con un suspiro interno. Decididamente, se está enamorando de ella. Tendría que haberlo previsto. ¿Enviar a una chica joven y bonita entre los nobles?
Un buitre u otro tenía que lanzarse sobre ella.
–¡No te lo he dicho para que la hagamos matar, Raven! – dijo ella–. Me había parecido que tal vez… bueno, está leyendo libros prohibidos y parece una buena mujer. Tal vez podamos usarlo como aliada o algo.
Oh, chiquilla, pensó Raven. Espero que no te haga demasiado daño cuando se harte de ti. Tendrías que ser más lista.
–No cuentes con ello –dijo en voz alta–. Puede que Lady Clarke estuviera leyendo un libro prohibido, pero eso no la convierte en nuestra amiga. Siempre ha habido nobles como ella: jóvenes filósofos y soñadores que creen que sus ideas son nuevas. Les gusta beber con sus amigos y criticar al Lord Legislador; pero, en el fondo de sus corazones, siguen siendo nobles. Nunca se enfrentarán al sistema.
–Pero…
–No, Lexa. Tienes que fiarte de mí. A Clarke Griffin no le importamos nosotros ni los skaa. Es una dama anarquista porque está de moda y es excitante.
–Me habló de los skaa –dijo Lexa–. Quiso saber si eran inteligentes y si actuaban como personas de verdad.
–¿Y su interés era compasivo o intelectual?
Ella no contestó.
–¿Lo ves? Lexa, esa mujer no es nuestra aliada… De hecho, recuerdo haberte dicho claramente que te mantuvieras apartada de ella. Cuando pasas el tiempo con Clarke Griffin pones la operación, y a tus compañeros de grupo, en peligro. ¿Comprendido?
Lexa bajó la cabeza, asintiendo.
Raven suspiró. ¿Por qué sospecho que mantenerse apartada de ella es lo último que pretende hacer? Demonios…, no tengo tiempo para ocuparme de esto ahora.
–Duerme un poco –dijo Raven–. Ya hablaremos de esto más adelante.
