A otros hombres les preocupa si serán recordados o no. Yo no siento esos temores; incluso descartando las profecías de Terris, he traído tal caos, conflicto y esperanza a este mundo que hay pocas posibilidades de que sea olvidado. Me preocupa lo que dirán de mí. Los historiadores pueden hacer con el pasado lo que quieran. Dentro de mil años, ¿seré recordado como la mujer que protegió a la humanidad de un poderoso mal? ¿O seré recordada como una tirana que arrogantemente trató de convertirse en leyenda?
Capítulo 31
–No sé –dijo Raven, sonriendo mientras se encogía de hombros–. Harper sería una buena ministra de Sanidad.
Todos se echaron a reír, aunque Harper puso los ojos en blanco.
–Sinceramente, no sé por qué soy siempre el blanco de vuestras bromas. ¿Por qué elegís a la única persona digna de este grupo como objeto de vuestras burlas?
–Porque, mi querida amiga –dijo Bellamy, imitando el acento de Harper–, tú eres, con diferencia, la mejor «objeto» que tenemos.
–Oh, por favor –dijo Harper mientras Fantasma casi rodaba por el suelo de risa–. Esto se está volviendo infantil. El adolescente es el único que ha encontrado divertido ese comentario, Bellamy.
–Soy un soldado –respondió Bellamy, alzando su copa–. Tus ingeniosos ataques verbales no tienen ningún efecto sobre mí, pues soy demasiado cerrado de mollera para comprenderlos.
Raven se echó a reír, apoyado en la alacena. Un problema de trabajar de noche era que se perdía las reuniones en la cocina de Gustus. Harper y Bellamy continuaron con sus pullas. Monty estaba sentado en un extremo de la mesa, repasando libros de cuentas e informes, mientras que Fantasma se sentaba ansioso junto a Bellamy, tratando lo mejor posible de participar en la conversación. Gustus estaba sentado en su rincón, supervisando, sonriendo de vez en cuando, disfrutando de su habilidad de fruncir el ceño mejor que nadie.
–Tendría que irme ya, maese Raven –dijo Gaia, mirando el reloj de pared–. La señora Lexa debe de estar a punto de marcharse.
Raven asintió.
–Yo también debería ponerme en marcha. Aún tengo que…
La puerta de la cocina se abrió de golpe. La silueta de Lexa apareció recortada en la bruma, apenas vestida con su ropa interior: una fina camisa blanca y pantalones.
Ambos estaban manchados de sangre.
–¡Lexa! – exclamó Bellamy, poniéndose en pie.
Tenía en la mejilla un arañazo largo y fino, y llevaba un vendaje en el antebrazo.
–Estoy bien –dijo, cansada.
–¿Qué le ha pasado a tu vestido? – exigió saber inmediatamente Monty.
–¿Te refieres a esto? – preguntó ella, en tono de disculpa, y alzó una masa azul de tela desgarrada y manchada de hollín.
–¡Por el Lord Legislador, niña! – dijo Harper–. Olvida el vestido. ¿Qué te ha pasado a ti?
Lexa sacudió la cabeza, y cerró la puerta. Fantasma se ruborizó hasta las orejas viéndola como iba y Gaia intervino al instante para comprobar la herida de su mejilla.
–Creo que he hecho algo malo –dijo Lexa–. Creo… He matado a Ontari Elariel.
–¿Que has hecho qué? – preguntó Raven mientras Gaia chasqueaba la lengua, dejaba de inspeccionar la mejilla y deshacía el vendaje del brazo.
Lexa dio un leve respingo mientras Gaia la atendía.
–Era una nacida de la bruma. Luchamos. Vencí.
¿Mataste a una nacida de la bruma plenamente entrenada?, pensó Raven, asombrado. ¡Apenas llevas ocho meses practicando!
–Maese Bellamy –solicitó Gaia–, ¿quieres traer mi bolsa de curandero?
Bellamy asintió y se puso en pie.
–Puede que quieras traerle también algo que ponerse –sugirió Raven–. Creo que al pobre Fantasma está a punto de darle un ataque al corazón.
–¿Qué tiene esto de malo? – preguntó Lexa, indicando su ropa–. No es que enseñe mucho más que con alguna de la ropa de ladrona que he usado.
–Es ropa interior, Lexa –dijo Monty.
–¿Y?
–Ésa es la cuestión. Las damas jóvenes no van por ahí corriendo en ropa interior, no importa cuánto se pueda parecer esa ropa interior a la ropa normal.
Lexa se encogió de hombros y se sentó mientras Gaia le vendaba el brazo.
Parecía… agotada. Y no sólo por la lucha. ¿Qué más sucedió en esa fiesta?
–¿Dónde luchaste con la mujer Elariel? – preguntó Raven.
–Ante la fortaleza Griffin –dijo Lexa, agachando la cabeza–. Yo… Creo que algunos de los guardias me vieron. Puede que algunos nobles también, no estoy segura.
–Esto va a traer problemas –suspiró Monty–. Naturalmente, esa herida en la mejilla va a resultar bastante obvia, incluso con maquillaje. Sinceramente, ¿es que vosotros los alománticos nunca os preocupáis del aspecto que vais a tener al día siguiente de una de vuestras peleas?
