A veces, mis compañeros dicen que me preocupo y me cuestiono demasiado. Sin embargo, aunque puedo dudar de mi estatura como héroe, hay una cosa que nunca he puesto en duda: el bien final de nuestra misión. La Profundidad tiene que ser destruida. La he visto y la he sentido. Este nombre que le damos es una palabra demasiado débil, creo. Sí, es profunda e insondable, pero también es terrible. Muchos no se dan cuenta de que es sentiente, pero yo he sentido su mente, tal como es, las pocas veces que me he enfrentado a ella directamente. Es un ser de destrucción, locura y corrupción. Destruiría este mundo no por rencor o animosidad, sino simplemente porque eso es lo que hace.
Capítulo 28
El salón de baile de la fortaleza Collins tenía forma de pirámide. La pista estaba en una plataforma, a la altura de la cintura, en el mismo centro de la sala, y las mesas ocupaban cuatro plataformas similares que la rodeaban. Los criados corrían por los pasillos entre las plataformas, sirviendo la cena a los aristócratas. Cuatro filas de balcones cubrían el perímetro de la sala piramidal, cada una un poco más cercana al vértice, cada una asomándose un poco más sobre la pista de baile. Aunque el espacio estaba bien iluminado, los balcones quedaban ensombrecidos por los que tenían encima. El diseño pretendía que pudiera verse bien el rasgo artístico más distintivo de la fortaleza: las pequeñas vidrieras de cada balcón. Los nobles Collins alardeaban de que, aunque otras torres contaban con vidrieras más grandes, la fortaleza Collins tenía las más detalladas. Lexa tuvo que admitir que eran impresionantes. Había visto tantas vidrieras en los últimos meses que empezaba a no fijarse en ellas. Sin embargo, las vidrieras de la fortaleza Collins dejaban a las demás en ridículo. Cada una era una extravagante y detallada maravilla de color resplandeciente. Animales exóticos saltaban, paisajes lejanos seducían y los nobles miraban orgullosos desde sus retratos. También había, naturalmente, las imágenes habituales dedicadas a la Ascensión. Lexa las reconocía ya con mayor facilidad y le sorprendió ver referencias a cosas que había leído en el libro de viajes. Las colinas verde esmeralda. Las escarpadas montañas, con débiles líneas como olas surgiendo de las cimas. Un lago profundo y oscuro. Y… negrura. La Profundidad. Un caótico ser de destrucción. Él la derrotó, pensó Lexa. Pero… ¿qué era? Tal vez el final del libro revelaría más. Sacudió la cabeza y dejó atrás el recoveco y su negra ventana. Recorrió el segundo balcón, vestida con una saya de blanco puro, un atuendo que nunca hubiese imaginado durante su vida como skaa. La ceniza y el hollín habían formado parte de su vida anterior, tanto que no creía haber tenido siquiera el concepto de cómo era un blanco prístino. Saber eso hacía que el vestido le pareciera aún más maravilloso. Esperaba no perder nunca esa sensación interior de saber cómo había sido la vida antes. La hacía apreciar lo que tenía mucho más que a la nobleza. Continuó caminando por el balcón, buscando a su presa. Colores chispeantes brillaban en las ventanas, desparramando luz por todo el salón. La mayoría de las vidrieras brillaba desde el interior de pequeños huecos situados a lo largo del balcón, y por eso el que tenía delante estaba moteado de bolsas de oscuridad y color. Lexa no se detuvo a estudiar ninguna vidriera: ya lo había hecho durante sus primeros bailes en la fortaleza Collins. Esa noche tenía asuntos que atender. Encontró a su presa en el pasillo del balcón situado al este. Lady Kliss hablaba con un grupo de personas, así que Lexa se detuvo, fingiendo estudiar una vidriera. El grupo de Kliss pronto se dispersó: sólo se podía soportar a Kliss a pequeñas dosis. La mujer empezó a acercarse a ella. Mientras lo hacía, Lexa se volvió fingiendo sorpresa.
–¡Vaya, Lady Kliss! No te he visto en toda la noche.
Kliss se volvió al momento, obviamente entusiasmada ante la perspectiva de tener a otra persona con quien chismorrear.
–¡Lady Valette! – dijo, avanzando–. ¡Te perdiste el baile de Lord Cabe la semana pasada! No habrás vuelto a recaer en tu enfermedad, ¿verdad?
–No –dijo Lexa–. Pasé esa noche cenando con mi tío.
–Oh –comentó Kliss, decepcionada. Una recaída habría sido una historia mejor–. Bueno, eso está bien.
–He oído que tienes noticias interesantes sobre Lady Tren–Pedri Delouse –dijo Lexa con cuidado–. Yo misma he oído algunas cosas interesantes últimamente. – Miró a Kliss, dando a entender que estaba dispuesta a intercambiar chismes.
–¡Oh, eso! – dijo Kliss ansiosamente–. Bueno, me he enterado de que Tren–Pedri no está demasiado interesada en una unión con la Casa Aime, aunque su padre dice que habrá boda pronto. Ya sabes cómo son los hijos de Aime. Vaya, Fedren es un completo bufón.
Lexa se esforzó por no demostrar su hartazgo interno. Kliss siguió hablando, sin darse cuenta siquiera de que Lexa tenía algo que ella misma quería compartir. Usar la sutileza con esta mujer es tan efectivo como intentar vender aguas perfumadas a un skaa de plantación.
–Qué interesante –dijo Lexa, interrumpiéndola–. Tal vez la duda de Tren–Pedri se deba a la relación de la Casa Aime con la Casa Hasting.
Kliss vaciló.
–¿Cómo dices?
–Bueno, todo el mundo sabe lo que está planeando la Casa Hasting.
–¿Ah, sí?
Lexa fingió rubor.
