Steve se despertó inundado de sudor y con los ojos llenos de lágrimas. Se encontraba en el piso franco de SHIELD en Nueva York, con toda la información del objetivo pegada a la pared desnuda del dormitorio. No solo soñaba con Bucky cayéndose del convoy, ahora se añadían imágenes del Soldado de Invierno, asesinando a sus objetivos con una eficacia escalofriante.

Se dirigió a la cocina para prepararse una taza de café bien caliente. En el exterior todavía era de noche y el viento arremolinaba la nieve impidiendo la visibilidad. Steve suspiró. El Departamento X estaba ubicado en Siberia, por lo que el Soldado de Invierno tendría ventaja táctica sobre él.

Apoyó la frente en el cristal, desolado. En pocos días, Arnim Zola abandonaría su cuerpo físico, se inyectaría como un virus en la red ARPANET y se desplegaría por los nodos que conformarían el internet del futuro. Cada vez que Steve intentaba detenerlo, el nivel de la partida se reiniciaba y él volvía al criotubo instalado en el sótano más apartado de la base Lehigh, donde compartía techo con el bastardo de Zola y los efectivos de SHIELD. Allí nació el Capitán América y allí dormía Steve Rogers lejos de miradas indiscretas.

Steve intentó sabotear las computadoras, volar las instalaciones de SHIELD, pegarle fuego a la sala de servidores donde, años después, Nat y él tendrían una ciber-conversación con Zola sobre su algoritmo y descubrirían la realidad implícita en el proyecto INSIGHT, pero todo esfuerzo fue en vano. No había manera de borrar la existencia de Zola en su línea temporal, por lo que el proyecto INSIGHT se convertía en otro suceso troncal, y lo que era peor, la pelea con el Soldado de Invierno se volvía inevitable. Como Thanos.

Meneó la cabeza y se centró en el problema actual. Ya se ocuparía de Thanos cuando llegara el momento.

A Steve no le importaba la seguridad del agente doble. A sus ojos era un ser despreciable, por mucho que hubiera vendido secretos de HYDRA a diferentes compradores. Cualquiera que traicionara a sus camaradas merecía la peor de las suertes. Pensó en Nat, otra agente doble que dio la espalda a los que la convirtieron en una de las asesinas más letales que conocía. Si Bucky y ella hubieran coincidido en el mismo bando, los Vengadores habrían sudado sangre para detenerlos. Nat fue una de las pocas mujeres que lo habían besado, dejando en evidencia su nula experiencia sexual. Su mente lo torturó con imágenes de Nat besando a Bucky, despojándolo del peto de kevlar mientras le susurraba obscenidades en ruso, y sintió ganas de darse con la cabeza contra la pared.

"Aparte de cobarde y de depravado, puedes añadir celoso a tu equipaje, Rogers."

Dio un sorbo a su bebida, mientras la nieve cubría las calles con un precioso manto blanco. No había línea de pensamiento que no terminara en Bucky.

¿En qué momento le pareció una buena idea quedarse con la gema? Por mucho que Ancestral le dijera aquel montón de tonterías incomprensibles, Steve debería habérsela entregado. De no tenerla en su poder, jamás habría incursionado en otras realidades, buscando a un Bucky que no existía en ellas. Peggy no lo habría visto llorar desesperado en mitad de la noche y Bucky no tendría que soportar otra vez las torturas de HYDRA para convertirse de nuevo en el Soldado de Invierno. Había sido un iluso por confiar en su palabra, pero… ¿qué otra cosa podría hacer? Ellos eran los guardianes de la gema del Tiempo, y los que sabían qué ocurría cuando se jugaba con ella.

"Uno acaba en el infierno, reiniciando la partida una y otra vez y sin poder escapar de ella."

Un fogonazo plateado lo hizo ponerse en guardia. Se quedó pegado a la pared sin moverse. El edificio era una mole de ladrillo rojo y cristal que contrastaba con las modernas construcciones del Distrito Financiero, rascacielos de más de 50 pisos de altura que tocaban el cielo con sus antenas. El objetivo mantenía la luz apagada en su habitación de hotel, aunque Steve sabía que, al igual que él, debía estar despierto.

