Apenas duermo unas cuantas horas cada noche. Debemos continuar adelante, viajando cuanto podamos cada día, pero cuando finalmente me acuesto, el sueño me elude. Los mismos pensamientos que me preocupan durante el día aumentan en la quietud de la noche.
Y, por encima de todo, oigo los golpeteos de las alturas, los pulsos de las montañas. Atrayéndome con cada latido.
Capítulo 23
–Dicen que la muerte de los hermanos Geffenry fue en venganza por el asesinato de Lord Entrone –dijo Lady Kliss en voz baja.
Tras el grupo de Lexa, los músicos tocaban en el escenario, pero se hacía tarde ya y poca gente bailaba. El círculo de asistentes a la fiesta que rodeaba a Lady Kliss frunció el ceño al oír la noticia. Eran unos seis, incluyendo a Lexa y su acompañante, un tal Milen Davenpleu, un joven heredero de una casa menor.
–Vamos, Kliss –dijo Milen–. Las Casas Geffenry y Tekiel son aliadas. ¿Por qué iba Tekiel a asesinar a dos nobles Geffenry?
–¿Por qué, eh? – respondió Kliss, inclinándose hacia delante con un gesto conspirador, su enorme moño rubio oscilando levemente. Kliss no tenía demasiado sentido de la moda. Sin embargo, era una excelente fuente de chismorreos–. ¿Recuerdas cuando encontraron muerto a Lord Entrone en los jardines de Tekiel? –preguntó–. Bueno, parecía obvio que uno de los enemigos de la Casa Tekiel lo había asesinado. Pero la Casa Geffenry ha estado solicitando una alianza a Tekiel… Al parecer, una facción de la casa pensó que si sucedía algo que enardeciera a los Tekiel, estarían más dispuestos a buscar aliados.
–¿Estás diciendo que Geffenry mató a propósito a un aliado Tekiel? – preguntó Rene, el acompañante de Kliss. Arrugó la ancha frente.
Kliss le dio un golpecito en el brazo.
–No te preocupes demasiado, querido –le aconsejó, y luego volvió ansiosamente a la conversación–. ¿No lo veis? Al matar en secreto a Lord Entrone, Geffenry esperaba conseguir la alianza que necesita. Eso le daría acceso a las rutas por el canal hacia las llanuras del este.
–Pero le salió mal –dijo Milen, pensativo–. Tekiel descubrió la añagaza y mató a Ardous y Callins.
–Bailé con Ardous un par de veces en la última fiesta –dijo Lexa. Ahora está muerto, su cadáver abandonado en las calles junto a un arrabal skaa.
–¿Sí? – preguntó Milen–. ¿Era bueno?
Lexa se encogió de hombros.
–No mucho.
¿Eso es todo lo que sabes preguntar, Milen? ¿Un hombre ha muerto y sólo quieres saber si me gustaba más que tú?
–Bien, ahora está bailando con los gusanos –dijo Tyden, el último hombre del grupo.
Milen dejó escapar una risa forzada, más de lo que el comentario merecía. Los intentos de Tyden por hacer gracia generalmente dejaban algo que desear. Parecía el tipo que se habría sentido más a gusto con los rufianes de la banda de Titus que con los nobles de un salón de baile.
Naturalmente, Monty dice que en el fondo todos son así.
La conversación que había mantenido con Monty todavía dominaba sus pensamientos. Cuando Lexa había empezado a asistir a las fiestas de los nobles aquella primera noche (la noche que estuvieron a punto de matarla), todo le había parecido falso. ¿Cómo había olvidado su primera impresión? ¿Cómo se había dejado atrapar y había empezado a admirar su pose y su esplendor? Ahora, el brazo de los nobles alrededor de su cintura la hacía rechinar los dientes, como si pudiera sentir la podredumbre en sus corazones. ¿A cuántas skaa había matado Milen? ¿Y Tyden? Parecía el tipo capaz de disfrutar una noche de putas. Pero, de todas formas, ella les seguía el juego. Finalmente se había puesto el vestido negro aquella noche, obedeciendo a la necesidad de diferenciarse de las otras mujeres con sus colores vivos y sus sonrisas resplandecientes. Sin embargo, no podía evitar la compañía de los demás: Lexa había empezado por fin a ganarse la confianza que necesitaba su banda. Raven estaría encantada de conocer que su plan para la Casa Tekiel estaba funcionando, y eso no era lo único que ella había podido descubrir. Tenía docenas de pequeños fragmentos de información que serían vitales para los esfuerzos de la banda. Uno de esos fragmentos era acerca de la Casa Griffin. La familia se estaba atrincherando para lo que se esperaba que fuera una prolongada guerra entre casas; una prueba de ello era el hecho de que Clarke asistía a muchos menos bailes que antes. No es que a Lexa le importara. Cuando asistía, normalmente la evitaba, y en realidad ella no quería hablar con Clarke. El recuerdo de lo que le había dicho Monty la hacía sospechar que mantener con Clarke una actitud cortés le traería problemas.
–¿Milen? – preguntó Lord Rene–. ¿Sigues planeando unirte a nosotros para jugar mañana a las conchas?
–Por supuesto, Rene.