–Oh. Tal vez no se sabe todavía. Por favor, Lady Kliss, olvida lo que he dicho.
–¿Olvidar? – dijo Kliss–. Vaya, ya está olvidado. Pero vamos, no puedes pararte ahora. ¿A qué te refieres?
–No debería decirlo. Es algo que oí comentar a mi tío.
–¿Tu tío? – preguntó Kliss, cada vez más ansiosa–. ¿Qué dijo? Sabes que puedes fiarte de mí.
–Bueno… Dijo que la Casa Hasting estaba desviando un montón de recursos hacia sus plantaciones del Dominio Sur. Mi tío estaba bastante contento: Hasting se ha retirado de alguno de sus contratos y mi tío esperaba conseguirlos.
–Desviando… –dijo Kliss–. Bueno, no harían eso a menos que estuvieran planeando irse de la ciudad…
–¿Puedes reprochárselo? – preguntó Lexa en voz baja–. Quiero decir, ¿quién quiere arriesgarse con lo que le ha pasado a la Casa Tekiel?
–Quién, desde luego… –dijo Kliss. Prácticamente temblaba de ansiedad por enterarse.
–Pero, por favor, estamos hablando sólo de oídas –dijo Lexa–. No deberías contárselo a nadie.
–Por supuesto. Hummm… Discúlpame. Tengo que irme.
–Por supuesto –dijo Lexa, viendo a la mujer dirigirse hacia las escaleras.
Sonrió. La Casa Hasting no estaba haciendo ningún preparativo, naturalmente. Hasting era una de las familias más fuertes de la ciudad y no era probable que se retirara de nada. Sin embargo, Monty estaba en el taller falsificando documentos que, cuando fueran entregados en los lugares adecuados, implicarían que Hasting planeaba hacer justo lo que Lexa había dicho. Si todo salía bien, la ciudad entera esperaría pronto la marcha de Hasting. Sus aliados harían planes y tal vez incluso empezaran a marcharse también. La gente que compraba armas pondría sus ojos en otros temiendo que Hasting no pudiera hacer buenos contratos cuando se marchara. Cuando Hasting no se fuera los haría parecer indecisos. Sin sus aliados, con sus ingresos debilitados, bien podrían ser la siguiente casa en caer. No obstante, la Casa Hasting era una de las casas contra las que actuar era más fácil. Tenía fama por sus subterfugios y la gente creería que planeaba una retirada en secreto. Además, Hasting era una fuerte casa mercantil, lo que significaba que dependía mucho de sus contratos para sobrevivir. Una casa con una fuente de ingresos tan obvia y dominante también tenía una debilidad clara. Lord Hasting había trabajado duro para aumentar la influencia de su casa en las últimas décadas, y al hacerlo había estirado sus recursos hasta el límite. Otras casas eran mucho más estables. Lexa suspiró, se dio la vuelta y recorrió el pasillo, mirando el enorme reloj colocado entre balcones al otro lado de la sala. Griffin no caería fácilmente. Seguía siendo poderosa por su fortuna: aunque participaba en algunos contratos, no basaba su economía en ellos como las otras casas. Griffin era lo suficientemente rica, y lo suficientemente poderosa, para que incluso un desastre mercantil la sacudiera apenas. En cierto modo, la estabilidad de Griffin era buena cosa: para Lexa, al menos. La casa no tenía ninguna debilidad clara, así que tal vez la banda no se sintiera demasiado decepcionada cuando ella no pudiera descubrir ninguna forma de hacerla caer. Después de todo, no necesitaban imperiosamente destruir la Casa Griffin; hacerlo simplemente facilitaría el plan. Pasara lo que pasase, Lexa tenía que asegurarse de que Griffin no sufriera el mismo destino que la Casa Tekiel. Destruida su reputación, sus finanzas al descubierto, los Tekiel habían intentado marcharse de la ciudad…, y esta última muestra de debilidad había sido demasiado. Algunos de los nobles de Tekiel habían sido asesinados antes de marcharse; el resto habían sido encontrados en las ruinas calcinadas de sus barcos, en el canal, al parecer después de ser atacados por bandidos. Lexa, sin embargo, no conocía ninguna banda de ladrones que se atreviera a matar a tantos nobles.
Raven aún no había podido descubrir qué casa estaba detrás de los asesinatos, pero a la nobleza de Luthadel ni siquiera parecía importarle quién era el culpable. La Casa Tekiel se había permitido ir debilitándose, y nada resultaba más embarazoso para la nobleza que una Gran Casa que no podía mantenerse. Raven tenía razón: aunque en los bailes se mostraban amables, los nobles estaban más que dispuestos a apuñalarse si eso los beneficiaba.
Más o menos como en las bandas de ladrones, pensó Lexa. Los nobles no son tan diferentes de la gente con la que crecí. Tanta amabilidad fingida sólo volvía la atmósfera más peligrosa. Bajo aquella fachada había planes, asesinatos y (tal vez lo más importante) nacidos de la bruma. No era ninguna casualidad que en todos los bailes a los que había asistido recientemente hubiera gran número de guardias, con armadura y sin ella. Las fiestas servían al propósito adicional de hacer advertencias y demostrar fuerzas. Clarke está a salvo, se dijo. A pesar de lo que piense de su familia, han hecho un buen trabajo manteniendo su posición en la jerarquía de Luthadel. Es la heredera… lo protegerán de los asesinos. Deseó que esas aseveraciones fueran un poco más convincentes. Sabía que Ontari Elariel estaba planeando algo. La Casa Griffin podía estar a salvo, pero Clarke se mostraba a veces un poco… ajena. Si Ontari hacía algo contra ella en el ámbito personal, podría ser o no un golpe importante para la Casa Griffin, pero sería un golpe importante para Lexa.