—Visual 1, informe —Stark había desarrollado un sistema de comunicaciones por radio completamente novedoso y Steve podía mantenerse en contacto con los agentes en el terreno. Esperó la contestación del hombre en el tejado.

—Despejado.

—Visual 2, informe —Steve comenzó a vestirse a toda velocidad. Algo le decía que el Soldado de Invierno ya estaba en Nueva York.

—Despejado —la voz de la mujer era apenas un susurro. Se oía empujar el carrito de la limpieza por los pasillos del hotel donde el objetivo estaba alojado.

—Visual 3, informe.

Silencio.

—¿Visual 3?

Steve se cerró el traje de polímero con kevlar reforzado, se ajustó los guantes y las botas y se plantó el escudo a la espalda. Su corazón bombeaba a toda velocidad. Estaba seguro que el fogonazo plateado era el brillo del vibranio del brazo metálico, y que el Soldado de Invierno ya estaba en posición.

—Informe, Visual 3.

Salió corriendo de su escondrijo mientras se encajaba el casco. Llevaba varios artilugios en el cinturón de utilidades de su uniforme diseñados para bloquear el brazo de vibranio de su adversario. Subió las escaleras de tres en tres; Bucky tenía unas habilidades de combate muy completas, y si le estaba sucediendo lo mismo que a él, el Soldado de Invierno al que se iba a enfrentar en 1972 era mucho más letal que el del puente sobre la Avenida Virginia en 2014. Steve no pensaba rendirse. Era el momento propicio para atraparlo y tratar de romper la programación, aunque le costara varias puñaladas, otros tantos disparos y una paliza de antología.

Ya lo había conseguido en el helitransporte. Estaba seguro de que volvería a lograrlo.


Activo 1 llevaba dos días observando los movimientos del objetivo, escondido entre los sin techo que buscaban cobijo en los albergues de la ciudad. Le gustaba trabajar sobre el terreno en misiones encubiertas, donde podía desplegar todas su capacidades y fundirse con el entorno. Lucía un uniforme militar estadounidense gastado, sin emblemas, se había dejado el pelo largo y llevaba varios días sin afeitarse. Era un indigente más, invisible para los transeúntes, en una de las ciudades más bulliciosas de Estados Unidos.

Soporte 2 y Soporte 3 se habían quedado en el piso franco a la espera de sus órdenes. Activo 1 saboreó los bajos fondos de la ciudad como un condenado ante su última cena, experimentando una sensación de libertad desconocida para él. Ivánovich había pedido una revisión completa de su brazo prostético; en sus estudios psicológicos reflejaba que los cerrojos neuronales —artefactos insertados en los servos de su biónica que bloqueaban sus movimientos al ser activados por los programadores o los mandos —eran los causantes de las alteraciones conductuales del Activo 1, por lo que recomendaba encarecidamente su retirada.

Activo 1 caminó por las calles de Nueva York apoyado en una muleta como si fuera un veterano de la guerra de Corea, recordando un idioma que alguna vez fue suyo. A pesar de la orden prioritaria de eliminación del objetivo, la mente de Activo 1 bullía, recreándose en imágenes y olores que, aunque ajenos a él —o eso creía—, le proporcionaban una calidez que descongelaba sus venas, ateridas por el frío del hielo donde dormitaba.

Debería decírselo al Bata Blanca para que afinara su eficiencia con el cóctel de drogas y el electroshock, pero algo en él se resistía a hacerlo. No dejaba de pensar en la misión de Madripur y en la aparición del otro Activo vestido de negro. Deseaba verlo en acción, medirse con él.

—Vamos, muchacho, vas a pillar una pulmonía.

Un agente de policía le pidió que acudiera a un albergue de transeúntes. Activo 1 estaba listo para terminar el trabajo, pero disfrutaría de Nueva York un poco más.