–Estaba más concentrada en conservar la vida, Monty.
–Se está quejando porque se preocupa por ti –dijo Raven mientras Bellamy regresaba con la bolsa–. Eso es lo que le pasa.
–Ambas heridas requieren sutura inmediata, señora –dijo Gaia–. Creo que la del brazo ha llegado al hueso.
Lexa asintió y Gaia le frotó el brazo con un ungüento anestésico antes de empezar a trabajar. Ella lo soportó sin demasiada incomodidad visible… aunque obviamente había avivado peltre.
Parece tan agotada, pensó Raven. Era una muchachita de aspecto frágil, toda brazos y piernas. Bellamy le echó una capa sobre los hombros, pero ella parecía demasiado cansada para importarle. Y yo la he metido en esto.
Naturalmente, ella sabía bien que no tenía que haberse metido en aquella clase de líos. Por fin Gaia terminó de coser, luego colocó un nuevo vendaje en la herida del brazo. Pasó a la mejilla.
–¿Por qué combatir con una nacida de la bruma? – preguntó Raven, severa–. Tendrías que haber huido. ¿Es que no aprendiste nada de tu batalla con los inquisidores?
–No podía escapar sin darle la espalda –dijo Lexa–. Además, tenía más atium que yo. Si no hubiera atacado, me habría perseguido. Tuve que golpear mientras estábamos igualadas.
–Pero ¿cómo te metiste en esa pelea, para empezar? – exigió saber Raven–. ¿Te atacó ella?
Lexa se miró los pies.
–Ataqué yo primero.
–¿Por qué?
Lexa guardó silencio un momento, mientras Gaia le curaba la mejilla.
–Iba a matar a Clarke –dijo por fin.
Raven resopló, exasperada.
–¿A Clarke Griffin? ¿Arriesgaste tu vida…, arriesgaste el plan, y nuestras vidas, por esa muchacha idiota?
Lexa alzó la cabeza y la miró a la cara.
–Sí.
–¿Qué pasa contigo, muchacha? – preguntó Raven–. Clarke Griffin no merece la pena.
Ella se levantó enfadada. Gaia retrocedió y la capa cayó al suelo.
–¡Es una buena mujer!
–¡Es una noble!
–¡Y vosotros también! – replicó ella. Agitó una mano, llena de frustración, señalando la cocina y la banda–. ¿Qué piensas que es esto, Raven? ¿La vida de un skaa? ¿Qué sabe ninguno de vosotros de los skaa? ¿Trajes de aristócrata, acechar a vuestros enemigos de noche, comidas completas y copas alrededor de la mesa con los amigos? ¡Ésa no es la vida del skaa!
Dio un paso adelante, mirando a Raven. Ella parpadeó, sorprendida del estallido.
–¿Qué sabes de ellos, Raven? – preguntó–. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste en un callejón, temblando bajo la fría lluvia, escuchando al mendigo que tenías al lado toser de la enfermedad que sabías que iba a matarlo? ¿Cuándo fue la última vez que te pasaste toda la noche sin dormir, aterrorizada porque uno de los hombres de tu banda podía intentar violarte? ¿Te has arrodillado alguna vez, muerta de hambre, deseando tener el valor de acuchillar al bandido que tenías al lado, sólo para poder quitarle su pedazo de pan? ¿Te has acobardado ante tu hermana mientras te golpeaba, agradecida todo el tiempo porque al menos tenías a alguien que te prestaba atención?
Guardó silencio, jadeando levemente. Todos la miraron.
–No me hables de nobles –dijo–. Y no digas cosas sobre gente que no conoces. No sois skaa: sólo sois nobles sin título.
Se dio media vuelta y salió de la habitación. Raven la vio salir, aturdida, y la oyó subir las escaleras. Se quedó allí de pie, anonadada, sintiendo un sorprendente arrebato de culpa y vergüenza. Y, por una vez, no supo qué decir.
Lexa no fue a su habitación. Subió al tejado, donde las brumas se revolvían en la noche tranquila y oscura. Se sentó en un rincón, sintiendo el áspero borde de piedra del tejado plano contra su espalda casi desnuda, la madera bajo ella. Tenía frío, pero no le importaba. Le dolía un poco el brazo, pero sobre todo lo notaba entumecido. No se sentía lo bastante aturdida. Cruzó los brazos y contempló las brumas, encogida sobre sí misma. No sabía qué pensar, mucho menos qué sentir. No debería haberle gritado a Raven, pero todo lo sucedido… la lucha, la traición de Clarke…, la hacía sentirse frustrada. Necesitaba estar furiosa con alguien.
Deberías estar furiosa contigo misma, susurró la voz de Lincoln. Tú eres la que los dejó acercarse. Ahora todos van a abandonarte.
No podía impedir que le doliera. Sólo podía permanecer allí sentada y temblar mientras caían las lágrimas, preguntándose cómo todo se había desmoronado tan rápidamente. La trampilla del tejado se abrió con un silencioso crujido y apareció la cabeza de Raven.
¡Oh, Lord Legislador! No quiero enfrentarme a ella ahora. Trató de secarse las lágrimas, pero sólo consiguió agravar la herida recién cosida de su mejilla.