–Lady Valette Renoux –dijo una voz–. Creo que llegas tarde.
Lexa se volvió para ver a Clarke en un hueco en la pared, a su izquierda. Sonrió, mirando el reloj, y advirtió que en efecto habían pasado unos minutos de la hora en que había prometido reunirse con ella.
–Debo de estar contagiándome de las malas costumbres de algunos amigos míos –dijo, entrando en el hueco.
–Bueno, veamos, yo no he dicho que sea mala cosa –dijo Clarke, sonriendo–. Hasta diría que es el deber cortés de toda dama retrasarse. A los caballeros les viene bien esperar un poco por capricho de las mujeres… O eso me decía siempre mi madre.
–Parece que era una mujer sabia –contestó Lexa. El hueco en la pared era lo bastante grande para que dos personas cupieran de pie y de lado. Se encontraba frente a ella, con el balcón a la izquierda y una maravillosa vidriera de color lavanda a la derecha. Sus pies casi se tocaban.
–Oh, no estoy tan segura. Se casó con mi padre, después de todo.
–Uniéndose así a la casa más poderosa del Imperio Final. No se puede hacer nada mejor… aunque supongo que podría haber intentado casarse con el Lord Legislador. Pero lo último que sé es que no estaba buscando esposa.
–Lástima –dijo Clarke–. Tal vez parecería un poco menos deprimido si hubiera una mujer en su vida.
–Supongo que eso dependería de la mujer. – Lexa miró a un grupo de asistentes a la fiesta que pasaban–. Por cierto, éste no es un lugar exactamente privado. La gente nos mira con mala cara.
–Tú eres la que ha entrado aquí conmigo.
–Sí, bueno, no he pensado en los chismes que podrían desatarse.
–Pues que chismorreen –dijo Clarke, irguiéndose.
–¿Porque eso enfadará a tu padre?
Clarke negó con la cabeza.
–Eso ya no me importa, Valette. – Clarke dio un paso adelante, acercándose más a ella. Lexa pudo sentir su aliento. Clarke tardó un momento en hablar–. Creo que voy a besarte.
Lexa se estremeció ligeramente.
–No creo que quieras hacer eso, Clarke.
–¿Por qué?
–¿Cuánto sabes realmente de mí?
–No tanto como me gustaría.
–No tanto como necesitas, tampoco –dijo Lexa, mirándola a los ojos.
–Entonces cuéntame.
–No puedo. Ahora, no.
Clarke guardó silencio un instante, luego asintió y se retiró. Salió al pasillo.
–¿Vamos a dar un paseo, entonces?
–Sí –dijo Lexa, aliviada…, pero también un poco decepcionada.
–Es lo mejor –aseguró Clarke–. Ese hueco tiene una luz absolutamente terrible para leer.
–Ni te atrevas –dijo Lexa, mirando el libro que tenía en el bolsillo mientras se reunía con ella–. Lee cuando estés con otra, no conmigo.
–¡Pero si es así como empezó nuestra relación!
–Y así es como podría terminar también –dijo ella, tomándola del brazo.
Clarke sonrió. No eran la única pareja que paseaba por el balcón y, abajo, otras parejas bailaban lentamente siguiendo la suave música. Parece tan pacífico todo. Y sin embargo, hace sólo unos días mucha de este gente vio tan tranquila cómo decapitaban a mujeres y niños. Sintió el brazo de Clarke, su calor junto a ella. Raven decía que sonreía tanto porque sentía la necesidad de tomar la alegría que pudiera del mundo, para saborear los momentos de felicidad que parecían tan infrecuentes en el Imperio Final. Al pasear junto a Clarke, Lexa pensó que empezaba a comprender cómo se sentía Raven.
–Valette… –dijo Clarke, despacio.
–¿Qué?
–Quiero que te marches de Luthadel.
–¿Qué?
Clarke se detuvo, se volvió a mirarla.
–He pensado mucho en esto. Puede que no te des cuenta, pero la ciudad se está volviendo peligrosa. Muy peligrosa.
–Lo sé.
–Entonces sabes que una casa pequeña sin aliados no tiene nada que hacer en el Dominio Central ahora mismo –dijo Clarke–. Tu tío fue valiente al venir aquí y tratar de establecerse, pero eligió el momento equivocado. Yo… creo que las cosas van a estallar muy pronto. Cuando eso suceda, no puedo garantizar tu seguridad.
–Mi tío sabe lo que está haciendo, Clarke.
–Esto es diferente, Valette. Casas enteras van a caer. La familia Tekiel no fue asesinada por bandidos… Eso fue obra de la Casa Hasting. No serán las últimas muertes antes de que esto haya terminado.
Lexa vaciló, pensando de nuevo en Ontari.
–Pero… tú estás a salvo, ¿verdad? La Casa Griffin… no es como las otras. Es estable.
Clarke negó con la cabeza.
–Somos aún más vulnerables que el resto, Valette.
–Pero vuestra fortuna es grande. No dependéis de ningún contrato.
–Puede que no sean visibles, pero están ahí –dijo Clarke en voz baja–. Somos buenos actores y la gente supone que tenemos más de lo que tenemos. Sin embargo, con los impuestos del Lord Legislador a las casas… bueno, la única forma de mantener tanto poder en esta ciudad es a través de otros ingresos. Ingresos secretos.
Lexa frunció el ceño y Clarke se acercó más, hablando casi en un susurro.
–Mi familia atiende las minas de atium del Lord Legislador, Valette –dijo–. De ahí procede nuestra riqueza. En cierto modo, nuestra estabilidad depende casi por completo de los caprichos del Lord Legislador. No le gusta molestarse él mismo en recoger el atium, pero se molesta mucho si la entrega prevista se interrumpe.
