Capítulo Seis
Clarke miró hacia la orilla mientras remaba rítmicamente a través del agua, a las seis de la mañana. Se fijó en que había unos pocos pescadores, pero no vio el todoterreno de la policía. Lo había visto allí, todas las mañanas a lo largo de la semana, y creía saber con seguridad, quién era su ocupante. Se agitó y luego se detuvo, reprendiéndose a sí misma por su necesidad. No tenía ninguna razón para pensar que Lexa Wood estuviera a allí para verla. No había hablado con ella, en más de una semana, desde el día que había aparecido con Octavia Kane, en su coche patrulla. Tuvo que admitir, que había esperado que Lexa se pusiera en contacto con ella, para hablar sobre las novedades de su investigación. Clarke se encontró buscando el coche de policía, como todos los días, su pulso se aceleró un poco en cuanto lo vio. Una ola la tomó por sorpresa, moviendo la pequeña embarcación y recordando que debía dejar de soñar despierta. Miró una vez más hacia la orilla, tratando de distinguir el perfil del conductor, y luego volvió su mente a la mar.
Lexa vació su taza de café mientras veía el punto rojo desaparecer. Se quedó pensando un poco más, antes de arrancar el motor. Esos pocos minutos cada mañana, viendo a Clarke deslizarse a través del horizonte, eran los momentos más tranquilos del día. No podía haber dicho exactamente por qué, pero sabía lo que sentía, y no tenía motivos para dudar de ello. Por fin, dirigió su todoterreno, en torno a la ruta seis, resuelta y lista para trabajar. Condujo al este de los límites de la ciudad, y luego se volvió a la derecha hacia el puerto para completar el circuito, de nuevo, por la calle comercial. A esta hora, casi no había tráfico, a excepción de los camiones de reparto, situados en doble fila, a lo largo de la estrecha calle de sentido único, sus conductores daban servicio a las muchas empresas que se encontraban hacinadas en la vía. Los ciclistas y los patinadores terminarían por llenar las tranquilas calles, a partir de las 11 de la mañana, junto con los autobuses turísticos y los turistas que saldrían a pasear. Para ser el primer día, de un fin de semana largo, habría un flujo constante de vehículos que circularían lentamente, a través de la ciudad, hasta bien pasada la medianoche. Ella esperaba que se cumpliera el caos que su jefe había predicho. En algunas ocasiones, tendrían que trabajar hasta doce horas diarias, pero eso no le molesta. Tendría que hacer algún ajuste, en su programa de entrenamiento, pero esa era su única preocupación. Casi todas las noches, después de salir del gimnasio, se acercaba a ver cómo estaban las renovaciones de su garaje, para dejar su dojo listo. A las nueve, que por lo general, ya estaba en la cama con un libro. A las cuatro de la mañana, salía a correr 9 kilómetros, por la playa, y luego se duchaba, y salía de casa a las seis hacia el trabajo. Mantenía horas militares, las mismas horas que había mantenido desde que tenía catorce años. Su vida era ordenada, rutina y predecible. Su trabajo en las fuerzas de paz, primero en el ejército, y ahora aquí, le proporcionaba un sentido de propósito y satisfacción. Su entrenamiento en artes marciales retaba a su cuerpo y mantener su mente calmada. La ausencia de lazos personales, no era algo que cuestionaba, ni le daba ningún pensamiento. Esta era la vida que siempre había vivido, y en general, estaba contenta con ella. Saludó con un gesto de Bellamy Smith, mientras entraba en el pequeño aparcamiento detrás del edificio municipal. Bellamy era uno de los jóvenes oficiales que trabajaban en el turno de noche, y se conocían sólo lo suficiente como para decir hola.
"¿Noche tranquila?" le preguntó Lexa.
"Sí," dijo mientras abría la puerta de su camioneta Dodge. "Solo un par de borrachos que necesitan les lleváramos a su casa. También pasamos por la clínica, un par de veces, como usted me pidió. Aquello estaba desierto.
