Creo que he descubierto por fin por qué me odia tanto Sheidheda. No cree que una extraña como yo, una forastera, pueda ser el Héroe de las Eras. Cree que de algún modo he engañado a los filósofos, que llevo injustamente las marcas del Héroe. Según Sheidheda, sólo un terrisano de pura sangre debería haber sido elegido como el Héroe. Curiosamente, me siento más decidido a causa de su odio. Debo demostrarle que puedo realizar esta tarea.

Capítulo 27

Esa tarde, el grupo regresó en silencio al taller de Gustus. Las ejecuciones habían durado horas. No había habido ninguna proclama, ninguna explicación por parte del Ministerio ni del Lord Legislador: sólo ejecución tras ejecución tras ejecución. Cuando se acabaron los cautivos, el Lord Legislador y sus obligadores se marcharon dejando un montón de cadáveres en la plataforma y el agua ensangrentada fluyendo en las fuentes. Mientras el grupo de Raven regresaba a la cocina, Lexa advirtió que el dolor de cabeza ya no la molestaba. Era… insignificante. Los rollitos, que una de las doncellas de la casa había tapado cuidadosamente, seguían sobre la mesa. Nadie comió.

–Muy bien –dijo Raven, ocupando su lugar de costumbre contra la alacena–. Planeemos esto. ¿Cómo deberíamos actuar?

Monty recuperó un fajo de papeles y se dispuso a sentarse.

–Sin la Guarnición, nuestro foco principal es la nobleza.

–En efecto –dijo Harper–. Si de verdad pretendemos apoderarnos del tesoro con sólo unos pocos miles de soldados, van a necesitar algo que distraiga a la guardia de palacio e impida a la nobleza arrebatarnos la ciudad. Por tanto, la guerra entre casas adquiere una importancia fundamental.

Raven asintió.

–Es exactamente lo que yo pienso.

–¿Pero qué sucederá cuando termine la guerra entre casas? – dijo Lexa–. Algunas acabarán venciendo y entonces tendremos que tratar con ellas.

Raven sacudió la cabeza.

–No pretendo que la guerra entre casas termine jamás, Lexa…, o, al menos, no hasta dentro de mucho tiempo. El Lord Legislador dicta las leyes y el Ministerio controla a sus seguidores, pero es la nobleza quien obliga a los skaa a trabajar. Así que, si derribamos a suficientes casas nobles, el gobierno tal vez caiga por su cuenta. No podemos combatir a todo el Imperio Final en su conjunto: es demasiado grande. Pero podemos sacudirlo y hacer que las piezas luchen entre sí.

–Tenemos que causar problemas financieros en las Grandes Casas –dijo Monty, revisando sus papeles–. La aristocracia es principalmente una institución financiera, y la falta de fondos hundirá cualquier casa.

–Harper, puede que tengamos que utilizar a algunos de tus álter egos –dijo Raven–. Hasta ahora, he sido la única del grupo dedicado a la guerra entre casas…, pero si vamos a intentar tomar la ciudad antes de que regrese la Guarnición, tendremos que redoblar nuestros esfuerzos.

Harper suspiró.

–Muy bien. Deberemos tener mucho cuidado para asegurarnos de que nadie me reconoce accidentalmente como a otra persona que no debería ser. No puedo ir a fiestas ni celebraciones…, pero probablemente podré visitar alguna casa yo sola.

–Lo mismo vale para ti, Monty –dijo Raven.

–Eso pensaba.

–Será peligroso para ambos –dijo Raven–. Pero la velocidad será esencial. Lexa seguirá siendo nuestra principal espía… Y probablemente querremos que empiece a difundir información. Cualquier cosa que inquiete a la nobleza.

Bellamy asintió.

–Entonces, probablemente deberíamos enfocar nuestra atención en la cúpula.

–En efecto –dijo Harper–. Si logramos que las casas más poderosas parezcan vulnerables, entonces sus enemigos se dispondrán a golpear rápidamente. Sólo después de que las casas poderosas hayan caído el pueblo se dará cuenta de que es realmente él quien sostiene la economía.

Todos guardaron silencio durante un segundo. Luego varias cabezas se volvieron hacia Lexa.

–¿Qué? – preguntó ella.

–Están hablando de la Casa Griffin, Lexa –dijo Monty–. Es la más poderosa de las Grandes Casas.

Harper asintió.

–Si Griffin cae, todo el Imperio Final sentirá los temblores.

