Al principio, estaban aquellos que no creían que la Profundidad fuera un peligro serio, al menos no para ellos. Sin embargo, trajo consigo una plaga que he visto infectar a casi toda la tierra. Los ejércitos son inútiles contra ella. Las grandes ciudades son arrasadas por su poder. Las cosechas se pierden y la tierra muere. A eso combato. Éste es el monstruo que debo derrotar. Me preocupa haber tardado demasiado. Ya se ha producido tanta destrucción que temo por la supervivencia de la humanidad.

¿Es verdaderamente el fin del mundo, como predicen tantos filósofos?

Capítulo 22

Llegamos a Terris a principios de semana –leyó Lexa–, y tengo que decir que el paisaje me pareció maravilloso. Las grandes montañas al norte, con sus cimas nevadas y sus faldas boscosas, se alzan como dioses guardianes sobre esta tierra de verde fertilidad. Mis propias tierras del sur son llanas: creo que serían menos temibles si hubiera unas cuantas montañas para dar variedad al terreno. Aquí la gente se dedica principalmente al pastoreo, aunque no son raros los leñadores y los granjeros. Es una tierra de pastos, desde luego. Parece extraño que de un sitio tan agrícola hayan surgido las profecías y doctrinas en las que se basa el mundo entero. Escogimos a un grupo de porteadores terrisanos para que nos guíen por los difíciles pasos montañosos. Sin embargo, no son hombres corrientes. Parece que las historias son ciertas: algunos terrisanos tienen una habilidad destacada que resulta muy intrigante. De algún modo acumulan fuerzas para usarlas al día siguiente. Antes de dormir, por la noche, se pasan una hora acostados y, durante ese tiempo, se vuelven muy frágiles de aspecto, casi como si hubieran envejecido medio siglo. Sin embargo, cuando se despiertan a la mañana siguiente se vuelven muy musculosos. Al parecer, sus poderes tienen algo que ver con los brazaletes y pendientes de metal que llevan siempre. El líder de los porteadores se llama Sheidheda y es bastante taciturno. Sin embargo, Braches (inquisitivo como siempre) ha prometido interrogarlo con la esperanza de descubrir exactamente cómo se consigue esa maravillosa capacidad para hacer acopio de fuerzas. Mañana comenzaremos la fase final de nuestra peregrinación, las Montañas Lejanas de Terris. Allí, es de esperar que encuentre la paz, tanto para mí como para nuestra pobre tierra.

Mientras leía su ejemplar del diario, Lexa tomó rápidamente varias decisiones.

Primero, quedó firmemente convencida de que no le gustaba leer. Gaia no escuchaba sus quejas: sólo decía que no había practicado lo suficiente. ¿No veía que leer no era una habilidad práctica como manejar una daga o recurrir a la alomancia? A pesar de todo, continuó leyendo según sus órdenes, aunque sólo fuera para demostrar testarudamente que podía hacerlo. Le costaba entender muchas de las palabras del diario de viaje y tenía que leer en una zona apartada de la Mansión Renoux donde podía descubrir las palabras por su cuenta, tratando de descifrar el extraño estilo de letra del Lord Legislador.

La lectura continuada la llevó a la segunda conclusión: el Lord Legislador era mucho más quejica de lo que tenía derecho a ser ningún dios. Cuando las páginas del libro no estaban llenas de aburridas notas sobre los viajes del Lord Legislador, estaban repletas de reflexiones y prolijas enseñanzas morales. Lexa estaba empezando a desear no haber encontrado aquel libro.

Suspiró, acomodándose en su silla de mimbre. Una fresca brisa de principios de primavera agitaba los jardines. El aire era confortablemente húmedo gracias a la pequeña fuente que había a la izquierda, y los árboles la protegían del sol de la tarde. Ser noble, incluso una noble falsa, tenía desde luego sus ventajas. Sonaron pasos tras ella. Estaban lejos, pero Lexa se había acostumbrado a quemar un poco de estaño en todo momento. Se dio la vuelta y miró con disimulo por encima del hombro.

–¿Fantasma? – dijo con sorpresa cuando vio al joven Roan recorrer el sendero del jardín–. ¿Qué estás haciendo aquí?

Fantasma se detuvo, ruborizado.

–Perando que el Monty venga y en sequede.

