Al final, he de confiar en mí misao. He visto hombres capaces de arrancar de su interior la capacidad de reconocer la verdad y la bondad, y creo que no soy uno de ellos. Sigo viendo las lágrimas en los ojos de un niño y siento el dolor de su sufrimiento

Si alguna vez pierdo esto, entonces sabré que he llegado a un punto más allá de ninguna esperanza de redención.

Capítulo 24

Raven ya estaba en el taller cuando llegaron Lexa y Gaia, sentada con Bellamy, Gustus y Fantasma en la cocina, disfrutando de una cena tardía.

–¡Bellamy! – exclamó Lexa cuando entró por la puerta trasera–. ¡Has vuelto!

–Así es –dijo él alegremente, alzando su copa.

–¡Parece que hayas estado fuera una eternidad!

–A mí me lo dices –contestó Bellamy, divertido.

Raven se echó a reír y se levantó para servirse otra copa.

–Bellamy está un poco cansado de hacer de general.

–Tenía que llevar uniforme –se quejó Bellamy, desperezándose. En aquel momento llevaba su pantalón y su chaleco de costumbre–. Ni siquiera los skaa de las plantaciones tienen que soportar esa tortura.

–Prueba a ponerte alguna vez un vestido de gala –dijo Lexa, sentándose. Se había cepillado la parte delantera del suyo y no estaba ni la mitad de mal de lo que se había temido. La ceniza grisácea y negruzca todavía se notaba un poco sobre el tejido oscuro y las fibras estaban ásperas por haberlas frotado contra la piedra, pero apenas se notaba.

Bellamy soltó una carcajada.

–Parece que te has convertido en toda una damisela mientras he estado fuera.

–A duras penas –dijo Lexa mientras Raven le ofrecía una copa de vino. Vaciló un momento, luego dio un sorbo.

–La señora Lexa está siendo modesta, maese Bellamy –dijo Gaia mientras tomaba asiento–. Está demostrando mucha habilidad en la corte… lo hace mucho mejor que muchos nobles que he conocido.

Lexa se ruborizó y Bellamy volvió a reírse.

–¿Humildad, Lexa? ¿Dónde has adquirido una mala costumbre como ésa?

–De mí no, desde luego –dijo Raven, ofreciendo a Gaia una copa de vino. La terrisana alzó una mano en gesto de respetuoso rechazo.

–Pues claro que no ha aprendido humildad de ti, Rav –dijo Bellamy–. Tal vez se la haya enseñado Fantasma. Parece el único del grupo capaz de mantener la boca cerrada, ¿eh, chaval?

Fantasma se ruborizó, tratando claramente de evitar mirar a Lexa.

Tengo que hablar de esto con él en algún momento, pensó ella. Pero… no esta noche. Raven ha vuelto y Clarke no es una asesina: ésta es una noche para relajarse.

Oyeron pasos en las escaleras y un momento después Monty entró en la habitación.

–¿Una fiesta? ¿Y nadie me ha mandado llamar?

–Parecías ocupado –dijo Raven.

–Además –añadió Bellamy–, sabes que eres demasiado responsable para sentarte y emborracharte con un puñado de crápulas como nosotros.

–Alguien tiene que encargarse de mantener este equipo en funcionamiento –dijo Monty alegremente, sirviéndose una copa. Vaciló y miró a Bellamy–. Ese chaleco me resulta familiar…

Bellamy sonrió.

–Le arranqué las mangas a la guerrera de mi uniforme.

–¡No serías capaz! – dijo Lexa con una sonrisa.

Bellamy asintió, satisfecho consigo mismo.

Monty suspiró y siguió llenando su copa.

–Bellamy, esas cosas cuestan dinero.

–Todo cuesta dinero –contestó Bellamy–. Pero ¿qué es el dinero? Una representación física de un esfuerzo abstracto. Bien, llevar ese uniforme durante tanto tiempo ha sido un esfuerzo terrible. Yo diría que este chaleco y yo estamos empatados.