–¿No lo prometiste la última vez? – preguntó Tyden.
–Estaré allí –dijo Milen–. La última vez me salió un compromiso.
–¿Y no volverá a salirte otra vez? Sabes que no podemos jugar a menos que tengamos un cuarto hombre. Si no vas a asistir, podríamos invitar a otro…
Milen suspiró, y luego alzó una mano en un gesto brusco. El movimiento llamó la atención de Lexa, que sólo había estado escuchando a medias la conversación. Miró a un lado y casi dio un respingo al ver a un obligador acercarse al grupo.
Hasta ese momento había conseguido evitar a los obligadores en los bailes.
Después de su primer encuentro con un alto prelado, unos meses antes (y la subsiguiente alerta de un inquisidor), había temido acercarse a ninguno.
El obligador se aproximó, sonriendo de una manera algo torcida. Tal vez fueran los brazos cruzados con las manos ocultas por dentro de las mangas grises. Tal vez fueran los tatuajes alrededor de los ojos, arrugados por la vejez. Tal vez fuera la manera en que la miraban, como si pudieran ver a través de su disfraz. No se trataba sólo de un noble: era un obligador, los ojos del Lord Legislador, el que aplicaba su ley. El obligador se detuvo al llegar junto al grupo. Sus tatuajes lo identificaban como miembro del Cantón de la Ortodoxia, el principal brazo burocrático del Ministerio. Miró al grupo y habló con voz suave.
–¿Sí?
Milen sacó unas cuantas monedas.
–Prometo reunirme con estos dos para jugar a las conchas mañana –dijo, tendiendo las monedas al viejo obligador.
Parecía un motivo algo tonto para llamar a un obligador…, o al menos eso pensó Lexa. El obligador, sin embargo, no se rió ni recalcó la frivolidad de la demanda. Simplemente sonrió, acariciando las monedas con la misma destreza que cualquier ladrón.
–Soy testigo de ello, Lord Milen –dijo.
–¿Satisfechos? – les preguntó Milen a los otros dos.
Ellos asintieron.
El obligador se dio media vuelta, sin dirigir a Lexa otra mirada, y se marchó. Ella dejó escapar un silencioso suspiro al ver que se iba.
Deben de saber todo lo que sucede en la corte, advirtió. Si la nobleza los llama para que sean testigos de algo tan simple… Cuanto más sabía sobre el Ministerio,más se daba cuenta de lo astuto que había sido el Lord Legislador al organizarlos.Eran testigos de cada contrato mercantil; Monty y Renoux tenían que tratar con losobligadores casi a diario. Sólo ellos podían autorizar matrimonios, divorcios, comprasde terrenos o ratificar títulos hereditarios. Si un obligador no había actuado comotestigo de un hecho, no había sucedido, y si uno no había sellado un documento,entonces bien podría no haber sido escrito.
Lexa sacudió la cabeza mientras la conversación pasaba a otros temas. La noche había sido larga y su mente estaba llena de información que anotar en el camino de vuelta a Fellise.
–Disculpe, Lord Milen –dijo, posando una mano en su brazo… aunque tocarlo la hizo temblar levemente–. Creo que tal vez sea hora de que me retire.
–La acompañaré a su carruaje.
–No será necesario –dijo ella dulcemente–. Quiero refrescarme y luego tendré que esperar a mi terrisana, de todas formas. Iré a sentarme a nuestra mesa.
–Muy bien –respondió él, asintiendo respetuosamente.
–Vete si quieres, Valette –dijo Kliss–. Pero nunca sabrás la noticia que tengo sobre el Ministerio…
Lexa se detuvo.
–¿Qué noticia?
Los ojos de Kliss chispearon y miró al obligador que se marchaba.
–Los inquisidores zumban como insectos. Han golpeado al doble de bandas skaa que de costumbre estos últimos meses. Ni siquiera hacen prisioneros para ejecutarlos: los matan a todos.
–¿Cómo sabes eso? – preguntó Milen, escéptico. Parecía tan sincero y noble. Nadie hubiese sospechado lo que realmente era.
–Tengo mis fuentes –contestó Kliss con una sonrisa–. Los inquisidores han encontrado a otra banda esta misma tarde. Un escondite no muy lejos de aquí.
Lexa sintió un escalofrío. No estaban muy lejos del taller de Gustus… No, no pueden ser ellos. Monty y los demás son demasiado listos. Incluso sin Raven en la ciudad, estarán a salvo.
–Malditos ladrones –escupió Tyden–. Los malditos skaa no saben cuál es su sitio. ¿No es la comida y la ropa que les damos suficiente saqueo de nuestros bolsillos?
–Es sorprendente que las criaturas puedan sobrevivir como ladrones –dijo Carlee, la joven esposa de Tyden, con su habitual vocecita ronroneante–. No imagino qué incompetente puede dejar que los skaa le roben.
Tyden se ruborizó y Lexa lo miró con curiosidad. Carlee rara vez hablaba excepto para lanzar una pulla contra su marido. Deben de haberle robado. ¿Un timo, tal vez?
Atesorando la información para investigarla más tarde, Lexa se volvió para marcharse… Un movimiento que la plantó cara a cara con una recién llegada al grupo: Ontari Elariel.