–¿Monty? – dijo Lexa–. ¿Está aquí también? ¡Tal vez tenga noticias de Raven!

Fantasma asintió y se acercó.

–Armas paendaytomá porenprimera vé.

Lexa vaciló.

–Me he perdido.

–Teníamos que repartir algunas armas más –dijo Fantasma, esforzándose por no hablar en su dialecto–. Y las almacenaremos aquí durante un tiempo.

–Ah –dijo Lexa, levantándose y cepillándose el vestido–. Debería ir a verlo.

Fantasma pareció de pronto avergonzado, se ruborizó de nuevo, y Lexa ladeó la cabeza.

–¿Había algo más?

Con un súbito movimiento, Fantasma echó mano al chaleco y sacó algo. Lexa avivó peltre en respuesta, pero no era más que un pañuelo blanco y rosa. Fantasma se lo tendió.

Lexa lo aceptó, vacilante.

–¿Para qué es esto?

Fantasma se ruborizó otra vez, se dio media vuelta y se marchó.

Lexa lo vio irse, desconcertada. Miró el pañuelo. Estaba hecho de suave encaje, pero no parecía haber nada extraño en él.

Qué chico tan raro, pensó, guardándose el pañuelo en la manga. Recogió su ejemplar del diario de viajes y echó a andar por el sendero. Se estaba acostumbrando tanto a llevar vestido que apenas tenía que prestar atención a que las capas inferiores rozaran los matojos o las piedras.

Supongo que eso es en sí mismo una habilidad valiosa, pensó mientras llegaba a la entrada del jardín sin haberse enganchado el vestido en una sola rama. Abrió la puerta de muchos paneles de cristal y detuvo al primer criado que vio.

–¿Ha llegado maese Delton? – preguntó, usando el nombre falso de Monty. Se hacía pasar por uno de los mercaderes que Renoux tenía como contacto dentro de Luthadel.

–Sí, mi señora –dijo el criado–. Está reunido con Lord Renoux.

Lexa lo dejó marchar. Hubiese podido participar en la reunión, pero no le pareció bien. Lady Valette no tenía ningún motivo para asistir a un encuentro mercantil entre Renoux y Delton.

Lexa se mordió los labios, pensativa. Gaia siempre le decía que tenía que guardar las apariencias. Bien, pensó. Esperaré. Tal vez Gaia pueda decirme qué espera que haga ese muchacho loco con el pañuelo.

Se marchó a la biblioteca de arriba con la agradable sonrisa propia de una dama mientras trataba de deducir de qué estaban hablando Renoux y Monty. El hecho de traer las armas era una excusa; Monty no hubiese hecho personalmente algo tan mundano. Tal vez Raven se había retrasado. O tal vez Monty había entrado por fin en contacto con Allie: la hermana de Raven, junto con los otros nuevos iniciados de los obligadores, debía llegar pronto a Luthadel.

Monty y Renoux podrían haberme mandado llamar, pensó, molesta. Valette solía atender a los invitados con su tío.

Sacudió la cabeza. Aunque Raven hubiera dicho que era miembro pleno de la banda, los demás obviamente seguían considerándola todavía una niña. Eran amistosos y la aceptaban, pero no parecían incluirla. Probablemente lo hacían sin intención, pero no por eso era menos frustrante.

Había luz en la biblioteca. En efecto, Gaia estaba sentada traduciendo las últimas páginas del diario. Alzó la cabeza cuando Lexa entró, sonrió y asintió respetuosamente.

Tampoco lleva gafas esta vez, advirtió Lexa. ¿Por qué las usó durante tan breve espacio de tiempo antes?

–Señora Lexa –dijo, levantándose y acercándole una silla–. ¿Cómo van tus estudios del libro?

Lexa contempló las páginas que tenía en la mano.

–Bien, supongo. No comprendo por qué tengo que molestarme en leerlo… Les diste copias a Rav y Harper también, ¿no?

–Naturalmente –respondió Gaia, colocando la silla junto a su mesa–. Sin embargo, maese Raven pidió que todos los miembros del grupo leyeran las páginas. Creo que hace bien. Cuantos más ojos lean esas palabras, más probable es que descubramos los secretos ocultos que hay en ellas.

Lexa suspiró, se alisó el vestido y se sentó. El vestido blanco y azul era precioso: aunque pretendidamente para uso diario, era sólo ligeramente menos lujoso que los vestidos que usaba para las fiestas.