Raven cerró la trampilla tras ella y luego se incorporó, tan alta y orgullosa, y contempló las brumas. No se merece las cosas que le he dicho. Ninguno de ellos se las merece.
–Contemplar las brumas es reconfortante, ¿verdad?
Lexa asintió.
–¿Qué te dije una vez? Las brumas te protegen, te dan poder… te ocultan…
Agachó la cabeza y luego se acercó a ella y se sentó a su lado, tendiéndole una capa.
–Hay cosas de las que no te puedes ocultar, Lexa. Lo sé: lo he intentado.
Ella aceptó la capa y se arropó los hombros.
–¿Qué ha pasado esta noche? – preguntó ella–. ¿Qué ha pasado de verdad?
–Clarke me dijo que no quería volver a verme.
–Ah. ¿Eso fue antes o después de que mataras a su ex prometida?
–Antes.
–¿Y aun así la protegiste?
Lexa asintió, sorbiendo lentamente.
–Lo sé. Soy una idiota.
–No más que el resto de nosotros –dijo Raven con un suspiro. Contempló las brumas–. Yo también seguí amando a Octavia, incluso después de que me traicionase. Nada pudo cambiar lo que sentía.
–Y por eso duele tanto –dijo Lexa, recordando lo que Raven había dicho antes. Creo que por fin lo comprendo.
–No dejas de amar a alguien sólo porque te hace daño –dijo ella–. Desde luego, las cosas serían más fáciles.
Ella empezó a sollozar de nuevo y Raven la rodeó maternalmente con un brazo. Lexa se acercó, tratando de usar su calor para ignorar el dolor.
–Lo quería, Raven –susurró,
–¿A Clarke? Lo sé.
–No, no a Clarke. A Lincoln. Me pegaba, una y otra y otra vez. Me maldecía, me gritaba, decía que me traicionaría. Cada día, pensaba en lo mucho que lo odiaba.
»Y lo quería. Todavía lo quiero. Me duele tanto pensar que ya no está, aunque siempre me decía que se marcharía.
–Oh, niña –dijo Raven, atrayéndola–. Lo siento.
–Todo el mundo me deja –susurró ella–. Apenas puedo recordar a mi madre. Trató de matarme, ¿sabes? Oía voces en su cabeza y esas voces la hicieron matar a mi hermana pequeña. Probablemente iba a matarme a mí a continuación, pero Lincoln la detuvo.
»Sea como sea, me dejó. Después de eso, me aferré a Lincoln. También se marchó. Amo a Clarke, pero ella ya no me quiere –miró a Raven–. ¿Cuándo vas a irte tú? ¿Cuándo me dejarás?
Raven parecía entristecida.
–Yo… Lexa, no lo sé. Este trabajo, el plan…
Ella la miró a los ojos, buscando los secretos de su interior. ¿Qué me estás ocultando, Raven? ¿Tan peligroso es? Se frotó de nuevo los ojos, apartándose de ella, sintiéndose una tonta.
Raven sacudió la cabeza.
–Mira, me has manchado de sangre todo mi bonito y sucio traje de informador.
Lexa sonrió.
–Al menos parte de la sangre es noble. Le di bien a Ontari.
Raven se echó a reír.
–Probablemente tienes razón, ¿sabes? No les doy muchas oportunidades a los nobles, ¿no?
Lexa se ruborizó.
–Raven, no tendría que haber dicho esas cosas. Eres una buena persona y este plan tuyo… Bueno, me doy cuenta de lo que intentas hacer por los skaa.
–No, Lexa –Raven negó con la cabeza–. Lo que has dicho es cierto. No somos skaa de verdad.
–Pero eso es bueno. Si fuerais skaa normales, no tendríais la experiencia ni el valor para planear algo así.
–Puede que ellos carezcan de experiencia –dijo Raven–, pero no de valor. Nuestro ejército perdió, cierto, pero estuvieron dispuestos, con un entrenamiento mínimo, a enfrentarse a una fuerza superior. No, los skaa no carecen de valor. Sólo de oportunidades.
–Entonces es tu posición como medio skaa medio noble lo que te ha dado esa oportunidad, Raven. Y has elegido usar esa oportunidad para ayudar a tu mitad skaa. Eso te hace digno de ser skaa.
Raven sonrió.
–Digno de ser skaa. Me gusta cómo suena. De todas formas, tal vez necesite pasarme menos tiempo preocupándome por qué nobles matar y un poco más preocupándome de a qué campesinos ayudar.
Lexa asintió, arrebujándose en la capa mientras contemplaba las brumas. Nos protegen… nos dan poder… nos ocultan… No había sentido la necesidad de ocultarse desde hacía mucho tiempo. Pero ahora, después de las cosas que había dicho abajo, casi deseaba poder salir volando como un hilillo de bruma. Tengo que decírselo. Podría significar el éxito o el fracaso del plan. Tomó aire.
–La Casa Griffin tiene un punto flaco, Raven.
Ella alzó la cabeza.
–¿Sí?
Lexa asintió.
–El atium. Se aseguran de que el metal sea recolectado y entregado: es la fuente de su riqueza.