¡Averigua más!, le dijo el instinto a Lexa. Éste es el secreto: esto es lo que necesita Raven.
–Oh, Clarke –susurró–. No deberías contarme esto.
–¿Por qué no? Confío en ti. Mira, tienes que comprender lo peligrosa que es la situación. Ha habido problemas con el suministro de atium últimamente. Desde que… bueno, sucedió algo hace unos cuantos años. Desde entonces, las cosas han sido distintas. Mi padre no puede satisfacer las cuotas del Lord Legislador y la última vez que eso sucedió…
–¿Qué?
–Bueno –dijo Clarke, y parecía preocupada–. Digamos que las cosas podrían ponerse feas para los Griffin. El Lord Legislador depende de ese atium, Valette: es una de las principales formas con las que controla a la nobleza. Una casa sin atium es una casa que no puede defenderse de los nacidos de la bruma. Al mantener una gran reserva, el Lord Legislador controla el mercado y se hace enormemente rico al mismo tiempo. Financia sus ejércitos haciendo que el atium sea escaso y luego vende pequeñas porciones a precios exorbitantes. Si supieras más sobre la economía alomántica probablemente todo esto tendría más sentido para ti.
Oh, confía en mí. Comprendo más de lo que crees. Y ahora sé mucho más de lo que debería.
Clarke se detuvo y le sonrió amablemente a un obligador que paseaba por el balcón junto a ellos. El obligador los miró, los ojos reflexivos dentro de su telaraña de tatuajes. Clarke se volvió hacia ella en cuanto el obligador pasó.
–Quiero que te marches –repitió–. La gente sabe que te he prestado atención. Con suerte, supondrán que ha sido sólo por incordiar a mi padre, pero podrían intentar utilizarte de todas formas. Las Grandes Casas no tendrán ningún resquemor en aplastar a toda tu familia sólo por llegar a mí y a mi padre. Tienes que irte.
–Yo… lo pensaré.
–No queda mucho tiempo para pensar –le advirtió Clarke–. Quiero que te marches antes de que te impliques demasiado en lo que está sucediendo en esta ciudad.
Ya estoy implicada mucho más de lo que crees.
–He dicho que me lo pensaré. Mira, Clarke, creo que deberías preocuparte más por ti misma. Creo que Ontari Elariel va a intentar hacer algo contra ti.
–¿Ontari? – dijo Clarke, divertida–. Es inofensiva.
–No creo que lo sea, Clarke. Tienes que tener más cuidado.
Clarke se echó a reír.
–Míranos… cada una intentando convencer a la otra de lo terrible que es la situación, y cada una rehusando tozudamente escuchar a la otra.
Lexa vaciló, luego sonrió.
Clarke suspiró.
–No vas a hacerme caso, ¿verdad? ¿Hay algo que pueda hacer para que te marches?
–Ahora mismo no –dijo ella en voz baja–. Mira, Clarke, ¿no podemos disfrutar del tiempo que estamos juntas? Si las cosas continúan como están, puede que no tengamos más oportunidades como ésta en algún tiempo.
Clarke se detuvo y, finalmente, asintió. Ella notó que seguía preocupada, pero continuaron paseando del brazo. Caminaron un rato juntos, en silencio, hasta que algo llamó la atención de Lexa. Apartó la mano de su brazo y le cogió la mano. Clarke la miró, frunciendo el ceño por su confusión mientras acariciaba el anillo de su dedo.
–Es de metal de verdad –dijo ella, un poco sorprendida, a pesar de lo que le habían dicho.
Clarke asintió.
–Oro puro.
–¿No te preocupan los…?
–¿Alománticos? – preguntó Clarke. Se encogió de hombros–. No sé… No son el tipo de cosa con lo que haya tenido que enfrentarme. ¿No os ponéis metal en las plantaciones?
Lexa negó con la cabeza y señaló uno de los alfileres de su pelo.
–Madera pintada.
Clarke asintió.
–Probablemente sea lo mejor –dijo–. Pero, bueno, cuanto más tiempo estás en Luthadel, más te das cuenta de lo poco que se hace en nombre de la cordura. El Lord Legislador lleva anillos de metal… y por tanto, también los lleva la nobleza. Algunos filósofos dicen que todo es parte de Su plan. El Lord Legislador lleva metal porque sabe que la nobleza lo imitará y por tanto dará a sus inquisidores poder sobre ella.
–¿Y tú estás de acuerdo? – preguntó Lexa colgándose de nuevo de su brazo–. Con los filósofos, quiero decir.
Clarke negó con la cabeza.
–No –dijo en voz aún más baja–. El Lord Legislador… es sólo arrogante. He leído historias de guerreros, hace tiempo, que corrían a la batalla sin armadura, supuestamente para demostrar lo valientes y fuertes que eran. Esto es igual, creo…, aunque admito que en un grado mucho más sutil. Él lleva metal para alardear de su poder, para demostrar lo poco que teme lo que le podríamos hacer.
Bueno, pensó Lexa, está dispuesto a llamar arrogante al Lord Legislador. Tal vez consiga que admita algo más…
Clarke se detuvo, miró el reloj.
–Me temo que no tengo mucho tiempo esta noche, Valette.
–No importa. Tienes que ir a reunirte con tus amigos. – La miró, tratando de calibrar su reacción.
Clarke no pareció sorprendida. Simplemente alzó una ceja.
–En efecto. Eres muy observadora.
–No hay que observar gran cosa. Cada vez que estamos en la fortaleza Hasting, Griffin, Collins o Elariel, corres a reunirte con la misma gente.
–Mis amigos de bebida –dijo Clarke con una sonrisa–. Un grupo poco probable en el clima político de hoy en día, pero molesta a mi padre.
–¿Qué hacéis en esas reuniones? – preguntó Lexa.