–Debes admitir que el texto es sorprendente –dijo Gaia mientras se sentaba–. Esta obra es el sueño de un guardador. ¡Estoy descubriendo cosas sobre mi cultura que ni siquiera sospechaba!

Lexa asintió.

–Acabo de llegar a la parte en que llegan a Terris. Con suerte, la siguiente contendrá menos listas de suministros. Sinceramente, para tratarse de un dios maligno de la oscuridad puede ser bastante aburrido.

–Sí, sí –dijo Gaia, hablando con extraño entusiasmo–. ¿Has visto que describe Terris como un lugar de «verde fertilidad»? Las leyendas de los guardadores hablan de eso. Terris es ahora una tundra de tierra congelada donde no sobrevive casi ninguna planta. Pero antiguamente fue verde y hermosa, como dice el texto.

Verde y hermosa, pensó Lexa. ¿Por qué tiene el verde que ser hermoso? Sería como tener plantas azules o púrpura… sólo algo extraño.

Sin embargo, había algo más en el libro de viajes que despertaba su curiosidad: algo que tanto Gaia como Raven no habían querido mencionar.

–Acabo de leer la parte en la que el Lord Legislador contrata a unos porteadores de Terris –dijo Lexa con cuidado–. Habla de que se volvían más fuertes durante el día porque se dejaban debilitar durante la noche.

Gaia de pronto se volvió más retraída.

–Sí, en efecto.

–¿Sabes algo de esto? ¿Tiene que ver con ser guardador?

–Sí. Pero debe permanecer en secreto. No es que no seas digna de confianza, Lexa. Sin embargo, cuanta menos gente sepa cosas sobre los guardadores, menos rumores se contarán acerca de nosotros. Lo mejor sería que el Lord Legislador empezara a creer que nos ha destruido por completo, tal como ha sido su objetivo durante los últimos mil años.

Lexa se encogió de hombros.

–Bien. Esperemos que ninguno de los secretos que Raven quiere que descubramos en este texto estén relacionados con los poderes terrisanos… Si lo están, se me han pasado por completo.

Gaia no dijo nada.

–Ah, bien –dijo Lexa desenfadadamente, hojeando las páginas que no había leído–. Parece que se pasa mucho tiempo hablando de los terrisanos. Supongo que no podré ayudar gran cosa cuando Raven vuelva.

–Tienes razón –dijo Gaia lentamente–. Aunque lo expreses de manera un poco melodramática.

Lexa sonrió.

–Muy bien –dijo Gaia con un suspiro–. Creo que no deberíamos haberte dejado pasar tanto tiempo con maese Harper.

–Los hombres del libro de viajes. ¿Son guardadores?

Gaia asintió.

–Lo que ahora llamamos guardadores eran mucho más corrientes entonces… quizás incluso más corrientes que actualmente los brumosos entre los nobles modernos. Nuestro arte se llama «feruquimia»: la habilidad de almacenar ciertos atributos físicos dentro de trozos de metal.

Lexa frunció el ceño.

–¿También quemáis metales?

–No –dijo Gaia, sacudiendo la cabeza–. Los feruquimistas no son como los alománticos… No «quemamos» nuestros metales. Los usamos como depósito. Cada trozo de metal, dependiendo del tamaño y la aleación, puede almacenar cierta cualidad física. El feruquimista conserva un atributo y recurre a esa reserva posteriormente.

–¿Atributo? ¿Como la fuerza?

Gaia asintió.

–En el texto, los porteadores de Terris se debilitan durante la noche, acumulando fuerzas en sus brazaletes para usarlas al día siguiente.

Lexa estudió el rostro de Gaia.

–¡Por eso llevas tantos pendientes!

–Sí, señora –dijo ella, y se subió las mangas. Bajo la túnica llevaba gruesos brazaletes de hierro en los antebrazos–. Mantengo ocultas algunas de mis reservas… pero llevar muchos anillos, pendientes y otras joyas siempre ha sido parte de la cultura de Terris. El Lord Legislador intentó prohibir una vez que los terrisanos tocaran o poseyeran metal alguno… de hecho, intentó imponer que llevar metales fuera privilegio de los nobles y no de los skaa.

Lexa frunció el ceño.

