Cuando el más alto de los tres frikis del periódico digital "Los Tiradores Solitarios" apagó el motor del coche, una oleada de nerviosismo los sacudió como un látigo. Se acarició la barba mientras miraba a su copiloto, que sudaba como un pollo desde que habían salido de su base de operaciones.
El hombre sudoroso apuntaba con sus dedos regordetes a un punto determinado en el mapa. Los Tiradores se asomaron por las ventanillas del automóvil. Estaban aparcados justo sobre él.
—La X marca el lugar, caballeros —dijo en una burda imitación de Indiana Jones—. Veamos si nuestro dinero ha servido para algo.
Se bajaron del coche en silencio y cruzaron por la alambrada que uno de los contratistas privados de la Wackenhut —la gente que se encargaban de la seguridad de la base— había tenido la deferencia de cortar a cambio de un suculento soborno. Una vez dentro del perímetro, se ocultaron de los haces de luz que barrían la zona a intervalos de cinco segundos pegándose a las paredes de los silos, en busca de uno en concreto. Tras caminar entre las sombras alargadas de las instalaciones militares durante un buen rato, llegaron a una pared de hormigón con una puertecita de metal con el número 443B pintado sobre ella. Los Tiradores Solitarios asintieron, sacaron sus linternas de las mochilas y el más bajito tecleó el código de seguridad. La puerta se abrió con un siseo apagado.
—Busquemos el ítem.
Bajaron por las escaleras metálicas hasta alcanzar la sala distribuidora del silo, un octógono lleno de arcos que se dispersaba en pasillos kilométricos hacia todas partes, con decenas de estanterías donde se apilaban tecnologías obsoletas, prototipos, deshechos de ensayos militares, material procedente de bases desmanteladas y todo tipo de artefactos que haría las delicias de los frikis que ponían los ojos en el cielo nocturno en busca de inteligencia extraterrestre.
El hombre de la barba desdobló el mapa. Siguió con la luz de la linterna las indicaciones y miró al frente, eligiendo un pasillo en concreto.
—Por allí.
La temperatura del silo contrastaba con el calor del desierto de Nevada. El Area 51 siempre había sido un lugar muy caluroso, incluso en invierno. Pero en el interior del silo 443B hacía un frío horrible. Caminaron con paso rápido en busca de la noticia, con la cámara lista para inmortalizar el momento. Tras varios cientos de metros y con el desánimo haciendo mella en sus corazones, el más alto se detuvo y sonrió a sus compañeros.
—Aquí está.
El Tirador apuntó el objetivo de su cámara hacia un tubo de cristal y metal que medía más de dos metros de alto y unos ochenta centímetros de radio, encajado en una hornacina excavada en el cemento de la pared. Tenía una base cilíndrica que se apoyaba en unas ruedas neumáticas y funcionaba con un par de generadores acoplados a los lados, similares a dos bombonas de oxígeno. En el extremo izquierdo sobresalía un rudimentario lector de constantes vitales que arrojaba datos que dejaron sin palabras a los Tiradores.
—Tíos, esta cosa está viva.
Apuntaron la linterna hacia lo más alto del cristal. A pesar de la escarcha que lo recubría, se podía distinguir una figura de estatura y complexión física similar a la humana.
—Le falta un brazo, mirad. O más bien…. le falta parte de un brazo metálico.
El humanoide llevaba el pelo largo y una máscara respiratoria encajada en su rostro que impedía ver su aspecto. Los Tiradores inspeccionaron el hallazgo con minuciosidad, hasta que uno de ellos reparó en el logotipo en la base del tubo.
—Tíos, el tubo está fabricado por Industrias Stark.
Los Tiradores se miraron entre ellos, con más preguntas que respuestas.
—Creo que ya lo tengo todo —dijo el más bajo comprobando el metraje en la cámara—. Podemos editarlo y subirlo a internet esta tarde.
—Vámonos. No quiero que el FBI nos encuentre hurgando en esta mierda.
—¡Me cago hasta en la puta! —Fury bramó con la intensidad de su apellido—. ¿Se puede saber de dónde cojones han salido este grupo de gilipollas?
—Se hacen llamar los Tiradores Solitarios. Utilizan un periódico digital para esparcir falacias por internet —el agente se encogió visiblemente—. Cada día proliferan más.
—¡Me importa una mierda cómo se llamen! —se levantó de la silla y empezó a empacar documentos clasificados en su bolsa de viaje—. ¡Quiero el avión preparado y con rumbo a Nevada! ¡Ya!
—Señor, el Secretario del Consejo Mundial de Seguridad quiere hablar con usted.
—No tengo tiempo para llamadas. Fuera de mi despacho. ¡Ahora!
Nick Fury salió como una fiera hacia el helipuerto. Tres tarados con un nombre rimbombante habían encontrado por casualidad a uno de los hombres que había traído a SHIELD de cabeza: El Soldado de Invierno.
