"Cuando no tenía nada, tenía a Bucky."
Steve sintió cómo los acontecimientos estaban tomando un cariz muy distinto a lo que había planeado con tanto cuidado. Bucky lo había levantado del suelo sin apenas esfuerzo, exudando rabia y dolor a partes iguales. En otra situación, Steve habría temido por su integridad física, pero confiaba en Bucky —su Bucky— de una forma ciega, casi suicida. Si no tuvo dudas en el helitransporte, donde el Soldado de Invierno lo apuñaló, disparó y le dio una paliza de antología, no iba a dudar ahora, después de que Bucky confesara —a ladridos— lo que Steve había deseado escuchar desde hacía tantos años.
"Verte casado con ella sería peor que estar en las garras de Hydra."
¡Qué estúpido había sido por no ver la tristeza en los ojos de Bucky cuando le narraba su magnífico plan de matrimonio e hijos! Bucky tenía razón; el pasado solo le había traído dolor y muerte, y era lógico que no deseara vivir en una guerra continua otra vez. Steve entendía ese punto de vista y no volvería a insistir sobre ello. Si Bucky lo aceptaba, Steve lo protegería hasta que las fuerzas lo abandonaran. Lo amaría con la devoción que le conferían sus años de experiencia y trataría de cubrir todas sus necesidades. O, al menos, todas las que pudiera.
"¡También quería follármelo!"
Le ardía la entrepierna solo de recordar los labios de Bucky contra los suyos y su lengua abriéndose paso a través de la boca de Steve, enzarzándose en una danza salvaje y seductora. Lo miró a los ojos, con una mezcla de culpa y vergüenza. Quería, necesitaba pedirle disculpas por ser tan corto de miras, pero no le dio tiempo. Bucky saltó con la agilidad de un felino y la destreza de un guerrero para colocarse delante de él y protegerlo de la posible amenaza que emergía en la mitad de su sala de estar.
Steve alzó las cejas, sorprendido. Conocía al hombre que era capaz de generar el tipo de portal dimensional que se abría frente a ellos. Lo había visto en Nueva York, momentos antes de que Thanos casi los derrotara por segunda vez. Recordaba su pelo oscuro, su pose grave, los mandalas de energía emergiendo de sus manos y la capa roja que ondeaba a su alrededor como si tuviera vida propia. Steve alzó la mano y se la colocó en el hombro a su amigo, pero Bucky se zafó del agarre.
—Está bien, Buck —susurró Steve—. No es un enemigo. Por favor —se asomó encima del hombro de su protector, esbozando una sonrisa—, póngase cómodo, doctor Strange.
—Muchas gracias, Capitán —respondió el hechicero—. Pero tengo que declinar su oferta. Asuntos importantes me reclaman en otro punto de la ciudad. Por favor, la gema.
—Discúlpeme, entonces. Iré a buscarla.
Bucky miraba al recién llegado sin perderlo de vista, evaluando si podría suponer una amenaza real para la integridad física de Steve. Todo en él le resultaba anacrónico, desde su ropa extravagante hasta su forma de hablar, pero, ¿acaso no había peleado codo con codo con un mapache que hablaba? El muy sinvergüenza le había preguntado por su brazo prostético, como si estuviera interesado en comprarlo. Bucky recordó entonces cuando su cuerpo se volvió ligero y sus piernas dejaron de sujetarle mientras Steve lo miraba con incredulidad. Tenía un vacío mental que no había sido capaz de rellenar hasta que sintió la voz suave en su cabeza que le susurraba que la batalla final estaba a punto de empezar.
—Sargento Barnes —Strange continuaba de pie, en el mismo lugar de donde había emergido. Todo su cuerpo estaba en tensión, como si hubiera algo en Bucky que no le gustara—. Me alegra verle de nuevo.
—¿Nos conocemos? —preguntó Bucky manteniendo las distancias.
—No exactamente —respondió el otro. El portal se cerró a su espalda como si nunca hubiera existido. El doctor Strange reparó en las fotografías de la inglesa de mierda y las observó con interés—. Coincidimos, hace meses —tenía las manos a la espalda, y la capa lo acunaba como si tuviera vida propia—. Ya sabe, en la Batalla Por la Tierra.