Monty puso los ojos en blanco. En la habitación principal, la puerta delantera del taller se abrió y se cerró, y Lexa oyó a Harper saludar al aprendiz de guardia.

–Por cierto, Monty –dijo Raven, apoyándose en un armario–. Voy a necesitar unas cuantas «representaciones físicas de un esfuerzo abstracto». Me gustaría alquilar un pequeño almacén para reunirme con mis informadores.

–Probablemente podamos conseguirlo –dijo Monty–. Suponiendo que mantengamos controlado el presupuesto de los vestidos de Lexa, yo… –Se interrumpió, mirando a Lexa–. ¿Qué le has hecho a ese vestido, jovencita?

Lexa se ruborizó y se encogió en su asiento. Tal vez se nota un poco más de lo que creía…

Raven se echó a reír.

–Tendrías que acostumbrarte a la ropa sucia, Monty. Lexa ha vuelto a actuar como nacida de la bruma esta noche.

–Interesante –dijo Harper entrando en la cocina–. ¿Puedo sugerir que evite luchar contra tres inquisidores de acero esta vez?

–Haré todo lo posible.

Harper se acercó a la mesa y escogió un asiento con su característico decoro. Alzó su bastón de duelo y apuntó con él a Bellamy.

–Veo que mi periodo de respiro intelectual ha llegado a su fin.

Bellamy sonrió.

–Se me ocurrieron un par de preguntas peliagudas mientras estuve fuera, y las he estado reservando para ti, Harper.

–Me muero de curiosidad –dijo Harper. Volvió el bastón hacia Roan–. Fantasma, bebida.

Fantasma se apresuró a servirle una copa de vino.

–Es tan buen chico –comentó Harper, aceptando la bebida–. Casi no tengo que darle ningún empujoncito alomántico. Si el resto de vosotros, rufianes, fuerais tan serviciales…

Fantasma frunció el ceño.

–Nostá bien el nostar de sin jugar.

–No tengo ni idea de lo que acabas de decir, chico –repuso Harper–. Así que voy a fingir que era coherente y pasaré a otra cosa.

Raven puso los ojos en blanco.

–Perder la tensión del recorte –dijo–. Sin la en necesidad de cuidao.

–Enredar el enredo de los rizos del racimo –asintió Fantasma.

–¿Pero qué estáis diciendo? – preguntó Harper, picada.

–Siendo el ser de la iluminia –dijo Fantasma–. Cortar el tener de desear de to esto.

–Siempre teniendo el hacer de to esto –coincidió Raven.

–Siempre teniendo el deseo de tener to lo que tenemos –añadió Bellamy con una sonrisa–. Luminando el deseo de siendo el no.

Harper se volvió hacia Monty, exasperada.

–Creo que nuestros compañeros se han vuelto locos del todo, querido amigo.

Monty se encogió de hombros. Entonces, con la cara completamente seria, dijo:

–En no ser es ser queriendo.

Harper se sentó, abrumada, mientras todos estallaban en carcajadas. Se encogió de hombros, indignada, sacudiendo la cabeza y murmurando acerca del declarado infantilismo del grupo.

Lexa estuvo a punto de atragantarse con el vino.

–¿Qué has dicho? – le preguntó a Monty cuando éste se sentaba a su lado.

–No estoy seguro –confesó él–. Pero me sonaba bien.

–No creo que hayas dicho nada, Monty –dijo Raven.

–Oh, sí que ha dicho algo –repuso Fantasma–. Pero no significaba nada.

Raven se echó a reír.

–Suele ser así casi siempre. He descubierto que puedes ignorar la mitad de las cosas que dice Monty y no perderte demasiado… excepto tal vez la queja ocasional de que gastas demasiado.