Encendió su puro y le dio una calada larga. Bajo el brazo llevaba el expediente del antiguo sargento de infantería, mientras su teléfono no dejaba de sonar en su bolsillo. Se subió de un salto en el jet, se acomodó en uno de los asientos de la cabina de pasajeros y le echó un vistazo a la documentación que reposaba en la carpeta raída desde hacía más de 30 años.
—Por Saturno y todos sus anillos. Joder joder, joder, joder. ¡Joder!
Algo olía a podrido en aquel expediente. Había una gran cantidad de información sobre las misiones ejecutadas por el Soldado de Invierno, un eficaz asesino entrenado en la antigua URSS desde 1954. Sabotaje, asesinato, infiltración, extorsión y una lista de habilidades que pondrían lívido a cualquiera que no fuera Nick Fury. Todo eso aderezado con un impresionante brazo biónico, que lo convertía en un asesino más eficiente si cabía.
Revolvió los papeles durante un rato, observando las fotos de los escenarios con minuciosidad. El Soldado de Invierno era un experimentado viajero que había visitado todas las partes del mundo, incluido Estados Unidos. Menudo hijo de puta.
Apartó el mapamundi con los puntos en rojo de sus misiones para reparar en la guinda del pastel: dos informes, uno de Howard Stark y otro de Peggy Carter, que casi se sabía de memoria. Se mesó la barba incipiente mientras fumaba en el avión. ¿Qué iban a hacer con aquel hombre, al que le habían perdido la pista en 1972? Estaban en 2009, con un poco de suerte el pobre diablo saldría del tubo agonizante o muerto. Ojalá.
Un problema menos del que ocuparse.
Nick se rascó la nuca. Volvía a tener esa maldita sensación de que algo no encajaba en la ecuación. Leyó el informe de Howard Stark sobre las habilidades asesinas del Soldado de Invierno. El Puño de HYDRA se había infiltrado en su casa con intención de matarlo. Tenía su lógica. Howard siempre había sido un objetivo para los rusos y para HYDRA, la maldita organización que reptaba por el subsuelo del planeta ganando más adeptos a su causa cada día. Incluso la casa de Howard, construida como un fortín antinuclear, había saltado por los aires con una explosión que la barrió desde los cimientos, con cuantiosas pérdidas materiales y personales.
Pasó los dedos por el memorando de Peggy Carter. Era un informe gris, sin ningún tipo de dato relevante. Afirmaba que el Soldado de Invierno había estado en el interior de la casa de Howard y que en un momento determinado, atacó al ingeniero. Que tuvieron que huir del lugar porque horas después un par de misiles impactaron en la propiedad y la borraron de la faz de la Tierra. Fin.
Toqueteó la fotografía antigua del sargento Barnes —vestido de uniforme era un tipo realmente guapo— con el logotipo de SHIELD pegado en la esquina superior derecha. Gracias a la informática, todos los informes estaban indexados y codificados en la base de datos de SHIELD para poder acceder a ellos con facilidad. Sin embargo, aquel expediente tenía más de 30 años, por lo que aún mantenía el encanto de la máquina de escribir y las pegatinas en las fotografías desgastadas. Mientras acariciaba el nombre del Activo de HYDRA con sus dedos rugosos, notó unas protuberancias casi indetectables. Se incorporó en su asiento para observar mejor la fotografía, comprobando que nadie lo estaba mirando.
"Por Jesucristo."
Volvió a pasar las yemas sobre la pegatina. Efectivamente, había un patrón en las marcas sobre el nombre, el rango y el número del expediente. Se removió en su asiento; el piloto empezaba a efectuar las maniobras de aproximación al aeropuerto y hablaba con la Torre de Control de la base militar. Por lo demás, estaba solo en la cabina de pasajeros, y sabía —porque él mismo había dado luz verde al proyecto— que esa zona de la nave no tenía ojos y tampoco oídos.
Aún así, Fury era un hombre desconfiado por naturaleza. Cerró el expediente y lo guardó en su cartera, dejando la pegatina tal y como estaba. Cuando llegara a un lugar seguro la estudiaría con minuciosidad y tiraría del hilo como Teseo tiró del hilo de Ariadna.
Solo esperaba no encontrarse con el minotauro al final.
Cuando Fury llegó a la enfermería de la base militar de Groom Lake, a 150 kilómetros de Las Vegas, sintió el mismo vértigo en el estómago que experimentó en Bogotá. Uno de los asesinos más prolíficos de la historia reciente dormitaba en el interior de un tubo de cristal y metal fabricado por Industrias Stark. Un sargento de infantería de rostro angelical que, si los papeles no mentían, tenía más de 80 años.
El Proyecto Winter Soldier había sido un quebradero de cabeza para la inteligencia estadounidense desde que Fury había ingresado en la CIA. Un soldado creado por los soviéticos que hablaba varios idiomas, un francotirador despiadado y un combatiente cuerpo a cuerpo excepcional. Un fantasma que operaba por todo el mundo bajo las órdenes de HYDRA. Un cuento de viejas para asustar a los niños.
Sin embargo, el fantasma era tangible y llevaba escondido en el Área 51 hacía más de treinta años.