Lexa no dijo nada durante un momento.

–No todos son mala gente –dijo por fin.

–Tal vez –contestó Raven–. Pero Lord Jake Griffin desde luego lo es, y su familia ocupa el puesto más destacado del Imperio Final. La Casa Griffin tiene que caer… y tú ya tienes algo ganado con uno de sus miembros más importantes.

Creí que querías que me mantuviera alejada de Clarke, pensó ella, molesta.

–Mantén los oídos abiertos, niña –dijo Harper–. Mira a ver si consigues que la muchacha hable de las finanzas de su casa. Encuéntranos un hueco y nosotros haremos el resto.

Igual que los juegos que tanto odia Clarke. Sin embargo, las ejecuciones estaban todavía frescas en su mente. Esas cosas tenían que acabar. Además, ni siquiera a Clarke le agradaban su padre y su casa. Tal vez… tal vez pudiera dar con algo.

–Veré qué puedo hacer –dijo.

Llamaron a la puerta. Uno de los aprendices fue a abrir. Unos momentos más tarde, Gaia, vestido con una capa skaa para ocultar sus rasgos, entró en la cocina.

Raven miró la hora.

–Llegas temprano, Gaia.

–Trato de convertirlo en costumbre, maese Raven –repuso la terrisana.

Monty alzó una ceja.

–Una costumbre que alguien más debería adquirir.

Raven bufó.

–Si siempre llegas a tiempo, eso significa que nunca tienes nada mejor que hacer. Gaia, ¿cómo están los hombres?

–Todo lo bien que cabe esperar, maese Raven –repuso Gaia–. Pero no pueden estar escondidos eternamente en los almacenes de Renoux.

–Lo sé. Monty, Bellamy, necesito que os ocupéis de este problema. Quedan dos mil hombres de nuestro ejército. Quiero que los introduzcáis en Luthadel.

Monty asintió, pensativo.

–Encontraremos un modo.

–¿Quieres que sigamos entrenándolos? – preguntó Bellamy.

Raven asintió.

–Entonces tendremos que esconderlos por escuadrones. No tenemos recursos para entrenarlos individualmente. Digamos… ¿un par de cientos de hombres por equipo? ¿Ocultos en los suburbios, cerca unos de otros?

–Asegúrate de que ninguno de los equipos sepa nada de los demás –dijo Monty–, ni que intentamos atacar el palacio. Con tantos hombres en la ciudad cabe la posibilidad de que sean apresados por los obligadores por uno u otro motivo.

Raven asintió.

–Decid a cada grupo que es el único que no puede disolverse y que debe permanecer unido por si es necesario en algún momento del futuro.

–También dijiste que el reclutamiento tenía que continuar –dijo Bellamy.

Raven asintió.

–Me gustaría tener al menos el doble de soldados antes de intentar actuar.

–Eso va a ser difícil –dijo Bellamy–, considerando el fracaso de nuestro ejército.

–¿Qué fracaso? – preguntó Raven–. Diles la verdad: que nuestro ejército consiguió neutralizar con éxito a la Guarnición.

–Aunque la mayoría muriera haciéndolo.

–Podemos saltarnos esa parte –dijo Harper–. El pueblo estará furioso por las ejecuciones… Debería estar más dispuesto a escucharnos.

–Reunir soldados va a ser tu principal tarea en los próximos meses, Bellamy –dijo Raven.

–No es mucho tiempo, pero veré qué puedo hacer.

–Bien –dijo Raven–. Gaia, ¿llegó la nota?

–Llegó, maese Raven –respondió Gaia, sacando una carta de su capa y entregándosela.

–¿Qué es eso? – preguntó Harper con curiosidad.

–Un mensaje de Allie –dijo Raven, abriendo la carta y repasando su contenido–. Está en la ciudad y tiene noticias.

–¿Qué noticias? – preguntó Bellamy.

–No lo dice –respondió Raven, tomando un rollito–. Pero da instrucciones acerca de dónde reunirse con ella esta noche.

Raven se puso una capa de skaa.

–Voy a explorar el lugar antes de que oscurezca. ¿Vienes, Lexa?

Ella asintió y se puso en pie.

–Los demás, seguid trabajando en el plan –dijo Raven–. Dentro de dos meses, quiero que esta ciudad esté tan tensa que cuando finalmente se rompa ni siquiera el Lord Legislador pueda volver a recomponerla.