Bucky frunció las cejas. La curiosidad superaba el instinto de supervivencia. Mantuvo su posición, aunque un poco más relajado.
—Fue algo muy extraño, lo de morir —reconoció Bucky por primera vez en voz alta. No había tenido oportunidad de hablar del tema con nadie aún—. No hay luces al final del túnel. Tampoco ángeles o demonios, o la condena eterna. La verdad es que me pareció bastante decepcionante.
—¿Esperaba usted un castigo eterno? —preguntó Strange, mirándolo a los ojos—. ¿Un ser superior que pusiera su corazón en un plato de la balanza y una pluma en el otro? —El hechicero meneó la cabeza y sonrió para sí—. Siento comunicarle que los seres superiores no se dedican a esas minucias, sargento Barnes.
—Discúlpeme de nuevo —dijo Steve, interrumpiéndolos. Llevaba una brújula de campaña muy antigua en la mano. Apartó el plato vacío de Bucky y dejó el artefacto sobre la mesa—. Aquí está.
Bucky se acercó, sin perder de vista los movimientos del hechicero. Strange parecía más intrigado en lo que había dentro de la brújula que en sus interlocutores.
Steve abrió la tapa de metal la brújula. Bucky alzó las cejas, sorprendido. El fiel del aparato daba vueltas como una peonza, incapaz de encontrar el norte magnético.
—No, no está en este lado —Steve le dio la vuelta al aparato y abrió la guarda de metal. Si en una de ellas llevaba una foto de Peggy, en la otra había una foto de Bucky vestido de militar. El sargento tragó saliva, avergonzado. Incluso sintió cómo le subían los colores a las mejillas—. Aquí está.
La Gema del Tiempo emitía pulsos armónicos con una luz verdeazulada brillante, semejantes a los latidos de un corazón. Stephen Strange estiró la mano y la tomó entre los dedos. Abrió el medallón que colgaba de su pecho y la introdujo en él con una serie de katas místicas. La gema chisporroteó al acomodarse en la carcasa metálica.
—Debió dársela a Ancestral cuando tuvo ocasión, Capitán —el hechicero lo miró con severidad—. Digamos que haberla retenido tanto tiempo con usted ha degradado el tejido espacio temporal de esta realidad.
—Estuve en su templo, el que está situado en Nueva York. Y créame que ese era el plan inicial —contestó Steve, tranquilo—. Pero cuando abrí el maletín donde la llevaba, ella me dijo que no podía aceptarla. Que vendría usted a por ella, y que era a usted a quién debía entregársela.
Bucky miró al antiguo Capitán América con incredulidad.
—¿Te quedaste con la gema del Tiempo? —preguntó, sin dar crédito a lo que Steve le estaba contando al doctor Strange—. ¿Por qué? No es propio de ti.
Steve sonrió con nostalgia.
—Ella me dijo que la red espacio temporal se había vuelto a tejer en el momento en que Loki robó el Teseracto por segunda vez, y que entregarle la gema a Banner había sido una de las peores decisiones de toda su existencia —Steve narraba los hechos como si fuera ajeno a ellos—. Sin embargo, añadió que todavía había una posibilidad para que la realidad que ella protegía no sufriera las consecuencias de esa anomalía.
Strange lo apremió a que continuara con un movimiento de su mano.
—Ella sabía que usted, doctor Strange, iba a entregarle la gema al Titán Loco de motu propio, y que si se había decantado por esa realidad en concreto, entonces sabría dónde buscar la gema cuando fuera el momento en el que realmente la necesitara.
Strange guardó un silencio incómodo, tenso. Bucky sintió como el hechicero lo miraba de una forma distinta, más incisiva, como si estuviera escrutando cada rincón de su cerebro. Se removió, con el brazo aún recargado, aunque consciente de que no serviría de nada en un combate cuerpo a cuerpo con él. Aquel hombre conocía trucos incomprensibles, que violaban toda lógica humana.