Fury rodeó el artefacto, preguntándose qué era verdad y qué no respecto al Soldado de Invierno. El muy cabrón continuaba con vida incluso en aquellas circunstancias. Delante de sus putas narices.
El comandante Ford permanecía de pie a su lado, en completo silencio.
—¿No tenían ustedes idea de que esto estaba en su base? —preguntó Fury, sin dejar de mirar la cara angelical ni un momento. Incluso con la máscara tapándole la mitad de su rostro, Barnes desprendía tranquilidad. Quizás el estar a muchos grados bajo cero también ayudaba.
El comandante tecleó en el ordenador, negando con la cabeza a continuación.
—El ítem está codificado como turbina de B-52 defectuosa. Empaquetada y colocada en la hornacina 55741X1B.
—El ítem tiene un hombre dentro, comandante. Y no un hombre cualquiera —respondió Fury.
—No tengo otra respuesta, señor —contestó el comandante—. Los silos se expanden kilómetros y kilómetros por el subsuelo de la base. Hacia los lados y hacia abajo, ya me entiende —hizo un gesto con la mano, ayudando a Fury a comprender lo enormes que eran las instalaciones—. Cuando se etiqueta un ítem, se custodia en su hornacina o estantería y se olvida. Ese ha sido el procedimiento durante más de cuarenta años.
—Pero este trasto continúa funcionando. De forma autónoma. ¿Tiene alguna explicación para eso?
—Ustedes son los que tienen a la gente sesuda y rara trabajando en sus departamentos —respondió el comandante con tranquilidad—. Nosotros solo custodiamos la historia lo mejor que podemos.
Nick Fury volvió a rodear el tubo, preguntándose cómo era capaz de continuar en funcionamiento después de tanto tiempo escondido en un sótano. Howard no estaba en situación de explicarlo: había fallecido en 1991. Pero su hijo podría darle las respuestas que necesitaba. Además, en su apartamento de Washington examinaría con detalle lo que escondía la fotografía del sargento Barnes.
—Empaquételo, que me lo llevo. El regalo perfecto para Navidad —le dijo Furia al comandante. Este lo miró con recelo. Antes de que pudiera abrir la boca, Furia continuó hablando—. Tiene dos opciones: o cumple mis órdenes o las del Secretario del Consejo Mundial de Seguridad. Alexander Pierce estará encantado de hablar con usted.
—Buenos días, Kapitan.
—Preparado para cumplir las órdenes —respondió el Activo 7 en un ruso perfecto.
Alexander Pierce miró al Activo 7 a los ojos. El hombre, de pelo largo rubio, ojos azules y una complexión de gimnasta olímpico, permanecía recostado en el respaldo de la silla mientras los arcos voltaicos se retiraban de su cabeza con un ronroneo. Había sido necesario suministrarle cinco sesiones más de electroshock además de las asociadas con las Palabras para aplacar su exceso de energía. A Pierce no le importaba esperar. Tenía la paciencia necesaria para quebrar hasta lo inquebrantable, incluso si lo que tenía delante era el puto Capitán América.
Pierce le quitó las esposas de los brazos y las piernas, liberándolo de la Freidora. El hombre tenía los ojos vidriosos a causa de las descargas neuronales y las drogas, aunque mantenía la chispa desafiante que tan bien habían sabido plasmar los dibujantes de cómics en las aventuras gráficas del Capitán América. Los informes del antiguo Departamento X aseguraban que el Activo 7 era el más inestable de los Soldados de Invierno y que por muchas drogas que se le suministraran, esa inestabilidad persistía, y que su mente terminaba rellenando con retazos de su pasado los huecos que la programación no era capaz de solapar. Pierce reflexionó mucho sobre ese hecho en concreto, diseñando un nuevo modelo de interacción con los Activos. Los Soldados tenían un pasado antes de la programación; si era capaz de reconducirlos hacia unos objetivos tangibles y tiraba de los hilos adecuados, podría ganarse la fidelidad de la persona, además de la del Activo.
—Acompáñeme, Kapitan.
El Activo 7 se levantó de la silla y caminó junto a Alexander Pierce con paso marcial. Tenía una elegancia felina superior a la de cualquier Activo que hubiera pisado la Habitación Roja. El resto de Activos se apartaron y agacharon la cabeza en señal de sumisión, como haría una jauría de lobos ante el macho alfa.
Pierce entró en un despacho con una mesa y dos sillas clavadas al suelo. Le indicó al Activo 7 que tomara asiento con un movimiento de su mano. El hombre obedeció sin mediar palabra. Extendió las manos sobre la mesa para que Pierce lo inmovilizara con los grilletes de control, pero el Secretario negó con la cabeza. Le sirvió un poco de agua en un vaso y les pidió a los Soportes que se retiraran.
Los dos soldados de HYDRA obedecieron de mala gana.
—Solo tengo palabras de agradecimiento para usted, Kapitan —dijo Pierce apurando su vaso de agua—. Ha sido un soldado excepcional, ayudando durante todos estos años a cambiar el escenario mundial para convertirlo en un lugar más seguro.
