El Soldado acarició el ala con veneración mientras dibujaba los contornos con la yema de sus dedos humanos. Había una calidez implícita en el dibujo, y el bombeo del corazón de Activo Steve ayudaba a potenciar esa sensación tan deliciosa. El Soldado sabía que Activo Steve lo deseaba. Sólo tenía que mirarlo: las mejillas enrojecidas, las pupilas dilatadas, las venas del cuello palpitantes. Llevó la mano metálica a la garganta de su rival mientras se acercaba a su rostro. Sentía la boca seca y una acuciante necesidad de mojarse los labios. No era sed, sino algo mucho más primitivo.
Los mandos jugaban con los Activos entre misiones, y él tenía la prerrogativa de elegir a quién quisiera si la misión finalizaba de forma satisfactoria, pero no solía hacerlo. Sentía mucho frío cuando terminaba de follar, sus compañeros permanecían tirados en el catre con los ojos huecos y los jadeos sonaban fingidos. Sin embargo, Activo Steve ardía como una tea, y ese calor amenazaba con consumirle.
Acarició la piel del cuello con los dedos prostéticos y se mordió el labio al ver la yugular latir, un torrente de sangre y adrenalina listo para ser disfrutado.
—Bucky…
El Soldado esbozó una sonrisa. Empujó con suavidad al Activo Steve hacia el fondo de la habitación dejándolo atrapado entre la pared de ladrillo y su cuerpo.
—Estoy enamorado de ti…. —susurró Activo Steve, con los ojos muy brillantes.
—… hasta los huesos —respondió el Activo 1.
El Soldado también recordaba esas palabras. Volar, nieve y sangre, estrellas y un ala blanca sobre un fondo azul. Un lago. Una choza, árboles de copas planas. Montañas. Un hombre rubio que peleaba con él. Ojos azules que lo miraban hambrientos.
Su Lugar Seguro.
Fundió los labios con los de Activo Steve, bebiendo de su boca como un sediento ante un oasis. La lengua se abrió paso en busca de la de su compañero para enzarzarse en una danza sexual y apasionada. Escuchó el gemido ronco. El Soldado sabía —y no tenía ni idea de por qué— que Activo Steve siempre gemía cuando se besaban por primera vez. El hielo se derretía en su interior, dejando paso a un fuego incontrolable.
Lo que no sabía era que un simple beso pudiera ser tan satisfactorio.
Se perdió en la suavidad de su cabello dorado mientras su sexo adormecido despertaba entre sus piernas. Activo Steve agarró la nalga del Soldado con la mano abierta y la cubrió por completo. Esa fue la primera vez que el Soldado se oyó gemir.
"Emhlope ingcuka. Sargento Bucky Barnes, el Lobo Blanco."
Pegó la cadera contra la de Activo Steve. Su traje reforzado tenía un sinfín de bolsillos y de correas que en ese momento se le antojaron un estorbo. Llevó la mano humana a la canana de Activo Steve y tiró de la hebilla con fuerza, liberándolo de la carga. Repitió la maniobra con los imanes que sujetaban el escudo. Activo Steve estrujó ambas nalgas a la vez, mientras respiraba contra su boca, enardecido.
—No te haces idea de la cantidad de veces que he imaginado esto, Bucky.
Activo Steve lo miraba con un fulgor desaforado. El Soldado se sintió intimidado ante aquel torrente silencioso de sentimientos. No solo era sexo. Steve estaba enamorado de Soldado Bucky, y por su forma de actuar, no le importaba su seguridad. La canana y el escudo reposaban a sus pies, apoyados contra la pared. El tacto dulce de su piel desnuda lo enervó hasta unos límites desconocidos.
—Steve…
El Activo Steve —Steve, se recordó. El Soldado empezaba a verlo como compañero en vez de como Activo— alzó las cejas y sonrió. Tenía una boca grande de labios carnosos, con unos dientes perfectamente alineados. Se relamió impaciente, con el calor recorriendo sus venas a pesar de la baja temperatura que reinaba en todo el edificio. Sentía que el Lobo Blanco estaba allí, junto a él, vigilando el entorno. Escuchando el ambiente. Protegiendolos.
—Pídeme lo que quieras, Bucky.
—Arrodíllate.
Steve se quitó los guantes y los dejó junto a su canana y su escudo. Sentía tal ardor entre las piernas que la cabeza le daba vueltas con una intensidad abrumadora. Le pidió permiso con la mirada para cambiarse de posición. El Soldado Bucky asintió. Ya no mantenía el gesto grave con las cejas fruncidas. Sus ojos brillaban, enfebrecidos, mientras respiraba por la boca, expulsando un vaho suave entre sus labios.