—Y —Strange volvió a observar las fotografías de la pared, acercándose a ellas—, por lo que veo, usted activó la gema.
Steve asintió.
—Más de una vez —afirmó el hechicero.
—Me temo que sí —contestó Steve.
—¿Fue usted feliz? —Strange caminó por la estancia hasta detenerse frente a Steve—. ¿Consiguió lo que deseaba?
El antiguo Capitán América se quedó callado unos segundos. Luego, tomó aire y asintió.
—Digamos que no fue tan bien como yo esperaba.
—¿Qué año era en la realidad alternativa? —preguntó Strange. Steve se quedó pensativo hasta que respondió.
—1947.
—¿Por qué ese año, precisamente?
Bucky sentía como el corazón le latía a toda velocidad, y las venas le ardían hasta calcinarlo por dentro.
—Peggy aún estaba soltera.
—Pero esa no era la razón, ¿verdad, Capitán?
Steve tomó asiento. Bucky se acercó a él y le sirvió un poco de agua. Parecía más viejo que nunca. Ya hablaría luego con él de su estupenda idea de viajar en el tiempo, casarse y tener familia.
—En 1947, Buc... el sargento Barnes estaba retenido en un laboratorio avanzado de Hydra. Había sido encontrado por las fuerzas destacadas de Schmid en el valle, moribundo. Ya le habían implantado el brazo cibernético, pero aún no había sufrido el lavado de cerebro que borraría todos sus recuerdos.
Stephen Strange lo animó a continuar. Bucky sentía todos los nervios agarrotados, incapaz de comprender la dimensión de todo lo que estaba descubriendo en aquella confesión.
—Usé la gema del tiempo para tener los recursos de SHIELD a mi disposición y emprender la búsqueda del sargento Barnes. Quería rescatarlo antes de que se activara el protocolo Soldado de Invierno. Mi intención era desmantelar el Departamento X y liberarlo.
—Sin embargo, no hubo sargento Barnes al que liberar —replicó Strange—. Ni sargento Barnes, ni Hydra, ni SHIELD. Nada.
Steve apretó el puño y asintió.
—En la realidad que viví con Peggy, no había SHIELD, ni Hydra, ni nada que se le pareciera. Schmidt solo existía en mis recuerdos. Tony Stark no llegó a nacer, o si lo hizo, jamás cursó estudios de ingeniería. Yo me formé en Bellas Artes y fui profesor durante más de veinte años. Jamás blandí el escudo.
—No contento con eso, y a pesar de haber entrado en el contínuo espacio temporal de la mujer por la que había vuelto al pasado, continuó buscando al sargento Barnes en otras realidades.
—Sí —respondió el viejo.
—¿Por qué, Steve? —interrumpió Bucky, con el corazón encogido—. ¿Por... qué?
—Porque me despertaba empapado en sudor llamándote, y lloraba entre sus brazos maldiciéndome por no haberme lanzado detrás de ti —los ojos de Steve brillaban agónicos—. La privé no solo de tener hijos, sino de tener un marido que la amara solo a ella.
Bucky se quedó sin palabras. Sentía la desesperación de Steve como suya, corriendo por sus venas, congelando todo a su paso. No podía ni imaginar cuáles podrían ser las consecuencias de aquella espiral de decisiones. Steve jadeaba con los puños cerrados, avergonzado y vulnerable.
—Lidiaremos con esto, Steve —apretó el hombro del viejo para demostrarle que estaría con él hasta el final.
—La solución no va a ser tan sencilla, sargento Barnes —respondió el hechicero—. Denme un momento. Y no toquen nada —les señaló con el dedo.
Stephen Strange comenzó a levitar por la sala de estar hasta quedarse sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. De sus muñecas emergieron dos mandalas de energía que se interconectaron, y durante un instante guardó silencio, en un estado de concentración similar al que él utilizaba cuando se sumergía en su lugar seguro. Aguantó la respiración durante unos segundos, sin separarse de Steve.
Por muchas estupideces que Steve G. Rogers hubiera cometido, Bucky se quedaría a su lado y mataría a cualquiera que quisiera hacerle daño.