El Activo 7 lo miró a los ojos por primera vez. Mantenía las manos sobre los muslos, aunque todo su cuerpo estaba en tensión. Los programadores le habían suplicado a Pierce que no se quedara a solas con el Activo 7, ya que las horas posteriores a la descongelación y programación solían ser críticas para él. En cuatro de las descongelaciones, el Activo 7 había acabado con todos los efectivos militares de la Habitación Roja. En otras dos se había escapado y corrido medio desnudo por los aledaños de las instalaciones hasta que le dieron caza. Y en cinco, había tomado rehenes e intentado negociar con el coronel al mando.
En todos los altercados, según la minuciosa investigación de Pierce, el Activo 7 siempre buscaba información sobre una persona en concreto: James Barnes, el Soldado de Invierno huido.
Su mayor decepción.
—Por eso tengo que pedirle un esfuerzo más, Kapitan.
Activo 7 lo miró con curiosidad. Aquella situación debía ser nueva para él, ya que los hombres que habían precedido a Pierce le hablaban —le ladraban, más bien— más como objeto en vez de como persona. ¿Cómo era posible que los rusos estuvieran tan ciegos? Activo 7, nombre clave Kapitan, antiguo Capitán América, era el Soldado de Invierno más volátil de todos porque los programadores no habían sabido mirar más allá del momento actual, dejando de lado el pasado del hombre. Ignorando lo que lo había convertido en el arma que era ahora.
La forma de asegurar la lealtad del Activo 7 a HYDRA estaba publicada en forma de cómic desde hacía más de cincuenta años, a la vista de todo el que quisiera leer. El Capitán América siempre había tenido un compañero a su lado, por lo que, lo único que Pierce tenía que darle a su Kapitan, era un Soldat junto al que pelear.
¡Además, lo llevaba tatuado en el pecho, por el amor de Dios!
—Es usted un regalo para la Humanidad, Kapitan, y como recompensa por todos sus logros, le he preparado una pequeña sorpresa que confío será de su agrado.
Pierce se levantó y abrió la puerta del cubil. Allí, de pie, Activo 4 esperaba vestido con un chaleco negro de kevlar reforzado, pantalones de faena con un millar de bolsillos, botas militares, un cinturón de utilidades con dos cuchillos encajados en la hebilla, una máscara que cubría la mitad de su cara, gafas polarizadas y una ingente cantidad de armas de fuego repartidas por todo su cuerpo fibroso y delgado.
Activo 7 alzó las cejas al ver a Activo 4. Se levantó y se colocó junto a Pierce, sin despegar la mirada del recién llegado.
—Kapitan. Este es el Soldado de Invierno. Su compañero.
Pierce notó el aumento de pulsaciones en el cuello del Activo 7. A pesar de las quince sesiones de electroshock, el Kapitan parecía más vivo que nunca. Devoraba con la mirada a su nuevo compañero con las pupilas dilatadas, la boca entreabierta y las aletas de la nariz abriéndose y cerrándose a gran velocidad. Pierce sonrió para sí. Si la misión tenía éxito, los dejaría a solas en un cuarto compartido por si el Kapitan quería jugar con el Soldat.
Cualquier cosa por la gloria de HYDRA.
—Así que ha aparcado el jet en mi jardín, estropeando mis margaritas, porque necesita mi pericia como ingeniero. ¿No tienen ustedes ingenieros en el Escudo?
Nick Fury suspiró desde la esquina del taller-laboratorio de Tony Stark, situado en su mansión de Malibú. Había decidido presentarse ante él en última instancia; Stark era un hombre excéntrico, un bebedor empedernido y un mujeriego. El tipo de persona indisciplinada que no querría tener jamás en su equipo. Fury podría haber ido al MIT y pedir la colaboración de cualquier ingeniero, pero todo lo concerniente al Soldado de Invierno lo obligaba a ser más cauto de lo habitual. Tony Stark seguía siendo un civil —a pesar de haber proclamado en una rueda de prensa que era Iron Man—, pero también era el CEO de Industrias Stark, y el logo en el tubo lo tenía desconcertado.
—SHIELD, señor Stark —respondió Fury.
—Menos mal que han cambiado de nombre. El otro era un espanto.
Fury no se dignó a contestar.
—Y ahora vamos a ver por qué esta pequeña maravilla sigue funcionando de forma autónoma después de treinta años… Y yo que me había hecho ilusiones sobre la iniciativa Vengadores… Me rompe el corazón.
Tony se sentó en un taburete con ruedas y se deslizó hacia el tubo de metal. Las partes de cristal estaban ocultas tras un polímero opaco que impedía que se viera su contenido. El ingeniero examinó los pernos y rebuscó en su base de datos secciones de planos de otros tubos similares, creados por la empresa de su padre. El brazo robótico lo seguía como un perrillo, proporcionándole con sus dedos metálicos las herramientas necesarias.
—Y uno… dos… aquí estás. Buddy, dame luz, anda.