–Hay algo que no nos estás diciendo, ¿verdad? – dijo Lexa, volviéndose hacia Raven desde la ventana–. Una parte del plan.

Raven la miró en la oscuridad. El sitio elegido por Allie era un edificio abandonado de los Quiebros, uno de los barrios skaa más empobrecidos. Raven había localizado un segundo edificio abandonado enfrente de donde iban a reunirse y Lexa y ella esperaban en la planta superior, vigilando la calle hasta que llegara Allie.

–¿Por qué me preguntas eso?

–Por el Lord Legislador –respondió Lexa, picoteando un trocito de la madera podrida del alféizar–. He sentido su poder, hoy. No creo que los otros lo hayan hecho, no como lo hace alguien nacido de la bruma. Pero sé que tú debes de haberlo sentido también. – Alzó la cabeza de nuevo y miró a Raven a los ojos–. Sigues planeando hacer que salga de la ciudad antes de que intentemos tomar el palacio, ¿no?

–No te preocupes por el Lord Legislador. El Undécimo metal se encargará de él.

Lexa frunció el ceño. En el exterior, el sol se ponía con una feroz llamarada de frustración. Las brumas saldrían pronto y, supuestamente, Allie llegaría poco después.

El Undécimo metal, pensó ella, recordando el escepticismo con el que los otros miembros de la banda se referían a él.

–¿Es real? – preguntó Lexa.

–¿El Undécimo metal? Por supuesto que sí. Te lo mostré, ¿recuerdas?

–No me refiero a eso. ¿Son auténticas las leyendas? ¿Estás mintiendo?

Raven se volvió hacia ella con el ceño levemente fruncido. Entonces sonrió.

–Eres una muchacha muy brusca, Lexa.

–Lo sé.

La sonrisa de Raven aumentó.

–La respuesta es no. No estoy mintiendo. Las leyendas son auténticas, aunque tardé algún tiempo en encontrarlas.

–¿Y ese pedazo de metal que nos enseñaste es de verdad el Undécimo metal?

–Eso creo.

–Pero no sabes cómo usarlo.

Raven vaciló, luego negó con la cabeza.

–No, no lo sé.

–Eso no es muy reconfortante.

Raven se encogió de hombros y se volvió hacia la ventana.

–Aunque no descubra el secreto a tiempo, dudo que el Lord Legislador sea un problema tan grande como crees. Es un alomántico poderoso, pero no lo sabe todo: si lo supiera, ahora mismo estaríamos muertos. Tampoco es omnipotente: si lo fuera, no habría necesitado ejecutar a todos esos skaa para intentar someter a la ciudad por el miedo.

»No sé lo que es…, pero creo que es más hombre que dios. Las palabras de ese libro de viajes… son las palabras de una persona corriente. Su verdadero poder procede de sus ejércitos y sus riquezas. Si eliminamos eso, no podrá hacer nada para impedir que su imperio se desplome.

Lexa frunció el ceño.

–Puede que no sea un dios, pero… es algo, Raven. Algo diferente. Hoy, cuando estuvo en la plaza, sentí su contacto en mis emociones a pesar de que estaba quemando cobre.

–Eso no es posible, Lexa –dijo Raven, negando con la cabeza–. Si lo fuera, los inquisidores percibirían la alomancia aunque hubiese un ahumador cerca. Si ése fuera el caso, ¿no crees que perseguirían a todos los brumosos skaa y los matarían?

Lexa se encogió de hombros.

–Sabes que el Lord Legislador es fuerte y te parece que deberías poder sentirlo. Eso es todo –dijo Raven.

Tal vez tenga razón, pensó ella, arrancando otro trocito del marco de la ventana. Después de todo, lleva siendo alomántica más tiempo que yo. Pero… sentí algo, ¿no? Y el inquisidor que estuvo a punto de matarme, me encontró en medio de la oscuridad y la lluvia. Debió de sentir algo.

Sin embargo, no insistió.

–El Undécimo metal. ¿No podríamos intentar ver qué hace?

–No es tan sencillo –dijo Raven–. ¿Recuerdas que te dije que nunca quemaras un metal que no fuese uno de los diez?

Lexa asintió.

–Quemar otro metal puede ser mortífero. Incluso la mezcla equivocada en una aleación puede hacerte enfermar. Si me equivoco con el Undécimo metal…

–Te matará –aseveró Lexa.

Raven asintió.

