Extrañamente, en ocasiones, siento paz interior. Se podría pensar que después de todo lo que he visto, después de todo lo que he sufrido, mi alma sería un amasijo de tensiones, confusión y melancolía. A menudo, así es.

Pero luego está la paz.

La siento a veces, como ahora, asomado sobre los acantilados congelados y las montañas de cristal en la quietud de la mañana, contemplando un amanecer tan majestuoso que sé que ningún otro será jamás su igual. Si hay profecías, si existe un Héroe de las Eras, entonces mi mente susurra que debe de ser algo que dirige mi camino. Algo observa; algo se preocupa. Esos pacíficos susurros me dicen una verdad que deseo creer con todas mis fuerzas.

Si fracaso, otro vendrá a terminar mi labor.

Epílogo

–A la única conclusión a la que puedo llegar, maese Allie –dijo Gaia–, es a que el Lord Legislador era a la vez feruquimista y alomántico.

Lexa frunció el ceño, sentada en la cima de un edificio vacío, cerca de un barrio skaa. Su pierna rota, cuidadosamente entablillada por Gaia, colgaba del tejado oscilando en el aire. Había dormido casi todo el día, como al parecer había hecho Allie, que estaba junto a ella. Gaia había transmitido un mensaje al resto de la banda, contándoles que Lexa había sobrevivido. Aparentemente, no había habido ninguna baja entre los demás, cosa que alegró a Lexa. Sin embargo, aún no había ido a verlos. Gaia le había dicho que necesitaba descansar y estaban muy ocupados preparando el nuevo gobierno de Clarke.

–Feruquimista y alomántico –especuló Allie.

Se había recuperado, en efecto, muy rápidamente. Aunque Lexa todavía tenía magulladuras, fracturas y cortes debidos a la lucha, ella parecía curada ya de sus costillas rotas. Se agachó, apoyó una mano en su rodilla y contempló la ciudad con clavos en vez de con ojos.

¿Cómo ve?, se preguntó Lexa.

–Sí, maese Allie –explicó Gaia–. Verás, la juventud es algo que los feruquimistas pueden almacenar. Es un proceso bastante inútil: para almacenar la capacidad de sentirte y parecer un año más joven, has de pasarte parte de la vida sintiéndote un año más viejo y con el aspecto de tenerlo. A menudo, los guardadores usan esa habilidad como disfraz, cambiando de edad para engañar a los otros y ocultarse. Aparte de eso, sin embargo, nadie le ha visto mucha utilidad.

»Sin embargo, si el feruquimista fuera también alomántico, podría quemar sus propios recursos de metal, liberando la energía interior multiplicada diez veces. Lexa ya trató de quemar algunos de mis metales, pero no pudo acceder al poder. Sin embargo, si uno mismo pudiera crear el almacenamiento feruquímico y luego quemarlo para conseguir poder extra…

Allie frunció el ceño.

–No te sigo, Gaia.

–Pido disculpas. Quizá sea difícil comprenderlo sin formación en teoría alomántica y feruquímica. A ver si me explico mejor. ¿Cuál es la principal diferencia entre la alomancia y la feruquimia?

–Con alomancia se obtiene el poder de los metales –contestó Allie–. La feruquimia extrae poder del propio cuerpo de la persona.

–Exactamente –dijo Gaia–. Así que lo que hacía el Lord Legislador, supongo, era combinar esas dos habilidades. Usaba un atributo del que sólo dispone la feruquimia, cambiar de edad, pero lo alimentaba con alomancia. Al quemar un depósito feruquímico que él mismo había creado, creaba un nuevo metal alomántico para sí mismo…, un metal que lo rejuvenecía cuando lo quemaba. Si mi suposición es correcta, habría conseguido un suministro ilimitado de juventud, pues extraía la mayor parte de su poder del metal en sí y no de su propio cuerpo. Todo lo que tenía que hacer era pasar un poco de tiempo envejecido para cargar el depósito feruquímico que quemar y con ello permanecer joven.