–Hablamos de filosofía, principalmente. Somos un poco pesados… Lo cual no es sorprendente, supongo, si nos conoces a alguno. Hablamos del gobierno, de política…, del Lord Legislador.
–¿Y qué decís de él?
–Bueno, no nos gustan algunas cosas que ha hecho con el Imperio Final.
–¡Entonces queréis derrocarlo!
Clarke le dirigió una mirada extraña.
–¿Derrocarlo? ¿Qué te hace pensar eso, Valette? Él es el Lord Legislador… Es Dios. No podemos hacer nada a ese respecto. – Apartó la mirada mientras continuaban caminando–. No, mis amigos y yo tan sólo… deseamos que el Imperio Final sea un poco diferente. No podemos cambiar las cosas ahora, pero tal vez algún día, suponiendo que sobrevivamos a este año que se avecina, estaremos en situación de influir en el Lord Legislador.
–¿Y conseguir qué?
–Bueno, pongamos esas ejecuciones de hace unos días. No creo que sirvieran para nada. Los skaa se rebelaron. En represalia, el Ministerio ejecutó a unos cuantos cientos de personas al azar. ¿Qué se consigue con eso aparte de enfadar aún más al pueblo? Así que la próxima vez la rebelión será más grande. ¿Significa eso que el Lord Legislador ordenará que decapiten todavía a más gente? ¿Cuánto tiempo puede continuar eso antes de que no quede ningún skaa?
Lexa se mostró pensativa.
–¿Y qué harías tú, Lady Griffin? – dijo por fin–. Si estuvieras al mando.
–No lo sé –confesó Clarke–. He leído un montón de libros, incluso algunos que supuestamente no debería haber leído, y no he encontrado ninguna respuesta sencilla. Sin embargo, estoy bastante segura de que decapitar a la gente no resolverá nada. El Lord Legislador lleva mucho tiempo en el poder… Cabría pensar que tendría que haber encontrado un modo mejor. Pero, de todas formas, tendremos que continuar con la conversación más adelante…
Se volvió a mirarla.
–¿Ya es la hora? – preguntó ella.
Clarke asintió.
–Prometí que me reuniría con ellos y más o menos soy su referente. Supongo que podría decirles que llegaré tarde…
Lexa negó con la cabeza.
–Ve a beber con tus amigos. Estaré bien… Hay unas cuantas personas con las que tengo que hablar.
Tenía que volver a trabajar: Harper y Monty se habían pasado horas planeando y preparando las mentiras que tenía que difundir y estarían esperando su informe en el taller de Gustus después de la fiesta.
Clarke sonrió.
–Tal vez no debería preocuparme tanto por ti. Quién sabe… Considerando todas vuestras maniobras políticas, tal vez la Casa Renoux pronto sea el poder de esta ciudad y yo no sea más que una pobre mendiga.
Lexa sonrió y Clarke hizo una reverencia, guiñándole un ojo, y luego se marchó escaleras abajo. Lexa se acercó lentamente a la barandilla del balcón y contempló a la gente que bailaba y cenaba abajo.
Así que no es ninguna revolucionaria, pensó. Raven tenía razón una vez más. Me pregunto si alguna vez se cansará de eso.
Pero, de todas formas, no podía sentirse decepcionada con Clarke. No todo el mundo estaba tan loco como para pensar que podía derrocar al dios–emperador. El simple hecho de que Clarke estuviera dispuesta a pensar por su cuenta la diferenciaba del resto; era una buena mujer, una mujer que se merecía una mujer que fuera digna de su confianza.
Por desgracia, tenía a Lexa.
Así que la Casa Griffin explota en secreto las minas de atium del Lord Legislador, pensó. Tienen que ser los que administran los Pozos de Hathsin. Era una posición aterradoramente precaria para una casa: sus finanzas dependían directamente de complacer al Lord Legislador. Clarke pensaba que era cuidadosa, pero Lexa estaba preocupada. No se tomaba a Ontari Elariel lo suficientemente en serio, de eso estaba segura. Se dio la vuelta y bajó a la planta principal. Encontró fácilmente la mesa de Ontari; la mujer siempre se sentaba con un gran número de nobles asistentes, presidiendo como un lord dirige su plantación. Lexa vaciló. Nunca había abordado a Ontari directamente. Alguien, sin embargo, tenía que proteger a Clarke: obviamente, ella era demasiado necia para hacerlo por su cuenta.
Lexa avanzó. El terrisano de Ontari la estudió mientras se acercaba. Era muy diferente a Gaia: no tenía el mismo… espíritu. Aquel hombre mantenía una expresión neutra, como una criatura tallada en piedra. Unas cuantas damas miraron a Lexa con desaprobación, pero la mayoría de ellas, Ontari incluida, la ignoraron. Lexa se plantó torpemente junto a la mesa, esperando una pausa en la conversación. No hubo ninguna. Finalmente, se acercó unos pasos a Ontari.
–¿Lady Ontari? – preguntó.
Ella se volvió con mirada de hielo.
–No te he mandado llamar, campesina.
–Sí, pero he encontrado unos libros como me…
–Ya no requiero tus servicios –dijo Ontari, volviéndose–. Puedo tratar yo sola con Clarke Griffin. Ahora, sé una niñita buena y deja de molestarme.
Lexa vaciló, aturdida.
–Pero tu plan…
–He dicho que ya no eres necesaria. ¿Crees que he sido brusca contigo antes, niña? Eso fue cuando estaba de buen humor. Trata de molestarme ahora.
Lexa se arrugó ante la mirada despectiva de la mujer. Parecía… disgustada. Incluso furiosa. ¿Celosa?
Debe de haberlo descubierto, pensó Lexa. Finalmente se ha dado cuenta de que no estoy jugando con Clarke. Sabe que me interesa y no confía en mí para que guarde sus secretos. Lexa se alejó de la mesa. Al parecer, tendría que usar otros métodos para descubrir los planes de Ontari.