Así que no estás tan segura como pretendes, decidió ella. De lo contrario, ya lo habrías intentado.

–Eso es lo que quieres encontrar en el libro –dijo Lexa–. Una pista para usar el Undécimo metal.

Raven asintió.

–Me temo que no hemos tenido mucha suerte en ese aspecto. Hasta ahora, el libro ni siquiera menciona la alomancia.

–Aunque sí la feruquimia.

Raven la miró, un hombro apoyado contra la pared.

–¿Así que Gaia te ha hablado de eso?

Lexa bajó la mirada.

–Yo… más o menos la obligué.

Raven se echó a reír.

–Me pregunto qué he lanzado al mundo al enseñarte alomancia. Naturalmente, mi maestro dijo lo mismo de mí.

–Tenía razón en preocuparse.

–Por supuesto que sí.

Lexa sonrió. En el exterior el sol ya se había puesto y diáfanos parches de bruma empezaban a formarse en el aire. Flotaban como fantasmas, creciendo lentamente, extendiendo su influencia a medida que la noche se acercaba.

–Gaia no tuvo tiempo de hablarme mucho sobre la feruquimia –dijo Lexa con cuidado–. ¿Qué cosas puede hacer? – Esperó nerviosa, convencida de que Raven la pillaría en la mentira.

–La feruquimia es completamente interna –dijo Raven–. Puede proporcionar algunas de las cosas que nosotros conseguimos con el peltre y el estaño: fuerza, resistencia, visión… Pero cada atributo tiene que ser guardado por separado. Puede amplificar también un montón de otras cosas que la alomancia no puede: memoria, velocidad física, claridad de pensamiento… Incluso algunas cosas extrañas como el peso de alguien o la edad pueden ser alteradas con la feruquimia.

–¿Entonces es más poderosa que la alomancia?

Raven se encogió de hombros.

–La feruquimia no tiene ningún poder externo: no puede empujar ni tirar de emociones, ni puede empujar acero ni tirar de hierro. La mayor limitación de la feruquimia es que tienes que almacenar todas sus habilidades extrayéndolas de tu propio cuerpo.

»¿Quieres ser el doble de fuerte durante un tiempo? Bueno, tienes que pasarte varías horas siendo débil para almacenar la fuerza. Si quieres almacenar la habilidad de sanar rápidamente, tienes que pasarte mucho tiempo enfermo. En la alomancia, los metales son nuestro combustible: podemos hacer que las cosas duren mientras tengamos suficiente metal que quemar. En la feruquimia, los metales son sólo elementos de almacenamiento: tu propio cuerpo es el auténtico combustible.

–Entonces vas y robas los metales almacenados por otro, ¿no? – dijo Lexa.

Raven negó con la cabeza.

–No funciona. Los feruquimistas sólo pueden acceder al metal almacenado que ellos mismos han creado.

–Oh.

Raven asintió.

–Así que no, yo no diría que la feruquimia sea más poderosa que la alomancia. Ambas tienen ventajas y limitaciones. Por ejemplo, un alomántico sólo puede avivar un metal hasta un punto, de modo que su fuerza máxima es limitada. Los feruquimistas no tienen esa limitación; si un feruquimista tiene suficiente fuerza almacenada para ser el doble de fuerte de lo normal durante una hora, puede elegir ser tres veces más fuerte durante un periodo de tiempo más corto… O incluso cuatro, cinco, seis veces más fuerte en periodos de tiempo aún más cortos.

Lexa frunció el ceño.

–Parece una ventaja muy grande.

–Cierto –dijo Raven, buscando dentro de su capa y sacando un frasquito que contenía varias perlas de atium–. Pero nosotros tenemos esto. No importa si un feruquimista es tan fuerte como cinco hombres o como cincuenta… Si sé qué va a hacer a continuación, lo derrotaré.

Lexa asintió.

–Toma –dijo Raven, abriendo el frasquito y sacando una de las perlas. Cogió otro frasco, éste lleno de la solución de alcohol normal, y dejó caer la perla en él–. Toma una. Puede que la necesites.

–¿Esta noche? – preguntó Lexa, aceptando el frasquito.

Raven asintió.

–Pero si es sólo Allie.

