CUARTA PARTE

BAILARINES EN UN MAR DE BRUMA

Me siento muy cansada.

Capítulo 26

Lexa estaba acostada en su cama en el taller de Gustus, sintiendo que la cabeza le latía. Por fortuna, el dolor iba menguando. Todavía podía recordar haberse despertado aquella primera horrible mañana: el dolor fue tan fuerte que apenas podía pensar, mucho menos moverse. No sabía cómo Raven era capaz de continuar adelante, dirigiendo a los restos de su ejército a lugar seguro. Hacía más de dos semanas de eso. Quince días enteros y todavía le dolía la cabeza. Raven decía que era bueno para ella. Sostenía que tenía que practicar su «recurso de peltre», entrenando a su cuerpo para funcionar más allá de lo que creía posible. Sin embargo, a pesar de lo que ella decía, dudaba que algo que dolía tanto pudiera ser «bueno» para ella. Naturalmente, era una habilidad útil. Lo reconocía, ahora que la cabeza no le dolía tanto. Raven y ella habían podido correr hasta el campo de batalla en un solo día. El viaje de regreso había durado dos semanas. Lexa se levantó y se desperezó, cansada. En realidad, habían vuelto hacía menos de un día. Raven probablemente había permanecido despierta la mitad de la noche explicando los acontecimientos a los otros miembros de la banda. Lexa, sin embargo, se había sentido feliz de irse directa a la cama. Las noches pasadas durmiendo sobre la dura tierra le habían recordado que una cama cómoda era un lujo al que había empezado a acostumbrarse. Bostezó, se frotó de nuevo las sienes, luego se puso una bata y entró en el cuarto de baño. Le alegró ver que los aprendices de Gustus se habían acordado de traerle una bañera. Cerró la puerta, se desnudó y se metió en el agua cálida y levemente perfumada. ¿De verdad que alguna vez le habían parecido molestos esos olores? Con el perfume pasaba menos desapercibida, cierto, pero eso parecía un precio muy bajo por librarse de la suciedad y la mugre que había acumulado durante el viaje. Sin embargo, el pelo largo le seguía pareciendo una molestia. Se lo lavó y se lo desenredó, preguntándose cómo las mujeres de la corte podían soportar un pelo que les llegaba hasta la cintura. ¿Cuánto tiempo pasarían sentadas mientras una criada se lo peinaba y arreglaba? A Lexa todavía no le llegaba a los hombros y ya le molestaba. Revoloteaba y le golpeaba la cara cuando saltaba, por no mencionar que proporcionaría a sus enemigos algo a lo que agarrarse. Cuando terminó de bañarse, regresó a su habitación, se vistió con ropa cómoda y bajó las escaleras. Los aprendices trabajaban en el taller y las criadas en el piso superior, pero la cocina estaba en silencio. Gustus, Monty, Bellamy y Harper estaban desayunando. Alzaron la cabeza cuando Lexa entró.

–¿Qué? – preguntó ella, huraña, deteniéndose en la puerta. El baño le había aliviado un poco el dolor de cabeza, pero todavía notaba una leve pulsación en la nuca.

Los cuatro intercambiaron miradas. Bellamy habló primero.

–Estábamos discutiendo el estado del plan, ahora que nuestro patrón y nuestro ejército han desaparecido.

Harper alzó una ceja.

–¿Estado? Qué forma tan interesante de expresarlo, Bellamy. Yo habría dicho «impracticabilidad».

Gustus asintió y los cuatro se volvieron hacia ella, al parecer esperando su reacción.

¿Por qué les importa tanto lo que yo piense?, pensó Lexa, entrando en la habitación y acercándose una silla.

–¿Quieres comer algo? – preguntó Monty, poniéndose en pie–. El servicio de Gustus ha preparado unos rollitos para…

–Cerveza –dijo Lexa.

Monty se quedó parado.

–Ni siquiera es mediodía.

–Cerveza. Ahora. Por favor.

Lexa se inclinó hacia delante, cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza en ellos.

Bellamy tuvo el valor de echarse a reír.

–¿Resaca de peltre?

Lexa asintió.

–Se te pasará.

–Si no me muero antes –gruñó Lexa.

Bellamy volvió a reírse, pero la risa parecía forzada. Monty le tendió una jarra a Lexa y luego se sentó, mirando a los demás.