–¡Eh! – exclamó Monty–. ¿Una vez más he de señalar que alguien tiene que hacerse responsable? Sinceramente, la forma en que gastáis los cuartos…

Lexa sonrió. Incluso las quejas de Monty eran amables. Gustus estaba sentado junto a la pared con aspecto de cascarrabias como siempre, pero Lexa captó una ligera sonrisa en sus labios. Raven se levantó y abrió otra botella de vino, volvió a llenar las copas y le contó al grupo los preparativos del ejército skaa. Lexa se sentía… contenta. Mientras bebía vino vio la puerta abierta que conducía al taller a oscuras. Se imaginó, por un instante, que podía ver una figura en las sombras: una niña delgaducha y asustada, desconfiada, recelosa. Tenía el pelo corto y despeinado, y llevaba una sencilla camisa sucia y un par de pantalones marrones. Lexa recordó aquella segunda noche en el taller de Gustus, cuando escuchó a los demás conversar desde la oscura sala de trabajo. ¿De verdad había sido aquella niña, capaz de esconderse en la fría oscuridad, para ser testigo de las risas y la amistad con oculta envidia pero sin atreverse a unirse a ellos?

Raven hizo entonces un comentario jocoso que arrancó las risas de todos los presentes.

Tienes razón, Raven, pensó Lexa con una sonrisa. Esto es mejor.

Todavía no era como ellos: no del todo. Seis meses no podían acallar los susurros de Lincoln, ni ella podía ser tan confiada como Raven. Pero… por fin comprendía, al menos un poco, por qué ella actuaba como lo hacía.

–Muy bien –dijo Raven, acercándose una silla y sentándose a horcajadas–. Parece que el ejército estará listo en el tiempo previsto, y Allie está en su puesto. Tenemos que movernos. Lexa, ¿alguna noticia del baile?

–La Casa Tekiel es vulnerable –informó ella–. Sus aliados se dispersan y los buitres se acercan. Algunos susurran que las deudas y los negocios perdidos obligarán a Tekiel a vender su fortaleza a finales de mes. Es imposible que puedan permitirse continuar pagando los impuestos que por ella exige el Lord Legislador.

–Lo cual elimina de la ciudad, y de modo efectivo, una Gran Casa –dijo Monty–. La mayoría de los nobles de Tekiel, incluidos brumosos y nacidos de la bruma, tendrá que dirigirse a las plantaciones para tratar de recuperar pérdidas.

–Bien –se felicitó Bellamy. Cuantas más casas nobles pudieran alejar de la ciudad más fácil sería apoderarse de ella.

–Siguen quedando nueve Grandes Casas –dijo Harper.

–Pero han empezado a matarse entre sí por las noches –dijo Raven–. Están a un paso de la guerra declarada. Sospecho que veremos el inicio de un éxodo muy pronto… Todo el que no esté dispuesto a arriesgarse a ser asesinado por mantener el dominio en Luthadel dejará la ciudad durante un par de años.

–Pero las casas fuertes no parecen tener miedo –dijo Lexa–. Siguen celebrando fiestas.

–Oh, y seguirán haciéndolo hasta el final –contestó Raven–. Los bailes son magníficas excusas para reunirse con sus aliados y no perder de vista a los enemigos. Las guerras entre casas son principalmente políticas y por eso exigen campos de batalla políticos.

Lexa asintió.

–Bellamy –dijo Raven–, tenemos que echarle un ojo a la Guarnición de Luthadel. ¿Sigues planeando visitar mañana a tus contactos entre los soldados?

Bellamy asintió.

–No puedo prometer nada, pero debería poder restablecer algunos contactos. Dame un poco de tiempo y descubriré qué van a hacer los militares.

–Bien.

–Me gustaría ir con él –dijo Lexa.

Raven vaciló.

–¿Con Bellamy?

Lexa asintió.

–No me he entrenado todavía con un violento. Bellamy podría enseñarme unas cuantas cosas.

–Ya sabes quemar peltre –dijo Raven–. Lo hemos practicado.

–Lo sé –respondió Lexa. ¿Cómo podía explicarlo? Bellamy había practicado con peltre exclusivamente: tenía que ser mejor en eso que Raven.

–Oh, deja de incordiar a la chica –dijo Harper–. Probablemente está cansada de fiestas y bailes. Deja que vuelva a ser una golfilla callejera durante un rato.

