Los ojos me pesaban, pero tuve que sostenerlos abiertos. Mañana es domingo, pensé, papá me permitirá dormir hasta tarde. Dos noches de trasnocho era superior a mis fuerzas, pero me correspondía estar ahí, presenciando el castigo a los nobles, aunque mi tarde hubiese sido tan movida.
—Poción de amor, pociones para alterar la mente, una droga de sedación y suficiente amortentia en los chocolates cortesía de la señorita Parkinson para matar a mi hijo por la intoxicación —relató papá, de pie con de las familias inculpadas por el envenenamiento. Elena, aún en su vestido revelador, depositaba la cabeza en mi rodilla, ya que yo estaba sentado, decentemente, en el trono de papá —. ¿Exactamente qué lograrían sus hijos asesinando al mío?
Los sangre pura intercambiaron miradas de pánico.
—Mi señor, nos encontramos en shock por lo sucedido —tartamudeó Nott —. Hablamos con ellos, son niños, mi señor, que desean que su hijo…
—¿Que mi hijo qué? ¿Los tuviera en alta estima? ¿Qué se enamorara de esta pulga? —se burló de Pansy, incrementando el llanto de ella. Horas antes, yo sentí el pecho apretado al ver a Elena llorar, mas me dio igual que Pansy se encontrase en medio de una crisis nerviosa. Poco era eso en comparación con lo que ella trató de hacerme.
—Son jóvenes y estúpidos, mi señor —intervino la señora Malfoy —. Cometieron un error.
—Un error que pagarán ustedes —los señaló papá con odio. No pasé por alto la mueca de dolor de Crabbe, su padre le apretaba los hombros con ira —. Yo soy incapaz de torturar a un infante de doce años, de verdad no puedo, agradezcan que me quedan entrañas.
—¿Cómo me van a compensar esto a mí, entonces? —pedí. Ya imaginaba a papá ordenarme lanzarles el cruciatus a mis compañeros de escuela.
Papi giró la cabeza, sonreía con maldad.
—Esta esclava me puso a pensar, Harry. ¿No te parece interesante crear un harem de uso personal? —interesante, quien dice interesante, no. Además, no hallé relación entre un tema y otro —. Somos inmortales, ¿para qué perder el tiempo persiguiendo mujeres? Criémoslas como a Elena, lindas señoritas abnegadas, calladas y serviles.
—No te sigo —admití sin recordarle que no me daría elixir de la vida hasta que mi cuerpo no hubiera terminado su desarrollo, haciéndome un no inmortal.
Papá volvió la vista a los adultos.
—¿Sus hijos quisieron enlazarse con Harry? Bien, enlacémonos —se burló con un pesado sarcasmo colocando una mueca cruel —. Quiero tres niñas de cada familia, esta no —señaló con su mandíbula a Pansy, desdeñoso —. Es fea y vulgar —de ser posible, Pansy lloró aún más —. Los Malfoy tienen una bonita de nueve años, Margaux. No se molesten en traerla, se encuentra acá —su notificación nos sacudió a todos —. La dormiremos, le borraré su memoria y le pondré unos comando en su subconsciente que la harán moldeable y fácil de desnudar cuando crezca.
—¿Y el resto? —pedí, incómodo con la charla.
—Lo mismo, cinco familias, quince niñas en total que serán para nosotros dos —no fui capaz de negarme, no delante de tanta gente —. Tienen un año para darme a la primera. Rompan filas.
—Mi señor —dócilmente se postraron los mayores en el suelo, hincando las rodillas y forzando, con mucha fuerza, a sus hijos a arrodillarse; el papá de Theo lo empujó bruscamente, mi compañero se golpeó el rostro con el suelo. Todo el trayecto que duró su marcha de la Sala del Trono, vi lo agresivos que fueron los sangre pura con sus herederos, descargando el enojo en ellos. Al cerrarse la puerta, la violencia continuó, manifestándose con gritos y golpes. Creí oír la voz de Bella.
—Yo no quiero más esclavas —solté.
Elena levantó la cabeza, viendo con extrañeza.
—Es decisión tomada, nené. ¿Cómo te fue con Snape?