Tomó la muleta y cojeó hacia el callejón situado tras el hotel donde pernoctaba el objetivo. Una vez a solas, se despojó de la ropa y se quedó con su uniforme reforzado, negro sobre plata. Llevaba una pistola, un silenciador y sus cuchillos. El coronel había dejado claro que era una misión de carácter personal —por lo que el objetivo debía saber por qué y por quién moría—, y que el uso de rifles de largo alcance quedaba descartado. Utilizó la escalera de incendios del edificio contiguo y gateó como un felino hasta la azotea. Se deslizó entre las chimeneas dejando el menor rastro posible, y una vez allí se encontró con una sorpresa muy agradable: un agente oculto.

Activo 1 sintió la adrenalina correr por sus venas. Se abalanzó hacia él y lo asfixió con su brazo prostético de una forma limpia y eficaz. Al no figurar en su dossier como objeto de eliminación, no se esforzó en matarlo. Además, estaba seguro que el agente no lo había visto llegar.

Lo registró cuidadosamente en busca de información. Sabía que el objetivo no había contratado seguridad privada, así que otra agencia estaba interesada en su presa. Si el hombre estaba parapetado en el tejado adyacente al hotel, significaba que tenía personal de apoyo en alguna parte.

—¿Visual 3?

Activo 1 alzó las cejas mientras rebuscaba en la ropa del agente. El hombre llevaba un aparato encajado en la oreja y un receptor en su chaleco. Una tecnología interesante. La voz masculina parecía preocupada.

—Sé que estás escuchando —el mensaje iba destinado a Activo 1—. Te espero en el puente, al lado del río. No faltes.

Activo 1 sopesó la situación. En todos sus años de misiones, nadie lo había retado de una forma tan directa. Miró al cielo, la tormenta arreciaba y la eliminación del objetivo se le estaba haciendo tediosa. Se impulsó para saltar al otro edificio, mientras clavaba un pequeño arpón en la cornisa y desplegaba una cuerda de fibra reforzada capaz de soportar su peso. Se balanceó hasta aterrizar en el alféizar de la ventana superior de la habitación del objetivo. Cortó el cristal con una púa de diamante y abrió la ventana. Noqueó al hombre que dormía plácidamente, corrió pasillo adelante, noqueó a la mujer de la limpieza y por último, persiguió por toda la habitación al objetivo, que suplicaba clemencia y le ofrecía una gran suma de dinero por su vida.

Activo 1 le cortó la garganta de dos tajos, tras decirle que el coronel lo quería muerto por traicionar a HYDRA.

Con el trabajo finalizado, se descolgó por la cornisa hasta alcanzar el otro edificio, bajó por las escaleras de incendios y se dirigió al puente de Brooklyn mientras el cielo se daba una tregua y dejaba de nevar.


Steve se situó en la orilla del río mientras esperaba la llegada de Bucky. El terreno no era el idóneo para un combate cuerpo a cuerpo; el suelo estaba resbaladizo y las luces de las calles adyacentes magnificaban las sombras de los edificios, un espectáculo de negros y ocres que competía con el de de su uniforme. Exhaló una vaharada de aire, apenas una nube que se disipó en el ambiente frío y desapacible. Escuchó el ambiente que lo rodeaba como tantas veces había hecho como Capitán América, pero solo se oía el tráfico rodado y el marítimo, bastante mermado por el temporal de nieve.

Miró una última vez hacia el boulevard de edificios y suspiró.

—¿Quién eres? —Bucky estaba a escasos metros a su espalda. Steve podía ver, a pesar de la poca luz, que tenía un aspecto similar a 2014, cuando lucharon el helitransporte. El pelo parecía estar un poco más largo, como en Wakanda, y la barba más tupida. Pero en esencia era Bucky. Su Bucky.

—Me llamo Steven Grant Rogers. Nací aquí, en Brooklyn, en 1918. Tú sueles llamarme Steve.

El Soldado de Invierno continuaba inmóvil. No llevaba encima el arsenal de armas de otras ocasiones, lo que lo hacía aún más peligroso.

—Estabas en Madripur.

—Así es —contestó Steve.

—¿Por qué?