–Bien, Lexa. ¿Qué opinas tú?

–No lo sé –contestó ella con un suspiro–. El ejército era prácticamente el centro de todo, ¿no? Harper, Bellamy y Jasper se pasaron un montón de tiempo reclutando; Monty y Renoux se ocupaban de los suministros. Ahora que los soldados han muerto… Bueno, eso sólo deja el trabajo de Allie en el Ministerio y los ataques de Rav a la nobleza… y para eso no nos necesitan a ninguno. El equipo está de más.

Todos guardaron silencio.

–Tiene una forma deprimentemente brusca de expresarlo –dijo Monty.

–Es típico de la resaca –comentó Bellamy.

–¿Cuándo has vuelto, por cierto? – preguntó Lexa.

–Anoche, después de que te fueras a dormir. La Guarnición envió pronto de vuelta a los soldados temporales, para no tener que pagarnos.

–¿Siguen ahí fuera, entonces? – preguntó Monty.

Bellamy asintió.

–Cazando al resto de nuestro ejército. La Guarnición de Luthadel relevó a las tropas de Valtroux, que estaban bastante maltrechas tras la batalla. La mayor parte de las tropas de Luthadel estará fuera una temporada todavía, buscando a los rebeldes. Al parecer, varios grupos grandes se separaron de nuestro ejército principal y huyeron antes de que empezara la batalla.

La conversación se sumió en otro silencio. Lexa bebió cerveza, más por coraje que por creer que fuera a hacerla sentir mejor. Unos cuantos minutos después sonaron pasos en las escaleras.

Raven entró en la cocina.

–Buenos días a todos –dijo con su alegría de costumbre–. Rollitos otra vez, veo. Gustus, tienes que contratar unas cocineras con más imaginación.

A pesar del comentario, dio un gran bocado a un rollito. Luego sonrió agradablemente mientras se servía algo de beber. El grupo permaneció en silencio. Los hombres se miraron. Raven se quedó de pie, apoyada contra la alacena mientras comía.

–Rav, tenemos que hablar –dijo Monty por fin–. El ejército ha desaparecido.

–Sí –contestó Raven entre bocado y bocado–. Ya me he dado cuenta.

–El trabajo se acabó, Raven –dijo Harper–. Fue un buen intento, pero fracasamos.

Raven hizo una pausa. Frunció el ceño bajando el rollito.

–¿Fracasar? ¿Qué te hace decir eso?

–El ejército ha desaparecido, Rav –dijo Bellamy.

–El ejército era solamente una pieza de nuestros planes. Hemos tenido un contratiempo, sí…, pero no hemos terminado.

–¡Oh, por todos los diablos! – exclamó Harper–. ¿Cómo puedes estar ahí plantada tan alegre? Nuestros hombres han muerto. ¿Es que no te importa?

–Me importa, Harper –contestó Raven solemne–. Pero lo hecho, hecho está. Tenemos que seguir adelante.

–¡Exactamente! – dijo Harper–. Seguir adelante y olvidar este descabellado «trabajo» tuyo. Es hora de renunciar. ¡Sé que no te gusta, pero es la pura verdad!

Raven dejó su plato en la encimera.

–No me aplaques, Harper. Nunca me aplaques.

Harper vaciló, la boca entreabierta.

–Bien –dijo por fin–. No usaré la alomancia: sólo usaré la verdad. ¿Sabes qué creo? Creo que tu intención no fue nunca apoderarte del atium.

»Nos has estado utilizando. Nos prometiste riquezas para que nos uniéramos a ti, pero nunca tuviste intención de hacernos ricos. Todo esto es por tu ego… por convertirte en la jefa de bandas más famoso que haya existido jamás. Por eso has estado divulgando esos rumores, haciendo todos esos reclutamientos. Has conocido la riqueza… ahora quieres convertirte en una leyenda.

Harper guardó silencio, la mirada llena de reproche. Raven permaneció en pie, cruzado de brazos, mirando al grupo. Varios apartaron la mirada, mostrando en la vergüenza de sus ojos que habían pensado lo que Harper estaba diciendo. Lexa era una de ellos. El silencio continuó, mientras todos esperaban una negativa.

Volvieron a sonar pasos en las escaleras y Fantasma irrumpió en la cocina.

–¡En voluntando el cuidado y en depie pa ver! ¡Una reunión, en la plaza de la fuente!

