Capítulo Dos

"¡Clarke! Clarke, ¿dónde estás?"

"Aquí, en la sala de procedimientos." Ella levantó la vista desde donde estaba arrodillada clasificando y catalogando de materiales, para saludar a la jefa de enfermeras de la clínica. "Oye, Harper, Me alegro de verte."

"¿Qué está pasando? ¿Estás bien?" Harper preguntó con ansiedad, viendo el lío de papeles y objetos del suelto.

"Sí, estoy bien, alguien ha entrado en la clínica esta noche."

"He visto a una policía en la puerta. Ella es una nueva, ¿verdad?" dijo Harper recuperado varias cajas sin abrir de gasas quirúrgicas del suelo y los apiló sobre el mostrador. "Madre mía! ¿Viste su cuerpo? ¡Jesús!"

"Dios, nunca te pierdes nada ¿verdad?

"No, cuando se trata de mujeres," se rio Harper. "Así que vamos a ver pacientes, ¿o no?"

Clarke se puso lentamente de pie, tratando de ignorar el calambre de su pierna. "Creo que mejor reprogramamos a los de la mañana. Primero tenemos que limpiar este lugar y averiguar si falta algo.

Harper suspiró. "Voy a empezar a llamarles y te informo de cómo queda todo"

"¿Quieres decir que hablarás sobre la ayudante del sheriff, ¿no?" Clarke cuestionó fuertemente. No estaba segura de por qué, pero ella no quería hablar de la distante, aunque atractiva sheriff. Ella prefería olvidarse de todo. Clarke sabía que la sheriff simplemente estaba haciendo su trabajo, con calma, serenidad, y estaba siendo totalmente profesional. Pero había algo en su actitud de mando, que la había tomado por sorpresa. Nunca nadie había logrado llevar sus emociones tan al borde, con un solo encuentro. Y ninguna mujer había captado su atención, tan rápido, en los últimos años.

Harper no podía ignorar la tensión en la voz de Clarke. Ella nunca la había alterar su comportamiento, por lo general implacable. De hecho, a veces a Harper se preguntaba si su amiga solitaria, no debería beneficiarse de una pequeña interrupción en su vida. Desde su punto de vista, la vida de Clarke era siempre muy segura y predecible. En los cuatro años que habían trabajado juntas, ella nunca había conocido hasta la fecha, a ninguna mujer con ella, ni siquiera mostraba interés en ello. Clarke trabajaba horas y horas, se negaba a considerar buscar un socio, e incluso cuando ella había sido engañada para ir alguna fiesta, solía poner alguna excusa para irse temprano. Harper había hecho grandes intentos por buscarle amigas, pero Clarke siempre sonriente y firme las rechazada.

"No te gusta ella, ¿verdad?" Indicó a Harper. "Ella es tan preciosa que debe ser ilegal, así que dime lo que hizo para enfadarte."

Clarke se quedó perpleja, mientras se sonrojaban sus mejillas. "No tengo ninguna opinión de ella, ni buena ni mala. ¡Apenas la conozco!"

"Así que, ¿de acuerdo?" Le gritó a Harper, alzando sus manos en señal de rendición. "¡Así que no me digas más!"

Clarke la miró con exasperación total. "Sólo tienes que ir a llamar a los pacientes!" Se volvió resuelta para terminar lo que estaba haciendo, ocultando sus pensamientos.

"Entonces, ¿qué tienes?" le preguntó Marcus a Lexa en cuanto llegó hasta su escritorio.

Sacó un formulario para rellenar el informe correspondiente, y se acomodó en su silla. "Unos principiantes rompieron una ventana trasera del edificio, saquearon los armarios, y tiraron todo el material por el suelo. No llegaron al almacén de drogas, lo que significa que, o bien no eran personas de aquí o la médico les sorprendió antes de que hubieran terminado."