Raven vaciló un momento.
–¡Naturalmente! Así es como pueden pagar los impuestos, por eso son tan poderosos… Él necesita que alguien se encargue de las cosas…
–¿Raven?
Ella se volvió a mirarla.
–No… no hagas nada a menos que sea necesario, ¿de acuerdo?
Raven frunció el ceño.
–Yo… no sé si puedo prometerte nada, Lexa. Intentaré encontrar otro modo, pero tal como están ahora las cosas, Griffin tiene que caer.
–Comprendo.
–Pero me alegro de que me lo hayas dicho.
Lexa asintió. Y ahora la he traicionado a ella también. Sin embargo, había paz en saber que no lo había hecho por rencor. Raven tenía razón: la Casa Griffin era un poder que tenía que ser derribado. Curiosamente, que mencionara la casa pareció molestar a Raven más que a ella. Permaneció sentada, contemplando las brumas, extrañamente melancólica. Se rascó ausente el brazo.
Las cicatrices, pensó Lexa. No está pensando en la Casa Griffin… sino en los Pozos. En ella.
–¿Raven?
–¿Sí? – Sus ojos todavía parecían un poco… ausentes mientras contemplaba las brumas.
–No creo que Octavia te traicionara.
Ella sonrió.
–Me alegra que pienses así.
–No, lo digo en serio. Los inquisidores os estaban esperando cuando llegasteis al centro del palacio, ¿no?
Raven asintió.
–También nos estaban esperando a nosotros.
Raven negó con la cabeza.
–Tú y yo luchamos contra algunos guardias, hicimos algo de ruido. Cuando Octavia y yo entramos, lo hicimos en silencio. Llevábamos un año planeándolo: fuimos sigilosos, silenciosos y muy cuidadosos. Alguien nos tendió una trampa.
–Octavia era alomántica, ¿verdad? Es posible que os sintieran venir.
Raven negó con la cabeza.
–Teníamos a un ahumador con nosotros. Se llamaba Redd… Los inquisidores lo mataron en el acto. Me he preguntado si él fue el traidor, pero no encaja. Redd ni siquiera sabía que nos infiltraríamos hasta esa misma noche, cuando fuimos a buscarlo. Sólo Octavia sabía lo suficiente para traicionarnos: fechas, horas, objetivos. Además, está el comentario del Lord Legislador. No lo viste, Lexa, sonriendo mientras le daba las gracias a Octavia. Había… sinceridad en sus ojos. Dicen que el Lord Legislador no miente. ¿Para qué iba a hacerlo?
Lexa guardó silencio un momento, considerando lo que ella había dicho.
–Raven –dijo lentamente–, creo que los inquisidores pueden sentir la alomancia aunque se esté quemando cobre.
–Imposible.
–Yo lo he hecho esta noche. He perforado la nube de cobre de Ontari para localizarla a ella y los otros asesinos. Así fue como llegué a Clarke a tiempo.
Raven frunció el ceño.
–Tienes que estar equivocada.
–También sucedió antes. Puedo sentir el contacto del Lord Legislador sobre mis emociones, incluso cuando estoy quemando cobre. Y te juro que cuando me estaba ocultando de aquel inquisidor que me daba caza, me encontró cuando no debería haberlo hecho. Raven, ¿y si es posible? ¿Y si esconderte ahumando no es simplemente cuestión de tener encendido el cobre o no? ¿Y si sólo depende de lo fuerte que eres?
Raven reflexionó.
–Podría ser, supongo.
–¡Entonces Octavia no habría tenido que traicionarte! – dijo Lexa ansiosamente–. Los inquisidores son enormemente poderosos. ¡Los que os estaban esperando tal vez os sintieron quemar metales! Sabían que un alomántico intentaba colarse en el palacio. ¡Y el Lord Legislador le dio las gracias porque ella fue quien os descubrió! Ella fue la alomántica que, al quemar estaño, los condujo hacia vosotros.
El rostro de Raven adquirió una expresión de preocupación. Se volvió para sentarse directamente delante de ella.
–Hazlo ahora, entonces. Dime qué metal estoy quemando.
Lexa cerró los ojos, avivó bronce, escuchó… sintiendo, como Allie le había enseñado. Recordó sus entrenamientos en solitario, el tiempo pasado enfocado en las ondas que Harper, Bellamy o Fantasma desprendían para ella. Trató de detectar el ritmo difuso de la alomancia. Trató…
Durante un instante, le pareció sentir algo. Algo muy extraño: un pulso lento, como un tambor lejano, distinto a ningún otro ritmo alomántico que hubiera sentido antes. Pero no procedía de Raven. Era lejano… distante. Se concentró con más fuerza, tratando de detectar la dirección de donde procedía. Pero de repente, al concentrarse más, algo llamó su atención. Un ritmo más familiar, que brotaba de Raven. Era débil, difícil de sentir por encima del latido de su propio corazón. Era un latir atrevido y rápido.
Abrió los ojos.
–¡Peltre! Estás quemando peltre.
Raven parpadeó, sorprendida.
–Imposible –susurró–. ¡Otra vez!
Ella cerró los ojos.