–Entonces ¿sólo con quemar esos depósitos lograba ser aún más joven que cuando empezó? – preguntó Allie.

–Tendría que colocar ese exceso de juventud dentro de otro depósito feruquímico, creo –explicó Gaia–. Verás, la alomancia es muy espectacular: sus poderes generalmente se expresan con estallidos y llamaradas. El Lord Legislador no habría querido tanta juventud de una sola vez, así que la almacenaría en un trozo de metal del que pudiera absorberla lentamente, manteniéndose joven.

–¿Los brazaletes?

–Sí, maese Allie. Sin embargo, la feruquimia tiene sus pegas: gasta más que la cantidad proporcional a tu objetivo. Por ejemplo, la necesaria para ser cuatro veces más joven de la edad normal, en vez del doble. En el caso del Lord Legislador, eso significaba que tenía que gastar más y más juventud para impedir envejecer. Cuando la señora Lexa robó los brazaletes, envejeció de manera increíblemente rápida porque su cuerpo intentaba regresar al estado de vejez en el que debería haber estado.

Lexa contemplaba la fortaleza Griffin sintiendo el frío viento del atardecer. Resplandecía de luz; no había pasado ni un solo día y Clarke ya se había reunido con los líderes skaa y los nobles con el fin de redactar un código de leyes para su nueva nación. Lexa acarició su pendiente en silencio. Lo había encontrado en la sala del trono y había vuelto a colgárselo en el lóbulo lastimado en cuanto había empezado a sanar. No estaba segura de por qué lo conservaba. Tal vez porque era un enlace con Lincoln y con la madre que había intentado matarla. O tal vez simplemente porque era un recordatorio de cosas que no debería haber podido hacer. Quedaba mucho que aprender sobre la alomancia. Durante mil años, la nobleza había confiado simplemente en lo que decían el Lord Legislador y los inquisidores. ¿Qué secretos habían guardado, qué metales habían mantenido ocultos?

–El Lord Legislador –dijo por fin–. El… sólo usaba un truco para ser inmortal, entonces. Eso significa que en realidad no era ningún dios, ¿no? Sólo tuvo suerte. Cualquiera que fuese a la vez alomántico y feruquimista podría haber hecho lo que él hizo.

–Eso parece, señora –respondió Gaia–. Tal vez por eso temía tanto a los guardadores. Cazaba y mataba a los feruquimistas porque sabía que la habilidad era hereditaria… igual que la alomancia. Si los linajes de Terris se hubiesen mezclado con los de la nobleza imperial el resultado bien podría haber sido una criatura capaz de desafiarlo.

–De ahí los programas reproductores –dijo Allie.

Gaia asintió.

–Necesitaba asegurarse por completo de que no se permitía a los terrisanos mezclarse con el populacho, no fueran a pasar sus habilidades feruquímicas latentes.

Allie sacudió la cabeza.

–Su propio pueblo. Hizo esas cosas horribles para impedir que le arrebataran el poder.

–Pero si los poderes del Lord Legislador procedían de una mezcla de feruquimia y alomancia –preguntó Lexa, frunciendo el ceño–, ¿qué sucedió en el Pozo de la Ascensión? ¿Cuál era el poder que tenía que encontrar el hombre que escribió el libro, fuera quien fuese?

–No lo sé, señora –respondió Gaia en voz baja.

–Tu explicación no lo aclara todo. – Lexa sacudió la cabeza. No había hablado de sus propias extrañas habilidades, pero sí de lo que el Lord Legislador había hecho en la sala del trono–. Era tan poderoso, Gaia. Pude sentir su alomancia. ¡Era capaz de empujar metales dentro de mi cuerpo! Tal vez podía aumentar su feruquimia quemando los depósitos almacenados, pero ¿cómo logró ser tan fuerte en alomancia?

Gaia suspiró.

–Me temo que la única persona que podría haber contestado a esas preguntas murió esta mañana.