Para celebrar nuestro doble cumpleaños, Neville y yo compartimos una tarta en el parque muggle en compañía de Alec. Severus fue quien me escoltó y, educadamente, me solicitó un permiso para tomar algunas fotografías.
—Bien.
—¿Y tú qué tal, niña? ¿Sientes algo?
—No señor.
Papá nos realizó el ritual de esclavitud tras la cena y, antes, esculcó a profundidad la mente de Elena, quien, oficialmente, no representaba un riesgo en espionaje o desobediencia.
—Bien, pues. Con las pociones para niños no necesitáis tener sexo. Ya es tarde, a dormir, hay una cama para ella en tu cuarto, Harry.
—Sí, papi.
No supe de mucho más, adormilado nos guié hasta la Torre Sur, cayendo desplomado en mi cama, durmiendo sin soñar. Me despertó Elena sacudiendo mi hombro.
—Amo.
—¿Hum?
—Su señor padre me indicó que lo despertara a las diez de la mañana —se justificó sobándome el brazo. Sus uñas me ocasionaban cosquillas.
—¿Es tan tarde?
—Sí, amo.
—Hmp.
No tuve fuerza para abrir los ojos, me hice de lado y tapé con la colcha mi cabeza, tratando de dormir. Elena se rió.
—Amo, su elfo me trajo mi nueva ropa. ¿Qué le parece?
Abrí un ojo y corrí la manta para verla, Elena usaba una falda de pliegues vino tinto por encima de la rodilla, una blusa manga larga de rallas horizontales blancas y azul rey y sandalias negras.
—Muy bonita. ¿Esas son las faldas que se elevan?
—¿Elevarse?
—Sí, he visto en los libros que las chicas dan vueltas rápidas y las faldas se les abomban, igual que en el ballet.
—Bueno, puedo comprobarlo, amo —ofreció bajándose de la cama. Retrocediendo dos pasos del mueble, Elena subió los brazos y dio un par de giros. Efectivamente, la falda se elevó, mostrándome más de la cuenta; Elena continuaba sin ropa interior y con el dúo de objetos sexuales.
—¿No es incómodo sentarse con esas dos cosas dentro? —exigí saber, deseoso de resolver mi reciente duda existencial.
—Es costumbre —y me dio la espalda y se alzó la falda, mostrándome su tapón anal, que le separaba un tanto sus nalgas blancas y tersas. Me sonrojé por inercia, el trasero desnudo de las mujeres era parte de mi día a día, pero no así, no tan relleno y bien alimentado, ni amablemente enseñado —. Yo los uso desde niña, pueden estar en mi cuerpo hasta diez horas seguidas.
—¿No se deforma tu ano?
La forma de la copa puntuda era gruesa, tal vez de dos de mis dedos juntos; aunque se afinaba conforme se alargaba, algo de presión a la zona debía causar.
—No —soltó su falda encarándome —. Mi magia se selló en mi nacimiento bajo la insignia de la esclavitud, esto significa que…
—Tu magia se emplea en autocuración.
—Exacto, amo. Esta curación tiene dos fases, la óptima y la original. Con la óptima, mi cuerpo se fuerza a moldearse para recibir un miembro, no hay daño en usar los objetos porque mi magia recoge mis tejidos y los deja de una medida adecuada para la penetración.
—¿En qué consiste la original? —me destapé la colcha hasta el pecho y me senté a estirarme.
—Que mi cuerpo asuma lo propio de una niña de trece años —explicó avanzando a la cama, en la cual se arrodilló con las piernas separadas, apoyando su trasero en sus pantorrillas. Pude ver el falo rosa asomarse debajo de la corta falda. No eran impresiones mías, con unas horas bastaron para comprender que Elena poseía unos modales impecables y que tal sentado lo practicaba solo para provocarme. Elena era una chica coqueta; papá tenía razón, ella estaba acostumbrada a un estilo de vida que giraba en torno al sexo, lo vi en su mente: nubes de placer, drogas, felicitaciones murmuradas por voces gruesas, niños menores que yo manoseándola, muchos chicos compartiéndola… fue un caos que ella aprendió a disfrutar.
