Steve calentó la lasaña y dejó el plato humeante ante su amigo. Rellenó su taza de café y tomó asiento sin dejar de sonreír.
Bucky lo miraba en silencio, aún de pie.
—Se enfriará si no te la comes.
Bucky lanzó un suspiro, se sentó y olfateó la comida. Steve sabía que el sargento estaba buscando trazas de veneno, una de las costumbres adquiridas como Soldado de Invierno. La probó, movió la cabeza asintiendo para sí y por último, tomó un bocado.
Steve no tenía claro de quién debía cuidar a quién.
—Está rica —dijo Bucky mientras masticaba—. ¿La has hecho tú?
—La mayor parte, sí —contestó Steve.
—Tienes buena mano para la cocina.
—Me ayuda a sentirme útil.
Casi todas las habilidades aumentadas que había desarrollado con el suero de súper soldado eran historia. No podía levantar pesos sobrehumanos, correr grandes distancias o lanzar el escudo de vibranio como si fuera un bumerán. Sin embargo, la presencia de Bucky, su Bucky, lo había revitalizado de tal manera que en su interior chispeaba una marejada de emociones que creía muertas. Emociones que Peggy se llevó con ella el día en que murió.
"Solo que ahora tengo cien años y ya no recuerdo cuándo tuve una erección."
—Tendrás que enseñarme.
Steve apuró su café. Aquella frase tenía un significado implícito que reforzaba lo que Bucky le había dicho días antes, frente a la máquina del Mundo Cuántico. Quedarse junto a él, cuidarlo hasta que…
—¿Estás seguro?
Era una pregunta estúpida pero necesitaba respuestas.
—Cocinar no debe ser difícil con todo ese montón de cacharros eléctricos ayudando —Bucky apuntó con el cuchillo al microondas.
—No me refería a cocinar sino a quedarte.
Steve necesitaba saber por qué Bucky no había querido dar el salto temporal.
—Ya lo había decidido antes de que te marcharas.
Steve alzó las cejas, sorprendido. ¿Qué clase de locura era esa?
—Vamos, Steve. No pongas esa cara —continuó Bucky—. Buscaba un lugar tranquilo para averiguar qué quiero hacer con mi vida y este es perfecto.
El antiguo Capitán América se sintió desfallecer.
—¿Al lado de un viejo?
—Al lado de mi amigo.
Steve lo miró a los ojos indignado y desesperado a partes iguales.
—No voy a permitir que tires tu vida por la borda.
Bucky le devolvió una mirada indescifrable.
—La única persona capaz de saber por lo que estoy pasando eres tú, Steve. No solo eres mi amigo. Eres mi familia.
Steve no supo el momento exacto en el que se levantó ni cuando cruzó los pocos pasos que lo separaban del antiguo Soldado de Invierno. Hizo lo que siempre había querido hacer: abrazarlo con fuerza, susurrarle al oído que, pasara lo que pasara, él estaría ahí, hasta el final. Que nadie volvería a hacerle daño.
Bucky no tardó en responder al abrazo, tenso al inicio pero entregado al final. Su cuerpo temblaba mientras los sollozos nacían en su garganta y morían en el hombro de Steve, que acariciaba el pelo rebelde mientras le transmitía calma, seguridad y amor.
Amor.
Durante muchos años, Bucky creyó que ya no le quedaban lágrimas por derramar. Pensó que se le habían secado en los ojos. Que HYDRA se las había robado. Conocía el sufrimiento en toda la extensión de la palabra. En la Habitación Roja las torturas eran la moneda de cambio al salir de la criogenización, al preparar una misión, al volver a la animación suspendida. El programador y los Soportes disfrutaban buscando los límites de su resistencia física y emocional. Bucky gritaba, maldecía a pesar del protector bucal, movía los brazos y las piernas en un intento vano por soltarse de los grilletes del sillón de la Freidora, pero no lloraba. No era capaz de hacerlo. Estaba demasiado furioso como para hacerse esa concesión.