Lexa se acordó de los fuertes rasgos claros de la directora de la clínica, el pelo rubio, su piel de porcelana, y la forma en que sus ojos azules chispearon fuego cuando fue provocada. El pensamiento de Clarke Griffin caminando, de forma inesperada, en medio de un robo fallido le hacía sentirse incómoda. Tenía la sensación de que la médico perfectamente, podría haber tratado de manejar las cosas ella sola. Lexa desestimó esa imagen desconcertante e inquietud desconocida, y metódicamente comenzó a llenar su informe.

"¿Qué?" Marcus le preguntó cu´qndo vio su ceño fruncido. Se dio cuenta de que algo la preocupaba, tenía esa mirada lejana en sus ojos otra vez.

"Si hubiera entrado en medio del robo, podría haber sido un desastre", dijo Lexa en voz baja. "Ella no parece del tipo de mujer, que pueda enfrentarse a este tipo de problemas, y seguro que podría haber sido herida."

Marcus resopló. "No apostaría por ello. La doctora tiene una especie de cinturón negro en artes marciales. Además, ella es fuerte como un caballo. La he visto levantar a un hombre adulto en una camilla sin pestañear. Esa pierna le ralentiza algo, pero seguro que ella puede con esto."

"Me alegra saber que ella puede cuidar de sí misma", dijo Lexa, inclinando la cabeza hacia su informe, pasando por alto la extraña inquietud persistente. No tenía sentido pensar en algo que no había sucedido. Tenía trabajo que hacer.

Marcus la miró, consciente de que había sido despedida, pero no sabía por qué. ¡Maldición, era algo difícil de imaginar!

Cuando Indra Martin, la única secretaria del departamento de policía, llegó para su turno de nueve a cinco, encontró a los dos escribiendo en silencio. Se preguntó, no por primera vez, lo bien que el director iba a adaptarse a su nueva ayudante. No era tanto el hecho de que ella era una mujer, sino el hecho de que ella no parecía ni se comportaba como una mujer. Indra tenía la sensación de que él no había tenido mucha experiencia cercana con este tipo de personas. La chica era tan privada que lo volvía aún más curioso. Y Dios sabe, que Marcus Kane era muy curioso, ¡sí que lo era! Pero cualquier persona, con una sonrisa como la de esa joven -del tipo que te rompe el corazón– merecía la pena conocerla, ¡aunque tendrían mucho trabajo!

"¡Buenos días a los dos!" ella dijo, acomodándose detrás del mostrador de recepción y centro de recogida de mensajes, en general. "¿Por qué es estáis tan serios? ¿Viene el presidente?"

Marcus resopló y Lexa sonrió mientras se inclinaba hacia atrás en su silla giratoria.

"Pensé que sólo llegaba al extremo de Nantucket", bromeó Lexa. "Aquí no somos lo suficientemente civilizados para su presencia."

"Entonces debe ser la emoción por lo ocurrido en la clínica."

"¿Cómo sabes eso?" preguntó Marcus sorprendido. ¿No había nada que Indra no supiera?

"Te olvidaste de mi escáner, Jefe," Indra respondió con aire de suficiencia.

"No me llames jefe," contestó automáticamente.

Lexa se puso de pie y se estiró, sonriendo ante tales bromas. "Voy a hacer otra ronda, Jefe", gritó, ya impaciente por estar fuera de la pequeña oficina.

Indra esperó hasta que la puerta se cerró antes de acudir al Sheriff.

"¿Cómo va?"

"Tan bien como cabría esperar, teniendo en cuenta su hoja de vida. Ella es la mejor oficial que he tenido"

"¿Cómo es ella?"

Marcus miró a su vieja amiga especulativamente. "¿Qué es lo que quieres saber, vieja cotilla?"

"¡Ja! ¡Como si tú no fueras cotilla! Me preocupo por una joven, que ha aparecido en esta ciudad salida de la nada. Podría estar muy sola."

"No parece solitaria para mí", reflexionó Marcus. "Sólo solitaria, como si estuviera acostumbrada a estar sola."