Tony encajó un destornillador eléctrico en las cabezas hexagonales de los tornillos del tubo, mientras el brazo robótico lo iluminaba. Tras varios zumbidos, el ingeniero liberó la placa que protegía el sistema de energía y lanzó un silbido de sorpresa.
—JARVIS, fuera música. Y más luz.
—Entendido, señor.
Fury miró alrededor buscando algún mayordomo pero no encontró a nadie más en el laboratorio. Estaban solos. Tony le indicó con la mano que se acercara.
—Este trasto sigue funcionando porque mi padre era un genio —dijo Stark jugueteando con uno de los destornilladores de estrella—. Algo que yo he heredado, por supuesto. Y ahora me gustaría que me contara por qué estamos aquí, cuando yo podría estar cenando con Miss Noviembre. ¿Es algo de Seguridad Nacional? ¿El Pentágono? ¿La CIA? ¿La Asociación de Jugadores de Petanca? Estoy en ascuas, joder —le lanzó una sonrisa llena de dientes.
—Es todo eso y mucho más —respondió el director de SHIELD con gravedad—. Pero le ruego que tenga cuidado —añadió cortante—. No queremos que la Bella Durmiente se despierte.
Nick Fury retiró la pantalla que ocultaba lo que dormía en el interior del criotubo. Tony Stark se asomó y lanzó otro silbido cuando reparó en el brazo cibernético del Soldado de Invierno.
—¿Quién es y qué hace aquí dentro? —preguntó atropelladamente—. Si es algún prototipo, los del laboratorio la han cagado, porque está sin terminar. ¿O es que le han comido el brazo los ratones?
—Se llama John Doe —respondió Fury mirándolo fijamente con su único ojo—. Y a John Doe no le gusta que le pregunten quién es porque tiene un mal despertar del carajo.
Stark observó al agente durmiente durante un instante con ojo crítico. Luego miró hacia su interlocutor con mil preguntas en la mente.
—A ver si lo he pillado todo a la primera. John Doe lleva metido en un tubo de criostasis con tecnología Stark desde que Noé hacía surf agarrado a su arca. ¿Y usted cree que si le doy un golpecito al recipiente, va a salir hecho una furia, señor Fury? —le sonrió con todos los dientes.
El director de SHIELD lanzó un bufido de incomodidad.
—Tengo la impresión de que no tiene ni puta idea de cómo sale de jodido un organismo vivo de un proceso de criogenización. No digamos un hombre que lleva la mitad de su vida ahí metido. Un hombre con un brazo metálico destrozado.
—No, pero usted me va a ilustrar —contestó Fury.
Stark se levantó del suelo, alejándose del criotubo. El robot lo siguió obediente.
—Esa clase magistral será para luego —respondió Tony, limpiándose las gafas—. La cuestión es que el criotubo tiene una partícula de materia viva como célula energética. Algo que no se agota, y que es lo suficientemente pequeño como para mantener activos los mecanismos de soporte vital sin sobrecargarlo. Solo conozco una fuente de energía que encaje con este fenómeno.
Fury aguantó la respiración. Tanta verborrea le estaba sacando de quicio.
—¿Y es?
—El Teseracto. Un cubo que mi padre encontró en el fondo marino tras la Segunda Guerra Mundial y con el que estuvo experimentando para la obtención de energías renovables.
Fury enarcó una ceja.
—No sé cuál de las agencias del gobierno lo custodia en la actualidad. Pero estoy seguro que usted tiene la información precisa. Y ahora —se sirvió un vaso de batido de proteínas—, ¿por qué no me dice qué quiere de mí en realidad?
Nick Fury tomó aire y lo expulsó con lentitud.
—Este hombre es parte de un proyecto de HYDRA llamado El Soldado de Invierno. De alguna manera llegó a suelo estadounidense con intención de matar a su padre. Todo esto ocurrió en 1972.
El rostro de Tony Stark pasó de la incredulidad más absoluta al odio más irracional.
—¿JARVIS? —llamó Stark, mirando al techo.
—¿Señor? —la voz masculina y robótica contestó al instante.
—Activa el protocolo Abrazo de Osito de Peluche.
Fury alzó las cejas en busca de la voz, sin resultados. Las puertas de cristal se sellaron con un siseo y las ventanas que daban al acantilado se vieron protegidas por una muralla de metal. Del suelo del laboratorio emergió el MARK II, la armadura de Iron Man, que los miró con su rostro inanimado. Fury estaba, literalmente, sin palabras.
—Prosiga, director. Este tema ha captado toda mi atención.
—Si el Soldado de Invierno era un enemigo, debería estar muerto, no criogenizado en un tubo fabricado por su empresa. Y mucho menos embalado y archivado en los sótanos del Area 51.
—Permítame la pregunta —Tony se acercó al rostro del Soldado, inerte—. ¿Por qué tengo a este tío metido en una nevera en mitad de mi laboratorio? Usted dirige SHIELD. Tendrán celdas de seguridad, o lugares más adecuados para custodiar a alguien con las habilidades de este cabrón que mi casa.
—¿No siente usted curiosidad por… eso? —señaló el brazo metálico desmembrado.