–Estaño –dijo al cabo de un instante–. Ahora acero: has cambiado mientras hablaba.
–¡Demonios!
–Yo tenía razón –dijo Lexa ansiosamente–. ¡Se pueden sentir los pulsos alománticos a través del cobre! Son suaves, pero supongo que hay que concentrarse lo suficiente para…
–Lexa –interrumpió Raven–, ¿no crees que los alománticos habrán intentado hacer esto antes? ¿No crees que en mil años, alguien habría advertido que se puede perforar una nube de cobre? Incluso yo lo he intentado. Me concentré durante horas en mi maestro, tratando de sentir algo a través de su nube de cobre.
–Pero… –dijo Lexa–. Pero ¿por qué…?
–Debe de tener algo que ver con la fuerza, como dices. Los inquisidores pueden empujar y tirar más fuerte que ningún brumoso corriente… Tal vez son tan fuertes que pueden superar el metal de otra persona.
–Pero, Raven, yo no soy una inquisidora.
–Pero eres fuerte. Más fuerte de lo normal. ¡Has matado a una nacida de la bruma esta noche!
–Por suerte –dijo Lexa, colorada–. La he engañado.
–La alomancia no son más que trucos, Lexa. No, hay algo especial en ti. Lo advertí aquel primer día, cuando rechazaste mis intentos de empujar y tirar de tus emociones.
Ella se ruborizó.
–No puede ser eso, Raven. Tal vez he practicado con el bronce más que tú… No sé, es que…
–Lexa, sigues teniéndote en muy poca estima. Eres buena en esto: eso está muy claro. Por eso puedes ver a través de las nubes de cobre… Bueno, no sé. ¡Pero aprende a enorgullecerte un poco de ti misma, chiquilla! Si hay algo que yo puedo enseñarte, es a ser pagada de ti misma.
Lexa sonrió.
–Vamos –dijo ella, levantándose y tendiéndole una mano para ayudarla a incorporarse–. Gaia va a pasarse toda la noche preocupada si no la dejas que termine de coserte esa herida en la mejilla y Bellamy se muere por escucharte contar la batalla. Buena cosa dejar el cadáver de Ontari en la fortaleza Griffin, por cierto: cuando la Casa Elariel se entere de que la encontraron en las propiedades Griffin…
Lexa permitió que la ayudara a levantarse, pero miró con aprensión la trampilla.
–Yo… no sé si quiero bajar todavía, Raven. ¿Cómo puedo mirarlos a la cara?
Raven se echó a reír.
–Oh, no te preocupes. Si no dices estupideces de vez en cuando, no encajas en este grupo, eso tenlo por seguro. Vamos.
Lexa vaciló, luego lo dejó conducirla de vuelta al calor de la cocina.
–Clarke, ¿cómo puedes leer en un momento como éste? – preguntó Finn.
Clarke levantó la cabeza.
–Me relaja.
Finn alzó una ceja. El joven Collins estaba sentado impaciente en el carruaje, tamborileando con los dedos sobre el reposabrazos. Las cortinas estaban corridas, en parte para ocultar la luz de la linterna con la que leía Clarke, en parte para espantar las brumas. Aunque Clarke no lo admitiría nunca, la niebla la ponía nerviosa. Se suponía que los nobles no tenían que temer esas cosas, pero eso no cambiaba el hecho de que la densa y pegajosa bruma era extraña y misteriosa.
–Tu padre se pondrá lívido cuando vuelvas –le advirtió Finn, todavía tamborileando.
Clarke se encogió de hombros, aunque el comentario lo puso un poco nerviosa. No por su padre, sino por lo que había sucedido esa noche. Al parecer, unos alománticos estaban espiando la reunión de Clarke con sus amigos. ¿Qué información habían conseguido? ¿Sabían los libros que leía? Por fortuna, uno de ellos había resbalado y caído por la claraboya de Clarke. Después de eso, todo había sido confusión y caos: los soldados y los asistentes a la fiesta corrían llenos de pánico. El primer pensamiento de Clarke había sido para los libros: los peligrosos, los que podrían causarle serios problemas si los obligadores descubrían que los tenía. Así que, en la confusión, los metió todos en un saco y siguió a Finn a una salida lateral del palacio. Tomar un carruaje y escapar del palacio había sido un movimiento extremo, tal vez, pero había resultado ridículamente sencillo. Con el número de carruajes que huían de los dominios Griffin, nadie se había detenido a fijarse en que la propia Clarke iba en el carruaje con Finn.
Todo habrá terminado ya, se dijo Clarke. La gente se dará cuenta de que la Casa Griffin no intentaba atacarlos y de que no había en realidad ningún peligro. Sólo unos espías descuidados.
Tendría que haber regresado ya. Sin embargo, su conveniente ausencia del palacio le proporcionaba la excusa perfecta para consultar con otro grupo de espías. Y esta vez, la propia Clarke los había enviado.
Llamaron de pronto a la puerta. Finn dio un respingo y Clarke cerró su libro. Luego abrió la puerta del carruaje. Felt, uno de los principales espías de la Casa Griffin, subió, hizo un gesto de saludo con su rostro aguileño y bigotudo, primero a Clarke, luego a Finn.