—¿No te causaría dolor?
—Sí.
—¿Para qué dar esa opción? Es tonto.
—No lo es. Aplica para el día que usted quiera castigarme.
—Ah… eso no pasará —garanticé. Le di satisfacción a mi curiosidad y tomé el borde de la falda de Elena. Lo subí, pero viéndola a ella a los ojos. Elena movió su nariz, para nada disgustada —. Abajo, los mortífagos desnudan a las muggles y ellas lloran mucho.
¿Por qué tú no lo haces? Fue lo que no pregunté. ¿Por qué te adaptaste y no luchaste?
—Lloraría de ser descubierta frente a una multitud de hombres vestidos de negro.
Buen punto. De nuevo, ¿quién era yo para juzgar?
Bajé los ojos.
Elena se introdujo el falo hasta el fondo, eran los hechizos del objeto los que impedían que este se perdiera en la cavidad.
—Tú no tienes vello.
—Lo tendré si gusta.
—¿Qué opinas tú?
—… a los hombres no suele gustarles.
—Así se ve mejor, más organizado.
Y menos asqueroso, pero aquella percepción mía no era a causa del cabello espeso, sino por lo que ocasionaba. A las muggles se les pegaba la orina, el semen y la sangre en su vello íntimo, una mezcla que fermentaba al sol y se podría.
Solté la tela.
—¿Tiene sueño?
—Sí.
Justo en ese momento, papá tocó a la puerta y entró.
—Tendré que acostumbrarme a que no debo ingresar sin avisar —murmuró para sí —. ¿No quiso despertarse?
—No —me burlé. Elena lucía temerosa.
Papi, con el periódico que traía en las manos, me golpeó en la cabeza al tenerme cerca.
—Estás en la portada… ¿tú qué traes puesto? —gruñó a la rubia.
—¿Ropa?
Papá no tuvo la más mínima consideración en levantar con ambas manos la falda de Elena.
—¡Oye! —lo regañé. Eso no era correcto, ella no era una muggle de los calabozos.
Papi rió entre dientes. Vi las manos de Elena apretar la sábana bajo ella, su rostro demostró lo humillada que se sentía. Sin pociones y sin una justificación, como el entrenarla o el ser su amo, que un hombre la mirase así la perturbaba igual que a cualquier otra niña. Bastan se equivocó, Elena no era una puta, no era la señora Longbottom.
—Me encantan estas esclavas, siempre dispuestas y listas —descaradamente la analizó, deteniendo sus ojos en el busto generoso de la chica —. ¿Qué te da de comer tu padre? ¿Purina de elefante?
Ella sonrió tensamente.
—Pociones de desarrollo.
—Lo tendré en cuenta. La niña Malfoy ya no recuerda nada, se encuentra en el subterráneo de esta torre. Compraré una esclava a tu padre para que entrene a esa mocosa y al resto, ustedes dos le ayudarán en lo que ella llega.
—Sí señor.
—¿Nosotros?
—No toco o miro a una niña de nueve años, no lo hago —aseveró tajante —. Tienes doce, contigo no importa, eres casi de su edad. Elena la visitará en las tardes, ustedes no deben distanciarse tanto, tú permanecerás en la habitación de Margaux, pero voltea los ojos para otro lado si no gustas del espectáculo, nené.
Quise negarme, ¿qué sucedió con el miedo de mi papá a que me corrompieran? Pero papi no me dio opción y con él lo único que valía era la respuesta de Elena.
—Sí señor.
Al irse papá, Elena soltó el aire que contenía.
—Su señor padre me da miedo, amo.
Tu padre es el que viola niñas.
—Papito es bueno conmigo —y para cambiar de tema, me fijé en la cama pequeña de Elena. Algo faltaba en mi habitación —. ¿A dónde se fue mi armario?
—Pimpón construyó un closet —y Elena me señaló una puerta marrón que yo no había destacado, en el mismo lugar donde debiera de estar mi armario.