La ex prometida de Clarke iba inmaculada, como de costumbre. Su largo cabello castaño tenía un brillo casi luminoso y su preciosa figura le recordó a Lexa lo flaca que estaba. Consciente de su propia importancia de un modo que podía hacer que incluso una persona confiada se sintiera insegura, Ontari era, como Lexa estaba empezando a comprender, exactamente lo que la mayoría de los aristócratas consideraba la mujer perfecta.
Los hombres del grupo saludaron respetuosamente con la cabeza y las mujeres hicieron una reverencia, honradas de que alguien tan importante se uniera a su conversación. Lexa miró a un lado, tratando de escapar, pero Ontari estaba justo delante.
Ontari sonrió.
–Ah, Lord Milen –le dijo al acompañante de Lexa–, lástima que su cita de esta noche enfermara. Parece que se ha tenido que contentar con las pocas opciones que quedaban.
Milen se ruborizó, pues el comentario de Ontari lo situaba hábilmente en una situación difícil. ¿Defendía a Lexa y se ganaba con ello la ira de una mujer muy poderosa? ¿O en cambio convenía con lo dicho e insultaba por tanto a su acompañante?
Tomó la salida del cobarde: ignoró el comentario.
–Lady Ontari, es un honor que se una a nosotros.
–Por supuesto –dijo Ontari llanamente, los ojos brillando de placer mientras advertía la incomodidad de Lexa.
¡Maldita mujer!, pensó Lexa. Parecía que cada vez que Ontari se aburría buscaba a Lexa para ponerla en ridículo.
–No obstante, me temo que no he venido a charlar –dijo Ontari–. Por desagradable que pueda ser, tengo asuntos que tratar con esta niña Renoux. ¿Nos disculpan?
–Naturalmente, mi señora –dijo Milen, retrocediendo–. Lady Valette, gracias por su compañía esta noche.
Lexa le asintió a él y a los demás, sintiéndose un poco como un animal herido abandonado por el rebaño. No quería hablar con Ontari aquella noche.
–Lady Ontari –dijo, una vez que estuvieron a solas–. Creo que su interés en mí carece de fundamento. No he pasado mucho tiempo con Clarke últimamente.
–Lo sé –respondió Ontari–. Parece que sobrestimé tu competencia, niña. Si te ganas el favor de una mujer mucho más importante que tú, no la dejas escapar tan fácilmente.
¿No debería estar celosa?, pensó Lexa, reprimiendo un escalofrío mientras sentía el inevitable contacto de la alomancia de Ontari sobre sus emociones. ¿No debería odiarme por ocupar su lugar?
Pero los nobles no actuaban de esa forma. Lexa no era nada: una diversión momentánea. Ontari no estaba interesada en reconquistar el afecto de Clarke: sólo quería desquitarse de la mujer que la había despreciado.
–Una chica inteligente se colocaría en situación de utilizar la única ventaja que tiene –dijo Ontari–. Si crees que cualquier otro noble importante te prestará atención alguna vez, estás muy equivocada. A Clarke le gusta escandalizar a la corte… así que, naturalmente, eligió para hacerlo a la mujer más pueblerina y simple que pudo hallar.
Aprovecha esta oportunidad: no encontrarás a otra pronto.
Lexa apretó los dientes contra los insultos y la alomancia: Ontari obviamente era una experta en el arte de obligar a la gente a aceptar los abusos que quisiera cometer.
–Bien –dijo Ontari–. Quiero información sobre ciertos textos que Clarke tiene en su poder. Sabes leer, ¿no?
Lexa asintió bruscamente.
–Bien. Lo único que tienes que hacer es memorizar los títulos de sus libros… No mires las portadas, pueden confundirte. Lee las primeras páginas y luego infórmame.
–¿Y si en lugar de eso le dijera a Clarke lo que estás planeando?
Ontari se echó a reír.
–Querida, no sabes lo que estoy planeando. Además, parece que estás haciendo algunos progresos en la corte. Sin duda, te das cuenta de que traicionarme no es algo que ni siquiera puedas plantearte.
Con esas palabras, Ontari se marchó, para ser rodeada al momento por un grupo de jóvenes nobles. Debilitado el poder aplacador de Ontari, Lexa sintió que su frustración y su ira aumentaban. Hubo una época en que simplemente se hubiese quitado de en medio, el ego demasiado herido ya para molestarse por los insultos de Ontari. Esa noche, sin embargo, deseó poder contraatacar.
Cálmate. Esto es bueno. Te has convertido en un peón en los planes de una Gran Casa: la mayoría de los nobles menores soñaría con una oportunidad semejante.
Suspiró, retirándose hacia la mesa vacía que había compartido con Milen. El baile esa noche se celebraba en la maravillosa fortaleza Hasting. Su alta y redonda torre central estaba rodeada por seis torres auxiliares, cada una erigida a corta distancia del edificio principal y conectada a él por un puente colgante. Las siete torres estaban adornadas con diseños sinuosos de cristal tintado. El salón de baile ocupaba la planta superior de la ancha torre central. Por fortuna, un sistema de plataformas con poleas tiradas por skaa evitaba que los nobles invitados tuvieran que subir andando hasta allí. El salón en sí no era tan espectacular como algunos de los que Lexa había visto: sólo una cámara cuadrada con techos en cúpula y vidrieras.