Steve no recordaba que el Soldado sintiera curiosidad. Había mostrado sorpresa, incredulidad e incluso ira, pero nunca curiosidad en sus anteriores interacciones.

—Porque te estaba buscando.

Bucky estaba allí, tan cerca y a la vez tan lejos, escondido bajo capas y capas del Soldado de Invierno. Permanecía quieto, pero su cuerpo estaba tensionado, listo para saltar.

—¿Soy tu objetivo?

Steve tomó aire.

—Eres James Buchanan Barnes, sargento del regimiento 107º de Infantería del Ejército de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Naciste en 1917, en Brooklyn, como yo. Fuiste parte activa de los Comandos Aulladores, hasta que te caíste del tren donde viajaba Zola y te estrellaste en el valle de camino a Austria. Yo iba contigo.

Durante un instante, Steve percibió una sombra de duda en el rostro del hombre del que estaba enamorado.

—Yo te suelo llamar Bucky.

—No sé quién es Bucky —respondió al final—. ¿Soy tu objetivo? —repitió.

—No —contestó Steve—. No quiero enfrentarme a ti. No me obligues a hacerlo.

El Soldado de Invierno se acercó, sigiloso. Definitivamente, no era el mismo guerrero del 2014. Su forma de moverse le recordaba a T'Challa, el rey de Wakanda. Cuando estuvo a su altura sacó uno de sus cuchillos y jugueteó con él, sujetándolo entre los dedos.

—Bucky…

El Soldado saltó como un resorte sobre Steve. El Capitán América despegó su escudo de la espalda y pudo parar la puñalada de milagro. El filo del cuchillo se deslizó por el vibranio del escudo, que gimió al contacto. Steve lo empujó hacia atrás con fuerza para mantener las distancias.

—Estabas en Madripur —el acento de Bucky era cada vez más neoyorkino, menos ruso—. Pensé que eras otro Activo y buscabas mi puesto.

Steve alzó las cejas. El comportamiento de Bucky era diametralmente distinto al del Soldado de Invierno que conocía. El aspecto era el mismo, pero su forma de actuar lo convertían en un rival más cercano a la Viuda Negra que nunca. Sintió un escalofrío; sabía que lo estaba tanteando para destriparlo en cualquier momento.

—¿Me viste? —Steve fue consciente de que su visita al local yakuza lo había expuesto más de lo que pensaba. Si el Soldado estaba allí, podría haberlo matado.

Pero no lo había hecho.

—Sí.

El Soldado quitó el silenciador de su pistola y le disparó varias veces a bocajarro. Steve se cubrió con el escudo, mientras su rival avanzaba hacia él, inevitable. Lo atacó hasta que se le terminaron las balas, tiró la pistola y la sustituyó por el cuchillo. Steve le lanzó el escudo con toda su fuerza con intención de noquearlo, pero Bucky lo atrapó y se lo devolvió con una violencia descomunal, clavándolo en el pilar del puente.

—¡Bucky! ¡No quiero pelear contigo!

Steve corrió hacia él, y durante un rato alternaron patadas y puñetazos. Ambos contendientes jadeaban y gruñían, y a cada golpe su rostro mostraba emociones que Steve reconoció propias de Bucky, no del Soldado. Este descubrimiento le costó un par de ganchos en el mentón, lo que le obligó a mantener la guardia más alta si cabía.

—¿Qué significa el ala? —preguntó el Soldado. Tomaba aire a causa del esfuerzo, con el uniforme salpicado de nieve y barro.

Steve lo miró a los ojos. Se retiró el casco y sonrió.

—El ala es el emblema de los Comandos Aulladores. Yo lo llevaba en el casco y tú en el brazo izquierdo.

—¿Y las tres letras debajo del ala?

—Son tus iniciales. JBB.

El Soldado ladeó la cabeza. Las aletas de la nariz se abrían y se cerraban. Steve sabía que había dado en alguna diana. Tiró del escudo y se lo encajó en el brazo, listo para quemar el último cartucho.

—En Wakanda te llamaban Lobo Blanco. Emhlope…

—… Ingcuka —contestó el Soldado de Invierno.