Raven no pareció sorprendida por el anuncio del muchacho.

–¿Una reunión en la plaza de la fuente? – dijo Bellamy lentamente–. Eso significa…

–Vamos –dijo Raven, irguiéndose–. Tenemos que ir a ver.

–Preferiría no hacer esto, Rav –dijo Bellamy–. Evito estas cosas por un motivo.

Raven lo ignoró. Se puso a la cabeza del grupo. Todos ellos (incluido Harper) iban vestidos con ropa y capa vulgar de skaa. Había empezado a nevar ceniza y los copos revoloteaban en el cielo, como hojas caídas de un árbol invisible. Montones de skaa ocupaban la calle, la mayoría obreros de las fábricas o las fundiciones. Lexa sólo conocía un motivo por el que los obreros eran enviados a reunirse en la plaza central de la ciudad.

Ejecuciones.

Nunca había asistido a una. Todos los hombres de la ciudad, skaa o nobles, debían asistir a las ceremonias de ejecución, pero las bandas de ladrones sabían cómo permanecer ocultas. Sonaban campanas a lo lejos, anunciando el evento, y los obligadores vigilaban en las aceras de las calles. Entrarían en las fábricas, fraguas y casas buscando a aquellos que desoyeran la llamada, castigándolos con la muerte. Reunir a tantísima gente era una labor enorme; pero, en cierto modo, hacer cosas así simplemente demostraba lo poderoso que era el Lord Legislador. Las calles se abarrotaron aún más mientras la banda se acercaba a la plaza de la fuente. Los tejados de los edificios estaban repletos y la gente llenaba las calles, empujando. Es imposible que quepan todos. Luthadel no era como la mayoría de las ciudades: su población era enorme. Incluso sólo con la asistencia de los hombres, era imposible que todo el mundo pudiera ver las ejecuciones. Sin embargo, seguían acudiendo. En parte porque se les exigía, en parte porque no tenían que trabajar mientras las contemplaban y, en parte, sospechaba Lexa, porque tenían la misma curiosidad morbosa que todos los hombres. Mientras la muchedumbre aumentaba, Raven, Monty y Bellamy empezaron a abrirse paso entre los curiosos. Algunos de los skaa los miraron con resentimiento, aunque muchas de aquellas miradas eran sólo turbias y complacientes. Algunos parecían sorprendidos, incluso entusiasmados, cuando vieron a Raven, aunque no mostraba sus cicatrices. Esos se apartaron ansiosamente. Por fin llegaron a la fila de edificios que rodeaban la plaza. Raven escogió uno, indicándolo con un gesto, y Monty avanzó. Un hombre apostado en la puerta trató de bloquearles el camino, pero Monty señaló hacia el tejado y luego sopesó su bolsa. Unos minutos más tarde, tenían todo el terrado para ellos.

–Ahúmanos, por favor, Gustus –dijo Raven en voz baja.

El artesano asintió y volvió invisible al grupo a los sentidos alománticos. Lexa se acercó al borde del terrado y apoyó las manos sobre la barandilla de piedra mientras escrutaba la plaza.

–Tanta gente…

–Has vivido en ciudades siempre, Lexa –dijo Bellamy, a su lado–. Sin duda habrás visto multitudes.

–Sí, pero…

¿Cómo podía explicarlo? La masa apretujada y cambiante no se parecía a nada que hubiera visto jamás. Era enorme, casi infinita, y su masa ocupaba todas las calles que confluían en la plaza central. Los skaa estaban tan apretujados que se preguntó cómo tenían espacio para respirar.

Los nobles ocupaban el centro de la plaza, separados de los skaa por los soldados. Estaban cerca de la fuente central, que se alzaba unos cinco palmos sobre el resto de la plaza. Alguien había construido asientos para la nobleza, y allí estaban, como si asistieran a una representación teatral o a una carrera de caballos. Muchos iban acompañados de criados que sujetaban parasoles para protegerlos de la ceniza, pero caía tan poca que algunos simplemente la ignoraban. Junto a los nobles se hallaban los obligadores: los regulares de gris, los inquisidores de negro. Lexa se estremeció. Había ocho inquisidores, sus formas larguiruchas destacándose una cabeza por encima de los obligadores. Pero no era sólo la estatura lo que separaba a las oscuras criaturas de sus primos. Había un aire, una postura distintiva en los inquisidores de acero. Lexa se puso a estudiar a los obligadores normales. La mayoría se pavoneaba con sus túnicas administrativas: cuanto más alta era su posición, mejor era la túnica. Lexa entornó los ojos, quemó estaño y reconoció un rostro moderadamente familiar.