Es curioso, lo fácil que es acostumbrarse, pensó Lexa. Tal vez por eso los nobles pueden hacer todas esas cosas terribles. Llevan tanto tiempo matando que ya no les inquieta.
Le pidió a un criado que fuera a buscar a Gaia y se sentó a descansar. Ojalá Raven se dé prisa y regrese pronto, pensó. La banda, Lexa incluida, parecía menosmotivada sin ella cerca. No es que no quisiera trabajar, pero la viva inteligencia y eloptimismo de Raven la ayudaban a seguir adelante.
Alzó la cabeza casualmente y sus ojos vieron a Clarke Griffin, charlando con un grupito de jóvenes nobles. Se envaró. Una parte de ella (la parte de Lexa) quiso escabullirse y esconderse. Cabía bajo la mesa, con vestido y todo. Sin embargo, curiosamente, descubrió que su parte de Valette era más fuerte.
Tengo que hablar con ella, pensó. No por Ontari, sino porque tengo que averiguar la verdad. Monty está exagerando. Tiene que estar haciéndolo.
¿Cuándo se había vuelto tan combativa? Incluso mientras se levantaba, Lexa se sorprendió por su firme resolución. Cruzó el salón de baile, comprobando brevemente su vestido negro mientras caminaba. Uno de los compañeros de Clarke le dio un golpecito en el hombro y señaló con la cabeza a Lexa. Clarke se volvió y los otros dos hombres se apartaron.
–Vaya, Valette –dijo la joven cuando se le puso delante–. He llegado tarde. Ni siquiera sabía que estuvieras aquí.
Mentirosa. Claro que lo sabías. Valette no se perdería el baile de Hasting. ¿Cómo abordar el tema? ¿Cómo preguntar?
–Me has estado evitando –dijo.
–Bueno, yo no diría eso. He estado ocupada. Asuntos de la Casa, ya sabes. Además, te advertí que era grosera… –Guardó silencio–. ¿Valette? ¿Todo va bien?
Lexa advirtió que moqueaba levemente y sintió una lágrima en su mejilla. ¡Idiota!, pensó, frotándose los ojos con el pañuelo de Roan. ¡Te echarás a perder el maquillaje!
–¡Valette, estás temblando! – dijo Clarke, preocupada–. Ven, vamos al balcón a que te dé el aire.
Ella permitió que la apartara de los sonidos de la música y la charla y salieron al aire tranquilo y oscuro del balcón, uno de los muchos que sobresalían de la cima de la torre central Hasting y que en aquel momento estaba vacío. Una única linterna de piedra formaba parte de la balaustrada y algunas plantas de buen gusto adornaban las esquinas.
La bruma flotaba en el aire, dominante como siempre, aunque el balcón estaba lo suficientemente cerca del calor de la torre como para que allí no fuera densa. Clarke no le prestó atención. Como la mayoría de los nobles, consideraba que el miedo a la bruma era una necia superstición skaa…, cosa que, suponía Lexa, era cierta.
–¿De qué va todo esto? – preguntó Clarke–. Lo admito, te he estado ignorando. Lo siento. No te lo merecías, pero es que yo…, bueno, me pareció que estabas encajando tan bien que no necesitabas que una tipa problemática como yo te…
–¿Te has acostado alguna vez con una mujer skaa? – preguntó Lexa.
Clarke vaciló, sorprendida.
–¿De eso se trata? ¿Quién te lo ha dicho?
–¿Lo has hecho? – exigió saber Lexa.
Lord Legislador. Es cierto.
–Siéntate –dijo Clarke, acercándole una silla.
–Es cierto, ¿no? – preguntó ella, sentándose–. Lo has hecho. Él tenía razón, todos sois unos monstruos.
–Yo…
Clarke colocó una mano sobre el brazo de Lexa, pero ella lo apartó, sólo para sentir que una lágrima le corría por la cara y le manchaba el vestido. Se secó los ojos, manchando el pañuelo de maquillaje.
–Sucedió cuando yo tenía trece años –dijo Clarke en voz baja–. Mi padre pensó que era el momento de que me convirtiera en «una mujer». Yo ni siquiera sabía que iban a matar a la chica después, Valette. De verdad, no lo sabía.
–¿Y después de eso? – insistió ella, enfadada–. ¿A cuántas muchachas has asesinado, Lady Griffin?
–¡A ninguna! Nunca, Valette. No después de que descubriera lo que pasó aquella primera vez.
–¿Esperas que te crea?
–No lo sé –dijo Clarke–. Mira, sé que las mujeres de la corte suelen tachar a las mujeres como yo de brutas, pero tienes que creerme. No todas somos así.
–Me dijeron que lo eres.
–¿Quién? ¿La nobleza rural? Valette, no nos conocen. Tienen envidia porque nosotros controlamos la mayoría de los canales… Y puede que tengan razón. Sin embargo, su envidia no nos convierte en gente terrible.