Por lo demás, como todavía no hace mucho calor, las dunas estaban vacías. Los guardaparques patrullaban las dunas durante el día, pero por la noche quedaban en manos del departamento del Sheriff. Pronto, los tres kilómetros de arena, junto a Herring Cove, estarían llenas de bañistas y aspirantes a amantes. Las dunas sobre la playa, a lo largo de la Ruta Seis, eran el lugar favorito para citas románticas. La policía intentaba mantener a la gente fuera de las dunas, para proteger el hábitat y sobre todo, para impedir que practicaran sexo y consumieran drogas. Para ella, no era un deber, sino que lo asumía como parte de su trabajo. No había nadie en la oficina, así que aprovechó la tranquilidad para terminar de organizar los horarios, hacer las listas de turnos, y para leer los últimos informes de la delincuencia de los municipios cercanos. Tarde o temprano, los problemas de las otras ciudades acababan llegando a su comunidad. Ella estaba a punto de preparar otra taza de café, y pensando en su almuerzo, cuando en el escáner de la radio sonó una llamada al 911 en Wellfleet.
"Un hombre ha caído en la zona del amarre Larga", informó una voz masculina ansiosa. "Parece que se ha torcido una pierna, y está sangrando por todo el lugar" Lexa ya estaba saliendo por la puerta, antes de que la voz de la radio terminara de dar el aviso.
Ella estaba a dos minutos de la escena. La zona del Embarcadero era muy larga, varias rocas formaban un arco de protección entre el puerto de Provincetown y el Océano Atlántico. Se extendía unos dos kilómetros y era la atracción turística favorita. Por desgracia, la gente solía subestimar, lo traicioneras podrían ser las grandes rocas, sobre todo cuando subía la marea. En cuanto giró por Bradford Street, vio una multitud de curiosos, por lo que tuvo que aparcar, su todoterreno, sobre la acera para evitar el acceso a los espectadores más curiosos. La gente se apartó dejándole paso, de mala gana, empujándose unos a otros, para ver mejor. Lexa pudo ver más gente a lo largo de los metros que la separaban de las rocas, presumiblemente el lugar del accidente. Se dirigió hacia ellos tan pronto como pudo, su marcha era lenta debido a lo obstaculizado del camino, ya que las rocas estaban demasiado resbaladizas con los escombros dejados por las mareas. El muelle estaba formado por bloques de piedra en ángulo, apilados unos junto a otros, formando una pasarela discontinua. No había grandes diferencias de altura entre las mismas, pero era necesario a saltar desde una superficie irregular a la otra. Ella ya había andado varios cien metros, moviéndose tan rápido como podía, cuando llegó a la altura de Clarke Griffin, quien con cautela hacía su camino hacia la multitud reunida. Lexa estaba teniendo problemas para mantener su propio equilibrio, así que andar por esa superficie con un bastón y una pierna con aparato ortopédico era un suicidio. Lexa deslizó su mano, por debajo del codo de la médico para guiarla hasta la superficie empinada que bajaba, diciéndole, "No deberías estar aquí, doctora."
El temperamento de Clarke se encendió, mientras miraba a la mujer más alta. La airada respuesta murió en sus labios cuando todo lo que encontró en esos ojos verdes era una mirada de sincera preocupación. No había condescendencia, y por suerte, ni rastro de piedad.
"Tienes toda la razón, Sheriff, pero aquí estoy."
"¿Por qué no me dejas ir más adelante y ver cuál es la situación? Los paramédicos van a llegar dentro de cinco o diez minutos", sugirió Lexa.
Clarke puso su mano sobre el hombro de Lexa para sentirse firme, cuando continuó subiendo a la siguiente roca. "¿Por qué no vas por delante y consigues que la gente se aparte? así tendremos más espacio para trabajar, cuando llegue allí", replicó. "Tengo que estar segura de que al tener la pierna atrapada, no se esté sangrando. Ya he llegado hasta aquí. Tranquila, voy a estar bien."