–Allí –dijo, señalando–. Ése es mi padre.

Raven se asomó.

–¿Dónde?

–En la primera fila de los obligadores. El bajo con la capucha dorada.

Raven guardó silencio.

–¿Ése es tu padre? – preguntó por fin.

–¿Quién? – preguntó Monty, entornando los ojos–. No les distingo la cara.

–Tevidian –dijo Raven.

–¿El sumo prelado? –preguntó Monty, sorprendido.

–¿Qué? ¿Quién es ése? – quiso saber Lexa.

Harper se echó a reír.

–El sumo prelado es el jefe del Ministerio, querida. Es el más importante de los obligadores del Lord Legislador: técnicamente, tiene un rango aún más alto que los inquisidores.

Lexa se sentó, aturdida.

–El sumo prelado –murmuró Monty, sacudiendo la cabeza–. Esto no hace más que mejorar.

–¡Mirad! – señaló de pronto Fantasma.

La multitud de skaa empezó a agitarse. Lexa había supuesto que estaban demasiado apretujados para moverse, pero al parecer estaba equivocada. La gente empezó a abrir un amplio pasillo que conducía a la plataforma central.

¿Qué puede hacerles…?

Entonces lo sintió. El opresivo aturdimiento, como una enorme manta encima que le quitara el aire y le robara la voluntad. Inmediatamente quemó cobre. Sin embargo, como antes, le pareció que podía sentir al Lord Legislador aplacando a pesar del metal. Lo sintió acercarse, tratar de hacerle perder toda su voluntad, todo su deseo, toda fuerza y emoción.

–Viene –susurró Fantasma, agachándose junto a ella.

Un carruaje negro tirado por una pareja de enormes caballos blancos apareció en una calle lateral. Recorrió el pasillo dejado por los skaa, moviéndose con una sensación de… inexorabilidad. Lexa vio a varias personas apretujadas a su paso y sospechó que, si alguien caía ante el carruaje, el vehículo lo aplastaría sin ni siquiera detenerse. Los skaa se apretaron un poco más mientras llegaba el Lord Legislador, una ola visible barrió la multitud y la postura de la gente denotaba el sometimiento de sentir su poderosa fuerza aplacadora. El rugido de fondo de susurros y charlas se apagó y un silencio sobrenatural se apoderó de la enorme plaza.

–Es tan poderoso –dijo Harper–. Incluso al máximo de mi poder, yo sólo puedo aplacar a un par de cientos de hombres. ¡Aquí tiene que haber decenas de miles!

Fantasma se asomó a la barandilla.

–Te da ganas de caerte. Sólo por dejar…

Entonces se detuvo. Sacudió la cabeza como si despertara. Lexa frunció el ceño. Algo era diferente. Probó a apagar su cobre y se dio cuenta de que ya no sentía el poder aplacador del Lord Legislador. La sensación de horrible depresión, de carencia y vacío había desaparecido extrañamente. Fantasma alzó la cabeza y el resto de los miembros de la banda se irguió un poco más. Lexa miró alrededor. Los skaa de abajo no parecían haber notado el cambio. Sin embargo, sus amigos…

Sus ojos encontraron a Raven. La jefa de la banda permanecía erguida, contemplando con decisión el carruaje que se acercaba, con una expresión de concentración en el rostro. Está encendiendo nuestras emociones, comprendió Lexa. Está contrarrestando el poder del Lord Legislador. Era obviamente una dura pugna de Raven por proteger a su pequeño grupo.

Harper tiene razón, pensó Lexa. ¿Cómo podemos combatir algo así? ¡El Lord Legislador está aplacando a cien mil personas a la vez!

Pero Raven siguió esforzándose. Por si acaso, Lexa encendió su cobre. Luego quemó cinc y trató de ayudar a Raven, encendiendo las emociones de los que tenía cerca. Parecía como si estuviera tirando de una enorme pared inmóvil. Sin embargo, debió de servir de algo, porque Raven se relajó ligeramente y le dirigió una mirada de agradecimiento.

