—Despacio, señor Rogers. Ya sabe que el renacimiento siempre es doloroso.

Steve reconoció la voz del sargento Sanders, el hombre que estaba destinado a reanimarlo tras extraerlo del criotubo. Intentó mantener la verticalidad, pero las náuseas eran demasiado fuertes y lo obligaron a quedarse encorvado como un anciano. Los brazos de Sanders lo sujetaron con la misma fuerza con la que Bucky solía hacerlo cuando era un chaval, protectores y seguros.

En agradecimiento, Steve le vomitó en los pies.

—No se preocupe —le restó importancia el sargento—, tampoco es la primera vez.

Steve le pidió disculpas con la mirada.

—¿En qué año estamos? —la voz salió como un graznido.

—1972. 4 de enero.

El Capitán América se dejó caer en la camilla y soportó el reconocimiento médico en silencio. Le ardía la cabeza, le dolían los ojos y las piernas se negaban a sostenerle. Prefería pelear contra Thanos antes que salir del criotubo.

—Bebida isotónica y dieta blanda durante 48 horas —el sargento Sanders terminó de comprobar que sus funciones vitales estaban en perfectas condiciones—. Recuerde la diarrea.

—No puedo olvidarla —bromeó Steve—. Me ha acompañado en todos mis renacimientos.

—Eso sería un titular digno del Capitán América —Howard Stark esperaba en una esquina de la enfermería. Las canas salpicaban el pelo moreno y ya no lucía su bigote característico. En su mano brillaba una alianza.

Steve se sintió más viejo que nunca.

—¿Novedades de tecnología? ¿Con qué tengo que empezar?

Howard le hizo un resumen rápido de todos los descubrimientos en los últimos diez años, los avances con el Teseracto y los inventos imposibles de Henry Pym para luego pasar a relatarle las noticias más significativas desde su última criogenización: la guerra de Vietnam —que todavía continuaba—, el asesinato de Martin Luther King y las revueltas sociales posteriores. Steve escuchaba atento, intentando encajar toda esa información con lo que sabía por sus experiencias anteriores y lo que estaba por venir.

—¿La agente Carter sigue en activo? —siempre preguntaba por ella. Le gustaba tener noticias de su chica, aunque ahora fuera la chica de Atkins.

—Tiene dos críos preciosos —contestó Stark—. Intenté salir con ella infinidad de veces, pero solo aceptó cenar conmigo cuando te encontramos. Ya sé que no es asunto mío pero siempre he pensado que ella sentía algo por ti. Algo tan fuerte como para dispararte a bocajarro, amigo mío.

Steve sonrió con nostalgia.

—Quizás en otra realidad podría haber funcionado —le dolía admitirlo—, pero ella está con quién debe estar.

El Capitán América se levantó y miró la carpeta donde reposaba el dossier del Soldado de Invierno que había escrito en 1954. Abrió el portafolios. Había muchas anotaciones en los márgenes.

—Nuestro amigo ruso ha estado muy ocupado, Steve. Se está labrando una reputación de soldado fantasma a nivel internacional. Incluso se baraja que haya sido el segundo tirador en el asesinato de Kennedy.

—¿Alguna baja norteamericana, aparte del Presidente? —Steve hizo una mueca. Estaba más que seguro que en el maldito dossier de Natasha no figuraba nada referente a 1963.

—Puedo afirmar que ha viajado bastante —Howard extendió un mapa sobre la mesita de la enfermería—. Aquí tengo señalados los asesinatos que suponemos han sido obra suya, según tu manuscrito. Berlín occidental, El Cairo, Argel, Madripur, París, Ciudad de México. Sé que Peggy ha enviado agentes de SHIELD para que sean nuestros ojos y oídos, y tengo entendido que la CIA también quiere husmear, sobre todo en Madripur. Menuda cloaca.

Steve asintió. Esa fue su primera misión encubierta como Nómada. Stark le había diseñado un traje de combate similar al que llevaba en la Segunda Guerra Mundial, de color negro y sin nada que lo identificara como Capitán América. Insistió en llevar el escudo, aunque completamente pulido y pintado del mismo color. Ambos discutieron durante un buen rato, luego se sumó Peggy y por último el coronel Phillips. No tenía inconveniente en ir armado, pero el escudo era algo que había interiorizado como suyo y a lo que no pensaba renunciar.

Sin embargo, nada fue como estaba planeado. Fallaron los enlaces, la cobertura y también la información que manejaban los agentes. Steve ya no se planteaba salvar al embajador británico. Tras el cuarto reinicio comprendió que la muerte de Dalton Graines y de ocho personas más en el restaurante del puerto era un suceso troncal, y aunque era capaz de llegar al lugar en el momento del atentado, no podía detener a Bucky.

Su Bucky ya era el Soldado de Invierno.