Bajo la atenta mirada del antiguo Capitán América y del Soldado de Invierno, Stephen Strange se proyectaba muy lejos de aquel cuarto de estar. Bucky no tenía ni idea de lo que estaba a punto de pasar, hasta que el colgante de su pecho empezó a titilar de una forma endiablada. Volvió a colocarse delante de Steve, maldiciéndose por no haber encajado su cuchillo táctico en el cinturón. Quizás el hechicero era capaz de manejar fuerzas arcanas incomprensibles para él, pero una puñalada en un órgano vital podría matarlo igual que a cualquier ser humano.
Menudo error.
—Capitán —Strange ejecutó varios movimientos místicos a gran velocidad—, ¿No se ha preguntado por qué, si jamás ha estado casado con Peggy Carter en esta realidad, estamos ahora mismo en su casa?
Bucky tragó saliva. Llevaba varios días viviendo allí y tampoco había sido consciente de ese pequeño detalle.
—Yo se lo diré —Strange realizó una serie de dibujos con sus manos, posiblemente conectando puntos espacio temporales, mientras seguía flotando frente a ambos—. Algo en usted ha corrompido el poder de la gema, y esa corrupción ha dado lugar a la creación de escenarios que no deberían existir en esta realidad.
Un fogonazo verdeazulado barrió sus sentidos durante un instante, dejándolo completamente ciego. Solo la memoria muscular, tatuada a fuego en sus movimientos instintivos a causa del entrenamiento lo hizo saltar hacia la amenaza, pertrechado únicamente con el cuchillo con el que había cortado la lasaña. Steve gritaba, pero Bucky, protegido por el Soldado de Invierno, estaba muy lejos de allí. Aquel cabrón los había atacado con algo intangible pero doloroso, y él pensaba equilibrar la balanza a golpe de cuchillo.
—¡Bucky! —suplicaba Steve—. ¡Espera!
—Por el poder que me ha sido conferido —recitó Strange, mientras la habitación y el resto de la casa desaparecía, dando paso a otro escenario conocido por ambos—, debo pedirle que restablezca el tejido espacio temporal y que lo haga desde el lugar donde debió empezar a buscar al sargento Barnes.
Bucky sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies. Sus sentidos no mentían. En algún momento aquel cabrón había abierto un portal dimensional para evitar que lo apuñalara. Abrió los ojos, aún doloridos por el fogonazo, para encontrarse con una de sus peores pesadillas: volvía a estar en el maldito tren del que se había caído una vez, con la certeza de que, hiciera lo que hiciera, ese hecho no iba a cambiar. Se maldijo por ser tan estúpido, por no haber prestado atención a los detalles, por dejar que sus sentimientos nublaran su juicio de soldado. No podría proteger a Steve. No habría un "hasta el final".
—¡Toma mi mano, Bucky! —se vio reflejado en los ojos azules de Steve, que volvía a ser el hombre guapo y fuerte que lo rescató de las garras de Zola, que se enfrentó a sus amigos Vengadores por protegerlo, que tiró el escudo de Capitán América a los pies de Tony Stark por él. Bucky sintió paz por primera vez en mucho, mucho tiempo.
—Déjame ir —lo miró con la convicción que procede de lo más hondo del alma. Del amor que sentía por él desde su adolescencia—. No es culpa tuya, Steve. Vive y olvídame.
—¡No puedo hacerlo, Bucky! ¡NO VOY A HACERLO!
Bucky se soltó, libre de remordimientos. No intentaría protegerse en la caída. Si se estrellaba en la nieve y sobrevivía, reptaría hasta el río y se lanzaría de cabeza en él. Si las heridas de su brazo no lo mataban, lo haría la hipotermia.
Con lo que no contaba el sargento James Buchanan Barnes, es que su amigo Steve el cabezota, el Hombre Estrellado Que Siempre Tiene Un Plan se arrojaría detrás de él, cambiando por vez primera el curso de aquella realidad, y de esta manera, las realidades que convergían en ella.