–Bien –respondió Raven, encogiéndose de hombros. Se sirvió otra copa–. Harper, ¿cómo podrían apañárselas tus aplacadores si estuvieras fuera una temporada?

Harper hizo un gesto de indiferencia.

–Yo soy, naturalmente, el miembro más efectivo del grupo. Pero he entrenado a los demás: reclutarán bien sin mí, sobre todo ahora que las historias sobre la Superviviente se están haciendo tan populares.

–Por cierto, tenemos que hablar de eso, Rav –dijo Monty, frunciendo el ceño–. No estoy muy seguro de que me guste todo ese misticismo acerca de ti y el Undécimo metal.

–Podemos discutirlo más tarde.

–¿Por qué preguntas por mis hombres? – dijo Harper–. ¿Por fin sientes tanta envidia de mi impecable sentido de la moda que has decidido librarte de mí?

–Podríamos decir que sí –contestó Raven–. Estaba pensando en enviarte a sustituir a Jasper dentro de unos cuantos meses.

–¿Sustituir a Jasper? – preguntó Harper, sorprendida–. ¿Quieres decir que yo dirija el ejército?

–¿Por qué no? Eres muy buena dando órdenes.

–En segundo plano, querida amiga –dijo Harper–. No destaco. Vaya, y encima sería general. ¿Te das cuenta de lo ridículo que suena?

–Piénsatelo. El reclutamiento ya habría terminado para entonces, así que nos serías más útil si fueras a las cuevas y dejaras que Jasper regresara para trabajar aquí sus contactos.

Harper frunció el ceño.

–Supongo.

–Muy bien –dijo Raven, poniéndose en pie–. Creo que no he tomado suficiente vino. Fantasma, sé buen chico y corre a la bodega por otra botella, ¿quieres?

El muchacho asintió y la conversación pasó a temas más ligeros. Lexa se acomodó en su asiento, sintiendo el calor de la estufa de carbón que había a un lado de la habitación, contenta por el momento con disfrutar simplemente de la paz de no tener que preocuparse, luchar, ni planear.

Si Lincoln hubiese conocido algo así, pensó, acariciando abstraída su pendiente. Tal vez entonces las cosas habrían sido diferentes para él. Para nosotros.

Bellamy y Lexa se marcharon al día siguiente a visitar la Guarnición de Luthadel. Después de tantos meses haciéndose pasar por noble, Lexa había creído que le resultaría extraño vestir de nuevo ropa de calle. Sin embargo, no fue así. Cierto, era un poco diferente: no tenía que preocuparse por sentarse con decoro o caminar de modo que su vestido no rozara el suelo o las paredes sucias. De todas formas, la ropa sencilla todavía le parecía natural. Llevaba pantalones marrones, una camisa blanca suelta metida en la cintura y un chaleco de cuero. Se había recogido el pelo largo bajo una gorra. La gente de la calle la tomaría por un chico, aunque a Bellamy no parecía importarle. Y no le importaba. Lexa se había acostumbrado a que la gente la estudiara y la evaluara, pero nadie en la calle se molestó en dirigirle una sola mirada. Los esforzados obreros skaa, los nobles despreocupados, incluso skaa bien situados como Gustus… todos la ignoraron.

Casi había olvidado lo que es ser invisible, pensó Lexa. Por fortuna, las antiguas actitudes (agachar la cabeza mientras caminaba, apartarse del paso de la gente, encogerse para no llamar la atención) regresaron fácilmente. Convertirse en Lexa, la skaa callejera, fue tan sencillo como recordar una vieja melodía familiar.

En realidad, esto es otro disfraz, pensó mientras caminaba junto a Bellamy. Mi maquillaje es una leve capa de ceniza, cuidadosamente aplicada sobre mis mejillas. Mi vestido un par de pantalones manchados para que parezcan viejos y gastados. ¿Quién era ella en realidad? ¿Lexa la ladronzuela? ¿Valette la dama? ¿La conocía alguno de sus amigos? ¿Se conocía a sí misma?