–Mirad –dijo Monty, probablemente inconsciente de la batalla invisible que había tenido lugar a su alrededor–. Los carros de los prisioneros.

Señaló un grupo de diez carros con barrotes que seguían al del Lord Legislador.

–¿Reconocéis a alguno? – preguntó Bellamy, inclinándose hacia delante.

–No soy de los en vedores –respondió Fantasma, inquieto–. Tío, ¿estás en quemando?

–Sí, mi cobre está encendido –dijo Gustus–. Estás a salvo. Estamos tan lejos del Lord Legislador que no importa, de todas formas. La plaza es enorme.

Fantasma asintió y empezó a quemar estaño. Un momento después, sacudió la cabeza.

–No en reconozco a ninguno.

–No estuviste presente en gran parte del reclutamiento, Fantasma –dijo Bellamy, forzando la vista.

Raven se subió a la cornisa y se protegió los ojos con una mano.

–Puedo ver a los prisioneros. No, no reconozco ninguna cara. No son soldados cautivos.

–¿Quiénes, entonces? – preguntó Bellamy.

–Parece que son mujeres y niños.

–¿Las familias de los soldados? – preguntó Bellamy, horrorizado.

Raven sacudió la cabeza.

–Lo dudo. No han tenido tiempo para identificar a los skaa muertos.

Bellamy frunció el ceño, confundido.

–Gente al azar, Bellamy –dijo Harper con un suspiro–. Ejemplos… Ejecuciones aleatorias para castigar a los skaa por albergar rebeldes en su seno.

–No, ni siquiera eso –dijo Raven–. Dudo que el Lord Legislador sepa siquiera, ni le importe, que la mayoría de esos hombres fueron reclutados aquí, en Luthadel. Probablemente supone que se ha tratado de otra rebelión campesina. Esto… esto es sólo una forma de recordarle a todo el mundo quién tiene el control.

El carruaje del Lord Legislador subió por una plataforma hasta el patio central. El ominoso vehículo se detuvo en el centro exacto de la plaza, pero el Lord Legislador permaneció en su interior. Los carros de los prisioneros se detuvieron y un grupo de obligadores y soldados empezaron a hacer bajar a sus ocupantes. Seguía cayendo ceniza negra cuando el primer grupo de prisioneros, la mayoría debatiéndose débilmente, fueron arrastrados hacia la plataforma elevada central. Un inquisidor dirigía el trabajo, indicando que los prisioneros fueran congregados junto a cada una de las cuatro fuentes en forma de cuenco de la plataforma. Cuatro prisioneros fueron obligados a arrodillarse, uno junto a cada una de las fuentes, y cuatro inquisidores alzaron hachas de obsidiana. Las cuatro hachas cayeron y cuatro cabezas rodaron. Los cuerpos, todavía sujetos por los soldados, vaciaron su sangre en los cuencos de las fuentes. Las fuentes empezaron a manar rojas. Los soldados arrojaron los cadáveres y trajeron a otras cuatro personas.

Fantasma apartó la mirada, asqueado.

–¿Por qué… por qué no hace nada Raven? ¿Para en salvarlos, quiero decir?

–No seas necio –dijo Lexa–. Hay ocho inquisidores ahí abajo…, por no mencionar al mismísimo Lord Legislador. Raven sería una idiota si intentara algo.

Aunque no me sorprendería que lo considerara, pensó, recordando que Raven había estado dispuesta a enfrentarse a un ejército entero ella sola. Miró a un lado. Parecía que Raven se estaba obligando a contenerse, agarrándose con las manos lívidas a la chimenea que tenía al lado, para no correr a impedir las ejecuciones.

Fantasma se arrastró al otro lado del tejado, donde poder vomitar sin rociar de bilis a la gente de abajo. Bellamy gimió, e incluso Gustus pareció entristecido. Monty observaba con solemnidad, como si ser testigo de las muertes fuera una especie de vigilia. Harper sólo sacudía la cabeza.

Raven, sin embargo… Raven estaba furiosa. Tenía la cara roja, los músculos tensos, los ojos en llamas.

Cuatro muertes más, una de ellas de un niño.

–Esto –dijo Raven, indicando furiosa la plaza central–. Esto es nuestro enemigo. No hay cuartel, no hay vuelta atrás. No es un trabajo sencillo, no es algo que podamos descartar cuando nos encontremos con unos cuantos contratiempos inesperados.