Lexa sabía que el plan tenía sentido. No estaba segura de por qué no quería dejar a la médico sola, era un deseo instintivo de protegerla, pero no protestó. Con el estómago encogido por la tensión, se rindió a la razón. Su formación era demasiado arraigada para permitir preocupaciones individuales, que pudieran interferir con la lógica.
"Vale. Pero ten cuidado, ¿de acuerdo?"
"Sí, ahora ve."
Cuando Clarke llegó a la escena, Lexa había alejado a algunos de los espectadores para mantenerlos lejos del hombre que yacía atascado entre las rocas. Su pierna parecía desaparecer por una grieta entre dos grandes rocas. Lexa estaba de rodillas, de espaldas a Clarke, cuando ésta se puso a su lado. Se quedó sin aliento, cuando Lexa la miró. El rostro de la sheriff y su camisa estaban manchados de sangre.
"¿Estás herida?" preguntó ella con ansiedad, mientras deslizaba los últimos dos pies.
"No, es suya," Lexa gruñó por el esfuerzo mientras inclina la cabeza hacia el hombre que estaba encajado en las rocas. La sangre brotaba de la herida de la pierna, una herida enorme que Lexa estaba tratando de mantener cerrada con ambas manos.
"Fractura abierta de tibia," evaluó Clarke mientras buscaba el pulso en el cuello. Era débil y filiforme. "Es en shock. Tenemos que conseguir parar el sangrado." Ella presionó dos dedos en la ingle, sobre la arteria femoral, y el flujo constante de sangre de la herida abierta se redujo a un goteo. "Lexa, hay una toalla en mi mochila. Córtala por la mitad y envuelva la herida tan fuerte como puedas."
Lexa soltó su agarre de la pierna lesionada del hombre. "Los EMT están aquí", dijo mientras terminaba el vendaje de compresión. Una sirena marcó la llegada de los vehículos de rescate.
"Bueno," jadeó Clarke. "Mi pie está fatigado."
"¿Quieres que yo vaya?" se ofreció Lexa.
"Si por favor, es mejor que vayas a avisarles. Necesitamos sus equipos aquí. Y diles que necesitamos las mandíbulas hidráulicas para subir estas piedras."
"Vuelvo enseguida", dijo Lexa, incapaz de mantener la preocupación en su voz.
"Estoy bien", le aseguró Clarke.
Los pocos minutos que le tomó a Lexa llevar una de las cajas, para los equipos de rescate, le parecieron horas mientras ella continuaba agachada, torpemente, en el estrecho espacio, con miedo de moverse, por si perdía su tenue control sobre la arteria por debajo de sus dedos. Estaba empezando a tener espasmos en su propia pierna lesionada, por la posición en que se encontraba con su rodilla doblada. Ella apretó los dientes y se aclaró la mente, concentrarse únicamente en lo siguiente que tenía que hacer.
"Tengo que colocar una vía IV," dijo mientras Lexa se dejó caer a su lado. "¿Puedes prepararme el material?, entonces podrás hacerte cargo de la compresión."
"Un minuto", dijo Lexa como ella rasgó el envoltorio de plástico sacando el tubo y la solución salina con los dientes. Detrás de ella, los dos paramédicos estaban tratando de encontrar un lugar para calzar el gato hidráulico entre las rocas. "Está bien", dijo, poniendo sus manos sobre las de Clarke, para mantener la arteria. Ella presionó hacia adentro para que Clarke pudiera apartarse.
Clarke se puso detrás de ella, sacando un trozo de tubo de goma suave y envolviéndolo alrededor de la parte superior del brazo del hombre. Encontró una aguja intravenosa de gran calibre, y expertamente la introdujo en la vena antecubital sobre la curva de su codo. Unió el tubo que Lexa había preparado y dejó que la solución salina corriera a toda velocidad.