"Una persona se vuelve solitaria, cuando pasa mucho tiempo sola," apuntó Indra, mirándolo fijamente.

"Puede ser. Pero no me preocuparía demasiado. No parece tener problemas para encontrar pareja, sin importar el tipo que sea."

"¡Como si no estuviera claro qué tipo de pareja sería!" Indra comentó secamente.

"Ahora no te pongas a hacer suposiciones, sólo porque estemos en Provincetown", comentó Marcus, irritado porque Indra siempre parecía saber más que él.

"Oh, Marcus. Puedes poner a esa chica en cualquier parte del país y estaría llamando la atención de las mujeres"

"¿Tú también, Indra?" bromeó.

"Si no fuera tan vieja y no llevara casada veinte años con Gustus, tal vez sí que lo haría."

Marcus la miró, dejando que la mujer tuviera su razón, sin querer hablar más del tema.

Lexa dejó el motor en marcha, fuera de la tienda de comestibles, mientras corría hacia el interior para comprar un sandwich. Las dos mujeres que dirigían el pequeño mercado gourmet, en el centro de la ciudad, le dieron una cálida bienvenida. A pesar del poco tiempo que llevaba viviendo allí ya parecía como una clienta habitual.

"¿De atún, lechuga y tomate?" pregunto Cece, en cuanto la oficial entró por la puerta.

Lexa se echó a reír. "Obviamente estoy siendo demasiado predecible. Que sea de carne curada en la actualidad."

"Claro. ¿Cómo es la nueva casa?"

Lexa ocultó su sorpresa. Todavía no se había acostumbrado a la familiaridad de los residentes. Este, definitivamente no era el lugar adecuado, si no querías conocer a tus vecinos.

"Bien estoy viviendo en ella, y las reformas se terminarán en un par de semanas, gracias al grupo de Costia, es muy bueno.".

Cece asintió con la cabeza mientras envolvía la comida de Lexa. "Te envidio ese punto de vista. No hay muchos lugares por esa zona, con vistas a la bahía."

"Tuve la suerte de encontrarlo", coincidió Lexa.

"Aquí tienes. Ten cuidado hay fuera."

"Gracias."

Lexa apoyó el bocadillo en el asiento junto a ella, comiendo mientras lentamente paseaba por la ciudad. De momento, no había mucha gente en las calles, pero en dos días todo sería diferente. Ella estaba esperándolo con ansiedad, a pesar de que sabía que su trabajo se triplicaría. Le gustaba la sensación de formar parte de la comunidad, y cuidar de ella a su propia manera. Sin pensamiento consciente, se encontró dirigiéndose de nuevo hacia la clínica. El aparcamiento estaba lleno. El hombre de detrás del mostrador en la zona de recepción parecía acosado. Lexa esperó, mientras terminaba de hacer una carta, de pie en silencio junto a una madre con dos niños pequeños a cuestas. Él la miró expectante, moviendo de un tirón el pelo de sus ojos. Su asombrosamente bello rostro se fijó en ella, con gesto nervioso.

"¿Hay alguna posibilidad de que pudiera ver a la doctora Griffin?"

"Oh, por favor. Sería más fácil conseguirte una audiencia con el Papa," suspiró dramáticamente. Tenía las pestañas más largas que había visto nunca. Si fuera una mujer, ella lo parecía, pero todavía había algo decididamente masculino de él que desmentía esa descripción. "Vamos a ver dónde está, ¿de acuerdo? Anda con mucho retraso, pero supongo que ya sabes por qué."

Lexa asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros disculpándose. Regresó un momento después.

"Sígueme, por favor, ella se reunirá contigo en su oficina cuando puede hacer un descanso, dijo que sólo sería un par de minutos."