–¿Qué porcentaje? – preguntó Lexa–. ¿Cuántos nobles hacen estas cosas?
–Tal vez un tercio –dijo Clarke–. No estoy segura. No es gente que yo suela frecuentar.
Ella quería creerla y ese deseo tendría que haberla vuelto más escéptica. Pero al mirar aquellos ojos, ojos que siempre le habían parecido tan sinceros, se sintió vacilar. Por primera vez que ella pudiera recordar, apartó por completo los susurros de Lincoln y, simplemente, creyó.
–Un tercio –susurró. Tantos. Pero eso es mejor que todos ellos. Se llevó la mano a los ojos para secárselos y Clarke vio el pañuelo.
–¿Quién te ha regalado eso? – preguntó con curiosidad.
–Un pretendiente.
–¿El que te ha estado contando todas esas cosas sobre mí?
–No, ése fue otro –dijo Lexa–. Él… dijo que todos los nobles… o más bien todos los nobles de Luthadel eran gente terrible. Dijo que las mujeres de la corte ni siquiera consideran que las engañan cuando sus maridos se acuestan con putas skaa.
Clarke bufó.
–Tu informador no conoce muy bien a las mujeres, entonces. Te reto a que me encuentres una dama a quien no moleste que su esposo se divierta con otra… sea skaa o noble.
Lexa asintió, tomó aire y se calmó. Se sentía ridícula… pero también en paz. Clarke se arrodilló junto a su silla, todavía claramente preocupada.
–Bueno –dijo ella–. ¿Tu padre forma parte de ese tercio?
Clarke se ruborizó a la tenue luz y agachó la cabeza.
–Le gustan toda clase de mujeres… skaa, nobles, no le importa. Todavía pienso en aquella noche, Valette. Desearía… no sé.
–No fue culpa tuya, Clarke. Sólo eras una chica de trece años que hacía lo que le dijo su padre.
Clarke apartó la mirada, pero ella ya había visto la ira y la culpa en sus ojos.
–Alguien tiene que impedir que sucedan estas cosas –dijo, y Lexa se asombró por la pasión de su voz.
Esta es una mujer que se preocupa, pensó. Una mujer como Raven o como Monty. Una buena mujer. ¿Por qué no pueden verlo?
Finalmente, Clarke suspiró, se levantó y acercó una silla. Se sentó, el codo contra el reposabrazos, y se pasó la mano por el pelo alborotado.
–Bueno, probablemente no eres la primera dama a la que hago llorar en un baile, pero sí la primera que me preocupa sinceramente. Mi caballerosidad ha alcanzado nuevas cotas.
Lexa sonrió.
–No es por ti –dijo, echándose atrás–. Han sido… unos meses muy duros. Cuando me enteré de estas cosas, no pude aceptarlas.
–Hay que combatir la corrupción de Luthadel –dijo Clarke–. El Lord Legislador ni siquiera la ve…, no quiere hacerlo.
Lexa asintió, luego miró a Clarke.
–¿Por qué me has estado evitando exactamente?
Clarke volvió a ruborizarse.
–Supuse que tenías nuevos amigos que te mantenían ocupada.
–¿Y eso qué significa?
–No me gusta mucha de esa gente a la que has estado frecuentando, Valette. Has conseguido encajar muy bien en la sociedad de Luthadel y he descubierto que jugar a la política cambia a la gente.
–Eso es fácil de decir –repuso Lexa–. Sobre todo cuando estás en la cima de la estructura política. Puedes permitirte ignorar la política… Algunos no somos tan afortunados.
–Supongo.
–Además, tú juegas a la política igual que el resto. ¿O vas a decirme que tu interés inicial no se debió al deseo de fastidiar a tu padre?
Clarke alzó las manos.
–Muy bien, considérame justamente castigada. Fui una necia y una cabeza de chorlito. Es cosa de familia.
Lexa suspiró, se acomodó en su asiento y sintió el frío susurro de la bruma en sus mejillas húmedas. Clarke no era un monstruo; en eso lo creía. Tal vez fuese una necia, pero Raven la estaba afectando. Empezaba a confiar en la gente que la rodeaba y no había nadie en quien quisiera confiar más que en Clarke Griffin. Y, si no estaban directamente relacionados con Clarke, le parecía más fácil soportar los horrores de la relación nobles–skaa. Aunque un tercio de los nobles asesinara a mujeres skaa, probablemente había algo salvable en esa sociedad. La nobleza no tendría que ser purgada: ésa era la táctica de la nobleza. Lexa tendría que asegurarse de que ese tipo de cosas no le sucedieran a nadie, fuese de la sangre que fuese.
Lord Legislador, pensó, estoy empezando a pensar como los demás… Es casi como si pensara que podemos cambiar las cosas.
Miró a Clarke, que estaba sentada de espaldas a las brumas. Parecía pensativa.
He despertado malos recuerdos, pensó Lexa, sintiéndose culpable. No me extraña que odie tanto a su padre. Anheló hacer algo que le ayudara a sentirse mejor.
–Clarke –dijo, llamando su atención–. Son como nosotros. Los skaa de las plantaciones. Me preguntaste por ellos una vez. Tuve miedo, así que actué como una noble… pero pareciste decepcionada cuando no dije nada más.