A pesar de lo que solía decir, Clarke Griffin no se consideraba a sí misma una mujer grosera. Era más bien una… filósofa verbal. Le gustaba sondear una conversación y darle la vuelta para ver cómo reaccionaba la gente. Como los grandes pensadores de antaño, probaba los límites y experimentaba con métodos poco convencionales.
Naturalmente, pensó, alzando la copa de brandy ante los ojos e inspeccionándola, la mayoría de esos antiguos filósofos fueron ejecutados por traición. No eran precisamente los modelos más recomendables.
La conversación política con su grupo había terminado y se había retirado con varios amigos al salón de la fortaleza Collins, una pequeña cámara adyacente al salón de baile. Estaba amueblado en tonos verdes y los sillones eran cómodos; habría sido un buen lugar para leer, si hubiera estado de mejor humor. Finn estaba sentado frente a ella, fumando su pipa. Era bueno ver al joven Collins tan tranquilo. Aquellas últimas semanas habían sido difíciles para él. Guerra de casas, pensó Clarke. Qué terrible momento. ¿Por qué ahora? Las cosas iban tan bien…
Aden regresó con una nueva copa momentos más tarde.
–¿Sabes? – dijo Finn, haciendo un gesto con la pipa en la mano–, cualquiera de los criados podría haberte traído otra bebida.
–Me apetecía estirar las piernas –dijo Aden, sentándose en el tercer sillón.
–Y has coqueteado con no menos de tres mujeres mientras volvías –repuso Finn–. Las he contado.
Aden sonrió y tomó un sorbo de su copa. El hombretón nunca se sentaba simplemente: se tendía. Aden podía parecer relajado y cómodo no importaba cuál fuera la situación, sus elegantes trajes y su pelo bien cuidado envidiablemente atractivos.
Tal vez debería prestar un poco más de atención a este tipo de cosas, pensó Clarke. Valette soporta mi pelo tal como es, pero ¿le gustaría más si me lo cuidara?
A menudo, Clarke pensaba acudir a un estilista o un sastre, pero otras cosas tendían a robar su atención. Se perdía en sus estudios o pasaba demasiado tiempo leyendo y luego llegaba tarde a sus citas. Otra vez.
–Clarke está callada esta noche –comentó Aden. Aunque había otros grupos de personas sentados en el salón, los sillones estaban lo bastante apartados para permitir conversaciones privadas.
–Lleva así mucho tiempo últimamente –dijo Finn.
–Ah, sí –dijo Aden, frunciendo levemente el ceño.
Clarke los conocía bastante bien para entender sus pullas.
–¿Por qué tiene que ser así la gente? – dijo–. Si tenéis algo que decir, ¿por qué no lo decís simplemente?
–Política, amiga mía –contestó Finn–. Somos, por si no te has dado cuenta, caballeros.
Clarke puso los ojos en blanco.
–Muy bien, lo diré yo. – Finn se pasó la mano por el pelo, una costumbre nerviosa que, Clarke estaba segura, contribuía a la incipiente calvicie del joven–. Has estado pasando mucho tiempo con esa chica Renoux, Clarke.
–Hay una explicación muy sencilla para eso. Verás, da la casualidad de que me gusta.
–Eso no es bueno, Clarke –dijo Aden, sacudiendo la cabeza–. No es bueno.
–¿Por qué? Tú mismo pareces bastante satisfecho ignorando las diferencias de clase, Aden. Te he visto flirtear con la mitad de las sirvientas de la sala.
–Yo no soy heredero de mi casa.
–Y –dijo Finn–, estas chicas son de fiar. Mi familia contrató a estas mujeres: conocemos su casa, su pasado y sus alianzas.
Clarke frunció el ceño.
–¿Qué estáis dando a entender?
–Hay algo extraño en esa muchacha, Clarke –dijo Finn. Había vuelto a su nerviosismo habitual, la pipa olvidada sobre la mesa.
Aden asintió.
–Se acercó a ti con demasiada rapidez, Clarke. Quiere algo.
–¿Como qué? – preguntó Clarke, cada vez más molesta.
–Clarke, Clarke –dijo Finn–. No puedes evitar el juego diciendo que no quieres jugarlo. Te buscará. Renoux se mudó a la ciudad justo cuando las tensiones entre las casas empezaban a aumentar y trajo consigo a una parienta desconocida…, una chica que inmediatamente empezó a tontear con la joven más importante y buscada de Luthadel. ¿No te parece extraño?
–Lo cierto es que yo la abordé primero –puntualizó Clarke–. Aunque sólo fuera porque me quitó el sitio donde leía.
–Pero tienes que admitir que es sospechoso lo pronto que se ha pegado a ti –dijo Aden–. Si vas a dedicarte a los amoríos, Clarke, tienes que aprender una cosa. Puedes jugar con las mujeres si quieres, pero no te permitas acercarte demasiado a ellas, pues empezarán los problemas.
Clarke negó con la cabeza.
–Valette es diferente.
Los otros dos intercambiaron una mirada. Entonces Aden se encogió de hombros y volvió a su bebida. Finn, sin embargo, suspiró, se puso en pie y se desperezó.
–Bueno, creo que me marcho.
–Una copa más –dijo Aden.
Finn negó con la cabeza y se pasó una mano por el pelo.
–Ya sabes cómo son mis padres las noches de baile: si no salgo y despido al menos a alguno de los invitados, me darán la lata durante semanas.
El joven les dio a todos las buenas noches y regresó al salón principal. Aden bebió de su copa, mirando a Clarke.
–No estoy pensando en ella –dijo Clarke, picada.
–¿En qué, entonces?
