Capítulo Veintiuno

Marcus se quedó contra la pared mirando a Raven Reyes que tiernamente acariciaba la mejilla hinchada de su hija. Con la mano libre Raven se retiraba la lágrimas de su rostro. La mirada que le había lanzado, cuando ella entró en la habitación, le había advertido que tendría que mantenerse a distancia. El acero en su mirada lo dejó sin habla.

"Estoy aquí, O. Te quiero" susurró una y otra vez. Al principio Marcus se avergonzó de oírle decir esas cosas a su hija, pero después de un rato se encontró rezando para que el amor de esta pequeña niña morena, fuera suficiente para mantener a su única hija aguantando. Dios sabe, que no le había ofrecido mucha ayuda.

Finalmente O. abrió los ojos, lo más que pudo, tratando de sonreír cuando oyó susurrar a Raven su nombre.

"Hola, cariño", dijo con los labios agrietados.

"Hola, cariño" Raven respondió en voz baja. "Clarke dice que te vas a poner bien."

"¿Ya tú?" le preguntó O. con voz ronca.

"No te preocupes por mí", dijo ella con voz trémula "Estoy bien".

O. le apretó la mano débilmente. "Sabía que me estaba siguiendo. Es por eso que no fui a nuestra cita. Fui hacia otro lado para que no pudiera encontrarte."

Raven estaba llorando. "Te quiero mucho, O. Sólo quiero que estemos juntas."

"Muy pronto, te lo prometo," O. susurró mientras su fuerza comenzó a desvanecerse. "Ten cuidado. Te quiero..."

Marcus se aclaró la garganta.

"Yo cuidaré de ella, O.", dijo, pensando que por fin había encontrado algo que podía hacer por su hija. Con cuidado, colocó una mano sobre el hombro de Raven.

Cuando los ojos de O. se cerraron, Raven se volvió inesperadamente y se lanzó en brazos de Marcus.

"Estoy muy asustada", gritó ella, aferrándose a él. "No sé lo que voy a hacer si no se recupera"

"Ella va a estar bien, tranquila." La acercó a la cama para que pudiera sentarse en un taburete. "Te puedes sentar aquí con ella para que cuando se despierte te vea. Ella te va a necesitar, más que a nadie en este mundo."

Volvió a mirar desde la puerta a la persona desconocida, que era su hija, pensando en lo valiente que había sido. Él no la conocía, pero se juró que eso iba a cambiar.

Clarke estaba de pie en el pasillo, dando un informe al equipo de paramédicos que estaban allí para llevarse a O. al centro de trauma. Cuando terminó, ella lo miró con frialdad.

"¿Dónde está Wood? " preguntó, con voz más grave de lo que pretendía.

"Fuera, buscando al hombre que agredió a tu hija."

Él asintió con la cabeza, con la intención de dar un paso más allá de ella. Ella se movió deliberadamente colocándose en mitad de su camino.

"Tengo varios mensajes para ti, Marcus. El primero es de Lexa: ella quiere que te quedes con Octavia. Dijo, y cito textualmente: Ahí es donde te necesitan. Vas a manchar el caso si te involucras, de alguna manera. Ella promete que no descansará hasta que lo consiga, aunque no tengo ninguna duda de lo que significa eso". Hizo una pausa hasta que se convenció de que él estaba de acuerdo. "El siguiente mensaje es mío, y puedes estar segura de a qué me refiero. Le rompiste una costilla esta noche, Marcus. Si alguna vez le vuelves a poner una mano encima, te denunciaré. Ahora sal de mi clínica y mantente fuera de mi vista".

"Demitiré mañana mismo" dijo Marcus, con la cara gris.

"A Lexa no le gustaría que lo hicieras", dijo Clarke mientras se alejaba. "Te deberás enfrentar a ella, todos los días, sabiendo lo que has hecho."

Se quedó mirando la espalda de la mujer que se alejaba, sintiéndose más pequeño de lo que nunca lo había hecho.

Lo que sucedió aquella noche fue comentado durante mucho tiempo. Todos en Provincetown se enteraron de lo ocurrido, e incluso agrandaron lo sucedido, durante varios días. Sólo los dos jóvenes oficiales, que respondieron a la llamada de Lexa, pudieron saber realmente lo que había ocurrido.

Ciertos hechos fueron indiscutibles. Lexa esperó en la oscuridad, en su coche patrulla, al borde de la ruta seis, viendo los pocos vehículos que salían de Provincetown, en medio de la noche. Cuando una furgoneta negra, con un solo faro, pasó a su lado, yendo a varios kilómetros por hora, sobre el límite de velocidad, encendió sus luces y la sirena y lo persiguió hasta las afueras de Truro. Finalmente lo detuvo. Lexa paró su coche delante de él. Se sentó en el coche, mirando la reciente abolladura en el guardabarros delantero derecho. Recordó su promesa a Clarke, dio su posición y pidió ayuda. Fueron cinco minutos. Lo hizo todo según el manual, ya que era lo que debía hacer, pero cometió un error. Pensó en Octavia, en su espíritu joven y valiente, en su hermoso rostro, ahora irreconocible. Pensó en las marcas de los dedos en el cuello de O. y sus pechos, las estrías en los muslos internos. Pensó en el terror que O. debió sentir, cuando él maltrató lugares donde sólo su amante la había tocado. Pensó en O. por ahí sola, sangrado en la arena, porque a un hombre no le gustaba a quien ella había elegido amar. Salió del coche y desabrochó la correa que sujetaba el arma.