Una vez muerto el objetivo, Steve reconoció que la labor de extracción de los rusos había sido impecable. Las autoridades de Madripur no tenían ni idea de lo que había sucedido o de quién podía haber asesinado al embajador. Si ese era el castigo por haber saltado a la realidad de Peggy y casarse con ella, el Capitán América no sabía cuánto tiempo más iba a soportar el ver a Bucky cometiendo todos esos asesinatos por segunda vez. Por mucho que Steve se esforzara, nunca…

—Esta vez será diferente —Howard lo miró con preocupación, como si supiera lo que estaba pensando—. Hemos hecho los deberes. Ahora tenemos computadoras, máquinas que procesan datos a una velocidad sobrehumana, y si tus apuntes son correctos, estarás en suelo estadounidense. El ruso, también. Nuestra casa. Nuestras reglas.

Steve agradeció el ánimo con una sonrisa tímida.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —el ingeniero se acercó al Capitán, que aún miraba el mapa.

—Adelante, Howard. ¿De qué se trata?

—¿Qué pasó en Madripur? Te esperamos durante dos días. Creímos que habías muerto.

Steve cerró el dossier y se llevó la mano al pecho, ocultando su pecado. Había sido una temeridad, pero necesitaba calmar la ansiedad por haber vuelto a fallar en otra misión contra el Soldado de Invierno y obligarse a recordar por qué lo estaba haciendo en realidad. Lo miró a los ojos, dispuesto a contarle todo lo que pudiera.

—Entré en el restaurante, pero las bombas de humo me cegaron. Tardé unos segundos en ponerme la máscara antigás, y cuando el humo se disipó, el embajador, su escolta y varios civiles más ya estaban muertos. Estoy seguro que el Soldado de Invierno no operaba solo, que tenía un equipo de asistencia, y lo estuve buscando durante horas.

—No acudiste al punto de extracción.

Steve asintió con gravedad. Había ignorado el plan, poniendo en peligro a su grupo de apoyo en el terreno.

—Rastreé los bajos fondos.

—Eres un soldado, Steve. Eso, déjaselo a nuestros espías.

Howard tenía razón. No era un espía. Cegado por la ira, persiguió al equipo de HYDRA por los callejones, en busca de pisos francos o zulos donde pudieran esconder al Soldado. Harto de deambular sin resultados, terminó en un local de mala muerte, y tras beber más de tres botellas de un brebaje de nombre impronunciable —sin caerse redondo gracias al suero de supersoldado—, se tatuó en el pecho el emblema de los Comandos Aulladores, el mismo que llevaba en el casco del uniforme de Capitán América. Y en un arranque de romanticismo —o de estupidez—, le había dicho al yakuza que le tatuara debajo del ala tres iniciales: J.B.B.

Howard asintió, aunque poco convencido. Steve llevaba la palabra "mentiroso" escrita por toda la cara, pero poco más podía hacer. Apuró el batido energético de un trago, confiando en que la diarrea no lo mantuviera mucho tiempo fuera de juego. Quería volver a la partida cuanto antes. Tenía un mes para prepararse. Y estaba seguro de que esta vez, sería diferente.


—Buenos días, Soldado.

—Listo para obedecer.

—Tengo una misión para ti. Sanción y extracción.

El Activo 1 miró al hombre a los ojos. No lo conocía, pero tampoco le importaba. Lo único que necesitaba saber era su rango —coronel del ejército de la URSS, por las insignias de su uniforme—, y que tenía el control sobre la sala y sobre sí mismo, ya que sujetaba el Libro y había pronunciado las Palabras. Era la primera vez que veía a ese mando en concreto, y también la ubicación donde había renacido. No estaba en Alemania y tampoco en Austria. Era un lugar distinto, mucho más frío. Idóneo para la conservación de activos.

Tomó en las manos el dossier con el nombre y la ubicación de su objetivo. Todavía estaba aturdido por las descargas neuronales, pero su mente era una balsa de paz, un mar en calma. Había aprendido a responder la misma frase cada vez que el programador lo sentaba en la Freidora y le ponía los arcos voltaicos alrededor de la cabeza. Se dejaba llevar, gritaba hasta romperse las cuerdas vocales y el castigo daba paso a una rutina conocida y agradable, donde se sentía más despierto que nunca.

No era la primera vez que el objetivo estaba en suelo estadounidense. Tenía apenas tres semanas para ponerse al día en tecnología y avances armamentísticos antes de trabajar sobre el terreno. Las sesiones de entrenamiento le quitarían el frío de las venas, depositado en su organismo durante los años de cautiverio en el tubo. El Activo 1 conocía el mundo exterior, pero su interacción con él era tan corta —apenas unos meses— que cuando se daba cuenta, ya estaba en el tubo y en el sueño inducido.