Dejé el periódico sobre mi almohada para consultarlo luego y me encaminé al armario. Pimpón era un genio en la decoración, desde luego. El closet no era tan amplio, una habitación del tamaño de mi dormitorio en Hogwarts, pero las estanterías ayudaron a distribuir todos los artículos que estuvieron en mi armario. Las cosas de Elena, o sea los regalos; y lo que el propio Pimpón confeccionó para ella se acomodó en filas de ganchos, estanterías y gavetas.
—¿Y mis camisas? —pedí. En los ganchos estaban mis overoles, pantalones y ropa formal.
—En sus gabinetes, amo.
No los abrí, me quedé sonriendo ante la hilera de zapatos nuevos de Elena.
—Siempre escuché que a las mujeres les gusta la ropa.
Elena se rió tímidamente.
—Su elfo fue más que generoso conmigo, amo.
Me interesé en revisar el lado de Elena, los gabinetes se llenaron con maquillajes, labiales, brillos, rubores y otras cosas, una gaveta mostraba cajitas de joyería en acero que le regalaron a Elena, en los ganchos una zona entera se dedicaba a las capas largas y cortas. Una gaveta guardaba ropa interior con sostenes a juego.
—Deberás usar esto en Hogwarts —la idea de que los chicos de la escuela alzaran la falda de Elena y le viesen sus partes, igual que papá, me enfadó —. Solo yo puedo verte desnuda —exigí.
—Solo usted me verá desnuda —aseguró repitiendo mi frase.
¿Qué más podría querer una chica? Mmm, ¿perfumes? Poseía diez, si no me equivoqué contando. ¿Ropa? Esa ya no cabía. ¿Moñitos para el cabello? Elena lo continuaba usando suelto, a pesar de la cantidad de cintas y pasadores que le obsequiaron.
—Iremos al Callejón Louf luego del almuerzo —propuse… cierto, cierto, ordené —. Hay un montón de tiendas femeninas. Suscribiéndote, podrás comprar lo que gustes, incluso desde Hogwarts.
—Usted es muy gentil, amo.
Me incómodo la profunda reverencia que me realizó por haberle mostrado amabilidad.
—Voy a ir a leer el periódico. ¿Podrías llamar a Pimpón y pedirle mi desayuno?
—Cómo ordene, amo.
El artículo del periódico resultó ser una insólita alianza momentánea por parte de la Luz y de papá.
La paz de los niños.
Por Rita Skeeter.
Las fotos que Severus nos tomó a Neville, Alec y a mí se encontraban en el periódico, donde la señora Skeeter se dedicó a alabar la inocencia nuestra, relatando, con detalles que papá debió proveer, el cómo nos conocimos Neville y yo, nuestro encontronazo en el tren, la presencia de Alec, la diferencia de casas y mi revelación de lo supuestamente sucedido con los señores Longbottom, finalizando con un párrafo blandengue sobre la pureza de los sentimientos de los niños y las declaraciones del director Dumbledore y papi.
«Es agradable constatar que los odios ancestrales no han contagiado a nuestros niños. La dulzura de Harry y Neville sobrepasa las diferencias de sus padres y familias.»
«Le permito a mi hijo tener las amistades que desee. Harry no es una maquinaria política, es su propia persona, inocente en esta guerra. A mi parecer, la absurda rivalidad de las casas de Hogwarts debería finalizar.»
Pasando por alto la súper hipocresía de papá, eso dizque libertad de amistades, me resultó supremamente confuso aquella alianza de los dos enemigos. ¿Qué pensaban conseguir? ¿Tranquilizar el pueblo?
—Amito, su desayuno —me avisó chillonamente Pimpón, depositando en mi escritorio una bandeja con panques, tocino y fruta.
—Gracias Pimpón.
—¿Mi amo siempre es así, Pimpón? —le solicitó Elena.
Mi elfo le sonrió.
—Muy dulce y educado es el amito, señorita esclava. Permiso —y con un pop, desapareció.
—¿Tú ya desayunaste? —le pedí a Elena, yendo al escritorio. Mi estómago vibró, recordándome que debía darle comida.
—Sí, amo… ¿Amo? —la miré. ¿A qué venía esa sacudida nerviosa de la mano? —. ¿Puedo cambiar el color de mis uñas?
¿Eh?
—Claro, claro.