Ella se inclinó hacia delante.
–Entonces ¿has estado alguna vez con los skaa?
Lexa asintió.
–Muchas veces. Demasiadas, si le preguntas a mi familia. Tal vez por eso me enviaron aquí. Conocí muy bien a algunos skaa… a un hombre mayor, en concreto. Perdió a alguien, a una mujer a la que amaba, por un noble que quería un juguete para pasar la noche.
–¿En tu plantación?
Lexa negó rápidamente con la cabeza.
–Se escapó y llegó a las tierras de mi padre.
–¿Y lo escondiste? – preguntó Clarke, sorprendido–. ¡Se supone que los skaa fugitivos tienen que ser ejecutados!
–Le guardé el secreto. No lo conocí mucho tiempo, pero… bueno, puedo asegurarte una cosa, Clarke: su amor era tan fuerte como el de cualquier noble. Más fuerte que el de la mayoría de los que viven en Luthadel, con toda seguridad.
–¿Y su inteligencia? – preguntó Clarke ansiosamente–. ¿Parecían… retardados?
–Por supuesto que no –replicó Lexa–. Yo diría, Clarke Griffin, que he conocido a varios skaa más listos que tú. Puede que no tengan educación, pero siguen siendo inteligentes. Y están furiosos.
–¿Furiosos?
–Algunos de ellos. Por la forma en que los tratan.
–¿Lo saben, entonces? ¿Lo de las desigualdades entre ellos y nosotros?
–¿Cómo no van a saberlo? – dijo Lexa, secándose la nariz con el pañuelo. Se detuvo al advertir cuánto se había manchado de maquillaje.
–Toma –dijo Clarke, ofreciéndole su propio pañuelo–. Cuéntame más. ¿Cómo sabes estas cosas?
–Me lo dijeron ellos mismos. Confiaron en mí. Sé que están furiosos porque se quejan de la vida que llevan. Sé que son inteligentes por las cosas que mantienen ocultas a la nobleza.
–¿Como cuáles?
–Como la red subterránea –dijo Lexa–. Los skaa ayudan a los fugitivos a recorrer los canales de plantación en plantación. Los nobles no lo advierten porque nunca prestan atención a las caras de los skaa.
–Interesante.
–Además, están las bandas de ladrones. Supongo que esos skaa deben de ser bastante listos si pueden ocultarse de los obligadores y los nobles, robando a las Grandes Casas justo delante de las narices del Lord Legislador.
–Así es –dijo Clarke–. Ojalá pudiera conocer a uno de ellos, para preguntarle cómo se esconden tan bien. Deben de ser gente fascinante.
Lexa estuvo a punto de seguir hablando, pero se mordió la lengua. Probablemente ya he dicho demasiado.
Clarke la miró.
–Tú también eres fascinante, Valette. Tendría que haberme dado cuenta de que no te habías dejado corromper por todos ellos. Tal vez puedas corromperlos tú.
Lexa sonrió.
–Pero tengo que marcharme –dijo Clarke, poniéndose en pie–. He venido a la fiesta de esta noche con un propósito concreto: algunos amigos míos van a reunirse.
¡Eso es!, pensó Lexa. Uno de los hombres con los que Clarke estaba antes, aquellos que Raven y Gaia consideraban extraño que fueran sus amigos, era un Hasting.
Lexa se levantó también y le devolvió a Clarke su pañuelo.
Ella no lo aceptó.
–Quizá quieras quedártelo. No pretendía ser simplemente funcional.
Lexa miró el pañuelo. Cuando un noble quiere cortejar a una dama, le da su pañuelo.
–¡Oh! – dijo ella, guardándolo–. Gracias.
Clarke sonrió y se le acercó.
–Ese otro hombre, sea quien sea, puede llevarme ventaja a causa de mi estupidez. Sin embargo, no soy tan tonta como para dejar pasar la oportunidad de hacerle un poco la competencia.
Hizo un guiño, una leve reverencia, y regresó al salón de baile.
Lexa esperó un momento, luego echó a andar y entró por la puerta del balcón.
Clarke estaba reunido con los dos mismos jóvenes que antes, un Collins y un Hasting, enemigos políticos de los Griffin. Se detuvieron un instante y luego los tres se dirigieron hacia unas escaleras situadas a un lado de la sala.
Esas escaleras sólo conducen a un sitio, pensó Lexa mientras entraba en la sala. A las torres auxiliares.
–¿Señora Valette?
Lexa dio un respingo y se volvió para ver a Gaia que se acercaba.
–¿Podemos marcharnos?
Lexa se acercó a ella rápidamente.
–Lady Clarke Griffin acaba de desaparecer por esas escaleras con sus amigos Hasting y Collins.
–Interesante –dijo Gaia–. Y por qué… ¿Qué le ha pasado a tu maquillaje?
–No importa –respondió Lexa–. Creo que deberíamos seguirlos.
–¿Eso es otro pañuelo, señora? – preguntó Gaia–. Has estado ocupada.
–Gaia, ¿me estás escuchando?
–Sí, señora. Supongo que podrías seguirlos si quisieras, pero sería demasiado evidente. No creo que sea el mejor método de conseguir información.