—No puedo pensar en otra cosa desde que lo he visto.
—¿Ha sacado usted de criosueño a alguien? —Furia sonrió con todos los dientes.
—Para todo hay una primera vez.
Cuando Bucky abrió los ojos, se encontró que estaba inmovilizado en una camilla con un par y medio de ojos mirándolo con curiosidad. Le dolía la cabeza y el brazo izquierdo, sentía punzadas en el estómago y un malestar generalizado. Buscó a los Batas Blancas, la Freidora y al mando con el Libro de las Palabras, pero en aquella habitación no había nadie más que los dos hombres que lo miraban como si fuera un ser sobrenatural.
—¿Puede oírme? —dijo el hombre de las gafas.
Bucky asintió.
—¿Sabe usted cómo se llama? ¿Su nombre?
Bucky lo miró con desconfianza. Tenía tal embrollo mental que no sabía muy bien qué contestar. Recordaba a un hombre rubio en un cubículo con dos camas, que dibujaba sin parar y sonreía cuando Bucky lo miraba. Apretó los dientes intentando levantarse, pero las correas se lo impidieron.
—Está usted inmovilizado, por su seguridad —dijo el hombre de piel oscura.
Bucky carraspeó. Emhlope ingcuka. Lobo Blanco. Sargento James Barnes. Toda esa información brotaba en su cerebro como un manantial.
—Sar... gento… James Buchanan Barnes. Batallón 107 de Infantería. Regimiento de Nueva York. Número de placa…
—No es necesario, sargento —el hombre de piel oscura tomó asiento a su lado. Olía a tabaco y a cuero. Un olor conocido, como el del uniforme del hombre rubio que siempre sonreía cuando él lo miraba.
Steve.
—¿Dónde está Steve? —Bucky barrió con la mirada toda la sala. Solo estaban ellos dos y un humanoide metálico que lo miraba desde un punto estratégico de huida.
—¿Quién es Steve? —preguntó el hombre blanco—. ¿Estaba con usted?
—Steven G. Rogers —respondió Bucky con impaciencia—. Steve.
Los hombres se miraron con incredulidad.
—Si se refiere usted a Steven G. Rogers, el Capitán América, murió en 1945. Se estrelló en el Ártico, en el interior de un avión de HYDRA.
Bucky alzó las cejas. Aquello debía ser una nueva prueba de los programadores. Un punto de control donde contrastar su salud mental, su capacidad de adaptación al medio, su forma de evaluar una situación ilógica. Una prueba que significaba la Freidora si fallaba.
Bucky recordaba perfectamente que lo había cabalgado la noche anterior mientras Steve le decía que lo rescataría de las garras de HYDRA. Steve siempre decía cosas bonitas cuando follaba, cosas que a Bucky le gustaba creer porque salían de su boca con vehemencia y sinceridad.
—Anoche estaba vivo —respondió sin entrar en más detalles.
Los dos hombres se miraron entre ellos de nuevo.
—¿Sabe usted en qué año estamos, sargento Barnes?
—1972. Finales de febrero, creo. Perdí la cuenta en el cautiverio.
El hombre de piel oscura lanzó un suspiro profundo.
—Siento comunicarle que estamos en 2009. 14 de junio.
Bucky se quedó en silencio. No había manera de escapar de aquel lugar para comprobar por sus propios medios si los dos hombres mentían o le estaban diciendo la verdad. El dolor lo estaba destrozando y apenas le permitía pensar con claridad. Tomó aire y lo expulsó en ocho tiempos, inundando de calma su mente. Toda la tecnología que lo rodeaba era desconocida para él. No había batas blancas a la vista. Tampoco había guardias, ni armas. El lugar no olía a Habitación Roja. Tenía un gotero clavado en el brazo humano que le suministraba nutrientes para su organismo. Y a pesar del malestar, su mente estaba lúcida, así que no había drogas en el suero.
—Sargento Barnes, ¿puede explicar qué le ha sucedido a su brazo?
—Me gustaría saber con quién estoy hablando —respondió Bucky.
—Soy Nicholas Fury, director de SHIELD. Y él es Anthony Stark, CEO de Industrias Stark.
Bucky pestañeó. Stark. Como Howard Stark.
—Había una mujer, alta, guapa, labios rojos —preguntó Bucky. Tenía recuerdos muy confusos—. ¿Ella está bien?
—¿Peggy Carter? —respondió Fury—. Retirada. Vive en Londres, con su familia.
—Basta de jugar al Cluedo, cabrón —dijo Tony asomándose a la camilla y a la cara del Soldado de Invierno—. Trataste de matar a mi padre. Habla ahora o te meto dentro de una doncella de hierro y te arrojo al mar.
Bucky lo miró a los ojos. Había tenido enfrentamientos con otros Activos mucho más fuertes que aquel tipo que olía a batido de proteínas y tenía una luz que le salía de mitad del pecho. Aún así, decidió contestarle.
—Tú eras el niño pequeño. Su hijo. Hablaron de ti, de tu seguridad y de la de tu madre, María.