–En la reunión de esta noche. No estoy segura de que me guste el resultado.
–Bah –dijo el hombretón, agitando la mano–. Eres peor que Finn. ¿Qué sucedió con la mujer que asistía a esas reuniones sólo para relajarse y pasar un rato con los amigos?
–Está preocupada –dijo Clarke–. Algunos de sus amigos podrían acabar al mando de sus casas antes de lo que esperaban, y le preocupa que ninguno de nosotros esté preparado.
Aden hizo una mueca.
–No seas tan melodramática –dijo, sonriéndole y guiñándole a la joven sirvienta que retiraba las copas vacías–. Tengo la impresión de que todo esto va a quedar en nada. Dentro de unos cuantos meses lo recordaremos y nos preguntaremos a qué venía tanto alboroto.
Kale Tekiel no podrá recordarlo, pensó Clarke.
La conversación se fue apagando, sin embargo, y Aden acabó por marcharse. Clarke se quedó allí sentada un rato, abriendo Los dictados de la sociedad para leer un poco, pero tuvo problemas para concentrarse. Acarició la copa de brandy entre sus dedos, pero no bebió mucho.
Me pregunto si Valette se habrá marchado ya… Había tratado de buscarla al término de su reunión, pero al parecer ella estaba en una reunión privada propia. Esa chica está demasiado interesada en política para su propio bien, pensó ociosamente. Tal vez estuviera sólo celosa: unos cuantos meses en la corte y ya parecía más competente que ella. Era tan intrépida, tan osada, tan… interesante. No encajaba con ninguno de los estereotipos de la corte.
¿Podría tener razón Finn?, se preguntó. Desde luego, es diferente de las otras mujeres, y dio a entender que había cosas de ella que no conocía. Clarke descartó el pensamiento. Valette era distinta, cierto… pero también era inocente, a su modo. Estaba ansiosa, llena de asombro y coraje. Se sentía preocupada por ella: obviamente, no sabía lo peligrosa que podía ser Luthadel. Había mucho más en la política de la ciudad que simples partidos y pequeñas intrigas. ¿Qué sucedería si alguien decidía enviar a un nacido de la bruma a tratar con ella y su tío? Renoux tenía pocos contactos y ninguno de los miembros de la corte habría parpadeado dos veces por unos cuantos asesinatos en Fellise. ¿Sabía el tío de Valette tomar las precauciones adecuadas? ¿Le preocupaban siquiera los alománticos? Clarke suspiró. Tenía que asegurarse de que Valette dejara la zona. Era la única opción.
Para cuando su carruaje llegó a la fortaleza Griffin, Clarke había decidido que había bebido demasiado. Se marchó a sus habitaciones, ansiando su cama y su almohada. De camino a su dormitorio, sin embargo, pasó ante el estudio de su padre. La puerta estaba abierta y había luz a pesar de la hora. Clarke trató de caminar sin hacer ruido sobre la alfombra, pero nunca había sido muy sigilosa.
–¿Clarke? – llamó la voz de su padre–. Entra aquí.
Clarke suspiró para sí. A Lord Jake Griffin no se le pasaba ni una. Era un ojo de estaño: sus sentidos eran tan agudos que probablemente había oído llegar al carruaje. Si no hablo con él ahora me enviará a los criados a molestarme hasta que baje a hacerlo…
Clarke se volvió y entró en el estudio. Su padre estaba sentado en su sillón, hablando tranquilamente con TenSoon, el kandra Griffin. Clarke todavía no estaba acostumbrada al último cuerpo de la criatura, que una vez había pertenecido a un criado de la Mansión Hasting. Clarke se estremeció al verlo. La criatura lo saludó inclinando la cabeza y se retiró en silencio. Clarke se apoyó en una jamba de la puerta. El sillón de Jake estaba delante de varios estantes de libros, ninguno de los cuales había leído: Clarke estaba segura de ello. La habitación quedaba iluminada por dos lámparas, cuyas pantallas apenas dejaban escapar un resquicio de luz.
–Has asistido al baile esta noche –dijo Jake–. ¿Qué has descubierto?
Clarke se frotó la frente.
–Que tengo tendencia a beber demasiado brandy.
A Jake no le hizo gracia el comentario. Era el perfecto noble imperial: alto, de hombros firmes, siempre vestido con traje y chaleco.
–¿Has vuelto a ver a esa… mujer?
–¿Valette? Hummm, sí. Aunque no tanto como me hubiera gustado.
–Te prohibí que estuvieras con ella.
–Sí –dijo Clarke–. Lo recuerdo.
La expresión de Jake se ensombreció. Se levantó y rodeó la mesa.
–Oh, Clarke. ¿Cuándo vas a superar este temperamento infantil que tienes? ¿Crees que no me doy cuenta de que actúas como una necia simplemente para molestarme?
–Lo cierto es que superé mi «temperamento infantil» hace tiempo, padre: sólo que parece que mis inclinaciones naturales te molestan aún más. Ojalá te hubiera conocido antes: me habría ahorrado un montón de esfuerzos en mis años jóvenes.
Su padre bufó, luego alzó una carta.
–Le dicté esto a Staxles hace poco. Para aceptar una invitación a almorzar con Lord Tegas mañana. Si se declara una guerra de casas, quiero asegurarme de que estamos en situación de destruir a los Hasting lo más rápido posible, y Tegas podría ser un aliado fuerte. Tiene una hija. Me gustaría que comieras con ella.
–Lo consideraré –dijo Clarke, dándose un golpecito en la cabeza–. No estoy segura de en qué estado me encontraré mañana por la mañana. Demasiado brandy, ¿recuerdas?
–Estarás allí, Clarke. Esto no es una petición.