Durante un instante, el mundo se volvió confuso. El Soldado conocía el poder de las Palabras, los muros que se erguían en su mente a medida que se recitaban. Dolía. Era un dolor tan agudo que se veía obligado a gritar hasta quedarse afónico, una inyección de fuego puro que lo abrasaba hasta los huesos. Luego venía la calma, la balsa de aceite, el rumor en sus oídos de la misión y la caza del objetivo.

El encuentro con el Activo nivel 6 —no sabía cómo llamarlo y tampoco tenía acceso a información sobre él sin alertar a los mandos y al Bata Blanca— había sido decepcionante, con toda esa verborrea como maniobra de distracción. Se dirigía a él como si fuera el tal Bucky, aunque no conocía a nadie con ese nombre. Siempre se habían referido a él como Soldado. Activo 1 para ser más exactos. Tampoco sabía nada de los ejércitos de infantería estadounidenses, excepto su armamento y sus uniformes. Ni siquiera había puesto los pies en Brooklyn.

El Soldado se había sentido muy cómodo en Brooklyn. Deambuló por las calles bebiendo su olor ávido y egoísta, como si fuera el perfume de un amante furtivo. Creyó que era por la ansiedad que le producía tener un Activo enemigo en el radar, pero en el fondo sabía que era por algo más. Tenía una conexión especial con esa parte de la ciudad, como si ya hubiera estado antes allí. Como si la conociera.

Cuando el Soldado de Invierno se cansó de la palabrería, atacó. Probó los reflejos del Activo, su capacidad de respuesta. Se quedó muy satisfecho, máxime cuando no vio ningún arma de fuego en el uniforme. El enemigo solo usaba un escudo redondo, que reaccionó con un gemido cuando hizo contacto con sus dedos metálicos. Activo 1 reconoció que para ser un arma defensiva, el rival la manejaba tanto para atacar como para defender. Vació el cargador de su pistola, midiendo los parámetros de elasticidad del escudo. Tal y como había imaginado, el escudo estaba compuesto por vibranio, como su brazo.

Por primera vez en una pelea, el Soldado se permitió sonreír. No supo de dónde había nacido la emoción. Simplemente apareció, subyacente, como una bestia al acecho que ya no deseaba esconderse más. Un Lobo Blanco que caminaba por los recovecos de su mente, seguro de su fuerza y deseando…

"Emhlope ingcuka."

No era una Palabra, pero dolía. Dolía como las Diez Palabras que activaban todos los protocolos de actuación. Escocía en los rincones más abruptos de su cerebro, dormidos por las drogas y el electroshock. Activo 1 lo miró con curiosidad. En su cabeza aparecieron imágenes de niños de piel oscura que le sonreían. Mujeres y hombres de la misma raza sujetándolo mientras él vomitaba. Imágenes de pies, sus pies, descalzos sobre un suelo terroso y rojizo. Un lago de proporciones infinitas. Una choza en mitad de una pradera, altas montañas y árboles de copas planas. Un hombre rubio con barba y uniforme ajustado, similar al del Activo contra el que había peleado.

"Emhlope ingcuka. Significa Lobo Blanco en nuestra lengua."

Todas las directrices impresas en su cerebro le obligaron a ponerse en movimiento y abandonar el lugar. Activo 1 corrió desaforado, como si una horda de demonios lo estuvieran persiguiendo. Llegó al barrio donde estaba su piso franco, pero continuó calle abajo escondiéndose entre las sombras de los edificios. Durante un instante barajó el volver al escenario del crimen y recoger su disfraz de mendigo, pero desechó la idea. Algo en su interior gritaba y no le dejaba pensar con claridad. Se refugió en un bloque de pisos abandonados, muy común en esa parte de la ciudad. Subió las escaleras metálicas a gran velocidad y se pegó a la pared del corredor, calmando la orquesta de aullidos que le impedía relativizar lo que había sucedido con el Activo enemigo.

"Significa Lobo Blanco en nuestra lengua."