–¿Bien? – preguntó Finn.
Felt se sentó con la ágil premura de su clase.
–El edificio es sin duda un taller de artesanía, mi señora. Uno de mis hombres ha oído hablar del lugar: lo dirige un tal maese Cladent, un carpintero skaa de suma habilidad.
Clarke frunció el ceño.
–¿Por qué ha ido allí la mayordomo de Valette?
–Creemos que el taller es una tapadera, mi señora –dijo Felt–. Lo hemos estado vigilando desde que la mayordomo está allí, como ordenaste. Sin embargo, hemos tenido que ser muy cuidadosos: hay varios puestos de vigilancia en el tejado y los pisos superiores.
–Una extraña precaución para un simple taller de artesanía, ¿no?
Felt asintió.
–Eso no es todo, mi señora. Hemos conseguido colar a uno de nuestros mejores hombres en el edificio. Creo que no lo localizaron, pero le costó mucho trabajo oír lo que sucedía dentro. Las ventanas están selladas y aisladas contra el sonido.
Otra extraña precaución, pensó Clarke.
–¿Qué crees que significa eso? – le preguntó a Felt.
–Tiene que ser un escondite de los bajos fondos, mi señora. Y bastante bueno. Si no hubiéramos estado vigilando con atención, sabiendo lo que buscábamos, nunca habríamos advertido los signos. Mi deducción es que los hombres del interior, incluso la terrisana, son miembros de una banda de ladrones skaa. Una banda bien dotada y hábil.
–¿Una banda de ladrones skaa? – preguntó Finn–. ¿Y Lady Valette también?
–Probablemente, mi señor –dijo Felt.
Clarke vaciló.
–Una… banda de ladrones skaa… –dijo, aturdida. ¿Por qué enviarían a uno de sus miembros a los bailes? ¿Para dar algún tipo de golpe?
–¿Mi señora? – preguntó Felt–. ¿Quieres que entremos? Tengo suficientes hombres para enfrentarme a la banda entera.
–No. Llama a tus hombres y no cuentes a nadie lo que has visto esta noche.
–Sí, mi señora –dijo Felt, y bajó del carruaje.
–¡Por el Lord Legislador! – exclamó Finn mientras la puerta se cerraba–. No me extraña que no pareciera una noble corriente. No era por su educación rural… ¡No es más que una ladrona!
Clarke asintió, pensativa, sin saber qué pensar.
–Me debes una disculpa –dijo Finn–. Tenía razón respecto a ella, ¿no?
–Tal vez –respondió Clarke–. Pero… en cierto modo, te equivocabas también. No trataba de espiarme… sólo trataba de robarme.
–¿Y?
–Yo… tengo que pensar en esto –dijo Clarke. Golpeó con una mano el techo para que el carruaje se pusiera en marcha. Se acomodó en el asiento mientras regresaban a la fortaleza Griffin.
Valette no era la persona que había dicho ser. Sin embargo, ella ya estaba preparada para esa noticia. No sólo las palabras de Finn sobre ella le habían hecho sospechar: la propia Valette no había negado sus acusaciones esa misma noche. Estaba claro que le había estado mintiendo. Interpretando un papel. Tendría que haberse puesto furiosa. Se daba cuenta de eso de manera lógica, y una parte de ella se lamentaba por la traición. Pero, curiosamente, la emoción primaria que sentía… era alivio.
–¿Qué? – preguntó Finn, estudiando a Clarke con el ceño fruncido.
Clarke sacudió la cabeza.
–Me has tenido preocupado durante días, Finn. Me sentía tan mal que apenas podía hacer nada… Todo porque pensaba que Valette era una traidora.
–¡Pero si lo es! ¡Clarke, probablemente está intentando timarte!
–Sí, pero al menos no es una espía de otra casa. A la vista de todas las intrigas, maniobras políticas y puñaladas por la espalda que ha habido últimamente, algo tan sencillo como un robo parece ligeramente refrescante.
–Pero…
–Es sólo dinero, Finn.
–El dinero es importante para algunos de nosotros, Clarke.
–No tan importante como Valette. Esa pobre chica… ¡Todo este tiempo debió de sentirse preocupada por el timo que iba a hacerme!
Finn no dijo nada de momento; luego negó con la cabeza.
–Clarke, sólo tú podrías sentirte aliviada al descubrir que alguien intentaba robarte. ¿Tengo que recordarte que esa chica te ha estado mintiendo todo el tiempo? Puede que te hayas aficionado a ella, pero dudo que sus sentimientos sean auténticos.
–Tal vez tengas razón –admitió Clarke–. Pero… no sé, Finn. Creo que conozco a esta chica. Sus emociones… parecen demasiado reales, demasiado sinceras, para ser falsas.
–Lo dudo.
Clarke sacudió la cabeza.
–No tenemos suficiente información para juzgarla todavía. Felt piensa que es una ladrona, pero puede que haya otros motivos para que un grupo como ése envíe a alguien a los bailes. Tal vez sea sólo una informadora. O tal vez sea una ladrona…, pero no alguien que intentara robarme a mí. Se pasó muchísimo tiempo mezclándose con otros nobles: ¿por qué iba a hacerlo si el objetivo era yo? De hecho, pasó relativamente poco tiempo conmigo y nunca me pidió ningún regalo.