–Ah, cómo echaba de menos este lugar –dijo Bellamy, caminando feliz a su lado.

Bellamy siempre parecía feliz; ella no podía imaginarlo insatisfecho a pesar de lo que había dicho sobre el tiempo que había estado dirigiendo el ejército–. Es algo extraño

–dijo, volviéndose hacia Lexa. No caminaba con el mismo aire de sumisión que Lexa había cultivado: ni siquiera parecía importarle destacar entre los otros skaa–. Probablemente no debería echar de menos este lugar… quiero decir, Luthadel es la ciudad más abarrotada y sucia del Imperio Final. Pero también tiene algo…

–¿Es aquí donde vive tu familia? – preguntó Lexa.

Bellamy negó con la cabeza.

–Viven en una ciudad más pequeña. Mi esposa es costurera allí; le dice a la gente que pertenezco a la Guarnición de Luthadel.

–¿Los echas de menos?

–Pues claro que sí. Es duro. Sólo puedo pasar unos cuantos meses seguidos con ellos… pero es mejor así. Si me mataran en un trabajo, a los inquisidores les sería difícil localizar a mi familia. Ni siquiera le he dicho a Rav en qué ciudad viven.

–¿Crees que el Ministerio se tomaría tantas molestias? Quiero decir, si ya estuvieras muerto.

–Soy un brumoso, Lexa: eso significa que todos mis descendientes tendrán algo de sangre noble. Mis hijos podrían ser alománticos, y sus hijos. No, cuando los inquisidores matan a un brumoso, se aseguran de eliminar también a sus vástagos. La única forma de mantener a salvo a mi familia es estar alejado de ellos.

–Podrías no usar tu alomancia.

Bellamy sacudió la cabeza.

–No sé si podría hacer eso.

–¿Por el poder?

–No, por el dinero –dijo Bellamy con sinceridad–. Los violentos… o los brazos de peltre, como prefiere llamarlos la nobleza, son los brumosos más buscados. Un violento competente puede enfrentarse a media docena de hombres normales y levantar más, soportar más y moverse más rápido que nadie. Estas cosas significan mucho cuando sólo puedes permitirte un equipo reducido. Mezcla a un par de lanzamonedas con cinco violentos y tendrás un pequeño ejército móvil. Hay quien está dispuesto a pagar un montón por ese tipo de protección.

Lexa asintió.

–Comprendo que el dinero resulta tentador.

–Es más que tentador, Lexa. Mi familia no tiene que vivir en casas de vecinos abarrotadas de skaa, ni tiene que pasar hambre. Mi esposa sólo trabaja para guardar las apariencias: lleva una buena vida, para ser skaa. Cuando tenga suficiente dinero, nos mudaremos al Dominio Central. Hay sitios en el Imperio Final que mucha gente no conoce… sitios donde un hombre con dinero suficiente puede llevar la vida de un noble. Sitios donde puedes dejar de preocuparte y tan sólo vivir.

–Eso parece… atractivo.

Bellamy asintió, se volvió y tomó por una calle más ancha hacia las puertas principales de la ciudad.

–Rav me contagió ese sueño. Es lo que siempre decía que quería hacer. Espero tener más suerte que ella…

Lexa frunció el ceño.

–Todo el mundo dice que era rica. ¿Por qué no se marchó?

–No lo sé. Siempre había otro trabajo… cada uno más grande que el anterior. Supongo que cuando eres jefa de una banda como ella, el juego puede volverse adictivo. Pronto el dinero ni siquiera pareció importarle. Con el tiempo, se enteró de que el Lord Legislador guardaba un secreto de valor incalculable en ese santuario secreto suyo. Si Octavia y ella se hubieran marchado antes de ese trabajo… Pero, bueno, no lo hicieron. No sé… tal vez no habrían sido felices si no hubiesen tenido que preocuparse.