Cuatro muertes más.

–¡Miradlos! – exigió Raven, señalando los palcos llenos de nobles. La mayoría de ellos parecían aburridos y unos cuantos incluso parecían estar divirtiéndose, y se volvían y bromeaban entre sí mientras las decapitaciones continuaban.

–Sé que dudáis de mí –dijo Raven, volviéndose hacia el grupo–. Creéis que he sido demasiado duro con los nobles, creéis que me gusta demasiado matarlos. Pero ¿podéis sinceramente ver a esos hombres reír y decirme que no se merecen morir por mí espada? Sólo hago justicia.

Cuatro muertes más.

Lexa escrutó los palcos con ojos ansiosos amplificados por el estaño. Encontró a Clarke sentada entre un grupo de jóvenes. Ninguno reía, y no eran los únicos. Cierto, muchos de los nobles hacían bromas, pero había una pequeña minoría que parecía horrorizada.

–Harper –continuó Raven–, me preguntaste por el atium. Seré sincera. Nunca fue mi objetivo principal: reuní a este grupo porque quería cambiar las cosas. Nos apoderaremos del atium, lo necesitaremos para apoyar un nuevo gobierno, pero este trabajo no es para que yo me haga rica, ni ninguno de vosotros.

»Jasper está muerto. Era nuestra excusa, un modo de poder hacer algo bueno mientras seguíamos fingiendo ser sólo ladrones. Ahora que ya no está, podéis renunciar, si queréis. Renunciad. Pero eso no cambiará nada. La lucha continuará. Seguirán muriendo hombres. Simplemente, lo estaréis ignorando.

Cuatro muertes más.

–Es hora de detener esta charada –dijo Raven, mirándolos uno a uno–. Si vamos a hacerlo, tenemos que ser sinceros y leales unos con otros. Tenemos que admitir que no es por dinero. Es para detener eso.

Señaló el patio con sus fuentes rojas, un signo visible de muerte para los miles de skaa que estaban demasiado lejos para ver lo que estaba sucediendo.

–Pretendo continuar mi lucha –dijo Raven suavemente–. Me doy cuenta de que algunos cuestionáis mi liderazgo. Creéis que me he estado haciendo demasiada propaganda entre los skaa. Susurráis que me estoy convirtiendo en otro Lord Legislador… Creéis que mi ego es más importante para mí que derrocar al imperio.

Calló, y Lexa vio culpa en los ojos de Monty y los demás. Fantasma se reunió con el grupo, todavía con mala cara.

Cuatro muertes más.

–Os equivocáis –dijo Raven en voz baja–. Tenéis que confiar en mí. Me ofrecisteis vuestra confianza cuando comenzamos este plan, a pesar de lo peligroso que parecía. ¡Sigo necesitando esa confianza! ¡No importa lo que parezca, no importa lo terribles que sean las probabilidades en contra, tenemos que seguir luchando!

Cuatro muertes más.

El grupo se volvió lentamente hacia Raven. Contrarrestar la presión del Lord Legislador sobre sus emociones ya no parecía difícil para Raven, aunque Lexa había dejado que se apagase su cinc.

Tal vez… tal vez pueda lograrlo, pensó Lexa, a su pesar. Si alguna vez había existido una mujer que pudiera derrotar al Lord Legislador, era Raven.

–No os elegí por vuestra competencia, aunque sois ciertamente hábiles –dijo Raven–. Os elegí a cada uno específicamente porque sabía que sois hombres con conciencia. Bellamy, Harper, Monty, Gustus… Sois personas con fama de honradez, incluso de caridad. Sabía que si este plan iba a tener éxito, necesitaría a personas que se preocuparan.

»No, Harper, esto no es por los cuartos ni por la gloria. Esto es una guerra…, una guerra que llevamos mil años librando, una guerra que pretendo terminar. Podéis marcharos, si queréis. Sabéis que os dejaré marchar, sin hacer preguntas, sin exigir nada, si deseáis iros.

»Sin embargo –prosiguió, la mirada dura–, si os quedáis tenéis que prometer que dejaréis de cuestionar mi autoridad. Podéis expresar vuestras preocupaciones sobre el trabajo en sí, pero no habrá más susurros sobre mi liderazgo. Si os quedáis, seguidme. ¿Entendido?