—¿Y podría…? En los esmaltes que me obsequiaron hay un azul cielo precioso, pero sé que no es un color que deba usar yo.
Doble «¿eh?».
—Elena —le sonreí —. Me encantaría verte las uñas de azul.
—¿Sí? ¡Gracias, gracias!
Con una sonrisa que le rompía el rostro, la rubia se lanzó hacia mí, abrazándome por los hombros y llenándome la cara de besos. No pude evitar reírme, su alegría era contagiosa.
—¡Vamos, vamos! —me la aparté con suavidad —. Uno aquí y ya —me palmeé la mejilla con un dedo.
La maldadosa Elena, recordándome que en ese aspecto la experta era ella, me depositó un beso húmedo en la mejilla que para nada me desagradó.
Así, jugando con Elena, toqueteándola a puertas cerradas, visitando a una drogada Margaux y leyendo mis libros, pasó una semana. No tuve que ponerle una sola mano a Margaux, Elena se encargó de todo mientras yo veía a la pared y masticaba bocadillos de jamón. No fui capaz de objetar si papá obró bien o mal al cederme a una niña de tal forma y no presenciarla él, quien era menos paciente y más riguroso; en términos generales, ese arreglo era más bondadoso con Margaux y beneficioso para mí, yo ya oía a los mortífagos comentar muy envidiosos que papá me organizaba un burdel, todos parecían encantados y un tanto celosos. A las malas, me convencí que ellos tenían razón y que yo debía estar muy contento.
Las clases de etiqueta, el principal motivo por el que me fue dada Elena, papá no las exigió, prefirió darnos un baúl repleto de juguetes nuevos. ¿Papi me quería niño u hombre? ¿Para qué me entregaba balones y caballitos de madera junto a una chica «fácil» y otra en camino? Tuve que preguntárselo en la ocasión que lo vi libre.
—¿Por qué todos quieren que me acueste con Elena?
La primera reacción de papi fue bufar y continuar su siesta en el sofá de su oficina. Cuando notó que yo no me marchaba, gruñó.
—¿Justo ahora esa conversación, nené?
—Sí, por favor.
—Harry… ¿el mundo es recto y de buenas intenciones?
—No.
—No, por supuesto que no —puso su brazo tras su cabeza —. Niño, ¿crees qué es correcto que nos hallan regalado a un ser humano?
—No.
—Ajá, está muy mal, pero ocurrió. El mundo es una cloaca sucia, los ricos montan en un barco de papel sin tocar la inmundicia. Yo nací en lo profundo de la… tú ya me entiendes, me niego a verte a ti así o volver a vivir en el fondo. Esas niñas son un lujo, mientras que otros mocosos esperaban con ansias la nueva escoba, tú ya la montabas, cuando los demás querían estrenar un trampolín, para ti ya era viejo. Elena es tu nuevo juguete, de ese modo, cuando los chicos de tu año empiecen a reconocer su cuerpo, lo harán sabiendo que tú no necesitas masturbarte, porque tienes a una modelo de medidas perfectas metida en tu cama. Antes de que sepas cómo se emplea lo que te cuelga en medio de las piernas, ya le habrás dado uso y en lo que tus compañeros consiguen novia, tú ya tendrás dos adolescentes buenonas disponibles. Ahora vete, no dormí anoche.
Me retiré en silencio. Renombre, estatus, esa pendejada de nuevo. Todo, al parecer, giraba en torno a una vulgar competencia de orina donde las perjudicadas iban a ser las quince niñas de los sangre pura y Elena.
Y yo.
La próxima vez que visité a Margaux, me senté frente a ella y observé la manera en que Elena la desvistió, le dio un sorbo de la poción del sexo y le masajeó la zona del pecho con un aceite mágico que se los haría crecer; esos aceites eran peligrosos, Margaux no iba a poder amamantar si continuaban aplicándoselos, pero a nadie le importaba. No fue excitante ni placentero observar a una niña ser penetrada por pequeños falos, resultó ruin, pero no lloré ni me quejé. Si las iban a sacrificar, yo las acompañaría, aunque fuese únicamente por respeto a la vida que perdieron.