La idea parecía intrigarlo y Lexa vio que daba vueltas a otra de sus «cuestiones». Supongo que cuando eres jefe de una banda como ella, el juego puede volverse adictivo…

Volvió a sentir la antigua aprensión. ¿Y si Raven se apoderaba del trono imperial? No sería tan mala como el Lord Legislador, pero… Lexa había seguido leyendo el libro de viajes. El Lord Legislador no siempre había sido un tirano. Una vez, fue un buen hombre. Un buen hombre cuya vida se había torcido.

Raven es distinta, se dijo Lexa. Hará lo adecuado.

Con todo, vacilaba. Bellamy tal vez no lo comprendiera, pero Lexa le veía el incentivo. A pesar de la depravación de los nobles, había algo embriagador en la alta sociedad. Lexa se sentía cautivada por la belleza, la música y los bailes. Su fascinación no era la misma que la de Raven (no le interesaban los juegos políticos ni los timos), pero comprendía por qué ella habría sido reacia a dejar Luthadel. Esa reluctancia había destruido a la antigua Raven pero había producido algo mejor: una Raven más decidida, menos volcada en sí misma. Por suerte. Naturalmente, sus planes también le costaron a la mujer que amaba. ¿Por eso odia tanto a la nobleza?

–¿Bellamy? ¿Raven ha odiado siempre a los nobles?

Bellamy asintió.

–Pero ahora es peor.

–A veces me asusta. Parece que quiere matarlos a todos, no importa quiénes sean.

–A mí también me preocupa eso –dijo Bellamy–. Esa historia del Undécimo metal… es casi como si estuviera convirtiéndose en una especie de santa. – Calló, luego se volvió hacia ella–. No te preocupes demasiado. Harper, Monty y yo ya hemos hablado de eso. Vamos a enfrentarnos a Rav, a ver si podemos controlarla un poco. Tiene buenas intenciones, pero tiende a pasarse un poco algunas veces.

Lexa asintió. Ante ellos, la gente en apretadas filas esperaba el permiso para cruzar las puertas de la ciudad. Bellamy y ella dejaron atrás el solemne grupo: obreros enviados a los muelles, hombres que iban a trabajar a una de las fábricas del otro lado del río o el lago, nobles menores que deseaban viajar. Todos debían tener buenos motivos para salir de la ciudad: el Lord Legislador controlaba estrictamente los viajes dentro de su reino.

Pobrecillos, pensó Lexa mientras pasaba junto a un harapiento grupo de niños que cargaban cubos y cepillos y probablemente iban a subir a la muralla a limpiar el liquen producido por la bruma en los parapetos. Ante ellos, cerca de las puertas, un oficial maldijo y empujó a un hombre fuera de la fila. El obrero skaa cayó al suelo, pero poco a poco logró ponerse en pie y se arrastró hasta el final de la cola. Era probable que si no lo dejaban salir de la ciudad no pudiera trabajar aquel día… Y no tener trabajo significaba no conseguir vales de comida para su familia.

Lexa siguió a Bellamy y ambos se encaminaron por una calle paralela a las murallas de la ciudad, al fondo de la cual Lexa vio un gran complejo de edificios. Nunca había estudiado antes los cuarteles de la Guarnición: la mayoría de los miembros de las bandas tendía a mantenerse a distancia prudente de ellos. Sin embargo, mientras se acercaban, le impresionó su aspecto defensivo. Había grandes picas montadas en la pared, rodeando todo el complejo. Los edificios del interior eran enormes y estaban fortificados. Soldados apostados en las puertas miraban con hostilidad a los transeúntes.

Lexa vaciló.

–Bellamy, ¿cómo vamos a entrar ahí?

–No te preocupes –dijo él, deteniéndose a su lado–. En la Guarnición me conocen. Además, no es tan malo como parece: los soldados sólo ponen mala cara para intimidar. Como puedes imaginar, no son muy apreciados. La mayoría de los de ahí dentro son skaa…, hombres que, a cambio de una vida mejor, se han vendido al Lord Legislador. Cada vez que hay disturbios skaa en la ciudad, la guarnición local es atacada por los descontentos. Por eso las fortificaciones.