Uno a uno, fue mirando a los ojos a los miembros del grupo. Cada uno de ellos asintió.

–Creo que no te hemos cuestionado realmente, Rav –dijo Monty–. Estábamos… estábamos preocupados, y me parece que con razón. El ejército era una parte muy importante de nuestros planes.

Raven señaló al norte, hacia las puertas principales de la ciudad.

–¿Qué ves en la distancia, Monty?

–¿Las puertas de la ciudad?

–¿Y qué tienen de diferente?

Monty se encogió de hombros.

–Nada fuera de lo corriente. Están un poco escasas de personal, pero…

–¿Por qué? – interrumpió Raven–. ¿Por qué faltan hombres?

Monty vaciló.

–¿Porque la Guarnición no está?

–Exactamente –dijo Raven–. Bellamy dice que la Guarnición podría estar persiguiendo los restos de nuestro ejército durante meses, y que sólo el diez por ciento de sus hombres se ha quedado. Eso tiene sentido: la Guarnición fue creada para apresar rebeldes. Luthadel puede quedar indefensa, pero nadie ataca Luthadel. Nadie lo ha hecho nunca.

Una silenciosa comprensión pasó entre los miembros del grupo.

–Parte de nuestro plan para apoderarnos de la ciudad se ha cumplido –dijo Raven–. Hemos sacado a la Guarnición de Luthadel. Nos costó más de lo que esperábamos… mucho más de lo que tendría que haber costado. Ojalá los Dioses Olvidados hubieran querido que todos esos muchachos no hubieran muerto. Por desgracia, no podemos cambiar eso ya… sólo podemos aprovechar la oportunidad que nos han ofrecido.

»El plan sigue en pie… La principal fuerza de pacificación de la ciudad no está. Si estalla una guerra entre casas, el Lord Legislador tendrá problemas para detenerlas. Suponiendo que quiera hacerlo. Por algún motivo, tiende a retirarse y a dejar que la nobleza luche entre sí cada cien años aproximadamente. Tal vez piensa que dejar que se acuchillen mutuamente impide que se vuelvan contra él.

–Pero ¿y si la Guarnición vuelve? – preguntó Bellamy.

–Si no me equivoco, el Lord Legislador la dejará perseguir a los supervivientes de nuestro ejército durante varios meses, dando a la nobleza la oportunidad de soltar un poco de vapor. Pero va a encontrarse con más de lo que esperaba. Cuando empiece esa guerra de casas, aprovecharemos el caos para apoderarnos del palacio.

–¿Con qué ejército, mi querida amiga? – preguntó Harper.

–Todavía nos quedan soldados –dijo Raven–. Además, tenemos tiempo de reclutar más. Tendremos que ser cuidadosos… no podemos usar las cuevas, así que tendremos que ocultar a nuestros soldados en la ciudad. Eso no permitirá reclutar a muchos. Sin embargo, ése no será el problema… veréis, la Guarnición regresará tarde o temprano.

Los miembros del grupo compartieron una mirada mientras las ejecuciones continuaban abajo. Lexa guardó silencio, tratando de decidir qué había querido decir Raven con aquellas últimas palabras.

–Exactamente, Rav –dijo Bellamy, muy despacio–. La Guarnición regresará y no tendremos un ejército lo bastante grande para luchar contra ella.

–Pero tendremos el tesoro del Lord Legislador –sonrió Raven–. ¿Qué es lo que has dicho siempre de esos soldados, Bellamy?

El violento vaciló, luego también él sonrió.

–Que son mercenarios.

–Nos apoderamos del dinero del Lord Legislador –dijo Raven–, y eso significa que conseguimos también su ejército. Esto puede funcionar todavía, caballeros. Podemos hacer que salga bien.

El grupo pareció recuperar la confianza. Lexa, sin embargo, se volvió hacia la plaza. Las fuentes eran tan rojas que parecían completamente llenas de sangre. Por encima de todo, el Lord Legislador observaba desde su carruaje negro. Las ventanas estaban abiertas y, con estaño, Lexa apenas pudo distinguir su silueta sentada en el interior. Ese es nuestro verdadero enemigo, pensó. No la Guarnición que falta, ni los inquisidores con sus hachas. Ese hombre. El hombre del libro. Tenemos que encontrar un modo de derrotarlo o, de lo contrario, todo lo demás que hagamos será inútil.