Lexa vaciló. El Lord Legislador había ocultado secretos sobre la religión de Terris que el pueblo de Gaia había buscado durante siglos.

–Lo siento. Tal vez no debería haberlo matado.

Gaia negó con la cabeza.

–Su propia edad lo habría matado pronto de todas formas, señora. Lo que hiciste estuvo bien. Así podré registrar que el Lord Legislador cayó ante una de los skaa que había oprimido.

Lexa se ruborizó.

–¿Registrar?

–Por supuesto. Sigo siendo una guardadora. Debo transmitir esas cosas: historias, acontecimientos y verdades.

–No dirás… mucho de mí, ¿no?

Por algún motivo, la idea de que otras personas contaran historias sobre ella la hacía sentirse incómoda.

–Yo no me preocuparía demasiado, señora –dijo Gaia con una sonrisa–. Mis hermanos y yo estaremos muy ocupados, creo. Tenemos tanto que restaurar, tanto que contar al mundo… Dudo que los detalles sobre ti tengan que ser transmitidos con urgencia. Registraré lo que ha pasado, pero me lo guardaré para mí durante un tiempo, si lo deseas.

–Gracias –asintió Lexa.

–Ese poder que el Lord Legislador encontró en la cueva –especuló Allie–, tal vez fuera la alomancia. Dijiste que no hay noticias de que existieran alománticos antes de la Ascensión.

–Es en efecto una posibilidad, maese Allie. Hay muy pocas leyendas sobre los orígenes de la alomancia y casi todas reconocen que los primeros alománticos «aparecieron con las brumas».

Lexa frunció el ceño. Siempre había creído que el título «nacido de la bruma» se debía a que los alománticos solían actuar por la noche. Nunca había considerado que pudiera haber una relación más directa.

La bruma reacciona a la alomancia. Gira cuando un alomántico usa sus habilidades cerca. Y… ¿qué sentí al final? Fue como si extrajera algo de las brumas. Fuera lo que fuese lo que había hecho, no habría podido repetirlo.

Allie suspiró y asintió. Llevaba despierta sólo unas horas, pero siempre parecía cansada. La cabeza le pesaba, como si los clavos hicieran sentir su presencia.

–¿Duelen, Allie? – preguntó ella–. ¿Los clavos?

Ella vaciló.

–Sí. Los once… laten. El dolor reacciona de algún modo a mis emociones.

–¿Once? – preguntó Lexa, sorprendida.

Allie asintió.

–Dos en la cabeza, ocho en el pecho, uno en la espalda para unirlos. Es la única forma de matar a un inquisidor: hay que separar los clavos superiores de los inferiores. Rav lo hizo por medio de una decapitación, pero es más fácil arrancando el clavo central.

–Creíamos que habías muerto. Cuando encontramos el cadáver y la sangre en la comisaría…

Allie asintió de nuevo.

–Iba a notificaros que estaba viva, pero me vigilaron con mucha atención ese primer día. No esperaba que Rav fuera a actuar tan rápido.

–Ninguno de nosotros lo esperaba, maese Allie –dijo Gaia–. Ninguno de nosotros.

–Lo logró, ¿no? – dijo Allie, sacudiendo la cabeza lleno de asombro–. Esa hija de perra. Hay dos cosas que nunca le perdonaré. La primera es que me robara mi sueño de derrocar al Imperio Final y lo consiguiera.

Lexa vaciló.

–¿Y la segunda?

Allie volvió los clavos hacia ella.

–Que se hiciera matar para conseguirlo.

–¿Puedo preguntar, maese Allie, de quién era el cadáver que la señora Lexa y maese Raven descubrieron en la comisaría?

Allie contempló la ciudad.

–En realidad había varios cadáveres. El proceso para crear a un nuevo inquisidor es… sangriento. Prefiero no hablar de ello.

–Naturalmente –dijo Gaia, inclinando la cabeza.

–Tú, sin embargo, podrías hablarme de esa criatura que Raven utilizó para imitar a Lord Renoux.