–Podría ser –respondió ella–. Pero también es posible que los obligadores la hayan capturado y la hayan obligado a escribir esa carta. Tal vez la estén siguiendo, o tal vez la hayan capturado desde que la escribió y la hayan torturado para descubrir el lugar de la reunión. Allie está en un sitio muy peligroso: imagínate intentar hacer lo mismo que tú estás haciendo en esos bailes, pero cambiando a los nobles por obligadores e inquisidores.

Lexa se estremeció.

–Supongo que tienes razón –dijo, guardando la perla de atium–. Sabes, me sucede algo… Ya ni siquiera me paro a pensar cuánto vale esto.

Raven no respondió inmediatamente.

–A mí me cuesta olvidar cuánto vale –dijo en voz baja.

–Yo… –Lexa se calló y le miró las manos. Normalmente llevaba camisas de manga larga y guantes: su reputación hacía peligroso que sus cicatrices características fueran visibles en público. Sin embargo, Lexa sabía que estaban allí. Como miles de diminutos arañazos blancos superpuestos.

–Tienes razón en lo del libro –dijo Raven–. Esperaba que hiciera mención al Undécimo metal. Pero la alomancia ni siquiera se menciona en referencia a la feruquimia. Los dos poderes son similares en muchos aspectos: lo normal sería que los comparara.

–Tal vez le preocupaba que alguien leyera el libro y no quiso revelar que era alomántico.

Raven asintió.

–Tal vez. Es posible que no hubiera roto todavía. Lo que sucedió en esas montañas de Terris hizo de un héroe un tirano; tal vez también despertara sus poderes. Supongo que no lo sabremos hasta que Gaia termine su traducción.

–¿Le falta mucho?

–Sólo un poquito. La parte importante, espero. Me siento un poco frustrada con el texto. ¡El Lord Legislador ni siquiera nos ha dicho qué tiene que conseguir en esas montañas! Dice que va a hacer algo para proteger al mundo entero, pero puede que sólo sea su ego el que habla.

A mí no me pareció muy egoísta en el texto, pensó Lexa. Más bien lo contrario.

–De cualquier forma, sabremos más cuando las últimas partes hayan sido traducidas –dijo Raven.

Fuera oscurecía y Lexa tuvo que encender su estaño para ver bien. La calle ante su ventana se volvió visible, adoptando la extraña mezcla de sombra y luz que era el resultado de la visión amplificada por el estaño. Sabía que estaba oscuro, lógicamente. Sin embargo, podía ver. No como lo hacía con la luz normal (todo estaba apagado), pero con visión de todas formas.

Raven comprobó su reloj de bolsillo.

–¿Cuánto falta? – preguntó Lexa.

–Otra media hora. Suponiendo que llegue a tiempo…, y dudo que lo haga. Es mi hermana, al fin y al cabo.

Lexa asintió y apoyó los brazos cruzados sobre el alféizar roto. Aunque era muy poca cosa, se sentía cómoda teniendo el atium que Raven le había dado.

Vaciló. Pensar en el atium le recordó algo importante. Algo en lo que había pensado en varias ocasiones, molesta.

–¡Nunca me has enseñado el noveno metal! – la acusó, volviéndose.

Raven se encogió de hombros.

–Te dije que no era muy importante.

–Da igual. ¿Qué es? ¿Alguna aleación de atium, supongo?

Raven negó con la cabeza.

–No, los dos últimos metales no siguen la misma pauta que los ocho básicos. El noveno metal es el oro.

–¿El oro? – preguntó Lexa–. ¿Eso? ¡Podría haberlo intentado hace tiempo por mi cuenta!

Raven se echó a reír.

–Suponiendo que quisieras. Quemar oro es una experiencia un poco… incómoda.

Lexa entornó los ojos, luego se volvió hacia la ventana. Ya veremos, pensó.

–Vas a intentarlo de todas formas, ¿verdad? – dijo Raven, sonriendo.

Lexa no respondió.

Raven suspiró, rebuscó en su mochila y sacó un cuarto de oro y una lima.

–Deberías usar una de éstas –dijo, alzando la lima–. Sin embargo, si consigues el metal tú misma, quema primero un poquito para asegurarte de que es puro o está correctamente mezclado.

–¿Y si no lo está?

–Lo sabrás –prometió Raven, y empezó a limar la moneda–. ¿Recuerdas el dolor de cabeza después de recurrir tanto tiempo al peltre?

–Sí.