–Entonces… ¿conoces a estos hombres?

Bellamy asintió.

–No soy como Harper o Rav, Lexa…, no sé fingir. Soy quien soy. Esos soldados no saben que soy un brumoso, pero sí que trabajo en los bajos fondos. Conozco a muchos de esos tipos desde hace años; siempre han intentado reclutarme. Generalmente tienen mejor suerte reclutando a gente como yo, que ya está fuera de la corriente principal de la sociedad.

–Pero tú vas a traicionarlos –dijo Lexa en voz baja, apartando a Bellamy a un lado del camino.

–¿Traicionarlos? No, no será ninguna traición. Esos hombres son mercenarios, Lexa. Han sido contratados para pelear y atacarán a sus amigos, incluso a sus parientes, en una algarada o una rebelión. Los soldados aprenden a comprender este tipo de cosas. Puede que seamos amigos, pero cuando se trata de luchar ninguno de nosotros vacilaría en matar a los otros.

Lexa asintió lentamente. Parecía… duro. Pero así es la vida. Dura. Esa parte de las enseñanzas de Lincoln no era mentira.

–Pobres muchachos –dijo Bellamy, mirando la Guarnición –. Podríamos haber usado a hombres como ellos. Antes de marcharme a las cuevas, conseguí reclutar a los pocos que pensé que podrían ser receptivos. El resto… bueno, eligieron su camino. Como yo, sólo intentan dar a sus hijos una vida mejor. La diferencia es que ellos están dispuestos a trabajar para él para hacerlo.

Bellamy se volvió hacia ella.

–Muy bien, ¿querías algún consejo para quemar peltre?

Lexa asintió ansiosamente.

–Los soldados suelen dejarme entrenar con ellos. Puedes verme pelear… Quema bronce para ver cuándo uso la alomancia. Lo primero y más importante que aprenderás sobre los brazos de peltre es cuándo usar tu metal. He advertido que los jóvenes alománticos tienden a avivar siempre su peltre, pensando que cuanto más fuertes sean, mejor. Sin embargo, no siempre quieres golpear con todas tus fuerzas.

»La fuerza es una parte importante de una pelea, pero no la única. Si siempre golpeas con todas tus fuerzas te cansarás más rápido y le darás a tu oponente información sobre tus limitaciones. Un hombre listo golpea más fuerte al final de una batalla, cuando su oponente está más débil. Y, en una batalla prolongada, como una guerra, el soldado listo es el que sobrevive más tiempo. Será el hombre que sepa controlarse.

Lexa asintió.

–¿Pero no tardas más en cansarte cuando usas la alomancia?

–Sí. De hecho, un hombre con suficiente peltre puede seguir luchando con casi la máxima eficacia durante horas. Pero recurrir al peltre de esa forma requiere práctica, y tarde o temprano te quedas sin metal. Cuando lo haces, la fatiga podría matarte.

»Lo que estoy tratando de explicarte es que suele ser mejor controlar la quema de peltre. Si usas más fuerza de la necesaria, podrías quedar en desequilibrio. Además, he visto a violentos que se apoyan tanto en su peltre que descuidan el entrenamiento y la práctica. El peltre aumenta tus habilidades físicas, no tu capacidad innata. Si no sabes cómo usar un arma, o si no tienes práctica pensando con rapidez en una pelea, perderás, no importa lo fuerte que seas.

»Tendré que ser muy cuidadoso con la Guarnición, puesto que no saben que soy alomántico. Te sorprenderá lo a menudo que eso es importante. Observa cómo uso el peltre. No lo avivaré sólo para conseguir fuerza: si me tambaleo, lo quemaré para que me proporcione una instantánea sensación de equilibrio. Cuando esquive, puede que lo queme para ayudarme a que me aparte un poco más rápido. Hay docenas de pequeños trucos que puedes usar si sabes cuándo hay que darse un impulso.

Lexa asintió.