En el exterior volvía a nevar, pero ellos estaban ajenos a todo lo que sucediera fuera de esas cuatro paredes.
Ahora era el Soldado Bucky el que se apoyaba en la pared, mientras él se arrodillaba frente a sus caderas. En su vida de casado había estado en esa posición alguna vez, pero aquello no se parecía a nada de lo que hubiera practicado. Llevó las manos al cinturón de utilidades de su amante. El Soldado llevaba todo tipo de artefactos en él.
"Podría volarme la cabeza ahora mismo si quisiera. Y a mí no me importaría."
El Soldado Bucky gruñó y llevó la mano humana sobre la de Steve para detenerlo.
—Déjame a mí.
El Soldado se soltó los enganches de la cintura y de los muslos de su canana. Steve no quiso indagar sobre qué tipo de munición llevaba en los bolsillos de cuero. Ya lo averiguaría más adelante. La depositó en el pequeño montón a su lado, junto al escudo y la canana de Steve. Añadió, además, el arnés que sujetaba sus pistoleras y los dos cuchillos tácticos.
Steve hinchó el pecho de felicidad. El Soldado se había desarmado por él.
Bucky acarició su mejilla sin dejar de mirarlo. Dibujó con el pulgar los labios, incendiando a Steve aún más, si cabía. El Capitán América llevó las manos temblorosas hacia el botón del pantalón del Soldado. Tras años de espera, tras reinicios y reinicios de partida, estaba a punto de pasar a otro nivel con el hombre del que estaba enamorado hasta los huesos. Se juró que le pegaría fuego al planeta si alguien osaba interrumpirlos. Ese momento era suyo y solo suyo, y lo necesitaba como el respirar.
Soltó los dos botones de seguridad y tiró de la cremallera con cuidado. El tacto del uniforme del Soldado Bucky era similar al suyo, rígido en las partes blandas, flexible en las articulaciones. Le bajó el pantalón lo suficiente para enfrentarse a la ropa interior. Bucky lo ayudó tirando hacia abajo de los boxers y liberándose con un quejido.
La mano humana de Bucky se perdió entre los mechones rubios de su pelo y jugueteó con ellos durante unos instantes. Actuaba como si recogiera en su memoria sensorial la suavidad de su cabello, que solía acariciar —tal y como había admitido— cuando Steve dormía. El Capitán América acarició de vuelta la piel sensible del sexo de su compañero. Lo había visto desnudo cuando los Comandos se duchaban juntos, pero nunca excitado. Agradeció que el tamaño de su pene fuera similar al suyo. No es que le importara la dimensión; quería metérselo en la boca sin ahogarse en el intento.
El Soldado Bucky dobló una rodilla y se sacó la bota derecha. Se despojó del calcetín y apoyó el pie desnudo sobre el cuero. Steve le pegó una lametada a toda la longitud, desde la base hasta la punta. Grabó en su mente el olor penetrante de su piel y de su vello, se agarró con las dos manos a las caderas y engulló la erección hasta donde le daba la boca.
Los jadeos de Bucky lo enardecieron hasta marearlo.
Aquello no se parecía a nada de lo que había probado con su esposa. La voz de Bucky era ronca y le raspaba en los oídos. Steve se ayudó con la mano; sujetó el sexo empapado en saliva mientras lamía más abajo y atrapaba los testículos con los labios. Acarició la punta con el pulgar, húmeda y sensible. Bucky respondió con un temblor de sus caderas.
—Quiero…. tocarte, Steve.
Steve. Era la voz de Bucky, el tono familiar de Bucky. El acento de Bucky.
Apretó los labios alrededor de la erección y la chupó como si le fuera la vida en ello. Tanteó los botones de su uniforme y se los soltó, se bajó la cremallera de un tirón y se palpó bajo los slips, obedeciendo tan rápido como pudo.
Bucky lo miraba con una sonrisa en los labios, Lo acarició con el pie, estimulandolo con tanta maestría que Steve creyó que se evaporaría. ¿Qué clase de entrenamiento imprimían los rusos a sus soldados especiales? Estaba abrumado por las connotaciones sexuales de aquel simple movimiento y se veía muy capaz de matar a cualquiera que hubiera tocado a Bucky —sin permiso— en la realidad pasada. O en la actual. Sentimientos que no encajaban con el Capitán América pero sí con Steve Rogers.