–El metal malo es peor. Mucho peor. Compra tus metales cuando puedas: en cada ciudad encontrarás un grupito de mercaderes que proporciona metales en polvo a los alománticos. A esos mercaderes les interesa asegurarse de que todos sus metales son puros: un nacido de la bruma molesto y con dolor de cabeza no es exactamente el tipo de cliente con el que uno quiere hacer tratos.

Raven terminó de limar y luego recogió una pizca de polvo de metal en un cuadradito de tela. Con el dedo recogió parte y se la tragó.

–Es bueno –dijo, entregándole la tela–. Adelante… pero recuerda: quemar el noveno metal es una experiencia extraña.

Lexa asintió, algo aprensiva. No lo sabrás si no lo pruebas, pensó, y luego se metió el polvillo en la boca y se lo tragó con un poco de agua de su cantimplora. Una nueva reserva de metal apareció en su interior, desconocido y distinto de los que conocía. Miró a Raven, tomó aliento y quemó oro.

Estuvo en dos lugares a la vez. Podía ver y podía verse. Una de las dos era una mujer extraña: la niña que había sido siempre pero cambiada y transformada. Esa niña había sido cautelosa y cuidadosa…, nunca habría quemado un metal desconocido basándose sólo en la palabra de una mujer. Aquella mujer era una necia: había olvidado muchas de las cosas que le habían permitido sobrevivir. Bebía copas preparadas por otros. Confraternizaba con desconocidos. No vigilaba a la gente que la rodeaba. Seguía siendo mucho más cautelosa que la mayoría de la gente, pero había perdido mucho. La otra ella era algo que siempre había odiado en secreto. Una niña, en realidad. Delgada hasta el punto de la flaqueza, solitaria, llena de odio, desconfiada. No amaba a nadie y nadie la amaba a ella. Siempre se decía que no le importaba. ¿Había algo por lo que mereciera la pena vivir? Tenía que haberlo. La vida no podía ser tan patética como parecía. Sí, tenía que haberlo. No había nada más. Lexa era ambas. Estaba en ambos sitios, moviendo ambos cuerpos, siendo a la vez niña y mujer. Extendió unas manos vacilantes e inseguras y se tocó las caras. Lexa jadeó y desapareció. Sintió un súbito tropel de emociones, una sensación de vacío y confusión. No había sillas en la habitación, así que se sentó en el suelo, de espaldas a la pared, las rodillas en alto, los brazos en torno a ellas.

Raven se acercó y se agachó para posar una mano en su hombro.

–No pasa nada.

–¿Qué ha sido eso? – susurró ella.

–El oro y el atium se complementan, como las otras parejas de metales –dijo Raven–. El atium te permite ver el futuro, aunque sea marginalmente. El oro funciona de un modo similar, pero te permite ver el pasado. O, al menos, te permite ver otra versión de ti mismo, si las cosas hubieran sido diferentes en el pasado.

Lexa se estremeció. La experiencia de ser dos personas a la vez, de verse a sí misma dos veces, había sido perturbadora. Su cuerpo todavía temblaba y su mente ya no se sentía bien. Por fortuna, la sensación parecía estar remitiendo.

–Recuérdame que te haga caso en el futuro –dijo–. Al menos, cuando hables de alomancia.

Raven se echó a reír.

–Intenté sacártelo de la cabeza el máximo tiempo posible. Pero tenías que probarlo tarde o temprano. Lo superarás.

Lexa asintió.

–Ya… casi ha pasado. Pero no era sólo una visión, Raven. Ha sido real. He podido tocarla, a mi otro yo.

–Puede que te lo parezca. Pero no estaba aquí: al menos yo no la he visto. Es una alucinación.

–Las visiones del atium no son sólo alucinaciones –dijo Lexa–. Las sombras muestran lo que va a hacer la gente.

–Cierto. No sé. El oro es extraño, Lexa. Creo que nadie lo entiende. Mi maestro, Jackson, decía que una sombra de oro era una persona que no existía…, pero que podría haberlo hecho. Una persona en la que podrías haberte convertido si no hubieras tomado ciertas decisiones. Naturalmente, Jackson era un poco raro, así que no estoy seguro de hasta qué punto creí lo que decía.

Lexa asintió. Sin embargo, era improbable que quisiera descubrir más cosas sobre el oro en el futuro inmediato. No pretendía volver a quemarlo, si podía. Siguió sentada, dejando que sus emociones se calmaran, y Raven regresó junto a la ventana. Al cabo de un rato, hizo un gesto.

–¿Está aquí? – preguntó Lexa, poniéndose en pie.