–Qué extraño –dijo–. Cabría pensar que son los nobles quienes no querrían llevar metal, porque eso los haría vulnerables a la alomancia.

–En efecto. Sin embargo, la moda ha sido siempre adornar los vestidos con metal. Comenzó, sospecho, con el deseo del Lord Legislador de negar a los terrisanos el derecho a tocar metal. Él mismo empezó a llevar anillos y brazaletes de metal, y los nobles siempre lo imitaron en sus modas. Hoy en día, los más ricos a menudo llevan metal como símbolo de poder y orgullo.

–Parece una estupidez.

–La moda suele serlo. De todas formas, el intento fracasó: muchos nobles sólo llevan madera pintada para que parezca metal y los terrisanos consiguieron capear el descontento del Lord Legislador en este tema. Sencillamente, era imposible llevar a la práctica que los sirvientes nunca manejen metal. Sin embargo, eso no ha impedido que el Lord Legislador tratara de exterminar a los guardadores.

–Os teme.

–Y nos odia. No sólo a los feruquimistas, sino a todos los terrisanos. – Gaia colocó una mano sobre la parte del texto que aún no había traducido–. Espero encontrar ese secreto aquí también. Nadie recuerda por qué el Lord Legislador persigue al pueblo de Terris, pero sospecho que tiene algo que ver con esos porteadores. Su líder, Sheidheda, parece un hombre muy extraño. El Lord Legislador habla a menudo de él en su narración.

–Menciona la religión –dijo Lexa–. La religión de Terris. Algo sobre unas profecías.

Gaia negó con la cabeza.

–No puedo responder a eso, señora, pues no sé más que tú de la religión de Terris.

–Pero si recopilas religiones. ¿Es que no conoces la tuya propia?

–No –respondió Gaia solemnemente–. Verás, por eso se formaron los guardadores. Hace siglos, mi pueblo ocultó a los últimos feruquimistas de Terris. Las purgas del Lord Legislador se volvían muy violentas: eso fue antes de que iniciara el programa reproductor. Entonces no éramos criados ni mayordomos…, ni siquiera éramos skaa. Éramos algo que había que destruir.

»Sin embargo, algo impidió que el Lord Legislador nos aniquilara por completo. No sé por qué… Quizá pensó que el genocidio era demasiado castigo. De todas formas, destruyó con éxito nuestra religión durante los dos primeros siglos de su dominio. La organización de guardadores se formó durante el siglo siguiente y sus miembros se dedicaron a descubrir lo que se había perdido y recordarlo para el futuro.

–¿Con feruquimia?

Gaia asintió, pasando los dedos por el brazalete de su brazo derecho.

–Éste es de cobre: permite almacenar recuerdos y pensamientos. Cada guardador lleva varios brazaletes como éste, llenos de conocimiento: canciones, relatos, oraciones, historias y lenguajes. Muchos guardadores tienen un área de interés concreta (la mía es la religión), pero todos recordamos la colección entera. Si tan sólo uno de nosotros sobrevive hasta la muerte del Lord Legislador, entonces nuestro pueblo podrá recuperar todo lo que ha perdido.

Hizo una pausa y se bajó la manga.

–Bueno, no todo lo que se ha perdido. Todavía hay cosas que faltan.

–Vuestra propia religión –dijo Lexa en voz baja–. Nunca la encontrasteis, ¿verdad?

Gaia sacudió la cabeza.

–El Lord Legislador da a entender en su libro de viajes que fueron nuestros profetas quienes le condujeron al Pozo de la Ascensión, pero incluso esto es información nueva para nosotros. ¿Qué creíamos? ¿A qué, o a quién, adorábamos? ¿De dónde procedían esos profetas de Terris, y cómo predecían el futuro?

–Yo… lo siento.

–Seguimos buscando. Acabaremos por encontrar nuestras respuestas. Aunque no lo hagamos, habremos proporcionado un servicio de valor incalculable a la humanidad. Otra gente nos considera dóciles y serviles, pero a nuestro modo hemos luchado contra él.

Lexa asintió.

–¿Y qué otras cosas puedes almacenar? Fuerza y recuerdos. ¿Algo más?

Gaia se la quedó mirando.

–Ya he dicho demasiado. Entiendes la mecánica de lo que hacemos: si el Lord Legislador menciona estas cosas en su texto, no te confundirás.