—Soldado —un Bata Blanca manejaba un expediente grueso, posiblemente el suyo personal—. Soy el doctor Ivánovich. Tengo que hacerle un examen completo. Acompáñeme.

El Activo 1 giró la cabeza en busca de la aprobación del coronel. Soporte 1 y Soporte 2, dos soldados de menor cualificación que el Activo 1 se posicionaron a su lado. Recorrió la sala flanqueado por cuatro hombres armados en completo silencio. Si bien sus compañeros clavaban el tacón de la bota con cada paso que daban, el Activo 1 se deslizaba sobre el suelo como un felino. Modificó su comportamiento al instante, adaptándose a la cadencia de sus guardianes. Algo en su interior le decía que si su forma de actuar no se ajustaba a lo que sus programadores querían, lo reajustarían a la fuerza, y era algo que no pensaba tolerar.

Los Soportes se quedaron en la puerta de un cubículo al final de la sala fría donde había renacido. El médico lo invitó a sentarse en una silla metálica, uno de los pocos muebles que tenía la estancia. El Activo 1 obedeció. Dejó las manos sobre la mesa para que el Bata Blanca pudiera inmovilizarlas. En anteriores ocasiones otros Batas Blancas habían muerto por tirar de los hilos equivocados.

—No será necesario, soldado —El doctor Ivánovich le regaló una sonrisa que el Activo 1 interpretó como sincera—. Solo voy a evaluar su estado psicológico antes de enfrentar una misión como esta. ¿Cómo se encuentra?

—Listo para cumplir las órdenes —respondió.

—¿Ha estado usted en suelo norteamericano alguna vez?

El Activo 1 miró al médico a los ojos. Fue el apoyo de Lee Harry Oswald en 1963 en Dallas. Una misión y una extracción muy complicadas.

—Sí.

—¿Y anteriormente?

El Activo 1 sintió cómo se disparaba una alarma interior. Detectó que esa era una pregunta de control que el médico repetiría en toda la entrevista, formulada de diversas maneras. Debía ser cauto.

—No.

—Sin embargo, usted habla perfectamente inglés.

—El inglés figura entre mis habilidades, como el francés, alemán y ruso.

El médico garabateó en su libreta. El Activo 1 trató de leer lo que escribía: un simple "Ok". Le preguntó por sus otras habilidades, con armas pesadas, supervivencia, combate cuerpo a cuerpo y manejo de vehículos de combate. El Activo 1 respondió a todas las preguntas, sin extenderse en explicaciones vanas.

—Dígame, soldado. ¿Ha tenido pesadillas? ¿Sueños extraños?

El Activo 1 asintió.

—Sueño que estoy peleando. No veo al objetivo. Se defiende. Lo persigo —eligió con cuidado las palabras idóneas. Todavía llevaba puesto el traje del tubo, un mono ajustado de pasta de polímero experimental recubierto de sensores, que registraban su información corporal para su posterior estudio. Erecciones incluidas.

—¿Es este?

El médico le enseñó una foto donde se veía un hombre vestido completamente de negro que llevaba un artefacto metálico encajado en la espalda. El Activo 1 se asomó, curioso. La curiosidad entraba en los parámetros usuales con aquella batería de preguntas. El médico escribió un "Ok" en su dossier.

—¿Quién es?

—No lo sabemos. Apareció en Madripur y rastreó algunos callejones, posiblemente en su busca. Creemos que trabaja para SHIELD, aunque nuestros agentes no han podido localizar la ubicación de su cuartel.

El Activo 1 sintió un ardor inexplicable por todo su cuerpo. Allí estaba de nuevo, como una sombra blanca que se extendía por los recovecos más recónditos de su cerebro. La silueta de un animal al acecho, caminando silencioso por los páramos áridos de su memoria.

—¿Es objeto de eliminación? —preguntó el Activo 1. Tomó la foto entre los dedos. La resolución le impedía ver el rostro del desconocido.

—No por el momento. Sabemos que los Estados Unidos siguen trabajando en la fabricación de super soldados, aunque aún no han conseguido recrear el suero de Erskine. Por suerte, el Capitán América murió en 1944.

El Activo 1 dejó la fotografía sobre la mesa. Toda esa información concentrada que finalizaba en el título de un héroe fallecido olía a punto de control. Visualizó un marco blanco, tomó una aspiración profunda y la expulsó en ocho tiempos. Sentía la ansiedad que precedía a la caza, con todo su cuerpo preparándose para la acción de manera instintiva. Alzó el rostro y clavó sus ojos azules en los del médico, paladeando la incertidumbre inicial y luego el miedo subyacente. La respiración de Ivánovich se agitó. Se removió en su silla, mientras recogía los papeles de su dossier.

—Le daré mis resultados al coronel, soldado. Vaya preparándose para la misión. Tiene luz verde.