Escuchó el sonido de unos pasos acercándose. El Activo había salido detrás de él y corría a una velocidad similar a la del Soldado. La curiosidad venció al instinto de supervivencia; si conseguía quitarle el escudo podría apuñalarlo. No era su directriz primaria, pero lo haría si era necesario.

—Bucky, sé que estás aquí y que puedes oírme. Hablemos.

Otra vez ese nombre, Bucky, deslizándose por los surcos adormecidos de su cerebro. Nunca había conocido a un Activo tan persistente y charlatán. Sin embargo, no le desagradaba, ni su voz ni su aspecto. Era distinto a cualquier Activo que hubiera conocido. Activo Steve era un Activo que sentía.

—Sube.

El Soldado esgrimió sus cuchillos mientras Activo Steve subía por las escaleras destartaladas. Llevaba el escudo a la espalda y avanzaba con las palmas abiertas a la altura del pecho. Unas manos enormes y protectoras. Activo Steve se detuvo en el corredor del edificio frente a las puertas que daban a los apartamentos. Miró alrededor, alzó las cejas y sonrió con una mezcla de sorpresa, nostalgia y tristeza.

Activo 1 paladeó cada una de las emociones, nutriéndose de ellas.

—Oh, Dios mío —susurró en un tono distinto, más íntimo y cercano—. ¿Reconoces el lugar, Bucky? —El Soldado miró alrededor. Había tres puertas y sus correspondientes ventanas—. Ha pasado tanto, tanto tiempo...

El Soldado se acercó al Activo Steve, rebosante de curiosidad. En su mente se dibujó una imagen distinta del Activo Steve. Estaba mucho más delgado y vestía un traje gigantesco. La mano humana de Activo 1 sacando una llave debajo de un ladrillo, la llave de la puerta del apartamento donde vivía Activo Steve. Sus ojos azules estaban llenos de lágrimas.

El Soldado guardó su cuchillo, con la mente hirviendo de preguntas.

—¿Sara?

—Era mi madre.

El Soldado ladeó la cabeza de nuevo. Un chispazo recorrió su espina dorsal, inundándolo de calidez.

—Creciste.

Steve sonrió. Y su sonrisa descongeló el invierno del Soldado.


Steve se vio envuelto en una persecución enloquecida por las calles de Brooklyn tras el escurridizo Soldado de Invierno. No le importaba su seguridad o a dónde se dirigía. Su corazón bombeaba a toda velocidad, impulsado por el hecho de que Bucky había respondido a la palabra en wakandiano, recordando esa parte de su vida. Cruzó calles desiertas, sorteó automóviles y furgonetas cubiertos de nieve y se adentró sin cobertura en una maraña de pasajes y travesías con el único propósito de no perder de vista el brazo metálico, que brillaba tenue bajo la luz mortecina de las pocas farolas que aún funcionaban.

Emhlope ingcuka fue lo primero que había aprendido Steve en wakandiano, entre las risas de los niños que se colaban en la choza de curación donde Bucky se recuperaba de la desprogramación. Habría dado cualquier cosa por ayudarlo en ese proceso tan doloroso, pero el chamán le recomendó no interferir en el tratamiento de sanación, obligándolo a mantenerse al margen.

"No voy a dejarte solo nunca más. Así se reinicie la partida un millón de veces. Te buscaré y te encontraré."

Giró a derecha e izquierda durante varias manzanas sin perder de vista al Soldado de Invierno. Llegó a una zona que le resultaba familiar, salpicada de edificios de apartamentos baratos de ladrillo rojo. Al oír el sonido de una escalera metálica supo que Bucky estaba trepando hacia el tejado de uno de los bloques abandonados que se erguían frente a él. Se acercó despacio, con la intención de no alterar al Soldado. Pensó en desencajar el escudo de la espalda para protegerse de sus cuchillos, pero lo desechó. Debía arriesgarse, aunque eso significara llevarse una puñalada.

"Estoy contigo hasta el final."