Tres días después, sostuve por la espalda a una histérica Margaux para facilitar que Elena le diese dos gotas de una poción sedante. Una vez la niña se relajó, mi esclava se dirigió a mí.
—Listo, amo, ya no deberá darle problema. Inténtelo de nuevo, pero al tocarla, métase a su mente y enséñele que esto está bien.
Adoctrinamiento brutal, con legemerancia y pociones convertiríamos a una niña de nueve años adorable en un ser irreconocible.
—Esto es vomitivo —le dije a Elena, apretando los pechitos de Margaux en mis manos. Ella ya no protestó ni se apartó, pero sus ojos tampoco reaccionaban.
—Es en dependencia. Margaux es una niña pudorosa, es difícil de erradicar, aun sin recuerdos —me explicó Elena abrazándome por la espalda. La sensación cálida de cuerpo era agradable, su respiración me generaba cosquillas.
—¿Fuiste pudorosa?
Margaux se sonrojaba mientras yo más la apretujaba, la sensación que tuve no fue la misma de la vez que toqué los pechos de Elena, ella era estimulante, Margaux me revolvía el estómago.
—No. A algunas de mis hermanas les avergonzaba que los hombres las vieran desnudas, yo jamás tuve ese inconveniente —me contó soltándome y moviéndose a mi costado rodeando con su brazo mi torso. Elena me superaba en altura —. Me gustaba sentarme en el regazo de mi abuelo a sentir su «varita especial» debajo de mi trasero, mi ídolo era Katherine, mi madre, ella es espectacular, los hombres se la peleaban, eso le significaba mejor cama y comida.
—Aquí no tienes por qué competir contra alguien.
—Supongo —murmuró apretándome en sus brazos y besando la comisura de mi boca —, pero me esforzaré para ser su favorita, amo.
A pesar de su declaración, Elena me pidió que me sentará en uno de los sofás de la alcoba gigante de Margaux, con suficiente espacio para las quince niñas, y que pusiera sobre mi regazo a la rubia Malfoy. La senté sobre una de mis piernas, lo que me ganó una ceja alzada.
—¿Tienes que desnudarla? —pregunté. Elena le retiraba la blusa a Margaux, su única prenda.
—El frío le hará bien, amo —me respondió antes de sentarse junto a mí mirando de frente a Margaux —. Sigue drogada. Cariño, ¿me oyes?
—¿Elena? —la llamó arrastrando las palabras.
—Sí. Quieres besar al amo Harry, sí, sí quieres. ¿Quieres?
—… sí… amo Harry.
—Exacto. ¿Y al gran amo?
Margaux no pudo responder, por lo que Elena la besó. Los mortífagos obligaban a las mujeres a tocarse entre ellas, pero eso ocurría en absoluta privacidad y de rapidez, debido a que papá enfurecía si se enteraba (Voldemort nace antes de la segunda guerra mundial, me lo imagino homofóbico). En Rusia, ese pudor no existía, al menos no en sus harems.
(Bueno, Rusia es muy estricto en sus normas poco amigables con la comunidad LGBTI. Digamos que en el harem se daba como caso particular.)
Horas después, sin implementación de pociones, Margaux caminó en línea recta a mi asiento y se arrodilló, desnuda, frente a mí para saludarme. Tuve por primera vez en mi vida a dos chicas sentadas en mis piernas, que me besaron por turnos y me empaparon los pantalones con un líquido extraño que Elena describió como «la felicidad de ver al amo». Me lo tomé bien porque Margaux estaba contenta; si la señora Longbottom, con la mente destrozada, disfrutaba de los encuentros con los mortífagos, ¿era violación? Le tomó a Margaux sedación, pociones y comandos mentales, pero cedió, ¿estaba mal? Porque ella lucía feliz.
Esa noche, no pude dormir. Algo más acudía a mi mente, un problema que yo venía presentando semanas atrás, uno que no me permitía avanzar y cuya solución conocía, pero no me atrevía a nombrar.