–Capacidad de visión –dijo Lexa, alzando la cabeza–. Por eso llevaste gafas durante unas cuantas semanas después de rescatarme. Necesitabas poder ver mejor esa noche, cuando me salvaste, y por eso agotaste tu provisión. Luego pasaste unas semanas con visión débil hasta que pudiste recargarla.

Gaia no respondió al comentario. Tomó su pluma con la evidente intención de volver a su trabajo como traductora.

–¿Alguna cosa más, señora?

–La verdad es que sí –respondió Lexa, sacando el pañuelo de su manga–. ¿Tienes idea de lo que es esto?

–Parece un pañuelo, señora.

Lexa alzó una ceja.

–Muy graciosa. Has pasado demasiado tiempo con Raven, Gaia.

–Lo sé –contestó él con un suspiro–. Creo que me ha corrompido. De todas maneras, no comprendo tu pregunta. ¿Qué tiene de particular ese pañuelo en concreto?

–Eso es lo que quiero saber. Fantasma me lo ha dado hace un ratito.

–Ah. Entonces tiene sentido.

–¿Qué?

–En la sociedad noble, un pañuelo es el regalo tradicional que un joven hace a una dama cuando desea cortejarla en serio.

Lexa vaciló y miró anonadada el pañuelo.

¿Qué? ¿Ese chaval está loco?

–Creo que la mayoría de los hombres de su edad están un poco locos –dijo Gaia con una sonrisa–. Sin embargo, no es inesperado. ¿No te has dado cuenta de cómo te mira cuando entras en la habitación?

–Sólo me parece que es un poco raro. ¿En qué está pensando? Es mucho más joven que yo.

–El muchacho tiene quince años, Lexa. Sólo tiene uno menos que tú.

–Dos –dijo Lexa–. Cumplí diecisiete la semana pasada.

–De todas maneras, no es mucho más joven que tú.

Lexa miró al cielo.

–No tengo tiempo para sus atenciones.

–Cabría pensar que agradecerías las oportunidades que tienes. No todo el mundo es tan afortunado.

Lexa vaciló. Es una eunuco, idiota.

–Gaia, lo siento. Yo…

Gaia agitó una mano.

–Es algo de lo que nunca he sabido lo suficiente, señora. Tal vez soy afortunada… Viviendo en los bajos fondos no es fácil criar una familia. Vaya, el pobre maese Bellamy lleva meses alejado de su esposa.

–¿Bellamy está casado?

–Pues claro. Igual que maese Jasper, creo. Protegen a sus familias separándolas de las actividades del submundo, pero para eso tienen que pasar largos periodos de tiempo separados.

–¿Quién más? – preguntó Lexa–. ¿Harper? ¿Monty?

–Maese Harper está un poco demasiado… centrada en sí misma para tener familia, creo. Maese Monty no ha hablado de su vida sentimental, pero sospecho que hay algo doloroso en su pasado. Eso no es nada extraño en los skaa de las plantaciones, como cabría esperar.

–¿Monty es de una plantación? – preguntó Lexa un tanto sorprendida.

–Naturalmente. ¿Es que no hablas nunca con tus amigos?

Amigos, Tengo amigos. Era una idea extraña.

–Tendría que continuar con mi trabajo –dijo Gaia–. Lamento tener que despedirte, pero casi he terminado la traducción…

–Por supuesto –dijo Lexa, poniéndose en pie y alisándose el vestido–. Gracias.

Encontró a Monty sentado en el estudio de invitados, escribiendo en silencio en un papel, con un montón de documentos perfectamente organizados al lado. Llevaba un traje de noble clásico, y como siempre parecía más cómodo con esa ropa que los demás. Raven era descarada, Harper, inmaculada y llamativa, pero Monty… simplemente llevaba con naturalidad aquel atuendo.

Alzó la cabeza al verla entrar.

–¿Lexa? Lo siento… tendría que haberte mandado llamar. Por algún motivo supuse que estabas fuera.

–A menudo lo estoy, últimamente –respondió Lexa, cerrando la puerta–. Hoy me he quedado en casa: escuchar a las nobles parlotear en el almuerzo puede ser un poco pesado.

–Me lo imagino –sonrió Monty–. Siéntate.