"¿Cuánto tiempo más necesitáis?" gritó a los técnicos, con un gesto de preocupación en su rostro. "Realmente está grave. Necesita sangre, y si no consigo reparar la fractura, al menos, parcialmente podría perder el pie."
"Esas rocas se van a desplazar en el momento que activemos el gato," advirtió la más alto de las dos paramédicos femeninas. "Donde estás, no es seguro. Vas a tener que salir de allí."
Clarke miró el constante goteo de sangre de la fractura en la pierna del paciente y negó con la cabeza. "Sólo podemos controlar el sangrado si nos quedamos así. Si reducimos la compresión, puede desangrarse. Déjame volver allí, Sheriff. Mantendré la arteria taponada."
Lexa miró por encima del hombro a Clarke. Su rostro no mostraba rastro de tensión.
"Vas a necesitar mucho más, para que salga de aquí. Será mejor que subas. Me voy a quedar con él."
Esta respuesta cogió a Clarke por sorpresa. Tenía la imagen de Lexa atrapada bajo toneladas de rocas y algo cercano al pánico, se instaló en su garganta. No quería que fuera Lexa la que estuviera en peligro, cuando había tomado la decisión de quedarse con el paciente.
"¡No!" empezó a discutir.
"Este es mi obligación, doctora. Puedes preocuparte luego de mantenerlo con vida. Ahora sal de aquí."
El tono de mando implacable era inquebrantable. Lexa volvió su atención hacia el hombre herido, dado por sentado que la conversación claramente había llegado a su fin.
Clarke sabía que no había otra manera, y no había tiempo para discutir. "Por amor de Dios, ten cuidado", murmuró mientras cuidadosamente subía varios tramos de rocas para mayor seguridad.
"¿Tienes las piernas a la vista?" preguntó uno de los paramédicos.
"Sí, todo está bien. Podéis empezar", respondió Lexa.
Cuando se activó la entrada de corriente, pedazos de gravilla y arena llenaron el aire, nublando vista de Clarke del abismo donde se acuñaban Lexa y la víctima. A medida que el chirrido de las rocas se calmaba, miró ansiosamente hacia abajo. Ella sólo podía ver la alta figura de Lexa encorvada sobre el hombre herido.
"¿Estás bien?" exclamó.
"Sí," jadeó Lexa. "Pero se está deslizando hacia abajo en la hendidura, así que necesito un tipo de arnés para sujetarnos mejor. Rápido" Sus brazos se esforzaban en sostener el peso muerto, con miedo a perderlo.
Uno de los paramédicos le tiró un arnés, y momentos más tarde tenían a la víctima amarrada. Ellos lo aseguraron a un tablero, mientras Clarke le ponía una férula inflable en los pantalones, para mejorar el flujo de sangre.
"Llévalo al helipuerto de Dennis," dijo ella. "Tiene que ser tratado en Boston. Ponerle dos vías intravenosas muy abiertas, y una dosis de carga de Ancef, también."
Tan pronto como se alejaron de ella se volvió preocupada hacia Lexa, que se estaba inclinada recuperando el aliento.
"Déjame que te eche un vistazo", dijo Clarke.
"Estoy bien," jadeó Lexa. "Sólo necesito un poco de aire. Casi lo pierdo allí al final."
"Bueno, no lo hiciste," Clarke respondió ignorando las protestas del Sheriff, y la examinó rápidamente. "Tienes un montón de pequeños cortes en las manos, pero creo que podemos prescindir de puntos."
Lexa levantó las manos con cansancio, mirándolas como si las viera por primera vez.
"Son sólo pequeñas muescas de los golpes con las piedras", señaló encogiendo los hombros.
Clarke asintió. "¿Estás lista para la caminata de vuelta?"
Lexa se puso en pie, volviendo con fuerza. "Claro, estoy lista", dijo.