–No los seguiría al descubierto –dijo Lexa tranquilamente–. Usaría la alomancia. Pero necesito tu permiso para hacerlo.
Gaia vaciló.
–Ya veo. ¿Cómo está tu costado?
–Hace siglos que está curado. Ni siquiera lo noto ya.
Gaia suspiró.
–Muy bien. Maese Raven pretendía comenzar de nuevo tu entrenamiento cuando regrese, de todas formas. Pero… ten cuidado. Es ridículo decirle esto a una nacida de la bruma, pero te lo pido igualmente.
–Lo tendré –dijo Lexa–. Me reuniré contigo en ese balcón dentro de una hora.
–Buena suerte, señora –dijo Gaia.
Lexa corría ya hacia el balcón. Dobló la esquina y se plantó ante la balaustrada de piedra y las brumas más allá. El hermoso y revoloteante vacío. Ha pasado demasiado tiempo, pensó, rebuscando en su manga y sacando un frasquito de metales. Lo bebió ansiosamente y sacó un puñado de monedas.
Entonces, por fin, se subió a la balaustrada y se abalanzó hacia las oscuras brumas.
El estaño le proporcionó visión mientras el viento agitaba su vestido. El peltre le dio fuerzas mientras volvía los ojos hacia la muralla que corría entre la torre y el edificio principal. El acero le dio poder cuando arrojó una moneda a la oscuridad. Se zambulló en el aire, cuya resistencia hizo que su vestido revoloteara, pero su alomancia era lo bastante fuerte para contrarrestarlo. La torre de Clarke era la siguiente; necesitaba llegar al puente colgante que la unía a la torre central. Lexa avivó acero, empujándose un poco más hacia arriba y luego lanzó otra moneda a las brumas, detrás de ella. Cuando golpeó la muralla, la usó para impulsarse hacia delante. Chocó contra la pared que era su objetivo demasiado despacio (los pliegues de ropa amortiguaron el golpe), pero consiguió agarrarse al borde del puente colgante. Una Lexa sin el refuerzo del metal habría tenido problemas para encaramarse al muro, pero Lexa la alomántica lo hizo fácilmente. Se agazapó y recorrió en silencio el pasadizo elevado. No había guardias, pero la torre que se alzaba ante ella tenía un puesto de guardia iluminado en su base.
No puedo ir por ahí, pensó, mirando hacia arriba. La torre parecía tener varias habitaciones, y un par de ellas estaban iluminadas. Lexa arrojó una moneda y se catapultó hacia arriba, luego tiró de la moldura de una ventana y se lanzó hasta aterrizar con suavidad en el alféizar de piedra. Los postigos estaban cerrados y tuvo que acercarse, avivando estaño, para escuchar lo que sucedía dentro.
–… los bailes duran hasta bien entrada la noche. Probablemente tendremos que poner doble guardia.
Guardias, pensó Lexa, y saltó y empujó contra el dintel de la ventana, que se sacudió cuando se impulsaba hacia el lado de la torre. Se agarró al siguiente alféizar y se aupó.
–… no lamento mi tardanza –dijo una voz familiar desde dentro. Clarke–. Es más atractiva que tú, Aden.
Una voz masculina se echó a reír.
–La poderosa Clarke Griffin, finalmente capturada por una cara bonita.
–Es más que eso, Finn –dijo Clarke–. Es amable: ayudó a algunos skaa fugitivos en su plantación. Creo que tendríamos que traerla para que hablara con nosotros.
–Ni hablar –dijo un hombre de voz grave–. Mira, Clarke, no me importa que quieras hablar de filosofía. Demonios, incluso compartiré unas cuantas copas contigo cuando lo hagas. Pero no voy a dejar que gente cualquiera venga a unirse a nosotros.
–Estoy de acuerdo con Aden –dijo Finn–. Cinco somos suficientes.
–Creo que no estáis siendo justos –dijo la voz de Clarke.
–Clarke… –suplicó otra voz.
–Muy bien –dijo Clarke–. Aden, ¿te leíste el libro que te di?
–Lo intenté. Es un poquito denso.
–Pero es bueno, ¿no?
–Bastante bueno –dijo Aden–. Comprendo por qué el Lord Legislador lo odia tanto.
–Las obras de Redalevin son mejores –dijo Finn–. Más concisas.
–No pretendo llevar la contraria –comentó una quinta voz–. ¿Pero esto es todo lo que vamos a hacer? ¿Leer?
–¿Qué tiene de malo leer? – preguntó Clarke.
–Es un poco aburrido –dijo la quinta voz.
Ahí lleva razón, pensó Lexa.
–¿Aburrido? – preguntó Clarke–. Caballeros, estas ideas, estas palabras… lo son todo. Esos hombres sabían que iban a ser ejecutados por sus palabras. ¿No podéis sentir su pasión?
–Su pasión, sí –dijo la quinta voz–. Su utilidad, no.
–Podemos cambiar el mundo –dijo Finn–. Dos de nosotros son herederos de sus casas, los otros tres son segundos herederos.