Lexa asintió y entró en la habitación. Era un lugar tranquilo, decorado con colores cálidos y maderas caras. Todavía había un poco de luz en el exterior, pero Monty ya había corrido las cortinas y trabajaba a la luz de las velas.

–¿Alguna noticia de Raven? – preguntó Lexa mientras se sentaba.

–No –respondió Monty, haciendo a un lado el documento–. Pero era de esperar. No iba a estar mucho tiempo en las cuevas, así que enviar un mensajero de vuelta habría sido un poco tonto… como alomántica, ella podría llegar incluso antes que un hombre a caballo. Sea como sea, sospecho que llegará unos cuantos días tarde. Después de todo, estamos hablando de Rav.

Lexa asintió y guardó silencio un momento. No había pasado tanto tiempo con Monty como con Raven y Gaia… o con Bellamy y Harper. Sin embargo, parecía un hombre agradable. Muy estable y muy listo. Mientras que la mayoría de los otros contribuía con algún tipo de poder alomántico al grupo, Monty era valioso simplemente por su capacidad organizativa. Cuando había que conseguir algo (como los vestidos de Lexa), Monty se encargaba de hacerlo. Cuando había que alquilar un edificio, procurar suministros u obtener un permiso, Monty hacía que sucediera. No estaba en primera fila, engañando a nobles, luchando en las brumas o reclutando soldados. Sin embargo, sin él, Lexa sospechaba que todo el grupo se haría pedazos.

Es un hombre agradable, se dijo. No le importará si se lo pregunto.

–Monty, ¿cómo era vivir en una plantación?

–¿Hummm? ¿La plantación?

Lexa asintió.

–Creciste en una, ¿no? ¿Eres un skaa de plantación?

–Sí –dijo Monty–. O al menos lo fui. ¿Cómo era? No estoy seguro de cómo responder, Lexa. Era una vida dura, pero la mayoría de los skaa lleva una vida dura. No se me permitía salir sin permiso de la plantación, ni salir siquiera de la comunidad. Comíamos de manera más regular que un montón de skaa callejeros, pero trabajábamos tan duro como cualquier trabajador de fábrica. Quizá más.

»Las plantaciones son algo distintas de las ciudades. Allí, cada lord es su propio amo. Técnicamente, el Lord Legislador es el dueño de los skaa, pero los nobles los alquilan y se les permite matar a tantos como quieran. Cada lord sólo tiene que asegurarse de entregar las cosechas.

–Lo dices con una… frialdad.

Monty se encogió de hombros.

–Ha pasado tiempo desde que vivía allí, Lexa. No creo que la plantación fuera demasiado traumática. Era sólo la vida… No conocíamos nada mejor. De hecho, ahora sé que de entre los lores de las plantaciones el mío era bastante compasivo.

–¿Por qué te marchaste, entonces?

Monty hizo una pausa.

–Sucedió algo –dijo, con voz triste–. ¿Conoces la ley que dice que un lord puede acostarse con cualquier mujer skaa que desee?

Lexa asintió.

–Tiene que matarla cuando termine.

–O poco después –dijo Monty–. Lo bastante rápido para que no engendre hijos mestizos.

–¿El lord tomó a una mujer que amabas, entonces?

Monty asintió.

–No hablo mucho de ello. No porque no pueda, sino porque creo que sería inútil. No soy el único skaa que perdió a un ser querido por la pasión de un lord, o incluso por la indiferencia de un lord. De hecho, apuesto a que tendrías problemas para encontrar a un skaa que no tenga a algún ser querido que no haya sido asesinado por la aristocracia. Es sólo… como son las cosas.

–¿Quién era ella?

–Una chica de la plantación. Como decía, mi historia no es original. Recuerdo… que me colé entre las chozas una noche para estar con ella. Toda la comunidad nos siguió el juego, ocultándonos de los capataces… Se suponía que yo no podía salir después de oscurecer, ya sabes. Me interné entre las brumas por primera vez, por ella, y aunque muchos me consideraron un necio por salir de noche, otros superaron sus supersticiones y me ayudaron. Creo que el romance los inspiró; Kareien y yo recordamos a todos que había algo por lo que vivir.

»Cuando Lord Devinshae se llevó a Kareien… y luego devolvió su cuerpo a las chozas para que fuera enterrado… algo… murió en las chozas de los skaa. Me marché esa noche. No sabía que hubiera una vida mejor, pero no podía quedarme, no con la familia de Kareien allí, no con Lord Devinshae viéndonos trabajar…

Monty suspiró, sacudiendo la cabeza. Lexa por fin vio emoción en su cara.