Clarke dio un paso e hizo una mueca. Ella no podría hacerlo sin ayuda. Los músculos de su pierna lesionada estaban muy tensos, desde la escalada ardua y desacostumbrada, y le estaban empezando a sentir calambres. No creía que pudiera mantener el equilibrio.
"Tengo un pequeño problema", admitió.
Lexa buscó en su rostro con preocupación. "¿Qué puedo hacer yo?"
"Si me apoyo en ti, creo que podría ser capaz de hacerlo."
Lexa deslizó un brazo fuerte alrededor de la cintura de Clarke, sosteniéndola firmemente.
"Nos tomaremos las cosas con calma," dijo ella, guiándola por las rocas traicioneras.
Cuando finalmente llegaron a la final de la calzada, las dos se hundieron, con gratitud, en un banco de piedra, para los turistas.
"Gracias," dijo Clarke en voz baja. Ella no había necesitado, ni pedido ayuda a nadie, en mucho tiempo. Le sorprendió que no le molestara. Había algo en la implacable ayudante del sheriff que hizo aceptar su ayuda fácilmente. Lexa irradiaba fuerza y confianza en sí misma, pero también había una simplicidad en ella que la cautivaba. A pesar de su competencia y de aire de mando, nunca demostraba indicios de superioridad o condescendencia. Clarke no recordaba haber conocido a nadie como ella. Ciertamente, nadie la había hecho sentir tan segura, ni disminuida.
"Estás siendo indispensable en esta ciudad, Sheriff," añadió Clarke con sinceridad.
Lexa se encogió de hombros. "Me gusta pensar que me estoy ganando mi sueldo." Ella miró a Clarke pensativa. "Lo que acabas de hacer requiere mucho coraje. Ese tipo no sabe la suerte que tiene de que estuvieras allí. ¿Lo sabes?"
Clarke se sonrojó ante el cumplido y habló apresuradamente para cubrir su vergüenza.
"Te olvidas de que se trata de Provincetown. Probablemente todo el mundo en la ciudad, sabe que me baño en el Inn, durante la hora de mi hora de almuerzo. Estaba justo al otro lado de la calle, cuando alguien llegó corriendo para llamar al 911, el gerente vino a por mí. Podía haber llegado mucho antes hasta él, si no fuera por esta maldita pierna"
"Hiciste un gran trabajo", comentó Lexa. Ella suspiró, estirando sus músculos rígidos.
"¿Te apetece si compro algo de comer?"
Clarke trató de ignorar los latidos de su corazón. Estaba segura de que Lexa sólo estaba siendo amable. "Gracias, pero ya llego tarde a la clínica."
Lexa asintió. "Ha sido un placer trabajar contigo, Dr. Griffin. Debería ir a casa para cambiarme de uniforme."
"Todavía tienes heridas que necesitan ser curadas," Clarke le recordó. "¿Qué tal si te pasas por la clínica más tarde?" ella se ofreció.
"Estoy segura de que voy a estar allí. Esta noche tengo turno, de todos modos."
Lexa se quedó mirándola fijamente, con el rostro parcialmente sombreada por el ala de su sombrero. Tenía una pose imponente recortada contra el azul del cielo. Clarke tuvo que hacer un gran esfuerzo no para mirar su cuerpo liso.
"Entonces me acercaré," Lexa le informó.
"Bueno," susurró cuando vio que Lexa se alejaba. No podía dejar de mirarla. Se movía con tanta seguridad en sí misma que se adaptaba a su personalidad vigorosa. No había una sola cosa en ella, que no fuera atractiva, y eso fue suficiente para que Clarke se mantuviera en guardia. Toda mujer, sin ataduras, en Provincetown, y no pocas de las casadas, estarían echando un buen vistazo a la nueva Sheriff. Ese era exactamente el tipo de mujer, de la que Clarke debía alejarse