La llevó a la misma oficina que Lexa había dejado sólo unas horas antes. Mientras esperaba, examinó las paredes. Sólo había un diploma, anunciando que Clarke Claire Griffin había sacado su título de medicina por la Universidad de McGill en Canadá. De mucho mayor interés, fueron las fotos enmarcadas varias mujeres remeras, algunas en desde los cuatro a los ocho años, aproximadamente, incluso en alguna de ellas aparecía remando sola. Lexa se inclinó más cerca para mirar las caras. En varias fotos se veía claramente a Clarke Griffin remando. El sonido de la puerta al cerrarse detrás de ella, interrumpió su estudio, y se volvió a encontrar a la doctora observándola.

"¿Sorprendida, Sheriff?" Clarke preguntó nerviosamente.

Lexa levantó una ceja ante el tono defensivo en la voz de la mujer. Sus ojos verdes se encontraron con los calmados ojos azules de Clarke. "¿Por qué?"

Clarke golpeó el objeto ortopédico de su pierna con su bastón. El metal sonó bruscamente.

"Ah, para ser honesta, no lo había pensado", respondió Lexa, con su mirada fija todavía sobre Clarke.

Clarke apartó su mirada, y finalmente sacudió la cabeza con tristeza. "Debes de ser la única persona que lo ha olvidado."

"Yo no he dicho lo hubiera olvidado", dijo Lexa en voz baja. "Es sólo que nunca se me había ocurrido que fueras tú, la persona que vi esta mañana en el agua... Sobre la bahía parecías formar parte del mar, ni siquiera perturbabas el ritmo de las olas."

Los labios de Clarke se abrieron, cuando un pequeño suspiro se le escapó. Había escuchado muchas descripciones sobre su forma de remar, pero ninguno tan genuina, ni tan elocuente. Ella desvió su mirada y tragó saliva.

"Gracias," dijo al fin, en silencio, mirando a su alrededor. Se acercó a su mesa, finalmente mirando a Lexa, quien se quedó tiesa como un palo en el medio de la habitación, con su sombrero bajo el brazo. Clarke se preguntó si tenía alguna idea de lo imponente y atractiva que era.

"Siéntate, Sheriff. Me estás poniendo nerviosa", dijo Clarke a la ligera.

Lexa se echó a reír, una risa llena de profundidad, mientras se dirigía a la silla frente a la mesa de Clarke. "Eso lo dudo."

Clarke fue irracionalmente complacida por su respuesta, y consciente de su decepción cuando la mirada de Lexa se había evaporado.

"Sé que estás ocupada," dijo Lexa. "¿Has tenido la oportunidad de descubrir lo que falta?"

Clarke suspiró con cansancio. "Casi no he tenido tiempo, parece que la mitad de la ciudad tiene la gripe. He estado trabajando sin parar desde que te fuiste. Pero, sin embargo, he podido hacerte una lista provisional. Una extraña maldición."

Lexa se sentó un poco más erguida, con los ojos brillantes. "¿Cómo es eso?"

"Nos faltan agujas, jeringas y algunos instrumentos quirúrgicos, pero no escalpelos, ni cajas de gasa o alcohol, y de todas las cosas... Un esterilizador portátil"

"¿No faltan drogas?"

"Las drogas están contabilizadas. No puedo estar segura, porque no tengo un inventario de muestras farmacéuticas, pero creo que hay una variedad de antibióticos que faltan."

"¿Eso es todo?"

"Hasta donde puedo decir. Si encuentro algo más, te lo haré saber."

Lexa asintió. "¿Significa algo para ti?"

"No parece gran cosa. Los adictos querrían jeringas. Supongo que el esterilizador tendría sentido, si alguien quería volver a utilizar las agujas, ¿pero lo raro es que sin las jeringas?"

"No lo sé", murmuró Lexa. "¿Hasta qué hora está abierto?"

"Hasta las seis, excepto los miércoles, hasta que termino de ver a mis pacientes, normalmente sobre las diez."

"¿Hay alguien aquí contigo todo el tiempo?"

"Bueno, Monty, el recepcionista, se va cuando la clínica cierra y mi enfermera, Harper, se queda hasta recoger. Normalmente, yo me quedo una hora más tarde para terminar con el papeleo."