Prosiguió con su labor lo mejor que pudo. Cada caricia en su pene lo hacía temblar y gemir, por lo que debía hacer acopio de fuerza mental para continuar chupándolo. El juego duró un rato hasta que Bucky lo detuvo y lo apartó de su erección, tan gruesa y palpitante que Steve pensó que se dispararía al sacársela de la boca. El Soldado lo ayudó a levantarse, se agachó en busca de algo de su cinturón de utilidades y lo miró a los ojos, mareado de deseo.
—Apoya las manos en la pared.
Steve jadeó.
—¿Estás seguro?
—En este cuarto fui feliz —El rostro de Bucky se dulcificó—. Y quiero grabar nuevos recuerdos antes de que vengan a robármelos.
El Soldado bebió las emociones que nacían de los ojos de Steve como si fuera maná divino. No solo era un rival temible a pesar de no llevar más que un ridículo escudo como arma. En la cama prometía ser la persona que le arrebataría el frío de los huesos y lo haría vibrar, sin importarle más que el hombre y no el conjunto de habilidades que dominaba.
Se sentía identificado cuando Steve lo llamaba Bucky. Su pecho latía con fuerza cada vez que gemía ese nombre. Además, el entorno le resultaba vagamente familiar, como si en algún momento de su vida hubiera estado allí. Sabía dónde habían estado los muebles, y si se esforzaba, podía rememorar el aroma de la vivienda. La visión de un Steve más pequeño y enfermizo lo inflamó de un sentimiento desconocido para él: el sentimiento de protección.
Rebuscó en su cinturón de utilidades el kit sexual que HYDRA le proporcionaba para cada misión —junto al kit médico y el alimenticio—. Steve había obedecido desvistiéndose de cintura para abajo y él había recompensado su desempeño con la boca acariciándolo con los dedos de los pies. Cada gemido era música celestial para él. Una retribución dulce que indicaba al Soldado Bucky el camino que lo llevaría a su Lugar Seguro, donde no había invierno.
Steve se apoyó en la pared, con las manos enormes abiertas, las nalgas desnudas y el aroma a sudor y a sexo exudando por todos los poros de su piel. Se agachó y mordió cada cachete. Tenía unas nalgas duras, en consonancia con el resto de su cuerpo. El Soldado Bucky lo olfateó y lo lamió, abriéndolas y explorando entre ellas.
Steve se quejó. Balbuceó algo sobre malos olores y una ducha, pero al Soldado Bucky aquellos aromas le parecieron los más vivos que había degustado en mucho, mucho tiempo. Detectó la fragancia dulzona del suero, ese que por mucho que frotara, jamás se iba de su propia piel ni de la de los Activos con los que había estado.
Palmeó la nalga y se alzó agarrándose del arnés donde sujetaba el escudo. Aquello confirmaba lo que había sospechado desde su misión en Madripur: Steve era otro super soldado modificado, lo que significaba que su fuerza rivalizaba con la del Soldado Bucky, y que en el sexo podía actuar sin miedo a quebrarlo o a hacerle daño real. Mordió el lóbulo de la oreja mientras envolvía con su mano prostética la erección de su compañero. En un rincón de sus recuerdos subyacía esa sensación, la de que su cercanía podría infligirle daño real.
—Bucky…. Bucky…. me estás… matando…. Bucky.
Steve sacó las nalgas desnudas y abrió las piernas todo lo que le permitía el pantalón, que se había bajado hasta los muslos. No iban a desnudarse. El estar interactuando de forma tan íntima sin cobertura ya era una temeridad, pero no parecía importarles. Bucky se mantenía alerta, y en caso de necesidad, sus cuchillos estaban a su lado, sobre el montón de ropa. Además, nunca estaba desarmado del todo. Llevaba dos hojas pequeñas en la bota izquierda y otras dos más entre las láminas de kevlar de su chaleco táctico.
—Voy a follarte, Steve —susurró en su oído. Steve gimió en respuesta.
Abrió el botecito con un dedo y utilizó parte del líquido viscoso para lubricarse, mientras masturbaba a Steve con la mano metálica. Por los sonidos y los movimientos de sus caderas, el tacto del metal parecía no importarle en absoluto. Vertió otro poco entre las nalgas de su compañero y empujó con los dedos, preparándolo para la invasión. Steve combó la espalda invitándolo a entrar.
—Bucky…
El Soldado mordió la oreja y tiró del lóbulo.
—Dime, Steve.
—Recuérdame. No me olvides.
Bucky frotó su erección entre las nalgas. El aceite lubricante de HYDRA funcionaba a la perfección. Los movimientos obscenos de Steve lo enardecieron hasta el límite.
—Nunca —el Soldado jamás había sido más sincero.