–Muy bien –dijo Bellamy–. Vamos, pues. Diré a los soldados de la Guarnición que eres la hija de un pariente. Tienes aspecto bastante joven para tu edad y ni siquiera se lo pensarán dos veces. Obsérvame pelear y hablaremos más tarde.

Lexa volvió a asentir y los dos se acercaron a la Guarnición. Bellamy saludó a uno de los guardias.

–Hola, Bevidon. Tengo el día libre. ¿Anda por ahí Sertes?

–Está aquí, Bellamy –dijo Bevidon–. Pero no creo que sea el mejor día para practicar…

Bellamy alzó una ceja.

–¿No?

Bevidon compartió una mirada con uno de los otros soldados.

–Ve por el capitán –le dijo.

Instantes después, un soldado de aspecto atareado salió de un edificio lateral y saludó en cuanto vio a Bellamy. Su uniforme tenía unas cuantas tiras de color y unos cuantos trozos de metal dorado en el hombro.

–Bellamy –dijo el recién llegado.

–Sertes –respondió Bellamy con una sonrisa, estrechando la mano del hombre–. Ahora eres capitán, ¿eh?

–Desde el mes pasado –asintió Sertes. Se detuvo a mirar a Lexa.

–Es mi sobrina –dijo Bellamy–. Buena chica.

Sertes asintió.

–¿Podríamos hablar a solas un momento, Bellamy?

Bellamy se encogió de hombros y dejó que lo llevara a un lugar más apartado, junto a las puertas del complejo. La alomancia permitió a Lexa captar lo que decían. ¿Qué haría yo sin el estaño?

–Mira, Bellamy –dijo Sertes–. No podrás venir a entrenarte durante una temporada. La Guarnición va a estar… ocupada.

–¿Ocupada? – preguntó Bellamy–. ¿Cómo?

–No puedo decirlo. Pero… Bueno, nos vendría bien un soldado como tú ahora mismo.

–¿Para combatir?

–Sí.

–Debe de ser algo serio si requiere la atención de la Guarnición entera.

Sertes guardó silencio un momento y luego volvió a hablar en voz baja…, tan baja que Lexa tuvo que esforzarse para oír.

–Una rebelión –susurró Sertes–, justo aquí en el Dominio Central. Nos hemos enterado. Un ejército de rebeldes skaa apareció y atacó la Guarnición de Holstep, al norte.

Lexa sintió un súbito escalofrío.

¿Qué? –dijo Bellamy.

–Deben de haber surgido de las cavernas que hay por allí –respondió el soldado–. Las últimas noticias son que las fortificaciones de Holstep aguantan… pero Bellamy, sólo son mil hombres. Necesitan refuerzos desesperadamente y los koloss no llegarán a tiempo. La Guarnición de Valtroux envió cinco mil soldados, pero no vamos a dejárselo a ellos. Parece que las fuerzas rebeldes son grandes y el Lord Legislador nos ha dado permiso para acudir en su ayuda.

Bellamy asintió.

–¿Qué te parece? – preguntó Sertes–. Una lucha de verdad, Bellamy. Una verdadera batalla. Nos vendría bien un hombre de tu habilidad… Te haré oficial ahora mismo y tendrás tu propio escuadrón.

–Yo… tendré que pensármelo –dijo Bellamy. No era bueno ocultando sus emociones y su sorpresa no le pareció convincente a Lexa. Sertes, sin embargo, no se dio cuenta.

–No tardes demasiado –dijo Sertes–. Tenemos previsto ponernos en marcha dentro de dos horas.

–Lo haré –dijo Bellamy, con voz de desconcierto–. Déjame que vaya a dejar a mi sobrina y recoja algunas cosas. Volveré antes de que os marchéis.

–Buen hombre –dijo Sertes, y Lexa pudo ver que le daba una palmada a Bellamy en el hombro.

Nuestro ejército ha sido descubierto, pensó Lexa horrorizada. ¡No están preparados! Se suponía que tenían que tomar Luthadel con rapidez y sigilo…, no enfrentarse directamente a la Guarnición.

¡Van a masacrar a esos hombres! ¿Qué ha pasado?