–Algún día seremos los que estén al mando –dijo Clarke–. Si llevamos estas ideas a la práctica… Justicia, diplomacia, moderación… ¡Podremos ejercer presión incluso sobre el Lord Legislador!
La quinta voz bufó.
–Puede que seas heredero de una casa poderosa, Clarke, pero los demás no somos tan importantes. Aden y Finn probablemente no heredarán nunca y Kevoux (y no es por ofender) no puede decirse que sea muy influyente. No podemos cambiar el mundo.
–Podemos cambiar la forma en que actúan nuestras casas –dijo Clarke–. Si las casas dejaran de pelear, podríamos ganar algún poder real en el gobierno, en vez de plegarnos a los caprichos del Lord Legislador.
–Cada año la nobleza se vuelve más débil –reconoció Finn–. Nuestros skaa pertenecen al Lord Legislador, igual que nuestras tierras. Sus obligadores determinan con quién podemos casarnos y qué podemos creer. Incluso nuestros canales son oficialmente de «su» propiedad. El Ministerio asesina a los hombres que hablan demasiado a las claras, o que tienen demasiado éxito. No es manera de vivir.
–Estoy de acuerdo contigo en eso –dijo Aden–. El parloteo de Clarke sobre la desigualdad de clases me parece una tontería, pero entiendo la importancia de formar un frente unido contra el Lord Legislador.
–Exactamente –dijo Clarke–. Eso es lo que tenemos que…
–¡Lexa! – susurró una voz.
Lexa dio un respingo y estuvo a punto de caerse del alféizar. Miró a su alrededor, alarmada.
–Aquí arriba –susurró la voz.
Ella alzó la mirada. Raven colgaba de otro alféizar, más arriba. Sonrió, hizo un guiño y luego indicó el puente colgante de abajo.
Lexa miró hacia la habitación de Clarke mientras Raven caía junto a ella a través de las brumas. Finalmente se soltó de su asidero y siguió a Raven, usando su misma moneda para aminorar la velocidad del descenso.
–¡Has vuelto! – dijo ansiosamente mientras aterrizaba.
–He llegado esta tarde.
–¿Qué haces aquí?
–Estudiaba a nuestra amiga –dijo Raven–. No parece que haya cambiado mucho desde la última vez.
–¿La última vez?
Raven asintió.
–Espié a ese grupito un par de veces desde que me hablaste de ellos. No tendría que haberme molestado: no son ninguna amenaza. Sólo un puñado de nobles que se reúnen para beber y debatir.
–¡Pero quieren derrocar al Lord Legislador!
–Qué va –dijo Raven con una mueca–. Están haciendo lo que hacen los nobles: planean alianzas. No es extraño que la siguiente generación empiece a organizar coaliciones para sus casas antes de llegar al poder.
–Esto es diferente.
–¿Sí? – preguntó Raven, divertida–. ¿Eres noble desde hace tanto tiempo que ya puedes decir eso?
Ella se ruborizó y Raven se echó a reír. Pasó un amistoso brazo sobre sus hombros.
–Oh, no te pongas así. Parecen chicos bastante agradables, para ser nobles. Te prometo que no mataré a ninguno de ellos, ¿de acuerdo?
Lexa asintió.
–Tal vez podamos encontrar un modo de utilizarlos… Parecen de mente más abierta que la mayoría. Pero no quiero que te lleves una decepción, Lexa. Siguen siendo nobles. Tal vez no puedan evitar ser lo que son, pero eso no cambia su naturaleza.
Igual que Monty, pensó Lexa. Raven asume lo peor acerca de Clarke. ¿Pero de verdad tenía ella algún motivo para esperar lo contrario? Para librar una batalla como la que habían emprendido Raven y Monty probablemente era más efectivo (y mucho mejor para la mente) asumir que todos sus enemigos eran malvados.
–¿Qué le ha pasado a tu maquillaje, por cierto? – preguntó Raven.
–No quiero hablar de eso –dijo Lexa, recordando su conversación con Clarke. ¿Por qué he tenido que llorar? ¡Qué idiota soy! Y la forma en que he farfullado la pregunta de si se había acostado con alguna skaa…
Raven se encogió de hombros.
–Está bien. Tendríamos que irnos… Dudo que la joven Griffin y sus camaradas discutan acerca de nada relevante.
Lexa vaciló.
–Los he escuchado en tres ocasiones distintas, Lexa –dijo Raven–. Te lo resumiré, si quieres.
–De acuerdo –dijo ella con un suspiro–. Pero le he dicho a Gaia que me reuniría con ella en la fiesta.
–Vete, pues. Prometo que no le diré que estabas espiando y usando la alomancia.
–Ella me ha dicho que podía hacerlo –repuso Lexa, a la defensiva.
–¿Ah, sí?
Lexa asintió.
–Me he equivocado entonces –dijo Raven–. Tendrás que pedirle a Gaia que te busque una capa antes de abandonar la fiesta: tienes todo el vestido manchado de ceniza. Me reuniré con vosotros en el taller de Gustus. Que el carruaje os deje allí y luego continúe hasta salir de la ciudad, para guardar las apariencias.
Lexa volvió a asentir y Raven le hizo un guiñó, saltó y se sumergió en las brumas.