—No hables de ella o te arranco la lengua.
—Tu padre pronunció las Palabras —relató Bucky mirándolo a los ojos, ignorando las amenazas vacías del hombre con olor a batido—. Activó al Soldado que hay en mí. Y los protocolos del Soldado son "sin testigos".
—¿Por qué iba mi padre a activar a un asesino? No me jodas, Mensajero del Miedo.
—Quería conocer los secretos de mi brazo cibernético. Aunque eso supusiera desmembrarme pieza a pieza. Célula a célula, especificó.
—¡Cierra el pico! —Stark sudaba de pura ira—. Fury, te recomiendo que tires a este cabrón al mar y compruebes que se hunde, no sea que termine en Area 51 otra vez.
—¿Tiene pruebas que lo demuestren, sargento? —le preguntó Fury sin responder a las provocaciones del ingeniero.
—Peggy Carter llegó a la casa lujosa después de que Steve me llevara con él. Ella taconeaba muy enfadada, reñía a Steve. Aquella noche yo… yo vi a Steve, lo seguí y hablé con él. El pidió extracción y nos llevaron a la mansión, que era la mansión Stark. Howard nos acogió, incluso hizo un habitáculo, nos sacó sangre, nos hizo pruebas, muchas pruebas. Estaba muy interesado en cómo se unía el brazo a mi cuerpo, toda la robótica, y cómo se había solucionado lo del suero de super soldado.
—¿Me está diciendo que Steve Rogers estaba vivo en 1972?
Bucky asintió.
Fury apretó los labios. Stark daba pequeños paseos en círculo, mientras apuraba su cóctel de proteínas.
—No puedo llevármelo —dijo Fury a Stark. El ingeniero lo miró horrorizado.
—¡No quiero a Ted Bundy en mi casa! —gritó.
—A no ser que un Apache o unF-16 lo ataque desde el acantilado, este lugar es el más seguro de todo California. Si lo dejo unos días aquí con usted, podrá echarle un vistazo al brazo. ¿No es usted Iron Man? ¿Qué clase de Vengador sería si no aceptara un reto como este?
—Ha dicho cosas horribles de mi padre —gruñó Tony.
—Su padre estuvo en el proyecto Manhattan, Tony. No me sea mojigato.
El Hombre de Hierro lo señaló con el dedo, asintió, y se dio la vuelta en silencio. Fury disfrutó la pequeña victoria durante unos segundos.
—Si acepto, quiero ser Vengador. Miembro Fundador. Con todos los honores. Y una fiesta memorable, con chicas y demás.
—Es usted un negociador de mierda.
—Puede llevarse al Dr. Jeckyll cuando quiera. ¿Se lo envuelvo para regalo?
Bucky los miraba atónito. Hablaban frente a él como si no existiera. Si aquello era una prueba, los programadores se habían vuelto locos de remate. Y si no lo era, estaba en manos del ingeniero más chiflado del planeta. Su prioridad era encontrar a Steve. Si ese ingeniero chiflado le proporcionaba un brazo nuevo, lo dejaría vivir, al menos, hasta que diera con el paradero de Steve. Algo en su interior le decía que el cabezota Stevie Rogers había hecho algo increíblemente estúpido. Y esa sensación le resultó agradable y muy familiar.
Bucky sonrió para sus adentros. Steve Rogers siempre conseguía que cesara el invierno en el corazón del Soldado.
Llevaban más de dos horas jugando al gato y al ratón por las calles de Odessa. Activo 7 disparó varias veces pertrechado tras el escudo contra el ingeniero que HYDRA le había ordenado eliminar, pero el Activo que lo protegía era de un nivel 6 por sus habilidades y rechazaba todos sus avances. Pequeño y ágil, escurridizo como una comadreja, se escabullía entre los automóviles aparcados a ambos lados de la calle y respondía a los disparos de Activo 7 con fuego de cobertura. El Kapitan sonrió bajo la máscara al ver el cañón del rifle de francotirador de Activo 4 en la azotea del café Robín.
Solo tenía que sacar al conejo de su madriguera y la misión habría finalizado.
Activo 7 cambió de posición. Corrió parapetándose tras los árboles de la calle Razumovska en busca de un lugar seguro. El Activo enemigo se subió a una moto y atrapó al ingeniero, que corría todo lo que podía con su maletín a cuestas. Activo 7 lanzó el escudo contra la moto, pero aunque impactó en una de las ruedas, no pudo derribarlo.
—Más tiempo para jugar —susurró Activo 4 a través del comunicador, con el acento ruso que tanto le gustaba a Activo 7.
—Se nos hace tarde. Ejecutaré un ataque en cadena y lo enviaré a tu posición.
Desde el emparejamiento con Activo 4, las misiones ejecutadas por Kapitan se habían saldado con la eliminación de todos los objetivos. A pesar de las quejas de los programadores y de la testarudez del propio Activo por negarse a llevar armas de largo alcance —era un buen tirador, pero su simbiosis con el escudo resultaba escalofriante—, los resultados eran lo suficientemente buenos como para permitirle esas excentricidades.