Entró con cuidado, preocupándose más por el placer de su compañero que por el suyo propio. Steve lanzó un gruñido sordo y se contrajo al sentir la invasión. Bucky tuvo que tomar aire; el cuerpo de Steve estaba tan estrecho que creyó que eyacularía cuando lo asfixió. No recordaba haber experimentado tanto placer en su vida. Se agarró a su cadera y durante un instante se mantuvo quieto. En el exterior se mantenía la calma y no había rastro auditivo de nada que supusiera una amenaza.
Steve se movió con un quejido. ¿Por qué no le había dicho que era virgen? Bucky sintió una oleada de sentimientos encontrados; deseaba a Steve más que a nadie que hubiera conocido. Era un rival perfecto para la lucha y un compañero receptivo para el sexo. Su voz lo enervaba y su cuerpo… quería follárselo por todas partes. Bucky se encajó hasta el fondo con un golpe seco, cruel. Steve se arqueó como un felino, asfixiándolo por segunda vez.
Ya no había invierno en el corazón del Soldado.
Le obligó a girar la cara, necesitaba besarlo. La boca de Steve se abrió como su cuerpo, tan cálida y generosa que Bucky se sintió libre por primera vez. Descubrió que había deseado a Steve antes de verlo como Activo nivel 6, y que el miedo a dañarlo lo obligó a alejarse de él. Unió los retazos de imágenes dispersos en su mente para ver a Steve comiendo perritos calientes mientras caminaba a su lado, su rostro sorprendido en la Exposición del Futuro, el abrazo en público antes de embarcar.
—S….teve.
Siempre, sobre todas las cosas, estaba su mirada. Los ojos azules, grandes y sinceros, que tanto le gustaban. Le comió la boca, fundiendo sus lenguas al igual que habían fundido sus cuerpos en uno solo. Steve respondió entregado, sin reservas. El Soldado podría matarlo de veinte formas distintas, pero Bucky no lo permitiría. Mordió los labios carnosos y luego los lamió, mimoso, mientras lo taladraba a caderazos en busca de su punto de placer. Sabía que dolía, que la primera apertura dejaba las caderas y el abdomen doloridos, pero Bucky había empezado a hacerle el amor en el momento en que supo que el amor de su adolescencia estaba entre sus brazos, tan abierto para él que la idea lo hizo hincharse aún más.
Estrujó el sexo de Steve, que estaba tan grueso como el suyo y grabó la sensación en su mente, al igual que Steve se había grabado sus iniciales en su pecho. Cambió de mano, la prostética era igual de eficaz que la humana, pero no sentía, y Bucky necesitaba sentir. Steve llevó la suya a la nuca de Bucky y volvió a besarle, muchísimo más audaz que en las primeras interacciones. Respondía a cada toque con entrega y su boca ardía, como todo su cuerpo. Bucky arqueó la cadera con suavidad y Steve respondió al movimiento con un mordisco.
Bucky no pudo evitar dibujar una sonrisa en sus labios magullados.
Repitió el movimiento en cadencia ascendente, clavándose contra su próstata con la misma habilidad con la que podía impactar un objetivo a más de cien metros. Steve se deshacía en jadeos, una música dulce para los oídos de Bucky. Lo taladró sin piedad, ahora que sabía dónde estaba su punto de placer, y lo torturó hasta que Steve se convirtió en una sinfonía de jadeos y quejidos, con su nombre, siempre su nombre, presidiéndolo todo.
—Bucky…. Bucky…. joder, Bucky…. joder, joder, joder… Bucky….
Formó un túnel con la mano para estimular toda la longitud de su compañero. Sabía que estaba a punto de explotar, su cuerpo era tan sincero como su dueño y sus movimientos erráticos no mentían. Le manchó la mano entre quejidos y lo miró avergonzado. Bucky explotó a continuación, con el orgasmo más salvaje que había tenido nunca. Ni Activos, ni mandos, ni mujeres en lo oscuro del callejón. El cuerpo de Steve lo había llevado al techo del placer.
Bucky retiró la mano con cuidado y lamió el semen de su compañero. Lo olfateó y saboreó, guardando en su mente compartimentada las características sexuales de su amante. Steve se quejó cuando Bucky salió de su interior y más aún cuando se arrodilló para recoger con la lengua lo que escurría de entre sus nalgas. Lo único que le importaba era adherir a su memoria todo lo que pudiera de ese día, de lo que había ocurrido entre ellos, de que Steve había sido real.
Lo giró y lo miró a los ojos mientras masticaba una píldora de proteína y glucosa modificada. La acción le había abierto un apetito voraz. Steve lo abrazó con fuerza, tembloroso.
—Ven…. conmigo —le susurró.
—Movámonos —contestó Bucky.