Vaciló, imaginando su encuentro con Valette como un agradable accidente, un hecho que había causado un terrible quiebro en ambas vidas. Sonrió, luego sacudió la cabeza.
–No, Finn. Hay más de lo que vemos. Hay algo en ella que sigue sin tener sentido.
–Yo… supongo –dijo Finn, frunciendo el ceño.
Clarke se enderezó: acababa de ocurrírsele una idea, un pensamiento que hacía que sus especulaciones sobre la motivación de Valette parecieran bastante menos importantes.
–Finn –dijo–. ¡Ella es una skaa!
–¿Y?
–Y me engañó… Nos engañó a ambos. Representó el papel de una aristócrata casi a la perfección.
–Una aristócrata sin experiencia, tal vez.
–¡Tuve a una verdadera ladrona skaa a mi lado! Piensa en las preguntas que podría haberle hecho.
–¿Preguntas? ¿Qué tipo de preguntas?
–Preguntas sobre lo que es ser skaa –dijo Clarke–. Ése no es el tema. Finn, nos engañó. Si no podemos ver la diferencia entre una skaa y una noble, eso significa que los skaa no pueden ser muy diferentes de nosotros. Y si no son tan diferentes de nosotros, ¿qué derecho tenemos a tratarlos como los tratamos?
Finn se encogió de hombros.
–Clarke, creo que no estás viendo las cosas con objetividad. Estamos en medio de una guerra de casas.
Clarke asintió, distraída. He sido tan duro con ella esta noche. ¿Demasiado duro? Había hecho que Valette creyera, de manera total y absoluta, que no quería saber nada más de ella. En parte era verdad, pues sus propias preocupaciones le habían convencido de que no era de fiar. Y no podía serlo, no en ese momento. Fuera como fuese, quería que se marchara de la ciudad. Había pensado que lo mejor era interrumpir la relación hasta que la guerra de casas terminara. Pero, suponiendo que no sea una, noble de verdad, entonces no hay ningún motivo para que se marche.
–¿Clarke? – preguntó Finn–. ¿Me estás prestando atención?
Clarke alzó la cabeza.
–Creo que he hecho algo mal esta noche. Quería que Valette se marchara de Luthadel. Pero ahora creo que le he hecho daño sin motivo.
–¡Demonios, Clarke! Había alománticos escuchando nuestra reunión esta noche. ¿Te das cuenta de lo que podría haber sucedido? ¿Y si hubieran decidido matarnos, en vez de espiarnos nada más?
–Ah, sí, tienes razón –asintió Clarke, distraída–. Es mejor que Valette se marche a pesar de todo. Cuantos estén cerca de mí correrán peligro en los días venideros.
Finn vaciló, cada vez más molesto, hasta que al final se echó a reír.
–No tienes remedio.
–Lo intento –dijo Clarke–. Pero, en serio, no hay de qué preocuparse. Los espías se descubrieron ellos solos y, lo más probable, es que los hayan perseguido e incluso capturado en medio del caos. Conocemos algunos de los secretos que oculta Valette, así que en eso vamos también por delante. ¡Ha sido una noche muy productiva!
–Supongo que ésa es la forma optimista de verlo…
–Una vez más, lo intento.
Incluso así, se sentiría más cómoda cuando regresaran a la fortaleza Griffin. Tal vez había sido una locura escapar del palacio antes de oír los detalles de lo sucedido, pero Clarke no estaba pensando exactamente con calma en ese momento. Además, ya había concertado una reunión con Felt, y el caos le había proporcionado una oportunidad perfecta para escabullirse. El carruaje cruzó lentamente las puertas de la Mansión Griffin.
–Deberías irte –dijo Clarke mientras bajaba–. Llévate los libros.
Finn asintió, tomó el saco y se despidió de Clarke mientras cerraba la puerta del carruaje. Clarke esperó a que cruzara las puertas. Luego se volvió y fue andando el resto del camino hasta la fortaleza. Los sorprendidos guardias la dejaron pasar sin problemas. Los terrenos estaban todavía iluminados. Había guardias esperándolo en la entrada de la mansión y un grupo de ellos corrió a recibirla. Y a rodearla.
–Mi señor, tu padre…
–Sí –interrumpió Clarke, suspirando–. Supongo que tengo que presentarme ante él de inmediato.
–Sí, mi señor.
–Guíame entonces, capitán.
Entraron por la puerta privada situada a un lado del edificio. Lord Jake Griffin estaba en su estudio, hablando con un grupo de oficiales de la guardia. Clarke notó por sus pálidos rostros que habían recibido una firme reprimenda, tal vez incluso amenazas de azotes. Eran nobles, así que Griffin no podía ejecutarlos, pero era muy aficionado a los castigos disciplinarios más brutales. Lord Griffin despidió a los soldados con un brusco gesto y luego se volvió hacia Clarke con ojos hostiles. Clarke frunció el ceño mientras veía marchar a los soldados. Todo parecía un poco demasiado… tenso.
–¿Bien? – exigió Lord Griffin.