Papá dijo que el margen de distancia entre Elena y yo era 20 metros, así que no pasaría nada si yo iba hasta la habitación de él. Tuve que acostarme en la solitaria cama de papi para esperarlo. Según mi tempus, era la 1:17 de la mañana. Logré dormir un poco antes de la aparición de papá.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó al verme abrir los ojos, él ya se retiraba los zapatos y se soltaba el pantalón sentado en el colchón.
—Esperarte. No puedo dormir.
—Hay mejor compañía en tu alcoba —comentó burlonamente soltando los botones de su camisa y lanzando lejos su corbata.
—¿Me estás corriendo?
—No —se levantó, terminando de desnudarse, quedándose con sus calzoncillos —. Pude haber venido con alguien.
—¿Me habrías sacado a mí o a ella?
—Depende —se encogió de hombros. Le hice espacio para que se acostara —. ¿Por qué estás aquí?
—No tengo sueño y no he podido hablar contigo.
—¿Y eliges hacerlo a las cuatro de la mañana? —me sonrió acariciándome la mandíbula con el dorso de sus dedos.
—Por lo visto, sí.
Papá bufó. Me detallé los abdominales en su vientre, contrario al mío, que era suave y redondo.
—¿Qué sucede, nené? —pidió papá, permitiendo que las yemas de mis dedos compararan nuestros estómagos —. Con pociones no, con ejercicio.
—No es eso. Estuve practicando Diana (Es una canción de vallenato bastante simple para principiantes).
—Magnifico. ¿Te sale más fluido?
—Pues… sí, pero hay un pequeño problema.
—¿Cuál?
Me aclaré la garganta, sintiendo un temor brotar desde mis profundidades. Casi temblando, encaré el lío.
—El acordeón no suena parejo, hay secciones que se pausan para dar paso al cantante o a otros instrumentos… yo, am, no puedo medirlo porque no tengo la canción.
—Díaz fue un muggle —me recordó papá con los ojos entrecerrados.
—Lo sé —vacilé, casi arrepintiéndome —. Los muggles emiten su música por radio o los llamados CD's…
—No.
Hice una mueca. No hubo dolor o algo… no sabía por qué aguardaba dolor, yo solo… tenía miedo.
—Pero papá, es la única forma de escuchar la canciones y tocarlas correctamente —traté de razonar con él al verlo calmado.
—Mi respuesta es no, Harry —se giró, apoyándose en la mano para alzarse sobre mí. Papi suspiró ante mi rostro contrito —. Escúchame, dentro de unos meses la tecnología muggle se habrá acabado, incluyendo los CD's. Mi plan es ese, es en lo que trabajo con los lores, que los muggles, en la desesperación, se diezmen solos; sin cámaras, las redadas pasarán desapercibido y podremos dejar de depender de ellos.
—¿Lo música de los CD's se perderá?
—Sí.
Gemí molesto.
—Papi, ¿de qué sirve una maestro tan costoso si nunca voy a poder tocar? Tendría que vivir en Colombia para aprender el vallenato e, incluso así, hay muchas canciones que no he oído.
Papá volvió a suspirar.
—El acordeón permite tocar lo que sea, no estrictamente vallenato —pero arrugué el rostro como niño caprichoso —. ¿Por esto no puedes dormir?... no, mentiroso, hay algo más.
Me sonrojé.
—Me siento raro por lo de Margaux.
—Me lo esperaba —se desplomó en la cama —. No hay quién para enseñarle a esa mocosa, la idea es que nadie más que nosotros las toquemos, no como tu esclava, que se la ha cogido raimundo y todo el mundo en excusa de entrenarla. Lo bueno es que las entregan libres de enfermedades… en fin, fabricaré dos golems, uno tuyo y otro de la muchacha esa, Margaux creerá que son ustedes.
—¿No tengo que tocarla?
—No hasta que quieras hacerlo.
Le sonreí a papá.
—Gracias papito.
—Y sobre tu música… tenías que provenir de una sangre sucia —rodó los ojos —. Mañana te daré el trasladador a Colombia, irás con Severus, ve a una tienda muggle y trae todo lo que quieras en música, hallaré una forma de que se reproduzca.
Me senté de golpe.
—¿Inventarás un hechizo para mí?
—Sí, nené —gimió en falsa quejumbre.
—¡Gracias papá!