—Entendido.
Activo 7 se subió en su moto y persiguió muy de cerca al ingeniero y a su guardaespaldas. Le cortó el camino en varias ocasiones, transitando por callejuelas perpendiculares a la marcha de su objetivo mientras sorteaba el poco tráfico de la ciudad a esas horas de la noche. El Activo enemigo se escabulló por algunas vías secundarias, callejones y travesías en la zona baja de Odessa, intentando mantener la distancia. De poco le iba a servir: Kapitan había memorizado el plano de la ciudad, y conocía perfectamente todos los recovecos que su presa podría utilizar para desaparecer. Una opción era el río —muy peligrosa y excesivamente lenta si no se disponía de la extracción adecuada—, otra opción era el puerto —en el que Kapitan había dejado varios Soportes—, y la otra, y más segura, era la avenida Fontanska, que pasaba por delante del café Robín.
Y en la azotea, esperando con paciencia, estaba Activo 4. Su Soldado de Invierno.
El Activo enemigo contaba con el peso muerto del ingeniero, que iba agarrado a su espalda como si fuera una joroba. Kapitan volvió a la vía principal y se situó detrás del objetivo, que conducía a toda velocidad hacia la intersección. Activo 7 estaba empezando a cansarse de aquella persecución. La policía pronto haría acto de presencia, alertada por las carreras y los disparos.
Solo tenía que tensar un poco más la cuerda y el ingeniero se ahorcaría sin esfuerzo.
Kapitan lanzó el escudo contra la espalda del objetivo. Su guardaespaldas trató de mantenerse sobre la moto, pero el ingeniero, presa del pánico, se desestabilizó y cayó a la calzada, rodando por el suelo varios metros. El Activo enemigo saltó como un gato corriendo hacia su protegido. Kapitan se detuvo, se pertrechó tras el escudo y avanzó hacia su objetivo, que se retorcía de dolor en el suelo.
—Maniobra Eskudo—dijo Kapitan a Activo 4.
—Tengo visual —gruñó el francotirador desde su posición.
—Cíñase a las órdenes, 4.
Kapitan se quedó de pie y alzó su escudo de tal manera que lo dejó enfocado hacia el cuerpo del ingeniero como si fuera un espejo. El guardaespaldas se levantó del suelo y se colocó delante de su protegido, apuntando a Kapitan con su arma.
—Si lo tocas, te pego un tiro —le espetó en ruso.
—¡Ahora! —ordenó Kapitan.
Activo 4 disparó contra el escudo de vibranio de su compañero. La bala rebotó contra el metal y cambió de trayectoria, atravesó el costado de la guardaespaldas —por la voz parecía una mujer— e impactó en el pecho del ingeniero. Ella cayó hacia atrás mientras lanzaba improperios en ruso. Kapitan se asomó para comprobar que su objetivo estaba muerto, se quitó el casco y le lanzó una mirada de superioridad a la mujer, que jadeaba en el suelo.
—Hail, Hydra.
Activo 7 se subió a la moto y se dirigió hacia el café Robín. En uno de los callejones lo esperaba Activo 4, con el rifle de largo alcance desmontado y colgado a la espalda. ¿Le habría dicho alguien que con esa ropa estaba francamente deseable? Activo 4 se subió de un salto a la moto y se agarró a la cintura deActivo 7, que sentía todo su cuerpo revolucionado ante su presencia. La persecución le había disparado la adrenalina, y con ella, la excitación sexual. Condujo por las callejuelas de Odessa hasta el punto de extracción, dejó la moto para que los Soportes la guardaran y cruzó la puerta del piso franco, seguido por su compañero a escasos metros.
Se quitó el casco y la máscara, le arrancó el bozal a Activo 4 y lo besó, pegándolo a la pared. Como en ocasiones anteriores, Activo 4 abrió la boca, pero su lengua no acudió en busca de la del Kapitan. No es que no disfrutara con el beso. Es que ni siquiera respondía.
Kapitan lo miró a los ojos. Activo 4 los tenía oscuros, insondables.
Activo 7 llevó la mano entre las piernas de Activo 4. Frotó la mano contra el sexo de su compañero buscando estimularlo y, por vez primera, el Activo reaccionó.
—No quiero. Suéltame y déjame en paz de una puta vez.
—¿Por.. qué? —preguntó Kapitan alzando las cejas. Se le notaba herido—. ¿Por qué…. nunca quieres, Bucky?
El Activo 4 lo miró a los ojos, furioso.
—Porque no me gustan las pollas, joder. Es una puta tortura dormir contigo,jodido maricón —le escupió sin ningún tipo de miramiento, empujándolo y alejándose de él—. Además, ¿quién cojones es Bucky?
Activo 4 agarró el bozal y caminó hecho una furia hacia el interior del piso franco, en busca de los Batas Blancas y de los otros Soportes. Kapitan lo vio alejarse, sintiendo un frío que le heló hasta los huesos. El invierno se cernía sobre él. Y no tenía ni idea de cómo escapar.