–¿El kandra? – preguntó Gaia–. Me temo que incluso los guardadores sabemos poco de ellos. Están relacionados con los espectros de la bruma… tal vez incluso sean las mismas criaturas, pero más viejas. A causa de su reputación, generalmente prefieren no ser vistos…, aunque algunas de las casas nobles los contratan en ocasiones.

Lexa frunció el ceño.

–Entonces… ¿por qué Rav no hizo que ese kandra lo suplantase y muriera en su lugar?

–Ah –dijo Gaia–. Verás, señora, para que un kandra interprete a alguien, primero debe devorar la carne de esa persona y absorber sus huesos. Los kandra son como los espectros de la bruma: no tienen esqueleto propio.

Lexa se estremeció.

–Oh.

–Ha vuelto, ¿sabes? – dijo Allie–. La criatura ya no usa el cuerpo de mi hermano. Tiene otro. Pero ha venido a buscarte, Lexa.

–¿A mí?

Allie asintió.

–Dijo algo de que Raven te había transferido su contrato cuando murió. Creo que la bestia te considera ahora su ama.

Lexa se estremeció. Esa… cosa se comió el cuerpo de Raven.

–No lo quiero cerca –dijo–. Le ordenaré que se marche.

–No te apresures tanto, señora –dijo Gaia–. Los kandra son sirvientes caros: hay que pagarles en atium. Si Raven hizo un contrato para bastante tiempo con uno, sería una tontería malgastar sus servicios. Un kandra podría ser un aliado muy útil en los meses venideros.

Lexa negó con la cabeza.

–No me importa. No lo quiero cerca. No después de lo que hizo.

Las tres guardaron silencio. Finalmente, Allie se puso en pie, suspirando.

–Si me disculpáis, tengo que presentarme en la fortaleza… El nuevo reina quiere que represente al Ministerio en sus negociaciones.

Lexa frunció el ceño.

–No comprendo por qué el Ministerio se merece tomar parte en nada.

–Los obligadores siguen siendo muy poderosos, señora –dijo Gaia–. Y son la fuerza burocrática más eficaz y bien entrenada del Imperio Final. Su Majestad demostraría sabiduría si intentara atraerlos, y reconocer a maese Allie contribuiría a conseguirlo.

Allie se encogió de hombros.

–Naturalmente, suponiendo que pueda establecer el control sobre el Cantón de la Ortodoxia, el Ministerio debería… cambiar durante los próximos años. Actuaré despacio y con cuidado, pero cuando termine, los obligadores ni siquiera se darán cuenta de lo que han perdido. Sin embargo, los otros inquisidores podrían suponer un problema.

Lexa asintió.

–¿Cuántos hay fuera de Luthadel?

–No lo sé. No fui miembro de la orden demasiado tiempo antes de destruirla. Sin embargo, el Imperio Final era grande. Muchos hablan de que había unos veinte inquisidores, pero nunca he logrado que nadie me diera un número exacto.

Lexa asintió mientras Allie se marchaba. No obstante, los inquisidores, aunque peligrosos, la preocupaban menos puesto que ya conocía su secreto. Le preocupaba más otra cosa.

No sabéis lo que hago por la humanidad. Era vuestro dios, aunque no pudierais comprenderlo. Al matarme, os habéis condenado…

Las últimas palabras del Lord Legislador. Ella había supuesto que hablaba del Imperio Final al referirse a aquello que hacía «por la humanidad». Sin embargo, ya no estaba tan segura. Había… miedo en sus ojos cuando pronunciaba esas palabras, no orgullo.

–Gaia –dijo–. ¿Qué era la Profundidad? Eso que el Héroe del libro tenía que derrotar.

–Ojalá lo supiéramos, mi señora.

–Pero no vino, ¿no?

–Aparentemente, no. Las leyendas coinciden en que, si la Profundidad no hubiera sido detenida, el mundo habría sido destruido. Por supuesto, tal vez las historias sean exageradas. Quizás el peligro de la Profundidad fuera sólo el Lord Legislador mismo… Tal vez la lucha del Héroe era simplemente de conciencia. Tenía que elegir entre dominar el mundo o dejarlo ser libre.