Sin embargo, entre los brazos de Steve las lágrimas habían brotado naturales. A pesar de su aspecto envejecido, el antiguo Capitán América se mantenía en forma. Lo sujetó con fuerza, como cuando lo rescató de las garras de Zola en de las instalaciones del Cráneo Rojo. Esa fue la primera vez que vio a Steve tras el suero. Más alto. Más fuerte. Más guapo que nunca.
"Joder, Bucky. Es Steve. Steve, joder. Es Steve."
Sin embargo, esa no fue la primera vez que Bucky miró a Steve de una forma distinta a como un hombre miraba a otro hombre. Sentía cosas raras cuando el flaco y enfermizo Steve dormía en su casa, pero no se atrevía a ahondar en la naturaleza de esos sentimientos. ¿Cómo hacerlo? En un mundo donde los pervertidos —los maricas— eran estigmatizados y perseguidos, Bucky no podía permitirse explorar esa faceta perturbada de su sexualidad, cada vez más definida. Por otro lado, la guerra había estallado en Europa y Estados Unidos pedía voluntarios para ayudar a vencer a las potencias del Eje. Steve jamás podría alistarse por sus problemas de salud, así que Bucky pondría un océano entre ambos y ahogaría cualquier tipo de deseo por Steve con las chicas que se cruzaran en su camino.
En Italia descubrió que, aparte de las chicas, algunos chicos de pelo rubio y ojos azules tampoco estabantan mal.
"Deberías parar, Steve. No estoy en mi mejor momento. Todo sale a flote en mi mente y no sé cómo afrontar lo que fui, lo que me hicieron y lo que soy."
Sentía los dedos de Steve en su pelo, acariciándolo con una ternura desconocida para él. Se agarró a la ropa de su amigo —¿amigo, Bucky?— en busca de calor corporal. A veces lo encontraba en los otros Activos de HYDRA, hombres y mujeres tan rotos como él que lamían las heridas del otro entre gemidos ahogados en las sórdidas celdas del complejo. Otras, buscaba profesionales en las cloacas de Madripur, pero no era lo habitual. El instinto sexual de James B. Barnes había muerto el día que el Soldado de Invierno emergió en su lugar. Y el Soldado de Invierno estaba programado para matar, no para follar.
"Steve... no quiero perderte, Steve..."
Lo olfateó, grabando en su memoria el aroma del antiguo Capitán América. Una mezcla de olores, diferenciable y única. Alzó la vista y se vio reflejado en los ojos de Steve, tan azules como el cielo en verano. En la mirada de su amigo —¿a quién quieres engañar, Bucky?—, el antiguo Soldado de Invierno reconocía al Steve de su infancia, al Steve que rompió el yugo de HYDRA cuando lo llamó por su nombre en el puente, al Steve que le dijo en el helitransporte que estaría con él hasta el final, al Steve que se enfrentó a los mayores guerreros del planeta por él.
Ese Steve, su Steve, estaba allí abrazándolo, diciéndole que nadie volvería a hacerle daño. Sopesó unos segundos entre lo que era ético y lo que no. Aquella era la casa donde Steve había vivido con su esposa, donde habían sido felices. Bucky sonrió para sí. Al infierno las fotos de la inglesa de mierda, la alianza en su dedo, los años de matrimonio feliz con la Peggy de los cojones. Lo quería aquí y lo quería ahora, así que sin dejarle tiempo para reaccionar, Bucky fusionó la agilidad del Lobo Blanco, la determinación del Soldado de Invierno y la fogosidad del sargento James Buchanan Barnes y le devoró la boca a Steve Rogers, en el beso más apasionado que había dado en su vida.
Contra todo pronóstico, Steve no lo rechazó. Al contrario. Respondió entregado, como todo lo que hacía desde que se conocían. Y a pesar de la diferencia de aspecto físico, Bucky volvió a sentirse el chaval de Brooklyn que cargaba a su amigo herido en la espalda después de una pelea. El chaval que lo curaba, le ofrecía quedarse a dormir y esperaba a oír los ronquidos de Steve para acariciarle el pelo rubio. El chaval que no conocía la guerra. Que no conocía a HYDRA. Que no conocía el horror.
Debería haber imaginado que vendría alguien a joderlo todo.