Clarke vaciló. ¿Hubiese querido replicarle a su padre, enfrentarse a él…? No porque le importara dónde comer, sino por algo más importante. Hasting es la segunda casa más poderosa de la ciudad. Si hiciéramos una alianza con ellos, juntos podríamos impedir que Luthadel se hundiera en el caos. Podríamos detener la guerra de casas, no inflamarla. Eso era lo que los libros habían provocado en ella: la habían cambiado de muchachita rebelde a aprendiz de filósofa. Por desgracia, había sido una necia demasiado tiempo. ¿Era extraño que Jake no hubiera advertido el cambio en su hija?
La propia Clarke estaba empezando a advertirlo ella misma.
Jake continuó mirándola y Clarke bajó la cabeza.
–Lo pensaré.
Jake agitó la mano, despidiéndola, y se dio media vuelta.
Tratando de salvar algo de su orgullo, Clarke continuó.
–Probablemente ni siquiera tienes que preocuparte por los Hasting: parece que se están preparando para abandonar la ciudad.
–¿Qué? ¿Dónde te has enterado de eso?
–En el baile.
–No habías descubierto nada importante, creía.
–No, nunca he dicho nada por el estilo. Es que no me apetecía compartirlo contigo.
Lord Griffin frunció el ceño.
–No sé por qué me molesto siquiera… cualquier cosa que descubras seguro que no vale nada. Intenté entrenarte en política, muchacha. De veras. Pero ahora… bueno, espero vivir para verte muerta, porque esta casa va a pasar momentos difíciles si tú tomas el control.
–Sé más de lo que crees, padre.
Jake se echó a reír y volvió a tomar asiento.
–Lo dudo, muchacha. Ni siquiera eres capaz de llevarte a una mujer a la cama… la última, y única vez que sé que lo intentaste, yo mismo tuve que llevarte al burdel.
Clarke se ruborizó. Cuidado, se dijo. Lo hace a propósito. Sabe lo mucho que te molesta.
–Ve a acostarte, muchacha –dijo Jake, agitando una mano–. Tienes un aspecto terrible.
Clarke vaciló un instante, luego salió por fin al pasillo, suspirando para sí.
Ésa es la diferencia entre tú y ellos, Clarke, pensó. Esos filósofos a los que lees… fueron revolucionarios. Estaban dispuestos a arriesgarse a ser ejecutados. Tú ni siquiera puedes enfrentarte a tu padre.
Se encaminó hacia sus habitaciones, donde, extrañamente, encontró a un criado esperándolo.
Clarke frunció el ceño.
–¿Sí?
–Lady Clarke, tienes una visita.
–¿A esta hora?
–Es Lord Finn Collins, mi señor.
Clarke ladeó la cabeza. ¡En nombre del Lord Legislador, qué…!
–¿Está esperando en el salón?
–Sí, mi señor.
Clarke se dio media vuelta, pesarosa, y volvió a recorrer el pasillo. Encontró a Finn esperándolo impaciente.
–¿Finn? – preguntó Clarke, cansada, mientras entraba en el salón–. Espero que tengas algo muy importante que decirme.
Finn se agitó un instante, incómodo. Parecía más nervioso que de ordinario.
–¿Qué? – exigió saber Clarke, agotada su paciencia.
–Es la chica.
–¿Valette? – preguntó Clarke–. ¿Has venido a hablar de Valette? ¿Ahora?
–Deberías confiar más en tus amigos.
Clarke bufó.
–¿Confiar en tus conocimientos sobre las mujeres? No te ofendas, Finn, pero mejor no.
–La hice seguir –estalló Finn.
Clarke vaciló.
–¿Qué?
–Hice seguir su carruaje. O, al menos, hice que alguien lo vigilara en las puertas de la ciudad. Ella no estaba dentro cuando salió.
–¿Qué quieres decir? – preguntó Clarke, el ceño cada vez más fruncido.
–Ella no estaba en el carruaje, Clarke –repitió Finn–. Mientras su terrisano entregaba los salvoconductos a los guardias, mi hombre se asomó a la ventanilla, y no había nadie dentro.
»El carruaje debió de dejarla en algún lugar de la ciudad. Es una espía de alguna de las otras casas: están intentando llegar hasta tu padre a través de ti. Crearon a la mujer perfecta para atraerte: morena, un poco misteriosa y que no pertenece a la estructura política corriente. De baja cuna, para que fuera un escándalo que te interesaras en ella. Luego la lanzaron contra ti.
–Finn, eso es ridícu…
–Clarke –interrumpió Finn–. Dímelo de nuevo: ¿cómo la conociste la primera vez?
Clarke vaciló.
–Estaba en el balcón.
–En el sitio donde leías. Todo el mundo sabe que es ahí donde sueles ir. ¿Coincidencia?
Clarke cerró los ojos. Valette no. No puede formar parte de todo esto. Pero, inmediatamente, otro pensamiento lo asaltó. ¡Le he hablado del atium! ¿Cómo he podido ser tan estúpida? No podía ser cierto. Era increíble que se hubiera dejado engañar tan fácilmente. Pero… ¿cómo iba a arriesgarse? Era una mala hija, cierto, pero no una traidora a la casa. No quería ver caer a los Griffin; quería liderarlos algún día y tal vez cambiar las cosas.
Se despidió de Finn, luego regresó a sus habitaciones con paso distraída. Se sentía demasiado cansada para pensar en la política de las casas. Sin embargo, cuando finalmente se metió en la cama, descubrió que no podía dormir. Al cabo de un rato, se levantó y llamó a un criado.
–Dile a mi padre que quiero hacer un trato –le explicó al hombre–. Iré mañana al almuerzo, si quiere.
Hizo una pausa, de pie en la puerta del dormitorio, la bata puesta.
–A cambio –dijo por fin–, quiero que me preste un par de espías para que puedan seguir a alguien por mí.