Raven asintió.

–¿Quieres quedarte aquí y descansar un poco?

Lexa negó con la cabeza.

–Muy bien, pues –dijo ella, dejando sobre la ventana el reloj, la lima y otros metales–. Vamos.

No salieron por la ventana: Raven no quería llamar la atención, aunque esa zona de los Quiebros estaba tan desierta que Lexa no estaba segura de por qué se molestaban. Abandonaron el edificio por unas escaleras maltrechas y cruzaron la calle en silencio. El edificio que Allie había elegido estaba aún más ruinoso que el que Lexa y Raven habían usado como escondite. Le faltaba la puerta principal, aunque Lexa vio restos de ella en el suelo. El interior olía a polvo y hollín. Tuvo que sofocar un estornudo. Una figura, de pie al otro lado de la habitación, se volvió al oír el sonido.

–¿Rav?

–Soy yo. Y Lexa.

Mientras Lexa se acercaba, vio a Allie escrutando la oscuridad. Era extraño tenerla a plena vista sabiendo que para Allie, Raven y ella no eran más que sombras. La pared del fondo del edificio se había desplomado y la bruma entraba libremente en la habitación, casi tan densa como en el exterior.

–¡Llevas los tatuajes del Ministerio! – dijo Lexa, mirando a Allie.

–Por supuesto –respondió Allie con tanta severidad como de costumbre–. Me los hice antes de unirme a la caravana. Fue necesario para interpretar el papel de una acólita.

No eran grandes (se hacía pasar por una obligadora de rango inferior), pero la pauta era inconfundible. Líneas oscuras rodeando los ojos, extendiéndose hacia fuera como relámpagos quebrados. Una línea mucho más gruesa, de un rojo vivo, le recorría un lado de la cara. Lexa reconoció el dibujo: era el de un obligador perteneciente al Cantón de la Inquisición. Allie no se había infiltrado únicamente en el Ministerio: había elegido la sección más peligrosa.

–Pero los tendrás para siempre –dijo Lexa–. Son tan distintivos… Adondequiera que vayas te reconocerán como una obligadora o como una fraude.

–Es parte del precio que tuvo que pagar por infiltrarse en el Ministerio, Lexa –dijo Raven en voz baja.

–No importa –dijo Allie–. No tenía mucha vida antes de todo esto, de cualquier forma. Mirad, ¿podemos darnos prisa? Tengo que estar en otra parte pronto. Los obligadores llevan una vida muy atareada y sólo tengo unos minutos.

–De acuerdo –dijo Raven–. Supongo que tu infiltración salió bien, entonces.

–Salió bien –dijo Allie llanamente–. Demasiado bien, en realidad: creo que me he distinguido del grupo. Suponía que estaría en desventaja, ya que no tuve los mismos cinco años de formación que los otros acólitos. Me aseguré de contestar a sus preguntas con el mayor acierto posible y de ocuparme de mis deberes con aplicación. Sin embargo, al parecer sé más sobre el Ministerio que algunos de sus miembros. Desde luego soy más competente que esta hornada de recién llegados, y los prelados se han dado cuenta.

Raven se echó a reír.

–Siempre has sido muy exagerada.

Allie bufó levemente.

–Mis conocimientos, por no mencionar mi habilidad como buscadora, ya me han labrado una reputación destacada. No estoy segura de hasta qué punto quiero que los prelados me presten atención… Ese pasado que esbozamos empieza a sonar un poco débil cuando un inquisidor te interroga.

Lexa frunció el ceño.

–¿Les has dicho que eres una brumosa?

–Claro que sí. El Ministerio (sobre todo el Cantón de la Inquisición) recluta con diligencia a los buscadores nobles. El hecho de que yo sea uno de ellos es suficiente para impedir que hagan demasiadas preguntas sobre mi pasado. Están contentos de tenerme, a pesar de que soy más vieja que la mayoría de los acólitos.

–Además –dijo Raven–, tenía que decirles que es una brumosa para poder entrar en las sectas más secretas del Ministerio. La mayoría de los obligadores de alto rango son brumosos de algún tipo. Tienden a favorecer a los suyos.

–Por buenos motivos –dijo Allie, hablando rápidamente–. Rav, el Ministerio es mucho más competente de lo que suponíamos.

–¿Qué quieres decir?