Eso no le encajaba a Lexa. Había más. Recordó el miedo en los ojos del Lord Legislador. El terror.

Dijo «hago», no «hice». «Lo que hago por la humanidad.» Eso implica que seguía haciéndolo, fuera lo que fuese.

Os habéis condenado…

Se estremeció con el aire de la tarde. El sol se ponía, lo que permitía ver aún más fácilmente la fortaleza Griffin iluminada: el lugar que Clarke había elegido como sede provisional, aunque tal vez se trasladara a Kredik Shaw. No lo había decidido todavía.

–Deberías ir con ella, mi señora –dijo Gaia–. Necesita ver que estás bien.

Lexa no respondió inmediatamente. Contempló la ciudad, la brillante torre iluminada en el cielo cada vez más oscuro.

–¿Estuviste allí, Gaia? – preguntó–. ¿Escuchaste su discurso?

–Sí, señora. Cuando descubrimos que no había ningún atium en ese tesoro, Lady Griffin insistió en que fuéramos a buscar ayuda para ti. Estuve de acuerdo con ella: ninguna de nosotras éramos guerreras y yo aún no tenía mis depósitos feruquímicos.

No había atium, pensó Lexa. Después de todo esto, no hemos encontrado ni pizca. ¿Qué hacía con él el Lord Legislador? ¿O… alguien llegó primero?

–Cuando maese Clarke y yo encontramos al ejército –continuó Gaia–, sus rebeldes estaban matando a los soldados de palacio. Algunos intentaban rendirse, pero nuestros soldados no los dejaban. Fue una escena… preocupante, mi señora. A tu Clarke… no le gustó lo que vio. Cuando se plantó ante los skaa, creí que iban a matarla también. – Calló y ladeo ligeramente la cabeza–. Pero… las cosas que dijo, mi señora… Sus sueños de un nuevo gobierno, su condena del baño de sangre y el caos… Bueno, señora, me temo que no puedo repetirlo. Ojalá hubiera tenido mis mentes de metal para poder memorizar sus palabras exactas. – Suspiró, sacudiendo la cabeza–. De todas formas, creo que maese Harper ayudó a calmar el tumulto. Cuando un grupo empezó a escuchar a maese Clarke, los demás lo hicieron también y, a partir de ese momento… bien, es buena cosa que un noble haya acabado siendo reina, creo. Maese Clarke da cierta legitimidad a nuestra toma de poder y creo que veremos más apoyo por parte de la nobleza y los mercaderes con él a la cabeza.

Lexa sonrió.

–Rav se enfadaría con nosotros, ¿sabes? Hizo todo este trabajo y al final ponemos a una noble en el trono.

Gaia sacudió la cabeza.

–Ah, pero hay algo más importante que considerar, creo. No sólo hemos puesto a una noble en el trono: hemos puesto a una buena mujer.

–Una buena mujer –dijo Lexa–. Sí. He conocido a unos cuantos.

Lexa estaba arrodillada en el tejado de la fortaleza Griffin, rodeada de brumas. Su pierna entablillada le dificultaba los movimientos de noche, pero la mayor parte del esfuerzo que hacía era alomántico. Sólo tenía que asegurarse de aterrizar con suavidad. Había caído la noche y las brumas la envolvían. La protegían, la ocultaban, le daban poder…

Clarke Griffin estaba sentada a su escritorio, bajo una claraboya que todavía no había sido reparada desde que Lexa lanzara un cuerpo a través de ella. No la veía agazapada allí arriba. ¿Quién hubiese podido hacerlo? ¿Quién veía a una nacida de la bruma en su elemento? Ella era, en cierto modo, como una de las imágenes–sombra creadas por el Undécimo metal. Incorpórea. Algo que podría haber sido.