Las dos semanas posteriores a la entrevista con el Bata Blanca el Activo 1 disfrutó de la disciplina castrense previa a la misión: Entrenamiento —ocho horas diarias—, adecuación al entorno —cuatro horas diarias—, pelea cuerpo a cuerpo con otros Activos —dos horas diarias—, y manejo de armas de fuego —dos horas diarias—. Las ocho horas restantes las empleaba en tumbarse en el camastro de su cubículo y dejar que el sueño lo venciera, conocedor de que Ivánovich lo estaba vigilando a través de las cámaras de circuito cerrado. Durante la primera semana, el Activo 1 se dormía nada más apoyarse en el colchón y las pesadillas —caer del cielo, nieve ensangrentada y estrellas blancas— acariciaban su mente como una brisa helada, dejándolo tan frío como cuando salía del tubo.

La segunda semana se añadió una nueva imagen a sus sueños: un ala blanca sobre un fondo azul.

El Activo 1 sabía que si le comentaba al programador aquella anomalía terminaría en la Freidora, y que el dolor daría paso a la tranquilidad y al olvido. Valoró durante un instante los pros y los contras de esa decisión. Mientras lo sopesaba, la silueta del Lobo Blanco que lo visitaba cuando se sentía más confuso avanzó por su cortex cerebral y le enseñó los dientes, obligándolo a decidir. El Activo 1 guardó silencio sobre sus sueños y almacenó en su memoria las imágenes caer del cielo, nieve ensangrentada, estrellas blancas y ala blanca sobre fondo azul.

El Activo 1 se concentró en aprender lo máximo sobre el objetivo a eliminar. Se trataba de un agente infiltrado que había vendido secretos de HYDRA a distintos gobiernos y organizaciones criminales. Era, además, un individuo influyente en los bajos fondos de Madripur. El Activo 1 miró la fotografía del objetivo, un hombre alto y fornido, con una espesa mata de pelo rubia y unos ojos azules capaces de cortar con la mirada. El Activo 1 recordó la misión en Madripur; no le costó eliminar al objetivo, pero nadie le había dicho que otro Activo iba a estar presente en el escenario. Creyó que era una prueba, que los mandos estaban probando su eficiencia, hasta que Ivánovich lo sacó de su error.

El Lobo Blanco se relamió en el fondo de su mente.

Soporte 1 se acercó al Activo 1 para avisarle de que habían modificado su traje de combate, reforzando el peto con placas de kevlar, un material que había revolucionado la industria armamentística. El Activo 1 lo oyó a más de veinte metros y cuando llegó a su altura giró la cabeza para mirarlo desde su posición.

—Soldado, lo requieren en el almac…

—Haces demasiado ruido.

Soporte 1 lo miró con sorpresa y recelo a partes iguales.—No te quiero en mi equipo.

Soporte 1 quiso añadir algo, pero el Activo 1 se levantó y caminó hacia la puerta del cubículo con el dossier del objetivo bajo el brazo. Sabía dónde había visto el ala blanca sin el fondo azul: en el pecho de un hombre vestido de negro, mientras un yakuza lo tatuaba.

El Activo 1 se tumbó en el catre y miró al techo sin mostrar la curiosidad que crecía como un torrente en su pecho. A pesar de que sus recuerdos estaban sesgados por culpa del renacimiento, recreó en su mente la secuencia de hechos a partir de la extracción.

Hubo mucha confusión tras la eliminación del objetivo, por lo que Activo 1 se desplazó a través de tejados y de callejones hasta el área dominada por la yakuza japonesa. Se mantuvo inmóvil durante varias horas en el tejadillo de un fumadero de opio tratando de calmar el subidón de adrenalina cuando lo vio. Un Activo de nivel 4 —no lo había visto pelear, así que no conocía sus habilidades—, vestido con un traje de combate negro, sin insignias, y un artefacto redondo negro en su espalda. Un escudo.

El hombre era sigiloso, pero no tanto como el Activo 1. Entró en el bar, pidió una botella de shochu y la apuró de varios tragos. Luego pidió otra y por último, otra más. El Activo 1 estaba desconcertado. ¿Qué clase de programador le permitía a un Activo ser tan descuidado? Sin dejar su escondite, se deslizó como una sombra para saber a dónde se dirigía el hombre del escudo negro. Su sorpresa fue mayúscula cuando lo vio tatuarse un ala blanca sobre el pezón izquierdo y una palabra de tres letras que no pudo distinguir.

Lo más inteligente para el Activo 1 era poner esa información en conocimiento del Bata Blanca y del coronel, pero la guardó para sí. Aquel Activo disparaba en él un sentimiento íntimo y salvaje similar al sexo, pero con unas ramificaciones distintas, más primitivas. Algo en él le decía que volvería a ver al hombre del escudo. Estaba ansioso por enfrentarse a él.