"No lo hagas" dijo Lexa rotundamente, "por lo menos no en los próximos días. Vete cuando Harper se vaya, y asegúrate de que las dos estéis con los coches en marcha, antes de que ninguna de las dos se aleje."

Clarke la miró con asombro, con los hombros rígidos. "¿Es realmente necesario? Tengo trabajo que hacer y estoy segura de que sólo eran unos niños"

"No estoy segura de eso", Lexa se respondió con firmeza. "Esto, está bastante aislado. Puede que hubiera algo más que querían, y no lo han podido encontrar esta mañana. No quiero que estés aquí sola, si deciden volver."

Clarke escuchó el inconfundible tono de mando en su voz, un tono demasiado fácil, lo que demostraba que ella estaba acostumbrada a ser obedecida. Lo que decía tenía sentido, pero Clarke estaba molesta, no quería que nadie le dijera cómo debía llevar su negocio.

"¿No podemos llegar a algún acuerdo, Sheriff Wood?"

"No, doctora" respondió Lexa con una sonrisa.

Clarke golpeó su pluma sobre la mesa, tratando de decidir si se sentía tan reticente porque la petición no era razonable o porque le molestaba la autoridad de esa demanda.

Cualquiera que fuera la razón, esta mujer tenía un efecto asombroso en ella. Ella estaba tan segura, tan segura, que hizo que Clarke quisiera discutir con ella, incluso cuando sabía que lo que decía tenía sentido. Lexa esperó.

"Está bien," Clarke concedió a regañadientes. "Puedo hacerlo durante unos días."

"Una semana".

Los ojos de Clarke lanzaban fuego mientras se disponía a protestar.

"Por favor", añadió Lexa.

Era el turno de Clarke a reír, a pesar de su molestia. "Es muy difícil resistirse a ti, Sheriff", afirmó, y luego inmediatamente se arrepintió de sus palabras. No sólo porque sonaba un poco coqueta, sino porque se dio cuenta, con disgusto, que era verdad. La combinación de la sheriff, con el control de sus ojos verdes y el sutil humor resultaba poderosamente atractiva.

Lexa respondió desapasionadamente. "Entiendo que es difícil, Dra. Griffin, y le agradezco su cooperación." Se puso de pie y dio unos golpecitos con el dedo en el ala de su sombrero. "Gracias por hacer tiempo para atenderme, a pesar de su día tan ocupado. Le haré saber cuándo tenga una pista sobre esto."

"¡Gracias!" respondió Clarke cuando Lexa se marchaba. Se sentó por un momento tratando de ordenar sus pensamientos. Una vez más, tuvo la sensación desconcertante de estar un poco fuera de equilibrio, más cuando estaba acostumbrada a tener todo siempre bajo control. Exasperada con ella misma, empujó el recuerdo de esa sonrisa fugaz y rica risa de su mente. Había un montón de trabajo por hacer, y podía contar con eso para quitar a la ayudante del Sheriff de su mente.

Al final de su turno Lexa se sentó en su todoterreno en frente de la casa jugando con sus llaves. Ella había estado evitando este momento, desde que llegó a Provincetown, y ella sabía que no podía retrasarlo por más tiempo. El lugar era demasiado pequeño. Y ya la mayoría de los dueños de tiendas sabían su nombre. Ella puso el coche en marcha, y se dirigió hacia el extremo este de la calle larga, de aproximadamente unos tres kilómetros. Aparcó en la acera, en frente de una de las innumerables galerías. Después de un minuto de vacilación, se dirigió resueltamente hacia la pequeña casa contigua. Tocó el timbre, mientras se le aceleraba el pulso.

Una mujer de unos cincuenta años, en pantalones vaqueros holgados y una camiseta hecha jirones, abrió la puerta, mirando inquisitivamente al oficial que esperaba en las escaleras.