Veía el reflejo del vibranio en la tercera planta del viejo inmueble donde había vivido hasta los veintipocos años. El Soldado había elegido ese edificio en concreto, como si Bucky gritara por salir de su interior. Subió las escaleras con las manos abiertas a la altura del pecho en señal de tregua. Se acercó atrevido, mientras el Soldado lo observaba, como si buscara algo que le permitiera conectar.

Y lo hubo. En forma de pregunta.

—¿Sara? —preguntó el Soldado.

—Era mi madre —respondió Steve.

Steve sonrió, nostálgico y feliz al escuchar de labios de Bucky el nombre de su madre. Sabía que el hombre del que estaba enamorado era fuerte. Su mente resistía a la tortura una y otra vez, rebelándose contra sus captores. El Capitán América reprimió las ganas de abrazarlo, aunque se moría por acurrucarlo entre ellos.

—Creciste.

—Lo hice para ser fuerte y sostenerte cuando me necesitaras, Bucky.

Las palabras brotaron de su boca como un manantial. Notó como la sangre se le apelotonaba en las mejillas, las orejas y debajo del ombligo. El Soldado seguía escrutándolo en silencio, aunque Steve vio el atisbo de una sonrisa.

"No todo está perdido."

—¿Quieres entrar? —le preguntó—. Aquí nadie nos molestará. Aunque te prevengo, no queda nada. Ni un mueble.

—¿Conoces este sitio? —El Soldado miró la puerta del fondo del corredor, vieja y destartalada.

—Una vez fue mi hogar.

Steve abrió la puerta con un suave empujón, dejándole pasar. El Soldado se deslizó en silencio al interior de la vivienda. Ya no clavaba el tacón de la bota como si el mundo le perteneciera; era sigiloso y cauto. Su cuerpo permanecía en tensión y Steve sabía que estaba escuchando el entorno, y que si trataba de atacarlo por la espalda el Soldado respondería de una forma eficaz y mortífera. Sin embargo, se dedicó a caminar por la pequeña sala de estar, deteniéndose donde había estado el sofá, la lámpara, la pequeña alacena donde su madre guardaba los platos, la mesa.

—Hacía calor en verano —susurró.

—Salíamos a la ventana, intentando atrapar un poco de fresco —respondió Steve.

El Soldado avanzó por el pasillo y abrió la puerta del dormitorio de Steve. Recorrió con los dedos humanos la textura enmohecida del papel pintado hasta que reparó en un dibujo de un hombre vestido con un atuendo militar. El Soldado lo tomó entre los dedos y lo observó con detenimiento. Steve dibujó aquel boceto cuando Bucky le dijo que lo habían ascendido a sargento.

Steve lo seguía a una distancia prudencial sin dejar de mirarlo.

—Sueño que caigo del cielo y la nieve está llena de sangre. Hay estrellas blancas y un ala con un fondo azul.

—Perdiste el brazo cuando te caíste del convoy donde viajaba Zola —contestó Steve, frente a él—. Las estrellas blancas estaban dibujadas en el escudo que usé en la Segunda Guerra Mundial. Y el ala…

Steve se desabrochó la guerrera dejando al descubierto el pectoral izquierdo. El Soldado lo observó como lo haría Bucky. Con ojos curiosos y vivos. Exploradores.

—Es nuestro símbolo. El tuyo y el mío. El de los Comandos.

El Soldado extendió los dedos y tocó la piel. Dibujó cada una de las plumas y por último las letras que conformaban su nombre con devoción. Steve sintió cómo su cuerpo se incendiaba. Lo deseaba con todas las fibras de su ser, pero no podía forzar las cosas. En un alarde de atrevimiento, alzó la mano y la colocó sobre la de Bucky, cubriéndola por completo.

El Soldado lo miró a los ojos, la penumbra magnificaba las sombras de su rostro, potenciando el azul de sus iris. Quería, necesitaba besarlo, sentir su boca de nuevo sobre la suya. El corazón bombeaba enloquecido, impidiéndole pensar. Sabía que se estaba hiperventilando y que las aletas de la nariz se le abrían y se cerraban como cuando se lanzó de un avión pertrechado únicamente con el escudo.

La adrenalina fluía por todo su ser, preparándolo para la acción.