–¿Sabes? A veces hasta me sorprende que lo intentemos –dijo él–. Con todo lo que nos han hecho (las muertes, las torturas, las agonías) cabría pensar que renunciaríamos a cosas como la esperanza y el amor. Pero no lo hacemos. Los skaa siguen enamorándose. Siguen tratando de tener familia y siguen afanándose. Quiero decir… aquí estamos, luchando en la loca guerra de Rav, resistiéndonos a un dios que sabemos que va a matarnos a todos.

Lexa no dijo nada, tratando de comprender el horror de lo que él describía.

–Yo… creía que habías dicho que tu señor era amable.

–Oh, lo era –dijo Monty–. Lord Devinshae rara vez mataba a palizas a sus skaa y sólo purgaba a los viejos cuando la población se descontrolaba por completo. Tenía una reputación impecable entre la nobleza. Probablemente lo habrás visto en alguno de los bailes… Ha estado en Luthadel recientemente, para pasar el invierno, entre las temporadas de plantación.

Lexa sintió frío.

–¡Monty, eso es horrible! ¿Cómo pueden dejar a un monstruo semejante entre ellos?

Monty frunció el ceño y luego se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa.

–Lexa, todos son así.

–Sé que eso es lo que dicen algunos skaa, Monty –respondió Lexa–. Pero la gente de los bailes no es así. Los he conocido, he bailado con ellos. Monty, muchos de ellos son buena gente. Creo que no se dan cuenta de lo terribles que son las cosas para los skaa.

Monty la miró con expresión extraña.

–¿De verdad estoy oyendo esto de ti, Lexa? ¿Por qué crees que luchamos contra ellos? ¿No te das cuenta de las cosas de las que esa gente, toda esa gente, es capaz?

–Crueldad, tal vez –dijo Lexa–. E indiferencia. Pero no son monstruos… no todos ellos. No como tu antiguo lord de la plantación.

Monty sacudió la cabeza.

–No los ves como son, Lexa. Un noble puede violar y asesinar a una mujer skaa una noche y ser alabado por su moralidad y virtud al día siguiente. Para ellos los skaa no son personas. Las mujeres nobles ni siquiera consideran que sus señores las engañan cuando se acuestan con una mujer skaa.

–Yo… –Lexa no supo qué decir, cada vez más insegura. Ésa era una parte de la cultura noble a la que no había querido enfrentarse. Las palizas tal vez pudiera perdonarlas, pero eso…

Monty negó con la cabeza.

–Estás dejando que te droguen, Lexa. Estas cosas son menos nobles en las ciudades porque hay casas de prostitución, pero los asesinatos siguen. Algunos burdeles usan a mujeres de muy pobre cuna. Así son los nobles. La mayoría, sin embargo, mata periódicamente a sus putas skaa para contentar a los inquisidores.

Lexa se sintió un poco débil.

–Yo… conozco los burdeles, Monty. Mi hermano siempre me amenazaba con venderme a uno. Pero que los burdeles existan no significa que todos los hombres vayan a ellos. Hay montones de obreros que no visitan las casas de putas skaa.

–Los nobles son diferentes, Lexa –dijo Monty severamente–. Son criaturas horribles. ¿Por qué crees que no me quejo cuando Raven los mata? ¿Por qué crees que trabajo para derrocar su gobierno? Deberías preguntarle a alguno de esos niños bonitos con los que bailas con cuánta frecuencia se acuesta con mujeres skaa que saben que van a matarlas poco después. Todos lo han hecho, en un momento u otro.

Lexa agachó la cabeza.

–No se les puede redimir, Lexa –dijo Monty. No parecía tan apasionado por el tema como Raven, tan sólo… resignado–. No creo que Rav sea feliz hasta que estén todos muertos. Dudo que lleguemos tan lejos, o incluso que podamos hacerlo, pero yo, por mi parte, me sentiría más que contento si viera su sociedad desmoronarse.

Lexa no dijo nada. Todos no pueden ser así, pensó. Son tan hermosos, tan distinguidos. Clarke nunca ha tomado y asesinado a una mujer skaa…, ¿verdad?