–¿Bien qué?
–¿Dónde has estado?
–Oh, me marché –respondió Clarke casualmente.
Lord Griffin suspiró.
–Bien. Ponte en peligro si quieres, muchacha. En cierto modo, es una lástima que los nacidos de la bruma no te encontraran: me habrían ahorrado un montón de frustraciones.
–¿Nacidos de la bruma? – preguntó Clarke, frunciendo el ceño–. ¿Qué nacidos de la bruma?
–Los que planeaban asesinarte –replicó Lord Griffin.
Clarke parpadeó, asombrada.
–Entonces… ¿no era sólo un equipo de espías?
–Oh, no –dijo Griffin, sonriendo con malicia–. Un equipo de asesinos al completo, enviado a por ti y tus amigos.
¡Por el Lord Legislador!, pensó Clarke, advirtiendo lo necia que había sido al salir sola. ¡No esperaba que la guerra de casas se volviera tan peligrosa tan pronto! Al menos, no para mí…
–¿Cómo sabemos que eran nacidos de la bruma? – preguntó Clarke, recuperándose.
–Nuestros guardias consiguieron matar a una de ellos cuando huía.
Clarke frunció el ceño.
–¿Una nacida de la bruma? ¿Y la han matado soldados corrientes?
–Arqueros –dijo Lord Griffin–. Al parecer, la pillaron por sorpresa.
–¿Y el hombre que ha caído por mi claraboya? – preguntó Clarke.
–Muerto. Se rompió el cuello.
Clarke frunció el ceño. Ese hombre seguía vivo cuando huimos. ¿Qué estás ocultando, padre?
–La nacida de la bruma. ¿Es alguien que yo conozca?
–Yo diría que sí –respondió Lord Griffin, sentándose en su sillón, sin alzar la cabeza–. Era Ontari Elariel.
Clarke se quedó de piedra. ¿Ontari?, pensó, anonadada. Habían estado prometidas y ella nunca había mencionado que fuera alomántica. Eso probablemente significaba… Había sido un topo todo el tiempo. Tal vez la Casa Elariel había planeado hacer matar a Clarke cuando naciera un nieto Elariel para heredar el título de la casa. Tienes razón, Finn. No puedo evitar la política ignorándola. Llevo formando parte de todo esto mucho más tiempo del que creía.
Su padre estaba obviamente satisfecho consigo mismo. Un miembro importante de la Casa Elariel había muerto en territorio Griffin después de intentar asesinar a Clarke… Con semejante triunfo, Lord Griffin sería insufrible durante días.
Clarke suspiró.
–¿Capturamos vivo a alguno de los asesinos?
Jake negó con la cabeza.
–Uno cayó al patio cuando intentaba huir. Escapó… Puede que fuera también un nacido de la bruma. Encontramos a un hombre muerto en el tejado, pero no estamos seguros de si había otros en el equipo o no. – Hizo una pausa.
–¿Qué? – preguntó Clarke, leyendo la leve confusión en los ojos de su padre.
–Nada. – Jake agitó una mano–. Algunos de los guardias dicen que había un tercer nacido de la bruma, luchando contra los otros dos, pero dudo de los informes: no era uno de los nuestros.
Clarke vaciló. Un tercer nacido de la bruma, combatiendo a los otros dos…
–Tal vez alguien se enteró de lo del asesinato y trató de impedirlo.
Lord Griffin bufó.
–¿Por qué iba a intentar protegerte a ti el nacido de la bruma de otra casa?
–Tal vez sólo querían impedir que asesinaran a una mujer inocente.
Lord Griffin sacudió la cabeza, riendo.
–Eres una idiota, muchacha. Lo entiendes, ¿verdad?
Clarke se ruborizó, luego se dio media vuelta. No parecía que Lord Griffin quisiera nada más, así que se marchó. No podía volver a sus habitaciones, no con la ventana rota y los guardias, así que se dirigió al cuarto de invitados tras llamar a un grupo de mataneblinos para que se apostaran ante su puerta y su balcón…, por si acaso. Se dispuso a acostarse, pensando en la conversación. Su padre probablemente tenía razón respecto al tercer nacido de la bruma. Las cosas no funcionaban de esa forma. Pero… así es como debería ser. Como podría ser, tal vez. Había muchas cosas que Clarke deseaba poder hacer. Pero su padre gozaba de buena salud y era joven para tratarse de un lord con tanto poder. Pasarían décadas hasta que Clarke asumiera el título de la casa, suponiendo que sobreviviera tanto. Deseó poder hablar con Valette, explicarle sus frustraciones. Ella comprendería lo que pensaba; por algún motivo, ella siempre parecía comprenderlo mejor que nadie. ¡Y es una skaa! No lograba asimilar aquella idea. Tenía tantas preguntas, tantas cosas que quería descubrir de ella. Más tarde, pensó mientras se metía en la cama. Por ahora, concéntrate en mantener unida la casa. Las palabras que le había dirigido a Valette no eran falsas: tenía que asegurarse de que su familia sobreviviera a la guerra de casas. Después de eso… Bueno, tal vez pudiera encontrar un modo de sortear las mentiras y los engaños.