Podría haber sido…

Los acontecimientos del día eran muy difíciles de entender; Lexa no había intentado siquiera encontrar sentido a sus emociones, que eran un embrollo mucho más grande. No se había acercado a Clarke todavía. No había podido hacerlo. La miró, sentada a la luz de la linterna, leyendo y anotando en su librito. Sus reuniones anteriores al parecer habían salido bien: todo el mundo parecía dispuesto a aceptarla como reina. Allie susurraba que, sin embargo, detrás del apoyo había política. La nobleza veía a Clarke como una marioneta que podría controlar y ya se creaban facciones entre los líderes skaa. A pesar de todo, Clarke tenía por fin una oportunidad para esbozar el código de leyes con el que siempre había soñado. Podía intentar crear la nación perfecta, tratar de aplicar las teorías filosóficas que había estudiado durante tanto tiempo. Habría baches en el camino, y Lexa sospechaba que al final tendría que contentarse con algo mucho más realista que su sueño idealista. Eso no importaba, en realidad. Sería una buena reina. Naturalmente, comparado con el Lord Legislador, un montón de hollín sería una buena reina…

Quería ir con Clarke, saltar a la cálida habitación, pero… algo la retenía. Había pasado por demasiados quiebros de fortuna recientes, demasiadas tensiones emocionales, alománticas y no alománticas. No estaba segura de que quisiera más; no estaba segura de ser Lexa o Valette, ni de cuál de las dos deseaba ser. Sentía frío en las brumas, en la silenciosa oscuridad. Las brumas daban poder, protegían y ocultaban… incluso cuando en realidad no quería ninguna de las tres cosas. No puedo hacer esto. Esa persona que estaría con ella no soy yo. Eso era una ilusión, un sueño. Soy la niña que creció en las sombras, la niña que debería estar sola. No me merezco esto.

No me la merezco a ella.

Se había terminado. Como había previsto, todo estaba cambiando. En realidad, nunca había sido una noble muy buena. Había llegado la hora de volver a ser aquello en lo que era buena. Un ser de sombras, no de fiestas y bailes.

Era el momento de irse.

Se volvió para marcharse, ignorando sus lágrimas, frustrada consigo misma. Caminó con los hombros hundidos, cojeando por el tejado metálico, y desapareció en la bruma.

Pero entonces…

Él murió prometiéndonos que habías muerto de hambre hacía años.

Con todo el caos, casi había olvidado lo que el inquisidor había dicho de Lincoln. Sin embargo, el recuerdo la hizo detenerse. Las nieblas la adelantaron, enroscándose, instándola a seguir. Lincoln no la había abandonado. Lo habían capturado los inquisidores que la estaban buscando a ella, la hija ilegítima de su enemigo. Lo habían torturado.

Y había muerto protegiéndola.

Lincoln no me traicionó. Siempre prometió que lo haría, pero al final, no lo hizo. Distaba mucho de ser un hermano perfecto, pero la había amado de todas formas. Un susurro en el fondo de su mente habló con la voz de Lincoln. Vuelve.

Antes de que pudiera convencerse a sí misma de lo contrario, cojeó de regreso a la claraboya rota y lanzó una moneda al suelo.

Clarke se volvió curiosa, miró la moneda, ladeó la cabeza. Lexa se dejó caer un segundo más tarde, empujándose para detener la caída, aterrizando apoyándose en su pierna buena.

–Clarke Griffin –dijo, irguiéndose–. Hay algo que quería decirte desde hace tiempo. – Hizo una pausa, parpadeando para espantar las lágrimas–. Lees demasiado. Sobre todo en presencia de las damas.

Ella sonrió, echó atrás su silla y la rodeó con un firme abrazo. Lexa cerró los ojos, sintiendo simplemente el calor de ser abrazada.

Y advirtió que eso era lo que había querido siempre.

Y con esto llegamos al final de la primera parte, ¿qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? ¿Queréis que sigamos con la segunda parte? En cuanto tenga algún comentario pidiendo que siga crearé la segunda parte El pozo de la ascensión