Capítulo 1.

Las galletas alemanas y la buena suerte que dan.


Con la cartera sin un céntimo y sin trabajo, Lovino a regañadientes aceptó el dinero de su hermano y con dolor aceptó la comida de procedencia alemana, en especial las galletas, que aunque eran deliciosas no quería tener nada que ver con ellas solo por ser hechas por el alemán, pero se contuvo a rechazarlas por no ser " descortés " igual sería lo único que tendría de comer casi una semana.

Sin ganas volvió a frecuentar lugares donde conseguir trabajo, llevando el currículum en mano y la mejor cara de " Quiero trabajar y me voy a esforzar" que podía poner. Al parecer nadie, realmente nadie, necesitaba un asistente o algo así, ni un mesero o portero. Ni su título de Licenciatura en Lingüística e Idiomas le estaba ayudando de mucho ¡Y eso que el español es muy complicado! ¿Por qué nadie contrataría alguien que sabe otros tantos idiomas y entiende bastante de gramática y esas cosas? Si incluso había estudiado en España.

Llegó a otro restaurante, frecuentado por turistas y para su suerte había un cartel de: " Se requiere personal " colgado en la ventana. Entró con valor y casi que luciéndose como gallo a las gallinas: con la cabeza firme y caminando con cierta elegancia. Una vez dentro buscó a quien se hiciera cargo de aquel lugar, para presentarse al puesto. Fue vil y fríamente rechazado para resumir las cosas.

Volvió a salir, arto de su constante fracaso en la tarea de encontrar trabajo. Puede que no hubiera sido tan buena idea salir de su país sin haber ahorrado un poco de dinero al menos, incluso no necesitaba salir de su país para librarse del alemán, le hubiera bastado con cambiar de ciudad; podría haberse ido a Palermo, Milán, Turín... ¡Por Dios que le gustaba hacerse drama y del bueno! Su estómago se quejó del hambre que le había producido tanto ir y venir. Vaya desgracia suya que solo cotara con una cajita de galletas alemanas para comer, se hubiera traído cualquier otra cosa de casa, pero no, estaba tan convencido de que conseguiría trabajo que decidió llevarlas y una vez hubiera sido aceptado mofarse de ellas, pisotearlas (de forma no literal, no le haría eso a la comida ni aunque quisiera), dejar en claro que él, Lovino Vargas Dal Mar, no necesitaba de la comparecencia de nadie, ni de su hermano, el novio de este, el gato de la vecina o el loro de su padre, es completamente independiente, autosuficiente y no extraña a nadie... Bueno, si extrañaba al loro... Un poquito.

Aburrido, cansado y hambriento se fue a sentar a algún lugar para comer sus desgraciadas galletitas de vainilla y chocolate. Las mordía con furia, negándose a si mismo que las disfrutaba una y otra vez. Casi cuando se estaba acabando la santa cajita llevó alguien a sentarse junto a él, Lovino se esmeró en ignorar su presencia, eso hasta percatarse de que era una chica, entonces se esmeró en parecer alguien maduro.

—Si que hace calor hoy ¿No? —se le escucho decir a la chica de su lado, que se abanicaba con un portafolio de algún tono de rosa.

—Ah, sí, aunque no está tan mal.

—Pues es verdad, podría ser peor... Ay, lo siento, te he estado hablando como si nada y ni me conoces... Me llamo Emma —le dijo, extendiendole la mano como saludo.

—Lovino, un placer.

—El placer es mío, Lovino ¿Te molesta que acorte tú nombre? Es que siento que Lovi queda mejor...

El italiano niega con la cabeza de forma amable y sonríe de igual manera, acción que la chica de pelo rubio y cortito corresponde con dulzura.

—No me molesta para nada.

—Ah, que bien, la gente suele molestarse cuando acorto sus nombres, siempre me dicen que me confío mucho, bueno, por lo menos mi hermano dice eso y que soy muy parlanchina también... Seguro que ya has notado eso.

—Pues no es algo molesto —comparandoló con las infinitas charlas de Feliciano es mil veces mejor escuchar a Emma, por lo menos no le va a hablar de porque el cine mudo alemán de los treintas o cuarentas es el mejor cine que jamás va a existir en todo el mundo, según su opinión personal.

—Me alegra, bueno, Lovi ¿Qué te ha traído por aquí? Porque no creo que realmente seas de aquí...

—Me he mudado, creo que cambiar de aires es bueno de vez en cuando —"y no tener que soportar alemanes es aún mejor". Dijo para sus adentros—. Como una parte de mi familia es española no me ha parecido mala idea vivir aquí, aunque lo único malo es que no he encontrado trabajo.

—Ay, te entiendo, me ha pasado lo mismo cuando llegué... —se quedó en silencio por unos momentos pensando en algo, hasta que al parecer le llegó una idea de golpe, porque abrió los ojos como si hubiera descubierto cuál sería la octava maravilla del mundo—. ¡Ya sé! ¡Puedes trabajar dónde yo! El encargado es un chico muy amable, es una buena persona, seguro que te acepta. También es un amigo mío.

—¿En serio? —Lovino le acompañó en su emoción y quedó expentande de que le diera más información acerca de su posible nuevo trabajo.

—Es un pequeño negocio, un poco de todo, lo conocí porque trabaja con mi hermano, ambos llevan una pequeña tiendita, venden flores y regalos, también postres —el italiano se pudo hacer una vaga idea de lo que trataba y no le pareció tan mal—. Seguro te encanta, la paga es buena y no es un trabajo sobrecargado, son todos amistosos, bueno, mi hermano no tanto, pero de seguro de llevas bien con los demás.

—No parece tan mal —admitió.

—Porque no lo es —continuó hablando—. Te voy a dar mi número, deja que le cuente a Antonio y te llamo para que vengas mañana —dijo mientras buscaba un papel y lapicero en el bolso que traía—. Si se ha perdido de nuevo... ¡Aquí está! —comenzó a escribir su número en el trozo de papel y se lo entregó al chico, que lo recibió con una sonrisa que si la viera Feliciano diría que ese no era su hermano.

—Gracias, me has salvado.

—No ha sido nada, mándame un mensaje luego, así te podré contactar, ahora me voy, hay cosas que debo hacer y si me atraso no voy a llegar a nada...

—Entonces hasta luego.

—¡Adiós, Lovi!

Lovino llegó a la conclusión de que Emma era un ángel y él estaba delirando a causa de las galletas, ¡Las galletas que le acababan de salvar solo por detenerse a comerlas! Tal vez no eran tan horribles después de todo... Debería agradecerle a Ludwig por darle aquellas galletas, que había que aclarar que no le gustaron completamente, tal vez un poquito, solo le estaba agradecidas porque si no fuera por ellas hubiera pasado de largo detenerse a comer, porque ciertamente no tendría nada que comer. Puede que no fueran las mejores galletas, pero le habían dado suerte.

Tal vez debería comenzar a usar las galletas alemanas como galletas de la suerte, aunque luego tenga que comerlas.