"¿Sí?" preguntó. Entonces sus ojos se abrieron cuando se centró en los ojos verdes y rasgos cincelados. El parecido era inconfundible. "Oh Dios mío", se quedó sin aliento. "¿Lexa?"

"Hola Becca", dijo Lexa en voz baja.

"¡Anya!" la mujer chilló. A continuación, volviendo a entonar su voz llamó en voz alta:

"Cariño, será mejor que vengas aquí"

"¿Qué pasa?" preguntó la mujer alta que entró por la parte trasera de la casa. Se detuvo detrás de su amante, quedándose sin palabras.

"Hola mamá", dijo Lexa en voz baja. Ella miró a su madre, a su piel coloreada por sol bruñido, al pelo castaño casi gris ahora, y a sus ojos, tan parecidos a los suyos. A pesar de su ansiedad, se sentía extrañamente tranquila. "Pensé que ya era hora de visitarte."

"Había renunciado a la esperanza de volver a verte", dijo su madre, murmurando con voz ahogada.

"Lo siento… Yo…" Lexa vaciló, sin saber cómo explicar los años que habían pasado separadas.

"No lo sientas solo ven y cuéntame... Bien, dime lo que quieras." Anya tocó las mejillas de su hija, suavemente, mientras hablaba, y luego le tomó la mano para tirar de ella hacia el interior de la casa. Llevó a Lexa a través de las pocas habitaciones hasta una pequeña cocina que daba a la bahía. "Siéntate," dijo Anya, señalando la mesa, delante de las ventanas. "¿Quieres té?"

"Sí, gracias", dijo Lexa, poniendo su sombrero sobre la mesa.

"¿Cuánto tiempo llevas aquí?" -preguntó su madre, incapaz de apartar los ojos de la atractiva mujer, sentada en su mesa. Si no llevara una vida de enclaustro, ella lo habría sabido. Un recién llegado siempre llama la atención.

"Apenas ocho semanas", dijo Lexa, señalando a su uniforme. "Soy el ayudante del sheriff."

"Simplemente no puedes renunciar a un uniforme, ¿eh?"

Lexa se echó a reír y la tensión en la sala se disipó. "Nunca lo pensé de esa manera, pero creo que tienes razón."

"Y ahora vives aquí", dijo su madre con asombro.

Lexa asintió, inusualmente insegura. "¿Te parece bien?"

Las lágrimas brillaron en los ojos de su madre, y un pequeño sollozo escapó de sus labios.

Becca, la compañera de su madre, puso su mano protectora sobre el hombro, sabiendo cuántas veces había soñado con este momento.

"Muy bien sería un eufemismo, Lexa," dijo su madre por fin. "Creía que cuando conocí a Becca, todos mis sueños se habían hecho realidad. Ni siquiera me atrevía a esperar nada como esto."

Lexa miró hacia otro lado, cuando el dolor de viejos recuerdos vinieron a su mente.

"Si hubiera podido ser diferente Lexa, seguro que algo podría haber hecho" Su madre se detuvo, sabiendo que no había palabras para explicar el pasado. O para deshacerlo.

Lexa se encontró con su madre mirándola de manera uniforme, con voz firme. "No he venido aquí para pedir explicaciones."

Anya hizo girar el anillo de oro en su dedo anular, el que le había regalado Becca, y dijo con tristeza: "Traté de decirme a mí misma que estarías bien cuidada"

"Y yo lo estaba", dijo Lexa. "Pero llegó un momento para mí, en que quería salir de allí."

Anya buscó alarmada, en los ojos de su hija. "¿Estás bien, estás enferma, o…?"

"No, estoy bien," Lexa sonrió, tomándole de la mano.

"¿Así que estás aquí para quedarte?"

"Sí," dijo Lexa, sintiendo la rectitud de sus palabras. "Me quedo."

Becca se acercó, colocando una gran bandeja de sopa en el centro de la mesa y dijo con firmeza:

"Tengo la sensación de que va a ser una noche muy larga."

Y comenzaron a hablar.