–Hacen uso de sus brumosos. Buen uso. Tienen bases por toda la ciudad… comisarías aplacadoras, las llaman. Cada una dispone de un par de aplacadores del Ministerio cuyo único deber es extender una influencia mitigadora a su alrededor, calmando y deprimiendo las emociones de todos los que hay en la zona.

Raven siseó.

–¿Cuántas?

–Docenas –dijo Allie–. Concentradas en las secciones de skaa de la ciudad. Saben que los skaa están derrotados, pero quieren asegurarse de que las cosas sigan así.

–¡Infiernos! – exclamó Raven–. Siempre me había parecido que los skaa de Luthadel estaban más sometidos que los demás. No me extraña que tuviéramos tantos problemas para reclutarlos. ¡Las emociones de la gente están bajo un aplacamiento constante!

Allie asintió.

–Los aplacadores del Ministerio son buenos, Rav. Muy buenos. Incluso mejores que Harper. Lo único que hacen es aplacar todo el día, todos los días. Y como no intentan que hagas nada específico, en vez de apartarte de gamas emocionales extremas, son muy difíciles de detectar.

»En cada grupo hay un ahumador que lo mantiene oculto y un buscador para detectar alománticos. Apuesto que es así como los inquisidores obtienen un montón de pistas: la mayoría de los nuestros son lo bastante listos para no quemar metal cuando saben que hay un obligador en la zona, pero están más relajados en los suburbios.

–¿Puedes darnos una lista de las comisarías? – preguntó Raven–. Tenemos que saber dónde están esos buscadores, Allie.

Allie asintió.

–Lo intentaré. Voy camino de mi comisaría ahora mismo… Siempre hacen los cambios de personal de noche, para no desvelar su secreto. Los rangos superiores se han interesado en mí y me van a dejar visitar algunas comisarías para que me familiarice con su trabajo. Veré si puedo conseguirte esa lista.

Raven asintió en la oscuridad.

–Pero… no hagas tonterías con la información, ¿de acuerdo? – dijo Allie–. Tenemos que ser cuidadosos, Rav. El Ministerio mantiene estas comisarías en secreto desde hace mucho tiempo. Ahora que sabemos de su existencia, tenemos una clara ventaja. No la desperdicies.

–No lo haré –prometió Raven–. ¿Qué hay de los inquisidores? ¿Has descubierto algo sobre ellos?

Allie guardó silencio un instante.

–Son… extraños, Rav. No sé. Parecen tener todos los poderes alománticos, así que supongo que fueron nacidos de la bruma en algún momento. No puedo averiguar mucho de ellos…, aunque sé que envejecen.

–¿De verdad? – preguntó Raven, interesada–. Entonces ¿no son inmortales?

–No –respondió Allie–. Los obligadores dicen que los inquisidores cambian de vez en cuando. Esas criaturas tienen una vida muy larga, pero acaban por morir de viejas. Se reclutan otras entre las filas de los nobles. Son personas, Rav… Pero han sido… cambiadas.

Raven asintió.

–Si pueden morir de viejos, entonces probablemente habrá también otras formas de matarlos.

–Eso es lo que yo pienso –dijo Allie–. Veré qué puedo averiguar, pero no esperes gran cosa. Los inquisidores no tienen mucha relación con los obligadores normales… hay tensión política entre los dos grupos. El sumo prelado dirige la Iglesia, pero los inquisidores creen que son ellos quienes debieran estar al mando.

–Interesante –dijo Raven muy despacio. Lexa prácticamente pudo oír su mente reflexionando sobre esta nueva información.

–He de marcharme –dijo Allie–. He tenido que venir corriendo y voy a llegar tarde a mi cita.

Raven asintió y Allie empezó a marcharse abriéndose paso entre los escombros.

–Allie –dijo Raven mientras llegaba a la puerta.

Allie se volvió.

–Gracias. Me imagino lo peligroso que es esto.

–No lo hago por ti, Rav –dijo Allie–. Pero… agradezco tus palabras. Trataré de enviarte otra misiva cuando tenga más información.

–Ten cuidado.

Allie desapareció en la noche brumosa. Raven se quedó en la habitación destrozada unos minutos, mirando el lugar por donde se había desvanecido su hermana.

No mentía tampoco en eso, pensó Lexa. Se preocupa de verdad por Allie.

–Vámonos –dijo Raven–. Deberías regresar a la Mansión Renoux… La Casa Collins va a dar otra fiesta dentro de unos cuantos días y es necesario que estés presente.